CORONA
DE RECESVINTO
b)
Corona Recesvinto
de Guarrazar
d) Chapa
exterior de la
Corona
e) Cenefa
tabicada de la
Corona
f) Alambre
moldurado de la
Corona
g) Montaje
y soldadura de la
Corona
h) Horneado
de la
Corona
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Se
trata de un tesoro compuesto por coronas y cruces votivas que los reyes
visigodos ofrecieron en su día a la Iglesia de Toledo. Su descubrimiento se
produjo el 25 agosto 1858 por parte del matrimonio Francisco Morales-María Pérez,
y otro segundo descubrimiento tuvo lugar por parte de Domingo de la Cruz al día
siguiente. Ambos acaecieron tras la tormenta torrencial y corrimiento de tierras
del 24 agosto, que dejó al descubierto varias tumbas de lajas de piedra, y
también una losa cuadrilonga que tapaba una hoya tapada con hormigón romano,
en el sepulcro del presbítero Crispinus, y junto a la iglesia del monasterio de
Santa María de Sorbaces.
Sucedió
en la llamada Huerta de Guarrazar, situada a 2 km. de la localidad de Guadamur,
y a 15 km. al sur de Toledo. Hoy en día el tesoro está repartido entre: el
Museo Nacional de Cluny-París, el Museo del Palacio Real de Madrid, y el Museo
Arqueológico Nacional de España.
Las
personas que lo encontraron lo vendieron a varios joyeros de Toledo, que
fundieron la mitad de los objetos. La otra mitad fue comprada por un militar
francés, que la llevó a París y allí lo vendió al Museo de Cluny[1].
En
1860 el descubridor del segundo tesoro entregó a la reina, Isabel II, buena
parte de las coronas que aún no había vendido, y que hasta entonces había
mantenido escondidas, por temor, dentro de una tinaja[2]. Fue
recompensado con una pensión vitalicia y con el pago del valor tasado de las
prendas que entregó.
El
gobierno español pudo recuperar las dos coronas[3]
y las depositó en el Museo del Palacio Real, pero el 4 abril 1921 y en el
transcurso de la noche, desapareció la de Suinthila y jamás se pudo seguir su
rastro.
El
robo apenas se divulgó, y tan sólo Época
hizo una publicación extensa de los grabados, para que sirviese de guía en la
búsqueda de lo sustraído. Al parecer fueron localizados los autores del robo,
pero no lo objetos robados, que hasta hoy no han aparecido.
En
1976 se restauró la ermita de N. Sra. de Natividad de Guadamur, y se hizo una
buena reproducción del tesoro, colocándose de igual manera que estaba en las
primitivas iglesias visigodas de Toledo, con sus coronas, cruces y diademas.
Dejando
a un lado el
diagrama-dibujo que publicó el periódico francés L’Illustration, del
día 19 de Febrero 1959 sobre la corona de Recesvinto, y la descripción en hoja suelta publicada en Toledo por López Fando en
noviembre de 1858[4],
podemos decir que:
Se
trata de una corona cilíndrica[5]
de doble chapa y dividida en 2 mitades unidas por un sistema de charnelas.
La chapa interior es lisa, y la exterior está trabajada en volumen con
motivos vegetales, que se completan con incrustaciones.
Todo ello está enmarcado por engastes para cabujón de diferentes tamaños
y formas, dispuestos con cenefa de tabicado, en círculos secantes y cordón
moldurado rematando los bordes inferior y superior.
En el borde inferior, colgantes en forma de letras fabricadas en tabicado
de triángulos, con la leyenda +RECCESVINTHVS REX OFFERET[6]…
penden de una cadena con eslabones[7]
en forma de hoja de peral[8],
unida con hilo moldurado imitando el granulado.
Esta cadena converge en una macolla con 2 remates superiores de cristal
tallado, uno en forma de capitel y otro esférico. Del mismo eje, cuelga la cruz
de estructura calada.
El orden de fabricación y montaje de las coronas de Guarrazar fue:
engastes, cenefa tabicada, alambre moldurado, incrustaciones, colgantes y
anillas de suspensión. Vayamos paso a paso.
A
simple vista no se observan huellas de martillado, posiblemente por el pulido
del acabado (que debió borrar las pequeñas irregularidades del trabajo
manual).
La chapa fue sometida a un doble proceso de fabricación:
-martillándola,
a mano,
-aplanándola
y regularizándola, mediante técnicas todavía no descubiertas
Debió utilizarse una pieza de 1.500 cm2 de chapa, de grosor
regular en todas sus partes.
Siguió
3 fases de elaboración:
-deformación
plástica y cortados, para incrustaciones[10],
-fabricación
y soldadura de engastes, para alojar los elementos de color,
-incrustación,
de gemas y perlas.
Se
fabricó por separado, y luego se sujetó a la chapa mediante ganchos (hoy
ocultos con la corona montada):
-soldados
en la fase de montaje,
-con
errores mínimos cometidos por el orfebre
Es lo que se llama como técnica
cloisonné o del tabicado, consistente en:
-1
caja abierta, formada por 2 láminas paralelas,
-soldadura
de las láminas a la base de la corona,
-con
pequeños tabiques inferiores para incrustar las piedras recortadas.
f)
Alambre moldurado de Corona de Recesvinto
Se
trata de un grueso alambre de sección circular, con la superficie moldurada en
apretados segmentos lenticulares, que le dan aspecto de tornillo.
Para su fabricación se partió de alambre liso, que se trabajó con la
herramienta organarium (pequeña prensa donde se iba introduciendo el alambre
para ser deformado por presión[12]).
La función del alambre era la de rematar el borde de la corona, y
ocultar la zona de soldadura. Esto lo hacía mediante 4 tramos de alambre
suelto, y no como un único alambre continuo.
Era
el momento en que el orfebre:
-tenía
todos los elementos ya por separado,
-necesitaba
ajustar y soldar cada elemento en la corona.
Para ello, tenía que:
-terminar
las charnelas de cierre,
-cerrar
la estructura de la caja,
-situar
las anillas cuadradas de suspensión en el borde superior,
-poner
las anillas de hilo en el borde inferior, para los colgantes.
Era
la última operación de construcción de la corona, y la más delicada. Para
ello, no se debía meter en el horno la corona entera, sino en dos mitades. Esto
era necesario para fundir la aleación con menor punto de fusión allí donde se
había colocado una soldadura, y evitar así que se partiera.
La corona salía del horno con color negruzco, y con los alambres
sujetando las chapas para que la estructura no se desmoronase. Para ello, una
vez enfriada la corona:
-tenía
que limpiarse y pulirse,
-necesitaba
retocar de nuevo las uniones soldadas,
-debían
repararse los posibles defectos, si los tuviera.
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[1] En realidad, los dos tesoros descubiertos, uno por MORALES y otro por DE LA CRUZ, fueron vendidos pieza a pieza a 4 joyeros de Toledo, GOMEZ, RODRIGUEZ, GAMERO y VELASCO, hasta que Francisco Morales encomendó el asunto a Adolfo HEROUART CHIVOT, profesor de francés de la Academia de Infantería de Toledo, que compró el campo a MARCOS HERNANDEZ en octubre de 1858, y llevó el tesoro al diamantista JOSE NAVARRO, de la Casa Real de Madrid. Navarro, antiguo restaurador del Disco de TEODOSIO de época romana (encontrado en Almendralejo), fue el que compró las piezas sueltas de Toledo, recompuso en ocho las coronas, y las vendió al gobierno francés en enero de 1859.
[2] En abril de 1859 se habían realizado excavaciones oficiales en las huertas de Guarrazar, dirigidas por PEDRO MADRAZO y JOSE AMADOR, que confirmaron restos de una iglesia visigoda, con abundantes frisos en relieve de este estilo, y una necrópolis de la época, con la lápida funeraria del presbítero CRISPIN y bellos epitafios. No obstante, no llegaron a encontrar las joyas escondidas por DE LA CRUZ.
[3]
Aún así, la plena posesión que hoy tiene España del tesoro no se
consiguió hasta las negociaciones que efectuó en
1940 EUGENIO D´ORS con el gobierno de Francia. Tras un acta de recíproca
entrega, regresaron a España seis de las nueve coronas de Guarrazar, la Dama
de Elche, la Inmaculada de MURILLO... España entregó a cambio a Francia el
retrato de Doña Mariana de Austria
de VELAZQUEZ, otro de Antonio COVARRUBIAS, de la mano del GRECO, un cartón
de GOYA y la colección de dibujos franceses del s. XVI.
[4]
“La corona mayor, que va designada con el núm. 1, consiste en una ancha
banda circular de oro macizo, de 20 cm. de diámetro, de la que se destacan
en relieve 30 engastes de prodigiosa dimensión; 30 perlas finas alternan en
ellos con zafiros azules sobre un fondo incrustado de pedrería rara: 2
bordes con divisiones de oro e incrustaciones de ligeras láminas de
cornerina, limitan la banda maciza.
Del
borde inferior cuelgan 24 cadenitas, de cada una de las cuales pende una
letra de oro que reproduce el trabajo de incrustaciones que arriba queda señalado,
y todas ellas forman la siguiente leyenda: RECCESINTHVS
REX OFFERET.
Todavía
cuelgan de estas letras otros tantos pendientes de oro y perlas finas que
sostienen 24 perillas en diamantes rosas y se desenvuelven como una franja
de rubíes por bajo de la corona. Esta parece fuera de duda que fue ofrenda
del rey godo RECESVINTO a alguna imagen, en cuyo templo pendía de las 4
cadenas que se ven arriba y la dan cierta semejanza con una lámpara o araña,
así como de su centro cuelga una riquísima cruz adornada de gruesa y rica
pedrería.
La corona, pues, es de oro, y tiene su correspondiente pedrería” (cf. Librerías Hernández, Cuatro Calles, 5 y Ancha, 34 y 96. Toledo: Imprenta de Severiano López Fando-1858).
[5]
Descripción presentada, a modo de resumen, del estupendo estudio llevado a
cabo por A. PEREA, tras análisis micro y macroscópicos, químicos y
arqueológicos, para el Centro Superior de Investigación Científica del
Estado español (cf. PEREA, A; El
tesoro visigodo de Guarrazar, ed. CYAN, Madrid 2001, pp. 29-68).
[6]
Una
de cuyas R se encuentra en el Museo Cluny
de París.
[7]
2
de los cuales se encuentran en el Museo Cluny
de París.
[8] Conocida también como cadena del tipo loop-in-loop, a base de lazos entrelazados, en forma de espiral.
[9] Se han descubierto una especie de laminadores de la época, formados por 2 cilindros giratorios de acero, dispuestos paralelamente y en contacto (cf. PEREA, A., op.cit, p. 125).
[10] Sobre la lámina, aún sin montar, se trazaron las líneas maestras del dibujo elegido (los vegetales, esquematizados a base de hojas alargadas y triangulares), y el lugar de los futuros engastes. Siguiendo estos trazos, se empezó a levantar la chapa con golpes de punzón y cincel (cf. Ibid, p. 134).
[11]
Estos errores eran salvados por el orfebre mediante una curva que le daba a
la chapa, y que llegaba hasta el borde del engaste.
[12] cf. TEOFILO, De diversis Artibus, s. XI, donde el monje relata el trabajo del alambre desde la época tardo-romana, y en todo el Mediterráneo y Europa Central.