ANTIGÜEDADES AZTECAS

 

Recopiladas por Francisco Hernández,

médico de Indias y mejor conocedor

 


Manuscritos aztecas, autentificados por las investigaciones de Hernández

Madrid, 1 marzo 2019
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

Francisco Hernández de Toledo fue el máximo dirigente de la Comisión Científica de Indias, aparte de médico toledano, científico de la Corte y uno de los más brillantes alumnos de Alcalá. Permaneció en México de 1570 a 1577, con la misión de dirigir y conocer la realidad médica, geográfica, histórica, social y etnográfica del Imperio Azteca, y darla a conocer a Felipe II de España. Aportó descripciones que llamaron la atención, sobre todo, en la Europa del s. XVI e Imperio británico del s. XIX.

Su Antigüedades de Nueva España-1578 describe los rasgos esenciales de la cultura náhuatl, destacando su etapa azteca. Lo hace desde una perspectiva renacentista, aunque también desde la óptica legendaria fantástica del Medioevo. La obra fue redactada en latín, y escrita para demostrar la relación entre naturaleza y hombre en el mundo azteca, a la hora de comprender sus ritos y costumbres. Se trata de una obra dividida en:

-libro I, con mezcla de costumbres, geografía, instituciones, leyes, familia, ciencias, textos literarios y espíritu azteca,
-libro II, dedicado a la astrología, medicina y organización religiosa azteca,
-libro III, narrador de los principales pueblos del Imperio azteca.

Conoció de antemano Hernández el Indios de Nueva España-1536 de fray Benavente, las Cosas de Nueva España-1540 de fray Sahagún y la Historia General de Indias-1552 de fray Gómara, y su Antigüedades aportó datos a la Historia de la Conquista de Nueva España-1632 de Díaz del Castillo. Así mismo, nos pone de manifiesto el encuentro del viejo mundo con el  nuevo, con una gigantesca labor etnográfica que indaga en la cultura, religión y costumbres del mundo azteca.

a) Contexto

El Imperio azteca fue forjado a través de la unificación llevada a cabo por los mexicas con el resto de tribus cercanas, incluyendo las sobresalientes tribus de los tepanecas, tlatelolcos y texcocanos.

Los tepanecas fue un pueblo de origen chichimeca, que se asentó en la parte norte de la cuenca mexicana[1] y forjó una de las zonas más ricas de Mesoamérica. Allí fundaron Azcapotzalco, más conocida como Tepanocapan.

Los tlatelolcos procedían de la ciudad de Tlatelolco, ciudad dividida en dos partes: Tlatelulco y Tenochtitlan. Tuvieron sucesivos reyes que llegaron a conquistar las provincias de Atzcapotzalco, Coaxtlahuacán, Cuauhtitlán y Quauhtintian, pero con su cuarto rey Moquiztli decidieron integrarse al nuevo Imperio forjado por los mexicas.

a.1) Texcocanos

Fueron  los primeros pobladores de la región azteca. Lograron asentarse de Texcoco a Huejutla, dando lugar a un Imperio que duró más de 300 años. Fueron los principales aliados de los mexicas, originando entre ambos el Imperio azteca.

Se trató de un pueblo que fue evolucionando, desde su obediencia y seguimiento a jefes locales, hasta la instauración de una auténtica monarquía. Fueron sus primeros reyes chichimecas, y de ellos provinieron los aztecas.

Su rey más importante fue Nezahualcoyotzin, que tuvo 400 concubinas y 355 hijos. Otros de sus reyes importantes fueron Cacamatzin,  Tecocoltzin, Cuanácoch e Ixtlilxochitl. En cuanto a la organización administrativa, ésta consistía en 1 gobernador (rey), 2 pretores y 8 tribunos.

Sus ciudades fueron las más antiguas del futuro Imperio Azteca. Estas mantenían ya la clásica estructura azteca de laberintos, galerías, túneles ocultos y encrucijadas. Así como albergaban en su interior huertos, vergeles, jaulas de fieras y piscinas.

En su panteón religioso, veneraban al dios Sol y dios Tierra (antes de la llegada de los mexicas), y a los dioses Titlacahuan, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli (con la llegada de los mexicas).

Hacían sacrificios a Ehécatl, dios de los vientos, tanto humanos como antropofágicos. Y en cada ciudad levantaban un Cuicacalli, lugar para el canto y baile ritual al servicio de los dioses, al mando de un sacerdote.

En economía se dedicaban al comercio, agricultura y ganadería. Poseían cultivos propios, siendo su producción fundamental la de la calabaza, frijol y maíz. También tenían ganado lanar y mular, así como pesca palustre y pantanal.

Sus vestidos eran los más parecidos a los tradicionales mexicanos, y las mujeres vestían la falda cueitl y el manto quechquemitl. Sus instituciones legales y jurídicas también fueron imponiéndose sobre las mexicas, y acabaron siendo el germen de las aztecas.

a.2) Mexicas

Fueron los auténticos forjadores del Imperio Azteca. Provenían de la ciudad de Chicomóztoc, y tuvieron por padre al mítico Iztac Mixcóatl, viejo dios de los Cielos. Así como por fundador a su hijo Quetzalcóatl, dios-hombre virtuoso y justo que instituyó el ayuno, y del que los indios creían que no había muerto sino desaparecido en la provincia de Coatzacoalcos, junto al mar[2].

Se trató de un pueblo mexica belicoso. Su lengua era el náhuatl. Tenía una religión politeísta y veneraba a varios dioses, entre los que se encontraban como principales:

-Tezcatlipoca[3], creador de todas las cosas y gobernador de ellas, y al que se le atribuía la sabiduría, la belleza y la felicidad perfecta,
-Hoitzilopochtli, dios de la guerra,
-Painal, dios del ejército,
-Matlacuyae, diosa del agua,
-Quetzalcóatl, rey mítico de Tulla y llamado para sí por el dios Sol
[4].

Los mexicas tuvieron también dioses referentes para diferentes gremios[5], como Omacatl y Tetzcantzoncatl[6]. Así como numerosos ídolos[7]. Por otra parte, daban culto:

-al sol, al fuego al agua y a la tierra, por los beneficios que recibían de ellos,
-al trueno, al relámpago y al rayo, por el miedo que les provocaba
[8].

a.3) Aztecas

El primero de los reyes mexicas fue Totepeuh, todavía chichimeca. Y el primero propiamente mexica Acamapichtli (1366-1387), dedicado a la conquista exterior hacia el Sur, sometiendo ciudades y provincias e incorporándolas a un nuevo Imperio que empezaba a surgir: el Azteca.

El rey mexica, y emperador azteca más importante fue Moctezuma II (1502-1521). Sobre todo por sus nuevas conquistas de Ayotatepec, Cuezcoma, Iztlaoacan, Cozoman, Tecoma, Cacatepec, Tlachquiauhco, Yolloxonequilan, Atepec, Mictlan, Tlaapan, Nopalan, Yzcectlallopan, Quextlan, Quetzaltepec, Auchioatl, Tatacalan... Así como por la coordinación que hizo de todas ellas, dando ya por concluido el proceso de unificación azteca.

No obstante, fue un rey supersticioso, que no supo reaccionar ante los fenómenos atmosféricos adversos. Al final de su reinado sobrevino sobre su Imperio una epidemia de viruela, que se unió a la aridez de tierras y que provocó la hambruna generalizada, con gran parte de la población huyendo por su culpa de los núcleos urbanos, y marchando a las playas circunvecinas.

El 11º rey mexica, y último emperador azteca, fue Cuauhtémoc (1521-1525), bajo cuyo reinado fue ganada la capital mexicana y otras provincias aztecas. Pero la Caída de Tenochtitlán-1521 ante los españoles, y su captura a la hora de ir a socorrerla, puso fin a la historia de los mexicas como cabeza del Imperio Azteca, y al inicio de los mexicas como sumisos a España.

b) Sobre el Territorio azteca

Comienza Hernández por describir la amplia geografía de los aztecas:

Esta cuarta parte del orbe se divide en Indias Occidentales Superiores e Inferiores. Casi a la mitad se angosta de tal manera en un istmo, que poco falta para que esté partida en dos, y de allí se extiende a lo largo y a lo ancho por el sur y por el norte” (I, cap. 1).

Por donde más se inclinan al ocaso, proyectan al sur el promontorio de California. La costa de éste acaba en un solo promontorio bajo el trópico estivo, opuesto al promontorio de Corrientes en la provincia de Jalisco. Entre estos dos promontorios está comprendido el Mar Bermejo, de trescientas veinte millas y angosto. En la parte más interior penetra el río Miraflores, llamado de los Estuarios, que descarga los ríos Axa, Tetonteac y Tigua” (I, cap. 1).

Tras lo cual comienza a enumerar las maravillas naturales de sus contornos:

Hay un lago junto a Ocuila, no lejos de la campiña de Cuernavaca, habitado tan sólo por los peces que llaman axolotl, el cual lago se ve siempre limpísimo por el cuidado de muchas avecillas que están a la orilla y que cualquier cosa ajena que cae en él, a toda prisa la sacan y expurgan. Hay un riachuelo cerca de Cuernavaca que desde un valle, se eleva a gran altura a lugares superiores(I, cap. 1).

Hay también unos campos abiertos cerca de Tuxtla que unos cercopitecos, chicos y grandes, han dividido de tal manera entre ellos, que no cruzan los límites que han constituido, ni penetran a los campos ajenos. También algunos lugares son frecuentemente heridos del rayo y otros próximos a ellos nunca jamás lo han sido(I, cap. 1).

En Teccispan, no lejos del campo de Yautepec, brota con tanto ímpetu un manantial que pasa de la altura de cuatro hombres y de tal manera repele todo, que moles pesadísimas echadas en él, las escupe y en manera alguna las traga. ¿Y qué diré también de los muchos volcanes que se encuentran principalmente en Nicaragua, Jalapa y los Ángeles, encendidos con fuegos perpetuos que lanzan humaredas temibles?” (I, cap. 1).

Pasando a continuación a resaltar el buen uso de recursos naturales que han sabido llevar a cabo los aztecas, sobre todo a la hora de construir sus ciudades:

En la provincia yucateca se ven ruinas de edificios fabricados con arte admirable; otras semejantes se encuentran cerca de Mitla, no lejos de la ciudad de Oaxaca, y otras no muy lejos de Cuernavaca, de las cuales es fama que nunca se encuentran dos edificaciones de la misma medida(I, cap. 1).

c) Sobre la Raza azteca

Se trata, según pudo constatar Hernández, de una raza con fisonomía propia:

Son de mediana estatura, de color rojizo, ojos grandes, ancha frente y narices muy abiertas y nuca planas, todo ello debido a la industria de los padres. Tienen sus cabellos negros, grasosos, flexibles y largos, y con ellos suelen cubrirse varias partes del cuerpo” (I, cap. 25).

A la que añaden los atuendos propios de su cultura:

Tiñen sus cuerpos con varios colores, principalmente cuando van a ejercitarse en la danza. Cuando van a pelear, cubren los brazos, la cabeza y los muslos con plumas, con escamas de peces, con cueros de fieras y con pieles de tigres o cuadrúpedos de la misma clase. Se agujeran las orejas y los cartílagos de las narices, la barba y los labios, incrustando en el cuerpo gemas, oro, plata, uñas, picos de águila, dientes de animales mayores o las espinas de los peces(I, cap. 25).

No obstante, su carácter propio es bastante dócil, y responsable respecto a las obligaciones contraídas en el trabajo y vida social:

Son dóciles y de tolerancia insigne, por lo cual destacan en muchas artes, aun sin la disciplina de los maestros. Son dulces aduladores, y obedientes sobre todo a los reyes y a los señores. Son sumamente religiosos, y creen en los augurios y sortilegios(I, cap. 25).

A nivel sexual, a las mujeres aztecas les gustaba mostrarse suaves y limpias, y a los hombres galantes con ellas:

Las mujeres se limpian y suavizan la cara para lograr mayor hermosura y gracia. Y lo hacen con leche de la semilla del tecontzapotl, que ellas llaman mamey. Los hombres suelen cubrir sus frentes con sus largos cabellos, a forma de galantismo(I, cap. 25).

d) Sobre el Nacimiento azteca

Otorgaba el papel fundamental a la partera[9], que era la encargada de llevar al baño a la mujer para purificarla y prepararla al parto:

Cuando la preñada llega al séptimo mes del embarazo, sus parientes comienzan a deliberar cuál debe ser la partera que lleve a cabo el parto, pues su arte y consejo hace el momento más seguro y fácil. Buscan a la que ellos consideran más perita en la ciudad y más diligente en ejercer su arte, para que cuide de la salud de la grávida durante esos dos meses, y la ayude cuando dé a luz” (I, cap. 2).

Y así la partera visita con frecuencia a la preñada, y la lleva a menudo al baño temazcal, usado en esta patria para las embarazadas y paridas(I, cap. 2).

Si la mujer moría en el parto pasaba a ingresar el grupo de las diosas celícolas, y se la enterraba solemnemente. Si el niño nacía bien, la partera daba gracias a Dios y realizaba dos actos:

-averiguar su destino,
-averiguar las calamidades e infortunios que le pudieran sobrevenir:

Si la primeriza, debilitada por un parto difícil, acontece que muere, entonces pasa a ser considerada en el número de las diosas celícolas, y es inscrita en el catálogo de ellas. Después se la venera con el culto debido a las diosas, y se la entierra con solemnes funerales(I, cap. 2).

Cuando la preñada da a luz, la partera corta el ombligo al niño, y entre lágrimas le predice posibles calamidades que le van a poder sobrevenir, así como le narra de antemano las labores que le están reservadas al niño” (I, cap. 2).

Lava entonces la partera al recién nacido con las oracioncillas acostumbradas, saludando a la diosa del mar. Después la familia bromea dulce y agradablemente con la parida, para consolarla de los dolores pasados” (I, cap. 3).

e) Sobre el Rito de Iniciación azteca

Pasados 4 días del nacimiento se celebraba el ritual del lavado, donde se bañaba al niño por 2ª vez y se le imponía un nombre. El ritual era distinto si se trataba de un niño o de una niña[10], pues:

-los niños eran entregados a los dioses de las almas[11] y de la noche[12],
-las niñas eran entregadas a la diosa del mar
[13]:

Pasados cuatro días del nacimiento, llega el tiempo en que el niño tiene que ser bañado por segunda vez y recibir un nombre. Para ello, la familia prepara bebida y varios géneros de manjares, para celebrar la fiesta del lavado. Si el nacido es niño, se le regala un pequeño escudo, un arco y cuatro flechas de tamaño infantil, y un pequeño manto que hace las veces de capa entre los mexicanos. Si la nacida es niña, se le regala un huepilli y cueitl, vestidos peculiares a su sexo, y una petaquilla, rueca y huso, concernientes al oficio de tejer” (I, cap. 3).

La fiesta del lavado comienza nada más salido el sol. La partera coloca un lebrillo lleno de agua en la mitad del patio de la casa, y teniendo con ambas manos al niño desnudo, y poniéndole junto sus armamentos personales, le dice: "Hijo mío, los dioses Ometeutli y Omecioatl te han producido a esta luz, y te han enviado a este mundo calamitoso. Al mismo tiempo, la partera rocía la cabeza del infante, agregando: "He aquí el elemento sin cuyo auxilio no puede conservarse ninguno de los mortales". Después riega su pecho diciendo: "Recibe el agua celeste que lava la inmundicia del corazón". Tras lo cual levanta al niño hacia el cielo agregando: "Gran Teuel y Omecioatl, os ofrezco este niño, para que lo recibáis y para que le injiráis vuestra fuerza". Y luego toma con la mano derecha el escudo, el arco y las flechas, y elevando todo igualmente, habla así al sol: "Óptimo sol, recibe estas armas bélicas dedicadas a ti". Tras lo cual, ante cuatro teas ardientes se le da un nombre al niño, repitiéndolo tres veces y diciendo también tres veces: "Toma las armas, niño, con las cuales plazcas y sirvas al Luminar Máximo” (I, cap. 3).

No de otra manera se acostumbra a bañar a las niñas recién nacidas, pero usando otras oraciones. Tomando, pues, agua en la mano, la partera se la instila en los labios y dice: "Hija, abre la boca para que puedas recibir a la diosa Chalchiutlycue, adornada con esmeraldas y que te ha concedido gozar de esta luz". Bañando el pecho con la misma mano murmura deprisa: "Recibe el agua que refrigera, limpia y fortalece". Lleva la misma mano con agua a la cabeza y agrega: "Recibe a Chalchiutlycue, diosa helada de las aguas, y que se deslice hasta sus entrañas y se adhiera a ti” (I, cap. 3).

Como conclusión ritual, se procedía a proteger al infante de los 2 peligros más temidos por los aztecas: el hurto y la mala suerte. Protección que se hacía sobre el niño al:

-lavarle las manos, para que se apartara del hurto,
-ponerle agua debajo de las ingles, para que no tuviera una fortuna adversa:

Para finalizar, la partera lava las manos del infante y añade: "Hurto, apártate de él". Después, poniendo debajo del agua las ingles, exclama en voz baja: "¿Adónde te escondes, adversa fortuna? Aléjate del niño, sé expulsada por las fuerzas frígidas". Terminadas estas cosas, lleva a la infante al interior de la casa, y lo pone en la cuna diciendo las siguientes preces: "Oalticitl, madre de todos, el dios del cielo creó este niño y lo echó a este mundo calamitoso. Te pido que lo admitas en tu seno” (I, cap. 3).

f) Sobre la Boda azteca

Debía realizarse entre chico y chica de igual condición social, y estar orientada a la procreación ejemplar y buena educación de la prole:

Cuando el joven llega a edad idónea para casarse, se juntan sus familiares a deliberar acerca de una esposa de igual condición, con el objeto de evitar el adulterio y de empezar con la procreación de la prole. Sobre este negocio le dirigen al joven un larguísimo discurso, exhortándole a la aplicación a la virtud, al culto de los dioses y a contraer matrimonio. El joven da gracias por los consejos, y confiesa cuál es la mujer que desea tener como mujer, para vivir tranquilamente y propagar castamente la estirpe(I, cap. 7).

Requería el visto bueno del maestro de aprendizaje, que durante una etapa prudencial había estado educando a los jóvenes para el oficio del matrimonio:

Conocida la disposición de ánimo del adolescente, sus familiares invitan a los que van a ser sus maestros a una cena, y los más viejos les ofrecen una gran tea, comprada en gracia de este asunto. Añaden que, si ellos lo tienen a bien, les sería muy grato dar al joven matrimonio según su condición. Los maestros responden que la cosa no es de menos para ellos, ni menos alegre que para los mismos padres. Tras lo cual, se llevan la antorcha al colegio de los jóvenes” (I, cap. 7).

Tras el visto bueno del maestro y asamblea de viejos, las matronas de la comunidad eran las que tenían que pedir la mano de la muchacha a los padres de ésta, para el joven seleccionado:

Las mujeres ya ancianas van al domicilio de la doncella elegida por el joven, y tratan de obtener de los padres que la entreguen en matrimonio. La mayor parte responde que la hija es todavía de tierna edad y no madura para varón, ni digna de tal matrimonio. Pero las ancianas vuelven a repetir sus súplicas, tratabando de obtener la muchacha que desea el joven. A la cuarta vez que repiten el intento, es costumbre responder que ya la doncella les ha reconocido su conformidad en casarse con el joven” (I, cap. 7).

En cuanto a la dote de bienes, era la familia del novio la que entregaba sus dones a la familia de la novia, a forma de consuelo por la pérdida de su hija:

En estos momentos, alguno de los parientes del joven invita a los consanguíneos de la doncella, consuela a los padres y los colma de dones” (I, cap. 7).

Para el ritual de la boda, la novia era lavada y ataviada por sus amigas, y al joven se le instruía sobre cómo gobernar su familia. Tras lo cual eran llevados ambos al altar, y encomendados al dios del fuego:

A la segunda hora después del mediodía, bañan a la doncella con cuanta destreza y cuidado pueden, y según la costumbre de aquellos tiempos le pegan plumas rojas a las quijadas(I, cap. 7).

Mientras tanto, el padre del novio maniene con su hijo largas conversaciones, y le enseña cómo debe portarse para preservar y gobernar los bienes de su familia” (I, cap. 7).

En el momento de la boda, los novios son sentados junto al fuego, porque están persuadidos de que el dios del fuego domina en los matrimonios.

En el convite de la boda, por todo lo alto pero sin alcohol, para no enturbiar la buena convivencia entre familias, ni permitir que ésta acabara mal:

Usan todos en el convite cacaoatl como bebida, que suele estar compuesto del jugo metl con algunas plantas mezcladas, porque no induce a la embriaguez, y por si la moderación está ausente. Exceptuando a los viejos, que lo toman de manera muy temperante” (I, cap. 7).

Como colofón final, las familiares de la novia llevaban a ésta a la casa del novio, y la introducían en su lecho nupcial:

Ya cayendo el sol, y para completar las nupcias, se conduce a la joven al domicilio del esposo. Lo hacen las mujeres titici, que llevan a la recién casada sobre sus espaldas, acompañadas por delante y por detrás por muchos de sus parientes, que iban iluminando el camino con sus antorchas(I, cap. 7).

g) Sobre la Familia azteca

Partía del principio de necesidad procreativa, para mantener la especie. De ahí que estuviesen bien vistas las costumbres de la poligamia y endogamia, pero siempre bajo el prisma de la capacidad de manutención del esposo para con sus esposas. De ahí que los pudientes pudiesen elegir y comprar tantas mujeres cuantas quisieron, mientras los más indigentes se contentaban con familiares en grado próximo:

Es legal para los militares, ricos, héroes y reyes, casarse con muchas mujeres, según la abundancia de riqueza. No obstante, los otomites, chichimecas, macatecas y pinomes prefieren tener una sola consorte y no usar de muchas mujeres, ni de las consanguíneas en grado próximo. En algunas partes compran a las mujeres con cacahuatl, y en otras se evitan los matrimonios con la madre, la hija o la hermana. Pero, en general, en todas partes desprecian los otros grados de parentesco(I, cap. 8).

No obstante, los principios procreativos pronto fueron siendo sustituidos por la practica lucrativa, a forma de acumular amas de casa e hijos con brazos aptos para la crianza animal:

Muchos dicen que acostumbran a tener tantas consortes para pasar la vida con mayor voluptuosidad, o para recibir de ellas muchos hijos, o para que ellas les sirvan de criadas que limpien sus casas, o para tejer más y aumentar el ajuar(I, cap. 8).

Eso sí, tenía que haber diferencia de edad entre el esposo y la esposa, y el mínimo de 20 años para ellos y 10 años para ellas:

Los varones no toman mujer hasta que han llegado a los veinte años de edad. Pero hay muchas mujeres casadas con apenas de diez años cumplidos(I, cap. 8).

En cuanto a los hijos, mantenían los aztecas el principio de primogenitura, respecto de los varones primeros de cada mujer tenida, y sobre todo a la hora de la partición de la herencia, y salvando las complicaciones de la dinastía real:

La herencia pertenece a los hijos mayores de cada mujer. Salvo que se existan hijos tenidos con mujeres de la estirpe real, en cuyo caso heredan ellos automáticamente. Y esto aun cuando estos niños sean menores, o aun cuando sus madres no hayan aportado ninguna dote, o hayan sido conducidas a la morada del marido carentes de riqueza(I, cap. 8).

Respecto al hogar familiar, solía ser común la existencia de una única y gran casa macro-familiar, pero no a forma de granja tribal en la que todos podían convivir y trabajar, sino de habitáculo urbano estrecho dadas las carencias de planificación estatal:

Viven muchos en una sola casa, pero no porque sea necesario que habiten juntos los hermanos y sobrinos, sino por lo numeroso de las personas existentes y lo estrecho de la ciudad(I, cap. 8).

Se trataba de un hogar familiar decorado con los más ricos adornos, así como todo tipo de elementos educativos y recuerdos que ayudaran a guardar las costumbres de los mayores:

Decoran con variadas pinturas las paredes y multiplican por doquier los escudos y las hazañas de los mayores. Los más ricos adornan sus paredes con tapices de algodón (de imágenes multiformes y colores variados) y con plumas, esteras de palma y tapetes finísimos del algodón más hermoso(I, cap. 8).

En cuanto a la convivencia con los vecinos, existía una extraordinaria hospitalidad vecinal, en absoluta seguridad y convivencia fraternal:

Siempre están abiertas para todos las entradas a las casas, con absoluta seguridad. Porque si algún ladrón es pillado, lo cual es raro y notable, su castigo es en sobremanera atroz(I, cap. 8).

Se privan fácilmente de sus alimentos para ofrecerlos a los vecinos, nutriéndose en sus fiestas con tortillas en salsa de chile y fruta de solano llamada tomate. Tanta es la fuerza y el poder de la costumbre y de su alimento(I, cap. 8).

h) Sobre la Esclavitud azteca

Consistió, de forma genérica, en la servidumbre de unos a otros, de los esclavos respecto a sus señores:

Sólo los esclavos están aquí obligados a servir a los señores, y a obedecer a los mandatos de sus dueños” (I, cap. 11).

Se trató, pues, de una esclavitud en clave de compra-venta de personas, y no tanto de forzamiento a los trabajos forzosos. Eso sí, los padres podían vender a sus hijos y también el esclavo se podía vender así mismo.

Es lícito a los padres vender a los hijos, y a cualquiera venderse a sí mismo por un precio determinado” (I, cap. 11).

Pero para la validez del contrato, hacían falta tres testigos:

Para que el contrato sea válido se exige que haya tres testigos” (I, cap. 11).

Estaban destinados a la esclavitud:

-los que robaban, y no podían devolver lo robado,
-los que vendían hombres libres y eran descubiertos,
-los hijos parientes y los consortes de los traidores del rey:

Quien hurta trigo, semillas, plantas, mantas, aves de corral u otros animales domésticos, vestidos o cualquiera otra cosa semejante, es reducido a la esclavitud, en el caso de que sea pobre e incapaz de pagar lo robado. Si es ya esclavo y no se abstiene del hurto, es obligado a morir con un lazo al cuello, o es sacrificado ante las aras de los dioses. El que vende a un hombre libre como esclavo, es tenido por esclavo de aquel que con injuria ha intentado vender. Y esta ley se conserva inviolable, para que ninguno después se atrevaa a vender hombres libres u ofrecer niños como alimento. También se reduce a la esclavitud a los hijos, parientes y consortes de los traidores al rey” (I, cap. 11).

En cuanto a casos concretos:

-los ancianos, pobres y jugadores podían venderse a sí mismos,
-las meretrices que iban envejeciendo eran reducidas forzosamente a la esclavitud,
-los adúlteros que dejaran embarazada a una esclava debían ponerse a servir al señor de la esclava
[14]:

El varón libre que tiene relaciones con una esclava, tales que sale embarazada, debe servir al señor de la esclava, a no ser que se case con ella. Muy a menudo, también, los esclavos se casan con las señoras, y las esclavas con los señores. Los ancianos y los pobres se venden ellos mismos, y hasta los jugadores se ven obligados a tornarse en esclavos, cuando les es adversa la suerte, pero no antes de transcurrido un año. Las meretrices que ya comienzan a envejecer, deformes o valetudinarias, recurren a una esclavitud espontánea, porque ya no reciben de sus galanes el premio de su liviandad(I, cap. 11).

Estaba permitido libertar al vendido con un sustituto. Si alguien moría con deudas los hijos y la mujer de ese pasaban a la esclavitud. Los hijos de esclavos eran considerados libres y los esclavos se podían casar, sembrar, y con lo ganado convertirse en libres. Esto deja patente que la esclavitud no era ni hereditaria ni vitalicia. Los esclavos también podían ser inmolados. Nadie podía vender un esclavo  si no le ponía en el cuello una argolla de madera y no se podía hacer sin una causa justa y si el beneplácito del juez:

Los padres venden o empeñan los hijos como esclavos, pero está permitido libertar al vendido o empeñado con un substituto. Algunas familias están obligadas por pacto a sustentar a algunos esclavos a perpetuidad, pero por un precio muy elevado. Si alguien muere con deudas, y su familia no acierta a pagarla, su mujer o un hijo son reducidos a la esclavitud, principalmente si estaban obligados a ello por convenio. Los hijos de los esclavos y de las esclavas son considerados libres” (I, cap. 11).

Sobre los prisioneros de guerra que eran capturados[15], su sangre era consideraba una de las ofrendas más preciadas a los dioses. Todos acababan siendo inmolados, bien en las festividades fijas o en las móviles. Y el motivo estaba claro: ser entregados a los dioses celestiales:

A los prisioneros de guerra se les inmola a los dioses, pero mientras esperan su inmolación no son reducidos a esclavitud, pues van a ser consagrados a los seres celestiales” (I, cap. 11).

i) Sobre los Mercados aztecas

Abundaban en productos de todo tipo, no sólo para la compra-venta directa, sino también como materia prima que allí mismo era elaborada en todo tipo de artilugios, de forma industrial:

Se vende en estos mercados yerbas, flores, raíces, semillas plumas, oro, plata, piedras finas, estaño, plomo, latón, perlas y mil clases de conchas. Venden además allí, ciervos destazados, carneros cocidos en agua, carne de buey, laticornios, conejos, liebres, tuzas, topos y perros cuzatli. También mucha miel, azúcar, maíz, maguey y huevos de varias clases de aves. Y otras muchísimas cosas sumamente variadas, según lo quiere la moda(I, cap. 27).

Estos mercados hierven en mercancías de leña, carbón, jarros de barro, cueros de ciervos... De todo esto se fabrican allí mismo sandalias, rodelas, escudos, calzones, corazas y forros para las armas de madera. También suelen ser expuestos trabajos maravillosos de plata, metales y fundidos en bronce” (I, cap. 27).

Y eran organizados por el estado de forma semanal (en las plazas principales de la ciudad) y anual (a nivel nacional, a forma de feria universal), así como regulados para que no hubiesen en ellos irregularidades:

En todos los barrios hay una plaza anexa en la cual cada quinto día se celebran los mercados tianquiztli, no sólo en la ciudad de México sino también en las otras ciudades y poblados de la Nueva España (I, cap. 27).

De los mexicanos, el mercado de Tlatelolco es el más grande, y capaz de casi sesenta mil comerciantes. Después viene el de Tenuchtitlán, en el cual casi ningún día de su celebración deja de congregarse numerosa turba de varones y mujeres, para la compra y venta de las más variadas cosas(I, cap. 27).

Los mercaderes de ambos sexos se sientan en los lugares establecidos, y a ninguno le está permitido ocupar el de otro (I, cap. 27).

j) Sobre la Ciencia azteca

Giraba en torno a la astronomía y observación de los astros, en el mundo azteca sobremanera valorada:

Es fama entre los aztecas su descubrimiento de la multiplicidad de los cielos, del sol, de la luna, de Orión, de Venus, de las Osas, y de los otros astros en los que creen que habita un numen. Suelen observar reverencialmente, sobre todo, los eclipses y meteoros (II, cap. 1).

También toman nota de los fenómenos generados en lo más alto del aire, como los relámpagos, cometas, exhalaciones, vigas ígneas, remolinos ardientes, antorchas celestes, columnas de fuego, la nieve, las nubes, la escarcha y los torbellinos (II, cap. 1).

No obstante, se trataba de un cosmos que ejercía influencia sobre el devenir de las cosas, a forma de destino escrito sobre el presente y futuro de los acontecimientos:

Los aztecas creen que las nubes blancas en las cumbres de los cerros presagian el granizo, y las nubes densas la lluvia. La escarcha cayendo como rocío es señal para ellos de la fecundidad de ese año. El arco iris presagia para ellos un tiempo tranquilo sereno, y el término y fin de las lluvias. Y en las estrellas fugaces creen ver las vicisitudes de los reyes y de los reinos (II, cap. 1).

Tras la astronomía, la medicina fue el 2º de los pilares científicos de los aztcas, tanto en la elaboración de recetas curativas como en el ejercicio de la cirujía operativa:

Los aztecas practican la medicina promiscuamente, tanto hombres como mujeres. Entre ellos destacan los titici, médicos que desempeñan por completo todas las fases de la medicina. Se trata de un arte que han heredado de sus mayores, y que ellos enseñan a sus sucesores (II, cap. 2).

Acostumbran también a recetar medicamentos para cualquiera enfermedad, mediante hierbas, minerales y partes de animales, pues sus tierras abundan en maravillosas diferencias de yerbas salubérrimas. Usan remedios farmacéuticos sumamente elaborados, sin que el veneno esté cohibido (II, cap. 2).

Las heridas superficiales las curan cubriéndolas con harinas. Y para cirugía interior, operan de tal manera que no cortan una vena a nadie, aun cuando por una incisión en el cutis alguna vez saquen sangre y quemen partes del cuerpo para evitar el dolor (II, cap. 2).

En cuanto a escritura, los aztecas emplearon la simbología pictográfica, plasmando dibujos tanto en las paredes como en papel vegetal:

En lugar de letras usan imágenes de cosas que quieren indicar, y las pintan lo más parecido a la realidad. Así mismo, carecen de la pronunciación de algunas de nuestras letras, y usan otras que hoy tampoco usamos nosotros al hablar. Apenas hay provincia que no haya tocado su propia lengua y peculiaridades (II, cap. 20).

Sus pinturas son pintadas en papel preparado de la corteza de los árboles. Son esculpidas también en piedra, bronce y cuero, y en las paredes. Hacen también libros con las caras del papel, que pliegan una sobre otra y doblan como ropa (II, cap. 20).

En cuanto a matemáticas, los aztecas compusieron un completo calendario solar y lunar, y tenían perfectamente enumerados sus años y meses cronológicos:

Los aztecas poseen varios modos de numerar los meses y los años, y albergan una composición feliz y fecunda de toda la cronología de sus acontecimientos. No obstante, a cada año y acontecimiento le ponen un nombre con tanto tino, que es casi imposible saber o investigar su significado. Es difícil descifrar su contenido, porque abundan en sus cuentas la dicción e inflexión numérica (II, cap. 20).

k) Sobre la Religión azteca

Era organizada por la casta sacerdotal, bajo el mandato de 1 achcauhtli-sumo sacerdote y 5.000 tlamacazques-sacerdotes cultuales. Una casta sacerdotal que vivía en celibato, vestía largas túnicas blancas, conservaba y transmitía sus conocimientos entre sí a través de manuscritos jeroglíficos, custodiaban los tesoros estatales y preparaban todos los oficios religiosos:

Los aztecas llaman a sus sacerdotes tlamacazques, y al mayor de todos ellos achcauhtli, que es su sumo pontífice. Entre ellos se transmiten sus conocimientos a través de jeroglíficos, y nunca comparten con los profanos sus secretos, bajo penas de graves suplicios (II, cap. 10).

A muchos de ellos no les está permitido casarse a causa de su dignidad, y si se les sorprende en relación con alguna mujer, son marcados con fuego y severamente castigados. Tienen los sacerdotes también escalpelos de iztli y navajas de nueve pulgadas, con las cuales se hacen incisiones según el voto y afecto de cada uno, en la lengua, brazos, piernas y otras partes del cuerpo (II, cap. 10).

Las vestiduras de los sacerdotes son de algodón, blancas, estrechas y largas; llevan un palio de tela atado con un nudo sobre el hombro derecho, y de él penden hilos orlados de algodón. En los días de fiesta se tiñen de negro (II, cap. 10).

Desempeñan el ministerio de Huitzilopochtli cinco mil hombres, pero no a todos toca el manejo de los altares. Como herramientas, usan los vasos y otros instrumentos sacrificiales, como los braseros con carbones encendidos. Perfuman las estatuas con hierbas, flores y polvos, y con varias lágrimas perfumadas de árboles y goma de gratísimo olor. Confeccionan incienso de la tierra, que ellos llaman tecopalli (II, cap. 10).

Se organizaba en torno a los grandes templos solares, xerolofos piramidales de gigantesca construcción, bajo supervisión sacerdotal y destinados a los rituales oficiales estatales, de procesiones, ofrendas y sacrificios:

Describiremos la estructura del templo mayor, para que así venga a la vista la fábrica de todos los demás. Se trata de un cuadrado cuyos ángulos distan casi quinientos pasos uno del otro, rodeado de un muro de piedra que se abre por sólo cuatro puertas a las vías públicas de la ciudad. Casi la mitad del pavimento de este espacio es un aplanado sólido de tierra y piedra, cuadrado y de cincuenta ulnas de lado. De allí se levanta una construcción, que se atenúa poco a poco a modo de pirámide, y que concluye en una azotea cuadrada de ocho o diez ulnas por lado. A la cual se sube por la parte del ocaso por ciento trece escalones, muy hermosos a la vista y fabricados con un género de piedra digno de ver (II, cap. 9).

Se trata de templos destinados principalmente a los sacerdotes, que bajan y suben con pompa de ellos, y que en las ceremonias oficiales llevan a los hombres que van a ser inmolados (II, cap. 9).

Entre el último escalón y los altares de arriba se extiende la azotea, donde tienen lugar las ceremonias del sacrificio, sin ningún impedimento por parte de los presentes. Todo el pueblo volvía sus ojos al Oriente y, con ánimo atento, oraba suplicante (II, cap. 9).

Templos solares que constituían el corazón del santuario azteca, especie de ciudadela sacerdotal llena de pequeños templos cultuales, que ofrecía a los feligreses la posibilidad de acceder a sus dioses.

Además de la gran pirámide, se divisan a su alrededor otras cuarenta pirámides pequeñas, templos menores cónicos que rodean al mayor, cada uno con su altura y anchura propia. Pero estos templos menores no miran al Oriente, sino al resto de regiones del cielo, para diferenciarse en algo del Templo Mayor (II, cap. 9).

Los templos menores están dedicados al culto a los dioses. Su puerta de entrada es semejante a la boca y fauces de un gran dragón, y en ella están esculpidas imágenes y dientes que infunden terror a los que entraban. Son templos de libre acceso por todas sus partes, a través de unas escaleras. Pues junto a cada uno de sus ángulos hay pequeñas capillas con imágenes de los dioses, de las que se dice que son las casas de los dioses (II, cap. 9).

A lo que había que añadir, como elemento religioso popular, la existencia de multitud de pequeñas ermitas, o tehucállis, expandidas por todos los lugares de la geografía azteca y con función tanto cultual como exequial popular:

Estos templos diminutos son llamados aquí tehucálli, y son numerosísimos en México. Cada uno da servicio a su propio barrio o campo. Carecen de oratorios y altares, pero sí contienen habitáculos o sedes para colocar en ellos las imágenes de sus dioses y sus ídolos. En ellos se sepultan los aztecas, en sus mejores sitios los señores que los han fundado, y en el resto de pavimentos, atrios y patios adyacentes al resto de mortales (II, cap. 9).

l) Sobre el Más Allá azteca

Todos los hombres aceptaban la muerte como designio de los dioses. Al difunto se le encogían las piernas, se le rodeaba con el papel vegetal ámatl, y se le echaba agua fría para recorrer su camino. Quemaban las ropas y ornamentos utilizados en vida para que le sirviesen en el otro mundo. Sacrificaban un perro bermejo[16], como señal de guía:

Concluido esto, le encogen las piernas al muerto, y lo rodean por todas partes con el papiro que llaman amatl. Le rocían el rostro y la cabeza con agua fría, y depositan a sus pies un pequeño vaso, añadiendo que eso le servirá para recorrer el larguísimo camino emprendido. A continuación atan y cosen su cuerpo con lienzos, a forma de mortaja. Y colocan papiros a su alrededor, añadiendo que vendrá el tiempo en que le serán necesarios” (I, cap. 15).

Queman también todos los vestidos que había usado en la vida, y depositan sus cenizas a sus pies, para que le protejan del frío intenso de las regiones por las que tiene que atravesar. Le ligan al cuello, como compañero de viaje, a un perro bermejo, mediante hilos flojos de algodón. Pues creen que sin este auxilio no podrá atravesar el río tartáreo. En el camino hacia el más allá, y una vez atravesado el río Tártaro, el difunto debe dar los papiros como don suplicante a Plutón, dios del Tártaro” (I, cap. 15).

Las costumbres funerarias eran diferentes si se trataba de un señor o del vulgo. Quemaban los cuerpos en el fuego, los enterraban en una fosa redonda y les ponían piedras valiosas[17], como representativas del corazón del difunto:

Tras adornar el cadáver para el más allá, el ritual depende del grado de nobleza del fallecido. Si se trata de un noble, sientan al cadáver en una silla, lo rodean de banderas, meten en su boca una esmeralda, rocían su cuerpo con sangre de los corazones de sus esclavos, lo queman y vuelven cenizas, y luego van a sepultarlo. Si el difunto pertenece al vulgo ignoble, mercader o militar, se le sienta en una silla, se le ponen enfrente alimentos y la tercera parte de sus bienes, se le mete en la boca una piedra iztlina (la texoxoctli, su nuevo corazón para el más allá), y tras ello se le quema y se le entierra” (I, cap. 15).

La cremación del cuerpo está acompañada por el ritual del fuego, en que un par de viejos cantan y traspasan con lanzas los cadáveres en combustión, y cuando éstos se han hecho huesos y cenizas, esparcen agua sobre ellos. Para el enterramiento usan fosas redondas, y si el enterrado es noble introducen en su interior una esfinge del difunto, hecha a su muerte mediante un aparejo de papeles, y adornada con plumas de muchos colores” (I, cap. 15).

Se trató de una muerte alentada por la creencia en la inmortalidad de las almas, y en la posibilidad de vivir el alma desnuda de cuerpo en el cielo, paraíso terrenal, o el infierno:

Tienen como seguro y probado que las almas son inmortales, y están persuadidos de que habitan completamente desnudas de cuerpo, en uno de estos tres lugares a saber: cielo, infierno o paraíso terrenal(I, cap. 15).

Al cielo, presidido por el dios Sol, iban los que morían en la guerra, los que habían sido hechos prisioneros en las batallas y los sacrificados a los dioses:

Dicen los aztecas que conquistarán el cielo, donde preside el Sol, los que caen en la guerra, o los que son capturados en batalla y sacrificados en las aras de los dioses. Y que al llegar allí serán recibidos con clamores, y sólo podrán mirar al Sol a través de los agujeros de sus escudos, porque de otra manera no les será lícito levantar los ojos para contemplarlo. Creen que el cielo es un lugar gobernado por el Sol, un lugar lleno de bosques hermosos, de todo género de árboles, de animales mansos y multitud de aves bellísimas, que armonizan el lugar con sus cantos. Afirman que de este lugar fluye todo género de delicias, en eterna primavera y clima agradabilísimo, y sin ningún tipo de molestia” (I, cap. 15).

Al paraíso terrenal iban los que morían de gota, sífilis, lepra, sarna, sarpullido, los náufragos y los muertos por rayo. Este lugar constaba de buen clima y una primavera eterna. Los habitantes del paraíso terrenal eran los llamados tlaloques[18], encargados de aplacar la ira de su amo Tláloc mediante la sangre de los niños pequeños. Era costumbre ponerles unas varitas en las manos, las caras teñidas de color azul celeste y papeles recortados por el cuerpo y la nuca.

Al paraíso terrenal van directamente, según los aztecas, los que mueren con enfermedades infecciosas y contagiosas, sórdidas y públicamente conocidas. Por eso nunca los queman al morir, sino que los entierran de cuerpo presente, poniendo entre sus manos unas varitas y semillas de bledo, pintando su rostro de color azul celeste y esparciendo a su alrededor papeles recortados, con los ornamentos peculiares de los dioses(I, cap. 15).

Al báratro-infierno iban todos los demás. La vida ultra terrena dependía del tipo de muerte en la vida terrenal:

Todos los demás, quienesquiera que sean y de cualquier modo que exhalen su alma, creen los aztecas que van precipitados al báratro, lugar horroroso por las perpetuas tinieblas, y que no puede ser evitado por ninguna industria. Porque sus sacrificios, ayunos, preces y efusiones de sangre ablandaron a los dioses solamente para lo caduco de su vida. Pero no obtuvieron el tipo de muerte que desean los dioses, que es lo que importa para ellos. No obstante, cuando los vivos terminen el curso de su vida, verán apagada su luz, y tendrán que ir a donde les parezca a los dioses” (I, cap. 15).

Madrid, 1 marzo 2019
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad

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[1] En dirección a Tulla.

[2] De hecho, QUETZALCOATL no sólo era venerado por los mexicas, sino también por otras tribus como las cholullenses y los tlaxcaltecas.

[3] También conocido como TITLACAHUAN.

[4] Había 2 teorías acerca de dónde se encontraba QUETZALCOATL:

-en Tlapala,
-en su patria, donde volvió y desde donde todavía se espera esperan su retorno.

De ahí que cuando llegó HERNAN CORTES a México, fuese identificado por muchos como Quetzalcóatl.

[5] Como plateros, talladores de piedra, pescadores…

[6] Dioses de la comida y del vino.

[7] Contabilizándose en total más de 2.000.

[8] Destacando en especial el pánico que sentían hacia los eclipses.

[9] Figura considerada, a nivel mitológico, como madre universal de todos los mortales.

[10] Ya que la distinción entre los dos sexos debía quedar muy marcada en el futuro.

[11] OMETECUHTLI y OMETECIHUATL, dioses creadores de las almas.

[12] YOHUALTECUHTLI, dios de la noche.

[13] CHALCHIUHTLICUE, diosa del mar.

[14] A no ser que se casara con ella.

[15] En las denominadas guerras floridas, o pactadas con el pueblo vecino para seguir el ritual de:

-capturar prisioneros,
-ofrecerlos en inmolación a los dioses.

[16] Porque creían que sin él no podrían atravesar el Tártaro.

[17] Cuyo valor dependía del estatus del difunto.

[18] Dioses de las lluvias.