GUERRA DE LAS GALIAS

 

Narradas in situ por Julio César,

su conquistador y cronista a la vez

 


Julio César, conquistando con sus legiones romanas la Europa Central

Madrid, 1 diciembre 2019
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

            La República Romana se estructuraba sobre la base de un auténtico polvorín romano interior, y distaba mucho de aquel modelo democrático que Atenas había inventado bajo fórmula de ejemplaridad a cambio de remuneración. En Roma, todo a la vez entraba en la carrera política, y todo ello sin remuneración de antemano, ni consecuente obligación a la ejemplaridad.

            En el seno de Roma, los patricios enardecían a todos como padres de la patria, los senadores maquinaban las decisiones y leyes a tomar, los magistrados aprovechaban su tiempo en el gobierno para acumular riqueza, y las facciones populares intentaban en todo no quedarse sin tajada. No había dinero de antemano, pero sí que lo podía haber, y repartir, si éste se adquiría del exterior.

            Ese fue el leit motiv de las campañas constantes de la Roma Republicana hacia el exterior, basadas en que todos a una podían conquistar los botines y riquezas primas de los vecinos, y al final a cada uno le podía tocar un pedazo.

            Desde el 509 a.C. Roma había ido conquistando toda Italia, los Alpes, los Balcanes, Grecia, Turquía, el Caucaso, Mesopotamia, Egipto, Africa y España, apoderándose de todo lo que en ellas había. Llegado el año 60 a.C, había llegado el momento de hacerse con la Galia, su más correoso vecino, y cerrar así el círculo perfecto del poder y riqueza romana.

a) Contexto

            El sistema republicano romano, o Res pública, había sido diseñado desde el 509 a.C. para que ningún individuo o grupo social se hiciese con el poder absoluto de manera perpetua. Por ello el poder estaba dividido en varias instituciones, las más importantes de las cuales eran las magistraturas, el Senado y las asambleas populares.

            Las magistraturas estaban investidas con el imperium, o poder civil y militar; sus cargos se compartían y eran temporales por 12 meses. Los magistrados podían ser enviados a las distintas provincias como procónsules o propretores, durante un año o dos. Esto generaba una gran competencia entre magistrados y, debido al corto plazo de los cargos, la necesidad de acumulación de grandes triunfos al servicio de la República.

            El Senado lo constituían por aquel s. I a.C. 300 senadores, que procedían de los patricios o de los equites (familias adineradas). El Senado no tenía función legislativa, y sus decretos pasaban a las asambleas populares, que generalmente los ratificaban. El Senado funcionaba también como consejo para los magistrados:

-prolongando el imperium a los magistrados,
-recibiendo a las embajadas extranjeras.

            Senadores y magistrados competían por aumentar su auctoritas, prestigio e influencia, a través de honores y triunfos. A lo que también tuvo que añadirse la multiplicación de asambleas populares, en las que la plebe (grupo social más pobre y mayoritario) ejercía de votante[1].

            Este fraccionamiento socio-político fue aprovechado por las clases superiores, que poco a poco fueron aumentando sus propiedades y creando grandes latifundios y villas, como muestra de su poder y prestigio. Fue Tiberio Graco, tribuno de la plebe el año 133 a.C, el que intentó llevar a cabo una reforma agraria para solucionar este problema, no logrando triunfar[2] y desatando por primera vez la violencia política en Roma[3].

            A partir de este momento emergieron los problemas latentes en la República, y se configuraron dos facciones sociopolíticas entre continuas conspiraciones:

-el partido aristocrático, u optimates,
-el partido popular, o populares.

            En marzo del 58 a.C. el Senado recibe la noticia de que un grupo de galos (los helvecios) habían empezado a emigrar desde su hábitat natural, y que se disponían a cruzar la Galia Cisalpina y Transalpina para establecerse en Aquitania, provocando un movimiento de bárbaros en la Galia.

           Encomiendan entonces su sofoco al general y cónsul Julio César, y la conquista de la Galia entra en acción. Del 58 al 51 a.C, y con 120.000 soldados romanos a sus órdenes, César tendrá que ir sofocando a 3 millones de rebeldes armados galos, dejando por el camino 2 millones de muertos y 1 millón de esclavizados.

b) Guerra de las Galias de César

            Comienza César la conquista de las Galias con una descripción geográfica del territorio galo, limitado por el Báltico al Norte, los montes Pirineos al Oeste, el Mediterráneo al Sur y el río Ródano al Este, todo ello cruzado en su centro por el río Rihn:

La parte que hemos dicho ocupan los galos comienza del río Ródano, confina con el Carona, el Océano y el país de los belgas; por el de los secuanos y helvecios toca en el Rin, inclinándose al Norte. Los belgas toman su principio de los últimos límites de la Galia, dilatándose hasta el Bajo Rin, mirando al Septentrión y al Oriente. La Aquitania entre Poniente y Norte por el río Carona se extiende hasta los montes Pirineos, y aquella parte del Océano que baña a España” (Libro I, cap. 1).

b.1) Conquista de Suiza

            Los helvecios, pueblo galo establecido entre el monte Jura y el Rihn[4], habían decidido una masiva emigración al oeste bajo el caudillaje de Orgetórige, y combatir a todos los pueblos que se le opusieran por el camino, para enseñorearse de que eran los más poderosos de la Galia:

Los helvecios están cerrados por todas partes en sus 240 millas de largo por 180 de ancho. De una parte por el Rin, río muy ancho y muy profundo, que divide el país helvético de la Germania; de otra por el altísimo monte Jura, que lo separa de los secuanos; de la tercera por el lago Lemán y el Ródano” (Libro I, cap. 2).

Entre los helvecios fue el más noble y el más rico Orgetórige. Éste ganó a la nobleza y persuadió al pueblo a salir de su patria con todo lo que tenían; diciendo que les era muy fácil, por la ventaja que hacían a todos en fuerzas, señorearse de toda la Galia” (Libro I, cap. 2).

Los helvecios se concertaron de apercibir todo lo necesario para la expedición, comprando acémilas y carros cuantos se hallasen. Y fueron haciendo las paces con los pueblos que visitaban, convencidos de que si se juramentan entre sí y unían sus naciones, serían poderosos y fortísimos, y podrían apoderarse de toda la Galia” (Libro I, cap. 3).

            El ejército de Cesar decide entonces la quema de todas sus aldeas y cosechas, aprovechando esa campaña helvecia hacia el Oeste, y para que los helvecios no tuvieran posibilidad de volver a su tierra de origen:

Entonces llevamos adelante la resolución concertada, en cuanto los helvecios salieron de su comarca. Cuando nos pareció estar ya todo a punto, prendimos fuego a todas sus ciudades, que eran 12, y a 400 aldeas con los demás caseríos. Y quemamos todo el grano, para que perdieran la esperanza de volver a su patria” (Libro I, cap. 5).

            Los helvecios intentaron entonces la vuelta a sus territorios:

-a través de la Galia Cisalpina, pero César fortifica posiciones y se lo impide,
-a través del territorio de los eduos, pueblo aliado de Roma, al que saquean:

Sólo por dos caminos podían volver a su tierra: uno por los secuanos, estrecho y escabroso entre el Jura y el Ródano, por donde apenas podía pasar un carro entre la elevadísima cordillera; el otro por nuestra provincia de Galia Ulterior, más llano y ancho” (Libro I, cap. 6).

Informado yo de que pretendían hacer su marcha por nuestra provincia, di orden a toda la provincia de aprestarme el mayor número posible de milicias, mandé cortar el puente junto a Ginebra (Libro I, cap. 7) y levanté un muro de 19 millas de largo, 16 pies de alto y su foso correspondiente, con guardias de trecho en trecho” (Libro I, cap. 8).

Cuando los helvecios supieron de esto, enviaron embajadores para proponernos pasar por la provincia sin agravio de nadie, pero yo se lo negué, explicándoles que no podía abrir el paso a territorio romano a ningún extranjero, y recordándoles sus fechorías en tiempos del cónsul Lucio Casio (Libro I, cap. 7).

Los helvecios, viendo frustrada su pretensión, partieron en barcas y muchas balsas que formaron, vadeando el Ródano por donde corría más somero (Libro I, cap. 8). Quedábales sólo el camino angosto de los secuanos, cosa que hicieron tras obtener el consentimiento de éstos, a cambio de una entrega de rehenes (Libro I, cap. 9). Tras el país de los secuanos, se adentraron los helvecios en el país de los eduos, y empezaron a correrlos y saquearlos. Los eduos, no pudiendo defenderse de la violencia, enviaron mensajeros para pedir socorro a César, por ser leales al pueblo romano. Y lo mismo hicieron los ambarros y alóbroges, sus parientes” (Libro I, cap. 11).

            César interviene en ayuda de aquellos y empieza el hostigamiento a los helvecios, hasta que los masacra en la gran batalla de Bribacte, en plenas alturas de los Alpes:

Me avisaron entonces que los helvecios estaban atravesando el país de los eduos hacia el de los santones, poco distantes de los tolosanos, que caen dentro de nuestra jurisdicción. Por este motivo, mandé traer de Italia 2 legiones y reuní a las 3 que invernaban en Aquileia, atravesando con las 5 legiones los Alpes” (Libro I, cap. 10).

Atravesamos los Alpes por el camino más corto, rebatiendo en sus alturas a los centrones, gravocelos y caturiges que se nos opusieron. Al llegar a Ocelo, último lugar de la Galia Cisalpina, esperamos allí durante 7 días la llegada de los helvecios, pues habían de pasar con sus tropas por aquellos desfiladeros” (Libro I, cap. 10).

Al llegar los helvecios a media noche al río Arar, esperé a que atravesaran 3 partes de sus tropas el río, y lancé 2 legiones sobre la 4ª parte, y las otras 3 sobre el grueso helvecio, a través de un puente que dispuse trazar. Allí quedó desbaratado su ejército, y los que sobrevivieron echaron a huir hacia los bosques cercanos (Libro I, cap. 12 y 13).

            Los helvecios derrotados regresan a su tierra original por orden de César, que se compromete a devolverles sus tierras a cambio de lealtad a Roma. Tras esto, numerosos pueblos galos muestran su amistad a César:

Divicón, que acaudilló a los helvecios en esta batalla, me dijo que si el pueblo romano hacía paz con los helvecios, estaban ellos prontos a ir y morar donde yo lo mandase y tuviese por conveniente. A estas razones respondí que vacilaba en la resolución porque ya en el pasado habían hecho daño al pueblo romano. Pero que con todo hacía la paz, si los helvecios restituían a los eduos y sus aliados los daños cometido” (Libro I, cap. 14).

Al día siguiente, envié 4.000 hombres para llevar a los enemigos a su patria (Libro I, cap. 15), y fueron enviados a los eduos y sus aliados el trigo que la República les tenía acordado (Libro I, cap. 16). Terminada la guerra de los helvecios, vinieron legados de casi toda la Galia los primeros personajes de cada república a congratularse con César” (Libro I, cap. 30).

b.2) Conquista de Alemania Sur

            El pueblo de los secuanos, antiguos enemigos de los eduos, piden ayuda a César para que los libere de la opresión del traicionero y cruel reyezuelo germano Ariovisto, al que ellos mismos habían llamado para enfrentarse contra los eduos[5]:

Pasado el tiempo, los alvernos y los secuanos llamaron en nuestro socorro y amistad, implorando nuestro auxilio con sollozos junto a otras gentes de la Germania, porque sus 120.000 habitantes se hallaban en gran miseria tras haber sido vencidos por los eduos, y porque el rey de los germanos Ariovisto había ocupado la 3ª parte de su país, avecinándose en ella (Libro I, cap. 31).

Me dijeron que Ariovisto era un hombre bárbaro, iracundo y temerario, que había conseguido una completa victoria sobre los galos en la batalla de Amagetobria, ejerciendo un imperio tiránico, exigiendo en parias los hijos de la primera nobleza y tratándolos con la más cruel inhumanidad (Libro I, cap. 31).

Yo mismo me di cuenta que si Ariovisto seguía así, en pocos años desterraría a todos los germanos a la Galia, y éstos se verían obligados a pasar el Rin, no teniendo nada que ver el terreno de la Galia con el de Germania, ni nuestro trato con el suyo, inundando la Galia y poniendo en peligro el imperio de la República Romana (Libro I, cap. 31).

            El romano César contacta con Ariovisto pidiéndole que libere a los secuanos, y que no introdujera más tropas de Germania[6]. Ariovisto se negó, soberbio y desafiante:

Envié a Ariovisto una embajada,  con la demanda de que señalase algún sitio proporcionado donde pudiésemos ambos avistarnos, y tratar asuntos importantes. A esta embajada respondió Ariovisto que si yo pretendiese algo de él, fuese en persona a buscarle” (Libro I, cap. 34).

Repetí entonces la embajada, replicándole que si quería ser amigo de Roma, que no condujese ya más tropas de Germania a la Galia, que restituyese a los eduos los rehenes que tenía en prendas, y permitiese a los secuanos soltar los que les tenían, que no hiciese más agravios a los eduos, ni tampoco guerra contra ellos o sus aliados” (Libro I, cap. 35).

Respondióme Ariovisto ser derecho de la guerra que los vencedores diesen leyes a su arbitrio a los vencidos, y que tal era el estilo del pueblo romano, disponiendo de los vencidos a su voluntad y no al arbitrio ni voluntad ajena. Y pues que él no prescribía al pueblo romano el modo de usar de su derecho, tampoco era razón que viniese el pueblo romano a entremeterse en el suyo” (Libro I, cap. 36).

            Tras lo cual César, adelantándose a los acontecimientos, decide la conquista de Besançon, importante ciudad aliada cuya ocupación le serviría de base de apoyo:

Al mismo tiempo que me contaban la contrarréplica de Ariovisto, vinieron a verme mensajeros de los eduos y trevirenses, a quejarse de que los harudes, trasplantándose a la Galia, estaban talando su territorio, y de que las milicias de 100 cantones suevos cubrían las riberas del Rin con intento de pasarle (Libro I, cap. 37).

Irritado con tales noticias, resolví anticiparme, temiendo que si la nueva soldadesca de los suevos se unía con la vieja de Ariovisto, no sería tan fácil contrastarlos. A grandes jornadas, salí al encuentro de Ariovisto” (Libro I, cap. 37).

A tres días de marcha tuve aviso de que Ariovisto iba con todo su ejército a sorprender a Besanzón, plaza muy principal de los secuanos, con toda clase de municiones y bien fortificada bajo un monte empinado. Hice todo lo posible para que no se apoderase de aquella ciudad, y marché hacia ella de día y de noche, llegando a ella antes que él. Al llegar, puse una guarnición en sus muros, y llené la ciudad de trigo y víveres, para mantener desde ella la guerra contra los germanos, con gran seguridad” (Libro I, cap. 38).

            Desde allí, las tropas romanas salen en busca de los germanos, produciéndose la gran batalla del Rihn, no muy lejos de Besançon:

Cuando Ariovisto estuvo a 24 millas de Besanzón, salimos con nuestras tropas a su encuentro (Libro I, cap. 41), hasta que los dos ejércitos se encontraron en una gran llanura, entre altozanos (Libro I, cap. 43). Yo me adelanté unos 200 m. junto a la legión X, e igual hizo Ariovisto con algunos de los suyos. Yo seguí avanzando hacia Ariovisto, y él hacia mí (Libro I, cap. 43). Hasta que nos juntamos, y yo le sugerí que se retirase de la Galia a la Germania, a cambio de ser amigo de Roma (Libro I, cap. 43), y él me respondió que estaba en la Galia porque los galos lo había llamado y lo querían por rey” (Libro I, cap. 44).

En estas razones estaban cuando me avisaron que la caballería de Ariovisto, acercándose a la colina, venía para los nuestros arrojando piedras y dardos. Dejó César la plática y se retiró a los suyos (Libro I, cap. 46). Los germanos atacaron con 6.000 caballos, 6.000 de infantería, 16.000 hombres ligeros y las mujeres encima de sus carros, repartidos todos por tribus y a trechos iguales (Libro I, cap. 49). Nosotros resistimos en 3 cuerpos de 3 columnas, avanzando hacia adelante y desde las 4 de la tarde a la noche” (Libro I, cap. 50).

           La victoria fue para los romanos, que ejecutaron a los prisioneros enemigos. El resto de supervivientes, incluido Ariovisto, cruzó el Rihn con el resto de germanos, de vuelta a Germania:

Al tercer día de batalla, y ver Ariovisto las heridas recibidas de su ejército, al anochecer tocó a retirada, dejando los cuerpos de los heridos en el campo de batalla (Libro I, cap. 50) y huyendo hasta tropezar con el Rin, distante de allí unas 50 millas y donde se salvaron los que pudieron, a nado o con canoas que allí encontraron” (Libro I, cap. 53).

Todos los demás germanos fueron alcanzados de nuestra caballería, y fueron pasados todos a cuchillo. Perecieron en la fuga dos mujeres de Ariovisto, la una sueva y la otra nórica. De dos hijas de éstas una fue muerta y otra presa” (Libro I, cap. 53).

b.3) Conquista de Bélgica

            Belicosos y peligrosos de entre todos los bárbaros, según César, los belgas se dedicaban a combatir habitualmente a los germanos, y no habían recibido influjo alguno de civilización:

Los más valientes de todos son los belgas, porque viven muy remotos del fausto y delicadeza de nuestra provincia. Los belgas toman su principio de los últimos límites de la Galia, dilatándose hasta el Bajo Rin, mirando al Septentrión y al Oriente (Libro I, cap. 1). Los belgas forman la tercera parte de la Galia y son los más poderosos de ella en el arte militar, deteniendo a los germanos en muchas ocasiones (Libro II, cap. 2).

            Viendo éstos el avance de los dominios romanos en la Galia, prepararon entonces una coalición contra Roma, el año 56 d.C, de entre todos sus pueblos vecinos:

Los belgas forman la tercera parte de la Galia, conjurándose contra el Pueblo Romano, dándose mutuos rehenes e impidiendo que los romanos invernasen en sus territorios, muchas veces alistando tropas a sueldo de entre nuestros aliados” (Libro II, cap. 1).

Me avisaron también que los belgas estaban unánimemente haciendo levas, y que sus tropas se iban juntando en un lugar determinado (Libro II, cap. 2), armándose y conjurándose con los germanos del Rin” (Libro II, cap. 3).

En orden al número de gente de guerra que vi yo que los belgas podían reclutar, los beoveses ya le habían prometido 60.000 combatientes, los suesones le habían ofrecido 50.000 combatientes, los amienses 10.000, los morinos 25.000, los menapios 9.000, los velocases y vermandeses 9.000, los aduáticos 29.000, los condrusos, eburones, ceresos y pemanos hasta 40.000” (Libro II, cap. 4).

            César fue informado por sus embajadores de esto, y la reacción de César no tardó en llegar, apresurándose para la batalla y conformando una estrategia ya antes de que atacaran los belgas:

En fuerza de las noticias y cartas que me trajeron de los belgas los diputados Iccio y Antebrogio, alisté dos nuevas legiones en la Galia Cisalpina, y a la entrada del verano marché contra ellos, en menos de 12 días (Libro II, cap. 2). Llegué allí de improviso, y más presto que nadie lo creyera (Libro II, cap. 3), y todo se ejecutó puntualmente al plazo señalado” (Libro II, cap. 5).

Me esforcé allí en ganarme con buenos oficios a los remenses, y con Diviciaco el Eduo acordamos la estrategia a seguir: dividir las fuerzas del enemigo, para no tener que lidiar a un tiempo con tantos. Lo cual se lograría si los eduos rompiesen por sus tierras y empezasen a talar sus campos” (Libro II, cap. 5).

            Al cruzar el río Aisne, y en torno a Reims, César y su ejército fueron atacados por la coalición belga, pero en esta batalla de Aisne resultaron salir finalmente victoriosos:

Cuando los belgas atacaron todos contra nuestro alido Diviciaco, junto a 6 cohortes de mi legado Quinto Tiburio, éste los fue trayendo hacia el río Aisne, donde remata el territorio belga, y allí fijó sus reales, con el costado defendido por las márgenes del río, y seguro el camino desde Reims para el transporte de bastimentos. Entre los nuestros levantaron allí un parapeto de 12 pies de alto y un foso de 18 pies de profundo” (Libro II, cap. 5).

Los belgas se pusieron a batir aquella plaza, acercándose por todas partes y tirando piedras y dardos hasta que no quedó defensor alguno en la almena. Tras eso, se arrimaron a la puerta en empavesada (con techo protector de escudos) y abrieron brecha, haciéndose entonces de noche y teniéndose que retirar para descansar” (Libro II, cap. 6).

Entonces llegué yo en ayuda de los sitiados a medianoche, con un ejército de flecheros cretenses y honderos baleares, y acampamos a 2 millas de la plaza (Libro II, cap. 7). Vi que el enemigo era muy numeroso, y sondeé que su coraje también lo era, y que tenía sus tropas bien alineadas” (Libro II, cap. 8).

Al día siguiente, los enemigos marcharon de su campamento hacia el río Aisne, para intentar desalojar la fortificación de Quinto Tiburio y romper luego el puente del río (Libro II, cap. 9). Pero yo me lancé con la caballería ligera sobre ellos, junto a los honderos y flecheros. Los nuestros, acometiendo a los enemigos metidos en el puente, mataron a muchos, y a fuerza de dardos rechazaron a los demás. Obráronse allí prodigios de valor, en el complejo tránsito del río y por encima de los cadáveres” (Libro II, cap. 10).

            Los belgas decidieron retirarse para ofrecer resistencia en sus territorios, pero tampoco les sirvió de nada:

Viendo los enemigos fallidas sus esperanzas de conquistar nuestra plaza, concluyeron ser lo mejor retirarse cada cual a su casa, con el pacto de acudir de todas partes a fin de hacer la guerra con más comodidad dentro de su comarca, y sostenerla con sus propias y abundantes cosechas” (Libro II, cap. 10).

Yo di orden a los legados Quinto Pedio y Lucio Arunculeyo de picar la retaguardia enemiga, y al legado Tito Labieno de perseguirlos con 3 legiones. A los postreros los alcanzaron tras muchas millas, y a los fugitivos hicieron gran matanza. Los nuestros siguieron matando gente todo lo restante del día, hasta la puesta del sol” (Libro II, cap. 11).

Al día siguiente, yo mismo no quise dar tiempo a los enemigos de recobrarse del pavor y de la fuga, y me dirigí contra los suesones y su ciudad de Novo, formando el terraplén y levantando las bastidas. Se espantaron los galos de aquellas máquinas, para ellos nunca vistas ni oídas, y me enviaron enseguida una petición de perdón y vasallaje (Libro II, cap. 12), junto a las prendas de ganados y los dos hijos de su mismo rey Galba” (Libro II, cap. 13).

Al día siguiente marché contra los beoveses, los cuales salieron de allí cuando ya estábamos a 5 millas, viviendo a nuestro encuentro sus ancianos y rindiéndose a discreción, junto a todos sus niños y mujeres” (Libro II, cap. 13).

            De entre los belgas solamente resistieron hasta el final los nervios, que eran los más belicosos y que lograron reclutar al resto de tribus belgas. No obstante, estas últimas tribus belgas fueron también derrotadas y aniquiladas, en la brutal batalla de Sambre:

Llevaba ya tres días de jornada por aquellas tierras, cuando me dijeron los prisioneros que a 10 millas de nuestras tiendas corría el río Sambre, en cuya parte opuesta estaban acampados los nervios, aguardando allí su venida unidos con los arrebates, vermandeses y resto de tribus, con 60.000 combatientes más todas sus mujeres y personas inhábiles” (Libro II, cap. 16).

Por la cercanía del enemigo, llevé conmigo 6 legiones sin más tren que las armas, y dejé 2 legiones junto a los equipajes. Las 6 legiones que vinieron conmigo, al pasar el río empezaron a delinear el campo, y empezaron a fortificarlo” (Libro II, cap. 19).

Los enemigos, cubiertos en las selvas, avistaron nuestros bagajes traseros y lanzaron todas sus tropas sobre ellos, trabándose allí la batalla (Libro II, cap. 19) y viniendo al río los caballos que huían de allí. Yo enarbolé el estandarte e hice tocar la bocina, dejando todos mis hombres de trabajar la fortaleza y yendo a socorrer a los nuestros del avituallamiento (Libro II, cap. 20). Nuestras legiones salieron corriendo hacia los enemigos con un ímpetu valeroso, sin ajustarse yelmos ni desfundar los escudos (Libro II, cap. 21), cada una por su parte y sin más orden que el de urgencia, apiñando las banderas” (Libro II, cap. 22).

Al llegar al lugar, nuestros soldados empezaron a sentir las voces y alaridos de los que conducían el bagaje, que corrían despavoridos unos acá y otros allá. Vieron luego nuestros reales cubiertos de enemigos, y nuestras 2 legiones estrechadas y cogidas (Libro II, cap. 24), perdido el estandarte y con nuestros soldados muertos o heridos” (Libro II, cap. 25). Yo mismo me puse al frente, y exhorté a todos a avanzar y ensanchar filas para servirse mejor de la espada. Les pedí un último esfuerzo en medio de este gran peligro, y cerrar todas las banderas a una” (Libro II, cap. 25).

Los nuestros recobraron el aliento, embistieron allí a los enemigos, que se defendían con gran valentía y reemplazaban a los que iban cayendo. Los soldados de las legiones IX y X masacraron por el ala izquierda a los belgas con los dardos, persiguiéndolos luego con la espada hasta que los agotaron y degollaron, dejando vivos a 500 de 60.000” (Libro II, cap. 27).

Acabada la batalla, y con ella casi toda la raza y nombre de los nervios, los viejos que estaban con los niños y las mujeres recogidos entre pantanos y lagunas, sabedores de la desgracia, enviaron embajadores a César para entregarse a discreción” (Libro II, cap. 28).

b.4) Conquista de Bretaña

            Mientras invernaba en Iliria, César recibió la noticia de que los pueblos galos del Cotentin, en la península oceánica de Vannes, se rebelaban contra las guarniciones romanas allí instaladas, por el retraso en la llegada de víveres romanos a la comarca:

Entonces envié a Publio Craso con una legión para dar aviso a los vénetos, únelos, osismios, curiosolitas, sesuvios, aulercos, reñeses y vaneses, pueblos marítimos sobre la costa del Océano, de que todos quedasen sujetos al Pueblo Romano (Libro II, cap. 34), mientras yo me iba a invernar a la Iliria, tras la victoria contra los belgas” (Libro II, cap. 35).

Estando Publio Craso con la legión VII en las costas del Océano, cerca de su cuartel invernal de Anjou, y yo en el cuartel de invierno del Ilírico, se suscitó entonces una improvista contienda con los vénetos, por carecer de grano aquellos territorios (Libro III, cap. 7).

Los vaneses, pues, dieron principio a las hostilidades, arrestando a Silio y Velanio. Movidos de su ejemplo los confinantes arrestan por el mismo fin a Trebio y Terrasidio. Igualmente, las demás de la costa se van uniendo al partido de los sublevados, con la idea de conservar la libertad heredada antes que sufrir la esclavitud de los romanos” (Libro III, cap. 8).

            César acudió inmediatamente con su ejército a aquel territorio, y comenzó los preparativos para atacar fuertemente sus núcleos. Sabiendo que todos ellos eran pueblos navegantes, mandó por ello también la construcción de una flota naval, para derrotarles por mar:

La república de estos últimos es la más poderosa entre todas las de la costa, por cuanto tienen gran copia de navíos con que suelen ir a comerciar en Bretaña. En la destreza y uso de la náutica se aventajaban éstos a los demás, y como son dueños de los pocos puertos que se encuentran en aquel golfo borrascoso y abierto, tienen puestos en contribución a cuantos por él navegan” (Libro III, cap. 8).

Enterado yo mismo de estas novedades por Craso, y viendo lo distante que estaba, di orden de construir galeras en el río Loire, que desagua en el Océano, y de traer remeros de la provincia, y juntar marineros y pilotos (Libro III, cap. 9).

Los vaneses y demás aliados, sabida mi llegada y del delito que habían cometido, hicieron los preparativos para la guerra en su ciudad de Vanes, mayormente todo lo necesario para el armamento de los navíos, muy esperanzados del buen suceso por la ventaja del sitio, y de que ellos por mar serían superiores en fuerzas (Libro III, cap. 9).

            A pesar de las ventajas galas en la navegación, finalmente fueron vencidos todos aquellos pueblos sublevados por el ejército romano, en una batalla naval de abordaje:

Por aquellos parajes los caminos estaban a cada paso cortados por los pantanos, la navegación era embarazosa, y eran muy contados los puertos. Los romanos no tenían navíos adecuados al lugar, ni conocimiento de los bajíos, islas y puertos en que habían de hacer la guerra; además, no era lo mismo navegar por el Mediterráneo entre costas, como por el Océano, mar tan dilatado y abierto (Libro III, cap. 9). Además, aquellas poblaciones estaban fundadas sobre cabos y promontorios, y no eran accesibles por tierra, por la alta marea que se experimenta. Ni tampoco por mar, pues en la baja marea nuestras naves quedaban encalladas en la arena (Libro III, cap. 12).

Confederados los vaneses y vénetos con únelos, osismios, curiosolitas, sesuvios, aulercos, reñeses y vaneses, pronto se les unieron en su puerto de Vienes los osismios, lisienses, nanteses, ambialites, merinos, dublintes, menapios, acudiendo en su socorro desde la Bretaña, isla situada enfrente de estas regiones (Libro III, cap. 9).

Cuando los enemigos avistaron nuestras naves, salieron contra nosotros 220 naves de su puerto, bien tripuladas y provistas de toda suerte de municiones. Bruto, director de nuestra escuadra, no sabía cómo entrar en batalla, hasta que decidió atacar con las hoces bien afiladas que llevábamos a los mástiles de los barcos enemigos, haciendo pedazos su cordaje y que cayese sobre sus tripulantes el peso de las vergas. Así perdieron los galos su ventaja de velas y jarcias, y quedaron inservibles sus barcos (Libro III, cap. 14).

Perdidos los galos sus barcos, lo restante del combate dependió del valor, y de que todos los cerros y collados que tenían vistas al mar estaban ocupados por nuestras tropas. A cada navío inutilizado saltaban y abordaban los nuestros, y uno a uno los fueron masacrando (Libro III, cap. 15).

            Quedaron así totalmente sofocados los focos de sublevación en la Galia norte, esclavizada toda su población y a disposición de César de unos conocimientos y materiales navales de gran valor:

Muchas fueron las dificultades de hacer la guerra allí,  pero no eran menos los incentivos que yo tenía cuando la emprendí: el atentado de prender a los caballeros romanos; la rebelión después de ya rendidos; las deslealtad contra la seguridad dada con rehenes; la conjura de tantos pueblos, y sobre todo el recelo de que si no hacía caso de esto, no siguiesen su ejemplo otras naciones (Libro III, cap. 10).

Con esta batalla terminó la rebelión de los vaneses y todos los pueblos marítimos, y fueron condenados a muerte todos sus senadores, y vendida toda su población como esclava (Libro III, cap. 16).

b.5) Conquista de Aquitania

            Comenzó con el asedio bárbaro que hicieron las tribus aquitanas al tribuno Sabino, invernado con sus legiones en el campamento romano de Viridovige y en esta ocasión con serios apuros:

Mientras esto pasaba en Vannes los aulercos, ebreusenses y lisienses se ligaron con Viridovige y una gran chusma de bandoleros y salteadores que se les agregó de todas partes, los cuales se dedicaron al pillaje de las tierras aquitanas” (Libro III, cap. 17).

Quinto Tiburio Sabino, que se había acampado en lugar ventajoso para todo, a 2 millas de distancia de Viridovige, no salía de las trincheras, sacando cada día sus tropas afuera y oponiéndoles resistencia, a pesar de la persuasión de su miedo (Libro III, cap. 17) y de la escasez de bastimentos, de que por descuido estaban mal provistos” (Libro III, cap. 18).

            Tras lo cual llega la noticia de los hechos a César, que comienza el reclutamiento romano de soldados y víveres, y a todos ellos los envía con Craso al socorro de Sabino:

Yo me apresuré a darle socorro, proveyéndome bien de víveres y de caballos, convidando en particular a muchos militares conocidos por su valor de Tolosa, Carcasona y Narbona, ciudades de nuestra provincia confinantes con dichas regiones, a los que envié al mando de Craso” (Libro III, cap. 20).

            Al llegar los refuerzos romanos al lugar de los hechos, la caballería romana empieza a perseguir a los enemigos y hacerlos encerrar en su ciudad rebelde, tras lo cual tiene lugar el asedio a Viridovige:

El combate fue largo y porfiado; como que, ufanos los enemigos por algunas antiguas victorias, estaban persuadidos que de su valor pendía la libertad de toda la Aquitania (Libro III, cap. 20). Pero los nuestros lograron encerrarlos dentro de la ciudad, a la cual inmediatamente pusieron en sitio, conforme a la disciplina de los romanos” (Libro III, cap. 23).

Unos se ocupaban en cegar los fosos, otros en derribar a fuerza de dardos a los que montaban las trincheras, y hasta los auxiliares, de quienes Craso fiaba poco en orden de pelear, con aprontar piedras y armas y traer céspedes para el terraplén, pasaban por combatientes. Defendíanse así mismo los enemigos con tesón y bravura, disparando a golpe seguro desde arriba, por lo que nuestros caballos, dado un giro a los reales, avisaron a Craso que hacia la puerta trasera no se veía igual diligencia y era fácil la entrada (Libro III, cap. 25).

            El asedio culmina con la entrada romana a la ciudad rebelde, el aniquilamiento de la mayor parte de los enemigos y la rendición a Roma de todas las tribus bárbaras de la Aquitania:

Ya estábamos dentro, por la puerta trasera, cuando los enemigos pudieron caer en cuenta de lo acaecido. Los nuestros empezaron a batir a los enemigos, que acordonados por todas partes empezaron a huir de la ciudad. Mas perseguidos por nuestra caballería de 50.000 hombres, en aquellas espaciosas llanuras cayeron las tres cuartas partes de ellos (Libro III, cap. 26).

A la nueva de esta batalla, la mayor parte de Aquitania se rindió a Craso, enviándole rehenes espontáneamente, como fueron los tarbelos, los bigorreses, los precíanos, vocates, tarusates, elusates, garites, los de Aux y Carona, sibutsates y cocosates. Solas algunas naciones más remotas, confiadas en la inmediación del invierno, dejaron de hacerlo (Libro III, cap. 27).

b.6) Reforzamiento del Rihn

            El limes-frontera del Rihn fue ocupado por una serie de pueblos germanos, que a su vez decían recibir una fuerte presión de los suevos. César les ordenó volver a su tierra, pero éstos le engañaron y se dedicaron al saqueo:

Al invierno siguiente, los usipetes y tencteros de la Germania, en gran número, pasaron el Rin hacia su embocadura en el mar. La causa de su trasmigración fue que los suevos, con la porfiada guerra de muchos años, no los dejaban vivir ni cultivar sus tierras” (Libro IV, cap. 1).

Dícese que los suevos tienen cien merindades, cada una de las cuales contribuye anualmente con mil soldados para la guerra, supliéndose así en la milicia y limpiando todos los contornos de sus territorios, sin que nadie pueda resistir a su furia y para que todo esté despoblado a muchas leguas de sus ciudades” (Libro IV, cap. 3).

Enterado del caso, y por no dar ocasión a una guerra más peligrosa, partí hacia allá y confirmé lo que me habían anunciado. Convidé a los germanos a dejar el Rin y a ayudarles en cuanto necesitasen, acariciándoles y ganándome su voluntad” (Libro IV, cap. 6).

Pero los germanos, en estas confianzas, empezaron a alargarse más y más en sus correrías, hasta entrar por tierras de los eburones y condrusos, que son dependientes de Tréveris, pillando y forrajeando todo lo que encontraban al paso por los brazos del Rin” (Libro IV, cap. 6).

            Ante esto César no tuvo escrúpulos y ejecutó a todos los germanos, a pesar de sus insistentes peticiones de clemencia y piedad, y provocando una auténtica masacre de germanos[7]:

Entonces ordené a mis legiones que tuviesen pronta la caballería, y declaré la guerra contra la Germania (Libro IV, cap. 6). Provisto, pues, de víveres y de caballería escogida, dirigió su marcha hacia donde oía que andaban los germanos” (Libro IV, cap. 7).

Al llegar al río Mosa, que es un brazo del Rin, establecí mi cuartel en el monte Vauge (a 80 millas del Océano y la desembocadura del Rin), enfrente de la isla fluvial de Batavia (en medio del Rin) y a 12 millas del enemigo (Libro IV, cap. 10). Ellos me enviaron embajadores para pedir clemencia y que no usase mi caballería contra ellos, bajo salvoconducto con juramento” (Libro IV, cap. 11).

Pero no tuve piedad de ellos por la traición que ya me hicieron una vez, y sin esperar un día más lancé mi caballería de 5.000 hombre sobre ellos (Libro IV, cap. 13), incluidos mujeres y niños (Libro IV, cap. 14). Allí degollamos a todos los germanos, en medio de un gran griterío y sin que pudiesen escapar por estar el Rin rodeándolos” (Libro IV, cap. 15).

            Tras la masacre, y a modo de lección, construyó César un puente y cruzó el Rihn, lanzándose al ataque más allá de Rihn sobre otra serie de tribus germanas que allí moraban, y del mismo modo que ellos habían hecho días atrás:

Fenecida esta guerra de los germanos, me determiné a pasar el Rin por muchas causas, siendo de todas la más justa, que ya que los germanos con tanta facilidad se movían a penetrar por la Galia, quiso meterlos en cuidado de sus haciendas con darles a conocer a sus 450.000 habitantes que también el ejército romano tenía maña y atrevimiento para pasar el Rin” (Libro IV, cap. 16).

Y así, ordené la suma dificultad de alzar puente sobre río tan ancho, impetuoso y profundo, para transportar por él a mi ejército y mediante una traza bien consistente de travesaños y zarzos” (Libro IV, cap. 17).

Tras concluir el puente en 10 días (Libro IV, cap. 18), pasé a mi ejército y me detuve algunos días en quemar las aldeas germanas y sus caseríos, en segar sus mieses y en vengarme y meter miedo a los germanos, matando a muchos y haciéndome con muchos rehenes” (Libro IV, cap. 19).

            Tras la nueva masacre de germanos, Cesar ordenó la destrucción del puente del Rihn, volvió a la Galia y se dedicó a perseguir a los rebeldes galos, que habían huido a Britania:

Gastados 18 días al otro lado del Rin, y pareciendo haberme granjeado bastante reputación y provecho entre los germanos, di la vuelta a la Galia y mandé deshacer el puente, prosiguiendo en adelante la persecución de los galos rebeldes” (Libro IV, cap. 19).

b.7) Conquista de Inglaterra

            Sin demasiados preparativos, y al darse cuenta César de que los rebeldes galos recibían apoyo enemigo de las islas británicas, empezó a diseñar César un inmediato desembarco en Inglaterra, con el fin de inspeccionar el terreno:

Al fin ya del estío, aunque en aquellas partes se adelanta el invierno por caer toda la Galia al Norte, sin embargo, planifiqué un desembarco en Bretaña, por estar informado que casi en todas las guerras de la Galia se habían suministrado de allí socorros a nuestros enemigos” (Libro IV, cap. 20).

Yo consideraba ser de suma importancia ver por mí mismo aquella isla, reconocer la calidad de la gente, registrar los sitios, los puertos y las calas; cosas por la mayor parte ignoradas. También porque habrá quien allá navegue fuera de los mercaderes, y porque ni aun éstos tienen más noticia que de la costa y de las regiones que yacen frente de la Galia” (Libro IV, cap. 20).

            En la primavera del 54 a.C. ya tenía César planeada la conquista de la parte más meridional de Inglaterra, y había estado construyendo una gran flota romana para ello. Tras lo cual, se lanzó a hacer la travesía naval a Inglaterra:

Entonces marché con mi ejército a Morinos, porque desde allí era el paso más corto para la Bretaña. Aquí mandó juntar todas las naves de la comarca y la escuadra empleada el verano antecedente en la guerra de Vannes” (Libro IV, cap. 21).

Aprestadas 80 naves de transporte, que bastaban para el embarco de 2 legiones, lo que le quedaba de galeras las repartí entre el cuestor, legados y prefectos. Otros 18 buques de carga las destiné para la caballería, y la defensa del puerto la encomendé al legado Quinto Sulpicio Rufo, con la guarnición competente” (Libro IV, cap. 22).

Dadas estas disposiciones, con el primer viento favorable izé velas a medianoche; y mandé pasar la caballería al puerto de más arriba con orden de que allí se embarcase y le siguiese. Nuestras primeras naos tocaron tierra en la costa de Bretaña a las 4 de ese día, y los demás buques sobre las 9” (Libro IV, cap. 23).

Desembarcamos en una playa estrechada por los montes, en la que nuestros grandes navíos no podían dar fondo sino mar adentro, y en la que desde los altos cerros se  podía disparar a golpe seguro sobre la ribera. También observé que las tropas enemigas estaban en armas ocupando todos aquellos cerros” (Libro IV, cap. 23).

            Tras el desembarco en Inglaterra, los romanos fueron sorprendidos por los indígenas ingleses antes incluso de pisar tierra, hasta que paulatinamente lograron derrotar a los britanos cerca de Canterbury, en una de las batallas más variopintas de las Guerras Galas:

Los bárbaros trataron de impedir nuestro desembarco, bajando con su caballería y carros armados de los cerros a la playa, y disparando sin parar. Esto resultó para nosotros muy embarazoso, pues nuestros soldados tenían que saltar de las naves y hacer pie entre las olas, aparte de pelear contra los enemigos, que venían en caballos muy bien espoleados (Libro IV, cap. 24). Peleóse por ambas partes con gran denuedo. Mas los nuestros no podían mantener las filas, ni hacer pie en el agua, ni seguir sus banderas, mientras los enemigos corrían a caballo por en medio del agua, y asestaban golpes por todas partes” (Libro IV, cap. 26).

Con estos incidentes, los nuestros se acobardaron, pues nunca se habían visto en tan extraño género de combate, y no todos mostraban aquel brío y ardimiento que solían en las batallas dé tierra (Libro IV, cap. 24). Entonces el alférez de la legión X les increpó a voz en grito: Saltad, soldados, a lo profundo del agua y enarbolad el estandarte, si no queréis ver el águila en poder de los enemigos” (Libro IV, cap. 25).

Advirtiendo yo todo eso, ordené que las galeras más grandes y veloces se separasen un poco de los transportes, y a fuerza de remos se apostasen contra el costado descubierto de los enemigos, de donde con hondas, trabucos y ballestas los arredrasen y alejasen. Esto alivió mucho a los nuestros, porque atemorizados los bárbaros de la extrañeza de los buques, del impulso de los remos, y del disparo de tiros nunca visto, empezaron a retroceder (Libro IV, cap. 25). Apenas los nuestros fijaron el pie en tierra, seguidos luego de todo el ejército, cargaron con furia a los enemigos y los ahuyentaron” (Libro IV, cap. 26).

            Entonces, los britanos optaron por hacer una guerra de guerrillas contra el ejército romano, en un territorio boscoso y desconocido para los romanos:

Al cuarto día de nuestro arribo a Bretaña, y estando la legión VII en busca de trigo por aquellos cortijos de la isla, los nuestros fueron apremiados por los enemigos, y empezaron a recibir dardos por todas partes” (Libro IV, cap. 32).

Los enemigos se emboscaban por la noche en las selvas de la isla; y a la hora que los nuestros desparramados y sin armas se ocupaban en la siega, los asaltaban y embestían de improviso, matando a algunos y rodeando con su caballería a los demás, antes de que pudieran ordenarse para el combate (Libro IV, cap. 32). Siempre asaltan todos a una, arrojando dardos y desordenando con sus caballos nuestras filas (Libro IV, cap. 33), y provocando consternación en nuestros guerreros” (Libro IV, cap. 34).

            Ante estas guerrillas las fuerzas del Cesar parecían ser inútiles, por lo que optó por declarar un cese de hostilidades con los britanos, ganando así tiempo para la búsqueda y llegada de nuevos efectivos a la isla:

Siguiéronse un día tras otro las lluvias continuas, que impedían a los nuestros la salida de sus tiendas y al enemigo los asaltos (Libro IV, cap. 34). Lo que fue ocasión para enviarse mensajeros por ambas partes, y lograr conseguir la paz con estos extraños enemigos, retirándome yo con mis legiones a los reales, y estándose ellos quietos en sus aldeas” (Libro IV, cap. 34).

Acercándose ya el equinoccio, y cuando todo estaba ya pacificado no me parecía cordura exponerse con navíos estropeados a navegar en invierno. Por tanto, aprovechándose del buen tiempo, levé poco después de medianoche, y arribé con todas las naves al continente para buscar más efectivos” (Libro IV, cap. 36).

            Se trató de un impás de César en la conquista de Inglaterra, volviendo al continente[8] para buscar todo lo necesario y llevarse más efectivos y naves a la isla:

Al llegar de Bretaña a nuestros cuarteles de la Galia, di orden a los legados comandantes de las legiones de construir cuantas naves pudiesen, y de reparar las viejas, dándoles las medidas y forma de su construcción, todas muy veleras y con aparejo traído de España (Libro V, cap. 1). También establecí que fuese Icio el puerto que conectara la Galia con la Bretaña, por navegarse desde allí con mayor comodidad y por un estrecho de 30 millas” (Libro V, cap. 2).

Dispuestas así todas las cosas, al fin llegaron al puerto Icio todas las legiones que partirían conmigo a la Bretaña, en número de 4.000 hombres, toda la caballería de la Galia, la gente de mayor fidelidad para poblar los territorios y todas las naves menos 40, que no habían superado la prueba de navegar con viento contrario (Libro V, cap. 5). También dejé 2.000 caballos en el continente para la defensa de los puertos y movimiento de la Galia” (Libro V, cap. 8).

            Lo que supuso la guerra total contra los indígenas britanos, con todas las estructuras necesarias para la conquista total de Inglaterra, tanto a nivel de repeler emboscadas como a la hora de vencer en la Batalla del Támesis, y civilizar posteriormente la región:

Arribamos con toda la armada a la isla al mediodía, sin que se dejara ver enemigo alguno por la costa (Libro V, cap. 8), y en la playa dejé 10 cohortes, 300 caballos y algunos carpinteros, a la ribera y resguardo de las naves, por si venían tempestades o enemigos” (Libro V, cap. 9).

Habiendo caminado de noche unas 12 millas, salieron a nuestro encuentro los enemigos, tratando de estorbar nuestra marcha, hasta que nuestra caballería los dispersó por los bosques (Libro V, cap. 9). Cuando nuestros soldados estaban descuidados y ocupados en fortificar los campos, salían ellos de improviso del bosque y arremetían contra nosotros (Libro V, cap. 15), no pudiendo los nuestros perseguirlos por la pesadez de nuestras armas, ni porque dentro de los bosques aguardaban más de ellos escondidos” (Libro V, cap. 16).

Hasta que nos fuimos haciendo con ellos según lo planeado, con unas legiones detrás de otras y el apoyo entre ellas en las emboscadas, y empleando la caballería para capturarlos rápidamente en su fuga. Hasta que nunca más de allí en adelante pelearon los enemigos de poder a poder contra nosotros” (Libro V, cap. 17).

Tras repeler las emboscadas, mandé a todo mi ejército al reino de Casivelauno, en las riberas del Támesis. Allí aguardaban todas las tropas de los enemigos, así como estacas puntiagudas que ellos habían plantado en los márgenes del río y debajo del agua, para guarnecer su principal río y medio defensivo. Pero fue tal el coraje de nuestras legiones y caballería, que a toda prisa se lanzaron de cabeza contra los enemigos, desbaratando sus defensas y artilugios (Libro V, cap. 18). Casivelauno se nos rindió, y allí dejé a 4.000 hombres y carruajes, para talar las selvas y hacer campiñas y vías que favoreciesen el tránsito de nuestro pueblo, que allí se empezó a establecer” (Libro V, cap. 19).

A esta sazón, los trinobantes, nación la más poderosa de aquellos países, me enviaron embajadores prometiéndome obediencia a cambio de trigo y rehenes (Libro V, cap. 20). Y también los cenimaños, segonciacos, ancalites, bibrocos y casos, por medio de sus diputados, se rindieron a César bajo las mismas condiciones” (Libro V, cap. 21).

b.8) Vuelta a la Galia

            Mientras César había permanecido en Inglaterra, los belgas del rey Ambiórix habían aprovechado su ausencia para engañar a los legados romanos Cotta y Sabino. Y tras una feroz batalla entre romanos y belgas, las tropas romanas habían sido expulsadas del territorio, hecho que había empezado a animar a otros pueblos vecinos, como los nervios.

            Vuelto rápidamente desde Britania, César se presentó en terreno galo y, uniéndose al ejército del legado Quinto Cicerón (que todavía estaba resistiendo en batalla), logró una contundente victoria[9]. No obstante, su rey Ambiorix había logrado huir, con la idea de seguir buscando apoyos para su revuelta contra Roma.

            En una nueva campaña militar, César consiguió localizar y derrotar a Ambiorix, aunque éste había logrado entregar previamente el testigo de la rebeldía gala al nuevo y poderoso caudillo rebelde: Vercingetórix.

b.9) Conquista de Borgoña y Normandía

            Con la idea de dar caza a Vercingetórix, César decidió fortificar primeramente Narbona, y plantar luego cuarteles de invierno por todo el norte de la Galia septentrional:

Vercingetórige era joven muy poderoso, cuyo padre fue Celtilo el mayor príncipe de toda la Galia. Éste convocó fácilmente a sus apasionados, y los amotinó exhortándolos a tomar las armas en defensa de la libertad. Juntando a los de su partido, abanderizó a mucha gente, echando de sus territorios a sus contrarios. Proclamado rey de los suyos, despachó embajadas a todas partes conjurando a todos a serle leales. En breve hizo de su bando a los de Sens, de París, del Poitú, Cuera, Turena, a los aulercos limosines, a los de Anjou y demás habitantes de las costas del Océano. Y todos a una voz le nombraron generalísimo (Libro VII, cap. 4), formando en breve un grueso ejército en las costas del Océano” (Libro VII, cap. 5).

Informado de estas novedades, recluté a muchos soldados de toda la Galia y me puse en camino y llegué allá, viéndome muy embarazado por la situación (VII,6) y porque Vercingetórige se disponía a romper por la Provenza del lado de Narbona (Libro VII, cap. 7). Entonces reforcé nuestras tropas y fui del todo derecho a Narbona, serenando a su población y poniendo guarniciones en todos sus contornos, en los rodenses de la Provenza, en los volcas arocómicos y en los límites de los territorios enemigos (Libro VII, cap. 7), abriendo caminos de 6 pies de nieve en lo más riguroso del invierno” (Libro VII, cap. 8).

            César encomendó a su legado Bruto a pacificar las tribus del norte, mientras él partía para buscar y capturar a Vircingetórix. Ante los avances romanos, los galos se iban retirando, y las plazas de la Galia Norte iban siendo ocupadas:

Previendo lo que había de hacer Vercingetórige, con motivo de reclutar nuevas tropas y caballos, entregué el mando del ejército a Bruto, con encargo de emplear la caballería en correrías por todo el país, y mientras yo iba a la búsqueda de Vercingetórige durante 3 días” (Libro VII, cap. 9).

Al día siguiente tomaron nuestras tropas Gergovia (Libro VII, cap. 9), Agendico (Libro VII, cap. 10), Velaunoduno y Genabo (Libro VII, cap. 11), saqueando y quemando las ciudades, apresando a los enemigos y fortaleciendo el cauce del río Loire” (Libro VII, cap. 11).

            Fue entonces cuando aparece en escena Vercingetórix, apoyado por numerosas tropas y pueblos galos, y que al ver que César se le acercaba por Neuvy, se precipitó a atacar a las tropas romanas (apoyadas en este momento por tribus germanas):

Cuando Vercingetórige supo de mi venida adonde él estaba, levanta el cerco y sale a mi encuentro. Yo estaba en los planes de asaltar a Neuvy, situada en el camino. Pero al ver a lo lejos la caballería enemiga y el ejército de Vercingetórige, mandé a mis centuriones desenvainar las espadas” (Libro VII, cap. 12).

Nuestra caballería, junto a 400 caballos de refuerzo de los germanos, se trabó con la caballería enemiga. Los galos no pudieron aguantar nuestra furia, y puestos en huida retiraron su ejército hacia un lugar vecino” (Libro VII, cap. 13).

            Tras la derrota de Neuvy, Vercingetórix reúne a todas sus tropas y aliados y les da la nueva orden de rebeldía: la táctica de tierra quemada, en todas las aldeas y lugares del distrito de Berri, donde en ese momento estaban las tropas de César, y para socavar sus avituallamientos:

Vercingetórige, escarmentado con tantos continuados golpes recibidos en Velaunoduno, Genabo y Neuvy, llama los suyos a consejo; propóneles «ser preciso mudar totalmente de plan de operaciones; que se deben poner todas las miras en quitar a los romanos forrajes y bastimentos, quemando las aldeas y caserías que hay a la redonda de Boya hasta donde parezca poder extenderse los enemigos a forrajear»” (Libro VII, cap. 14).

Aplaudiendo todos este consejo, en un solo día ponen fuego a más de 20 ciudades en el distrito de Berri. Otro tanto hacen en los demás. No se ven sino incendios por todas partes; y aunque les causaba eso gran pena, sin embargo se consolaban con que muy en breve recobrarían lo perdido” (Libro VII, cap. 15).

Reducido el ejército a suma escasez de víveres por la poquedad de los hoyos, negligencia de los eduos e incendios de las granjas, en tanto grado que por varios días carecieron de pan nuestros soldados, para no morir de hambre tuvimos que traer de muy lejos carnes para alimentarnos” (Libro VII, cap. 17).

            En Avarico (Bourges), los galos habían ido concentrándose, y allí habían decidido esperar y resistir al ejército romano. Tras un duro y largo asedio, los romanos tomaron finalmente la plaza, providencialmente y como puerta que les abrió el paso a la Normandía:

Acabadas estas cosas, me puse en marcha contra la ciudad de Avarico, la más populosa y bien fortificada en el distrito de Berri, y de muy fértil campiña, con la confianza de que, conquistada ésta, fácilmente me haría dueño de todo aquel estado (Libro VII, cap. 13). Vercingetórige, a paso lento, va siguiendo las huellas de César, y se acampa en un lugar defendido de lagunas y bosques, a 15 millas de Avarico” (Libro VII, cap. 16).

Asentados en nuestros reales enfrente de aquella parte de la plaza, empezamos a formar el terraplén, armar las baterías y levantar 2 bastidas, porque la situación impedía el acordonarla (Libro VII, cap. 17). En 25 días construyeron nuestros soldados un baluarte de 330 pies en ancho con 80 de alto, junto al muro de Avarico” (Libro VII, cap. 24).

En medio de tantos embarazos, del frío y de las lluvias continuas que duraron toda esta temporada, una medianoche empezaron los enemigos a arrojarnos desde los adarves teas y materias combustibles al terraplén, otros pez derretida y cuantos betunes hay propios para provocar el fuego. Con todo, se logró retirar las torres y cortar el fuego del terraplén, pues todos mis hombres acudieron a apagar el incendio” (Libro VII, cap. 24).

Esa medianoche se peleó en todas partes se peleaba, creciendo siempre más y más en los enemigos la esperanza de la victoria, mayormente viendo quemadas las cubiertas de las torres y no ser fácil que nosotros fuésemos al socorro a cuerpo descubierto, mientras ellos a los suyos cansados enviaban sin cesar gente de refresco” (Libro VII, cap. 25).

Pero entonces aconteció, cuando la fortuna de la Galia pendía de aquel momento, que los cuatro porteros que custodiaban la puerta de Avarico murieron uno tras otro al morir el primero y los tres siguientes que fueron uno a uno al socorro del herido. Se abrieron así las puertas de Avarico, nos salvamos del incendio y rechazamos totalmente a los enemigos, poniéndose fin al combate” (Libro VII, cap. 25).

            Los galos fueron estrepitosamente derrotados, y huyeron a la cercana fortaleza de Alesia, donde Vercingetórix se encerró con el resto de tropas y pueblos galos, en una desesperada resistencia a las fuerzas romanas:

Convencidos los galos con tantas experiencias de que nada les salía bien, tomaron al día siguiente la resolución de abandonar la plaza por consejo y mandato de Vercingetórige, en el silencio de la noche y hacia la población vecina de Alesia, acampando a sus afueras” (Libro VII, cap. 26).

Al llegar en la noche a aquella localidad, salieron de repente las mujeres, corriendo por las calles y postradas a los pies de los suyos con lágrimas y sollozos, suplicándoles que ni a sí ni a los hijos comunes, incapaces de huir por su natural flaqueza, los entregasen al furor de los romanos” (Libro VII, cap. 26).

            Tras largo tiempo de asedio a la ciudad de Alesia, y final caída de Alesia ante las tropas romanas, Vercingetórix y el resto de la Galia Norte decide rendirse totalmente ante el Imperio romano, entregando formalmente sus armas:

Al día siguiente, adelantada la torre y perfeccionadas las baterías de Avarico, conforme las había trazado, cayendo a la sazón una lluvia deshecha, marché hacia Vercingetórige, proponiendo premios a los que primero escalasen el muro de Alesia” (Libro VII, cap. 27).

Inmediatamente nuestros soldados volaron de todas partes, y en un punto cubrieron la muralla (Libro VII, cap. 27). Los enemigos, sobresaltados de la novedad, desalojados del muro y de las torres, se acuñaron en la plaza y sitios espaciosos con ánimo de pelear formados, si por algún lado los acometían. Mas visto que nadie bajaba al llano, sino que todos se atropaban en los adarves, temiendo no hallar después escape, arrojadas las armas, corrieron de tropel al último barrio de la ciudad” (Libro VII, cap. 28).

Allí unos, no pudiendo coger las puertas por la apretura del gentío, fueron muertos por la infantería; otros, después de haber salido, degollados por la caballería. Ningún romano cuidaba del pillaje; encolerizados todos por la matanza de Genabo y por los trabajos del sitio, no perdonaban ni a viejos, ni a mujeres, ni a niños. Baste decir que de 40.000 personas se salvaron apenas 800” (Libro VII, cap. 28).

Al día siguiente, convocando a los supervivientes de Alesia y resto de disidentes de la Galia, Vercingetórige los consoló y amonestó «que no se amilanasen ni apesadumbrasen demasiado por aquella derrota ante Roma, pues en el futuro se unirían todas las provincias disidentes de la Galia en una Liga general, que sería incontrastable en el orbe entero. Y que, entre tanto, no se negasen ni resistiesen a los romanos»” (Libro VII, cap. 29).

Al otro día Vercingetórige, convocada su gente y despachan diputados a mi presencia. Yo les mando entregar las armas y las cabezas de partido. Tras ello, se presentan mis generales en el campamento de Vecingetórige, y éste se entrega arrojando sus armas a sus pies” (Libro VII, cap. 89).

           Toda la Normandía es inundada por César de campamentos invernales romanos, así como empieza la romanización de sus ciudades. No obstante, aún tuvo que pasar un año más para que todas las regiones galas quedaran pacificadas. Pero, a fines del 51 a.C, la conquista de las Galias había sido completada:

Entonces envié las legiones a crear nuevos cuarteles de invierno. A Tito Labieno manda ir con dos y la caballería a los secuanos, dándole por ayudante a Marco Sempronio Rutilo. A Cayo Fabio y a Lucio Minucio Basilo aloja con dos legiones en los remenses, para defenderlos de toda invasión contra los beoveses sus fronterizos. A Cayo Antistio Regino remite a los ambivaretos; a Tito Sestio a los berrienses; a Cayo Caninio Rebilo a los rodenses, cada uno con su legión. A Quinto Tulio Cicerón y a Publio Sulpicio acuartela en Chalóns y Macón, ciudades de los eduos a las riberas del Arar, para el acopio y conducción del trigo. Yo determiné pasar el invierno en Bilbracte” (Libro VII, cap. 90).

Sabidos estos sucesos por cartas de César en Roma, se mandaron celebrar en Roma fiestas por espacio de 20 días” (Libro VII, cap. 90).

c) Comentario del Guerra de las Galias

            Durante su juventud Julio César no había mostrado gran interés por la política, a pesar de recibir una educación digna de su rango. Elegido cónsul más joven en la historia de Roma, César resolvió la guerra en Africa[10] y venció a los cimbrios y teutones. Ostentó el cargo de cónsul más tiempo del que era legal, algo insólito en la República. Favoreció a las clases populares y nutrió su ejército de las clases más pobres.

            Tras esto, César fue enviado con el procónsul Minucio Termo a combatir en la rebelión de Mitilene, donde ganó su primer trofeo militar. Vuelto a Roma, se dedicó principalmente a la vida privada, acrecentando sus deudas.

            Tras el año 74 a.C. Cesar decidió comenzar sus progresos políticos:

-entrando en el colegio sacerdotal,
-siendo elegido tribuno militar de la plebe,
-siendo propuesto para cuestor.

            El 61 a.C. fue enviado a Hispania Ulterior como pretor. Allí venció y conquistó a los lusitanos y a los galaicos, y empezó a acumular méritos. Al volver a Roma, y aunque el Senado aún le detestaba, César obtuvo la magistratura más importante: la de cónsul.

            El Senado le concedió entonces el gobierno de las provincias de la Galia Cisalpina, la Galia Transalpina e Iliria, provincias a las que se encaminó el año 58 a.C[11]. Tras su victoria ante los belgas[12] el Senado declara quince días de festejos, siendo este hecho un honor inédito en Roma[13].

            Cuando dejó completada la conquista total del terreno galo, y derrotado en todas sus campañas a los bárbaros, el año 51 a.C. decide César que era la hora de la vuelta a Roma. Al volver a Roma la República concedió a Cesar enormes privilegios, y toda la ciudad fue un clamor popular. Hasta que una conspiración de enemigos acaba con su vida, a traición y a las puertas del Senado. Era el 15 marzo del 44 a.C.

c.1) Análisis historiográfico

          César escribió todas sus campañas en la Galia según las iba terminando de ejecutar. Volvía del campo de batalla, y se ponía a escribir lo sucedido. Sobre todo, insistió en que su conquista total de Francia tuvo 3 partes: la de los aquitanos, la de los belgas y la de los celtas[14].

            Son elementos subyacentes en esta Guerra de Galias de Julio César:

-estilo elegante, preciso y directo, sin adornos retóricos y con las palabras exactas,
-textos escritos de cualquier parte, y de forma rápida,
-descripciones geográficas y etnográficas
[15],
-atención a la cronología de algunos hechos,
-sentido pragmático, ayudando al estado con finalidad moralizante
[16],
-el providencialismo, siendo los hechos del pasado vengados por los dioses en el futuro
[17],
-la fortuna, a través de la naturaleza, y con fuerza en el devenir de las tropas,
-sentencias ante hechos concretos,
-emisión de juicios de valor, siempre dentro del esquema de los consilia
[18],
-consideración de la historia como magistra vitae
[19],
-consecuencias moralizantes y propagandísticas
[20],
-la arenga, y capacidad de aprender,
-propaganda de sí mismo, en tercera persona,
-orgullo de Roma,
-respeto a los enemigos,
-sensación de pervivencia de Roma, en medio del caos bárbaro.

            No obstante, no se sabe si:

-primero escribió César informes breves al Senado, que luego fue completando,
-o si directamente hizo Cesar los Commentarii tal cual están hoy en día.

            Tampoco se sabe cómo fueron estos recibidos en Roma, tanto en el Senado como en el pueblo. Existen varias hipótesis:

-que fueron publicados tras su elaboración  para ser leídos por el público culto,
-que fueron leídos públicamente según iban llegando.

c.2) Análisis militar

            La principal fuente de triunfos en Roma era la guerra. El ejército romano se nutría de los equites[21] y la plebe[22], y su grueso lo componían los pequeños propietarios. Se servía en el ejército básicamente por patriotismo y obtención de botín, fama y honor. Al principio de los tiempos de la República este servicio duraba pocos meses, y los pequeños propietarios podían volver a tiempo a sus cosechas. Sin embargo, a medida que Roma extendía la guerra a regiones más distantes y ante enemigos más poderosos, el servicio militar empezó a alargarse durante años[23].

            En el caso de la Guerra de las Galias, las tropas reclutadas por César en Roma oscilaron entre las 6 y 10 legiones de infantería pesada, con grandes conocimientos militares. Mientras que las reclutadas entre los aliados extranjeros no superaron el equivalente a 2 legiones, siempre de caballería e infantería ligera.

            La lealtad del ejército romano se basaba en el sacramento (o juramento) de fidelidad y obediencia a los superiores, y de no desertar de la batalla. Las faltas de disciplina se castigaban de acuerdo a su gravedad con la suspensión del sueldo, con azotes o hasta con la muerte. El castigo para unidades completas consistía en el diezmo, o aplicación de la pena de muerte a uno de cada diez legionarios.

            En el caso de la Guerra de las Galias, ésta fue una de las claves del éxito romano, sobre todo en la Batalla del Sambre ante el último reducto de belgas, en que los galos pillaron por sorpresa a las 2 legiones que guarnecían la retaguardia y el avituallamiento. Así como fue la clave de la derrota enemiga, pues en el peso de la batalla los galos no sostenían sus posiciones (porque no estaban obligados a ello), y huían por todas partes en cuanto la cosa se ponía fea.

            En cuanto a los mandos del ejército, cada ejército romano quedaba bajo el mando de un cónsul (político provincial), elegido por el Senado para un periodo de un año y una prórroga, y con capacidad para elegir a su propio legatus (legado militar) para cada una de sus legiones. Cada legión se reorganizaba en 6 cuerpos (dirigidos cada uno por un tribuno electo), y cada cuerpo se dividía en 10 centurias (bajo el mando de sus centuriones), de 100 hombres por centuria. Al frente de la legión marchaban los velites, exploradores del terreno y de las posibles trampas o ventajas.

            En el caso de la Guerra de las Galias, la pericia llevada a cabo por el mando romano (por César) fue lo que llevó a la victoria, con una combinación de astucia política, campañas efectivas y una mayor capacidad de anticipación que sus oponentes galos. Para ello, César llevó a cabo la estrategia de dividir a los enemigos, poniéndose del lado de las tribus que estaban sufriendo acoso por parte de sus tribus vecinas. Así se ganaba por la buenas a muchas tribus galas, y recibiría apoyo gratuito y sobre el terreno para vencer a las otras.

            El campamento romano (castrum) desempeñaba un papel fundamental en las tácticas romanas. No era establecido nunca al azar, y siempre debía seguir unos rígidos protocolos. Externamente tenía que estar rodeado por un foso (fossa) de 4 x 3 m. y un terraplén defensivo (agger) con la arena excavada, tras el cual se levantaba la empalizada de madera (si era de tránsito) o piedra (si era invernal). Interiormente, la tienda del general se levantaba en la intersección de las 2 calles que cruzaban el territorio en forma de cruz latina: la via cardo (de norte a sur) y la via decumana (de este a oeste). En cada barrio del campamento se distribuían las tiendas de los soldados, según el cuerpo al que perteneciesen.

            En el caso de la Guerra de las Galias, los romanos plantaron sus campamentos en las riberas de los ríos o faldas de las montañas (a forma de cubrirse las espaldas), y con acceso directo hacia alguna de las poblaciones aliadas que pudiesen facilitar alimentos y materias primas intermitentemente, por si la batalla se alargaba en exceso o había que invernar. Caso totalmente distinto al de los galos, que carecían de campamento fijo, no edificaban estructuras de guerra y comían y sesteaban por los bosques, sin más organigrama militar que la estampida a una contra los romanos.

Madrid, 1 diciembre 2019
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad

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[1] No obstante, sus votos servían sólo para elegir a sus propios representantes de la plebe, y cuando se decidían a presentar alguna propuesta al Senado, solían ser derrotados por los patricios y equites, que eran los que realmente ostentaban el poder y mayoría de voto.

[2] Nada más surgir la propuesta de reforma agraria, los senadores empezaron a temer el respaldo popular de GRACO, y tras acusarlo de pretender el regnum, le asesinaron junto con sus partidarios, lanzándolos al río Tíber.

[3] De hecho, el cargo de tribuno de la plebe fue continuado por su hermano CAYO GRACO, que mantuvo y amplió las reformas de su hermano, y consiguió el apoyo de muchos equites. Sin embargo, las tensiones entre el bando senatorial y el bando de Cayo terminaron en conflicto abierto. Finalmente, Cayo murió en la lucha, arrojado al río Tíber.

[4] Sobre los que CESAR ofrece toda una serie de demográficos sobre Suiza, al decir que “in castris helvetiorum tabulae repertae sunt litteris graecis confectae et ad Caesarem relatae, quibus in tabulis nominatim ratio confecta erat, qui numerus domo exisset eorum qui arma ferre possent, et item separatim, quot pueri, senes mulieresque. [Quarum omnium rerum] summa erat capitum helvetiorum milium CCLXIII, tulingorum milium XXXVI, latobrigorum XIIII, rauracorum XXIII, boiorum XXXII; ex his qui arma ferre possent ad milia nonaginta duo. Summa omnium fuerunt ad milia CCCLXVIII”.

            Es decir, que “halláronse en los reales helvecios unas Memorias, escritas con caracteres griegos, que contenían la cuenta de los que habían en su patria en edad de tomar armas, y en lista aparte los niños, viejos y mujeres. La suma total de personas, era: de los helvecios 273.000; de los tulingos 36.000; de los latóbrigos 14.000; de los rauracos 22.000; de los boyos 32.000; los de armas eran 92.000, y entre todos componían 368.000” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, I, 29).

[5] Momento que CESAR aprovecha para adquirir un conocimiento más exhaustivo de la Germania, tras el cual y cuando el tiempo lo permita, enviará en una descripción geográfica sobre Alemania al Senado Romano: Germani neque druides habent, qui rebus divinis praesint, neque sacrificiis student. Deorum numero eos solos ducunt, Solem et Vulcanum et Lunam (VI, 21). Vita omnis in venationibus atque in studiis rei militaris consistit: ab parvulis labori ac duritiae student (VI, 21). Promiscue in fluminibus perluuntur et pellibus aut parvis renonum tegimentis utuntur magna corporis parte nuda (VI, 21). Agriculturae non student, maiorque pars eorum victus in lacte, caseo, carne consistit. Neque quisquam agri modum certum aut fines habet proprios; sed magistratus in annos singulos gentibus cognationibusque hominum, atque anno post alio transire cogunt (VI, 22). In pace nullus est communis magistratus, sed principes regionum atque pagorum inter suos ius dicunt controversiasque minuunt (VI, 23). Hospitem violare fas non putant; qui quacumque de causa ad eos venerunt, ab iniuria prohibent, sanctos habent, hisque omnium domus patent victusque communicatur (VI, 23).

            Es decir, que “los germanos no tienen druidas que hagan oficio de sacerdotes, ni se curan de sacrificios. Sus dioses son solos aquellos que ven con los ojos y les proporcionan beneficencia, como el sol, el fuego y la luna (cf. Ibid, VI, 21). Toda la vida gastan en caza y en ejercicios de la milicia. Desde niños se acostumbran al trabajo y al sufrimiento (cf. Ibid, VI, 21). Se bañan sin distinción de sexo en los ríos y se visten de pellicos y zamarras, dejando desnuda gran parte del cuerpo (cf. Ibid, VI, 21). No se dedican a la agricultura, y la mayor parte de su vianda se reduce a leche, queso y carne. Ninguno tiene posesión ni heredad fija; sino que los regidores cada año señalan a cada familia tantas yugadas en tal término, y al año siguiente los obligan a mudarse de sitio (cf. Ibid, VI, 22). En tiempo de paz no hay magistrado sobre toda la nación; sólo en cada partido los más sobresalientes administran a los suyos justicia (cf. Ibid, VI, 23). Nunca tienen por lícito el violar a los forasteros: los que van a sus tierras por cualquier motivo, gozan de salvoconducto y son respetados de todos, y no hay para ellos puerta cerrada ni mesa que no sea franca” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, VI, 23).

[6] En el fondo, tanto galos como romanos temían:

-una invasión germana de la Galia, que provocase el movimiento de tribus,
-a los mismos germanos, por su corpulencia, manejo de armas y costumbres.

            Es lo que nos narra el mismo CESAR, al decir que percontatione nostrorum vocibusque gallorum ac mercatorum, qui ingenti magnitudine corporum germanos, incredibili virtute atque exercitatione in armis esse praedicabant (saepe numero sese cum his congressos ne vultum quidem atque aciem oculorum dicebant ferre potuisse), tantus subito timor omnem exercitum occupavit ut non mediocriter omnium mentes animosque perturbaret”.

            Es decir, que “los nuestros oyeron decir a los galos y negociantes la desmedida corpulencia de los germanos, su increíble valor y experiencia en el manejo de las armas, y cómo en los choques habidos muchas veces con ellos ni aun osaban mirarles a la cara y a los ojos, por el pavor repentino que provocaban en los espíritus y corazones de todos” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, I, 39).

[7] Genocidio de germanos por el que fue CESAR muy criticado en el Senado de Roma.

[8] Momento que CESAR aprovecha para enviar al Senado Romano un exhaustivo informe sobre la geografía de Inglaterra, de cara a una aprobación de la conquista total de la isla y detallando que “insula natura triquetra, cuius unum latus est contra Galliam. Huius lateris alter angulus, qui est ad orientem solem, inferior ad meridiem spectat. Hoc pertinet circiter mila passuum quingenta. Alterum vergit ad Hispaniam atque occidentem solem; qua ex parte est Hibernia, dimidio minor, ut aestimatur, quam Britannia”.

            Es decir, que “la isla es de figura triangular. Un costado cae enfrente de la Galia; de este costado el ángulo está mirando al Oriente; el otro inferior a Mediodía. Este primer costado tiene casi 500 millas; el segundo mira a España y al Poniente. Hacia la misma parte yace la Irlanda que, según se cree, es la mitad menos que Bretaña” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, V, 13).

            Así como otro exhaustivo informe sobre las costumbres de los habitantes británicos, de cara a una aprobación de todo el reclutamiento necesario para la colonización total de la isla, y detallando que “Britanniae pars interior ab eis incolitur quos natos in insula ipsi memoria proditum dicunt, maritima ab eis, qui praedae ac belli inferendi causa ex Belgio transierunt. Hominum est infinita multitudo creberrimaque aedificia fere Gallicis consimilia, pecorum magnus numerus. Vtuntur aut aere aut nummo aureo aut taleis ferreis ad certum pondus examinatis pro nummo. Nascitur ibi plumbum album in mediterraneis regionibus, in maritimis ferrum, sed eius exigua est copia; aere utuntur importato. Materia cuiusque generis ut in Gallia est. Loca sunt temperatiora quam in Gallia, remissioribus frigoribus”.

            Es decir, que “la parte interior de Britania es habitada de los naturales, originarios de la misma isla, según cuenta la fama; las costas, de los belgas, que acá pasaron con ocasión de hacer presas y hostilidades. Es infinito el gentío, muchísimas las caserías, y muy parecidas a las de la Galia; hay grandes rebaños de ganado. Usan por moneda cobre o anillos de hierro de cierto peso. En medio de la isla se hallan minas de estaño, y en las marinas, de hierro, aunque poco. El cobre le traen de fuera. Hay todo género de madera como en la Galia. El clima es más templado que el de la Galia, no siendo los fríos tan intensos” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, V, 12).

[9] Momento que aprovecha CESAR para enviar al Senado Romano una completa descripción de Francia: “in Gallia non solum in omnibus civitatibus atque in omnibus pagis partibusque, sed paene etiam in singulis domibus factiones sunt, earumque factionum principes sunt qui summam auctoritatem eorum iudicio habere existimantur (VI, 11).  In imni Gallia plerique, cum aut aere alieno aut magnitudine tributorum aut iniuria potentiorum premuntur, sese in servitutem dicant nobilibus (VI, 13). In omni Gallia eorum hominum, qui aliquo sunt numero atque honore, genera sunt duo. Sed de his duobus generibus alterum est druidum, alterum equitum. Illi rebus divinis intersunt, ad hos magnus adulescentium numerus disciplinae causa concurrit. Hi certo anni tempore in finibus Carnutum, quae regio totius Galliae media habetur, considunt in loco consecrato (VI, 13). Alterum genus est equitum. Hi, cum est usus atque aliquod bellum incidit. Omnes in bello versantur, atque eorum ut quisque est genere copiisque amplissimus, ita plurimos circum se ambactos clientesque habet (VI, 15). Natio est omnis Gallorum admodum dedita religionibus (VI, 16), et Deum maxime Mercurium colunt (VI, 17). Viri, quantas pecunias ab uxoribus dotis nomine acceperunt, tantas ex suis bonis aestimatione facta cum dotibus communicant; si res in suspicionem venit, de uxoribus in servilem modum quaestionem habent (VI, 19). Funera sunt pro cultu Gallorum magnifica et sumptuosa (VI, 19). Gallis autem provinciarum propinquitas et transmarinarum rerum notitia multa ad copiam atque usus largitur (VI, 24).

            Es decir, que “en la Galia no sólo los estados, partidos y distritos están divididos en bandos, sino también cada familia. De estos bandos son cabezas los que a juicio de los otros se reputan por hombres de mayor autoridad (cf. Ibid, VI, 11). La mayor parte de los galos, al verse adeudados, o apremiados del peso de los tributos o de la tiranía de los poderosos, se dedican al servicio de los nobles (cf. Ibid, VI, 13). En toda la Galia dos son los estados de personas de que se hace cuenta y estimación: los druidas y los caballeros. Los druidas atienden al cultivo divino y sentencian los pleitos, y a su escuela concurre gran número de jóvenes a instruirse. En cierta estación del año, se congregan en el país de Chartres, tenido por centro de toda la Galia, en un lugar sagrado (cf. Ibid, VI, 13). Los caballeros salen a campaña siempre que lo pide el caso, y cuanto uno es más noble y rico, tanto mayor acompañamiento lleva de dependientes y criados (cf. Ibid, VI, 15). Toda la nación de los galos es supersticiosa en extremo (cf. Ibid, VI, 16), y su principal dios es Mercurio (cf. Ibid, VI, 17). Los maridos, a la dote recibida de su mujer, añaden otro tanto caudal de la hacienda propia, precedida tasación; pero si hay algún motivo de sospecha sobre ella, ponen a la mujer en cuestión como si fuese esclava (cf. Ibid, VI, 19). Los entierros de los galos son a su modo magníficos y suntuosos (cf. Ibid, VI, 19). A los galos la cercanía del mar y el comercio ultramarino surte de muchas cosas de conveniencia y regalo” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, VI, 24).

[10] La revuelta del rey de Numidia.

[11] Sabiendo muy bien CESAR que “gallos novis rebus studere et ad bellum mobiliter celeriterque excitari, omnes autem homines natura libertati studere et condicionem servitutis odisse”, como bien describirá en su campaña contra las costas normandas.

            Es decir, que “los galos son amigos de novedades, fáciles y ligeros en suscitar guerras y que todos los hombres naturalmente son celosos de su libertad y enemigos de la servidumbre” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, III, 10).

[12] Cuya victoria envía CESAR al Senado en un informe detallado, describiendo que “tanta huius belli ad barbaros opinio perlata est uti ab iis nationibus quae trans Rhenum incolerent legationes ad Caesarem mitterentur, quae se obsides daturas, imperata facturas pollicerentur”.

            Es decir, que “fue tan célebre la fama de esta guerra divulgada hasta los bárbaros, que las naciones trans-renanas enviaban a porfía embajadores a César prometiéndole la obediencia y rehenes en prendas de su lealtad” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, II, 35).

[13] Tras lo cual, el Senado Romano decide que “ipse in Carnutes, Andes, Turonos quaeque civitates propinquae iis locis erant ubi bellum gesserat, legionibus in hiberna deductis est. Ob easque res ex litteris Caesaris dierum XV supplicatio decreta est, quod ante id tempus accidit nulli”.

            Es decir, que “fueron repartidas las legiones en cuarteles de invierno por las comarcas de Chartres, Anjou y Tours. Y por tan prósperos sucesos, leídas en Roma las cartas de César, se mandaron hacer fiestas solemnes por quince días demostración hasta entonces nunca hecha con ninguno” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, II, 35).

[14] Como explica el propio CESAR, al decir ya de inicio que “Gallia est omnis divisa in partes tres, quarum unam incolunt belgae, aliam aquitani, tertiam qui ipsorum lingua celtae, nostra galli appellantur. Hi omnes lingua, institutis, legibus inter se differunt”.

            Es decir, que “la Galia está dividida en tres partes: una que habitan los belgas, otra los aquitanos, la tercera los que en su lengua se llaman celtas y en la nuestra galos. Todos estos se diferencian entre sí en lenguaje, costumbres y leyes” (cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, I, 1).

[15] Que ayudan a entender mejor el devenir de los sucesos y el desarrollo de la contienda.

[16] En este sentido, menciona numerosas veces que lo que él hace es en favor de la República (“rei publicae causa, ad rem publicam defendendam”). Alaba también  la “bondad salvaje” de los galos y germanos, que no han sido corrompidos por la civilización, como si han hecho los romanos (por el vino, lujo, soberbia...).

[17] Asistencia divina que, en este caso, es siempre favorable a CESAR. Por ejemplo, una parte del ejército helvecio que derrota César coincide en ser la misma que años antes ya había derrotado y humillado a las tropas romanas.

[18] Siempre usando el mismo esquema:

-concilia de los enemigos, o debates entre los enemigos y César,
-concilia de César consigo mismo, que le lleva a pasar a la acción.

[19] Para animar a sus tropas, por ejemplo, ante la inminente lucha contra ARIOVISTO, donde CESAR les recuerda que sus antepasados ya derrotaron antes a los germanos.

[20] Como es que el enemigo recibe siempre su castigo y los soldados de CESAR reciben siempre una recompensa.

[21] Que conformaban sobre todo el cuerpo de caballería.

[22] Que, según la propia capacidad de cada plebeyo, podía proveerse de armamento pesado o ligero.

[23] Motivo por el que muchos de los minifundios acababan arruinándose.