GUERRAS VÁNDALAS

 

Inicio de la Reconquista bizantina,

sobre los territorios perdidos por Roma

 


Ejército bizantino, profesional y de élite, más allá de las intrigas palaciegas

Madrid, 1 febrero 2020
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

            Teodosio había logrado hacia el año 400 imponer el orden en el Imperio romano Oriental (o Imperio Bizantino), así como establecer que el cristianismo fuese la única religión imperial, tanto en el Imperio Oriental como en el Imperio Occidental. 100 años después, y una vez caída Roma y su Imperio occidental, Bizancio se planteará una recomposición total del Imperio, partiendo de Constantinopla y reconquistando para ella todas las provincias que Roma había ido perdiendo a manos de vándalos y bárbaros.

             Mediante las Guerras Vándalas, Justiniano I de Bizancio (527-565) dio el primer paso para hacer ese sueño realidad, impulsando una Renovatio Imperii que le llevará a las victorias sobre persas, vándalos y godos, y completando todas sus conquistas con un renovado esplendor económico y cultural.

            Y es que Justiniano, heredero ilegítimo y latino de un Justino que militarmente había accedido al trono de Constantinopla[1], contaba con un pasado y juventud de hábitos no muy virtuosos[2], pero de siempre había mostrado fuertes inquietudes intelectuales y cristianas. Y llegado el momento, asumió por completo su papel de miles Christi o soldado de Cristo, para arrebatar a los vándalos lo que éstos le habían quitado a la fe.

            Las Guerras Vándalas del Imperio bizantino contra los reinos vándalos del norte de Africa tuvieron lugar del 533 al 534, y fueron relatadas in situ[3] por el cronista Procopio de Cesarea, abogado de formación[4] y buen observador de todos los fenómenos circundantes[5].

a) Contexto

            Los vándalos habían ocupado el norte de Africa a principios del s. V, expulsando todo lo que quedaba de la vieja administración imperial romana y estableciendo allí un reino independiente, con capital en Cartago, bajo nombre de reino vándalo de Cartago. 

            Bajo su rey Genserico I, la armada vándala había llevado a cabo ataques piratas a lo ancho del Mediterráneo, había saqueado Roma y había derrotado todo intento romano de recuperación, el año 468. Así mismo, el monarca vándalo había impuesto como obligatoria la adhesión al arrianismo de toda la población africana, provocando zozobra incluso entre los bárbaros.

            Con la subida al trono de Hilderico I , la nueva administración vándala inició una serie de contactos amistosos con Roma, lo que provocó la repulsa de la oposición vándala y el Golpe de Estado-530 por parte de Gelimer, que desde entonces ejerció el poder como Gelimer I, con mayores represalias hacia los cristianos que las ejercidas con anterioridad.

            El emperador romano oriental, Justiniano I de Bizancio, decidió entonces tomar cartas en el asunto, y tras asegurar sus propias fronteras frente al Imperio sasánida de Persia (en las Guerras Persas), el año 533 comenzó a preparar una expedición de socorro hacia los hermanos cristianos de Africa, que se veían asediados por el vandalismo de Gelimer. Y de paso, intentar recuperar para Bizancio aquella vieja provincia imperial de Africa que Roma había dejado perder.

b) Guerras Vándalas de Procopio

            Al mando del general Belisario, cuyo secretario Procopio fue escribiendo in situ todos los acontecimientos, una avanzadilla bizantina se internó secretamente en las remotas provincias vándalas de Cerdeña y Tripolitania, en julio del 533. Esto no solo distrajo a Gelimer I de los planes de Justiniano I, sino que logró dividir las defensas vándalas, tras el envío de soldados a Cerdeña a que se vio forzado a enviar Gelimer I, bajo mando vándalo de Tzazo.

            Al mismo tiempo que esto sucedía en Cerdeña, el grueso de la fuerza expedicionaria bizantina se dirigía a toda prisa desde Constantinopla hasta las costas africanas, y tras vadear las costas griegas y sur-italianas, se plantaba y desembarcaba en la costa africana de Caput Vada a inicios de septiembre, dejando completamente sorprendiendo a Gelimer I.

            Gelimer salió al frente del ejército bizantino con todo lo que tenía a mano en Cartago, plantándole batalla en Ad Decimum el 13 de septiembre. El elaborado plan de Gelimer para rodear y destruir el ejército bizantino estuvo cerca del éxito, pero Belisario fue capaz de obligar el ejército vándalo de declarar retirada, y entrar victorioso en Cartago.

            Gelimer se refugió en Bulla Regia, donde reunió todas las fuerzas militares que le quedaban, incluyendo a un ejército de Tzazon que regresó lo antes posible de Cerdeña.

            En diciembre, Gelimer avanzó hacia Cartago y se enfrentó con los romanos en la batalla de Tricameron, al todo o nada. La batalla consumó la victoria bizantina y la muerte de Tzazon. Gelimer huyó a su remota fortaleza de montaña, la cual fue bloqueada hasta su rendición en marzo.

            Belisario regresó a Constantinopla con el tesoro real de los vándalos y con Gelimer en calidad de prisionero. Allí se celebró la victoria bizantina y la anexión de Africa al Imperio Bizantino, bajo título jurídico de prefectura del pretorio de Africa.

            Mientras se iba imponiendo el control imperial sobre toda la Africa del Norte, las tribus moras del interior se negaron a aceptar el dominio imperial sobre sus territorios, y pronto se levantaron en rebelión y empezaron a sacudir las nuevas estructuras. Hasta que en el 548 Bizancio logró imponer sobre la Africa Interior la paz, y dejar firmemente establecida la gobernanza, la administración, la recaudación fiscal y la cultura y religión bizantina.

b.1) División del Imperio romano

            Comienza Procopio aportando una visión general geográfica del Imperio Romano, dividido en dos partes imperiales desde aquella partición que hizo Teodosio para sus dos hijos, Honorio y Arcadio:

Después de que Teodosio, el emperador de los romanos, hubiera desaparecido de entre los hombres, se repartieron el Imperio sus dos hijos, correspondiéndole a Arcadio, el mayor, la parte oriental y a Honorio, el más joven, la occidental (Libro III, cap. I, 2)

Así fue como se repartieron entre los emperadores los dos continentes, el de Asia en la parte oriental del Mediterráneo, y el de Europa en su parte occidental (Libro III, cap. I, 18).

            Pasa a continuación Procopio a adentrarse en territorio africano, de dominio occidental y lugar donde tendrán lugar las Guerras Vándalas. Un lugar, por otro lado, en el que serán claves tanto su estrecho de Gibraltar como su fuerte plaza de Septo (Ceuta):

En cuanto a Africa, o territorio sur del Mediterráneo, la mayor parte de ella vino a caer en manos del soberano de Occidente, con una extensión de 90 días de viaje de Cádiz hasta Trípolis (Libro III, cap. I, 14).

Las Columnas de Hércules separan Africa de Europa en 84 estadios (Libro III, cap. I, 7), alzándose en ese lugar la fuerte fortaleza que los nativos llaman Septo, rodeada por siete colinas (Libro III, cap. I, 6).

b.2) Conquista bárbara del Imperio Occidental

            A comienzos del s. V experimentó el Imperio occidental un concatenado movimiento de pueblos bárbaros, que según Procopio tuvo su origen en Rumanía, territorio original de los ostrogodos, vándalos y visigodos. Movimiento provocado, sobre todo, por la irrupción de los gepedes:

En la época en que Honorio reinaba en la parte occidental del Imperio, unos pueblos bárbaros se apoderaron de su territorio: los ostrogodos, los vándalos, los visigodos y los gepedes, antiguamente llamados saurómatas y melanclenos, y por algunos como géticos (Libro III, cap. II, 2).

Todos ellos son de piel blanca y rubia cabellera, de alta estatura y buen aspecto, están sujetos a las mismas leyes, practican la fe arriana y hablan una sola lengua, llamada gótica (Libro III, cap, II, 4-5).

A mi proceder todos procedían originariamente de una única tribu, al otro lado del Danubio, y en épocas posteriores se fueron dividiendo, y distinguiendo por los nombres de los que estuvieron al frente de cada grupo (Libro III, cap. II, 5).

Los gepedes se apoderaron de los territorios que rodean Belgrado y Mitrovitz, a ambos márgenes del Danubio (Libro III, cap. II, 6), y los visigodos tuvieron que marcharse de allí, empezando a maquinar contra los dos emperadores Arcadio y Honorio (Libro III, cap. II, 7).

            Esto hizo que el propio emperador Honorio I decidiese el traslado de la residencia imperial de Roma al refugio de Rávena, ante el peligro de pactos mal pactados con los bárbaros:

El emperador Honorio había estado viviendo hasta entonces en Roma. Mas cuando se anunció que los bárbaros, con un gran ejército, no se encontraban lejos, abandonó el palacio imperial y huyó de forma desordenada a Rávena (Libro III, cap. II, 8-9). Sin embargo hay quienes afirman que fue él mismo el que había atraído a los bárbaros, al haber estallado una revuelta contra él entre sus súbditos (Libro III, cap. II, 10).

            Y permitió que los visigodos, con las calzadas y puertas abiertas de par en par, se dedicasen al saqueo sistemático de todo lo que encontraron en su camino bárbaro hacia Occidente, con saqueo incluido de Roma (por parte de Alarico) y proclamación de un nuevo emperador de Roma (por parte de Atalo):

Los bárbaros, por su parte, al no encontrar enfrente ningún contingente de fuerzas imperiales, fueron destruyendo y conquistando todas las ciudades que encontraron al paso, hasta el punto de que no dejaron vestigio alguno de ellas (Libro III, cap. II, 11). Mataron a todos los que encontraron por el camino, igualmente viejos que jóvenes, sin perdonar tampoco a las mujeres ni a los niños (Libro III, cap. II, 12).

Tras asediar Roma durante mucho tiempo, haciendo campamento Alarico en la puerta Salaria, al fin entraron en ella y la incendiaron, saqueándola y no dejando allí ninguno de sus bienes, ni públicos ni privados. Tras matar a la mayoría de la población romana, siguieron adelante su camino, trasladándose con todos los botines a la Galia (Libro III, cap. II, 13-24).

Mas cuando Alarico estaba a punto de retirarse de Roma, nombró a Atalo, uno de sus nobles, emperador de los romanos, ciñéndole la diadema y la púrpura, así como todos los demás atributos relacionados con la dignidad imperial (Libro III, cap. II, 28).

            Los visigodos se trasladaron con todo lo robado a Francia, haciendo irrupción en ella y dejando el espacio libre a los ostrogodos, que pudieron asentarse así en Hungría y otros lugares occidentales. Fue el comienzo del asentamiento bárbaro en Occidente:

Alarico murió víctima de una enfermedad, y el ejército de los visigodos, bajo el mando de Adaúlfo, empezó a marchar contra la Galia (Libro III, cap. II, 37).

Por su parte, los ostrogodos atravesaron el Danubio, ocuparon Panonia, se instalaron en los campos de Tracia y empezaron a conquistar otras zonas occidentales del Imperio (Libro III, cap. II, 39-40).

            En cuanto al resto de tribus bárbaras, los vándalos y alanos empezaron a emigrar también hacia el Occidente, estableciéndose sucesivamente en Alemania y España y consumando su llegada al estrecho de Gibraltar:

Por su parte, los vándalos que vivían en tomo al lago Meotis, presionados por la hambruna se pusieron en marcha hacia el país de los germanos, y con la compañía de los alanos llegaron hasta el Rin (Libro III, cap. III, 1).

Partiendo de allí, y bajo el mando de Godigisclo, los vándalos y alanos se establecieron en Hispania, primera provincia occidental y dando ya al océano (Libro III, cap. III, 2).

b.3) Irrupción vándala en Africa

            Entre los generales romanos que todavía quedaban en pie, Aecio denuncia a su colega Bonifacio ante Honorio I, y el general romano Bonifacio se ve avocado a pedir ayuda a los vándalos, ante una eventual usurpación romana de su poder:

Había dos generales romanos, Aecio y Bonifacio, que eran igualmente valientes y experimentados en lo militar, pero diferentes en su manera de tratar los asuntos de estado. Bonifacio estaba al mando de Africa entera, y Aecio apetecía ese puesto por rivalidad (Libro III, cap. III, 14-16).

Aecio acusó a Belisario ante Placidia, madre de Honorio, de querer despojar de toda Africa a ella y al emperador (17). Y poco después escribió a Bonifacio diciéndole que la madre del emperador estaba conspirando contra él, pues quería deshacerse de su persona (Libro III, cap. III, 18).

Bonifacio no vislumbraba ninguna salida para sí mismo, y decidió establecer una alianza militar con los vándalos, que se habían establecido en Hispania, muy cerca de Africa (Libro III, cap. III, 22).

            Los vándalos de Hispania aceptan la oferta del romano Bonifacio, establecen entre ambos el Pacto Bonifacio-Godigisclo, por el que los vándalos se quedarían con 2/3 del territorio, entre ambos se ofrecerían socorro militar común, y la administración seguiría como estaba, al servicio de Bonifacio y los 2 nuevos reyes vándalos:

Tras enviar Bonifacio a Hispania a sus amigos más íntimos se ganó el favor de cada uno de los dos hijos de Godigisclo, Gontaris y Gicerico (el primero niño, y el segundo temible, y al poco asesino de su hermano), tratando con ellos en condiciones de completa igualdad. De tal modo que cada uno de ellos administraría una tercera parte de Libia y gobernaría sobre sus propios súbditos, pero, en el caso de que uno de ellos fuese víctima de una agresión militar, harían frente común para rechazar a los que le atacaran (Libro III, cap. III, 25).

Tomando como base este acuerdo, los vándalos, tras cruzar el estrecho de Cádiz, penetraron en Africa y allí se establecieron, dejando Hispania libre para que en ella se estableciesen los visigodos (Libro III, cap. III, 26).

            La corte de Roma no aceptó el pacto de Bonifacio con los vándalos, y rápidamente enviaron emisarios a Cartago, para convencer a Belisario. Éste se arrepintió de lo que había hecho, por lo que los vándalos de Gicerico plantaron un asedio a Hipo Regio, residencia imperial, y superaron a los romanos en el campo de batalla, haciéndose con el botín de toda Africa:

En Roma, Placidia, madre de Honorio, puso todo su empeño en convencer a Belisario a que regresase al suelo patrio, y en que no permitiese que el Imperio de los romanos cayese en manos de unos bárbaros (Libro III, cap. III, 29).

Bonifacio se arrepintió de su actuación (Libro III, cap. III, 30), pero los vándalos de Gicerico, lejos de acoger su arrepentimiento, sitiaron su residencia de Hipona, donde él se había refugiado (Libro III, cap. III, 31). Allí asediaron su fortaleza (32) e hicieron huir de la ciudad a todos los romanos (Libro III, cap. III, 35). Así fue como se apoderaron de Africa los vándalos, tras arrebatársela a los romanos (Libro III, cap. IV, 1).

b.4) Devastación vándala de Africa

            Instalado ya Gicerico I en rey de Africa, decide tomar como 1ª decisión de su gobierno el saqueo vandálico de Roma, aparte de traerse como prisioneras a Cartago a la esposa e hijas del emperador Valentiniano III de Roma:

Por su parte Gicerico, no por ninguna otra razón más que porque suponía que eso le reportaría grandes cantidades de dinero, se hizo a la mar en dirección a Italia con una gran flota. Subió él hasta Roma y, como no le salía al encuentro 2 nadie, se apoderó del palacio imperial (Libro III, cap. V, 1).

Gicerico cogió prisionera en Roma a Eudoxia, junto con Eudocia y Placidia, las hijas de aquélla y de Valentiniano. Depositó también en sus naves todo el oro y riquezas de la residencia imperial, así como todos los objetos y estatuas que saqueó del templo de Júpiter Capitolino, junto a la mitad de su techumbre (que era de bronce, recubierto con capas de oro). Tras lo cual se hizo a la mar rumbo a Cartago (Libro III, cap. V, 3-4).

Al arribar los vándalos al puerto de Cartago, Gicerico casó a Eudocia con el mayor de sus hijos, Honorico, y a la otra la envió a Bizancio en compañía de su madre Eudoxia, a petición del emperador oriental León (Libro III, cap. V, 6).

            Tras el saqueo de Roma, Gicerico I da paso a la devastación de las provincias africanas del Imperio romano, a nivel de estructuras, población y riquezas:

Posteriormente, Gicerico derribó las murallas de las ciudades de Africa, a excepción de Cartago, para que ni los propios africanos, si abrazaban la causa de los romanos, pudiesen tener una base de operaciones para tramar una rebelión (Libro III, cap. V, 8).

Entre los africanos, fueron entregados a los hijos del rey (Honorico y Genzón), en calidad de esclavos, todos aquellos que tuviesen riquezas, junto con sus tierras y posesiones (Libro III, cap. V11). Los demás africanos se vieron despojados de sus tierras, que eran numerosas y excelentes, y pasaron a pertenecer a la población de los vándalos (Libro III, cap. V12) sin tener que pagar por ellas impuesto alguno (Libro III, cap. V, 14).

Respecto a las tierras que no le pareció buenas, Gicerico obligó a sus antiguos dueños a conservarlas, cultivándolas y pagando además por ellas al estado vándalo unos impuestos tan elevados, que no les quedaba de qué vivir (Libro III, cap. V, 15).

            Tras devastar el continente africano, Giderico I ordena el despoblamiento y esclavización de las islas africanas, comenzando por Sicilia y el sur de Italia, y hasta el límite que representaba, como frontera marina de Occidente con Oriente, el Peloponeso:

Respecto a Sicilia y alrededores de Italia, cada año lanzaba Gicerico incursiones contra sus ciudades al comienzo de la primavera, esclavizando a unas y arrasando a otras hasta los cimientos, saqueándolo todo y provocando su despoblación y pobreza (Libro III, cap. V, 22) en todos los lugares, uno detrás de otro (Libro III, cap. V, 23) y bajo la conducción del azar (Libro III, cap. V, 25).

Cuando ya no le quedaron sitios (en el Mediterráneo occidental) a los que devastar, empezó a lanzarse contra los dominios del emperador oriental, haciendo alguna que otra incursión en Iliria, la parte occidental del Peloponeso y algunas cuantas islas próximas a ella (Libro III, cap. V, 23).

            Tras lo cual tuvo lugar la consolidación de la administración vándala en Africa, comenzando por el ejército, continuando por el mestizaje social y terminando por una corte palaciega monárquica, y hereditaria:

A los vándalos y alanos los formó Gicerico por compañías, y puso al frente de ellos a no menos de 80 capitanes, a los que llamó quiliarcas para dar la impresión de que el contingente total de soldados ascendía a 80.000 hombres (Libro III, cap. V, 18), cuando en realidad no superaba los 50.000 (Libro III, cap. V, 19).

Posteriormente, por la procreación natural de hijos entre ellos y por haberse asociado a otros bárbaros y a los moros, llegaron a constituir los vándalos una numerosa población, fundiendo entre ellos sus nombres salvo en el caso de los moros (Libro III, cap. V, 20-21), a los que se fue ganando a base de favores (Libro III, cap. V, 22).

Gicerico murió a una edad avanzada, tras establecer recomendaciones a los vándalos y a la realeza. Entre ellas, que la corona debía recaer siempre en las manos de aquel que, de toda la descendencia masculina, fuese el de mayor edad de todos sus parientes. De esta forma murió Gicerico, tras haber gobernado sobre los vándalos durante 39 años desde la toma de Cartago (Libro III, cap. VII, 29-30).

b.5) Exterminio vándalo de cristianos

            Honorico I sucede a su padre Gicerico I, y da paso a un genocidio sistemático de cristianos, a los que condena a la pena de muerte sin juicio previo ni causa que enjuiciar, sino por no haber abjurado del catolicismo, ni haberse convertido al arrianismo:

Honorico, el mayor de Gicerico, recibió en sucesión el trono de los vándalos (Libro III, cap. VIII, 1). Durante el tiempo en que Honorico gobernó sobre los vándalos no tuvieron ninguna guerra contra nadie, a excepción de los moros (Libro III, cap. VIII, 1).

Pero se comportó como el más despiadado e injusto de todos los hombres con los cristianos de Africa. Los obligó Honorico, en efecto, a convertirse al arrianismo, y a cuantos no estaban dispuestos a obedecerle los quemó. A otros los asesinó de cualquier otra manera, y a muchos les cortó la lengua hasta el fondo de la garganta (Libro III, cap. VIII, 3-4).

            Fue el momento en que los moros observan el espectáculo anti-cristiano, y deciden independizarse de los vándalos. Es el momento de la ruptura de relaciones entre moros y vándalos:

Entonces los moros que vivían en el monte Aurasio se rebelaron contra los vándalos, y lograron su independencia en el monte Aurasio de Numidia, que está de Cartago a 13 días días de viaje, desde Cartago hacia el Sur (Libro III, cap. VIII, 5).

En este territorio los moros ya no estuvieron más sometidos al poder de los vándalos, dado que éstos no estaban en condiciones de sostener una guerra contra los moros en una zona montañosa de difícil acceso, y excesivamente escarpada (Libro III, cap. VIII, 5).

            Tras la muerte de Honorico I, sus sucesores Gundamundo I, y luego Trasamundo I, lanzan una nueva ofensiva genocida anti-cristiana, persiguiendo a los de credo ortodoxo cruelmente (el primero) o con algo más de inteligencia (el segundo).

Tras la muerte de Honorico, el poder recayó en Gundamundo, hijo de Genzón, hijo de Gicerico (Libro III, cap. VIII, 6), que sometió a los cristianos a sufrimientos todavía mayores que los de su tío Honorico (Libro III, cap. VIII, 7) y murió de repentina enfermedad, al 12º año de su reinado (Libro III, cap. VIII, 7).

Le sucedió en el trono su hermano Trasamundo (Libro III, cap. VIII, 8), que continuó obligando a los cristianos a abandonar sus creencias ancestrales, no a base de martirizarlos físicamente como los anteriores, sino que iba tras ellos otorgándoles prerrogativas y cargos, y colmándolos de riquezas; y en el caso de que no se dejasen persuadir, les quitaba de ipso facto todos sus privilegios (Libro III, cap. VIII, 9). Y si se encontraba con delincuentes, y éstos abandonaban su fe, les proponía como recompensa no pagar pena por sus crímenes (Libro III, cap. VIII, 10).

            Tras lo cual vuelve a suceder un nuevo episodio de máximo respeto moro hacia lo cristiano, en este caso en la persona del moro Cabaón, hacia los templos cristianos que el rey vándalo no se cansaba de instigar. Lo que le llevó a enfrentarse a los vándalos, y a obtener sobre ellos la 1ª victoria de alguien sobre el reino vándalo de Cartago:

Había un tal Cabaón gobernando sobre los moros de Tripolis, con experiencia en multitud de guerras (Libro III, cap. VIII, 15). Y al ver las profanaciones vandálicas de los templos cristianos, organizó una expedición militar de moros, con la orden de que cada vez que viesen a un vándalo profanar un templo cristiano, observasen lo ocurrido y se pusiesen luego a restaurar el lugar (Libro III, cap. VIII, 17).

Cabaón insistió a los moros en que Dios castiga a quienes le ofenden, y defiende a los que le rinden culto (Libro III, cap. VIII, 18), y los envió a defender los templos cristianos a Cartago (Libro III, cap. VIII, 19).

Al llegar a Cartago, los moros de Cabaón vieron cómo los vándalos metían sus caballos y resto de animales en los templos cristianos, sin abstenerse de ultraje alguno ni su desenfreno típico (Libro III, cap. VIII, 20). También vieron cómo apaleaban a los sacerdotes con varas, propinándoles golpes en la espalda y obligándoles a prestar los servicios más viles de la esclavitud (Libro III, cap. VIII, 20).

Tan pronto como se hubieron alejado de allí, los moros de Cabaón se pusieron enseguida a limpiar los santuarios, retirando con mucha diligencia los excrementos y cuantas inmundicias de profanación hubiera por el suelo, encendiendo a continuación todas las lámparas, y arrodillándose para terminar delante de los sacerdotes, en señal de máximo respeto y una cordial amistad (Libro III, cap. VIII, 21).

b.6) Entrada en escena de Justiniano I

            Ilderico I, sucesor de Trasamundo I, se hace amigo del emperador oriental Justiniano I de Bizancio, en parte por su desacuerdo con los ostrogodos de Italia, con los que no acababa de cerrar un pacto de amistad y cooperación. Esto hace que su principal oponente, Gelimer, le encarcele, como señal de castigo a las amistades con Bizancio:

Ilderico, el hijo de Honorico, fue su sucesor en el trono (Libro III, cap. IX, 1), accesible a sus súbditos y afable con todos, sin querer siquiera oír hablar de los asuntos de guerra ni de la persecución contra los cristianos (Libro III, cap. IX, 1).

Pero ocurrió que los soldados de Hoamer, el primo de Ilderico y Aquiles de los Vándalos (Libro III, cap. IX, 2), mataron a un puñado de godos que merodeaban la zona, y metieron en prisión a Arnalafrida, bajo acusación de estar tramando contra los vándalos una rebelión (Libro III, cap. IX, 4).

Sin embargo, no se produjo ningún acto de venganza proveniente del rey ostrogodo Teodorico, pues éste se consideraba incapaz de dirigir una expedición con una gran flota hacia Africa, y sabía que Ilderico era muy amigo y huésped de Justiniano (Libro III, cap. IX, 5).

Había cierto hombre en la familia de Gicerico, Gelimer, biznieto de Gicerico, que era el de más edad después de Ilderico y que, por esa razón, esperaba sucederle en el trono, si a aquel le pasaba algo (Libro III, cap. IX, 6). Este hombre, inflexible y de mal carácter, y un completo experto en el arte de fomentar revueltas (Libro III, cap. IX, 7), no fue capaz de refrenar sus intenciones, y convenció a la nobleza vándala para arrebatar el trono a Ilderico, afirmando que el rey no servía para la guerra y podía poner a los vándalos en manos del emperador Justino (Libro III, cap. IX, 8). Así, Gelimer encarceló a Ilderico, y se apoderó del poder supremo (Libro III, cap. IX, 9).

            Justiniano I y Gelimer I se envían sendas cartas de desafío bizantino-vándalo, el uno al otro. En ellas, Justiniano considera la posibilidad de una guerra contra los vándalos, si no vuelve a poner Gelimer en su sitio todos los atropellos que había cometido:

Cuando Justiniano se enteró de estas noticias, habiendo heredado ya el poder imperial, envió embajadores a Libia, a presencia de Gelimer y con el siguiente mensaje: «No estás obrando con justicia, ni conforme a las disposiciones testamentarias de Gicerico, sino quebrantando la legalidad. En consecuencia, no sigas haciendo ya mas daño, porque de lo contrario perderás la benevolencia del Todopoderoso, y la amistad de nuestra patria» (Libro III, cap. IX, 10-13).

Sin embargo Gelimer despachó a los embajadores de Bizancio sin que éstos hubiesen logrado nada (Libro III, cap. IX, 14).

Mas cuando el emperador Justiniano escuchó estas nuevas noticias, tras enviarle embajadores por segunda vez, le escribió otro mensaje en los siguientes términos: «Dado que te agrada haber tomado posesión de la realeza de la forma en que lo has hecho, acepta de ella todo lo que Dios te envíe. Yo no romperé el tratado de mi pueblo con tu bisabuelo Gicerico, pero sí guerrearé con el que se ha sentado vilmente en su trono y ha roto su testamento, para vengar su persona» (Libro III, cap. IX, 15-19).

b.7) Declaración de guerra de Justiniano I

            El emperador Justiniano I de Bizancio comienza entonces a deliberar con sus mandatarios los pros y contras de una posible guerra de Bizancio contra los vándalos:

El emperador Justiniano, en cuanto tuvo controlados de la mejor manera posible los asuntos internos y los relativos a Persia, pasó a tomar en consideración la situación en Africa (Libro III, cap. X, 1). Y cuando reveló a los mandatarios que estaba reuniendo un ejército para atacar a los vándalos y a Gelimer, la mayor parte de ellos empezó inmediatamente a mostrar aversión hacia el plan y a considerarlo como una desgracia, recordando la expedición del emperador León y el desastre de Basilisco y repitiendo uno por uno los nombres de cuantos soldados murieron entonces y qué inmensa cantidad de dinero tuvo que pagar el estado (Libro III, cap. X, 2).

            El pretor Juan y el patricio Estrategio muestran a Justiniano I su oposición a la idea, sobre todo por la financiación económica del ejército:

Los que más disgusto sentían y estaban más afectados por la preocupación eran el prefecto del pretorio (el pretor Juan) y el responsable de la administración del Tesoro (el patricio Estrategio), al considerar que a ellos les haría falta producir inconmensurables cantidades de dinero para las necesidades de la guerra (Libro III, cap. X, 3).

            Los generales del ejército muestran la magnitud del proyecto y abogan como mucho por una guerra relámpago de desalojo, así como ponen sobre la mesa la necesidad de construcción de una flota naval, y de saber luego gestionar un reino lleno de moros y vándalos:

Cada uno de los generales se sentía lleno de temor ante la magnitud del peligro si, tras salvarse de las penalidades del mar, se veía obligado a acampar en tierra enemiga, y sostener una enérgica lucha contra un reino poderoso e imponente (Libro III, cap. X, 4). También le demandaron al emperador una batalla naval, algo de lo que ni siquiera habían oído hablar hasta el momento (Libro III, cap. X, 5).

            El arzobispo de Constantinopla, Epifanio, aboga por la guerra contra los vándalos, algo que aplaude la población bizantina como prevención ante futuros riesgos fronterizos:

Uno de los obispos, que había llegado de la parte oriental, expresó al emperador, en nombre de Dios, la necesidad de proteger de los tiranos a los cristianos de Africa (Libro III, cap. X, 18-19). Lo que aplaudió el resto de la población, deseosa de nuevas aventuras y bajo la idea de que fueran otros los que corrieran los riesgos (Libro III, cap. X, 6).

            Tras oír todos los argumentos, Justiniano decide declarar la guerra a los reinos vándalos de Africa, proponiendo a Belisario como general de las Guerras Vándalas y encomendando a Tatimut una incursión relámpago en Trípolis, que pusiera la ciudad africana bajo su jurisdicción y como plataforma de apoyo para los futuros desembarcos bizantinos:

Cuando Justiniano hubo escuchado estas palabras, no pudo ya reprimir sus deseos, sino que empezó a reunir el ejército y los barcos, preparaba las armas y los víveres y ordenó a Belisario que estuviese dispuesto para actuar como general en Africa en un muy breve plazo (Libro III, cap. X, 21).

Justiniano se puso en contacto con Pudencio, uno de los notables de Trípolis que se oponía a la presencia de los vándalos en la ciudad, con la idea de juntar entre ambos un ejército que tomase posesión de la ciudad. Justiniano le mandó un contingente militar no muy numeroso comandado por Tatimut. Con ese contingente de Tatimut, y con las fuerzas que había reclutado Pudencio, en un momento de no estar presentes los vándalos se apoderaron ambos del territorio, y lo añadieron a los dominios del emperador (Libro III, cap. X, 22-24).

b.8) Preparativos de la flota bizantina

            Al mismo tiempo que se conquistaba la avanzadilla de Trípolis, Justiniano I envía a Cirilo a Cerdeña con un contingente militar, para preparar allí una 2ª avanzadilla bizantina en Cerdeña:

Al mismo tiempo que eso sucedía, el emperador preparó un contingente de 400 soldados, y a Cirilo en calidad de comandante, para proteger la isla de Cerdeña (Libro III, cap. XI, 1).

            En cuanto al grueso del ejército bizantino, éste fue seleccionado meticulosamente por los generales bizantinos, tanto en número como en procedencia de cada soldado, así como en los nombres de sus jefes militares y el apoyo de fuerzas aliadas:

Justiniano dispuso la partida de la expedición militar contra Cartago, que estaba compuesta de 10.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería, reclutados de entre las tropas regulares y federadas (Libro III, cap. XI, 2), todos ellos en completa libertad e igualdad (Libro III, cap. XI, 3).

Los jefes de los federados eran Doroteo (general de las tropas de Armenia) y Salomón (intendente del general Belisario), junto a Cipriano, Valeriano, Martino, Altias, Juan y Marcelo (Libro III, cap. XI, 5-6). Los jefes de los regulares eran Rufino y Aigán (que pertenecían a la casa de Belisario), así como Barbato y Papo. Al mando de la infantería quedó Teodoro, Terencio, Zaido, Marciano y Sarapis, todos ellos bajo el mando supremo de Dirraquio (Libro III, cap. XI, 7-8).

A ellos los acompañaban 400 hérulos sobre los que mandaba Faras, y alrededor de 600 bárbaros aliados del pueblo maságeta, todos arqueros a caballo y dirigidos por Sinión y Balas (Libro III, cap. XI, 10-12).

            En cuanto al grueso de la flota bizantina, ésta fue confeccionada por naves de apoyo y buques de guerra, junto a su tripulación de apoyo federada y marines de guerra bizantinos:

El cuerpo expedicionario completo requirió 500 naves, de las que ninguna podía transportar más de 50.000 medimnos, ni menos de 3.000 (Libro III, cap. XI, 13). En todos los barcos navegaban en total 30.000 marinos, egipcios y jonios en su mayor parte, y también cilicios. Y un solo comandante en jefe fue designado para la totalidad de la flota, Calónimo de Alejandría (Libro III, cap. XI, 14).

Llevaron además 92 barcos largos, equipados para la batalla naval con un solo orden de remos, y provistos de cubiertas por encima para evitar los dardos de los enemigos. En éstos navegaban 2.000 bizantinos, todos soldados y remeros a la vez (Libro III, cap. XI, 15-16) y a las órdenes de Arquelao, pretor de Iliria y ahora prefecto del ejército naval (Libro III, cap. XI, 17).

            Todo ello bajo el mando supremo de Belisario, que fue dotado por Justiniano I con plenos poderes imperiales, y se llevó a la campaña africana las cartas de otorgamiento imperial, o emperador circunstancial en Africa:

Sin embargo, como general con mando supremo sobre todos, el emperador envió a Belisario, que asumía el mando de las tropas del Imperio oriental (Libro III, cap. XI, 18). A éste lo acompañaba una guardia personal de oficiales y soldados, los más capacitados para la guerra y completamente experimentados en los peligros (Libro III, cap. XI, 19). El emperador le mandó una serie de indicaciones por escrito, comunicándote que ejecutara todas y cada una de las acciones como mejor le pareciera a él, y que sus actos serían tan válidos como si fuese el emperador en persona (Libro III, cap. XI, 20).

            Tras lo cual tiene lugar la partida de la flota bizantina desde el puerto de Constantinopla, tras el envío misionero del arzobispo Epifanio y una severa arenga por parte de Belisario a sus tropas:

En el séptimo año de reinado del emperador Justiniano (año 533), en tomo al equinoccio de primavera, ordenó éste al barco del almirante que anclase junto a la escarpada orilla que queda delante del palacio imperial (Libro III, cap. XII, 1).

Habiendo llegado allí Epifanio, arzobispo de la ciudad, tras pronunciar todas las preces apropiadas, hizo subir al barco a uno de los soldados que había bautizado recientemente, y que había adoptado el nombre cristiano (Libro III, cap. XII, 2). De esta forma, pues, se hicieron a la mar el general Belisario y su esposa Antonina (Libro III, cap. XII, 2).

b.9) Travesía bizantina hacia Africa

            La flota bizantina partió de Constantinopla e hizo sus primeras escalas en Perinto y Abido, situadas en la costa europea del mar de Mármara y no sin cierta dosis de realismo y reclutamiento militar:

La totalidad de la flota siguió a la nave del general e hizo escala en Perinto, donde la expedición consumió un lapso de tiempo de 5 días, dado que en ese lugar el emperador obsequió a Belisario con una cantidad muy considerable de caballos procedentes de sus dehesas imperiales en la Tracia (Libro III, cap. XII, 6).

Y, tras hacerse a la mar desde allí, fondearon en Abido (Libro III, cap. XII, 7).Y vino a suceder que, mientras llevaban ya en ese lugar 4 días de demora, a causa de la falta de viento, dos maságetas mataron a uno de sus compañeros, porque se estaba burlando de ellos mientras se encontraban bebiendo de forma incontrolada, pues ambos estaban borrachos (Libro III, cap. XII, 8). En consecuencia, Belisario mandó empalar a los dos hombres en una colina de aquel lugar (Libro III, cap. XII, 9).

            Adentrada ya la travesía en alta mar, la enorme flota bizantina acusa una inesperada inexperiencia marina, que le obliga a llevar a cabo una improvisada planificación de maniobras y disciplina naval:

Belisario trató que los barcos pudieran navegar siempre juntos, pues la flota era grande y, si se abatían sobre ella vientos tempestuosos, era inevitable que muchas embarcaciones quedasen rezagadas, y se dispersasen en mar abierto sin que sus pilotos supieran hacia donde era mejor seguir (Libro III, cap. XIII, 1).

Se pusieron los 3 barcos del general al mando de la flota, para guiar a toda la flota y que ésta no se quedase atrás. Se pintaron estos 3 barcos de bermellón y, tras levantar pértigas en cada una de las proas, se colgaron de ellas lámparas con objeto de que fueran visibles tanto de día como de noche (Libro III, cap. XIII, 3). De esta forma, con las 3 naves guiando a toda la flota, ninguno de los barcos se quedó atrás. Y cuando había que salir de un puerto hacia la mar, eran las trompetas de estas naves las que les daban la señal (Libro III, cap. XIII, 4).

            Sin separarse ya en partes la flota bizantina, ésta se ve arrastrada por los vientos del Helesponto al promontorio del Sigeo (cerca de Troya). Desde allí, y tras esperar los tiempos de calma, decide entonces dirigirse al Peloponeso, a través del cabo de Malea (este del Peloponeso) y cabo de Ténaro (sur del Peloponeso), hasta tocar tierra en Metone (oeste del Peloponeso):

Unos fuertes vientos se abatieron sobre ellos arrastrándolos hasta el Sigeo (Libro III, cap. XIII, 5). Y , aprovechando de nuevo la calma, se dirigieron más relajadamente hacia Malea (Libro III, cap. XIII, 5). Consiguieron así huir de la tempestad, atravesar el Ténaro (Libro III, cap. XIII, 8) y llegar y arribar en Metone (Libro III, cap. XIII, 9). Belisario ancló allí los barcos e hizo desembarcar a todo el ejército, para descansar y hasta que volviesen los vientos favorables (Libro III, cap. XIII, 10-11).

            En el puerto de Metone, y a 20 kilómetros del cabo Akritas, la flota bizantina sufre una repentina epidemia mortal, provocada por un pan mal horneado, cuya ingestión provoca la muerte a muchos soldados:

Mientras Belisario revisaba las tropas, y como no podían salir por falta de viento en absoluto, sucedió que muchos soldados murieron allí en Metone de enfermedad (Libro III, cap. XIII, 11). Pues el mezquino pretor Juan, no sabiendo como conseguir más dinero para el tesoro público ya desde la salida, y calculando cómo daría menos leña e inferior sueldo a los horneros, había llevado el pan todavía sin cocer a la travesía. Y cuando la flota llegó a Metone, las piezas de pan se convirtieron de nuevo en harina, llenas de moho y siendo suministradas por medida a los soldados, para muerte de no menos de 500 soldados (Libro III, cap. XIII, 17-20).

            Desde Metone, la flota bizantina se dirige a Zacinto (golfo de Corinto), donde reponen la comida y el agua traída de Constantinopla y desde donde se adentran en el Adriático con dirección a Italia, a través de una larga y calurosa travesía que tuvieron que hacer con el agua descompuesta, y hasta que tocaron tierra en Sicilia:

Tras partir de Metone, llegaron al puerto de Zacinto, donde introdujeron agua suficiente para cruzar el mar Adriático y desde donde, una vez completados el resto de los preparativos, siguieron navegando (Libro III, cap. XIII, 21).

Al demorarse la travesía por la flojedad de los vientos, sucedió que se les echó a perder el agua, excepto la del propio Belisario y sus compañeros (Libro III, cap. XIII, 23), gracias a una esposa de Belisario que, tras llenar de agua unas ánforas de cristal y construir una pequeña habitación con tablas de madera en la bodega de la nave (donde era imposible que penetrara el sol), enterró allí en arena las ánforas, y de esta forma el agua permaneció intacta (Libro III, cap. XIII, 24).

Al decimosexto día de atravesar el Adriático consiguieron desembarcar en un lugar desierto de Sicilia, cercano a donde se alza el monte Etna (Libro III, cap. XIII, 22).

b.10) Inspección del territorio vándalo

            Tras arribar a Sicilia, Belisario envía a Procopio a Siracusa para que haga averiguaciones sobre la situación de los vándalos:

Belisario, tan pronto como desembarcó en la isla, se sentía preocupado al ignorar qué tipo de hombres eran los vándalos contra los que se dirigía, o cómo eran en relación con la guerra (Libro III, cap. XIV, 1).

Entonces envió a Procopio, su consejero, a Siracusa con el fin de averiguar si los enemigos tenían naves emboscadas vigilando el paso, o en la isla o en la parte continental. Y también en qué lugar de Africa sería mejor para ellos anclar, así como la base de operaciones de la que les convenía lanzarse para llevar a buen término la guerra contra los vándalos (Libro III, cap. XIV, 3).

            Procopio cumple con su misión de información sobre los vándalos extraordinariamente, llevando las buenas nuevas a Belisario:

Cuando Procopio llegó a Siracusa, se encontró con un conciudadano, que era amigo suyo de la infancia y que había estado viviendo en Siracusa desde hacía tiempo, dedicado a las actividades relacionadas con el mar (Libro III, cap. XIV, 7). Fue ésta la persona por la que se informó que los vándalos no habían tendido una emboscada contra su flota, pues no habían oído a nadie que ningún ejército viniera contra ellos en aquel tiempo (Libro III, cap. XIV, 8-9).

Habiendo oído esto Procopio, se encaminó al puerto de Aretusa, y de allí zarpó a toda prisa rumbo a Caucana, donde había quedado con Belisario (Libro III, cap. XIV, 11).

            Tras las buenas noticias traídas por Procopio, Balisario da la orden de embarque a toda la flota bizantina, y ésta prosigue su travesía hacia Africa, haciendo escala en la isla de Malta:

Belisario se sintió muy alegre por las noticias traídas por Procopio y, tras enterrar al general de las tropas de Armenia Doroteo, que había muerto en aquella estación, ordenó que se diese la señal de partida con las trompetas (Libro III, cap. XIV, 15).

Después de izar las velas a toda velocidad, tocaron puerto en las islas de Gaulo y Malta, que marcan el límite entre el mar Adriático y el Tirreno (Libro III, cap. XIV, 16). Allí se abatió entonces sobre ellos un fuerte viento del este que, al día siguiente, los arrastró hasta un lugar que los romanos llaman Caputvada, a una distancia de Africa de 5 días de ruta para un viajero desenvuelto (Libro III, cap. XIV, 17).

            Al llegar la flota a Caputvada, a 85 km de Adrumento (hoy Susa) y a 75 km de Taparura (hoy Sfax), Belisario reúne a sus comandantes y les pide información acerca de la mejor de las opciones para el desembarque:

Cuando se encontraron cerca de la costa, Belisario ordenó arriar las velas, echar fuera de los barcos las anclas y hacer un alto. Después convocó a todos los comandantes del ejército a su propio barco y les propuso que deliberaran sobre la cuestión del desembarco (Libro III, cap. XV, 1).

Entonces muchos fueron los discursos que se pronunciaron inclinándose a favor de cada una de las posturas principales (Libro III, cap. XV, 2), imponiéndose sobre todos la postura de Arquelao, que pedía ir derechos en barco al puerto de Estagno, en las proximidades de Cartago y no a 9 jornadas de viaje terrestre, y establecer allí la base de operaciones, evitando los ataques enemigos por tierra y teniendo a mano al grueso de la flota (Libro III, cap. XV, 2-15).

b.11) Desembarco en Africa

            Una vez llevado a cabo el desembarco en Estagno, los bizantinos plantan muy cerca de allí su campamento bizantino, con toda serie de medidas de seguridad y de abastecimiento, y como base bizantina de operaciones en Africa:

Tras pronunciar Belisario unas palabras, toda la asamblea acogió con agrado su propósito y, tras disolverse, hicieron el desembarco lo más rápidamente que pudieron, aproximadamente 3 meses después de su partida de Bizancio (Libro III, cap. XV, 31).

Tras indicarles un lugar en la costa, Belisario ordenó a los soldados y a los marinos cavar la trinchera y levantar una empalizada alrededor de ésta (Libro III, cap. XV, 32), clavando en círculo por todos lados estacas puntiagudas (Libro III, cap. XV, 33) y cavando hondo hasta encontrar agua suficiente, que abasteciera en adelante a hombres y animales (Libro III, cap. XV, 34).

Así pues, todos los soldados vivaquearon durante la noche aquella en el campamento (Libro III, cap. XV, 36).

b.12) Reconquista de Libia

            La reconquista bizantina de Africa comenzó con la reconquista de Silecto, cercana al campamento base bizantino y en sintonía con las gentes africanas de la localidad:

Al día siguiente, Belisario oyó decir que la ciudad de Silecto distaba del campamento una jornada de viaje, que se encontraba situada junto al mar en la carretera que conduce a Cartago, y que su muralla estaba derruida desde hacía tiempo (Libro III, cap. XVI, 9).

Entonces Belisario envió a su guardia de corps Boríades, junto con su guardia personal, ordenándoles que conquistasen la ciudad. Y que, en caso de que la tomaran, no causasen ningún daño en ella, sino que les hicieran mil y una promesas a sus habitantes, y les aseguraran que habían llegado allí con el fin de conseguir su libertad (Libro III, cap. XVI, 9).

Ellos tomaron posesión de la ciudad sin ninguna dificultad, tras llamar al sacerdote y a todos los notables y hacerles saber las órdenes del general, recibiendo de ellos voluntariamente las llaves de sus puertas (Libro III, cap. XVI, 11).

            Tras la toma de Silecto, Belisario dirige sus tropas bizantina hacia Cartago, avanzando en línea de combate y con la idea de estar preparados ante una eventual batalla campal contra los vándalos:

Belisario, habiendo dispuesto a su ejército para una batalla campal, empezó la marcha en dirección a Cartago (Libro III, cap. XVII, 1).

Belisario escogió 300 soldados de su guardia personal y se los entregó al bravo Juan de Armenia, para que fuese con ellos por delante del ejército, a una distancia no inferior a 20 estadios (4 km) y para que, en caso de divisar a algún enemigo, se lo comunicase a toda prisa, de tal forma que no se viesen obligados a entrar en batalla sin estar preparados (Libro III, cap. XVII, 1-2).

A los auxiliares maságetas les dio orden Belisario de que realizaran la marcha por el lado izquierdo, dejando a su lado derecho el mar y marchando él en la retaguardia con las mejores tropas (Libro III, cap. XVII, 3). A los marineros les ordenó que, cuando el viento soplase a favor, arriasen las naves pequeñas y remando les fuesen siguiendo por mar, a no mucha distancia y mientras dejaban al resto de naves en el campamento (Libro III, cap. XVII, 5).

            De camino hacia Cartago, Belisario fue consumando la reconquista de Leptes, Adrumeto y Grase, hasta llegar a Hammamet y puerta de entrada a Túnez:

Recorriendo cada día 80 estadios (15 km) hacia Cartago (Libro III, cap. XVII, 7), pasamos por la ciudad de Leptes y después por Adrumeto, antes de llegar a la plaza llamada Grase, a 350 estadios de distancia de Cartago (Libro III, cap. XVII, 8) y donde se encontraba uno de los palacios del soberano de los vándalos (Libro III, cap. XVII, 9), junto al jardín más hermoso de cuantos los bizantinos conocemos (Libro III, cap. XVII, 9-10).

b.13) Reconquista de Túnez

            Las noticias del avance bizantino sobre Túnez llegaron al general vándalo Gelimer, que decide encargar a su hermano Amatas el asesinato del rey Ilderico I, a su sobrino Gabimundo la preparación del ejército vándalo para la guerra, y él mismo siguiendo los pasos y estela del ejército bizantino:

Tan pronto como Gelimer oyó decir en Hermione que los enemigos se encontraban cerca, ordenó por escrito a su hermano Amatas que diese muerte en Cartago a Ilderico, y que pusiese en disposición a los vándalos y resto de hombres útiles para el combate (Libro III, cap. XVII, 11).

También ordenó Gelimer que, cuando los enemigos se encontrasen en el desfiladero Décimo de Cartago (10ª piedra militar, desde Cartago), juntándose ellos desde ambos lados del mismo, los rodeasen y, habiéndolos atrapado como en una red, terminasen por aniquilarlos (Libro III, cap. XVII, 11).

Ese mismo día Gelimer ordenó a su sobrino Gibamundo que, adelantándose al resto del ejército con 2.000 vándalos, fuese por el flanco izquierdo, de modo que Amatas desde Cartago, Gelimer mismo por la retaguardia y Gibamundo desde los terrenos situados a la izquierda, se reuniesen en el mismo punto y ejecutasen la maniobra de envolvimiento de los enemigos más fácilmente y con menos esfuerzo (Libro III, cap. XVIII, 1).

            Hasta que se produce la batalla de Décimo, en los desfiladeros de las afueras de Cartago (a 14 km) y no de la forma establecida por Gelimer, con gran derrota de las avanzadillas vándalas de Amatas, a manos de Juan de Armenia:

Pero Amatas llegó al desfiladero Décimo en tomo al mediodía, antes de tiempo (Libro III, cap. XVIII, 5), y justo cuando allí se encontraba la avanzadilla de Juan de Armenia. Allí le trabó combate Juan a Amatas, dando muerte a sus mejores hombres y a él mismo, y provocando que los vándalos huyesen a toda velocidad a la ciudad de Cartago (Libro III, cap. XVIII, 6-7).

Juan y sus hombres llegaron hasta las puertas de Cartago, provocando tal matanza de vándalos a lo largo de aquellos 70 estadios, que los que la contemplaron podían conjeturar que era obra de 20.000 enemigos (Libro III, cap. XVIII, 10-11).

            Tras lo cual tiene lugar la batalla de las Salinas, en los lagos salados de las afueras de Cartago (a 7 km) y en la que el grueso vándalo de Gabimundo sufre la 2ª gran derrota vándala, esta vez a manos de las tropas maságetas bizantinas:

Al mismo tiempo, Gibamundo y sus 2.000 hombres llegaron a Pedio Halón, que está de Décimo a 40 estadios y es un lugar acuoso que no produce más que sal (Libro III, cap. XVIII, 12).

Entonces los combatientes maságetas hicieron buena su fama de belicosos, y se lanzaron a gritos contra el ejército de los vándalos, que se quedaron atónitos ante el coraje de los maságetas, se quedaron paralizados ante el peligro que les venía, y rompieron filas a la hora de entablar el combate, pereciendo todos de manera deshonrosa (Libro III, cap. XVIII, 13-19).

            Mientras tanto, los ejércitos de Belisario y Gelimer siguen desde más atrás su ruta hacia Cartago, sin enterarse de lo sucedido en las afueras de Cartago, y hasta que ambos se encuentran y traban la batalla de Mornag, a 22 km de Cartago. En ella, Gelimer desaprovecha la oportunidad de obtener una victoria aplastante sobre los federados de Belisario, y huye vergonzosamente:

No habiéndose enterado de nada de lo que había sucedido, Belisario siguió encaminándose hacia Cartago. Y observó un lugar que, por sus características, era adecuado para levantar un campamento, a 35 estadios de Décimo. Lo rodeó con una empalizada, introdujo allí a todos los soldados de infantería, y convocó al ejército entero (Libro III, cap. XIX, 1), a la espera de que llegasen las naves que nos seguían por mar (Libro III, cap. XIX, 2) y pronunciado plegarias ante la magnitud de lo que se les venía (Libro III, cap. XIX, 11).

Pero mientras estaban ellos todavía rezando, desde las colinas en derredor apareció una polvareda por el lado sur y, poco después, una muy numerosa fuerza de caballeros vándalos bajo la dirección de Gelimer (Libro III, cap. XIX, 15).

Cuando se encontraron cerca los unos de los otros, se suscitó de pronto una refriega entre ambos ejércitos (Libro III, cap. XIX, 20).

Fueron los vándalos los que acometieron al grueso de los bizantinos (Libro III, cap. XIX, 22), que se vieron obligados a dar la vuelta y retirarse 17 estadios, muy cerca de los desfiladeros de Décimo (Libro III, cap. XIX, 23). Por casualidad estaba allí todavía Uliaris, oficial de la guardia personal de Belisario, junto con 800 soldados de dicha guardia. Éstos ofrecieron su ayuda a los bizantinos, y junto a ellos salieron juntos al encuentro de los vándalos (Libro III, cap. XIX, 24).

En este momento no soy capaz de decir qué fue lo que le ocurrió a Gelimer, que, teniendo en sus manos la victoria en la guerra, la desbarató (Libro III, cap. XIX, 25). Pues si hubiera llevado a cabo una inmediata persecución, yo creo que ni siquiera el propio Belisario le habría ofrecido resistencia (Libro III, cap. XIX, 26). O si Gelimer se hubiera dirigido a caballo a Cartago, habría matado sin dificultad a todos los hombres de Juan (Libro III, cap. XIX, 27). Pero la realidad es que no hizo ninguna de estas dos cosas, sino que al ver el cadáver de su hermano, se dio a los lamentos y se retiró, sin haberse informado de cómo estaba en ese momento la situación (Libro III, cap. XIX, 29).

b.14) Reconquista de Cartago

            Tras la huida vándala de Gelimer, todos los cartagineses abren las puertas de su puerto y ciudad a los bizantinos, que van llegando a la ciudad desde los distintos frentes de batalla, y haciendo su entrada triunfal en Cartago:

Al día siguiente, después de que se presentase la infantería junto con la esposa de Belisario, nos pusimos en camino todos juntos en dirección a Cartago, a donde llegamos aproximadamente a la caída de la tarde y pasamos la noche en campo abierto (Libro III, cap. XX,1).

Los cartagineses, tras abrir las puertas, encendieron luces por todas partes, y mantuvieron iluminada la ciudad por las antorchas, a lo largo de toda aquella noche aquella. Por su parte, los vándalos que se habían quedado atrás se sentaron en los adoquines de los santuarios, en calidad de suplicantes (Libro III, cap. XX, 1).

Durante aquel día, las naves alcanzaron el promontorio de Cartago, y los cartagineses les abrieron su puerto de Mandracio, tras quitar todas sus cadenas de hierro (Libro III, cap. XX, 3).

            Tras hacer Belisario entrada en Cartago, se sienta en el trono de Gelimer y ordena la liberación de presos vándalos y buen trato a la población cartaginesa, tras elogiar la moderación y buenas costumbres de sus soldados:

Belisario entró en Cartago, subió al palacio y se sentó en el trono de Gelimer (Libro III, cap. XX, 21), ordenando desde allí que se produjeran represalias contra los vándalos, y que los soldados no tuviesen vía libre para dedicarse al pillaje (Libro III, cap. XX, 2). Ordenó también la liberación de los presos del palacio real (Libro III, cap. XX, 4-9), comportarse con moderación con los africanos (Libro III, cap. XX, 18) y la disciplina militar en la ciudad, para evitar cualquier emboscada enemiga (Libro III, cap. XX, 19).

Tras lo cual, Belisario ordenó que le preparasen el almuerzo, en la sala Délphix donde precisamente Gelimer acostumbraba a invitar a comer a los jefes de los vándalos (Libro III, cap. XXI, 1).

            La ciudad de Cartago vivió pacíficamente el cambio de régimen político, su ciudadanía pudo vivir en concordia y paz, y los cristianos cartagineses celebraron la recuperación de los templos cristianos y las fiestas sagradas, volviendo a engalanar sus liturgias con la fe ortodoxa y las más hermosas ofrendas votivas:

Tanto soldados como población cartaginesa presentaron un comportamiento tan moderado que no se produjo nunca ni un solo acto de insolencia, ni una sola amenaza, y no ocurrió tampoco nada que impidiera la actividad normal de la ciudad (Libro III, cap. XXI, 9) en esta modificación del régimen político, que ya no debía rendir vasallaje a su soberano, y que no excluía a familias enteras del comercio por razón de su credo (Libro III, cap. XXI, 10). Posteriormente, Belisario ofreció garantías a los vándalos que se habían refugiado en los santuarios, y empezó a preocuparse de las fortificaciones de la ciudad (Libro III, cap. XXI, 11).

Belisario devolvió a los cristianos el templo de Cipriano, que los vándalos se habían apoderado tras expulsar de allí a los sacerdotes de forma muy deshonrosa (Libro III, cap. XXI, 19). También devolvió a los cristianos la fiesta de las Ciprianas a orillas del mar (Libro III, cap. XXI, 18).

Los cristianos de fe ortodoxa limpiaron todos sus templos y colgaron de ellos las más hermosas ofrendas votivas (Libro III, cap. XXI, 23). Celebraron la vuelta a sus cultos en el santuario de Cipriano, encendiendo todas sus lámparas y celebrando una solemnidad religiosa tal y como ellos acostumbraban a profesar, antes de llegar los vándalos arrianos (Libro III, cap. XXI, 25).

b.15) Recomposición del ejército vándalo

            Tras haber desaparecido Gelimer del mapa de Cartago, vuelve a aparecer de nuevo en escena, esta vez con planes de contraataque vándalo que devuelva a sus manos lo que los bizantinos le han quitado. Y lo hace empezando por los campos de Africa, estableciendo una alianza con los campesinos africanos para dar muerte a los bizantinos que merodeaban por sus territorios, por medio de recompensas:

Mientras todo eso sucedía en Cartago, Gelimer empezó a distribuir una gran cantidad de dinero entre los campesinos africanos, mostrando una disposición amistosa hacia ellos y consiguiendo atraer a su causa a muchos (Libro III, cap. XXIII, 1).

A estos campesinos ordenó Gelimer que matasen cuantos bizantinos deambulasen por sus campos, prometiéndoles una recompensa en oro por cada hombre eliminado (Libro III, cap. XXIII, 2). Ellos asesinaron a muchos del ejército bizantino, tanto soldados como esclavos y sirvientes, subiendo a sus aldeas a escondidas y capturándolos (Libro III, cap. XXIII, 3). Entonces los campesinos les presentaban a Gelimer sus cabezas, y se marchaban tras haber recibido su recompensa (Libro III, cap. XXIII, 1-4).

            Por otro lado, también intentó convencer Gelimer para la causa al rey visigodo Teudis I de España, sobre una posible alianza con los visigodos españoles que expulsara a los bizantinos de Africa. Ofrecimiento de alianza que, sin embargo, llegó tarde y no convenció al soberano visigodo:

Poco después, Gelimer envió embajadores a Hispania, entre los cuales se encontraban Goteo y Fuscias, con el fin de persuadir a Teudis, soberano de los visigodos, de que concluyese una alianza militar con los vándalos (Libro III, cap. XXIV, 7). Tras desembarcar aquéllos en el continente, después de cruzar el estrecho de Cádiz, encontraron a Teudis en el interior del país (Libro III, cap. XXIV, 8).

Teudis los recibió con una disposición amistosa, y los agasajó cordialmente (Libro III, cap. XXIV, 9). Pero como los embajadores vándalos habían tardado tanto en llegar, él ya se había enterado del motivo por el que venían: el desastre vándalo en Africa (Libro III, cap. XXIV, 10). Y cuando le propusieron una alianza militar, Teudis los despachó diciéndoles que se fueran a la costa, de vacío y por donde habían venido (Libro III, cap. XXIV, 14).

            Al recibir la negativa de los visigodos a una alianza militar, Gelimer se decide por un masivo reclutamiento vándalo de las islas, trayendo a Africa todas las fuerzas vándalas disponibles en las islas mediterráneas, e incluso haciendo llamar a su caudillo y hermano Tzazón a que vuelva de su destino en Córcega:

No muy lejos de las fronteras de Numidia, Gelimer reunió a la totalidad de los vándalos presentes en Africa (Libro III, cap. XXV, 1), así como a algún que otro moro al que había prometido distintivos de autoridad (Libro III, cap. XXV, 4).

También envió Gelimer envió a uno de sus emisarios a Cerdeña, con una carta dirigida a su hermano Tzazón (Libro III, cap. XXV, 10) que le decía: «Belisario ha venido contra nosotros y se ha llevado la mejor parte. Amatas y Gibamundo han caído en combate, y toda Africa entera, y especialmente la propia Cartago, son ya posesiones de los enemigos. Ea, pues, deja ya tu tiranía en Cerdeña, y ven con nosotros con todo tu ejército» (Libro III, cap. XXV, 14-17).

Tzazón reunió a todo su ejército y, después de zarpar de allí con toda su flota, al tercer día desembarcaron entre Numidia y Mauritania (Libro III, cap. XXV, 21), y a pie marcharon a la llanura de Bula, donde se unieron al resto del ejército vándalo de Gelimer (Libro III, cap. XXV, 22).

b.16) Batalla de Tricameron

            Nada más recibir las noticias del reclutamiento vándalo, el general Belisario hace salir a todas sus tropas, poniéndolas en formación y dirigiendo al total del ejército bizantino al encuentro del ejército vándalo, para jugarse el todo o nada en una y única batalla decisiva:

Belisario hizo salir, en ese mismo día, a todos los caballeros excepto 500, y también a los soldados de su guardia personal y el estandarte de la guardia imperial, que encomendó a Juan el Armenio (Libro IV, cap. II, 1).

Él, por su parte, los siguió al otro día acompañado de la infantería y del grupo de los 500 caballeros (Libro IV, cap. II, 2). En cuanto a los maságetas, deliberando entre ellos mismos, decidieron llevar a cabo la persecución de los derrotados (Libro IV, cap. II, 3).

            Por su parte, el ejército vándalo ve venir al bizantino hacia él, y decide escoger el lugar (un río) y momento adecuado (la hora del almuerzo) para la contienda, poniéndose de inmediato ambos ejércitos en posición de combate:

Gelimer y Tzazón, tras unas exhortaciones, hicieron salir a los vándalos y, a la hora del almuerzo y mientras los bizantinos preparaban la comida, se presentaron y se dispusieron para entrar en combate, a lo largo de la margen escarpada del río Tricamaro (Libro IV, cap. III, 1).

Al instante, los bizantinos, tras prepararse como pudieron dadas las circunstancias, llegaron a la otra margen del río y se colocaron en formación (Libro IV, cap. III, 3). El ala izquierda la ocuparon los federados, el ala derecha las fuerzas de caballería, en el centro tomó posición Juan, la guardia personal de Belisario y el estandarte imperial. También llegó allí Belisario, en el momento oportuno y colocándose con los 500 delante de la infantería (Libro IV, cap. III, 4-6).

            A los 3 meses de la entrada de los bizantinos en Cartago, el 15 de diciembre del 533, tuvo lugar la batalla decisiva de las Guerras Vándalas, con todas las fuerzas en juego disponibles (en este momento 5.500 bizantinos, por más de 50.000 vándalos) y con victoria final bizantina, para caída total del reino vándalo de Africa:

Entonces Juan, a instancias de Belisario, se lanzó en ataque contra los vándalos, cruzando el río y dirigiéndose contra el centro de la formación vándala, que ocupaba Tzazón (Libro IV, cap. III, 10). Por 2 veces fue rechazado Juan por Tzazón, hasta que a la 3ª, y en medio del griterío y estampida general bizantina, el ataque se volvió total, con estruendo de armas y encarnizamiento de espadas (Libro IV, cap. III, 13).

El combate se hizo encarnizado, luchando valerosamente los soldados de ambas partes y cayendo los muertos al suelo (Libro IV, cap. III, 14). Tzazón cayó muerto al suelo (Libro IV, cap. III, 14) y los maságetas se lanzaron, según lo acordado, contra los vándalos de Tzazón (Libro IV, cap. III, 16), que tuvieron que retroceder a su campamento (Libro IV, cap. III, 17).

En el campamento de Tzazón, los bizantinos empezaron a despechar a los vándalos (Libro IV, cap. III, 17), matando en un instante a más de 800 (Libro IV, cap. III, 18).

Por su parte, Belisario se dirigió con toda la infantería hacia las tropas de Gelimer (Libro IV, cap. III, 19). Cuando Gelimer se dio cuenta de que Belisario iba directamente contra él acompañado de la infantería y del resto del ejército, sin decir palabra ni dar orden alguna, saltó sobre su caballo y salió huyendo por la carretera que conduce a Numidia (Libro IV, cap. III, 20), sin que los vándalos se diesen cuenta de ello (Libro IV, cap. III, 21). Cuando los vándalos vieron venir a las tropas de Belisario, se pusieron a gritar, y los niños empezaron a chillar, y las mujeres a gemir (Libro IV, cap. III, 22).

Los soldados de Belisario se apoderaron del campamento de Gelimer, y persiguieron durante toda la noche a los fugitivos, dando muerte a todos aquellos hombres con los que se toparon, y reduciendo a la condición de esclavos a los niños y a las mujeres (Libro IV, cap. III, 24).

b.17) Reconquista de Mauritania

            Tras la victoria de Tricameron, decide Belisario asegurar el dominio bizantino sobre toda Africa, desde Trípolis a Gibraltar. Y lo hace enviando ejércitos de reconquista a las plazas de Argel (Cesarea), Ceuta (Septo) y Tripolis (Tripolis), consumando así la reconquista de Argelia y Marruecos (antigua frontera occidental vándala en Africa), así como el apuntalamiento de Libia (antigua frontera oriental vándala de Africa):

Tras la batalla de Tricamaro, Belisario envió a Juan con una compañía de infantería a Cesarea de Mauritania, ciudad muy importante y populosa que se encuentra de Cartago a 30 días en dirección a Cádiz y hacia poniente, para que la tomara (Libro IV, cap. V, 5).

A otro Juan, uno de los oficiales de su guardia personal, Belisario lo envió al estrecho de Cádiz, a una de las dos Columnas de Heracles, para tomar posesión de la plaza fuerte a la que llaman Septo (Libro IV, cap. V, 6).

Posteriormente, envió también un ejército a Tripolis, que estaba siendo presionada por los moros de la zona, fortaleciendo así el poder de los bizantinos en aquel sector (Libro IV, cap. V, 10).

b.18) Reconquista del Mediterráneo

            Tras lo cual, y una vez bien cubiertas las espaldas africanas por todas partes, Belisario planifica el asalto y reconquista de Córcega y Cerdeña, islas que todavía permanecían bajo dominio vándalo:

De regreso a Cartago, Belisario envió un ejército a fin de que recuperara para los bizantinos todos los territorios que los vándalos gobernaban (Libro IV, cap. V, 1). A Cirilo lo mandó a Cerdeña, portando la cabeza de Tzazón y acompañado de un numeroso contingente de hombres (Libro IV, cap. V, 2). También le ordenó a Cirilo que enviase a una parte del ejército a Córcega y que recobrase para el Imperio de los romanos la isla (Libro IV, cap. V, 3).

Cirilo llegó a Cerdeña y les mostró la cabeza de Tzazón a los habitantes del lugar, recuperando así Cerdeña y Córcega y obligándolas al pago del tributo a la autoridad imperial (Libro IV, cap. V, 4).

            Así como planifica la reconquista de Ibiza, Mallorca y Menorca, también islas que todavía permanecían bajo dominio vándalo:

Y a las islas que se encuentran cerca de la entrada del océano, que, por parte de los nativos, reciben el nombre de Ibiza, Mallorca y Menorca, mandó a Apolinario, originario de Italia pero que, siendo todavía un jovenzuelo, había llegado a Libia (Libro IV, cap. V, 7).

            Tras lo cual, y como plato fuerte y último de las Guerras Vándalas, planifica Belisario la complicada reconquista de Sicilia, en poder tanto de los vándalos como de los ostrogodos. Se trató de una campaña larga y dolorosa, con agónicas derrotas en Marsala (Lilibeo) y negociaciones interminables con la goda Amalasunta (hermana de Teodorico, madre de Atalarico, y casada con un rey vándalo). Hasta que, aprovechando la ocasión propicia, consiguen liberarla, e integrarla bajo dominio bizantino:

Tras mandar además a algunos hombres a Sicilia con el fin de conquistar la plaza fiierte de Lilibeo, porque pertenecía al imperio de los vándalos, sin embargo fue violentamente rechazado de allí, al no considerar justo en absoluto los godos ceder ninguna parte de Sicilia (Libro IV, cap. V, 11).

Enterado Belisario de estas noticias, les escribió una carta a los godos que allí estaban, diciéndoles: «Nos estáis privando a nosotros de Lilibeo, la plaza fuerte que pertenece a los vándalos, los cuales son esclavos del emperador. En consecuencia, no pongáis vosotros en contra de la nación de los godos al gran emperador» (Libro IV, cap. V, 12-16).

A lo cual le contestaron los godos, por medio de la madre de Atalarico: «Sicilia entera es nuestra, y la fortaleza de Lilibeo es uno de nuestros promontorios. Y toda ella la reclamamos para nosotros, porque no estamos quitando nada al emperador Justiniano» (Libro IV, cap. V, 18-20).

Enterado Justiniano del asunto, esperó la ocasión propicia. Y cuando ésta llegó, envió a Belisario mismo en persona contra la nación de los godos en Sicilia, y sin dificultad alguna la tomó. Pues en ese momento había subido al trono de los godos en Italia Teodato, sobrino de Teodorico, de la familia de los Amalas, hijo de Amalafrida y hermano de Amalaberga. Y después de la muerte del rey Atalarico, hijo de Amalasunta, ésta lo hizo proclamar rey. Tras lo cual, y con la idea de evitar la molesta presencia de su protectora, Teodato mandó asesinar a Amalasunta. Momento que aprovechó Justiniano para conquistar Sicilia (Libro IV, cap. XIV, 1-2).

b.19) Sofoco de los moros

            Tuvo lugar cuando una revuelta mora en Numidia empezó a causar estragos en las estructuras implantadas por Bizancio en Africa, secuestrando bizantinos o desarbolando sus edificios civiles. Y todo ello sin causa aparente, y por su mero carácter racial:

Así pues, de esta forma terminó la guerra vándala (Libro IV, cap. VIII, 1).

Pero entonces los moros que vivían en Numidia volvieron sus ojos a una revuelta, aun sin ninguna razón y quebrantando los tratados (Libro IV, cap. VIII, 9). Decidieron de repente levantarse en armas contra los romanos por su forma de ser, pues entre los moros no existe ni temor de Dios, ni respeto por los hombres, y no les preocupa ni los juramentos ni los rehenes, y la paz no se mantiene entre ellos de ninguna manera, más que por el temor a que los enemigos se enfrenten a ellos (Libro IV, cap. VIII, 10-11).

            Hasta que llega a Africa una expedición bizantina de refuerzo, enviada desde Bizancio por el mismo Justiniano I. Lo cual causa furor en el ánimo de los moros, así como logra sofocar todos sus conatos de rebeldía:

Pero entonces se rumoreó que una expedición del emperador iba a llegar a Libia, y empezaron a temer los moros que fueran a sufrir algún daño por parte de ella (Libro IV, cap. VIII, 12). Consultaron los oráculos de sus mujeres, que al quedarse poseídas predicaban el futuro con la misma fiabilidad que cualquier otro podría hacerlo (Libro IV, cap. VIII, 13), diciendo que «llegará un ejército del mar al mando de un general romano imberbe, que será la perdición de los moros» (Libro IV, cap. VIII, 14).

Entonces los moros establecieron la paz, y permanecieron quietos hasta ver el ulterior desarrollo de los acontecimientos (Libro IV, cap. VIII, 15). Por su parte, el emperador envió otro ejército a Africa, al mando de Ildiger y Teodoro de Capadocia (Libro IV, cap. VIII, 24).

b.20) Entrada triunfal en Constantinopla

            Como 1ª medida administrativa tras el final de las Guerras Vándalas, Bizancio fija los tributos para las provincias africanas conquistadas, aludiendo a una posible carga para la población:

En el envío de refuerzo a Africa, fueron enviados por el emperador Trifón y Eustracio, con la misión de imponer a los africanos los tributos, según la proporción que correspondiese a cada uno y aunque se quejasen de no ser moderados ni soportables (Libro IV, cap. VIII, 25). Y es que no era ya posible encontrar ordenados los antiguos documentos romanos, que registraban los tributos de los diferentes distritos de Africa, pues los vándalos lo habían trastocado y destruido todo desde el principio (Libro IV, cap. VIII, 25).

            Como 2ª medida administrativa tras el final de las Guerras Vándalas, Bizancio implanta el consulado bizantino en Africa, al frente del cual Justiniano I pone a su general Belisario. Así como decreta el destierro de los líderes vándalos a Galacia, bajo pacto de vasallaje a cambio de donación de bienes:

Poco después, Justiniano estableció el consulado de Africa y lo entregó a Belisario, que celebró el nombramiento con arreglo a la antigua costumbre (Libro IV, cap. IX, 15). En efecto, accedió al consulado y vino a ser portado a hombros por los prisioneros y, mientras lo llevaban en la silla curul, él iba lanzándole al pueblo el botín de guerra contra los vándalos, objetos de plata, cinturones de oro y una gran cantidad del resto de las riquezas vándalas. Así pareció restablecerse algo que ya no era costumbre desde hacía tiempo (Libro IV, cap. IX, 16).

El emperador Justiniano y la emperatriz Teodora obsequiaron con bastantes riquezas a los hijos de llderico (rey vándalo asesinado por Gelimer) y a Gelimer le dieron unas tierras en Galacia nada desdeñables, y le permitieron vivir allí junto con sus familiares (Libro IV, cap. IX, 13).

            Tras lo cual tiene lugar el desfile y entrada triunfal en Constantinopla del ejército bizantino, con sus soldados al frente y la conquista de botines y esclavos en la parte posterior. Como regalo bizantino, unos vasos salomónicos, procedentes de la bizantina Jerusalén, son donados por Justiniano I a los templos de los cristianos africanos:

Belisario, al llegar a Bizancio con Gelimer y los vándalos capturados, fue considerado merecedor de las honras que en épocas anteriores se les habían dispensado a los generales romanos, que habían ceñido coronas por las victorias más importantes y sonadas (Libro IV, cap. IX, 1). Hacía ya 600 años que nadie recibía tales honras, si exceptuamos a Tito, a Trajano y a todos los demás emperadores que habían movilizado sus ejércitos contra alguna nación bárbara, y la habían vencido (Libro IV, cap. IX, 2).

En efecto, haciendo gala del botín y de los prisioneros de guerra, Belisario condujo por medio de la ciudad el desfile del triunfo, pero no a la antigua usanza, sino a pie desde su casa hasta el hipódromo, y, una vez allí, desde los arrancaderos hacia el trono imperial (Libro IV, cap. IX, 3).

Del botín había tronos de oro para el emperador, y carruajes para transportar a la emperatriz, y numerosas joyas de piedras preciosas, copas de oro, y todas las demás cosas para los banquetes imperiales (Libro IV, cap. IX, 4). Había también de plata muchos miles de talentos, y una gran parte del tesoro imperial que Gicerico había saqueado en el Palatino de Roma (Libro IV, cap. IX, 5). También estaban los tesoros de los judíos, que Tito había llevado a Roma tras la conquista de Jerusalén (Libro IV, cap. IX, 5).

Cuando el emperador vio los objetos sagrados de Salomón, procedentes de Jerusalén, tuvo miedo y rápidamente los envió al completo a los templos cristianos de los lugares conquistados (Libro IV, cap. IX, 9).

c) Comentario de las Guerras Vándalas

            Las Guerras de Bizancio a los Reinos Vándalos, junto a las posteriores Guerras Persas y Guerras Godas, fueron el proyecto más ambicioso llevado a cabo por ningún emperador bizantino, a lo largo de toda su historia. Se trató de un proyecto exitoso gracias al ejército del general Belisario, pero también gracias a la mayor labor jurídica de la historia, en el intento de Justiniano por recobrar para Bizancio todas las provincias romanas perdidas ante los bárbaros, o Renovatio Imperii.

            Con su lema de armas et leges, Justiniano lo planificó todo para recuperar los territorios perdidos por el Imperio romano, con Persia, Africa, Italia y España incluidas. Y lo logró, con un ejército reducido de 150.000 hombres.

            La conquista de Africa tuvo lugar el año 533, aprovechando Justiniano las divisiones internas entre los africanos. En efecto, depuesto el rey de los vándalos en una guerra civil vándala, éste se presentó en Bizancio pidiendo el auxilio de Justiniano.

            Fue entonces cuando Justiniano envió un ejército bizantino de 30.000 hombres de élite al mando de Belisario, viendo que la oportunidad se le presentaba como única, y con la idea de recuperar Africa.

            Enfrentado el ejército bizantino a los 100.000 soldados del ejército vándalo (temibles, y en su propio terreno), Belisario y Bizancio salieron victoriosos, en tan sólo dos años de contienda militar.

            Los romanos de Africa, cansados de los vándalos, quedaron aliviados ante su anexión al Imperio bizantino. Hasta que inmediatamente llegaron los impuestos de Juan de Capadocia, con su consecuente proceso de recaudación fiscal. Lo que empezó pronto a crear recelos en las tradicionales Cadilia y Rif, provincias vándalas que en el futuro preferirán adherirse al Islam, creyendo así aliviar su insostenible situación local económica.

            La entrada triunfal en Constantinopla de Belisario, con los botines y tesoros conquistados en Africa, supuso la primera victoria sonada de un emperador romano-constantinopolitano, desde aquella anexión de la Dacia que hiciera Trajano el año 117.

c.1) Implantación de la Africa bizantina

            Bizancio implantó en todas partes de la nueva Africa bizantina, como puntos fuertes y a nivel general:

-grandes urbes, de 20.000 habitantes, comerciantes entre ellas y con la capital,
-eficaz diplomacia, que fue desviando a los vándalos y maleantes hacia el Occidente,
-fuerte cristianismo, popular e ideológico, y de todos los ciudadanos en torno al Cosmocrator, o Cristo rey del mundo,
-ejército profesional, de élite y reducido a 150.000 soldados[6],

            No obstante, fueron puntos débiles de las nueva Africa bizantina:

-una enorme carga fiscal, elevadísima en los primeras décadas,
-las disputas regionales, con la dialéctica Constantinopla-Siria-Egipto en torno al centralismo-separatismo
[7],
-las pasiones deportivas desbordadas, a 2 bandas o colores
[8].

            La cuestión religiosa fue la primera medida tomada personalmente por Justiniano en Africa. Y es que tras el Edicto de Tesalonica-380 de Teodosio, el cristianismo había pasado a ser la única religión oficial del Imperio, prohibiéndose cualquier tipo de paganismo[9] o herejía.

            Pero Justiniano quería dar un paso más que Teodosio, y lo dio. Así, impulsó todavía más la ideología cristiana dentro del senado y corte de Constantinopla, e impulsó la eliminación del paganismo no sólo entre el pueblo llano sino también para las élites, que en ese momento estaban imbuidas por la filosofía helenística clásica. Para ello, cerró la Academia Platónica de Atenas, clausuró las academias de Alejandría, y exilió a los seguidores de Plotino y Jámblico a Persia, dando con ello el golpe definitivo al paganismo helénico[10].

            En este proceso de des-paganización, fue el monacato bizantino, potentísimo en Oriente desde el s. V y con 15.000 monjes en alguno de sus monasterios, el encargado de transmitir el trivium (con matemáticas y astronomía incluidas) y llevar la cultura de la ciudad a los monasterios. Fue en lo que consistió la doble Traslatio Studii, que llevó directamente la cultura de la ciudad a los monasterios, e indirectamente de Atenas a Persia.

            Con la adquisición de estos nuevos territorios, Constantinopla empezó a adquirir sucesivamente más poder, hasta el punto de considerar a su obispo como el nuevo emperador religioso, y patriarca de todo el Oriente (primus inter pares, o primero entre sus iguales).

c.2) Esplendor de la Africa bizantina

            Tuvo grandes logros en el campo de las ciencias y letras, sin contar con la expansión de la filosofía griega que hicieron los exiliados seguidores de Plotino (a Occidente) y Jámblico (a Oriente). Destacaron los logros conseguidos en:

-medicina, botánica y geografía, mediante el geógrafo Cosmas de Indikoplestes y su Cosmographia, estudio del mundo oriental;
-arquitectura e ingeniería, mediante los matemáticos y arquitectos Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, y con la basílica de Santa Sofía como auténtico centro cultural;
-comercio y evangelización, mediante los mercaderes bizantinos y misioneros, que abrían constantemente nuevas rutas desde Africa a la India, a los países eslavos
[11] y a nuevos centros estratégicos en la Ruta de la Seda[12].

            Pero la auténtica joya del Imperio bizantino no fue Santa Sofía ni su medicina[13], sino su impresionante reforma del Derecho romano que llevó a cabo Triboniano, jurista elegido al caso para dividir el cuerpo de viejas leyes romanas en 3, eliminando las duplicadas o anticuadas y actualizando de forma pedagógica las que iban a entrar en vigor a partir de entonces. Sus 3 nuevos corpus legis fueron:

-la Digesto, o recopilación en un mismo volumen de todas las leyes imperiales romanas, desde su existencia inicial. Se transmitió el Derecho romano, así, a Africa y toda la posteridad[14];
-el Institutiones, o conjunto de principios de derecho, a forma de código y manual explicativo del derecho, a la hora de hacer leyes africanas y de entender su justo sentido;
-la Novella, o conjunto de leyes nuevas del Imperio bizantino, escritas en latín y que:

-mejoraron algunas leyes imperiales antiguas, suprimiendo en Africa la esclavitud, restringiendo la ley de mutilación, mejorando la ley del matrimonio respecto a la mujer…
-empeoraron otras leyes más recientes, como la ley contra judíos[15] por ser herejes y paganos, y a los que se les impedía en Africa ser médicos, vivir dispersamente, poseer servidumbre, recibir cargos públicos y hacer poselitismo.

c.3) Declive de la Africa bizantina

            Todas las provincias bizantinas de Africa siguieron en adelante y al dictado los imperativos de Bizancio durante más de 100 años, pagando impuestos y tasas del 30-40% bajo la fuerte moneda del solidus.

            No obstante, esa inmensa geografía imperial, así como la debilidad económica local (dada la centralización de Bizancio), fue el talón de Aquiles del Imperio. Pues aunque logró mantener sus posesiones más recónditas hasta 1453, parte de su cénit alcanzado el año 600 se vio oscurecido poco después.

            Esa fue la causa del revés oriental sufrido por Bizancio, ante unos árabes de Mahoma que lograron se hacerse con toda la Africa y Oriente Medio, quitaron a Bizancio sus enclaves de Antioquía[16], Jerusalén[17], Alejandría[18] y Cartago[19], y sometieron al Islam las zonas cristianas más antiguas.

            Lo cual sucedió tras la Batalla de Yarmuk-636, en la que el moro Jalid aprovechó una tormenta de arena para atacar al emperador Heraclio y sus 100.000 hombres[20], cayendo descuartizados 70.000 soldados bizantinos[21].

            Tras el desplome de Yarmuk, Bizancio abandonó su Imperio Sur (Africa) y Este (Oriente Medio), fortificó los Montes Taurus con un ejército de campesinos e infinitos themas-puntos fortificados, e hizo de este sistema montañoso una frontera infranqueable al Islam. El Imperio bizantino rodeó así Constantinopla de montañas fortificadas, amplió su influencia hasta Moscú, y aguantó con su Imperio Norte otros 800 años más, hasta 1453.

Madrid, 1 febrero 2019
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad

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[1] Lo que sí era importante, pues no era lo mismo:

-un hijo nacido de un padre ya emperador, porfirogeneta, o heredero legítimo,
-un hijo nacido antes que su padre fuera emperador, no heredero legítimo.

[2] Pues según PROCOPIO DE CESAREA, cronista y enemigo suyo, JUSTINIANO I DE BIZANCIO conoció a su futura mujer TEODORA en Siria, en uno de los clubs de alterne donde el joven estudiante solía ir asiduamente. No obstante, la emperatriz Teodora se convirtió con el tiempo en una emperatriz de gran valía.

[3] Como el propio PROCOPIO DE CESAREA relata en sus Guerras Vándalas, a la hora de zarpar la flota bizantina de Constantinopla hacia Africa y al decir que “se hicieron a la mar todos los barcos imperiales, con el general Belisario y su esposa Antonina, y también con la compañía de Procopio, autor de esta obra” (cf. PROCOPIO, Historia de las Guerras, libro III, cap. XII, 3).

[4] Tras los estudios que había hecho en la Escuela de Derecho de Berytus (Beirut), en la que además estudió a los clásicos griegos y alcanzó la titulación de rhetor (lit. retador, o abodago).

[5] Como se comprueba en su descripción de:

-el cambio climático del 535 y 536, que describe desde Cartago (ciudad en la que se había quedado a vivir, tras las Guerras Vándalas),
-la peste bubónica del 542, que describe desde Constantinopla (posiblemente como prefecto-alcalde de la ciudad),
-los abastecimientos de agua del 550, que describe en su Tratado sobre los Edificios de forma meticulosa, sobre las obras públicas de Constantinopla,
-la corte bizantina del 560, que describe en su Historia Secreta con todo tipo de entresijos (hasta pornográficos), sobre la familia y corte imperial.

[6] En comparación con los 600.000 soldados que llegó a tener DIOCLECIANO en Occidente. Eso sí, tras el s. VII se fue helenizando paulatinamente el ejército bizantino, introduciéndose el elemento autóctono.

             Y es que Bizancio aprendió de los múltiples golpes de estado ejecutados por los militares hacia Roma (como los últimos de ESTILICON y ODOACRO, que habían causado la caída de Roma). Hasta que TEODOSIO II DE BIZANCIO decidió para Constantinopla la reducción de tropas y efectivos militares, hasta un número que impidiese una nueva lacra de golpes militares contra el estado.

[7] Grecia y Asia Menor apoyaron siempre y de forma leal al patriarca de Constantinopla, bajo el influjo de la ortodoxia del s. V del patriarca JUAN CRISOSTOMO. Sin embargo, Siria y Egipto prefirieron decantarse por la heterodoxia nestoriana y monofisita, y por sus patriarcas locales de Antioquía y Alejandría.

[8] Siendo:

-los azules, ortodoxos y partidarios del emperador y patriarca de Constantinopla,
-los verdes, heterodoxos y partidarios de las provincias imperiales.

            Se trataba de bandos bizantinos que protagonizaban auténticas batallas campales en el hipódromo, asistiendo a cada evento deportivo con auténticas milicias armadas, y con la idea de matar y asesinar.

[9] Lo que acabó extinguiendo todo tipo de paganismo rural. No obstante, sí siguió existiendo paganismo intelectual, como en Atenas.

[10] Hecho importante para la filosofía, pues Persia sí que acogió y protegió a los filósofos exiliados que seguían la doctrina de PLOTINO y JAMBLICO:

-introduciendo el neoplatonismo en el mundo persa,
-traduciendo del griego al árabe toda la filosofía griega, incluido Aristóteles.  

[11] Con los hermanos de Tesalónica CIRILO y METODIO, que evangelizaron y civilizaron todos los países eslavos, e inventaron el alfabeto cirílico para toda Europa del Este.

[12] Hito más importante en la historia de la humanidad, a nivel civil. Y del cual se desprenderá como apéndice, entre otros, el descubrimiento de América (surgido en el contexto de búsqueda de nuevas rutas de la Seda, ante el bloqueo musulmán).

            Así, pues, y dado el monopolio de la seda en manos de China, Bizancio instaló espías en China para traer de allí los gusanos de seda, y trasplantarlos en los talleres de Constantinopla. En esta larga ruta, Samarkanda fue el auténtico centro comercial del mundo.

[13] Medicina bizantina que en el futuro los musulmanes copiaron al pie de la letra.

            Así como sus estructuras arquitectónicas, que en el futuro reproduciría el Islam de forma sistemática (o usurpativa, pues a partir de 1453 las fueron convirtiendo directamente en mezquitas, según las iban conquistando). De ahí que todas las mezquitas actuales de Turquía tengan forma de Santa Sofía... porque antes de mezquitas habían sido basílicas bizantinas.

[14] Un Derecho romano de TRIBONIANO que no tenía penas de encarcelamiento, y que fue recogido por IRNERIO DE BOLONIA y la Universidad de Bolonia en el s. XIII, para auténtico origen de los estados nacionales.

[15] Como punto de origen de la futura persecución legal a la raza semita en Europa, hasta el s. XV en que España les expulse por ser marran-marranos.

[16] Perdida por Bizancio el 637 ante el poder musulmán. Tras lo cual ordenó el califa UMAR a su general JALID la conquista de la bizantina Persia:

-en la Batalla de Qadismiya, en la que caen 150.000 persas bizantinos a filo de espada,
-en la Batalla de Nehavend, en la que toda la Mesopotamia bizantina queda bajo control del Islam, hasta la frontera del Indo.

[17] Perdida por Bizancio el 638 ante el poder musulmán, y con entrada triunfal musulmana incluida. Tras lo cual el califa UMAR escogió la explanada del judío Templo de Jerusalén (Haram al Suarif) para la construcción de sus dos grandes mezquitas: la Mezquita Sagrada y la Mezquita de la Roca.  

[18] Perdida por Bizancio el 642 ante el poder musulmán. Momento que aprovecharon los musulmanes para destruir la Biblioteca de Alejandría. Pues el califa UMAR preguntó si ésta tenía coranes en su interior, y al constatar que todos sus libros eran no coránicos... decidió prenderle fuego.

[19] Perdida por Bizancio el 698, tras la batalla más dura entre el Islam y Bizancio. Pues a Bizancio le apoyaron todos sus efectivos y apoyos del Africa continental, viendo las barbaridades que los musulmanes estaban haciendo en Egipto.

[20] No todos ellos bizantinos, sino muchos de ellos mercenarios. Y de los cuales 10.000 eran árabes gassaníes de Siria, que se pararon al bando musulmán a cambio de su libertad, y provocaron el caos entre las filas bizantinas.

[21] En medio de una tormenta de arena, que el moro JALID aprovechó para atacar a HERACLIO I DE BIZANCIO bajo la técnica del tornafuye (carga + semi-retirada + envolvimiento), y en la que los 20.000 soldados sarracenos lograron crear el caos entre los 100.000 soldados bizantinos, cayendo 70.000 de ellos al suelo y siendo allí mismo degollados.