TRAGEDIAS HELÉNICAS

 

Recopilación del genial Eurípides,

del alma que sostuvo el ánimo de Grecia

 


Teatro griego, alma cultural del hábitat natural griego: aire, montaña y mar

Madrid, 1 enero 2022
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

            A principios del s. V a.C Grecia había librado dos grandes contiendas contra los invasores persas (las Guerras Médicas), que acabaron con sendas victorias griegas en la Batalla de Maratón (ca. 490 a.C) y en la Batalla de Salamina (ca. 480 a.C). Grecia no era todavía una nación, sino más bien un conjunto de pequeños estos independientes (polis), y Atenas empezaba a convertirse en el centro político y económico de Grecia, implantando su democracia y extendiendo su poderío hacia las islas y colonias exteriores.

             A mediados del s. V a.C Atenas se convirtió en el foco cultural de toda la Hélade, merced a una pléyade de atenienses ilustres que fueron desde Tucídides[1] a Hipócrates[2], pasando por Sófocles[3] y Sócrates[4]. Por no mencionar a los arquitectos, escultores, matemáticos e ingenieros atenienses, que llenaron la ciudad de edificios y adelantos tanto en el centro como en los barrios periféricos del Pireo, Eleusis e islas adyacentes.

             Y a Atenas empezaron a acudir quienes deseaban darse a conocer, o los que eran reclamados por los atenienses por su contrastado prestigio. Fue el caso de los sofistas[5], llegados impíamente a Atenas[6] y sacados por los atenienses a bastonazos de la ciudad[7]. O el caso de los mejores ceramistas, escritores y arquitectos del mundo, invitados por Atenas a sus liceos y ateneos del pensamiento, y que salieron a hombros de la ciudad.

a) Eurípides

             Nació el 484 a.C[8] en la isla de Salamina (Atica), a escasos km de Atenas. Fue hijo de un rico terrateniente (Mnesarco) y de una ilustre noble (Clito), recibiendo desde pequeño una esmerada educación tradicional y mostrando una especial habilidad en la pintura, deporte y poesía. De joven empezó a desarrollar una gran sensibilidad religiosa, participando asiduamente a la peregrinación anual que desde Atenas partía al cabo Zoster[9] para recibir a Apolo Delio, e introducirlo procesionalmente en la ciudad.

             Su vida adulta discurrió casi siempre en su suelo patrio de Salamina, amando sobremanera la vida tranquila y sencilla, y desplazándose a Atenas tan sólo por asuntos literarios o ilustrados. Se rodeó siempre de sus seres queridos, y se consagró por entero a la lectura de los antiguos y a la contemplación religiosa, escribiendo todas sus obras en una gruta que acondicionó al respecto en su isla patria, con hermosas vistas al mar. Fracasó en los 2 matrimonios que tuvo con Mélito y Quérila, por infidelidades de sus esposas hacia él.

             En su vida social, mantuvo Eurípides una actitud distante y ajena respecto a la vida política ateniense, aunque no por ello dejó de mantener el trato con todo tipo de intelectuales[10], o de preocuparse por la situación inhumana de los cautivos de guerra y el injusto trato dado a las mujeres. Especialmente mantuvo trato con los sofistas Protágoras[11], Anaxágoras[12] y Pródico[13], aunque su maestro principal siempre fue Sócrates[14], con quien mantenía una amistad y afecto recíproco[15].

             En cuanto a su obra literaria, participó durante 22 años Eurípides en el anual Certamen de Teatro de Atenas, de los cuales tan sólo resultó 4 veces vencedor[16], sin contar otras 44 piezas que no presentó a concurso pero que sí publicó para otros foros no atenienses[17].

             Durante las guerras civiles griegas, o Guerra del Peloponeso, Eurípides fue solicitado para componer los epitafios y oraciones fúnebres por los caídos atenienses en la brutal Batalla de Salamina (ca. 413 a.C). Tras lo cual aceptó la invitación del rey Arquelao I de Macedonia y abandonó Atenas para pasar a vivir en la corte de Pela (ca. 408 a.C), en la que se dedicó a educar a las jóvenes promesas Agatón, Quérilo, Timoteo y Zeuxis.

             A comienzos del 406 a.C murió Eurípides en Macedonia, siendo enterrado con todos los honores macedonios en Aretusa. En Atenas, aquel día quiso Sófocles presentarse de luto al teatro, quitar las coronas a sus actores y coreógrafos, y ante el público ateniense hacer un duelo sentido por su adversario Eurípides, en señal de profunda admiración. El gobierno ateniense también quiso dedicar un cenotafio al poeta que tanto había invertido en su ciudad, concediéndole además el premio y homenaje póstumo que nunca recibió en vida, en este caso por sus Bacantes[18].

b) Obra trágica de Eurípides

             Siguió siempre Eurípides la estructura de[19]: 1 prólogo (introducción), 1 párodo (canto coral), 5 episodios (junto a 5 estásimos o reflexiones) y 1 éxodo (final). Salvo alguna de sus obras, en que prefiere cambiar su 5º episodio por un largo éxodo[20].

             Los prólogos de Eurípides ocupan un puesto relevante en la estructura de la obra, y vienen a resumir esquemáticamente la situación dramática en la que se va a desenvolver la obra. Son pronunciados siempre por dioses, espíritus o héroes legendarios, y frecuentemente se remonta en ellos Eurípides a un pasado legendario, advirtiendo con ello al auditorio de la propia versión que se propone ofrecer[21]. También introduce en ellos Eurípides palabras clave o anticipatorias a lo que va a ocurrir[22], con estudiada sencillez y en consonancia con el carácter arcaico del elemento

             El canto coral sigue inmediatamente al prólogo, y tiene que ver con el personaje central de la obra[23]. Son pronunciados siempre por mujeres, y hacen cercano al personaje principal a los asuntos cercanos al auditorio (sentimientos, realidad cotidiana...), más que reflexionar filosóficamente sobre él. Se trata de cantos corales de gran simbología descriptiva[24], con imágenes visuales y juegos de luces que sumergen al espectador en la ciudad o escenario de la escena principal, en clara relación entre música y letra[25]. En cuanto a su música, ésta es ofrecida tanto a través de[26]:

-la monodia estrófica, si lo que se quiere es expresar locura, amor violento, odio intenso o desesperación,
-el amebeo polimétrico, cantos alternados entre el coro y un personaje, que expresa aquí su obsesión.

             Los episodios de Eurípides muestran extensos monólogos, diálogos yámbicos[27] y discursos antilógicos[28] entre lo bueno y lo malo, lo útil o lo justo, la ley o la naturaleza[29]. En ocasiones, dichas pugnas dialécticas entre los personajes acababan con una estichomythia[30], pero casi siempre lo hacían con la intervención de un mensajero, de aparente sencillez pero figura fundamental para Eurípides, a forma de reflejo suyo personal[31]. Se trataba de un mensajero de fuerte acento épico, abundante en arcaismos y carente casi al completo del uso de artículos[32], a forma de decir que lo que dice es auténtico y sin adulteración. Por lo demás, utiliza magistralmente Eurípides la técnica de contrastes, pasando de un panorama general a los detalles más minúsculos, y viceversa[33].

             Los finales de Eurípides suelen ser desarrollados por una figura divina o un héroe resucitado, situados siempre en una plataforma superior (a la utilizada por los personajes) y a forma de aparición divina o aterradora[34] que corrobora el prólogo de la obra y da el colofón final. Un colofón en que la divinidad o el héroe resucitado no arreglan nada, ni exhortan con reflexiones trascendentales, sino que desde su teofanía consuelan y aluden prudentemente hacia el porvenir.

             Eurípides escribió toda su obra en escritura ática antigua, impregnada de elementos jónicos (en sus partes narrativas) y dóricos (en los coros y partes de verso)[35]. Sin perder en ningún momento la naturalidad y fluidez, supo introducir Eurípides todo tipo de pleonasmos, interjecciones y clichés, tanto de las esferas más intelectuales de Atenas como de los elementos más coloquiales de la población[36]. Junto a eso, recurre Eurípides al hapax legomenon, o recurso por el que un personaje no utiliza una palabra más que una sola vez[37].

             En las partes prosaicas recurre Eurípides a los adjetivos visuales o acústicos, cargados de significado, aunque siempre dentro de metáforas excesivamente cortas. De esta forma, no necesita recurrir mucho a la metáfora para dotar de dramatismo la obra, sino que hábilmente hace a los oyentes estar atentos a cada frase de la obra, para captar en cualquier momento toda la sensualidad (a forma de imagen visual repentina, y no de cuanto aleccionador parabólico).

             En las partes líricas introduce Eurípides un elemento innovador, sin abusar de él pero sí recurrente cuando la tragedia se puede volver pesada o monótona: la evasión hacia la belleza[38]. Consiste en introducir un paréntesis en la obra, con que se amortigua la tensión dramática y con el que, a través de un juego decorativo de formas y expresiones, los personajes se ponen a contemplar la belleza en sí misma, aun en medio de sus angustias y situación dramática.

c) Principales tragedias de Eurípides

c.1) Electra de Eurípides

             Fue representada el 413 a.C, y fue un buen ejemplo para comprobar como diferían los 3 grandes dramaturgos en el tratamiento del mito[39], y en la importancia concedida a la estructura dramática.

             Sitúa Eurípides la acción en medio del campo, donde vive Electra (hija de Agamenón y Clitemnestra), casada a la fuerza por orden de Egisto (viejo intendente de Agamenón) con un campesino pobre y compasivo, respetuoso de su doncellez:

Egisto: ¡Vieja tierra de Argos, en la parte más alta de las riberas del Inaco, de donde partió antaño el rey Agamenón con mil bajeles hacia la tierra de Troya! Porque cuando el mísero rey partió hacia Troya dejó un hijo varón (Orestes), y un muchacha ya bien crecida (Electra). Pero un anciano que había sido en otros tiempos intendente de la casa de su padre, fue a entregar a Orestes a Estrofio, en la región de la Fócida, mientras que a Electra la dejó en su casa.

Egisto: Cuando Electra llegó a la pubertad, ya estando casadera, fueron viniendo uno en pos de otro varios magnates de la Hélade, a pedir su mano. Pero Egisto los negaba a todos, y la retenía en casa.

Egisto: Entonces urdió Egisto otro plan: al que matara al desterrado hijo de Agamenón le prometía una buena cantidad de dinero, y a mí me dio a Electra como mujer. Claro que mis antepasados eran gentes de Micenas, pero esa no era la razón de mi elección. Sino que cuanto menos pudiera tener el marido de esta joven, tanto menor sería el temor de Egisto.

             Además, el lugar en que se ve obligada a vivir Electra es un lugar inhóspito, el apropiado para el reconocimiento de los hermanos y el curso de la intriga subsiguiente:

Electra: ¡Oh negra noche, nodriza de las áureas estrellas, veme cómo a tu sombra voy a traer agua al río, portando esta ánfora sobre mi cabeza! No me abaten tanto los orgullosos excesos de Egisto contra mí, pero ¡esa hija de Tíndaro, malvada aunque madre mía sea, me arrojó del hogar paterno para congraciarse con su marido de ahora!

Orestes: Hoy vengo a tierra argiva, mandado por oráculo divino y derramando lágrimas por mi padre, cuya tumba visité anoche. Estoy en los linderos, buscando a mi hermana. Dicen que está casada, que dejó de ser virgen y que no es ella guardiana de la casa paterna. La aurora llega ya, y he de desviar los pasos por esta senda, porque viene hacia aquí un labrador con alguna mujercilla de su casa, con un cántaro sobre la cabeza. A ellos les preguntaré si no habita por estos rumbos mi hermana.

             En el comienzo de la acción dramática, Orestes (hermano de Electra) elimina e Egisto en el curso de un sacrificio. Y poco después Electra, con el señuelo de que ha tenido un hijo, atrae a su madre Clitemnestra hacia la casa de labor, donde tendrá lugar el crimen:

Electra: Amado mío, no pienses mal de mí. Vas a saber qué asunto estamos tratando, porque este extranjero ha oído de Orestes un mensaje para traerlo a mí. Tú, extranjero, dispensad vuestras palabras.

Egisto: ¿Qué mensaje de Orestes has traído?

Orestes: Las armas son criterio, y basta ver a alguno con su lanza para afirmar que es valiente. En confusión tan grande, dejaré paso a la aventura, y juicio a lo imprevisto.

Electra: Yo soy la esclava que arrojaron de la casa real de su padre, y que habita bajo un techo lleno de miseria. Deja que yo toque tu mano feliz, madre mía. Porque yo soy mujer sin amparo, ya que mi padre falta y ha poco que he dado a luz. Aunque supongo que lo sabes ya. ¿No querrías tú ofrecer el sacrificio purificatorio del 10º día por este niño? Tú sabes lo que yo ignoro, como que nunca he tenido hijos.

Clitemnestra: Ese rito le toca a la partera. ¿O es que tampoco hay amigas cercanas a tu casa? Iré, pues. Yo ofreceré ese sacrificio.

Electra: Entra a esta pobre casa, madre mía, y ten cuidado con que el hollín no manche tus vestidos. Vas a rendir a los dioses la ofrenda que ellos piden.

Electra: Preparada está ya la cesta y bien filosa la daga. Pero la cuchilla que inmola al toro ha de inmolarte ahora a ti. ¡Ve a la región del Hades, y únete a ese esposo con quien compartiste el lecho en esta región de la luz! 

             El poeta reconoce la infamia cometida por Clitemnestra (madre de Electra) al matar a su esposo Agamenón (padre de Electra), pero afirma que también es condenable asesinar a una madre. Y por ello censura la venganza decidida nada menos que por Apolo:

Coro: ¡Vicisitudes del infortunio! ¡Mudaron su curso los vientos que azotaban esta mansión! ¡Fue antaño mi rey, mi rey amado el que caía herido en el baño!

Antistrofa: Ahora la justicia hace venir a la mujer que quebrantó su vínculo conyugal, y con un hacha en la mano a su esposo la miserable asesinó.

Coro: Cierto es: un dios hace justicia cuando lo marca el destino. ¡Qué lamentable es tu suerte, qué horrible tu crimen! ¡Miserable la que mató a su esposo! ¡Miserable la que mató a su madre! ¿Miserable quien mató a Egisto!

             Al final de la obra los míticos personajes siguen por la senda tradicional, y Electra se casa con Pílades (amigo y pariente de Orestes), y Orestes (hermano de Electra) es perdonado por el Areópago de Atenas. No obstante, el poeta critica el brutal motivo mítico: un hijo no ha de matar a su madre, por muy mal que ella haya obrado:

Orestes: Pero, ¿qué veo? ¿Qué aparece en lo alto de esta casa? ¿Genios maléficos?

Dioscuros: Hijo de Agamenón, somos Castor y Pólux, hermanos de tu madre, que venimos a Argos porque hemos visto caer herida por la muerte a nuestra hermana. Una cosa te pedimos: a Pílades darás por esposa a tu hermana Electra, y él la llevará a su casa.

Dióscuros: Llega hasta Atenas, a un sitio que llaman de Ares, y que donde por primera vez se sentaron a juzgar los dioses los delitos de sangre. Allá debes ir para que juzguen tu crimen. Habrá empate de votos, y quedarás libre de la muerte. Marcha, Orestes, ya es tiempo. Es preciso hacer cumplir los fallos del destino, y blanquear los negros hados que han alcanzado a vuestros padres.

c.2) Medea de Eurípides

             Fue escenificada el año 431 a.C, año en que diera comienzo la Guerra del Peloponeso. Aunque no logró sino el 3º puesto en el Certamen de Teatro de Atenas, la crítica fue siempre unánime en decir que se trataba de una de las obras más perfectas y elaboradas de Eurípides.

             Eurípides pone en escena a Medea (hija del rey de la Cólquida), extranjera procedente de un país apartado y exótico, con usos y costumbres bien ajenos a los usuales entre los helenos, víctima del engaño de su calculador y frío marido Jasón:

MEDEA: Oh magna Temis y reverenda Diana, ¿veis lo que sufro a pesar de los sagrados juramentos que ligan a mi execrable esposo? Ojalá que lo vea con su esposa, ya que han osado ofenderme primero, bajo las ruinas de su palacio, ¡Oh ciudad, oh padre!, a quienes abandoné torpemente.

             Un Jasón (marido de Medea) que, tras innumerables y difíciles aventuras transcurridas en unión de Medea, no ha dudado un momento en dejarla abandonada para tomar una nueva esposa: Glauce, hija de Creonte, rey de Corinto:

JASÓN: Aunque en mi palacio no tenga riquezas, aunque no pueda componer versos superiores a los de Orfeo, que la fama, en cambio, celebre mis hazañas. He aquí mis obras: mis nupcias, que has escarnecido, probaré primero mi prudencia, después mi moderación.

MEDEA: Insúltame, que aquí tienes un refugio, y yo huiré abandonada. Vete, que ya no puedes vivir separado de tu nueva esposa, ni estar tanto tiempo lejos de su palacio. Cásate con Creonte, porque quizás con ella, si los dioses lo permiten, celebrarás un himeneo, que rechazarías más adelante. Cuando el amor domina a los hombres, no merecen ya buena fama.

JASÓN: Alabo tu conducta presente, oh mujer, y no puedo vituperar la pasada. Porque es natural que las mujeres se enfurezcan contra su marido si se casa con otra.

             Medea se muestra incapaz de refrenar la cólera de su corazón, y presa de profunda irritación concibe y planea con frialdad extrema la ruina de su marido, de la recién desposada y del padre de ésta:

EGEO: Salve, Medea. ¿Qué ha nublado tus ojos y consumido tu cuerpo?

MEDEA: Oh Egeo, mi esposo es el más malvado de todos los hombres, y me ha cubierto de oprobio sin sufrir de mí mal alguno, buscando casarse con hijas de reyes y tomando otra esposa para que gobierne su casa. Se llama Creonte, que reina en Corinto.

EGEO: ¿Qué deseas que haga  por ti, oh mujer? ¿Qué temes?

MEDEA: Rogaré a Jasón que venga a verme, y cuando llegue, le recibiré con frases halagüeñas, y que a cambio lleve mis presentes a la esposa: un finísimo vestido y una corona de oro. Y cuando se ponga estas galas, perecerá miserablemente y todos los que la tocaren: tan poderoso y eficaz será el veneno que ha de bañarla.

             Para ello recurre Medea a la astucia de enviar a la recién esposa de su marido unos funestos regalos que le ocasionarán la muerte al ponérselos, y que acabarán también con la vida de Creonte cuando toque a su hija:

MEDEA: También yo te ayudaré, oh Jasón, en esta empresa. Le enviaré a Creonte presentes que excedan en belleza a todos los humanos que ha visto; a saber: un sutil vestido y una corona de oro, que llevarán mis hijos. Tu esposa será feliz, e incomparable en su dicha. Tomad en vuestras manos estos nupciales dones, oh hijos, y llevadlos a la afortunada esposa, a quien debéis obedecer. Tales regalos no deben despreciarse.

CORO: Daño recibirá la esposa de la diadema de oro; daño recibirá la desdichada. Ella con sus manos adornará con el letal presente su blonda cabellera. Su belleza y divino brillo la invitarán a ponerse el vestido y la artística corona de oro, y después acabará su tocado en los infiernos. En tal lazo caerá y tal muerte sufrirá la infortunada; no, no evitará el daño que le amenaza. Y tú, oh mísero, funesto esposo, yerno de reyes; tú contribuyes también, sin saberlo, a la ruina de tus hijos. Oh desdichado, qué distinta de lo que piensas será tu suerte. Pero también me hacen gemir tus dolores, oh madre de hijos sin ventura, que les darás muerte por vengar la injusta traición.

             Para humillar todavía más a Jasón, Medea mata a sus propios hijos y escapa en dirección a Atenas, conduciendo un carro tirado por serpientes aladas:

MENSAJERO: Libres ya, oh señora, están tus hijos del destierro, y la regia consorte recibió en sus manos los presentes: paz hay ya para tus hijos.

MEDEA: ¡Ay de mí, oh hijos, hijos! Ya tenéis ciudad y casa, en la cual viviréis siempre sin vuestra mísera madre. Yo iré desterrada a otro país, antes de veros felices, de casaros y de engalanar yo misma a vuestra esposa, y el tálamo nupcial, y de llevar las antorchas. ¡Oh, cuán desdichada me hace mi feroz orgullo! En vano os eduqué, oh hijos, en vano trabajé, y graves molestias me consumieron. Ahora vuelvo a sufrir los dolores del parto.

MENSAJERO: ¿Qué cruel y nefanda maldad has cometido, oh Medea? Huye, huye ya en nave que como carro surque las ondas, ya en otro cualquier vehículo que huelle la tierra.

             En esta obra vemos que el odio profundo hacia el esposo prevalece sobre el tierno amor por los hijos, y que la pasión triunfa sobre la razón. En los momentos en que Medea habla consigo misma, el poeta saca a la luz los últimos recovecos del alma de una mujer humillada, herida y frustrada a causa de la vil traición de su esposo, que ha violado todos los juramentos y promesas que le hiciera:

MEDEA: Oh Júpiter, oh Justicia, hija de Jove y del Sol. Ahora, oh amigas, venceremos con gloria a nuestros adversarios, y entraremos en el camino recto castigando a nuestros enemigos.

MEDEA: Oh, amigas. Falté en abandonar el hogar paterno, dejándome seducir por un griego, que nos pagará lo que nos debe si los dioses lo permiten. Pero jamás verá ese infame vivos a los hijos que en mí ha procreado, ni los tendrá de su nueva esposa. Nadie pensará entonces que yo soy débil o impotente, ni que sufro mi daño tranquila, sino que soy terrible contra mis enemigos, y benévola con los que aman. Sólo de esta manera adquiriremos mayor gloria.

c.3) Hécuba de Eurípides

             Suele fecharse el año 424 a.C, y en ella Eurípides selecciona entre los temas troyanos un momento inmediato a la caída de Troya.

             Hécuba, la anciana reina de Troya, ha de soportar la muerte de su hija Políxena, como ofrenda otorgada a la tumba de Aquiles. Y en medio de su dolor reconoce el cadáver de su hijo menor Polídoro, que había sido impíamente asesinado por su propio defensor y huésped Poliméstor.

HÉCUBA: Conducid, oh hijas, a esta anciana ante las tiendas, sosteniendo a la que es hoy tan esclava como vosotras, troyanas, pero fue antes reina. Cogedme y llevadme de mi vieja mano. Porque ha aparecido sobre lo más alto de su túmulo el espectro de Aquiles, que exigía como honor una de mis sufridas hijas troyanas. Oh espíritus divinos, que no sea esto verdad, y apartad esto de mi hija.

CORO: Oh Hécuba troyana, en la reunión plenaria de los aqueos, según se dice, ha parecido bien hacer de tu hija Políxena una víctima para Aquiles, junto al empecinado túmulo del sepulcro de Aquiles.

HÉCUBA: ¡Ay de mí, desdichada! ¿Qué he de exclamar? ¿Qué son, qué gemido, desgraciada por mi desgraciada vejez, por mi esclavitud intolerable, insoportable? ¡Ay de mí! ¿Quién me defiende? ¿Qué linaje? ¿Qué ciudad? Se ha ido el anciano, se han ido mis hijos. ¿Dónde están los dioses o espíritus divinos? Y vosotras, portadoras de desgracias, troyanas que me habéis traído penas funestas, me habéis matado, me habéis matado.

ULISES: Mujer, creo que tú conoces la intención del ejército aqueo, y la votación que se ha efectuado. Me ordenan ser escolta y conductor de la muchacha. ¿Sabes, pues, lo que has de hacer? Procura no ser apartada por la violencia.

POLÍXENA: Llévame, Ulises, tras cubrirme la cabeza con un peplo, que antes de ser degollada tengo derretido el corazón con los cantos fúnebres de mi madre, y a ella se lo derrito con mis gemidos. ¡Oh luz! Aún me es lícito pronunciar tu nombre, pero en nada más me correspondes, salvo durante el tiempo en que marcho entre la espada y la pira de Aquiles.

SERVIDORA: Oh señora, no entone un canto fúnebre por Políxena, porque aún no comprende la nueva desgracia. Mire atentamente el cuerpo desnudo del cadáver, que acaso le parecerá asombroso y contra lo esperado.

HÉCUBA: ¡Ay de mí! Veo ya muerto a mi hijo, a Polídoro, a quien un tracio protegía en su palacio. ¡Desgraciada de mí! Ya no existo, ¡oh hijo, hijo! ¡Ay, ay!

             Hécuba trama entonces el castigo de Poliméstor, contando con la aprobación y hasta sugerencias al respecto de Agamenón:

AGAMENÓN: Hécuba, ¿por qué tardas en ir a cubrir a tu hija en un sepulcro, según lo que Taltibio en mi nombre anunció: que ninguno de los aqueos tocara a tu hija? Pues bien, nosotros ni lo permitimos, ni la tocamos. Y tú te retrasas, de suerte que yo estoy admirado. He venido para hacerte ir.

HÉCUBA: Desgraciada de mí, oh Agamenón, ¿qué he de hacer? Porque es necesario vengar a mis hijos, y al huésped tracio que lo mató. Sé tú mi vengador ante ese hombre, y baje a la tierra el que ha sido impío.

AGAMENÓN: A ese hombre lo considera amigo el ejército, mas al muerto, enemigo. Y si éste te es querido, eso es cosa aparte y no es compartida en el ejército. Medita en esas cosas. Que a mí me tienes dispuesto a colaborar contigo, y rápido para ayudarte.

HÉCUBA: ¡Ay, Agamenón, que no existe mortal que sea libre. Pues ora es esclavo de las riquezas o del azar, ora la muchedumbre de una ciudad o los textos de las leyes le obligan a utilizar. Pero ya que él teme y concede demasiada importancia a la multitud, yo le libraré de ese miedo. Sé tú mi confidente.

AGAMENÓN:  ¿Qué vas a hacer? ¿Matarás al extranjero tomando un cuchillo con tu vieja mano, o con drogas, o mediante alguna ayuda? ¿Qué brazo colaborará contigo? ¿De dónde conseguirás los amigos?

HÉCUBA: Estas tiendas mantienen oculta una multitud de troyanas, cautivas del botín de los helenos. Con ellas castigaré a mi asesino. Terrible es la muchedumbre y, si le acompaña el engaño con el sexo femenino, resulta invencible.

             Puede decirse que el drama se compone de 2 partes, prevaleciendo en la 1ª la figura de Políxena y en la 2ª la de Polídoro. El poeta recoge, así, dentro de una misma tragedia, temas independientes del ciclo troyano, centrándolos en torno a un mismo personaje: Hécuba, que en este caso va pasando desde el dolor y la resignación (por la muerte de su hija) hasta la irritación y deseo de venganza (ante el asesinato de su hijo):

CORO: Y tú, oh patria troyana, ya no serás llamada ciudad entre las no devastadas. Tal nube de helenos te oculta y te envuelve, tras haberte destruido ya por la lanza. Acabas de ser despojada de tu corona de torres, y de arriba abajo estás recubierta de una lamentabilísima capa. ¡Infeliz de mí! Ya no caminaré por ti.

CORO: A media noche sufrí la destrucción, cuando un tropel de marineros invadió Troya, alzando un griterío en la ciudad. Pero yo peinaba en orden mis trenzas, con sus lazos y cintas, mirándome en los espejos dorados, y me eché en mi lecho esperando su llegada.

             Nos encontramos en este drama con pasajes de elevado lirismo, principalmente en las monodias (de Hécuba y Políxena) y secuencias dominadas por el puro racionalismo, aún en medio de la situación más angustiosa:

HÉCUBA: ¡Oh hija! Mis palabras se han ido al éter arrojadas en vano por evitar tu muerte. Pero tú, si en algo tienes una influencia mayor que tu madre, date prisa en emitir todos los sonidos, como boca de ruiseñor, para no ser privada de tu vida.

POLÍXENA: ¡Oh tú que sufriste terriblemente! ¡Oh tú que lo has soportado todo! ¡Oh madre de vida infeliz! Ya no conservarás a esta hija, ya no seré tu compañera de esclavitud, ni una anciana desgraciada.

             Hécuba, a pesar de la terrible angustia que la embarga, se adentra en discusiones de acendrado tono dialéctico, respecto a temas entonces tan en boga como si es más importante la educación o el nacimiento en noble cuna, o si es más importante la justicia que el agradecimiento:

HÉCUBA: Una ley hay igual hay entre nosotros, tanto para libres como esclavos, y jamás sería necesario que la lengua jamás tuviera más fuerza que los hechos. Hábiles son los que conocen esto con precisión, pero no pueden ser hábiles hasta el fin.

c.4) Ifigenia de Eurípides

             Fue compuesta hacia el 409 a.C, como buen exponente del dominio consumado de Eurípides en el uso de las escenas de reconocimiento e intriga.

             El rey Agamenón pide consejo a un consejero y manda llamar a su hija Ifigenia, con el pretexto de casarla con Aquiles. Aunque en realidad lo que pensaba es inmolarla en honor a Artemisa, a fin de tener asegurada la travesía hacia Troya:

Agamenón: Oh anciano, acércate a esta morada. ¿Cuál es ese astro que pasa por la altura? ¿No es Sirio, el que gira en torno de las siete Pléyades, todavía en medio de su órbita? Porque no se oyen cantos de pájaros ni el ruido del mar, y sobre el Euripo se cierne el silencio de los vientos.

Anciano: Habla y explícate, oh rey, con objeto de que las palabras que yo diga al general aqueo estén conformes con lo que tú deseas.

Agamenón: Aquiles no hace sino prestarnos su nombre. No sabe nada de las bodas que yo deseo, ni de nuestros propósitos, ni de mi promesa de meter a mi hija en su lecho nupcial. No obstante, llévale el general aqueo esta carta: «Te envío mis primeras cartas, oh hija de Leda, con el fin de que no envíes a tu hija a Aulide, porque a las orillas sinuosas de la Eubea, el año que viene, celebraremos las bodas de nuestra hija».

             La carta del mensajero es interceptada por Menelao (hermano de Agamenón), que increpa violentamente a su hermano por su indecisión:

Menelao: Un espíritu versátil no es sincero ni justo para sus amigos. No conviene que así cambie de costumbres un hombre justo, y debe ser para sus amigos tanto más firme cuanto más útil puede serles en vista de su fortuna floreciente. ¿Qué haré? ¿Qué partido tomaré? Porque en un sacrificio te ordenó que degollases á tu hija, ofreciéndosela a Artemisa con objeto de que se concediese una navegación feliz á los Danaidas. Con alma gozosa prometiste matar voluntariamente á tu hija; y sin que se te forzase a ello, has pedido á tu mujer que envíe aquí á tu hija, bajo pretexto de casarla con Aquiles.

             Ante el inmenso dolor de Menelao, Agamenón se apiada y decide suprimir el cruento sacrificio de Ifigenia:

Agamenón: Está bien, no sacrificaré a Ifigenia, y gracias a la fortuna propicia, saldrá bien todo lo demás. Pero ¡ay de mí! ¿Qué voy á decir ahora, desdichado? ¿Por dónde empezar? ¿En qué lazo fatal he caído? Porque más astuto que todas mis astucias, me ha prevenido un demonio.

             No obstante, es ahora el capitán de los helenos (Menelao) quien decide llevar a cabo la inmolación, esta vez a instancias del ejército:

Menelao: Figúratele erguido ante la asamblea de los argianos, oh Agamenón, enterándoles del oráculo que ha revelado Calcas, y de cómo he prometido ese sacrificio a Artemisa, y de cómo habré faltado a mi promesa. Arrastrando así á todo el ejército, ordenará á los argianos que nos maten á ti y a mí, y degüellen á la joven. Agamenón, vuelve con el ejército, y cuida solamente de que Clitemnestra no se entere de nada, antes de que yo haya sacrificado tu hija al Hades.

             Tras llegar Ifigenia y su madre Clitemnestra, saludan ambas a Aquiles, en una escena en que los dos jóvenes son víctimas del engaño, sin percatarse de ello:

Clitemnestra: De buen agrado y con dulzura traigo a esta novia hacia sus felices bodas. Sacad del carro los presentes que ofrezco de dote a la joven, y llevadlos con cuidado a la morada. Deja tú también el carro, oh hija, y posa en tierra tu pie débil y delicado. Vosotras, jóvenes, recibidla en vuestros brazos y apeadla del carro. ¡Déme también la mano una de vosotras para ayudarme á bajar! ¡Pónganse otras delante del yugo, y coged al niño Orestes, hijo de Agamenón, porque todavía es muy pequeño. ¿Te has dormido, niño, con el movimiento del carro? Despiértate felizmente para las bodas de tu hermana. Ponte junto a mí, Ifigenia, que soy tu madre, y ténganme por dichosa estas extranjeras al verte de pie á mi lado. Vamos, saluda a tu padre.

Ifigenia: Oh madre, no te irrites. Ya corro a apretar mi corazón contra el corazón de mi padre.

             Enterada Ifigenia de la fatal decisión de su padre, tanto ésta como su madre suplican a éste. Pero Agamenón se muestra inflexible:

Agamenón: Satisface tu gusto, oh hija mía, porque siempre has querido a tu padre mucho más que a los otros hijos que he engendrado. Pero he de decirte una cosa, que has de saber. Un rey estratega tiene numerosas preocupaciones, y pronto estaremos separados por una larga ausencia. Hay cosas necesarias antes que parta el ejército, y es preciso que yo haga aquí ese sacrificio, si queremos conseguir la victoria. Tú has de partir de aquí, sola y separada de tu padre y de tu madre, junto al recipiente del agualustral. ¡Oh seno, oh mejillas, oh cabellos rubios!

Clitemnestra: ¿Es que quieres matar a la que es hija mía e hija tuya? ¡Oh hija, oh extranjeras! ¡Qué desdichada me hace tu muerte! ¡Tu padre huye de ti y te entrega al Hades!

Ifigenia: ¡Ay, madre, ay padre! El mismo canto fúnebre conviene a nuestras dos fortunas. Ni la luz ni el esplendor de Helios serán ya para mí. ¡Ay, ay, selvas nevadas de los frigios y montañas del Ida, donde Príamo expuso en otro tiempo al niño Paris, arrebatado a su madre para una muerte funesta, y llamado Ideo en la ciudad de los frigios! ¡Pluguiera a los dioses que jamás Príamo hubiese hecho criar a Paris, como boyero entre bueyes. ¡Me matan, me dan una muerte impía!

             Tras una profunda reflexión, Ifigenia decide ofrendar de grado su vida:

Ifigenia: Escuchad mis palabras, oh madre, porque os veo irritada en vano contra vuestro marido, y no nos es posible obstinarnos en una empresa imposible. Escucha, madre, mis pensamientos. Está resuelto que moriré; pero quiero morir gloriosamente, desechando todo sentimiento cobarde. Ahora me mira toda la Hélade, y de mí es de quien depende la navegación de las naves, y de que en lo sucesivo no intenten los bárbaros llevarse a las mujeres de la dichosa Hélade. Doy, pues, mi vida á la Hélade. ¡Matadme, y destruid Troya! Allí estarán mis monumentos eternos, mis bodas, mis hijos y mi gloria. Madre, conviene que los helenos manden en los bárbaros, y no los bárbaros en los helenos.

             Se trata, pues, de una obra de intensa densidad psicológica, con un profundo examen en los cambios de opinión. A lo que se añade un interesante patetismo de las situaciones, o el tema del sacrificio libremente elegido:

Clitemnestra: Oh hija, te obedeceré, porque has hablado bien.

Ifigenia: Sí, soy feliz, y bienhechora de la Hélade.

             Por último, de enorme belleza y plasticidad resulta una de las escenas iniciales, en la que en contraste con la paz del momento (subrayada por la calma del mar y el silencio de las aves), Agamenón se debate en una terrible lucha interna sobre la resolución que ha de tomar:

Agamenón: Leda Testiada tuvo tres hijas: Foebe, mi mujer Clitemnestra y Helena. Pretendientes de ésta fueron los jóvenes más ricos de la Hélade, y horribles amenazas de muerte se elevaron entre los que no obtuvieron a la virgen. Turbó esto a su padre Tindareo, que no sabía a quién dársela o rehusársela, ni cuál era el mejor partido. Y se le ocurrió obligar por juramento a todos los pretendientes, dándose la mano y quemando víctimas, a comprometerse a ayudar a quien se casara con la joven Tindaris, si alguien arrebatara a ésta de su morada y violara su lecho nupcial, y a hacerle la guerra, y a asolar con las armas su ciudad, bárbara o helena. Cuando quedaron así ligados por una mutua fe, y el anciano Tindareo los hubo comprometido con su astucia, permitió a su hija escoger a aquel de entre los pretendientes hacia el cual la empujara el dulce impulso de Afrodita, y ella escogió a Menelao, ¡y pluguiera á los dioses que jamás la hubiese él desposado! Luego, el que fue juez de las diosas, y la tradición de los hombres llama Paris, llegó de tierra de frigios a Lacedemonia, con ricos vestidos y resplandeciente de oro y lujo bárbaro. Y enamorado de Helena, que le amó, se la llevó a los prados del Ida, aprovechándose de que Menelao estaba lejos. Pero éste, recorriendo la Hélade, recordó el antiguo juramento prestado a Tindareo, y por el cual se debía ayudar al ofendido. Por eso los helenos, excitados a la guerra, tomaron las armas, viniendo aquí, al estrecho de Aulide, provistos de naves, escudos, caballos y carros, y por consideración a Menelao me eligieron para estratega a mí, que soy su hermano. ¡Pluguiera á los dioses que se hiciese este honor a otro que a mí!

c.5) Andrómaca de Eurípides

             Puede situarse cronológicamente en torno al año 427 a.C, y en ella trata Eurípides las consecuencias de la guerra de Troya, vista siempre como fuente última de todas las desdichas de Grecia.

             Presenta ante todo Eurípides a Andrómaca, esposa en vida del valiente príncipe troyano Héctor, y que ahora vive en Ptía como esclava de Neoptólemo (hijo de Aquiles), a quien ha dado un hijo:

ANDRÓMACA: Ciudad de Tebas, orgullo de la tierra de Asia, de donde yo salí un día con atavíos de lujoso oro, para llegar a la mansión real de Príamo, dada a Héctor como esposa fecunda; yo, Andrómaca, antaño envidiada y hoy en cambio mujer más desdichada que ninguna. Yo que vi a mi esposo muerto por manos de Aquiles, y al hijo que di a luz para él a Astianacte precipitado desde las torres empinadas una vez que los griegos tomaron la llanura de Troya. Yo, sí, yo, tenida por una mujer de las familias más libre, volví a Grecia como esclava, entregada al isleño Neoptólemo como lo más selecto del botín de guerra capturado en Troya. Vivo en las llanuras aledañas a esta tierra de Ptía y a la ciudad Farsalia donde vivía la marina Tetis en compañía de Peleo al margen del bullicio ciudadano.

             No obstante, la legítima esposa de Neoptólemo, la espartana Hermíone (hija de Menelao y Helena) estaba ciega de rabia frente a Andrómaca (ahora su esclava), por no poder tener hijos por sí misma. Y amenazó a ésta de muerte, recibiendo la ayuda de su padre Menelao en dichos planes:

HERMÍONE: Esta lujosa corona de oro que adorna mi cabeza y este vestido de vivos colores que embellece mi cuerpo no son precisamente obsequios de la casa de Aquiles o de Peleo que venga yo a lucir ahora. No; mi padre Menelao es quien los ha traído de la laconia Esparta y me los regla junto con abundante dote; así puedo tener libre mi boca. Por lo tanto voy a contestaros con los siguientes argumentos: Tú, que eres una esclava y una mujer comprada como trofeo de guerra quieres expulsarnos de esta casa y apoderarte de ella. Debido a tus pócimas me estoy atrayendo el odio de mi marido y por tu culpa se me está echando a perder mi vientre sin fruto. ¡Ay! ¡qué ideas tan siniestras tienen las mujeres de Asia para este tipo de cosas! Yo te voy a apartar de ellas, y de nada va a servirte esta mansión de la Nereida, ni el altar, ni el templo, porque vas a morir.

MENELAO: Mujer Andrómaca y madre de mi hijo, todo esto son menudencias impropias, como dices, de mi monarquía y de Grecia. Que te quede claro que voy a hacer causa común con mi hija. Porque una mujer podía aguantar todo lo demás, pero si fracasa con su marido, fracasa en la vid. Lo suyo es que el niño mande sobre mis esclavos, y que mis familiares y yo mandemos sobre los de él. Y desde luego que si yo no resolviera el problema lo mejor posible, es que soy tonto y no listo. Conque levántate del recinto sagrado de la diosa, de modo que si mueres tú, el niño pueda esquivar su destino. Pero si tú te niegas a morir, entonces lo mataré yo. Pues para uno de los dos es absolutamente forzoso decir adiós a la vida.

             Ante tales amenazas, Peleo (esposo de Tetis y padre de Aquiles), anciano abuelo de Neoptólemo, defiende valientemente a Andrómaca y a su tierno biznieto:

PELEO: A vosotros os pregunto, y a quien está a punto de consumar el sacrificio ¿Qué es eso? ¿Qué significa esto? ¿Es que se ha vuelto loco el palacio? ¿Por qué? ¿Qué vais a hacer? Vais a hacer algo que no habéis sopesado lo suficiente. ¡Quieto, Menelao! No tengas prisa; no te asiste la justicia. Vamos, llámame rápido; me parece que la situación es urgente. Pero primero voy a insuflarle ánimo a esta Andrómaca, como si fuera un viento de popa que impulsa las velas. A ver, ¿con qué derecho te llevan estos a tu hijo, y a ti, con las manos atadas? Porque ausentes de palacio tu señor y yo, tú estás a punto de perecer, como una oveja que cobija a su cordero.

             Al final de la obra, tras el asesinato de Neoptólemo a manos de Orestes (familiar de Hermíone, que va de paso por Ptía y decide visitar a ésta), Tetis aparece como deidad examinadora, resolviendo la situación:

ORESTES: Mujeres extranjeras, ¿es este el palacio de Aquiles, y estas las dependencias reales? Soy el hijo de Agamenón y Clitemnestra, y voy al oráculo de Zeus en Dodona. Pero ya que estoy en Ptía me parece lógico saber algo acerca de una mujer pariente mía, si es que está viva y le va bien a la espartana Hermíone. Pues aunque vive en unas llanuras alejadas de nosotros, la queremos.

HERMÍONE: Oh puerto, que te apareces ante los marineros en la tormenta, hijo de Agamenón. Por tus rodillas te suplico; ten piedad de mí; ya ves las desgracias que me aquejan y en qué situación tan mala me encuentro, tiendo a tus rodillas mis brazos que tienen tanta fuerza como las cintas rituales de los suplicantes.

ORESTES: Veamos, ¿qué desgracia podría sucederle a una mujer, cuando aún no ha tenido hijos, que no sea algo referente al matrimonio? ¿Acaso tu esposo ama a alguna compañera de lecho en vez de a ti? ¿O temes a tu esposo por algo que has hecho? Pero tranquila, y no tengas miedo. Pues le tengo preparada por esta mano mía una trampa a ese Neoptólemo a base de inamovibles lazos de muerte. No voy a explicarla de antemano, pero cuando se ejecute hasta la roca délfica lo sabrá.

TETIS: Peleo, hace tiempo que contraje matrimonio contigo; por eso precisamente vengo yo, Tetis, después de abandonar las moradas de Nereo. Y lo primero de todo te pido que no te aflijas en exceso por las desgracias que te aquejan. Piensa que yo, que debía dar a luz hijos inmortales perdí para siempre a mi hijo, Aquiles, veloz en la carrera, el más destacado de toda Grecia, al que tú engendraste. Voy a explicarte el motivo de tu presencia; tú toma buena nota de ello. A éste que ha muerto, al hijo de Aquiles, llévalo hasta el altar de Apolo y entiérralo allí, para que su tumba recrimine a los habitantes de Delfos el violento asesinato sufrido a manos de Orestes. La mujer prisionera, a Andrómaca me refiero; es preciso que habite en tierra molosia unida en matrimonio a Héleno, el hijo de Príamo, y también su hijo, el único superviviente de la estirpe de Eaco. A partir de él, un rey tras otro gobernarán felices en Molosia. Y tú, que compartiste el lecho conmigo, acude ahora sigiloso a la ciudad de Delfos, fundada por los dioses. Llévate este cadáver, y tras sepultarlo en tierra dirígete a la bahía profunda del viejo acantilado de Sepia y siéntate. Espera a que llegue yo a hacerte compañía luego de tomar el coro de cincuenta nereidas. No hay más remedio que sobrellevar lo que está decretado; tal es el parecer de Zeus.

             En las amargas palabras pronunciadas por Peleo contra Esparta (dirigidas a Menelao), se ha querido ver un ataque del poeta a la mentalidad belicista de los espartanos, dominados por la arrogancia, la traición y la maldad:

PELEO: ¿Cómo? ¿Es que vas a venir aquí a gobernar mi casa? ¿No tienes bastante ya con gobernar Esparta? ¡Qué malas costumbres hay en Grecia! Cuando un ejército levanta trofeos sobre los enemigos, nadie se para a pensar que tras ellos está el esfuerzo de muchos hombres, sino que es el general quien se cuelga las medallas. Vosotros presumís de vuestras fuerzas armadas, crecidos a costa de las penalidades y fatigas de otros.

             Otro de los temas permanentes del drama es la defensa y alabanza del esclavo prudente y virtuoso, frente a la altanería y soberbia del amo, que el poeta pone en boca de Peleo (en las palabras que dirige a Andrómaca y a su hijo Moloso):

PELEO: Ven hijo, al abrigo de mi brazo, y guíame. Y tú también, desdichada, pues tras padecer un salvaje temporal has llegado a buen puesto a cobijo del viento. No introduzcas en tu vocabulario palabras cobardes, propias de mujeres. ¡Adelante! ¿Quién os pondrá la mano encima? Si lo hace, lo lamentará, pues merced a los dioses mando en Ptía sobre una multitud de jinetes y de hoplitas. Porque ¿de qué sirve un cuerpo fuerte, y se es cobarde?

c.6) Helena de Eurípides

             Fue compuesta el 412 a.C, con muchos puntos comunes con el resto de obras sobre el ciclo troyano, una vez acabada la guerra de Troya.

             Tras la guerra de Troya, Helena habría sido llevada a Egipto por Hermes, de forma milagrosa. Y en Egipto disfrutó de la protección del anciano rey Proteo:

HELENA: Estas son las aguas cristalinas del Nilo que humedecen los campos de Egipto en lugar de la lluvia divina cuando se derrite la blanca nieve. Era rey de esta tierra y soberano de Egipto Proteo, que vivía en la isla de Faros. Había tomado en matrimonio a Psámate, una de las doncellas marinas, una vez que ésta abandonó el lecho de Éaco. Y tuvo dos hijos en palacio; un varón, Teoclímeno, y una apuesta doncella, Idó. Por lo que a mí se refiere, aquí sigo viva todavía, por obra del dios Hermes.

             Una vez muerto Proteo, su hijo Teoclímeno requirió los amores de Helena, que en este caso es mostrada como ejemplo de castidad:

HELENA: Mientras Proteo vivía yo nunca mancillé mi lecho nupcial. Pero ahora que Proteo yace sepultado en las tinieblas de la tierra, es su hijo quien desea ardientemente casarse conmigo. Sin embargo yo, que me mantengo fiel a mi primer esposo, y he acudido hasta la tumba de Proteo como suplicante, a rogar que pueda conservar mi lecho para Menelao, y para que mi cuerpo no se vea cubierto con el baldón de la vergüenza, aunque mi nombre en Grecia sea maldito.

             Tras la llegada por mar de Menelao, tiene lugar la escena de reconocimiento entre los esposos. Ambos planean la huída de Egipto, ayudados por la sacerdotisa Teónoe (en su intento por evitar la inmolación de Menelao, como extranjero que era en Egipto):

CORO: Amiga, no te lamentes por anticipado profetizando desgracias, y ponte siempre en el punto de vista más positivo.

MENELAO: Ay de mí, desdichado desde que aniquilé las torres de Ilión, y que ahora ando errante sobre las olas del azulado mar. Porque he navegado las costas inhóspitas de Libia, y ahora el viento me empuja para atrás en cuanto intento acercarme a mi patria. Y como un náufrago desdichado, he venido a dar a esta tierra tras haber perdido a mis amigos. Mi nave ha quedado hecha pedazos estrellada contra las rocas. No sé cuál es el nombre de esta tierra, ni cuál es su pueblo, y me resulta vergonzoso comparecer ante sus gentes.

HELENA: Pero ¿quién es ese que viene? ¡Qué salvaje aspecto que tiene! ¿Vendrá a llevarme ya con el hijo de Proteo? ¡Me ofenden, mujeres! Por parte de este hombre que, tras cogerme, pretende entregarme al tirano cuya boda rechazo.

MENELAO: No soy un ladrón, ni el sirviente del hombre malvado. ¿Quién eres, mujer? ¿Y qué aspecto es el tuyo, que me es familiar, y tengo ante mis ojos? ¿Eres griega, o nativa de este país? Yo soy Menelao, el hombre más desventurado. Pero no te rías más de mí, porque me harías lo mismo que mi querida Helena.

HELENA: Oh esposo mío, ¡qué tarde llegas a las manos de tu esposa! La que Tindáreo te dio, mi querido padre.

MENELAO: ¡Oh Hécate, oh portadora de antorchas! Ven corriendo a mí, y vayámonos de aquí. ¡Vámonos!

HELENA: ¡Ay desdichada de mí! Oh, Menelao, estamos perdidos, y hasta aquí hemos llegado. Porque sale de palacio la profetisa Teónoe, y chirría ya la cerradura al abrirse. ¡Huye!

TEÓNOE: Helena, ¿qué te parecen mis profecías? Ha llegado tu esposo Menelao y aquí lo tienes, bien visible. Pero ha llegado privado de sus naves. ¡Desdichado! Llegaste sí, pero no sabes salir. Y Cipris quiere obstaculizar tu retorno. No obstante, yo piadosa nací, y quiero seguir siéndolo. Ahora daré mi voto a Hera, ya que desea favorecerte, Menelao.

             Menelao actúa como mensajero de su propia muerte. Y cuando esto sucede, Helena consigue un barco para escapar de Egipto, y ambos logran escapar con ayuda de los dioscuros:

MENELAO: ¡Mal augurio veo! Pero no me importa morir, si de palabra sigo vivo.

HELENA: Yo te lloraré ante ese hombre impío (Teoclímeno) al modo femenino, con lamentos fúnebres. Simularé que has muerto en el mar, y pediré al tirano dedicarte un cenotafio. Le ordenaré que me dé una embarcación en la que soltaré de mis brazos al mar los adornos para la tumba. Y entonces nos iremos.

DIOSCUROS: Teoclímeno, señor de esta tierra, depón la cólera que te ofusca. Te llamamos nosotros, los Dioscuros, a los que antaño dio a luz Leda, al igual que a Helena, la que ha escapado de tu palacio. Te irritas por una boda que no te estaba destinada. Esto te decimos a ti, y a nuestra hermana Helena le anunciamos lo siguiente: navega con tu esposo, que tenéis viento favorable. Porque nosotros, vuestros hermanos salvadores, cabalgando a tu lado sobre el anchuroso mar, os llevaremos hasta vuestra patria.

             Se trata de una obra con lugares chocantes, como la gruta en que Menelao (que llega solo del naufragio) dice haber puesto a salvo a Helena (sin saber siquiera que ella estaba en Egipto). O la tumba de la que surge Menelao a través de míseros jirones. Como se ve, todo en permanente dicotomía entre apariencia y realidad:

MENELAO: ¿Qué diré? Que estoy lleno de desgracias, porque he traído hasta aquí, desde Troya, a la esposa que me habían raptado, a la cual he puesto a salvo en una cueva. En el interior de esa cueva tengo escondida a quien ha sido la causa de todas mis desgracias, a mi esposa.

MENELAO: La necesidad me acosa. No tengo comida ni vestidos con que cubrir mi piel. Lo que llevo son residuos del naufragio; a la vista está. Aquí estoy haraposo, frente a esta mansión, para conseguir una ayuda. ¡Vamos! ¿No va a salir del palacio un vigilante o portero que transmita mis desgracias a los de dentro?

             Por otra parte, los dioses son nombrados con frecuencia, pero se mantienen al margen de toda actividad. Pues el azar es el que viene a suplir su intervención, y a ponerse en el centro de la acción. Como se ve, estamos en una de las últimas obras de Eurípides, y en ella el poeta va relevando a los dioses por el azar, como nuevo centro de operatividad de la literatura helénica:

DIOSCUROS: Hace ya tiempo, mucho antes incluso, habríamos puesto a salvo a nuestra hermana Helena, pues Zeus nos hizo dioses. Pero ahora estamos sometidos al destino.

TEOCLÍMENO: Hijos de Leda y de Zeus, Dejaré a un lado mi disputa de antaño con vuestra hermana Helena, y tampoco mataré a la mía. Que vuelva a su casa Helena, si ese es el destino, o así les parece a los dioses.

c.7) Cíclope de Eurípides

             Fue compuesto por Eurípides hacia el 433 a.C, retrotrayéndose a la Sicilia colonial.

             Abre el escenario dicha obra con los sátiros (indígenas sicilianos), pastores dirigidos por Sileno, sirviente del cíclope Polifemo. Para mostrar a continuación, llegando desde el fondo y forzados por las tormentas, a Ulises y sus compañeros, en demanda de víveres:

SÁTIROS: ¿Por dónde, flautista de padre y de una buena madre, por dónde intentas llegar a las rocas? ¿Es que no tienes aquí suave brisa al abrigo del viento y pasto herboso y agua impetuosa de los ríos, que reposa en los abrevaderos, cerca de la cueva? ¿No oyes los balidos de los corderillos?

SILENO: ¡Callad, hijos, y ordenad a los servidores que reúnan el rebaño en la cueva con el techo de roca! Estoy viendo junto a la playa el casco de una nave griega, y a los señores del remo que avanzan, al mando de un capitán, hacia esta cueva. En torno a sus cuellos llevan vasos vacíos, pues tienen necesidad de comida, y jarros para el agua. ¡Desdichados extranjeros! ¿Quiénes serán? No saben qué clase de hombre es nuestro amo Polifemo, para haberse atrevido a poner el pie en esta morada hostil al huésped, y haber llegado para su desgracia a la mandíbula antropófaga del Cíclope. Mas tranquilizaos, para que nos podamos enterar de dónde vienen a esta roca siciliana del Etna.

ULISES: Extranjeros, ¿podríais indicarme de dónde sacar agua corriente, remedio de nuestra sed, y si alguno quiere vender provisiones a marineros que están necesitados? ¿Qué es lo que veo? Me parece que hemos caído en la ciudad de Bromio; estoy viendo aquí junto a la cueva un grupo de sátiros. Saludaré al más anciano.

SILENO: Te saludo, extranjero, pero dinos quién eres y cuál es tu patria. Porque pareces de la progenie de Sísifo. ¿No vendrás de Ilión, y de las fatigas de Troya?

ULISES: Las tempestades nos arrastraron aquí a la fuerza, y estamos sin pan y sin alimento. Pero ¿qué lugar es éste, quiénes lo habitan? Porque nos ha parecido ver el Etna, y su altura elevada. ¿No son los cíclopes quiénes ocupan este país? ¿O acaso sólo las fieras?

SILENO: Así es, y afirman que los extranjeros poseen las carnes más delicadas, aunque ahora están junto al Etna, rastreando las fieras con sus perros. No tememos pan, pero sí queso cuajado y leche de la vaca. Pero, ¿cuánto oro daréis a cambio?

ULISES: No tenemos oro, pero sí la bebida de Dionisio. ¿Queréis degustar esa fuente bella y agradable?

SILENO: Está bien, degustemos esa compra.

             Resalta a continuación la obra la afición de Sileno por el vino (una vez comenzada la comida), la cobarde actitud de los sátiros, y la confianza del monstruoso cíclope Polifemo en la fuerza bruta, una vez que se percata del jolgorio y llega al banquete:

SILENO: Me vuelvo loco de contento con apurar tan solo una copa, dándote a cambio los rebaños de todos los cíclopes. Y poder lanzarme al mar desde la roca de Léucade, una vez que me hubiese emborrachado y distendido mis párpados. Bien loco está quien no se alegra bebiendo, cuando entonces es posible que ésta se empine.

POLIFEMO: ¡Alto!, ¿qué es esto? ¿Qué significa este jolgorio? ¿Qué quieren decir estas danzas báquicas? Dioniso no está aquí, ni los crótalos de bronce, ni los golpes de los timbales. ¿Cómo están en la cueva mis corderitos recién nacidos? ¿Qué decís? ¿Qué respondéis? Porque alguno de vosotros derramará lágrimas en seguida.

SÁTIROS: De tu ancha garganta, oh Cíclope, abre de par en par el labio, puesto que, cocidos, asados y fuera de las brasas, dispuestos están para ti los miembros de tus huéspedes. Para que los roas, mastiques y desgarres, reclinado en tu espesa piel de cabra. No a nosotros nos ofrezcas, sino de la deleitosa carne de esos extranjeros.

             Pero la obra cobra un giro inesperado, al presentar al descomunal y monstruoso cíclope Polifemo hablando sobre religión y política, dentro de una orientación euripidea mucho más intelectual que la que cabe advertir en sus principales oponentes teatrales, Sófocles o Esquilo:

ULISES: Cíclope, escucha, pues yo soy el experto en ese Baco que te he dado a beber. Y él es el dios más poderoso en alegrar la vida a los humanos.

POLIFEMO: ¿Y cómo se goza un dios teniendo su casa en un odre? Porque los dioses no deben tener su cuerpo entre pieles, y la riqueza, hombrecito, es para los sabios. Lo demás es rumor y bellas palabras. Y si no, que se lo digan a los que establecieron las leyes, que son los que abigarraron la vida de los hombres, y los invitaron a pudrirse. Vamos, vierte ya, porque me parece que con ese vino da vueltas la tierra, y veo el trono de Zeus y la santa majestad de todos los dioses.

             Hasta que Ulises y sus compañeros griegos logran engañar (emborrachar) al gigante Polifemo, y huir de su cueva hacia las naves, y con los sátiros lanzarse de nuevo a alta mar:

POLIFEMO: ¡Ay desgraciadísimo de mí, cómo he sido ultrajado, cómo perezco! Pero no conseguiréis huir alegres de esta cueva, seres viles. Colocándome en el umbral de la caverna, adaptaré a él mis manos. Ay que estoy muerto, porque ese infame, al darme la bebida, me ahogó en el sueño.

ULISES: Vete al diablo, gigante monstruoso. Yo me voy a la costa, a lanzar el casco de mi nave al mar de Sicilia, en dirección a mi patria.

SILENO: Y nosotros acompañaremos en la navegación a este Ulises, y le serviremos en el futuro.

c.8) Alcestis de Eurípides

             Fue representada el año 438 a.C, como 4ª pieza de la tetralogía Cretenses, Alcmeón, Teófilo y Alcestis, y final feliz como elemento más llamativo. En general, podemos decir que en Alcestis ofrece Eurípides 2 temas míticos de singular importancia:

-la mujer (Alcestis, hija de Pelias), que ofrece su vida para librar a su esposo (Admeto) de la muerte:

MUERTE: ¡Ah, Apolo, ¿por qué tú ante estos muros? ¿Por qué merodeas por aquí, Febo? ¿Pretendes delinquir de nuevo, recortando y aboliendo los honores de los de abajo? ¿No te bastó con impedir el destino de Admeto, engañando a las diosas del destino? Y ahora, de nuevo, montas guardia junto a ella, la hija de Pelias, que se ofreció ella misma a morir en lugar de su esposo, para salvarlo.

APOLO: Tú has de ceder, tenlo por seguro, por muy cruel que seas. A la casa de Feres un hombre de Euristeo vendrá. El cual, recibido como huésped en esta casa de Admeto, por la fuerza te arrebatará a esta mujer.

MUERTE: Por mucho que hables, Apolo, no conseguirás nada. Esta mujer descenderá conmigo a la morada de Hades. Me dirijo hacia ella, para comenzar el sacrificio con la espada. Sagrado es a los dioses infernales, aquel de quien esta espada un cabello corte.

ALCESTIS: Tierra y techos de palacio, virginales lechos de mi patria, Yolco. ¡Apresúrate, enemiga, que me estás haciendo retrasar! Ya tu lado me insta y me apremia. Esposo mío, te he honrado y he cambiado mi vida por la tuya. Hijos míos, que podáis vivir felices bajo la luz. Me voy ya de esta tierra.

-el varón esforzado (Hércules), que logra vencer a la muerte y devolver a la vida un cadáver:

HÉRCULES: Extranjeros y aldeanos de Feres, ¿puedo encontrar a Admeto en palacio? Voy en busca de la cuadriga de Diomedes el Tracio. Un trabajo realizo para Euristeo de Tirinto.

ALDEANO: Podrás ver sus pesebres manchados de sangre.

ADMETO: ¡Salud, oh hijo de Zeus y de la sangre de Perseo!

HERACLES: ¿Qué te ha sucedido para llevar la cabeza rasurada en señal de duelo?

ADMETO: Me dispongo a enterrar un cadáver, y sobre ella puedo darte una doble respuesta: que vive y que no vive, éste es mi dolor. Porque consintió morir en mi lugar. Muerto está el que tenía que morir, y ya no vive la que realmente pereció.

HERACLES: ¡Oh corazón y mano mía que tanto habéis soportado, muestra ahora qué clase de hijo la tirintia Alcmena, hija de Electrión, le dio a Zeus! Tengo que salvar a la mujer que acaba de morir, e instalar de nuevo a Alcestis en esta casa y dar a Admeto una prueba de mi agradecimiento. Voy a acechar a la reina de los muertos, la de negra túnica, la Muerte. Creo que la encontraré junto a la tumba, bebiendo la sangre de su víctima. Y si consigo atraparla, y la rodeo con mis brazos, nadie conseguirá arrebatarme sus costados doloridos, hasta que me entregue a esta mujer.

ADMETO: ¡Oh dioses! ¿Qué decir? Prodigio inesperado es éste. ¿Esta que estoy viendo es realmente mi esposa? ¿O es una alegría engañosa enviada por la divinidad la que me saca de mí? ¡Oh rostro y cuerpo de mi queridísima esposa, te tengo cuando ya no te esperaba!

CORO: Muchas son las formas de lo divino, y muchas cosas inesperadamente concluyen los dioses. Lo esperado no se cumplió, y de lo inesperado un dios halló salida.

             Interesante es también la figura de Admeto, hombre hospitalario y esposo amante, pero egoísta a la hora de consentir que su mujer muera en su lugar. Llegado el caso, también recrimina a su padre (Feres) por no haber querido morir en vez de él, en un agón oratorio entablado entre padre e hijo de notable belleza y maestría:

FERES: Hijo mío, ¿a quién te ufanas de maltratar con tus injurias? ¿A un lidio, o a un frigio comprado con tu dinero? ¿No sabes que soy tesalio, hijo de tesalio y libre? Te insolentas en demasía, y después de haberme herido lanzando sobre mí palabras de jovenzuelo, no te irás así como así. Yo te he engendrado y te he criado para que seas señor de esta casa, pero no es mi deber morir en tu lugar. Tú no has recibido esa ley de tus padres.

ADMETO: No has venido a este entierro invitado por mí, ni considero tu presencia como la de un allegado. Ella nunca vestirá tu ofrenda, porque será enterrada sin necesitar nada de lo tuyo. Debías haber compartido el dolor, cuando yo estaba a punto de morir. Pero tú te has escabullido, y has consentido en tu vejez que muera una persona joven, ¿Y te atreves a llorar este cadáver? ¿Es que no eras realmente el padre de mi cuerpo?

             Los hombres ocupan el lugar central de la acción, a la hora de discutir, proyectar y ofrecer el sentir general de los atenienses del momento:

SIRVIENTE: Vete tranquilo, Hércules. A nosotros atañen las desgracias de los señores. No has venido en un momento oportuno para ser recibido en esta casa, como ves en nuestro cabello cortado y negras vestiduras.

             Encontramos también muy bien expresadas las relaciones íntimas y personales ante la muerte, con un interesante dualismo entre dolor y alegría, amor y odio, como sentimientos universales de la humanidad:

SIRVIENTE: Todos hemos perecido, y no ella sola. Ya ves nuestras cabezas rasuradas, y lágrimas en los ojos.

HÉRCULES: ¡Y mira que darme yo un banquete en vuestra casa, con la cabeza coronada!

             No faltan tampoco los elementos burlescos, como vemos en palabras del sirviente que relata la insaciabilidad de Hércules en cuanto a comida y bebida:

SIRVIENTE: Muchos huéspedes, y de todos los confines del mundo, han venido a la morada de Admeto, y a todos ellos he servido a la mesa. Pero a ninguno peor que éste jamás recibí. Entró y se atrevió a franquear las puertas, no aceptó con cordura la hospitalidad, ni siquiera en medio de la desgracia, y cogió en sus manos un gran vaso de hiedra. Bebe el licor puro de la madre negra, ladra sonidos discordantes, y canta a pleno pulmón en medio de las desgracias fúnebres de Admeto.

             Así mismo, es graciosa la escena final, donde el glorioso héroe (Hércules) presente ante Admeto a su ya liberada esposa Alcestis, como si fuera otra mujer ganada en un certamen:

HÉRCULES: Ánimo, Admeto. Una mujer te calmará, y los deseos de un nuevo matrimonio. Háblale, que ya tienes todo lo que deseabas.

c.9) Orestes de Eurípides

             Fue representada el año 408 a.C, y nos muestra al protagonista Orestes (hijo de Agamenón, rey de Micenas) ante el palacio paterno, enfermo, agotado y delirante, a consecuencia del crimen horrendo que ha cometido contra su madre:

ELECTRA: No hay palabra tan terrible de decir, ni sufrimiento ni desdicha impulsada por los dioses, cuya carga no venga a abrumar a la naturaleza humana. Porque el soberano Agamenón celebró su matrimonio con Clitemestra, y de ella obtuvo tres hijas (Crisótemis, Ifigenia y yo) y un varón (Orestes). Todos ellos hijos de una madre criminalista que, después de envolver a su esposo en una red inextricable, lo asesinó. En cuanto a la justicia de Febo, ¿de qué debo acusarle? Porque persuadió a Orestes a dar muerte a la madre que le dio el ser, lo que no le atrae la alabanza de todos. Con todo, él la mató por no desobedecer al dios, y yo participé, en cuanto puede hacer una mujer. Desde entonces, yace aquí en palacio aquejado Orestes por una feroz enfermedad, tendido sobre el lecho de su madre.

             Cuida a Orestes su hermana Electra, mientras ambos esperan la decisión de los argivos sobre el matricidio:

ELECTRA: Queridísimo hermano, ¡cómo me alegro que cayeras dormido! ¿Quieres que te coja, y te ayude a incorporarte? Es un dulce servicio, y no renuncio a cuidar con mano de hermana tu cuerpo de hermano. Lastimosa cabeza de sucia melena, ¡qué aspecto salvaje tiene, con tanto tiempo sin lavar! La cama es grata al enfermo.

ELECTRA: Ha llegado Menelao, y los cascos de sus naves están anclados en Nauplia. Llega trayendo consigo a Helena, llega trayendo un gran daño.

ORESTES: ¡Ah, madre, te suplico! No excites contra mí a las muchachas de ojos sanguinarios y melenas con serpientes. Ah, Febo, ¿van a matarme esas diosas con esos ojos de perro, y sacerdotisas de los infiernos?

             Aparece entonces en escena Helena, coqueta y egoísta. Y un Menelao (rey de Esparta, hermano de Agamenón) débil y deplorable, que no presta ayuda alguna a sus sobrinos:

HELENA: Hija de Clitemestra y de Agamenón, ¿cómo, desgraciada, tú y tu asesino hermano estáis aquí? Porque lamento el destino de mi hermana Clitemestra, a la que no vi desde que navegué. Pero vengo con mi hija, que hará algo por ti. ¡Hija, Hermíone, sube al palacio! Y toma en tus manos estas libaciones y estos cabellos míos, y llévalos junto a la tumba de Clitemestra, derramando sobre ella miel con leche y vino. Ruégale por estos desgraciados, a los que un dios condenó.

MENELAO: ¡Oh dioses! ¿Qué veo? ¿Qué cadáver tengo ante mis ojos? Y tú, Orestes, ¡qué salvaje llevas tu desgreñada melena! ¡Qué pronto han venido las diosas a reclamarte la sangre de tu madre! Huye enseguida, trasponiendo las fronteras del país. Porque yo vengo con solo mi lanza, falto de aliados, y sería inútil mi defensa.

             Llega también al escenario Pílades (hijo de Estrofio, rey de Fócide), que se reúne con los 2 hermanos (Orestes y Electra) para anunciarles que han sido condenados a muerte por la Asamblea de Argos:

PÍLADES: Más rápido de lo que debiera he llegado cruzando por la ciudad, porque oí en la reunión del pueblo, que directamente he presenciado, que tratan de daros muerte a ti y a tu hermana. ¿Cómo estás, el más querido de mis amigos?

ORESTES: Estoy perdido, por aclararte en breve mis desgracias. Porque Menelao huye de mí y de mi hermana. Es natural que el esposo de una mala mujer se haga malo.

             Es entonces cuando Orestes y Electra traman el asesinato de la pérfida Helena (hija de Clitemestra), bajo insinuación de su amigo Pílades:

ELECTRA: ¡Ay de mí, hermano! Porque al verte ya ante la pira funeraria lloro tu muerte. ¡Ay de mí, que pierdo la razón! Oh queridísimo, tú que tienes el nombre más dulce y deseado para una hermana, y una única alma con ella.

ORESTES: ¿No vas a dejar en silencio tus lamentos mujeriles, y aceptar lo ya decidido? Son lamentables los sucesos, así que hay que apretar los lazos de la horca, o afilar en nuestra mano la espada. Sí, hermana, quiero corresponder con amor a la ternura de tus brazos. Oh pecho de mi hermana, oh dulce abrazo mío.

PÍLADES: Matemos a Helena, degollándola cuando esté en palacio. Así, aunque fallemos en una cosa, no dejaremos de obtener un motivo de gloria.

             Mas al no poder ejecutar sus planes, Orestes y Electra optan por raptar a Hermíone (hija de Helena y Menelao):

ORESTES: ¿Y en qué momento va a llegar a palacio Hermíone? Porque todo cuanto has dicho, con tal que tengamos suerte, está muy bien. Sobre todo una vez que capturemos a ese cachorro de un padre tan impío. Hermana Electra, vigila ante la casa y recibe a la muchacha a su llegado. Vigila mientras se consuma el asesinato.

CORO: ¿Quién es ése que viene por el camino? ¿Quién es ése que ronda por los alrededores? ¿A palacio? ¿Un campesino?

ELECTRA: ¡Estamos perdidos, amigos! ¡Nos descubrirá a los enemigos!

CORO: El chillido es de Helena. El chillido es de Helena.

ELECTRA: Dejadla, que en medio de la matanza llega Hermíone. Dejad el griterío y cacemos a la nueva presa. Presentaos con rostro sereno, y llevémosla de aquí.

HERMÍONE: ¿Qué chillidos son esos?

ELECTRA: ¡Cogedla, y y llevadla con la cuchilla en la garganta! Y conservad la calma, para que Menelao sepa que ha encontrado hombres y no cobardes frigios, por lo que sufre lo que han de sufrir los villanos.

             Al final de la obra aparece Menelao ante las cerradas puertas del palacio, mientras Orestes y sus acompañantes se encuentran en la terraza. En el último instante, interviene Apolo como dios dictaminador:

MENELAO: Devuélveme el cadáver de mi esposa, para que le dé sepultura.

ORESTES: Reclámaselo a los dioses. Yo mataré a tu hija.

APOLO: Menelao, deja de presentar un corazón irritado, pues es Febo, el hijo de Leto, quien desde aquí cerca te llama. Y tú Orestes, que empuñando la espada asedias a esa muchacha, atiende a los mandatos que vengo a traeros. En cuanto a Helena, es preciso que viva, y en los confines del éter tenga su residencia. A ti, Orestes, te es preciso franquear las fronteras de esta tierra, y habitar el suelo Parrasio. Y es preciso que lo hagas con Hermíone, sobre cuyo cuello tienes ahora tu espada. Porque es preciso que muera en Delfos. Menelao, tú ve a reinar a tu tierra de Esparta.

             En este drama vemos cómo los vaivenes del azar intervienen en el modo de ser de los personajes, que van modificando su actitud según avanza el curso de la acción, y ajustando sus planes a cada situación concreta, en plenos cambios psicológicos:

MENELAO: ¿Es que es justo que tú vivas? ¿Quién te dirigiría la palabra?

ORESTES: En este Argos pelásgico, y me la dirigiría quien quisiera a su padre.

MENELAO: Y el que honre a su madre.

ORESTES: Mientras no sea una pervertida, como tu pérfida Helena.

             La escena del esclavo frigio (describiendo cómo salvó él y sus compañeros a Helena) es de gran efectismo, aunque demasiado recargada. Y los héroes aparecen demasiado humanos y vacilantes, dejando de ser lo que eran y no conservando de heroico más que su nombre:

FRIGIO: A su grito los portones de las salas y los establos, donde estábamos encerrados, los hicimos saltar con palancas, y nos apresuramos en su socorro, cada uno desde un rincón de la casa: uno con piedras, otro con venablos, y el otro blandiendo en las manos un afilado puñal.

c.10) Bacantes de Eurípides

             Fueron compuestas por Eurípides el 409 a.C, siendo una de las obras maestras del poeta salamino y resultando premiada por el Certamen de Atenas con el 1º premio de honor.

             Expone en ellas Eurípides cómo Penteo (nieto de Cadmo), rey de Tebas, se opone a la introducción y difusión en sus dominios del culto orgiástico en honor a Dionisio, aunque por ello acabe despedazado por las ménades seguidoras del dios (entre las cuales se encuentra su propia madre Ágave):

PENTEO: Me encontraba ausente del país y, a mi regreso, acabo de enterarme de los nuevos males que asolan nuestra ciudad: Nuestras mujeres han abandonado sus hogares y se han escapado a los montes cantando y danzando en honor de uno que se hace llamar dios Dionisio. Andan borrachas y entregadas al vicio con el pretexto de que, así, honran a ese falso dios. Ya he arrestado a bastantes y las tengo encerradas en la cárcel pública pero todavía me faltan por arrestar otras muchas, entre ellas mi propia madre Ágave. Dicen que ha venido un extranjero de Lidia, un mago o un encantador, con melena larga y perfumada, que trae fascinadas a nuestras jóvenes con sus ritos mistéricos. Si logro prenderlo, seguro que dejará de mover su cabellera porque estoy decidido a separarle la cabeza del cuerpo. Afirma que él es el dios Dinisio, el hijo de Zeus. ¿Es que no merece ya la horca por sus blasfemias?¿Y tú, abuelo? ¿No os dais cuenta de lo ridículos que estáis? ¡Cadmo, a vuestra edad y con ese ropaje! ¿También vosotros vais a subir a los montes para acompañar a las mujeres?

             El alto vuelo poético de la obra se muestra de manera especial en los 2 relatos principales de la obra:

-el comportamiento y actitud de las plácidas ménades dionisíacas (inmersas en una vida relajada en que la miel, la leche y el vino surgen espontáneas a su paso):

MENSAJERO: Todas se pusieron en pie al instante. Su primer gesto fue soltarse sus cabelleras sobre sus hombros y ajustarse a su cuerpo sus pieles de corzo y ceñirse sus cinturas con serpientes que lamían sus mejillas. Otras llevaban en sus brazos cervatillos o lobeznos y los amamantaban con su leche. Entonces, una de ellas golpeó sobre una roca y, al instante, surgió un gran chorro de agua; otra hincó su vara en la tierra y de allí brotó abundante vino; otras arañaban la tierra y de ella manaban corrientes de blanca leche.

-y la escena en que Penteo, seducido por Dionisio, espía travestido los movimientos de las ménades en trance (hasta que, una vez visto, resulta destrozado y degollado por ellas):

PENTEO: Iré al mente Citerión, y haré sacrificios. Pero no sacrificios al impío dios Dionisio, sino sacrificios de mujeres. Eso es lo que ellas se merecen, por andar borrachas por el monte Citerión. Me esconderé tras los abetos, y las atacaré cuando las vea en trance.

DIONISIO: Oh Penteo, sal de palacio y déjame ver tu disfraz de bacante a la luz del día. Porque estás deseoso de ver lo que no debes y te preocupas por lo que no deberías preocuparte. Pero si quieres ser espía de tu madre y sus bacantes, adelante, Penteo. Sí, tu vestido de mujer y tu figura es parecida a cualquiera de las hijas de Cadmo. Ve, y verás que mimos te aguardan.

BACANTES: Acudid al monte, rápidas perras, acudid al monte llenas de rabia, adonde están celebrando sus ritos las rabiosas descendientes de Cadmo, aguijoneadlas contra el osado que, vestido de mujer, las espía, y rabioso las observa de lejos tras un abeto muy bien camuflado. Venid, venid, montaraces bacantes, que al monte ha venido un espía, que no ha nacido de ninguna mujer y al que una leona quien lo ha parido. ¡Justicia, justicia, traed una espada! A quien reniega de dioses y leyes, hay que matarlo de un tajo certero.

             De hecho, su propia madre será la que lleve la cabeza del decapitado, encima de su tirso (aunque posteriormente recobre la conciencia y reconozca lo acaecido):

ÁGAVE: Bacantes de Asia, y pobladores de la tierra tebana. Traigo de los montes una fresca guirnalda para adorno del hogar, una hermosa presa de caza. He capturado, sin lazos ni redes, este cachorro de león, en el monte Citerión. Aquí traigo su cabeza. Participaron conmigo todas las hijas de Cadmo. Venid a participar del banquete.

CADMO: ¡Ay, hija mía, qué tremendo sufrimiento vas a padecer cuando recobres la razón! Antes de nada, mira lo que traes en tus manos. ¿Te parece una cabeza de león? ¿Todavía sigues en delirio báquico?

ÁGAVE: No entiendo tus palabras, padre. Pero ¿qué me pasa? ¿Dónde estoy? ¿Por qué voy vestida de este modo? ¡No! ¡Es la cabeza de mi hijo Penteo!

             El coro de la pieza está totalmente integrado en la acción dramática, con notable profundidad lírica y con una ligazón formal a la manera arcaica, tanto a la hora de celebrar los gozos del culto dionisíaco como en la unión más íntima con el dios Dionisio, y su terrible deseo de venganza (contra los incrédulos recalcitrantes):

CORO: Todo el que venga con injusta intención, e impío tus cultos ataque, Dionisio divino, que reciba una lección de cordura y le llegue sin reparos la muerte, por enfrentarse, insensato, a los dioses.

CORO: Bailemos y alegres, gritos al cielo elevemos para honrar a Dionisio. Celebremos el final de Penteo, que tomó los vestidos de mujer y se dejó coronar por la hiedra. ¡Triunfo brillante, bacantes cadmeas! Por fin la muerte habéis dado a Penteo. Sin duda ha sido un hermoso combate.

c.11) Fenicias de Eurípides

             Suelen datarse en torno al 410 a.C, y en ellas Eurípides acude a la acumulación de temas míticos, a los que da un enfoque muy personal, innovando en no pocos sentidos. El motivo central es el de los Siete contra Tebas, pero recoge otros temas que Sófocles expusiera detenidamente en varias de sus tragedias. Se trata de una trama extensa y casi épica, y vino a cerrar, junto al Hécuba y al Orestes, la tríada euripidea favorita del Imperio Bizantino.

             Al comienzo de la obra sabemos por Yocasta (hija de Meneceo y hermana de Creonte), el verdadero origen del ilustre rey de Tebas (Edipo, su hijo y marido). Y que éste vive aún en palacio, reducido por sus hijos (al haberse enterado éstos del origen paterno):

YOCASTA: ¡Cuán infortunado fue sobre Tebas aquel día, en que Cadmo llegó a este país al haber abandonado la marina tierra de Fenicia! Porque él fue quien quien trajo a Layo, mi esposo, el cual dándose al placer y cayendo en la embriaguez, dejó en mí la simiente de un hijo. Tras haberlo engendrado, abandonó al recién nacido entre las peñas del Citerión, atravesándole los talones con unos punzones de hierro. Por ese motivo se llamó Edipo. Pero unos caballeros del rey Pólibo lo encontraron, lo llevaron a su palacio y lo entregaron en manos de su señora, que convenció a su esposo de que lo había dado a luz.

YOCASTA: Cuando ya se hizo hombre, y mi esposo ya no vivía, mi hermano Creonte hizo proclamar con él mi matrimonio, tomando Edipo por esposa a su madre, sin saber que la que daría muchas veces a luz se acostaba con su hijo. Él acaba de enterarse de su enlace conmigo, y aún vive en el interior del palacio, ensangrentado por el infortunio y recurriendo a muchos trucos para que esto quede olvidado. Desvariando a causa de la desdicha, invoca sobre sus hijos las más impías maldiciones. A ambos les invadió el temor, y de común acuerdo decidieron que el más joven (Polinices) se exiliara temporalmente a Argos, y el mayor (Eteocles) se quedara hasta hacerse con el cetro de Tebas, reduciendo a su padre. Al oír vuestro grito fenicio, queridos hijos, arrastro con mis ancianos pies un tembloroso paso.

             Aunque Eteocles y Polinices (hijos de Edipo y Yocasta) acuerdan turnarse anualmente en el gobierno de Tebas, el 1º en probar el poder se muestra reacio a soltarlo. Entonces el 2º de ellos ataca la ciudad al sentirse agraviado, y se entabla la lucha entre el ejército defensor y el atacante (con sus hermanas Antígona e Ismene intentando interceder):

ANTÍGONA: ¿Quién es ése del penacho blanco, que avanza al frente del ejército blandiendo con ligereza en su brazo un escudo todo de bronce?

PEDAGOGO: Un jefe de escuadrón, señora. Y Polinices está con él, junto a la tumba de las 7 hijas de Niobe. Con él va también el adivino Anfiarao, y las víctimas sacrificiales tan gratas a la tierra. Sus hombres están maquinando las escaladas a las torres, y calculando de arriba y abajo la altura de las murallas. Ea, hija, entra ya en la casa y quédate bajo su techo, puesto que ya has visto lo que va a suceder.

POLONICES: ¡Eh! ¿Quién está ahi? ¿Es que vamos a asustarnos de uN ruido? Cualquier cosa, desde luego, se les hace temible a los audaces, cuando ponen pie en tierra enemiga. Vengo aquí por mi madre, que me persuadió a acudir aquí bajo tregua. Y por mi hermano, que me ha trazado una emboscada.

ETEOCLES: Si a todos les pareciera la misma cosa buena y sabia a la vez, no existiría entre los hombres la discordia. Pero yo hablaré sin ocultar nada, siendo capaz de cualquier acción con tal de retener a la mayor de las divinidades: la tiranía. Así que, hermano mío, ¡vuélvete a Argos, y sal de esta tierra!

CORO: Avanzando con carros, y al cuádruple paso de solípedos caballos guiados por riendas, se abalanza sobre los ribazos del Ismeno una raza, inspirando a la raza de los espartos y el furor de los argivos. Y se engalana de bronce el armado tropel de portadores y escudos, que de pie se enfrenta a los muros y a la piedra.

             En medio de la lucha mueren los 2 hermanos, y la madre se atraviesa con una espada sobre ambos cadáveres:

POLINICES: Eres un impío y quien me proscribe, arrebatándome mi herencia. ¡Qué pronto no estará ya ociosa mi espada sanguinolenta!

ETEOCLES: No vas a conseguirlo, porque yo te mataré primero.

YOCASTA: Ay, hijos míos, ya en mi vida no hay luz. Si vosotros yacéis muertos, yo caeré muerta a vuestro lado.

             El resto de la obra corre a cargo de Edipo y Antígona. Hasta que Creonte (hermano de Yocasta), dueño ahora de las riendas del poder, manda al exilio a Edipo, y ordena dejar insepulto el cadáver de Polinices. Se rebela Antígona (hija de Edipo), pero también ella ha de partir al destierro, junto con su padre:

EDIPO: ¿Por qué, hija, me has sacado a la luz, con los bastones que ayudan a mi ciego paso, desde los oscuros aposentos donde yacía echado, para acudir a tus muy lastimeros llantos, como un fantasma canoso, evanescente, de aire, o un muerto de ultratumba, o un sueño alado?

ANTÍGONA: Vas a sufrir una desdichada noticia, padre. Ya no ven la luz tus hijos ni tu esposa. ¡Ay de mí, ay de ti, padre!

MENSAJERO: Ha muerto tu hermana, Creonte, junto a sus dos hijos.

CREONTE: ¡Ah infeliz, qué final, Yocasta, de tu vida y de tus bodas, para ti, que resististe los enigmas de la esfinge! Y tú, Edipo, escucha mis palabras. El mando de este país me lo confió tu hijo Eteocles, dándolo como dote de matrimonio a Hemón, esposo prometido de tu hija Antígona. Así, pues, no te voy a permitir vivir en esta tierra en adelante. ¡Conque vete! Estas son decisiones de Eteocles, no mías.

ANTÍGONA: Pero insensatas, y tú alocado eres que las aplicas.

CREONTE: ¿Cómo? ¿No es justo cumplir los encargos idos? ¿Y no es justo que el invasor sea arrojado a los perros? Pues que ahora pague Polinices su pena con la privación de su tumba. ¡Que quede insepulto!

ANTÍGONA: Vamos, padre, al triste destierro. Tiéndeme tu querida mano, viejo padre, que en mí tienes tu guía, como la brisa que impulsa la nave.

EDIPO: Venga, venga. Ya voy, hija, sé tu mi lazarillo.

             Destaca en la obra el prólogo de Yocasta, que nos pone al corriente de la situación. Así como también el diálogo entre los hermanos, o el exotismo del coro (formado por mujeres fenicias, que sirven en el templo de Apolo en Delfos):

CORO: Como dos fieras gemelas, y almas sanguinarias blandiendo la lanza, enseguida van a cubrir de sangre a sus presas. ¡Desdichados, que a tal propuesta a un combate personal se haya llegado! Con mi grito fenicio y bárbaro, el plañidero alarido en honor de los muertos, acompasado con llantos, entonaré. Oh muy venerable victoria, ¡ojalá dominaras mi vida y no dejaras de coronarla!

c.12) Troyanas de Eurípides

             Aparecieron en escena el 415 a.C, y su tema principal trató de manifestar los horrores de la guerra de Troya, referidos no sólo a la lejana y legendaria Troya, sino a todos los conflictos bélicos.

             Así se explica que los personajes estén un tanto difuminados, o que la acción sea mínima, o que aparezcan 4 escenas sucesivas enfocando diversos aspectos del sufrimiento inhumano de las cautivas:

CORO I: ¿A qué esos clamores? ¿A qué esos gritos? ¿Qué pretendéis? Se oyen vuestros lamentos, y el miedo que se apoderó de las troyanas, llorando su esclavitud.

CORO II: ¡Ay de nosotras, desventuradas! ¿Qué quieren? ¿Nos llevarán a las naves? ¿Nos arrancarán de nuestra patria?

CORO I: Infelices troyanas, id y sabed los trabajos que os esperan, porque los argivos se preparan a navegar.

CORO II: Temblando oiremos si los argivos nos han condenado a muerte, o si los marineros se aprestan a agitar en la popa los remos. ¿Ha venido algún heraldo de los griegos? ¿Quién será el dueño de estas míseras esclavas?

             Hécuba (esposa de Príamo, rey de Troya) se nos muestra como el centro de la acción, pero con mucho menos garra dramática que en la obra homónima (Hécuba, ya analizada):

HÉCUBA: ¡Levanta tu cabeza, desventurada! Levanta tu cuello, porque ya no existe Troya, y nosotros no reinamos en ella. ¡Ay de mí! ¿Cómo no he de llorar sin patria, ni hijos y sin esposo? Desdichada de mí, ¡cuánta es mi inquietud! Tristemente reclino mis miembros, presa de insoportables dolores, yaciendo en duro lecho. ¡Ay de mi cabeza, ay de mis sienes y mi pecho!

             Destaca también, por su efectismo, el reparto de las cautivas entre los vencedores:

TALTIBIO: Si Febo no trastornara tu juicio, no amenazarías a mis capitanes con tus fatídicos augurios. Mi general se enamora de esta bacante, cuya mano rechazaría yo, a pesar de mi pobreza. El aire se llevará tus maldiciones contra los argivos y tus alabanzas a los frigios. Más, sígueme ahora a las naves. Tú, Hécuba, tú harás lo mismo cuando lo mande Ulises.

             Así como el delirio profético de Casandra (hija de Príamo y Hécuba, reyes de Troya) al ser asignada a Agamenón (rey de Micenas), y su premonición de que los más perjudicados por la guerra van a ser precisamente los vencedores:

CASANDRA: ¿Aseguras tú que mi madre irá al palacio de Ulises? Infeliz Ulises, diez años de penalidades le restan, cuando vuelva solo a su patria, y errante tras atravesar los escollos marino, y encontrarse en las garras el cíclope que mora en los montes y se alimenta de carne humana, o de vérselas con Circe, que transforma a los hombres en cerdos. Pero ¿para qué referirme al trabajo de Ulises? Anda, llévame a celebrar mi matrimonio con Agamenón, allá en los infiernos.

CASANDRA: ¿Dónde está la nave del general? ¿Dónde he de subir? Porque al arrebatarnos de esta tierra, os acompañarán las tres furias. Adiós, patria querida patria. Me voy vencedora a la mansión de los muertos, después de devastar el palacio de los autores de nuestra ruina.

             Aparece también en escena el asesinato impío del pequeño Astianacte (hijo de Héctor y Andrómaca, príncipes de Troya), y su entierro sobre el escudo de su valeroso padre:

ANDRÓMACA: ¡Oh hijo de mis entrañas, oh hijo muy querido, hoy vas a morir por mano de tus enemigos, abandonando a tu mísera madre! La nobleza de tu padre, fuente de salvación para otros, es causa de tu muerte, y su valor te es funesto. Oh griegos, autores de bárbaros males, ¿por qué matar a mi niño inocente?

TALTIBIO: El parecer de Ulises sostiene que no debía vivir el hijo de tan esforzado guerrero. Será arrojado de las altas torres de Troya. Si tus palabras excitan el furor del general, ni tu hijo será sepultado, ni podrás llorarlo. Pero si callas y te resignas, su entierro será complaciente, y no quedará insepulto.

             Como también es interesante el diálogo entre Menelao, Hécuba y Helena, donde se alude a la causa última que provocara la guerra troyana:

MENELAO: Hoy recuperaré a mi esposa Helena, yo, ese Menelao que sufrió infinitos males, y que vino a Troya no tanto por mi esposa, cuanto por vengarme del hombre que engaño y robó en mi palacio.

HÉCUBA: Te alabaré, Menelao, si matas a tu esposa. Pero cuida al verla, que el amor no te ciegue, que sus ojos deslumbran los ojos de los mortales, que sus ojos derriban las ciudades e incendia los palacios. ¡Tales son sus atractivos! Yo la conozco bien, y tú y los que sufrieron tantas desdichas deben también conocerla.

HELENA: Oh Menelao, a la fuerza me arrastraron hasta aquí tus siervos. Y lo que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí. Me acusan de infame, cuando debía ceñir en mis sienes una corona. Porque a Paris, el mas descuidado de los hombres, tú dejaste conmigo en tu palacio, mientras navegabas de Esparta a Creta, y me raptó a la fuerza.

             El himno final que Hécuba dirige a Zeus rezuma crítica e ironía, y puede servir para comprobar cómo usa nuestro poeta los elementos tradicionales:

HÉCUBA: Ay, desventurada de mí. Dejo ya mi país natal, y a mi ciudad entregada a las llamas. ¡Oh dioses! Pero ¿qué dioses? Porque cuando los llamé, no me oyeron. Precipitémonos, pues, en el fuego, pues será para mí más honroso perecer en él que invocar a los dioses.

             Al final de la obra se hace a la mar la flota griega, con las cautivas a bordo. Mientras que en el horizonte arde y se consume la ciudad de Troya:

TALTIBIO: Sabed que el general ha ordenado incendiar la ciudad, y que en las manos de los soldados no ha de estar ocioso el fuego. Y vosotras, hijas de los troyanos, encaminaos ya a las naves de los griegos, pues cuando suenen las trompetas se alejarán de aquí.

CORO: La gran ciudad ha perecido, y con todo su fragor se ha derrumbado. Ya no existe Troya sino fuego, que todo lo devora. Y así como el fuego todo lo devora, así pereció mi patria; la negra muerte cubre ya tus ojos.

d) Comentario a las Tragedias de Eurípides

            Tras las victoriosas Guerras Médicas contra Persia, Atenas vio cómo empezaban a aumentar los puestos de trabajo, las construcciones navales, grandiosas obras públicas, la artesanía y los intercambios comerciales. Creó, así mismo, una camarilla de intelectuales y artistas, entre los que estaba el escultor Fidias, el filósofo Anaxágoras, el trágico Sófocles, el historiador Herodoto o el arquitecto Hipodamo.

            Instaló Atenas, así mismo, colonias militares en las costas del Egeo con habitantes atenienses, distribuyendo así la población excedente y abriendo nuevas economías, colocando guarniciones en puntos estratégicos y vigilando a los aliados de dudosa fidelidad.

            En cuanto a obras intelectuales, se puede considerar la época de Pericles como una de las más productivas de la historia de la cultura. Y es que Atenas, destruida por los persas tras la Batalla de las Termópilas (ca. 480 a.C), necesitaba de un ambicioso plan de reconstrucción material y moral. Las principales obras que materializaron el proyecto de Pericles fueron[40]:

-el Telesterion y el Odeón,
-el Partenón y la Acrópolis al completo,
-la muralla entre Atenas y su Puerto del Pireo,
-el Templo de Poseidón, Templo de Némesis, Templo de Hefesto y Templo de Dionisio
,
-el Templo de Atenea y su estatua de Atenea de 12 m. altura en oro y marfil...

d.1) Sociedad ateniense

            Aparte de potenciar la fiesta de las panateneas[41], Atenas se dio cuenta de que su democracia necesitaba ser llenada a nivel moral y cultural, y no sólo por medio de dracmas y lechuzas en sus escudos.

            Así, el teatro fue la mejor manera de llevar a cabo todo ello, como vía de propaganda, pasatiempo y educación moralizante para cada democracia de turno. En Atenas, el género y la tragedia, en forma de competición, fomentaron una verdadera conciencia ciudadana y un sano sentimiento afectivo hacia la ciudad[42]. Sófocles, Aristófanes, Eurípides, Esquilo, Jenofonte... darían buena cuenta de ello, en las 3 modalidades teatrales de:

-tragedia, destinada a unificar las costumbres,
-comedia, destinada a animar a la vida social,
-épica, destinada a memorizar las hazañas militares.

            En cuanto al deporte, Atenas destacó por su compromiso con los Juegos Olímpicos (de Olimpia, cada 4 años), Píticos (de Delfos, cada 8 años), Nemeos (de Nemea, cada 2 años) e Istmicos (de Corinto, cada 2 años), existentes desde la I Olimpiada griega del 776 a.C. En todos ellos, los atenienses sobresalieron por sus grandes paidotribes (entrenadores de atletas), a los que entrenaban ungiéndolos de aceite y arena, y a los que dotaban de su invento estrella llamado estrígil (cuchilla de afeitar).

            Cinco fueron las modalidades en las que participaron los atenienses (carrera, salto, disco, jabalina, lucha), a las que se añadieron las pruebas de exhibición de correr desnudos con escudos, y del pugilato (boxeo). Todo esto hizo que Atenas estuviese llena de gimnasios y palestras (cuartos de lucha y baño).

            A diferencia de la espartana, la educación ateniense no fue estatal sino privada. A los 7 años los jóvenes iban a la escuela acompañados por un pedagogo, que los ayudaban en sus lecciones de lectura, escritura y aritmética. La formación había de ser tanto intelectual como física, y debía ser siempre escrupulosamente planificada por cada aprendiz, tanto en tablillas de madera encerada como en papeles de cáñamo.

            Y, en cuanto a la religión, Atenas optó por su culto permanente a Zeus (dios supremo helénico) y Atenea (diosa protectora de la ciudad), aunque para las decisiones graves recurrió a los oráculos de Delfos:

-ofreciendo el fuego sagrado a Apolo,
-invocando a los manteis (sacerdotes) la decisión a tomar,
-siendo respondidos por las pitonisas, que publicaban el veredicto sacerdotal.

d.2) Mujer ateniense

            La mujer no era una ciudadana en la ciudad de Atenas. Su categoría social estaba equiparada a la de “no ciudadanos” y “hombres sin linaje”. La mayor parte del tiempo debía estar recluida en casa, en la habitación más interior posible. Se puede decir que dos eran las concepciones ciudadanas respecto a la mujer:

-la de Platón[43], que decía que la mujer debía dedicarse a la sociedad, como propiedad estatal que era, y ofrecer sus servicios a los guerreros;
-la de Jenofonte
[44], que decía que la mujer debía dedicarse a familia, como propiedad marital que era, y ofrecer sus servicios a los maridos y los hijos.

            Esta fue la concepción que llevaría pocos años después a definir, en boca del propio Aristóteles[45], que el alma de la mujer era inferior y distinta a la del hombre, poniendo ejemplos biológicos bastante discutibles[46].

            Eso sí, la mujer griega tenía en sus manos la administración de la casa y el control de los esclavos, y se dedicaban al tejido de los vestidos familiares.

            Su matrimonio debía consumarse a los 13-17 años, en una boda en que con todo su cortejo nupcial debía la novia hacer un sacrificio a Zeus, ofrecer sus juguetes a Artemis, bañarse en la fuente calírroe y dejarse raptar por su novio en plena noche, como símbolo del fuego del amor y dote que ella entregaba por su libertad.

            En cuanto a su maternidad, ésta debía ser manifestada por la embarazada mediante el símbolo de una rama de olivo o una cinta de lana (si lo que venía era niño o niña), y por la madre mediante una fiesta llamada Fiesta de las Anfidromías (en la que su marido reconocía a su bebé).

d.3) Política ateniense

            Según los modelos de la Grecia Arcaica, y siguiendo la definición que los aristócratas daban para la polis y para todo, cada estado debía estar gobernado por un sistema oligárquico de eupatridad, es decir, por los buenos padres de la patria.

            Mientras que la enemiga Esparta sufría la stasis[47] y otros estados tenían tiranías[48], Atenas optó desde sus comienzos por modelos distintos, buscando soluciones en torno a la gobernabilidad.

            Varios fueron los intentos realizados en esta dirección a lo largo del s. VII y VI a.C:

-Cilón, que intentó una tiranía suavizada,
-Dracón, que reformó los abusos de poder con medidas severas,
-Solón, que quitó las cargas que caían sobre el campesinado, y censó a la población no por linaje sino por otros conceptos (en este caso el de la riqueza o número de dimnos poseídos),
-Pisístrato, que potenció a la gente sin recursos y creó las estructuras comerciales, religiosas, intelectuales y económicas básicas para el posterior florecimiento de la ciudad,
-Clístenes, que remodeló todas las instituciones políticas atenienses en:

-Eclesia, o Asamblea Popular legislativa,
-Bulé, o Senado de los 500 senadores,
-Arcontado, o Tribunal Judicial,
-Helieo, o Tribunal Popular,
-Areópago, o Consejo de Aristócratas,
-Estrategia, o Consejo de Alcaldía, gestionado por los 10 estrategas militares.

            La llegada de Pericles (495 a.C-429 a.C) significó la transformación total de Atenas desde un estado aristocrático hacia un estado democrático (proceso que ya habían iniciado Solón y Clístenes). La Bulé aumentó su autoridad, los cargos públicos eran asignados por sorteo y no por elección (excepto en casos especiales), y la Eclesia se reservaba la decisión final en materias relevantes.

            El pueblo pasaba a ser el soberano estatal, y él se daba a sí mismo los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Las magistraturas electivas aumentaron su influencia, y los 10 estrategas se convirtieron en centro del ejecutivo. Los heliastas y arcontes (y desde el 457 a.C también los zeugitas, los buleutas y los pritanos) participaron y pudieron tomar parte en la vida de la polis. Esta situación de equilibrio y colaboración entre las diversas clases sociales aumentó el bienestar del pueblo.

d.4) Cáncer sofista ateniense

            Después de sus victoriosas Guerras Médicas (ca. 480 a.C), Atenas se convirtió en poderosa cabeza democrática de ligas helénicas, y el predominio de la aristocracia fue sustituido por el poder del pueblo.

            En esta situación, la falta de formación debida del populacho fue aprovechada por un grupo de maestros de la retórica (con Protágoras a la cabeza) para inundar de ambigüedades toda la política ateniense, con:

-relativismo, bajo la forma de “todo se muda y todo cambia”,
-subjetivismo, bajo la forma de “las cosas son como a mí me parece, pues soy la medida de todas las cosas”,
-indiferentismo, bajo la forma de “no hay cosas buenas o malas, todo depende”,
-convencionalismo, bajo la forma de “las leyes son convenciones para vivir en sociedad”,
-oportunismo, bajo la forma de “si los medios son buenos, todo fin vale”,
-utilitarismo, bajo la forma de “sigue tu conciencia y muévete”,
-agnosticismo, bajo la forma de “sobre los dioses, nadie puede saber si existen o no”,
-frivolidad, bajo la forma de “con tu palabra, fundarás una ciudad o la destruirás”,
-venalidad, bajo la forma de “todo tiene que ser retribuido”.

            En efecto, nada más ser inventada la democracia, empezaron a surgir en Atenas los sofistas, maestros hábiles en el manejo de la palabra, que recorrían la ciudad organizando discusiones. Protágoras[49], principal del sofismo ateniense, llegaba a decir que el hombre era la medida de todas las cosas, y que cada uno debía actuar según su conveniencia. Aristófanes[50] decía que los sofistas eran capaces de pronunciar un discurso justo y otro injusto, sobre el mismo tema y al mismo tiempo.

            El mismo Sócrates[51], y no sólo la tradicional sociedad ateniense, tuvo que oponerse violentamente a este sistema lacroso político. Sobre todo al sostener que los hombres debían superar la conveniencia individual y ocuparse de la verdadera sabiduría, que saca de los bienes el bien, y pone en duda todos los conocimientos adquiridos por medio de la política.

d.5) Aportación del teatro a la vida ateniense

             Los géneros poéticos que se implantaron en Atenas fueron inicialmente dos:

-poesía épica, de aquellas representaciones literarias de índole narrativo, escritas en verso y acompañadas a menudo con música (las epopeyas). Solían contener relatos de guerra o de aventuras, y evocaban los mitos y relatos heroicos de la cultura;
-poesía lírica, de aquellas representaciones literarias destinadas a ser cantadas e incluso bailadas
[52], y que podían ser populares o cultas, de acuerdo a la clase social a la que estuvieran dirigidas.

             En etapas posteriores se añadieron al quehacer poético los géneros dramáticos, que eran utilizados en la formación cívica de la polis, a forma de configurar la ciudadanía ateniense mediante la transmisión de valores y la educación política de las masas. Los principales de estos géneros dramáticos fueron:

-la tragedia, consistente según Aristóteles en representar a los hombres mucho más grandes y valiosos de lo que eran, para luego conmover al público con su caída. Solían aprovechar los mitos heroicos y las leyendas conocidas por todos;
-la comedia, consistente según Aristóteles en
representar a los hombres mucho más bajos de lo que son, para así poder ver su ascenso,
-la sátira, que vendría a ser la representación humorística o burlesca, cuya intención era
la mofa y la forma de atentar contra los poderes constituidos”, según Aristóteles.

             La poesía, al contrario que la dramática, acusó en exceso su origen oral, por lo que se halló a menudo en verso como forma de memorización. Era cantada por recitadores que componían sus propias canciones (aedas), o que memorizaban fragmentos de epopeyas y los recitaban con la cítara (rapsodas).

             El contenido de la literatura solía ser en Atenas religioso, en la medida en que aprovechaban los relatos y leyendas de su cultura, que rendía culto diario a sus diversos dioses y deidades, para recrear sus obras. Así, los personajes icónicos de la literatura ateniense (como Edipo, Aquiles o Perseo) pertenecen a la vez al imaginario popular de la época, y a los distintos relatos religiosos con que la tradición rendía culto a los dioses.

             La mitología ateniense, muy presente en sus obras literarias, fue una de las más vastas y ricas de la humanidad. Sus dioses, semidioses, deidades y monstruos acompañaron a Atenas a lo largo de los siglos, y motivaron pinturas, esculturas, relatos y numerosas obras artísticas con una función de arquetipo, como símbolos muy centrales de la cultura ateniense.

             Otro de los conceptos centrales en el teatro ateniense, y sobre todo en la dramática, fue la catarsis: la purga de las pasiones humanas a través del sufrimiento, y del padecimiento de las emociones en un ambiente de ficción. Así, los atenienses que asistían a una tragedia eran devueltos a sus casas mucho más en paz con sus emociones, y podían responder mejor a las mismas cuando la vida real se lo requiriese.

Madrid, 1 enero 2022
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad

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[1] Un TUCIDIDES que dotó a la historia de una propia metodología.

[2] Un HIPOCRATES que fundó la medicina como ciencia experimental.

[3] Un SOFOCLES que elevó la literatura a su máximo rango de excelencia cultural.

[4] Un SOCRATES que introdujo a la filosofía en el camino de la verdadera sabiduría.

[5] Unos sofistas con los cuales mantuvo contactos EURIPIDES.

[6] Según los propios atenienses, por defender que sobre los dioses no se puede decir nada.

[7] Al poner patas arriba sus principios más tradicionales.

[8] Según el Marmor Parium, estela marmórea de incalculable valor epigráfico y cronológico.

[9] Al sureste de Atenas.

[10] Manteniéndose al tanto de todas las corrientes ideológicas y novedades culturales del momento.

[11] PROTAGORAS, natural de Abdera y principal de los sofistas, que sostenía que el hombre es la medida de todas las cosas, que las cosas son por cuanto son, y no son por cuanto no son, y que sobre un mismo asunto puede decirse un discurso favorable y contrario al mismo tiempo, sin caer en contradicción. Un PROTÁGORAS que quiso leer y comentar por 1ª su Acerca de los Dioses en casa de Eurípides.

[12] ANAXAGORAS, natural de Clazómenas y amigo personal de PERICLES, que durante 30 años se entregó en Atenas a la observación de los fenómenos celestes, demostrando la misma materialidad de todos los planetas y el movimiento de los eclipses y fases lunares.

[13] PRODICO, natural de Ceos, que organizaba conferencias juveniles en Atenas para tratar con ellos el origen de la religión, desde un pesimismo inicial hacia la existencia humana.

[14] Enemigo visceral de los sofistas.

[15] De hecho, SOCRATES sólo asistió a las obras teatrales que hubiesen sido escritas por Eurípides.

[16] Dado que a los mismos también se presentaba el héroe local SOFOCLES, casi siempre vencedor.

[17] Dado que el ateniense estaba totalmente volcado con SOFOCLES y no con él.

[18] Cuyos espectadores escucharon y vieron de pie, como homenaje póstumo.

[19] cf. COLLARD, C; Eurípides, Oxford 1981, p. 14.

[20] Como en las Troyanas, siguiendo en este caso la técnica de ESQUILO.

[21] Al modo que hacía TEPSIS, el primer tragediógrafo del que Grecia tiene noticia.

[22] Al modo de la teichoscopía, u observación desde la muralla.

[23] cf. WALSH, G. B; Teh relief odes of Euripides, Yale 1974, introd.

[24] A pesar de que ARISTOTELES los calificara de añadidos, al entender que no intervienen en la acción dramática (cf. ARISTOTELES, Poética, 1456a).

[25] cf. PANAGL, O; Die dithyambischen Stasima des Euripides, Viena 1967, introd.

[26] cf. BARLOW, S. A; The imagery of Euripides, Londres 1971, pp. 43-60.

[27] Con un excelente repertorio de técnicas oratorias sofistas.

[28] Por los que se pirraban sus conciudadanos atenienses.

[29] A forma de tesis y antítesis, de tal suerte que cada personaje pronunciaba un número casi idéntico de versos. Es lo que puede apreciarse en sus Menea (465 y ss) y Hécuba (1132 y ss), por no citar otras obras.

[30] Pasaje en que cada actor concluía su posición con un solo verso.

[31] cf. ERDMANN, C; Der Botenbericht bei Euripides, Kiel 1964, introd.

[32] Como uno de los elementos euripideos más pulidos y acabados.

[33] cf. EURIPIDES, Bacantes, 726-727, 1084-1085; Andrómaca, 1132 y ss; Fenicias, 1192 y ss.

[34] cf. LOPEZ PEREZ, Tragedias de Eurípides, vol. I, Madrid 2008, p. 56.

[35] cf. BJORCK, G; Das alpha impurum und die tragische Kunstsprache, Upsala 1950, introd.

[36] cf. STEVENS, Colloquial expressions in Euripides, Wiesbaden 1976, introd.

[37] cf. SMEREKA, J; Studia Euripidea, Gwow 1937, introd.

[38] cf. BENEDETTO, V; Euripide: teatro e societá, Turín 1971, pp. 239-272.

[39] Sófocles, Esquilo y Eurípides. Pues:

-SOFOCLES hace girar su Electra en torno al restablecimiento de la justicia,
-ESQUILO sitúa en 1º plano el matricidio cometido por los hermanos Orestes y Electra,
-EURIPIDES rebaja la culpabilidad de los dioses a la hora de realizarse el espantoso acto.

[40] cf. COOKE, J; KRAMER, A; ROWLAND-ENTWISTLE, T; Historia del Mundo, Londres 1979, p. 15.

[41] Fiesta popular en que las mujeres llevaban en procesión hasta el Templo de Atenea el velo tejido por ellas mismas, para ofrecérselo en ofrenda.

[42] cf. GOMEZ ESPELOSIN, F. J; Introducción a la Grecia Antigua, Madrid 2008, p. 177.

[43] cf. PLATON; República, en FRAILE, G; Historia de la filosofía: Grecia, Madrid 1990, p. 402.

[44] cf. JENOFONTE; Symposion, 246.

[45] cf. ARISTOTELES; De anima, 515.

[46] Siguiendo la tradición ateniense de poner adjetivos calificativos a todo. Como fue el ejemplo de la mujer de Pericles, llamada por los atenienses como “la chica de los ojos de perro”, o del mismo PERICLES, conocido por sus compatriotas como “el del cráneo de cebolla marina”.

            Aquí es donde encontramos uno de los elementos diferenciadores de Atenas, al considerar que sí que hay conflicto:

-entre la inteligencia y mesura griegas (sophrosyne),
-y el uso desmedido e irracional de la fuerza extranjera (hybris).

[47] Por stasis entendemos la alta probabilidad de desórdenes internos públicos, como rebeliones o alzamientos.

[48] La tiranía griega es distinta a la concepción que en la actualidad tenemos al respecto. Un tirano griego podía dar cabida a sistemas oligárquicos y no meras autarquías, por ejemplo.

[49] cf. PROTAGORAS; Sobre el ser, 317b.

[50] cf. ARISTOFANES; Memorias, I, VI, 13.

[51] cf. SOCRATES; Eutidemo, 278e.

[52] De hecho, el término lírica proviene del acompañamiento que se hacía a la pieza teatral con la lira.