Maternidad humana de María

            Solamente Jesús y María te pueden salvar; sólo Jesús y María te salvarán. Por eso, reza, ora, pide fuerzas para vivir tu vida de verdad, para empezar una vida nueva de santidad, humildad y perfección. Dice el Señor: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto[1]. Esta perfección y santidad “para los hombres es imposible, pero Dios lo puede todo”[2]. Por tanto, pídeselo al Señor, pídeselo a la Virgen que Ella siempre te escucha y te ama porque es tu Madre de verdad, totalmente buena.

            En el orden natural, unos progenitores engendran hijos de su misma raza y naturaleza. Pues bien, la Virgen Santísima quiere engendrar hijos santos para Dios; lo puede y lo quiere. Por ello, María Santísima hará hijos santos para la Iglesia, los santos que el mundo necesita para creer y no perderse eternamente.  

            Recuerda las palabras del apóstol san Pablo: “lo que Dios quiere de vosotros es que seáis santos”[3]. Ahí tienes todo el capítulo V de la constitución Lumen Gentium del Vaticano II: “la vocación universal a la santidad en la Iglesia”. Así todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a ser santos: los niños, los jóvenes, los adultos, los más mayores o ancianos, los casados y los solteros, los sanos y los enfermos, los religiosos y los seglares, los hombres y las mujeres. A todos nos llama Dios a la perfección de la caridad, a una vida perfecta de amor a Dios y al prójimo.

            Pero esto último lo veremos en otro momento. Ahora hablemos de la oración a María, tan necesaria para tu vida real y concreta de cada día.

            Decía el Papa Benedicto XVI que “quien reza, nunca pierde la esperanza”. María es Madre de Dios para alcanzarlo todo del Señor; y es Madre nuestra para concedernos todo lo que necesitamos para salvarnos y ser santos, que es lo más importante en la vida.

Me felicitarán todas las generaciones

            En la Palabra de Dios encontramos esta frase profética de María, llena del Espíritu Santo: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”[4].

            Es algo muy humano felicitar a un familiar o a un amigo por algún bien que posee o tiene. Así, por ejemplo, es muy normal en todas las naciones, felicitar a alguien por su cumpleaños. Es signo de verdadera amistad alegrarse sin envidias por los bienes del prójimo. Así, al felicitarle, compartes tú también la alegría del felicitado.

            Pues bien, todas las generaciones han felicitado a la Virgen María, como profetizó el evangelio. Y nosotros también queremos bendecir siempre a María, diciendo las mismas palabras inspiradas por Dios a Isabel: “bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre… y feliz tú que has creído”[5].

            Precisamente cumplimos esta profecía de la Palabra de Dios, de bendecir a María, rezando, entre otras oraciones, el Ave María.

            Pero fíjate que cuando Isabel bendijo a María, Ella respondió bendiciendo al Señor. Por eso, siempre que bendecimos a la Virgen, Ella responde alabando a Dios, igual que en el Magníficat. Es decir, cuando tú le dices a María “bendita tú eres”, Ella responde diciendo “bendito sea Dios”, todo se lo debo a Dios, nuestro Señor.

            El amor a nuestra Madre ha inspirado desde los tiempos más antiguos, un culto especial para bendecirla como se merece la Madre de Dios. El culto a la Virgen es superior al de los santos pero siempre inferior al que se tributa a Dios. Así ha existido siempre en la Iglesia. “El culto a la Santísima Virgen es del todo singular pero es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo”[6].

            Dicho en forma de esquema, hay tres formas o niveles diferentes de culto en la Iglesia:

-culto de latría: la adoración sólo a Dios, a la Santísima Trinidad.
-culto de hiperdulía: a la Virgen María, nuestra Madre y Señora.
-culto de dulía: a los ángeles y a los santos, como siervos y amigos de Dios.

            Así honramos y veneramos a los santos, hombres y mujeres, llenos del amor de Dios, deseando imitarles en hacer siempre la voluntad del Señor, cada uno según su propia vocación.  

            La Iglesia nunca ha “adorado” a los santos. Sólo adoramos a Jesucristo, verdadero Dios-Hombre. Pero, a veces, en el lenguaje vulgar se oyen expresiones que hay que entender como signos de gran amor. Por ejemplo, el esposo enamorado dice: “yo adoro a mi esposa; mi mujer es adorable”. Quizás sería mejor reservar esta expresión sólo para Dios.        

            Quiero ahora responder a tres preguntas muy normales que me suelen hacer diferentes personas incluso cuando vamos por la calle, con relación a las imágenes y advocaciones de nuestra Madre.  

 

Imágenes de María

 

            En el Antiguo Testamento se prohibieron las imágenes por el peligro que había de idolatría ante tantos falsos ídolos de los pueblos paganos. Un becerro de oro no puede salvar a nadie; es sólo una masa de metal que no tiene alma ni vida. Sólo el Dios Creador de la vida puede dar vida al hombre. Qué equivocación era adorar a los reptiles u otros animales, haciéndoles esculturas sagradas.  Qué absurdo era, por tanto, fabricarse ídolos de piedra y postrarse ante ellos[7].

 

            Pero cuando los primeros cristianos empiezan a pintar imágenes de Jesús, como, por ejemplo, la del Buen Pastor con la oveja en sus hombros, no están adorando ninguna pared de las catacumbas sino solamente recordando más visiblemente a Nuestro Señor representado por esa amable pintura cristiana. No es ningún ídolo ni fetiche ni superstición. Así mirar a Cristo Crucificado te recuerda más vivamente el amor y sacrificio del Redentor. No adoramos un trozo de piedra ni de metal ni de madera, sino que amamos al santo o santa que representa esa imagen sencilla y cercana a los hombres.

 

            El sabio doctor de la Iglesia San Juan Damasceno ya explicó el valor simbólico de las imágenes, ante los iconoclastas que destruían los iconos de Jesús y María en el siglo VIII. Pero lo más importante es que, a finales de ese mismo siglo VIII, se reunió todo un Concilio ecuménico, el de Nicea II, para defender las imágenes como ayuda eficaz para el Pueblo de Dios. Así dijo el Concilio, firmado por todos los obispos en unión al papa Adriano I: “las Imágenes, mientras más se contemplan, tanto más mueven a recordar y venerar lo que representan”[8].

 

            No te extrañes que haya en el Antiguo Testamento cosas que el mismo Jesucristo corrige y supera; todo el Sermón de la Montaña está lleno de estas correcciones del Señor[9]. “Habéis oído que se dijo… pero Yo os digo”, repite varias veces Jesús. Por ejemplo, dice el Señor: “habéis oído que se dijo ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero Yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”[10]. Igual que aquello del “ojo por ojo y diente por diente” de los antiguos, que queda superado por la nueva Ley del Amor de Jesucristo. Así, hay cosas del Antiguo Testamento, como lo de las imágenes, que hay que entenderlo en aquel contexto de idolatría de todos los pueblos vecinos de Israel.

 

            Por eso, quizás te pueda ayudar, para rezar a tu Madre del cielo, mirar una imagen bonita de  María,  de igual modo que tienes una foto de tu madre de la tierra que te recuerda su amor y cariño. Ya comprendes que tu madre no es ese papel ni esa foto…

            Ha habido gente muy buena en la historia de la humanidad, que han defendido con su vida las imágenes de Cristo y la Virgen, mientras los iconoclastas intentaban profanarlas, destrozarlas o quemarlas matando después a algunos de esos cristianos fieles hasta la muerte, los mártires. 

            Termino este punto con un discurso magistral del Papa Juan Pablo II junto al Pilar de Zaragoza en su primera visita a España: “Las imágenes de María ofrecen una enseñanza de primordial importancia: la Virgen nos muestra a Jesús, como queda plasmado en el gesto de tantas imágenes de la Virgen esparcidas por las ciudades y pueblos de España. Ella, con su Hijo en brazos, como aquí en el Pilar, nos lo muestra sin cesar como el camino, la verdad y la vida”. “A veces, el Hijo muerto sobre sus rodillas nos recuerda el valor infinito de la Sangre del Cordero, que ha sido derramada por nuestra salvación. En otras ocasiones, su imagen al inclinarse hacia los hombres, acerca a su Hijo a nosotros y nos hace sentir la cercanía de quien es revelación radical de la Misericordia, manifestándose así, Ella misma, como Madre de la Misericordia”[11].           

 

Advocaciones marianas

            Es bueno explicar a los pequeños que hay una sola Madre de Cristo; solamente una es María Santísima, la Madre de Dios, aunque tenga muchas advocaciones diversas, muy hermosas por cierto, como la Virgen de la Esperanza, de la Paz, de la Alegría, del Amparo, del Carmen, de Lourdes, de Fátima, o tantas otras también muy amadas por sus gentes con mucha fe y devoción.

            Y les pongo el ejemplo de su madre: es una sola, pero tiene muchas fotos, que te la recuerdan, sobre todo, si ya murió o vives lejos de ella… Quizás, te guste una fotografía de tu madre más que otra foto. Pues eso es lo que nos pasa a los hijos de Santa María: a cada uno le gusta quizás más la Imagen que vio desde siempre en su pueblo o en su ciudad.

 

Santuarios marianos

            La Madre de Dios ha querido mostrar su amor y misericordia en cualquier lugar del mundo donde hay un corazón que la invoca, pero especialmente María se manifiesta en los santuarios, basílicas y ermitas dedicados a Ella, donde sus hijos se reúnen para adorar a Dios “en espíritu y verdad”[12], bendiciendo a Cristo por darnos a María por Madre. En estos lugares sagrados el ser humano percibe la especial belleza y hermosura del amor maternal de María.

            A propósito de esto, siempre he admirado al Rey San Fernando III de España, que sembró el sur de España de miles de ermitas dedicadas  a Santa María. Así Fernando III de España, en pleno siglo XIII, invocaba la protección y amparo de la Virgen. Después su hijo Alfonso X de España compuso las Cantigas de Santa María, mientras Gonzalo de Berceo bendecía a Dios por los Milagros de Nuestra Señora.

            Traigo aquí a la memoria, una poesía de Juan Castrillo:

A veces con insistencia
siento una voz que me incita
a dirigirme a la ermita
con mayor fe y diligencia.
Y tú, Madre, con complacencia
oyes mi pobre oración
por todos a los que quiero
y con seguridad espero
el sí de tu Corazón.

            El amor a nuestra Madre se expresa de muchas formas. En primer lugar mediante el culto litúrgico, como recomienda el Concilio Vaticano II[13]. También anima el Vaticano II a “sentir un gran aprecio por las prácticas y ejercicios de piedad mariana”. Es la llamada piedad popular, tan arraigada en el corazón de los fieles. Pero quisiera recomendar también el tú a tú y el trato personal con María, que está viva junto a ti y te mira y te escucha siempre. Así, “puedes entrar en tu cuarto, cerrar la puerta y hablar con tu Padre Dios”, y con tu Madre María que te ve en lo secreto del interior de tu alma, como recomienda Jesús[14].

            En resumen, es inmenso el valor de la oración al Señor y a la Virgen, por la salvación del mundo. Como se ve en el ejemplo admirable de amor mariano de San Luis María de Montfort.

Rosario mariano

            El Rosario se compone de:

-oración mental, o meditación de los principales misterios de la vida de Cristo y María;

-oración vocal, o Padre Nuestro (oración más importante del cristiano), 10 veces el Ave María, y el Gloria al Padre.

 

            Por eso decía el Papa Pablo VI que el Rosario es el mejor “compendio del Evangelio”[15]. Igualmente todos los papas del siglo XX han recomendado el rezo del santo Rosario, así como en este siglo XXI en que vivimos.

            Hay que destacar que Juan Pablo II dedicó todo un año al Rosario, escribiendo una preciosa carta apostólica titulada Rosarium Virginis Mariae. Así afirmó el papa: “En su sencillez y profundidad, el Rosario sigue siendo también en este Tercer Milenio una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad”. Y recomendando el Rosario para todas las edades, se refirió a la juventud con estas palabras: “Si el Rosario se presenta bien, los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad”[16].

            El Rosario es como la vida misma, es algo vital: todos tenemos momentos de gozo y de dolor, como los misterios gozosos y dolorosos. Todos tenemos seres queridos que han marchado ya a la gloria del cielo. La oración del Rosario marca así el ritmo de la vida humana, luces y sombras… oscuridades que desaparecen ante la luz del misterio de Cristo.

            Por eso, Santa Lucía de Fátima repetía desde su retiro en el Carmelo de Coimbra: “No existe ningún problema material o espiritual, nacional o internacional, que no pueda ser resuelto por el Santo Rosario y por nuestros sacrificios”. Es la fuerza de la esperanza que da la oración pausada y meditada del Rosario de María.

            La ayuda de la Virgen María es muy eficaz. Así lo experimentó, por ejemplo, San José de Cotolengo que fundó tantos asilos para niños huérfanos y para ancianos y enfermos. Sin contar casi con medios humanos, nunca les faltó comida, vestido, medicinas, camas, muebles… Este gran milagro continuo de la Providencia, lo atribuía San José de Cotolengo al rezo diario del santo Rosario.  

            La oración del Rosario es cuestión de amor: sólo quien ama gusta en repetir muchas veces palabras de amor a la persona amada. Cuántas veces los enamorados se dicen mutuamente “te amo, te quiero”, y no basta con habérselo dicho una o dos veces en la vida. El Rosario es como una corona de flores que ofrecemos a la Virgen, que es la Flor de las flores, la Rosa entre rosas. El dulce nombre de María es más hermoso que mil primaveras. En sueco llamamos al Rosario precisamente así, traducido al castellano, “corona-de-rosas”.

            El Ave María recitada en el Rosario es como una suave brisa, rocío del cielo, manantial de dulzura y rosal de hermosura. Es la belleza del Ave María que llena de paz tu alma. Es muy bueno también el rezo del Rosario en familia o en comunidad, pues está muy comprobado que “la familia que reza unida, permanece unida”.

            También hombres de estudio, verdaderos sabios y artistas han acudido al auxilio de la Madre de Dios con la oración del Rosario. Recordemos aquí, como anécdotas curiosas, a:

            -Miguel Ángel. Cuyo rosario personal y manoseado todavía se conserva en su Florencia natal. Además, en sus pinturas de la Capilla Sixtina del Vaticano todavía se puede contemplar a un grupo de personas subiendo al Cielo de la mano de un Rosario.  

            -Haydin. Famoso músico y compositor que dejó escrito que “cuando no me sale bien la obra, doy unas cuantas vueltas por mi aposento con el rosario en la mano, rezo unas cuantas Avemarías y en seguida me viene la inspiración”.

            -Ampère. Gran físico y sabio, que supo robar a la electricidad sus maravillosos secretos, y del que decía un estudiante de la Universidad de París que “había visto rezando el Rosario en la Iglesia”.

            Además, el Rosario tiene un carácter universal, ofreciéndose por toda la humanidad y por la paz del mundo entero. Tengo experiencia de que a los jóvenes les gusta el llamado Rosario misionero, recorriendo los cinco continentes del planeta.

            Antes de terminar este capítulo sobre la oración a la Virgen, hay que decir algo muy importante: la oración tiene que estar unida a la vida. La oración verdadera lleva a la caridad. Sería falsa la oración que no conduce al amor, porque “Dios es Amor”[17]. Así el Corazón de Cristo siempre perfecciona el corazón del hombre y de la mujer, apartándolo de todo egoísmo. No olvidemos que la fe sin obras está muerta[18]. Aspiremos a “la fe que actúa por la caridad[19]. Así fue fecunda y operante la fe de María. La verdadera devoción a la Virgen te lleva a una eficaz solicitud hacia los más necesitados, marginados, minusválidos, enfermos, hacia los que sufren en el cuerpo y en el alma.

            Como muy bien decía Santa Teresa de Calcuta, “una fe sin caridad, lleva al fanatismo”. Sería un anti-testimonio y un escándalo. La religión sana que agrada al verdadero Dios, es religión de amor y caridad, sin fundamentalismos, ni fanatismos, sin violencias contra el prójimo, niño o mayor, hombre o mujer, y, por supuesto, sin ningún tipo de torturas, ni “guerras santas”, ni terrorismos que ofenden al Señor (que enseñó el “no matarás[20]). La Virgen que estuvo encinta, con Jesús en su seno, quiere y pide el respeto a la vida de todos los niños nacidos o por nacer. “No los matéis; dádmelos a mí, pedía la Madre Teresa de Calcuta; las Hermanas y yo los cuidaremos con amor”.

            Por eso concluyo este artículo con un recuerdo al amor al prójimo, a la caridad con los hijos de Dios y de María, que son nuestros hermanos en Cristo Jesús.

Gustavo Johansson
sacerdote diocesano
Director espiritual de Mercabá

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[1] cf. Mateo 5, 48.

[2] cf. Mateo 19, 26.

[3] cf. 1 Tesalonicenses 4, 3.

[4] cf. Lucas 1, 48.

[5] cf. Lucas 1, 42-45.

[6]  cf. Vaticano II, Lumen Gentium, n. 66.

[7] cf. Éxodo 20, 4-6; 32, 1-20.

[8] cf. Concilio de Nicea II, sesión VII.

[9] cf. Mateo 5, 21-24.

[10] cf. Mateo 5, 43-44.

[11] cf. Juan Pablo II, Alocución en Zaragoza, 6 noviembre 1982.

[12] cf. Juan 4, 23.

[13] cf. Vaticano II, Lumen Gentium, n. 67.

[14] cf. Mateo 6, 5-15.

[15] cf. Pablo VI, Marialis Cultus, n. 42.

[16] cf. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, n. 42.

[17] cf. 1 Juan 4, 8.

[18] cf. Santiago 2, 26.

[19] cf. Gálatas 5, 6.

[20] cf. Mateo 19, 18.