AVICENA
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México D.F, 1 abril 2020
Luis Xavier López, doctor en Filosofía

          La filosofía de Avicena no es comprensible al margen de las discusiones existentes en su tiempo entre los chiítas y sunitas, pues cada uno de ellos había concebido versiones distintas del desarrollo histórico del Islam. Los sunitas consideraban que para elegir al sucesor del Profeta bastaba con encontrar un califa adecuado para ser el líder espiritual y político, mientras los chiítas alegaban que debía haber un parentesco sanguíneo entre el profeta y el califa[1].

          En sus orígenes los chiítas fueron muy conservadores. Sin embargo, en el s. X se difundió rápidamente la creencia en que las verdades reveladas debían comprenderse y defenderse a través de la kalam o teología, saber que echaba mano de una rama de la ciencia lógica de los griegos: la dialéctica. El padre de Avicena solía discutir con algunos amigos chiítas, específicamente con sus amigos de la rama ismailí. Las temáticas que abordaban serían también de sumo interés para Avicena, especialmente las que tenían que ver con la naturaleza del alma y del intelecto.

          En este contexto, Avicena pasó a convertirse en el personaje indispensable para el mundo musulmán, a la hora de comprender las relaciones entre fe y razón en el seno del chiísmo, así como introducir las teorías neoplatónicas en la filosofía islámica, que hasta entonces bebía únicamente de las teorías aristotélicas.

a) Vida

          Nació el 980 en Afshana (Turquestán), contándose que desde muy pequeño se interesó por el estudio de la filosofía, la gramática, la medicina, el derecho, la geometría, la música y la religión. Su padre trabajaba en la administración pública, y falleció cuando Avicena tenía 22 años, quedándose desde entonces él como el heredero de la familia.

          A los 18 años era ya un experto en medicina, y ello le permitió convertirse en el médico del sultán de Bujara, quien le abrirá las puertas de su biblioteca. Desde entonces, se convertiría en un gran estudioso. Sus habilidades médicas fueron tales, que cerca del año 1002 compuso una obra dedicada a corregir los errores de los tratamientos médicos.

          Avicena recibió una buena educación religiosa. A la que siguió una buena formación filosófica bajo la tutoría del maestro Natili, con quien estudió por 1ª vez la Isagogé de Porfirio. Posteriormente, estudiaría el corpus aristotélico y a varios de sus comentadores. Se cuenta que su pasión por la filosofía fue tal, que se dedicaba día y noche a la minuciosa revisión de los argumentos que encontraba en los libros. Según sus biógrafos, reducía cada argumento a sus premisas constitutivas con la finalidad de corregir los silogismos y someter sus conclusiones a prueba.

          Avicena no paró de hacer viajes por toda Persia. Hasta el año 1012 vivió en Gurgani, y desde entonces se trasladó constantemente por diversas ciudades, destacando sus estancias en:

-Yuryan, donde compuso el libro I de sus Cánones de Medicina y conoció a su discípulo y biógrafo Yuzyani;
-Rayi, donde curó la melancolía del emir Dawla, en adelante su protector y amigo;
-Qazvin, al morir Dawla y donde es nombrado visir, hasta que sus enemigos le capturen y encarcelen.

b) Obra

          Avicena redactó varias obras. Uno de los estudiosos más reconocidos de su filosofía, Badawi, ha reunido cerca de 275 que podrían atribuírsele. Entre éstas se incluyen trabajos relacionados con la ciencia médica, con la religión, la filosofía y hasta con la angelología y la mística. Aquí solamente se enunciarán algunas obras cuya autoría se conoce con toda seguridad.

          En 1º lugar, habría que mencionar su principal obra médica titulada Canon de Medicina. Este trabajo se estudió detalladamente en la Edad Media. De hecho, la traducción elaborada por Gerardo de Cremona sería el texto base en las Escuelas de Medicina durante el s. XIII.

          Junto al Canon, ocupa un lugar igualmente relevante su monumental obra filosófica titulada Libro de la Curación (Kitab al Shifa), un verdadero compendio filosófico que abarca la ciencia física, la metafísica y la lógica, y cuyas versiones latinas fueron muy aprovechables gracias al interés de personajes como Gundisalvo, Escoto e Hispano.

          Hay quienes han leído a Avicena como si fuese un autor religioso, un místico más que un filósofo. La razón es que obras como el Orientaciones y Advertencias, la Epístola del Pájaro o el Relato de Salamán y Absal, están escritas con un estilo metafórico que fácilmente hace pensar en lecturas espirituales.

          Sin embargo, una buena parte de los especialistas en su filosofía coinciden en que Avicena está presentando su filosofía con un lenguaje distinto. En su obra filosófica utiliza un lenguaje literal, mientras en otros escritos se toma la libertad de expresarse con un lenguaje simbólico y metafórico.

c) Ordenación de la filosofía

          Para Avicena el fin de la filosofía es “informar acerca de las verdades de todas las cosas en la medida de lo posible al hombre”. Y continúa: “las cosas existentes, o bien existen sin depender de nuestra voluntad ni de nuestra actividad, o bien existen por nuestra voluntad y actividad. Al conocimiento de las cosas que pertenecen a la 1ª división se le llama “filosofía teórica”; al conocimiento de las cosas que pertenecen a la 2ª división se le llama “filosofía práctica”.

          El fin de la filosofía teórica es perfeccionar al alma por el mero conocer, mientras que el fin de la filosofía práctica es perfeccionar al alma (no por el mero conocer, sino conocer lo que hay que hacer y hacerlo). Por tanto, el fin de la teórica es la adquisición de una opinión que no es práctica, mientras que el fin de la práctica es conocer una opinión que es práctica”[2].

          Avicena retoma la división aristotélica de las ciencias en:

-ciencias teóricas, como la metafísica, matemáticas y física, que se ocupan del conocimiento verdadero de la realidad;
-ciencias prácticas, como la ética, economía y política, que se ocupan de las acciones humanas y, en concreto, de las acciones buenas y virtuosas.

          Además, junto a estas dos clases de ciencias, le da importancia a la lógica como un saber instrumental de toda ciencia. Como sus predecesores Kindi y Farabi, Avicena piensa que la metafísica (o filosofía primera) es la ciencia más noble y elevada de todas, y ésta comprende a la teología por incluir en su seno el tema capital del ser.

          La ciencia más noble se dedica, en efecto, al estudio del ser y, concretamente, del ser supremo que es Dios. En este sentido, la teología tiene un papel definitivo porque se encarga de estudio al ser absolutamente necesario, trascendente y causa de todos los demás seres. Existe en Avicena una distinción entre los seres necesarios y los seres contingentes. En otras palabras, uno es el ser que estudia la teología (el ser necesario), y otro el ser que estudia el resto de las ciencias (el ser contingente o creado).

          Aún cuando se ve la relevancia que tiene la ciencia teológica para Avicena, es pertinente distinguir entre teología y metafísica. Ambas forman parte de la Filosofía Primera. Sin embargo, la metafísica estudia propiamente a la sustancia inmaterial, los primeros principios y el ser en tanto que ser. En este último sentido, coincide completamente con el objeto propio de la teología, que es Dios. Por esta razón, aunque hay cierta diferencia, ambas son muy cercanas. A fin de cuentas, la metafísica y teología se implican y se involucran entre sí porque ambas se ocupan del ser necesario.

          La descripción de las otras dos ciencias especulativas (la matemática y la física) fue bien conocida a lo largo de su tiempo. Avicena se refirió a la matemática como una ciencia que se ocupa de los seres que existen en la materia, pero pueden ser abstraídos de ésta. La física, en cambio, se ocupa de los seres materiales, que no pueden existir sin materia.

          Para Avicena, las ciencias prácticas (la ética, la política...) son igualmente relevantes. El filósofo persa insiste en la necesidad de comprender la doble dimensión de la filosofía. Ésta no puede ser exclusivamente teórica, sino también práctica. Por ciencias prácticas entiende aquellas cuyo fin no se limita a la adquisición del conocimiento, sino que buscan la obtención una opinión acertada con vistas a una acción.

d) Lógica

          En su concepción de la lógica, Avicena está influido por los estoicos, los peripatéticos y los neoplatónicos. Aunque buena parte de sus trabajos en esta disciplina son comentarios a los tratados lógicos de Aristóteles, hay varios aspectos en los que Avicena se separa discretamente de éstos. Esto se explica por los rasgos de estoicismo que había en Galeno, en Alejandro de Afrodisias y en algunos otros comentadores alejandrinos estudiados por Avicena.

          El tema lógico aparece a lo largo de diversas obras: en su monumental Shifa y en su versión abreviada Kitab al Najat (Libro de la Salvación), en Isharat wa al Tanbihat (Anotaciones de Lógica) y en un fragmento del Hikmat al Mashriqiyya (Sabiduría de los Orientales) que se titula Mantiq al Mashriqiyyin (Lógica de los Orientales).

          La lógica es un saber instrumental o propedéutico de la filosofía: “La lógica no es más que una parte de la filosofía; pero en tanto que es útil para ello, será tenida por instrumento en la filosofía. Y si la filosofía se ocupa de toda investigación teórica y desde cualquier aspecto, esta ciencia será parte de la filosofía e instrumento para las otras partes de la filosofía”[3].

          Al igual que su precedente Farabi, Avicena fue un gran lógico. La lógica le sirvió para discernir los juicios verdaderos de los falsos, y discernir los conceptos válidos de los inválidos. Para ello, el lógico no necesita hacerse cargo, según Avicena, de la naturaleza de las cosas o del modo en que existen. La lógica solamente se ocupa de los “objetos mentales”, es decir, de los conceptos y los juicios.

          En consecuencia, el lógico no se ocupa, por ejemplo, de la descripción de determinado objeto existente; más bien, se ocupa de éste en tanto que puede fungir como sujeto o predicado de un juicio, en tanto que es individual o universal, esencial o particular. Esto no quiere decir que la lógica haga caso omiso de la naturaleza de las cosas. Lo que quiere decir es que no las estudia como tales, pero sí las supone en tanto que al lógico le interesa el estudio de las proposiciones a través de las cuales se transmite el sentido de los conceptos.

          Avicena focaliza sus estudios sobre lógica en dos nociones: el concepto (tasawwir) y el asentimiento (tasdiq). Por un lado, el concepto sirve para definir y conocer la esencia de las cosas. Por el otro, el asentimiento (tomado tal vez de la lógica estoica) se refiere al conocimiento que podemos obtener a través del método silogístico. De esta manera, es claro que lo que aporta la lógica son las definiciones y los silogismos.

          En varios trabajos lógicos, como el Kitab al Burhan y el Kitab al Jadal (los comentarios o contrapartes de la demostración de Analíticos Posteriores y la dialéctica de los Tópicos, respectivamente), el Kitab al Qiyas (Libro del Silogismo) y el Isharat wa al Tanbihat (Anotaciones de Lógica), Avicena recuerda que las premisas del silogismo demostrativo son verdaderas y universales, y que la dialéctica argumentativa utiliza como premisas las opiniones más aceptadas.

          Demostración y dialéctica se distinguen porque la 1ª se ocupa de la verdad teorética, y la 2ª sirve para materias prácticas. Pero el silogismo demostrativo y el dialéctico no son los únicos que existen. Se suman el retórico y el poético. Estos dos últimos convencen generando efectos emocionales:

-retóricos, mediante elocuciones persuasivas,
-poéticos, a través de representaciones atractivas sugeridas a la imaginación
[4].

          Cada uno de estos modos argumentativos genera un “estado mental” distinto: la demostración conduce a la certeza; la dialéctica a la opinión fuerte; el estado mental de las otras dos artes no puede denominarse “convicción”, pero con ellas se alcanza “cierto asentimiento”.

e) Metafísica

          Líneas arriba se explicaba que para Avicena la ciencia más noble es la teología y que ésta, al igual que la metafísica, se ocupa del ser necesario (Dios). El ser necesario contrasta con el resto de los seres que no son necesarios sino contingentes. La distinción entre “ser necesario” y “ser contingente” es fundamental para comprender el planteamiento metafísico y cosmológico de Avicena.

          Esta distinción servirá también para entender la diferencia planteada entre esencia y existencia, misma que reaparecerá en varios filósofos medievales como Maimónides y Tomás de Aquino. El punto de partida de la metafísica aviceniana la descripción del ser necesario:

“Decimos: el ser necesario no puede tener una esencia a la que la necesidad de ser le acompañe, sino que hemos de decir que el ser necesario es el que se entiende a sí mismo como ser necesario”[5].

           Afirmaciones como éstas son más comprensibles si se distinguen las distintas clases de seres postuladas por Avicena. La noción de ser es la 1ª en aparecer en nuestra mente, es algo que reconocemos intuitiva y directamente desde que nos preguntamos el qué de las cosas. Es una noción que está implicada con nuestro conocimiento y que sale a relucir de manera inmediata cuando nos percibimos a nosotros mismos y al mundo.

          No obstante, según Avicena, la noción del ser no debe identificarse exclusivamente con los entes sensibles. Es cierto que también se habla del ser cuando nos referimos a cosas que son sólo inteligibles puros o también cuando aludimos a la esencia de las cosas al margen de su existencia. Por lo tanto, el ser es un concepto primario que sale a relucir:

-o cuando el ser humano se percibe a sí mismo como algo existente,
-o cuando el ser humano aprehende los seres del mundo empírico.

          Sin embargo, no se identifica el ser ni con uno ni con otro, de manera absoluta. El ser es lo más común a todas las cosas existentes y, en ese sentido, es ininteligible en sí mismo.

          El ser necesario es, pues, Dios. Según Avicena, Dios es simplísimo, perfectísimo, inmutable e inefable. Sujetándose a la tradición islámica en la que un principio básico es la unidad y unicidad de Dios, Avicena defiende que dicho ser es uno y único, y que por tanto es imposible en él la multiplicidad. Otra característica del ser necesario es que en él la esencia y la existencia se identifican: “Dios no puede concebirse a sí mismo de otra manera, más que existiendo”.

          Sostiene Avicena que cuando intentamos analizar cuidadosamente cualquier ser que conocemos, descubrimos que existe y que posee una esencia. Éstas, esencia y existencia, pueden ser idénticas (como sucede en el caso de Dios) o pueden ser distintas, tal como sucede en el caso de los seres contingentes. Existe, entonces, un ser en donde ambas se identifican y que es, por tanto, un ser en sí y necesario. Pero hay también seres en los que no se identifican, a saber, los seres contingentes cuya característica es que no son en sí, sino en función de un agente externo: Dios.

          En otras palabras, los seres contingentes son productos de la creación divina o, dicho con mayor precisión, han emanado de Dios. Se encuentra aquí la división aviceniana del ser necesario y contingente:

“El ser necesario es aquel que, si se supone no existente, implica contradicción. El ser posible es aquel que puede suponerse como no existente o existente sin implicar contradicción. El ser necesario es de existencia indispensable, mientras que el ser posible es el que no tiene en sí necesidad de ninguna manera, es decir, ni para existir ni para no existir”[6].

          La noción de necesidad está relacionada con la de posibilidad y con la de imposibilidad. Estas 3 nociones son categorías modales de la lógica y lo que hará Avicena es trasladarlas de un plano lógico a uno metafísico. Pasará a la historia como el primero en haber hecho tal traslación. Sin embargo, antes Farabi, vinculando algunas tesis neoplatónicas y aristotélicas, había planteado algo muy similar.

          En resumen, el ser es necesario o posible. No puede darse un ser imposible porque nuestra mente no puede concebir lo imposible. El ser necesario no puede ser imposible. El posible puede existir o no existir y, para existir, necesita de una causa externa. Si esa causa externa es Dios, en tal caso dicho ser le otorga la existencia a algo posible, y lo dota entonces de una existencia necesaria.

          De este modo, los distintos niveles del ser son todavía más precisos: el ser necesario y los seres posibles, que pueden ser “posibles por sí mismos” o “necesarios por otro”. Ahora bien, todos los seres posibles poseen esencia, pero no necesariamente existencia. La existencia les es dada por otro agente y, en este sentido, en los seres contingentes será siempre accidental (término discutido de Avicena, por su papel en discusiones posteriores como la que se da entre Tomás de Aquino y Suárez).

          Estos presupuestos metafísicos son indispensables para comprender cómo se produce el proceso de emanación en Avicena. El ser necesario, Dios, no puede dar lugar a lo imposible, sino solamente a lo posible y, en el momento en que lleva una esencia a la existencia, la dota de una existencia necesaria. Dado que en los seres contingentes la esencia no implica su existencia y, sin embargo, vemos que el mundo existe, luego, éste tuvo que haber sido generado necesariamente.

          Avicena no piensa que el mundo sea producto de un acto libre y voluntario de Dios. Más bien, Dios piensa todas las esencias posibles y éstas pueden llegar o no a existir. En otras palabras, el Ser necesario no puede originar algo que sea puramente contingente. Por ello, afirma Avicena que “lo contingente llega a tener algo de necesario”.

          Con todo, insiste Avicena en que Dios y los seres contingentes se distinguen esencialmente, pues en Dios la esencia es la existencia, y en los seres contingentes la existencia es un accidente (aunque sea sólo en el sentido de que les ha sido dada extrínsecamente).

          Ahora bien, ¿cómo es posible que el ser necesario, simplísimo y único dé lugar a la multiplicidad del mundo material? Lo primero que debe originar este ser necesario es algo que se le asemeje. Según Avicena, el ser necesario da lugar al primer intelecto. Éste es necesario porque procede de Dios y, precisamente por ello, es “necesario por otro”.

          Además, aunque dicho primer intelecto es un solo intelecto, ya no es simple porque, al haber sido generado, su esencia ya no se identifica con su existencia. Debido a que ha perdido su simplicidad y es ahora una mezcla de necesidad y contingencia, este intelecto está en condiciones de llevar a cabo un doble acto intelectivo del que surgen 3 seres:

-las almas, surgidas cuando este intelecto se piensa a sí mismo como necesario, al recibir su existencia directamente del ser necesario;
-los cuerpos, surgidos cuando este intelecto se piensa a sí mismo como distinto del ser necesario, y se entiende a sí mismo como posible;
-los intelectos, surgidos cuando este intelecto piensa en su origen en el ser necesario
[7].

          Al inicio, se mencionaba que Avicena se había interesado en la angelología. Y en efecto, piensa que los intelectos y las almas se identifican con los ángeles. Los intelectos son los querubines y las almas los ángeles que, además, son intermediarios entre el mundo superior y el mundo inferior. También son ellos quienes disponen a la materia para que ésta pueda recibir la forma por parte del intelecto agente.

          En efecto, es al intelecto agente a quien le corresponde producir las formas sensibles que formarán a todos los seres corpóreos del mundo terrestre. Este mundo está compuesto por seres corpóreos en los que también existe una gradación, desde el animal racional hasta los vegetales, los minerales y los cuatro elementos. Todos los seres corpóreos están compuestos por materia y forma.

          Avicena es fiel al hilemorfismo aristotélico. Sin embargo, su noción de forma será notoriamente platónica y poco aristotélica. La materia es privación, potencia, receptividad, multiplicidad y, por lo tanto, lo más alejado del Ser necesario. Esta concepción negativa de la materia será indispensable para comprender la psicología aviceniana. Avicena insiste en la superioridad del alma sobre el cuerpo y cómo su vinculación con este último es meramente transitoria. En este sentido, Avicena es uno de los mayores defensores de la inmortalidad del alma.

f) Antropología

          La psicología aviceniana está notoriamente influida por el tratado Acerca del Alma de Aristóteles, compartiendo la existencia del alma como principio de operación de un cuerpo organizado: “El alma es perfección primera. Y puesto que la perfección primera es perfección de algo, el alma es la perfección de algo y este algo es el cuerpo”.

          El alma es la perfección de un cuerpo natural, del que proceden sus perfecciones segundas por los órganos (por medio de los cuales se sirve en los actos de la vida, de los cuales los primeros son la nutrición y el crecimiento). Entonces, el alma que encontramos es “perfección primera” de un cuerpo natural dotado de órganos y que realiza los actos de la vida”[8]. Además, piensa Avicena que podemos percatarnos de la existencia de nuestra alma de manera intuitiva e inmediata. Según Avicena, el alma es generada por la conjunción armónica de los cuerpos celestes y los 4 elementos.

          Siguiendo a Aristóteles, Avicena también divide al alma en 3 especies de alma, de acuerdo con sus operaciones:

-vegetativa, con sus operaciones propias de reproducción, crecimiento y nutrición,
-sensitiva, con sus operaciones propias de percepción y movimiento,
-racional, con sus operaciones propias de deducción y capacidad de concebir universales.

          Al explicar las operaciones propias del alma sensitiva, Avicena afirma que el movimiento que caracteriza a los seres que tienen sensación puede ser de 2 clases:

-movimiento provocado, por la facultad apetitiva (por los deseos irascibles o concupiscibles),
-movimiento activo, gracias a la disposición corporal del ser vivo (sus órganos, sus músculos, sus nervios... que le permiten moverse por sí mismo).

          No obstante, Avicena se separa ligeramente de Aristóteles y muestra una comprensión neoplatónica del alma dándole a ésta prioridad absoluta sobre el cuerpo. En otras palabras, con sus conocimientos médicos y sus agudas observaciones sobre el funcionamiento del cuerpo humano, Avicena complementa a Aristóteles y sostiene con él que para que puedan darse las operaciones del cuerpo se necesita forzosamente del alma.

          Al mismo tiempo, y siguiendo a los neoplatónicos, defiende la subsistencia del alma sin el cuerpo. De esta manera, en vez de pensar en los seres vivos en términos de unidad cuerpo y alma, es decir, como un compuesto, opta por el dualismo platónico en donde el alma puede concebirse como algo que da vida al cuerpo, pero sigue existiendo al perecer el cuerpo.

g) Psicología

          La centralidad del alma es tal, que Avicena llega a afirmar que el yo es el alma. Es su Teoría del Yo, al decir que “cuando entiendo que el alma es aquello que es principio de estos movimientos y de estas percepciones que tengo y fin de ellas en este conjunto, sé que o bien ella es verdaderamente el yo, o bien es el yo que se sirve de este cuerpo, como si yo ahora ni pudiera distinguir la percepción del yo separadamente, sin mezclarse con percepción de que el yo está sirviéndose del cuerpo y está unido al cuerpo”[9].

          Los seres humanos somos capaces de reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra propia existencia y, de este modo, afirmamos nuestro ser a cada momento sin necesidad de mediación de los sentidos, o de alguna otra facultad. Avicena advierte que podemos percibirnos a nosotros mismos de manera inmediata.

          Se trata de una acción “auto-reflexiva”, que viene a ser una especie de “argumento del hombre volante”. Éste, a su vez, funge como un argumento para demostrar la existencia del alma: cuando nos reflexionamos y nos percibimos a nosotros mismos, percibimos algo más que un conjunto de órganos corporales; percibimos nuestro yo.

          Otro de los temas más importantes de la psicología aviceniana es su Teoría de la Percepción. En efecto, como se ha señalado, la característica principal del alma sensitiva o animal es la percepción, misma que Avicena interpreta desde la filosofía aristotélica incorporando algunos elementos de la medicina galénica.

          De entrada, Avicena nos presenta una explicación muy elaborada de los sentidos externos, no como mera descripción de los órganos de los sentidos, y sí como terminales nerviosas, llenas de vínculos con el cerebro. De este modo, tendríamos a nivel exterior:

-la vista, producida cuando sus nervios cóncavos reflejan los cuerpos y los colores en el humor vítreo, y permite verlos;
-el oído, producido cuando el aire vibra y provoca unas ondas que, al rozar los nervios de la oreja, nos permite oír el sonido;
-el olfato, producido cuando la nariz transporta el aire inhalado (a través del cual se transportan los olores), y las protuberancias del cerebro provocan su distinción;
-el gusto, ubicado en las terminales nerviosas que hay en la lengua, que otorgan un sabor a cada elemento ingerido;
-el tacto, ubicado en los nervios bajo toda la piel, que en interacción con otros órganos envían al cerebro una información de afección.

          Algo similar sucederá con los denominados sentidos internos. Avicena sigue también aquí la tesis galénica de los sentidos externos, según la cual estos sentidos se localizan en el cerebro y no en el corazón, como pensó Aristóteles. De esta manera, encontramos a nivel interior:

-la imaginación, que se ubica en la parte posterior del ventrículo delantero del cerebro, y puede ser retentiva o compositiva;
-el sentido común, que se encuentra en el ventrículo delantero del cerebro, y está muy relacionado con la capacidad fantasiosa de cada persona.

          En otra zona cercana al ventrículo ubica Avicena la memoria, y muy cerca de ella la estima. Ésta última es una facultad sumamente especial para Avicena. Conocida también como estimatio entre los filósofos latinos, es para Avicena una facultad que permite a los animales reconocer las intenciones, atributos connotacionales o significados no sensoriales.

          Para comprender la función de la estima, Avicena recurre al ejemplo de una oveja que percibe al lobo como algo peligroso. Tal peligro no ha sido aprehendido antes por ningún sentido externo, y la intención del lobo es percibida por la oveja, y captada como una especie de instinto que va más allá de la relación estímulo-respuesta. La oveja reconoce, pues, de alguna manera, que el lobo representa un peligro para ella.

          Por ello, concluye Avicena que “la intención es lo que el alma aprehende de un objeto sensible, aunque no lo aprehenda el sentido externo, tal como sucede cuando la oveja aprehende la intención de un lobo, esto es, que le debe temer y huir, aunque ello no lo aprehenda con los sentidos de ninguna forma”[10].

          Hasta aquí se ha explicado, principalmente, el modo en que operan los animales dotados de sensibilidad o, dicho en otros términos, se han descrito las operaciones propias del alma sensitiva. El alma racional se caracteriza porque posee una facultad que necesita de las funciones del alma sensitiva, pero que es capaz de operar de manera distinta sobre los contenidos que han sido originados por la sensación y concentrados en los sentidos internos. Esta operación es lo que Avicena denomina intelecto, con su doble facultad teórica y práctica.

          Avicena entiende que el intelecto práctico es el que permite a los seres humanos deliberar y plantearse la finalidad de sus actos. En conjunción con el apetito, la imaginación y la cogitativa, el intelecto práctico modera las tendencias apetitivas del ser humano con el objeto de dar coherencia a las acciones morales. El intelecto teórico, en cambio, sirve como receptáculo de las impresiones de las formas universales que abstraemos de la materia.

          La teoría aviceniana del intelecto es una de las más complejas que existen en la filosofía medieval. Avicena distingue entre el “intelecto material”, el “intelecto en hábito”, el “intelecto en acto”, el “intelecto adquirido” y el “intelecto agente”. A riesgo de simplificar su teoría del intelecto puede decirse que existe un intelecto material cuya característica es la potencialidad absoluta y, por lo tanto, su papel es absolutamente receptivo frente a los inteligibles; es el intelecto que posee todo ser humano desde la niñez.

          En 2º lugar está el intelecto en hábito, que posee los primeros principios y que, a diferencia del intelecto material, está en acto. En 3º lugar se encuentra el intelecto en acto, es decir, el que ya pose los inteligibles y los piensa en acto. Éste último, aunque está en acto, conserva todavía cierta potencialidad en tanto que su actividad intelectiva todavía depende de ciertos contenidos allegados a lo sensitivo, es decir, los contenidos que le brindan los sentidos internos.

          Solamente el denominado intelecto adquirido supera dicha potencialidad y logra pensar los inteligibles y, además, pensar sobre su propia actividad intelectiva. Ahora bien, este procedimiento por el que el intelecto en potencia puede llegar a poseer los inteligibles de manera actual, no sería posible sin la iluminación de un intelecto que es acto puro, a saber, el intelecto agente.

          Avicena concibe al intelecto agente como separado y piensa que en él se encuentran todas las formas inteligibles que nos son transmitidas a nuestro intelecto por un proceso emanativo-iluminativo. El intelecto agente se presenta como un ser superior, descrito en términos neoplatónicos, y la finalidad del ser humano es la contemplación de tal intelecto.

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  Act: 01/04/20       @fichas de filosofía            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] Por ello, los chiítas tomaron partido por el primo de MAHOMA (Alí, el primer imán), mientras los chiítas admitían solamente 12 califas descendientes directos del profeta (el último de los cuales había sido MUHAMAD, desaparecido en el año 874).

          A partir de entonces, muchos creían que el último imán MUHAMAD se había ocultado, pero seguía guiando y comunicándose con sus fieles a través de un mahdi o representante. Lo que generó una discrepancia más entre estos dos grupos, en torno a la noción de imán:

-simple recitador del Corán, para los sunitas,
-auténtico mahdi o representante de Mahoma, con todas las cualidades de guía político y religioso de la comunidad.

[2] cf. AVICENA, Al Shifa: La Logique, (trad. de I. Madkour), El Cairo 1952, p. 12.

[3] cf. AVICENA, op.cit, p. 16.

[4] cf. AVICENA, Kitab al Burhan, (trad. de A. Badawi), El Cairo 1966, I, 5.

[5] cf. AVICENA, Al Shifa: La Metaphysique, (trad. de M. Moussa), El Cairo 1960, p. 344.

[6] cf. AVICENA, op.cit, p. 31. [7] cf. Ibid, pp. 313-314.

[8] cf. AVICENA, Psychologie, (trad. de Academia Checoslovaca de Ciencias), Praga 1956, p. 15.

[9] cf. AVICENA, op.cit, p. 253.

[10] cf. AVICENA, De anima, seu sextus de naturalibus, (trad. de E. J. Brill), Leiden 1968, p. 86.