DESCARTES
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San Sebastián, 1 septiembre 2023
Fernando Savater, catedrático de Filosofía

            La reforma integral del saber proyectada por Descartes estuvo íntimamente vinculada al surgimiento de la ciencia moderna del siglo XVII, a la que brindó una sólida legitimación filosófica. De hecho, el pensador francés fue un eminente matemático, además de filósofo.

            Efectivamente, tras la consolidación de la astronomía heliocéntrica de Copérnico, por los propios Galileo y Kepler, se había acelerado la destrucción tanto del orden cosmológico geocéntrico como de la concepción de un universo cerrado, finito e inmutable dividido en diferentes regiones heterogéneas.

            Por otro lado, la impugnación de la física aristotélica, que durante siglos había explicado el movimiento de los fenómenos del mundo natural (apelando a las acciones a distancia, y a las cualidades inherentes a los cuerpos animados, tales como el peso, calor, horror al vacío...), revelaba que la doctrina escolástica ya no podía dar cuenta del funcionamiento del universo.

            Las consecuencias científicas de este doble terremoto no se hicieron esperar. Y frente a la vieja física natural basada en el modelo organicista, el arranque del s. XVII conoció un nuevo modelo de investigación: la física cuantitativa, basada en un modelo mecanicista de la que Descartes fue quizás su más ilustre promotor.

            Resultaría simplificador reiterar que el mecanicismo se reduce a que la naturaleza sería como una gran máquina, cuyas regularidades y leyes internas podrían ser investigadas tomándose las porciones de materia como semejantes a piezas y engranajes móviles en una extensión infinita. Antes bien, el hito fundamental del mecanicismo consistió en presuponer la matematización de la naturaleza y el carácter matemático del espacio geométrico, de modo que la naturaleza obedecía a leyes causales que eran enteramente traducibles a un lenguaje matemático.

            Con ello se combinaba una tesis matematicista con otra determinista, resultando que el orden matemático de la naturaleza estaría formado por tramas causales que convertían a los fenómenos naturales en algo enteramente predecible y calculable bajo leyes generales, cuyo control se garantizaba por vía de experimentación.

            Así, frente a la alquimia, la astrología o la magia (tan prolíficas en el naturalismo renacentista), el conocimiento del universo no podía tener para Descartes un lenguaje hermético, oscurantista y esotérico (dirigido a unos pocos), sino que debía ser plenamente accesible y claro, nítido y legible (como si de un libro se tratara).

            De ahí su reivindicación de las matemáticas, pues las certidumbres inmediatas proporcionadas por sus principales operaciones (intuición y deducción), al trabajar con verdades de validez universal y necesaria, la senda del verdadero conocimiento, extendible hasta allí donde pudiera hacerlo la aplicación de las matemáticas.

            Es decir, que la filosofía “se asemeja a un árbol, cuya raíz es la metafísica, su tronco la física, y las ramas que brotan todas las otras ciencias que se reducen principalmente a tres: a saber, la antropología, la mecánica y la moral”[1].

            Dicho aserto obligaba a Descartes a elaborar, tras el precedente de Bacon, uno de los primeros análisis del método filosófico de la historia. La divisa cartesiana era innegociable: sin un método universal no habría ciencia alguna, y sin una dimensión metodológica (que garantizara su sistematicidad), el saber resultaría inerme para indagar su verdad.

            En ambos momentos emerge el momento filosófico de la razón, comprendida ahora como fuente principal del conocimiento humano. No en vano, además de padre de la filosofía moderna, Descartes es también considerado padre del racionalismo moderno.

            Frente a Bacon, que había empezado sus investigaciones partiendo de los hechos empíricos del mundo natural (postulando la preeminencia de la experiencia y la percepción sensorial como criterio de verdad en la formación del conocimiento), el racionalismo cartesiano planteó la necesidad de apostarlo todo por la espistémica primacía de la razón.

            Para ello debía partir la razón de la intuición de los principios indubitables (como los de la geometría), e ir trabajando después a través de las deducciones sucesivas, y no por inducciones lógicas (como reclamaba el empirismo) o por deducciones lógico-formales (como en la filosofía escolástica), si lo que quería era extraer conclusiones sobre los conocimientos adquiridos.

a) Vida y obra

            René Descartes nació en 1596 en La Haye, antigua Turena, pasando a estudiar de los 10 a los 19 años en el famoso Colegio de la Fleche, dirigido por los sacerdotes jesuitas a los jóvenes de la nobleza con una formación moderna[2] que superaba a la Sorbona y al resto de las universidades tradicionales. Tras lo cual pasó a la universidad de Poitiers, en la que se licenció en la carrera de Derecho en 1616.

            A pesar de poseer el título de abogado, jamás ejerció René la carrera judicial, pues su posición económica familiar[3] le permitía dedicarse a “otros asuntos más interesantes y saludables, para su cuerpo y para su espíritu”. Entre estos asuntos destacaba la danza, la equitación y la esgrima, técnicas en las que se empleó tras su paso por la universidad.

            Con ello, Descartes estaba pensando en el ejército. De hecho, en 1618 le vemos enrolado en la milicia, combatiendo en la Guerra de los Treinta Años, guerra protagonizada por protestantes y católicos. Como nota curiosa, decir que primero participó en el bando protestante y después en el católico.

            Pero cómo lo suyo era la preocupación por el saber, entre guerra y guerra, y aprovechando los momentos de tregua, dedica su tiempo libre a estudiar por su cuenta matemáticas y física. Cansado de tanta guerra, el 10 noviembre 1619 tiene varios sueños que le convencen de que su misión es “la búsqueda de la verdad mediante el empleo de la razón”.

            A partir de 1620 se dedica a viajar por Europa, buscando “aprender en el libro del mundo”. Años más tarde lo encontramos en París, llevando una vida de gentilhombre. En 1628 parte para Holanda (“el país más tolerante de Europa”) para llevar una vida dedicada al estudio. Y allí permanece hasta 1649.

            En este período compone su Discurso del Método-1637 y sus Meditaciones Metafísicas-1641. Al producirse la condena de Galileo por parte de la Iglesia, suspende la publicación de su Tratado del Mundo, en las que sostenía doctrinas que podían poner en peligro su integridad física.

            En 1649 la reina Cristina de Suecia (gran interesada por la ciencia y la filosofía), que ya mantenía una correspondencia interesante con Descartes, lo llama a Estocolmo. El frío clima de Suecia y el abusivo horario en la corte de Suecia (pues tenía que levantarse a las 5.00 de la mañana, debido al interés que tenía la reina por aprender) acaban con Descartes, que muere de una pulmonía el 11 febrero 1650. Por lo menos, esto era lo que se creía hasta hace no mucho, pues Descartes pudo haber muerto envenenado con arsénico.

b) Pensamiento

            El objetivo de Descartes era convertir la filosofía en una ciencia estricta (a imagen de las matemáticas), utilizando un método riguroso y preciso:

“Desde mi niñez fui criado en el estudio de las letras, y como me aseguraban que por medio de ellas podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil para la vida, sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas. Pero tan pronto como terminé mis estudios, cuyo remate suele dar ingreso en el número de los hombres doctos, cambié por completo de opinión. Pues, me embargaban tantas dudas y errores, que me parecía que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el descubrir cada vez más mi ignorancia.

Me gustaba, sobre todo, las matemáticas, por la certeza y evidencia que poseen sus razones; pero aún no me daba cuenta de cuál era su verdadero uso y, pensando que sólo para la mecánica servían, me extrañaba que, siendo sus cimientos tan firmes y sólidos, no se hubiese construido sobre ellas algo más importante. Nada diré de la filosofía, sino que al ver que ha sido objeto de estudio por los más sabios, y , sin embargo, nada hay en ella que no sea objeto de disputa y, por consiguiente, dudoso, no tenía ya esperanza de acertar yo mejor que los demás”.

            Descartes vive en una época de crisis, de grandes cambios, en la que las certezas más inamovibles (geocentrismo) se vienen abajo con la revolución científica. Por lo que se refiere a la filosofía del momento (la escolástica), el panorama era tanto o más desolador, algo que contrastaba con el avance imparable de la ciencia moderna (en manos de Galileo). Ésta se caracterizará frente a la filosofía, por ofrecer nuevos conocimientos y por disponer de un método preciso y riguroso.

            Éste será el motivo que impulse a Descartes a hacer de la filosofía una ciencia estricta, tomando el modelo de las matemáticas (por su rigor metodológico, y ser la base de la sobre la que se edificaba la nueva ciencia). Lo cual sólo sería posible si se la dotaba de un método preciso y riguroso, como una cuestión prioritaria.

c) Método

            Consiste para Descartes en establecer una serie de reglas matemáticas (a partir de una 1ª evidencia, a través de la cual ir llevando a cabo las deducciones) para la dirección de la mente, con la finalidad de:

-“distinguir en todo momento lo verdadero de lo falso,
-“hallar la verdad (certeza).

            En concreto, consiste en dirigir en todo momento el razonamiento bajo las reglas de:

Regla de la Evidencia,no aceptando como verdadera cosa alguna que no sea evidente, y aceptando sólo aquello que se presente tan claro y distintamente a mi espíritu que no haya ninguna ocasión de ponerlo en duda”;
Regla del Análisis,dividiendo las cuestiones que se han de examinar, en el mayor número de partes posibles y necesarias para su mejor solución”;
Regla de la Síntesis,conduciendo ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo gradualmente hasta el conocimiento de los más complejos”;
Regla de la Comprobación, “revisando el proceso completo, con el fin de estar seguro de no olvidar nada”.

            En este sentido, Descartes distingue en la razón humana 2 formas de conocimiento:

-la intuición, o luz natural, que permite el conocimiento de las ideas simples, de un modo claro y distinto (evidente),
-la deducción, o luz racional, que relaciona o conecta dos o más intuiciones entre sí, permitiendo llegar a verdades complejas a partir de ideas simples.

            Como en las matemáticas, también en filosofía necesitamos “partir de una evidencia, con el fin de levantar sobre ella todo el edificio del saber”. Para ello, Descartes inicia un proceso de duda mediante el cual poder llegar aunque solo sea a una verdad evidente.

d) Duda metódica

            Consiste en dudar por sistema de todo aquello que no sea evidente, a través de una duda que sea metódica (ya que mediante ella se aplica el método) y provisional (no escéptica), que permita encontrar al menos una verdad universal.

            En general, son pasos o niveles de duda para Descartes:

d.1) Duda de los sentidos

“Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y más verdadero lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado que, a veces, tales sentidos me engañan, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado alguna vez”.

            Los sentidos nos ponen en contacto con el mundo material, y nos proporcionan un conocimiento de las cosas que solemos aceptar como verdadero. Pero también sabemos que, a veces, los sentidos nos engañan. Efectivamente, existe un gran número de ilusiones y alteraciones perceptivas, como cuando sumergimos un palo en el agua y lo vemos quebrado, sabiendo sin embargo que está entero.

            O cuando, por ejemplo, vemos desde lejos una torre redonda que, cuando nos acercamos un poco más, nos damos cuenta que es cuadrada. Estos hechos son innegables, pero ¿cómo saber que no nos engañan siempre? Sin lugar a dudas, contesta Descartes, todos coincidiremos en que no nos engañan siempre.

            De ahí que, si lo que buscamos es una “primera verdad, absolutamente cierta y de la que no se pueda dudar en ningún momento, con el fin de levantar sobre ella el resto de los conocimientos, concluya diciendo Descartes que esa primera verdad no puede provenir de los sentidos, pues puede que las cosas no son como las vemos.

d.2) Duda del mundo real

“En innumerables ocasiones he soñado que estaba aquí mismo, vestido junto al fuego, cuando en realidad estaba durmiendo en la cama. En este momento, estoy seguro de que estoy despierto mirando este papel... Pero, pensándolo mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes. Y profundizando en esta idea, veo de un modo tan claro que no hay indicios concluyentes, ni señales que basten para distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi sorpresa es tal que casi puedo convencerme de que estoy durmiendo”.

            Todos tenemos la experiencia de haber tenido sueños tan vivos que nos parecían reales, y que tan sólo al despertar hemos descubierto que eran un sueño. Esto nos permite pensar que podemos estar dormidos, y que las percepciones sobre nosotros mismos, y sobre el mundo que nos rodea, pueden ser tan sólo un sueño.

            Este es el 2º motivo de la duda en Descartes: la misma existencia de las propias cosas. Este motivo de duda nos lleva a rechazar la falsa seguridad de la existencia de nosotros mismos (objeto de estudio la antropología) y del mundo material (objeto de estudio de la física). Tampoco aquí encontramos esa verdad (o evidencia) sobre la que levantar el edificio de la filosofía.

d.3) Duda matemática

“Así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios, sino cierto genio maligno, tan poderoso como engañador, el cual ha empleado todas sus artes para engañarme”.

            Descartes plantea la posibilidad o hipótesis de que, tanto él como todos los humanos, hayamos sido creados por un genio maligno que, en el colmo de la maldad, haya hecho nuestra inteligencia de tal manera que se equivoque cuando piensa que ha alcanzado la verdad. Los motivos de duda afectan, en este caso, a todos nuestros conocimientos, incluidos las verdades matemáticas (desde siempre consideradas como evidentes y absolutamente ciertas).

            En conclusión, la duda radical metódica ha llevado a Descartes a rechazar como evidente todo conocimiento en su totalidad, desde las percepciones e impresiones más simples, pasando por la existencia del mundo, hasta las mismas verdades matemáticas. No parece haber una verdad o certeza que quede a salvo de la duda metódica. Será en este momento cuando Descartes encuentre el camino para hallar la tan deseada verdad (o certeza).

e) Superación de la duda

e.1) Del escepticismo al cogito

            En época de Descartes, las viejas creencias del mundo medieval (sistema ptolemáico...), y las nuevas prácticas del naturalismo renacentista (magia, alquimia, astrología...), no venían sino a incrementar la desconfianza hacia esa terra ignota, así como la ignorancia y estupidez. Y en este contexto, los nuevos pluralismos culturales habían favorecido en Europa el surgimiento del escepticismo, abanderado por grandes escritores como Montaigne, Charron o el portugués Sánchez.

            Descartes advirtió en estas sintomáticas tendencias intelectuales una recaída amenazante en el relativismo y en la perplejidad, así como una ambigüedad insita en la propia razón, como a la hora de garantizar los contenidos de las ciencias. Y para él, romper con la tradición escolástica, para terminar sumido en esa insegura ambivalencia, debía evitarse a toda costa, pues ¿acaso se le puede negar a la razón humana la posibilidad de alcanzar por sí misma la verdad?

            Frente a esta actitud escéptica, la genialidad de Descartes consistió en darle la vuelta al método, pues si el escepticismo era incapaz de liberar de la duda, sí podría hacerlo un método que fuese en la dirección opuesta. No se trataba, por tanto, de dudar por dudar, cuanto de plantear una duda estratégica y provisional. O mejor aún, una duda metódica, que:

-por un lado luchase contra el saber falso o dudoso, mediante el uso de la luz natural (o bon sens de la razón),
-por otro lado mostrase los razonamientos adecuados, para alcanzar la verdad fuera de toda duda.

            La aplicación cartesiana del método es uno de los mayores hitos de la historia del pensamiento, así como representa uno de los ejercicios de comunicación más influyentes de la historia de la cultura[4].

            Tal como reza la conocida exposición del Discurso del Método, de lo 1º que debemos dudar es de los datos de los sentidos. ¿Y por qué? Para dudar de la información proveniente de las ilusiones inherentes a toda percepción basada en la experiencia inmediata, porque muchas veces los sentidos nos engañan acerca del tamaño, figura o posición de los objetos (según los puntos de referencia desde los que nos situemos nosotros, respecto a ellos).

            Por otro lado, recurriendo a un imaginario barroco muy extendido (la bella idea del theatrum mundi de sus coetáneos Shakespeare y Calderón), el pensador galo sugiere también que lo que experimentamos en la vigilia podría no ser más que un momento de sueño, mientras dormimos sin darnos cuenta.

            Así pues, excluidos los sentidos, y fijándonos seguidamente en las ideas que poseemos, ¿habría algunas que pudieran ser más seguras que otras? En principio, podría argüirse que 2 y 3 sumarán siempre 5, o bien que un cuadrado no tendrá más de cuatro lados. Sin embargo, por más ciertas y evidentes que sean tales demostraciones matemáticas, Descartes recurrirá a otro recurso dialéctico para sustentar la posibilidad de la duda extrema: la hipótesis de un genio maligno (realidad burlona) que, aunque improbable, pudiera estar engañándonos siempre. Al invocar a este geniecillo tunante, la duda es radicalizada hasta sus últimas consecuencias epistemológicas:

Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu[5].

            Así, en el epicentro desconcertante de la duda, en esa tierra baldía de certezas que esta deja tras de sí, me doy cuenta de que dudo, de mi acto de dudar. Tal es el calculado desenlace de la tensión dramática, pues si dudo de todo, al menos es cierta una cosa: Dudo, luego pienso. O dicho de otro modo: Cogito, ergo sum, es decir, “pienso, luego existo”.

            Con ello, el cogito cartesiano (pienso, luego existo) se convierte en el 1º principio irrefutable y apodíctico, absolutamente claro y distinto, pues contiene en sí la garantía de lo que afirma. Pues cuando quiero dudar de la verdad de semejante proposición, lo único que consigo es confirmar su verdad. Y es que puedo dudar de la existencia de lo que veo, imagino... pero no puedo dudar que lo estoy pensando. Para pensarlo, tengo que existir, concluye el filósofo galo.

            Solo sé que yo existo, sugiere Descartes, pero aún no sé qué cosa soy. Con todo, hay algo que no puedo separar de mí: el puro pensamiento. Yo no soy más que una sustancia cuyo atributo esencial es el pensamiento, vendría a decir Descartes. O por decirlo en términos menos técnicos: algo que piensa (res cogitans), comprendiendo aquí no solo la actividad del entendimiento en sentido estricto, sino también los modos del pensar propios de la vida emocional, sentimental y volitiva:

“¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también, y que siente. Sin duda no es poco, si todo eso pertenece a mi naturaleza”[6].

e.2) Del cogito a las ideas

            Llegados a este 1º punto resolutivo de la duda metódica, conviene subrayar que nos encontramos ante el momento fundacional de la filosofía moderna, al haber desembocado en el acto puramente subjetivo de la autoconciencia. Esto es, en un saber que se sabe cuanto tal. Es esta una conquista capital de reflexividad filosófica, de la que el pensamiento moderno ya nunca podrá desprenderse.

            Pero ¡cuidado!, porque no se trata de un conocimiento objetivo ni deducido, sino de:

-una intuición previa
-que condiciona subjetivamente el conocimiento posterior
-y lo constituye en saber.

            Es decir, que Descartes ha resituado el punto arquimédico de la metafísica en el sujeto de conocimiento. O dicho de otro modo, se ha situado la objetividad del conocimiento en y desde la subjetividad cognoscente, llamémosla yo, sujeto o conciencia. Es en lo que consiste el idealismo cartesiano, tan radical (pues los extremos se tocan) como su racionalismo. Un idealismo que admite como verdad primera:

-no la realidad de los objetos, como criterio de conocimiento,
-la existencia de su propio yo, y de sus ideas.

            En términos generales, el idealismo clásico identificaba al objeto real con la idea, y sostenía que el objeto conocido dependía, para su realidad, de la actividad de la mente que conoce. Por tanto, lo que el entendimiento conocía no eran ya los objetos, sino las ideas, y de ahí que todo examen de la realidad debiera partir de la conciencia de estas.

            En el idealismo cartesiano, las ideas que tengo en mi mente son como imágenes que representan cosas, aunque yo nunca podré conocer esas cosas en sí mismas, sino el modo cómo se me ofrecen. En su realidad material, esas ideas serán siempre obras de la mente (o modos del cogito), distinguiendo en ello 3 clases según su origen:

Las ideas innatas, que parecen haber nacido con nosotros y no provienen ni de la experiencia ni de nuestra imaginación, como la facultad de aprehender qué es la verdad o el pensamiento; las ideas adventicias, provenientes de la percepción sensible y resultantes de la influencia del mundo exterior sobre nuestros sentidos, como la idea de Sol, los animales... o las ideas ficticias, inventadas por uno mismo, como las ideas de sirena, centauro y demás ficciones de la imaginación[7].

f) Conocimiento de la Verdad

            Son 2 las principales verdades (certezas) a las que llega Descartes, tras haber llevado a cabo su nuevo método de duda metódica y superación de la duda: la finitud del pensamiento humano y la infinitud de Dios. Veámoslas.

f.1) De la finitud

            Es la verdad del “cogito, ergo sum” (lit. pienso, luego existo):

“Inmediatamente después me di cuenta de que, mientras quería pensar de ese modo que todo era falso, era necesario que yo, que a fin de cuentas era quien lo pensaba, fuera alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad (“yo pienso, luego soy”) era tan firme y tan segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba”[8].

            En resumen, todo lo que pienso puede ser falso (incluidas las verdades matemáticas), pero de lo que no cabe duda es del hecho de que yo dudo, esto es: de que pienso. Mi existencia como sujeto pensante está más allá de cualquier posibilidad de duda. En consecuencia, esta afirmación (absolutamente verdadera) es la 1ª verdad.

            De momento, sólo podemos tener certeza de una cosa: de nuestra existencia como cosas (res, sustancias) pensantes. Y de momento, estamos solos (somos como “cerebros en una cubeta”). Ahora bien, como seres pensantes tenemos ideas, y ¿qué pasa con ellas? ¿Tienen alguna realidad? ¿Existen los objetos a los que ellas se refieren?

            Descartes se ve obligado en estos momentos a reconstruir lo que antes había destruido con la duda. Se trata de recuperar el mundo, de lanzar un puente entre el yo pensante y las cosas. ¿Y cómo? Recurriendo a Dios. Dios va a ser el puente que garantice la realidad u objetividad de mis ideas (representaciones) sobre el mundo. Veámoslo.

f.2) De la infinitud

            Para entender cómo Descartes llega a lo infinito, es necesario entender una distinción que hace nuestro autor. Según él, existen 3 clases de ideas o contenidos mentales, según su presunta procedencia:

-ideas adventicias, o aquellas que tendemos a creer que proceden de la experiencia, y representan objetos que están fuera de la mente humana. Entre ellas están las ideas de ordenador, India...
-ideas facticias, o aquellas que proceden del propio sujeto, como invenciones o construcciones nuestras, y entre las que están las ideas de sirena, marciano...
-ideas innatas, o aquellas que no proceden ni de la experiencia exterior ni de la invención del sujeto, sino que siempre han estado en la mente humana desde nuestro nacimiento. Entre ellas está la del cógito, y otra que para Descartes es fundamental: la idea de infinito (res infinita), idea a la que Descartes identifica con Dios.

            A partir de aquí (de la idea innata de infinitud), Descartes va a intentar demostrar la existencia de Dios. Pues si realmente es ésta una idea innata, o evidente (clara y distinta, y sin posibilidad alguna de duda), habrá logrado romper la soledad del cogito. Será el 1º momento para llegar al mundo, un mundo perdido en el proceso de la duda.

g) Física

            Consecuentemente a las ideas de las cosas materiales (ideas adventicias), les ha de corresponder unas realidades corpóreas. Dicho de otro modo: los objetos a los que dichas ideas se refieren, han de existir. De este modo, Descartes recupera la realidad del mundo que había perdido en el proceso de la duda metódica.

            En cuanto a la naturaleza de estos cuerpos, Descartes afirmará que “su naturaleza es la extensión”. Es decir, que los cuerpos materiales son res o “sustancias extensas”. Según Descartes, la única cualidad objetiva de las cosas es la extensión (longitud, anchura y profundidad), y el resto de sus cualidades (color, olor, sabor...) son subjetivas. Por esta razón, la naturaleza de los cuerpos es la extensión.

            Descartes entiende por sustancia “aquello que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir”. Según esto, en sentido estricto sólo Dios sería sustancia. Pero en sentido amplio, junto a la sustancia infinita (res infinita, o Dios) habría otras 2 sustancias más:

-las sustancias pensantes, o res cogitans,
-las sustancias extensas, o
res extensas.

h) Filosofía

            Descartes ha pasado a la historia como el padre de la filosofía moderna, al situar al sujeto (el yo) en el centro de la reflexión filosófica. Si en la filosofía antigua y medieval la preocupación fundamental era conocer la realidad, en la filosofía de Descartes lo será el sujeto que conoce la realidad.

            Descartes funda así la corriente racionalista de la filosofía, en cuyas filas destacarán a Spinoza y Leibniz. Y lo hace en torno a 5 principios fundamentales:

1º el mundo tiene una estructura racional. Dios ha creado el mundo, y éste puede ser conocido a través de la razón;
2º la
razón humana es capaz de desentrañar los misterios de la realidad, dado que es capaz de alcanzar en sí todas las verdades (verdades innatas);
3º el origen, la fuente, y los límites del
conocimiento, están en la razón humana (por las verdades que ésta posee), y no en la experiencia (por la devaluación que ésta presenta);
4º la razón humana puede
caer en el engaño, si se fía de la “experiencia ingenua”, pero no se equivoca si sigue los principios de la razón;
5º el
método racional a seguir es el método deductivo (matemático), que parte de una 1ª verdad intuida (evidencia) y de ella va deduciendo todos los conocimientos.

i) Teología

            Según Descartes, la característica fundamental de Dios es la infinitud (Dios es infinito, mientras que el resto de las cosas son finitas). No obstante, la cuestión que se plantea Descartes es si la idea de infinito es o no es innata, o si por el contrario es o no es adquirida. Descartes concluye que sí es innata, y aporta 2 razonamientos evidentes:

i.1) Prueba ontológica de Dios

            Sigue la línea de pensamiento de Anselmo, y viene a decir que es verdad aquello que percibimos clara y distintamente (1ª regla del método), como la verdad del triángulo, del cual percibimos clara y distintamente que sus ángulos suman dos ángulos rectos (lo cual es verdad).

            Pero en la idea de triángulo no percibimos “clara y distintamente” que tenga que existir en la realidad. Es decir, que su existencia no se puede intuir a partir de la noción de triángulo. En la noción de Dios, en cambio, va incluida la idea de su existencia, la de ser un ser necesario e infinito.

            Pues bien, dado que la no existencia de Dios supondría una limitación (o finitud), Descartes deduce que Dios debe existir.

i.2) Prueba gnoseológica de Dios

            Sigue la línea de pensamiento de Agustín, y viene a decir que yo tengo la idea de infinitud. Pero tal idea ha de tener una causa, pues todo cuanto existe tiene una causa.

            Pues bien, la idea de Dios no es una idea adventicia, pues nada hay en la experiencia infinitamente perfecto. Y tampoco puede ser una idea facticia, ya que yo (sustancia finita) no puedo ser la causa de algo infinito. En consecuencia, la idea de Dios ha de ser una idea innata, causada por él mismo.

            En conclusión, la idea de Dios es innata y, por lo tanto, clara y distinta (evidente). Y esa es la razón por la que Dios tiene que existir.

            Una vez que Descartes cree haber demostrado la existencia de Dios, sólo le queda “llegar al mundo”. Pero ¿cómo se puede conseguir? Para nuestro autor Dios es un ser infinito. Y si lo finito es signo de imperfección, la infinitud lo es de perfección. Luego Dios es un ser absolutamente perfecto, y por tanto veraz (no puede engañarse ni engañarnos). Es decir, Dios no ha podido crear al hombre para que éste esté permanentemente engañado, ni se equivoque cada vez que crea conocer algo. De ahí que el hombre pueda llevar, en sí, la idea innata de Dios.

i.3) Idea innata de Dios

            Para Descartes, una de las cuestiones prioritarias que se seguía de la 1ª verdad del cogito era cómo escapar de esa cárcel solitaria del yo, para transitar con mejores garantías en el camino cognoscitivo hacia el mundo exterior (que la duda metódica había convertido en problemático). En efecto, tras una duda inicial sobre todo tipo de conocimientos, ¿cómo recuperar la confianza en la posibilidad de adquirirlo de nuevo?

            Para un lector contemporáneo, tal vez resulte sorprendente que la solución a este atolladero pasara por recurrir a la idea de Dios como fundamento del conocimiento. Encerrado en su propia conciencia solipsista, y cercado por el muro de sus ideas, Descartes decidió apoyarse en Dios, comprendido como sustancia infinita, como prueba de la existencia del mundo exterior y material.

            La inversión con la tradición medieval es innegable, pues en vez de apoyar el conocimiento de Dios en el conocimiento del mundo, sustenta conocimiento el mundo en el conocimiento de Dios, a fin de que nuestro conocimiento sea absolutamente seguro, incluido el ámbito de las matemáticas y ciencias empíricas.

            De ahí que el filósofo francés necesite establecer la existencia de Dios como ente absolutamente perfecto y benevolente (no engañador), que garantice, en última instancia, los criterios de claridad y distinción que definen la verdad. El Dios cartesiano sigue siendo, en efecto, un Dios veraz.

            Así, haciendo gala de su formación escolástica, recurrirá Descartes a una serie de argumentos para probarla, siendo así que sólo 2 vías hay para probar que existe Dios, a saber[9]:

-por su misma esencia, reformulando el clásico argumento ontológico de Anselmo,
-por sus efectos, recurriendo a la extensión del principio de causalidad a Dios.

            ¿Nos encontramos ante una concesión a las autoridades religiosas de la época? Pese a las polémicas que suscitó en vida, Descartes fue siempre un hombre prudente, que intentó sortear las acusaciones de heterodoxia. Pero no temió evitar que su argumentativa derrochase importantes ríos de tinta, empezando por su circularidad.

            Sea como fuere, su posición refleja las ambigüedades propias de un pensador que, en parte, recoge herencias de la tradición escolástica, y en parte anuncia inminentes desplazamientos hacia un Dios más filosófico y menos cristiano, como bien advirtió Pascal.

            Tal fue la tensión inherente a un antropocentrismo de raíz todavía teocéntrica, entre la acción de la subjetividad (a la hora de autoafirmarse en el mundo) y las exigencias reflexivas de la razón objetiva, que más tarde (con Hume y Kant) empezará a erosionarse de un modo ya definitivo.

j) Antropología

            Descartes defiende al hombre como unión de alma y cuerpo, de acuerdo a los principios de pensamiento (alma) y extensión (cuerpo).

            No obstante, la posición que defiende acerca de la sustancia (aquello que no necesita de nada para existir) le lleva a sostener un dualismo antropológico, puesto que el ser humano sería el resultado de la unión de dos sustancias independientes, que no se necesitan para existir:

-el alma,res cogitans del ser humano,
-el cuerpo, o res extensa del ser humano.

            La res cogitans es inmaterial e inmortal, y se caracteriza por obrar de forma libre, no sometida a las leyes mecánicas que gobiernan el universo. En cuanto a la res extensa, Descartes sostiene que el cuerpo es una máquina sometida a leyes puramente mecánicas (físicas), y que por ello ha de ser gobernada por el alma. La relación entre ambas sería algo similar a la relación entre un capitán que dirige y gobierna su nave, y el punto de interacción entre ambas se situaría en el cerebro.

            Pero detengámonos ahora en el análisis de la definición cartesiana de cuerpo, pues una vez que Descartes demostró la existencia del yo como sustancia pensante (res cogitans), y la existencia de Dios como sustancia infinita (res infinita), el último eslabón de la estructura tripartita de la realidad pasaba por probar la existencia del mundo de las cosas materiales. ¿Y cuál fue el camino para demostrar la existencia de esa última sustancia corpórea, la llamada res extensa?

            El hecho de que Dios no pueda engañarnos respecto de las ideas que tenemos de las cosas físicas del mundo material implica, según Descartes, que son estas cosas sensibles las que provocan tales ideas, siendo así que existen sustancias extensas fuera del yo[10], o pura materia extendida en el espacio.

            Según la extensión geométrica, la esencia de tales cuerpos es infinitamente divisible en partes distintas, que poseen magnitud, figura y movimientos propios. Con ello, como ya señalara Koyré, la identificación de la sustancia o materia con la extensión, o espacio indefinidos, resultó plena, y preludió enormes repercusiones. En boca del propio Descartes:

El resultante dualismo ontológico, que moderniza la tradicional imagen dualista del ser humano heredera de Platón y toda la filosofía cristiana (descargándola en parte de connotaciones negativas religiosas o morales), es de sobra conocido. Pues aprehendidas ambas con claridad y distinción, las ideas de sustancia pensante y sustancia extensa son enteramente distintas entre sí: sus respectivos objetos son separables y pueden subsistir el uno sin el otro, pudiéndose afirmar la real y substancial distinción entre alma y cuerpo[11].

            Sin embargo, pese a su autonomía, ambas sustancias forman una misteriosa unidad a la que llamamos hombre, y que de hecho nos conduce al corazón del dualismo antropológico cartesiano y a su enigmática interacción:

Es preciso saber que el alma está realmente unida a todo el cuerpo y que no se puede decir con propiedad que esté en alguna de sus partes con exclusión de las otras; porque él es uno, y de alguna manera indivisible, en razón de la disposición de sus órganos, los cuales se relacionan de tal modo el uno con el otro que, cuando se suprime alguno de ellos, todo el cuerpo se torna defectuoso; y porque ella es de una naturaleza que no tiene relación alguna con la extensión, ni con las dimensiones u otras propiedades de la materia de las que el cuerpo se compone, sino sólo con la ensambladura toda de sus órganos[12].

            La comunicación entre alma (yo) y cuerpo (máquina ajena) mostró, cuando menos, una problemática unidad, y obligó a Descartes a aportar numerosas explicaciones y matices adicionales. Y que fuera fijada en el cerebro (mente) distó de ser satisfactoria, pues ¿cómo podía lo inmaterial influir en lo puramente material? Y a la inversa, ¿cómo la materia podía producir algo así como pensamiento?

            Con su decisión de insertar el ejemplo de la máquina en el cuerpo animado, Descartes hacía un guiño a las experiencias anatómicas de la medicina, y venía a describir el cuerpo humano como un todo explicativo coherente, arriesgando una sugerente hipótesis al más puro mecanicismo corporal.

            Pese a su aparente carácter rudimentario, tal fisiología del cuerpo humano conserva su rabiosa originalidad, y merecería no desatenderse. Y es que, haciéndose eco de los avances científicos sobre la circulación de la sangre (anticipada por Servet y Harvey), el pensador galo elaboró una explicación de las pasiones humanas (o emociones) en términos de movimientos orgánicos, que pasamos a continuación a explicar.

k) Etica

            Descartes distingue entre acciones y pasiones, las primeras dependendientes de la res cogitans y las segundas (sentimientos, emociones y percepciones) de la res extensa. Pero en no pocas ocasiones, las pasiones presionan a la res cogitans, empujándola unas veces hacia el bien y otras hacia el mal. Y eso hace necesario un concienzudo control control de las pasiones, mediante la prudencia. Es en lo que se va a centrar la moral cartesiana.

            En efecto, la prudencia es para Descartes la encargada, por la res cogitans, de imponerse sobre las pasiones (surgidas de la res extensa), pues el alma racional tiene entre sus funciones la de controlar y someter los movimientos del cuerpo, y la pasión es uno de esos movimientos del cuerpo.

            Una vez liberado de las pasiones, el hombre puede dirigir libremente su acción voluntaria hacia los fines que la razón le propone, y con el desarrollo de ese proceso libre el alma se va perfeccionando, y el hombre consigue la felicidad.

            Como se ve, Descartes identifica el desarrollo de la perfección del alma con el desarrollo de la libertad. Es decir, que la libertad se consigue con el dominio y guía de los deseos y pasiones que surgen del cuerpo, pues es entonces cuando el sujeto no se encuentra dominado por la sustancia extensa, sino por su cogito. La libertad es así concebida como una realización voluntaria, de lo que el entendimiento le propone como bueno y verdadero.

            Para finalizar, Descartes dedica unas líneas a la moral, que en palabras de nuestro autor consiste en una moral provisional en la que[13]:

1º “hay que obedecer las leyes y costumbres del país”, aceptando las normas morales vigentes en la sociedad, la religión y el orden político existente;
2º “hay que seguir con decisión las resoluciones tomadas”;
3º “hay que ocuparse de aquello que está en las manos de uno, y desentenderse de lo que nos sobrepasa”.

            Descartes nunca llegó a desarrollar de manera exhaustiva una teoría moral, a pesar de proclamar en no pocas ocasiones que ésta sería la culminación de su saber. Sino que para él, como para otros filósofos antiguos, el ejercicio teórico de la razón nunca podía reducirse a un fin en sí mismo, como la búsqueda virtuosa de una vida buena en comunidad.

            Antes bien, como medio práctico de autodeterminación personal, la ética debía servir para alcanzar lo que desde tiempos inmemoriales aspiró a ser de facto la filosofía: una incansable persecución de la sabiduría, entendida como aquella alianza entre la ciencia y la virtud. Y eso el lo que haría mejor la vida de los hombres.

            Desde estas coordenadas, que recogen tanto la herencia del intelectualismo socrático como las mejores aspiraciones del humanismo renacentista, Descartes sí que llegó a proyectar un programa personal de moral, al que bautizó con el nombre de “moral provisional”.

            Como esbozo tentativo y parcial, la ética cartesiana representó una moral de mínimos, entendida como “vivienda donde estar cómodamente alojados”. Así, el proyecto ético cartesiano quiso apuntar a una línea de conducta individual práctica, basada en la:

-resolución y firmeza de espíritu personal, a través de la prudencia,
-conservación de los asuntos políticos y religiosos, a través de la templanza.

            Construida a partir de un conjunto de máximas (reducibles a las 3 citadas), la ética cartesiana abogó por ajustarse a las leyes y costumbres del país donde se vivía, respetando la práctica de la religión en la que uno había sido educado. Así mismo, invitó a actuar con resolución y firmeza, perseverando en las decisiones una vez adoptadas. Por último, respaldó la práctica del autodominio, a la hora de aceptar el destino y los acontecimientos por venir, en una máxima de innegables resonancias estoicas que apostaba por el gobierno de sí mismo.

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  Act: 01/09/23       @fichas de filosofía            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] cf. DESCARTES, Principios de la Filosofía, Carta del autor al traductor.

[2] Pues además de los estudios de humanidades y filosofía (de corte escolástico), en el Colegio de la Fleche se daba mucha importancia a las matemáticas teóricas y prácticas, aplicadas a los conocimientos de física (mecánica), topografía y óptica.

[3] Al ser hijo de un consejero del Parlamento de Bretaña, y nieto del alcalde de Nantes (el cual le llamaba mi pequeño filósofo”).

[4] Ejercicio de comunicación que DESCARTES quiso hacer en francés, en un gesto intelectualmente rebelde e innovador, en una época dominada todavía por el latín.

[5] cf. DESCARTES, Meditaciones Metafísicas, II.

[6] cf. DESCARTES, op.cit, II.

[7] cf. Ibid, III.

[8] cf. Ibid, IV.

[9] cf. DESCARTES, Principios de la Filosofía, Respuestas del autor a las primeras objeciones.

[10] cf. DESCARTES, Meditaciones Metafísicas, VI.

[11] cf. DESCARTES, op.cit, VI.

[12] cf. DESCARTES, Pasiones del Alma, I, 30.

[13] cf. DESCARTES, Discurso del Método, III.