Inmoralidad en la Biblia

 

        Sarmiento prohíbe la Biblia a sus hijos, dice que Dios y los autores de la Biblia prefirieron el anonimato, confunde la Biblia con un texto piadoso lleno de escenas, se escandaliza por la desnudez de Adán y Eva en el Paraíso... y acaba por demostrar que leyó la Biblia engañado. No obstante, y en un tono irónico, Sarmiento utiliza las «inmoralidades» de la Biblia para disculpar las inmoralidades que pudieran encontrarse en Aura de Carlos Fuentes, y Doce cuentos peregrinos de García Márquez.

        Vamos por partes: primero, lo del autor anónimo. Para los judíos, protestantes y católicos el autor principal de la Biblia es Dios. Si don Sergio no lo cree así, es asunto suyo; pero no haber oído hablar de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Malaquías, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo... no proviene de una falta de fe sino de cultura general. La frase de que «el autor de la Biblia ha preferido mantenerse anónimo» es una perla, es de esas frases que se deben colocar en la antología del disparate, en un lugar eminente, aunque haya querido ser chistosa.

        El asunto de los episodios o escenas de violencia o agresión sexual que cita Sarmiento de la Biblia (hay muchas más, por cierto) no muestran nada más que lo que muestran: que en la Biblia está la vida del hombre, tal y como es, pero que en ningún caso son «escenas» propuestas para su imitación o alabanza (como hacen los pornógrafos y los inmorales). Al contrario: de todas ellas se desprende una lección moral; ninguna queda sin castigo y sin enmienda.

        La Biblia no es un libro piadoso, es un libro religioso. La Biblia no es un libro de piedad, aunque también la enseñe, sino un texto profundamente religioso, que trata de la relación del hombre con Dios. Y el hombre que es religioso es el primero de todos en reconocerse pecador. La Biblia es un espejo de lo que es el hombre, con su grandeza y su miseria, sobre lo cual (sobre la miseria) siempre campea la misericordia de Dios. La Biblia trata al hombre real, concreto, tal y como aparece en su larga y dramática historia. Éste, y no otro, es el hombre por el cual se encarnó y murió Jesucristo. San Pablo (1 Cor 10, 11) nos dispara al corazón que «todas estas cosas les sucedieron como anticipo para nosotros, y fueron escritas para escarmiento nuestro, que hemos llegado a la plenitud de los tiempos; así, pues, quien presuma de mantenerse en pie, tenga cuidado de no caer».

        Otra frase de colección que nos regala Sarmiento es cuando habla de la inmoralidad de nuestros primeros padres Adán y Eva, que «sin estar casados» andaban desnudos por el Paraíso. Cualquier estudiante mediano del catecismo sabe que allí lo que Dios crea es nada menos que la institución matrimonial. Y Dios lo vio «muy bueno». Sólo don Sergio lo ve inmoral. A lo mejor quería que en el Génesis se narrara un rito matrimonial como la monotonía cursi de los de ahora, con marcha nupcial (a escoger, la de Mendelson o la de Verdi), arrocito blanco y confetti de colores, y el novio «yaciendo» frente al altar, a la espera de la novia «que lucía elegantemente ataviada con el mismo vestido blanco con aplicaciones de hollín» de todos los sábados de boda en México («queremos pastel, pastel, pastel»).

        Y se mete, claro, con Jesús, porque Jesús defiende a la pecadora ante las críticas del fariseo. Es cierto, este pasaje es de los más conmovedores del Nuevo Testamento. Lo mismo que el de la adúltera a quien iban a apedrear. En ambos casos Jesús dice «no vuelvas a pecar». Pero el articulista calla esta parte porque lo que desea insinuar no es la grandeza de Cristo, sino una supuesta complicidad de Cristo (un Cristo light, buena onda, que nos quiere vender la new age) con las pecadoras y los pecadores. Y así todo el texto de Sarmiento, quien, estamos seguros, no deseaba torpedear la fe católica (que profesa más del 85% del pueblo mexicano), sino burlarse de Carlos Abascal por llevarla a cabo. En el intento mostró un desconocimiento palpable de cultura religiosa general.

        Vale la pena, finalmente, recordar una sentencia de san Agustín que le viene al pelo a Sarmiento: «La Biblia no engaña si el hombre no se acerca a ella engañado». Dicho de otra forma, en la santa Biblia solamente encontrará inmoralidad quien ya lleva la inmoralidad por dentro.

 

JAIME SEPTIÉN, Querétaro, México

 Act: 25/01/18   @noticias del mundo           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A