Narváez y sus enemigos
Los
santos, los hombres grandes en general, no tienen enemigos, en cuanto depende de
ellos. Han ido madurando y conocen sus propias debilidades. Esto los ha hecho
humildes, y comprenden fácilmente las debilidades de los demás. «El amor -dice san Pablo- es paciente, es afable; el amor no tiene envidia, no se
jacta ni se engríe, no es grosero, no busca lo suyo, no se exaspera ni lleva
cuentas del mal... disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta
siempre» (II Cor 13, 4-7).
Tampoco Narváez tenía enemigos. Narváez, «el espadón de Loja», pues allí nació en 1800, es llamado así por el uso frecuente que hizo de la espada, y con pocas consideraciones, por cierto. Fue un político muy activo y el hombre de confianza de Isabel II de España. Aplastó varias insurrecciones con gran rigor.
En el lecho de muerte le preguntó el confesor: ¿Perdona a sus
enemigos?
Y contestó: No me queda ninguno. Me los cargué a todos.
JUSTO
LÓPEZ, Zaragoza, España
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