26 de Abril
Sábado I de Pascua
Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 abril 2025
Hch 4, 13-21
Los miembros del Consejo judío estaban maravillados, viendo la valentía de Pedro y Juan en Jerusalén, sobre todo tras informarse que se trataba de hombres sin instrucción ni cultura. Hacía solamente 3 años que Pedro y Juan estaban reparando sus redes a la orilla del lago, puesto que eran pescadores.
Efectivamente, los apóstoles son gente "sin instrucción". Pero esos 3 años los han pasado en la familiaridad de Jesús y, sobre todo, ellos han visto a Cristo resucitado. La fe y el contacto cotidiano con la Palabra de Dios son capaces de transformar a los más humildes en hombres valientes y seguros de sí mismos.
Han pasado apenas 3 meses que ese mismo Pedro soslayaba las preguntas indiscretas que le hacía una criada en el patio del gran sacerdote, por miedo de dar a conocer su fe. Hoy, por su audacia apostólica deja maravillados a ese mismo gran sacerdote. ¿Qué ha pasado entre tanto?
Sin duda, Pedro ha recibido el Espíritu, y Pentecostés ha intervenido en él, como fuerza de Dios dada al débil Pedro, e inteligencia de Dios dada al escaso en formación Pedro. Pero no sólo eso, sino que las autoridades los reconocieron, como "aquellos que habían estado con Jesús".
Pero insiste el texto en otro detalle, puesto en boca de las autoridades: ellos (los apóstoles) son "los que han estado con Jesús". ¡Qué bella definición de apóstol, y que honor sería que siguiese identificándonos por ello: "los que están con Jesús".
Noel Quesson
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En el pasaje de hoy, Pedro y Juan se niegan a hacer caso a las prohibiciones de los jefes del Sanedrín, para que no hablen más que de Jesús. Puesto que, como ellos mismos dicen, tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres. A pesar de todas las amenazas, prosiguen proclamando el mensaje de la resurrección de Jesús.
Así es como manifiesta el nombre de Jesús toda la plenitud de su poder salvífico, no sólo salvando de la enfermedad, sino como única fuente de salvación, que infunde una valentía, un poder superior, contra el que chocan todos los planes humanos que intentan destruirlo.
Nuestra participación eucarística nos pone en contacto experimental con la situación de Jesús resucitado. Adquirimos de este modo un compromiso de obediencia y de testimonio y recibimos la fuerza del Espíritu para vivir y proclamar libre y valientemente la salvación que hemos experimentado. La profundidad y amplitud del misterio de Cristo se expresa en la inefable riqueza de los nombres con que es designado el Salvador. Así se expresa Nicetas de Remesiana:
"Se llama Verbo, porque ha sido engendrado sin pasión alguna por Dios Padre, o bien porque por su medio habló Dios Padre a los ángeles y a los hombres. Se dice Sabiduría, porque por medio de él se ordenó todo sabiamente al principio. Se llama Luz, porque él iluminó las primeras tinieblas del mundo y con su venida hizo desaparecer la noche de los corazones de los hombres. Se llama Hijo del Hombre, porque por nosotros los hombres se dignó nacer como hombre. Se dice Cordero, por su inocencia singular. Se llama Oveja para que quede patente su pasión. Se dice Sacerdote, bien porque ofreció a Dios Padre en favor nuestro su Cuerpo como oblación y sacrificio, bien porque se digna ofrecerse cada día por nosotros. Se dice Camino, porque por medio de él llegamos a la salvación. Él es la Verdad porque rechazó la mentira. Se llama Vida, porque destruye la muerte. Se llama Vid, porque al extender los ramos de sus brazos en la cruz proporcionó al mundo el gran fruto de la dulzura. Se dice Paz, porque reunió en la unidad a los que estaban dispersos y nos reconcilió con Dios Padre. Se llama Resurrección, porque resucitará todos los cuerpos. Se llama Puerta, porque por su medio se abre a los fieles la entrada del Reino de los Cielos" (Catecumenado de Adultos, XVI, 32-38).
El texto de Hechos es de carácter pascual y pentecostal. La actuación valiente e iluminada de los apóstoles confunde a los letrados. La sencillez y la humildad de los discípulos de Jesús, cuyos signos dan fe de su confianza absoluta en el Maestro, derrumban cualquier castillo de los supersabios.
Para quedar bien, sin reconocerse públicamente vencidos, los miembros del Consejo Judío les prohíben actuar con libertad de expresión, aunque saben que eso será inútil. Comienza una etapa nueva (la pentecostal), deslumbrante en la historia de salvación. Los apóstoles son los testigos cualificadísimos de ella, tras la iluminación y gracia de Pentecostés.
Manuel Garrido
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Continúa hoy la escena de ayer, y los apóstoles están delante de las autoridades, después de haber pasado la noche en la cárcel. Los miembros del Sanedrín no saben qué hacer. No acaban de entender la valentía y el aplomo de unas personas incultas que dan testimonio de Jesús a pesar de todas las prohibiciones. Los que se creen sabios no han captado la voluntad de Dios, y los sencillos sí. Pero de por medio está el milagro que acaban de hacer los apóstoles con el paralítico, que les ha dado credibilidad ante todo el pueblo.
La nueva prohibición se encuentra, de nuevo, con la respuesta de Pedro, lúcido y decidido a continuar con su testimonio sobre Jesús: "No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído". Los apóstoles muestran una magnífica libertad interior, y responden acusando al tribunal por no querer entender los planes de Dios y el mesianismo de Jesús. Nadie les podrá hacer callar a partir de ahora. Éste es el fin del primer enfrentamiento con las autoridades de Israel. Luego vendrán otros, hasta que se consume la dispersión de los cristianos fuera de Jerusalén.
También nosotros, los cristianos de hoy, hemos recibido el mismo encargo: predicad la buena noticia de Cristo Jesús por toda la tierra. Pudiera ser que también nosotros, en alguna etapa de nuestra vida, sintiéramos dificultades en nuestra propia fe. A todos nos puede pasar lo que a los apóstoles, que tuvieron que recorrer un camino de maduración desde la incredulidad del principio hasta la convicción que luego mostraron ante el Sanedrín.
Ojalá tuviéramos la valentía de Pedro y Juan, y diéramos en todo momento testimonio vivencial de Cristo. Ojalá pudiéramos decir "no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído". Para eso hace falta que hayamos tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado. De nuevo el Salmo 117, mesiánico y pascual, nos ayuda a entrar aún más en la gozosa convicción de esta semana: "Hay cantos de victoria en las tiendas de los justos. No he de morir, pues, sino que viviré para contar las hazañas del Señor".
José Aldazábal