27 de Mayo

Martes VI de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 mayo 2025

Hch 16, 22-34

         Leemos hoy cómo la gente de Filipos "se amotinó contra Pablo y Silas, les arrancaron los vestidos, les azotaron con varas y, tras molerlos a palos, los echaron a la cárcel". ¿Y por qué? Por el simple hecho de que Pablo había exorcizado a una pobre muchacha, endemoniada y que daba mucha ganancia a sus amos por sus dotes adivinatorias.

         Como se ve, Pablo ya no recibe azotes de los judíos de Asia (por ser cristiano), sino que esta vez recibe azotes de los europeos por tratarse de un judío. En todo caso, se trata de azotes procedentes de ¡una historia de brujería!

         Señor, ¿qué es lo que quieres decirme, por medio de estos detalles? La violencia es de todos los tiempos, y en todo tiempo se ha tratado de impedir a la Iglesia que llevara a cabo su obra. Pues bien, ahí está la respuesta: "Dichosos seréis vosotros si, por mi causa, se dice cualquier clase de mal contra vosotros", contesta el Señor.

         Volviendo al relato de Hechos, nos dice su cronista que "hacia la medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, y los otros prisioneros los escuchaban". Viven esa bienaventuranza, son felices y ¡cantan! Se trata de la auténtica actitud del evangelio, y por eso los otros prisioneros parecen sorprendidos, al ver que los que han sido "molidos a palos" están ahora ¡cantando! Esto ha de tener una explicación...

         Efectivamente, Dios es el todo de sus vidas. Y en las dificultades de la vida puede suceder que uno se rebele (y así es a veces) o bien que, de modo un tanto misterioso, uno acepte la extraña bienaventuranza: "Felices los que lloran". Repítenos, Señor, cómo ha de ser asumido el sufrimiento, para que éste se convierta en un valor.

         De repente, "un terremoto sacudió la puertas de la cárcel, y éstas quedan abiertas". El carcelero se despierta y "quiere suicidarse, creyendo que los presos habían huido". El pobre hombre, al cuidado y servicio de la cárcel está perturbado, y se cree en falta.

         Entonces grita Pablo al carcelero: "No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí. Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y toda tu familia". ¡Divertida situación! Es el prisionero quien reconforta a su guardián, y quien le comunica "no te hagas ningún mal". Realmente, esto se ha vuelto loco, o el evangelio lo está poniendo todo al revés. Y decididamente, Dios quiere salvar los hombres, y que la humanidad cambie y sea feliz.

         En seguida, el carcelero "los llevó consigo a su casa" (otro hecho ilegal), lavó sus heridas, preparó la mesa y exultó de gozo con toda su familia. La no-violencia ha desarmado a la ley. Extraña escena final, en la que se ve al verdugo curando a la víctima y recibiéndola en su mesa familiar. Escena rocambolesca.

Noel Quesson

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         La ciudad y colonia romana de Filipos, donde Pablo funda la 1ª comunidad cristiana de Europa con ocasión de su 2º viaje (vv.12-15), es el escenario geográfico de la narración. Se trata de una comunidad floreciente, que pronto será dirigida por "obispos y diáconos" (Flp 1, 1) y a la que Pablo escribirá más tarde la más afectuosa de sus cartas.

         Pero volvamos al principio, porque Hechos no dice casi nada de los comienzos evangelizadores de Filipos, más que un hecho inicial: la conversión de Lidia (vv.11-15). Tras lo cual, el relato de hoy incluye toda una secuencia de episodios perfectamente entrelazados:

-la pitonisa, que alaba inoportunamente a los mensajeros cristianos, y a la que Pablo libera del espíritu impuro (vv.16-18);
-la detención de Pablo y Silas, tras la denuncia de los amos de la endemoniada, ideologizando los hechos ocurridos (vv.19-24);
-la liberación milagrosa, que lleva a la conversión del carcelero y de su familia (vv.25-34);
-la condición de ciudadano romano que invocan los misioneros, lo que obliga a los magistrados a presentar excusas (vv.35-39).

         El relato es una buena muestra del entramado de hechos y narraciones maravillosas que presenta por doquier el libro de los Hechos. La pitonisa que adivina, la consiguiente liberación del espíritu impuro y el terremoto que abre las puertas de la prisión y deshace las ligaduras de todos.

         También debemos resaltar en este relato la valiente actitud de Pablo, que no duda en invocar sus derechos de ciudadano romano (como también hará en Hch 22, 25-28 y Hch 25, 10-12) y fuerza a los magistrados a presentar excusas. Eso podía ser muy importante para salvaguardar el crédito de la comunidad cristiana ante los paganos. Además, por más que Pablo anuncie con énfasis un mesías crucificado (1Cor 1,23), el cristianismo no es una especie de culto a la cruz por la cruz, sino al amor y al servicio, que a menudo tienen forma de cruz.

Fernando Casal

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         Para iluminar la 1ª lectura de hoy será bueno recordar la causa que provoca la persecución de Pablo (vv.16-19): ha curado a una muchacha pitonisa, y con ello se ha cargado el negocio de los que explotaban esa habilidad (visiones) de la chica. Por ello es acusado Pablo, golpeado y encarcelado. Y como en el caso de Jesús, a través de un juicio apañado con falsas acusaciones. Porque, recordando aquellas palabras del Señor, "el discípulo no es más que su Maestro", sino que experimentará lo que el Maestro ha experimentado.

         En esta situación, ¿qué le tendría que importar a Pablo la suerte del carcelero? Él ha recobrado la libertad, luego ¿por qué preocuparse de lo que le pueda pasar al carcelero? Ése fue el testimonio que abrió el corazón al carcelero, y le decidió a hacerse cristiano.

         Pablo, pues, sabe ver mas allá de sus propios dolores y sufrimientos, de la impotencia y quizás hasta la rabia por la injusticia cometida con él. Y se trasciende a sí mismo, y le ve a él, al carcelero. Resuenan de fondo las palabras del Maestro en la cruz: "Padre perdónales porque no saben lo que hacen". Es un ejemplo más de cómo se puede vencer al mal a fuerza de bien. Todos los que hoy oímos esta Palabra somos invitados a hacer vida, realidad, encarnar estas actitudes hoy.

Juan Artiles

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         Escuchamos hoy cómo Pablo y Silas, víctimas de un tumulto, son aprisionados y más tarde liberados de modo milagroso. Y cómo el carcelero, desesperado, es salvado por Pablo y Silas, y a abraza la fe en el Señor Jesús y recibe el bautismo junto con toda su familia.

         La experiencia salvífica es fuente de gozo y de alegría familiar celebrada en torno a la mesa. De igual manera, también la salvación experimentada en la celebración eucarística tiene que manifestarse en una vida personal alegre y que esa alegría sea irradiada alrededor. Como comenta San Juan Crisóstomo:

"Ved al carcelero venerar a los apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma. Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste. Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas" (Homilías sobre Hechos, XXXVI).

         Justo es que demos gracias a Dios por la salvación recibida, por la salvación corporal de los apóstoles y por la salvación espiritual del carcelero y de su familia. También nosotros somos salvados, y los hacemos con el Salmo 137 de hoy:

"Te doy gracias, Señor, de todo corazón, y delante de los ángeles tañeré para ti. Me postraré hacia tu santuario y daré gracias a tu nombre por tu misericordia y lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste, y acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos".

         El profeta que denuncia infidelidades, aunque diga la verdad, conocerá los desprecios y la cárcel, antes y ahora. Pero no debe importarnos, pues, incluso eso puede ser ocasión de predicar, testificar y convertir a alguno.

         Aprendamos de Pablo y Silas, que aguantan las impertinencias de esa pitonisa de Filipos que, al parecer, adivinaba lo que sus señores querían (a cambio de dinero, por supuesto), y que cuando éstos irrumpen y denuncian el engaño, les declara "perturbadores de la paz con su religión y mensajes".

         ¡Miseria humana!, por supuesto, pero no lo dudemos: la verdad de Cristo no puede estar encadenada. En cada momento, el Espíritu nos enseñará, si le dejamos actuar, a propagar la verdad con entereza, a saborearla con deleite, a convertirla en juez y árbitro de nuestras conductas. Recapacitemos, pues, y asintamos: Si Jesús lo dice, es bueno que el Hijo vuelva al Padre y que nos deje bajo el amparo de su Espíritu.

Manuel Garrido

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         Ayer tocaba el éxito, y hoy la persecución, la paliza y la cárcel. El motivo de la detención (que no leemos en esta lectura) fue que Pablo, al curar y convertir a una muchacha que actuaba de pitonisa (vidente), malogró el negocio de los que la explotaban. Y además, las autoridades europeas sospecharon que, por sus rasgos judíos, Pablo estaba difundiendo el judaísmo en la ciudad, cosa que no querían.

         La cosa es que apalearon a Pablo y sus acompañantes, y los metieron en la cárcel. La escena que sigue (que parece de película) está llena de detalles a cuál más interesantes:

-a media noche, Pablo y Silas, a pesar de estar medio muertos por la paliza, cantan salmos a Dios;
-un oportuno temblor del edificio abre las puertas de la cárcel y rompe las cadenas;
-Pablo no aprovecha para escapar, sino que se preocupa de que el carcelero no se haga daño;
-Pablo instruye al carceleo en la fe, a él y a toda su familia, y les bautiza;
-el encarcelado y su carcelero terminan celebrando una fiestecita, en casa del carcelero.

         Lo que podía haber sido un fracaso, termina bien. Y Pablo y los suyos pueden seguir predicando a Cristo, aunque deciden salir de Filipos, por la tensión creada y para no perjudicar a sus seguidores (sobre todo a Lidia, en cuya casa se alojaban).

         Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos nosotros: "Señor, tu derecha me salva, te doy gracias de todo corazón. Cuando te invoqué, me escuchaste". ¿Cuántas palizas hemos recibido nosotros por causa de Cristo? ¿Cuántas veces hemos sido detenidos?

         Probablemente ninguna, porque al lado de Pablo somos unos simples enanos de la fe, y ni de cerca hemos hecho tantos viajes para anunciar a Cristo, ni hemos recibido azotes o ido a parar a la cárcel, ni hemos sido apaleados casi hasta la muerte, ni hemos sufrido peligros de caminos y de mares. Ante dificultades mucho menores que las de Pablo, hemos perdido los ánimos, así que ¿seríamos capaces de estar a medianoche, molidos de una paliza, cantando salmos con nuestros compañeros de cárcel?

         Pablo nos interpela en nuestra actuación, como cristianos en este mundo. Y la Iglesia está también empeñada, 2.000 años después, en la evangelización. Así que cada uno de nosotros debe dar testimonio de Cristo a los demás, de la mejor manera posible y con toda la pedagogía que las circunstancias nos aconsejen. Sobre todo, con la valentía y la decisión de Pablo. ¿Sabemos aprovechar toda circunstancia en nuestra vida para seguir anunciando a Jesús, como hizo Pablo en el episodio del carcelero?

José Aldazábal

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         Hoy escuchamos un episodio bastante movido de la evangelización, en este caso en la ciudad de Filipos. En los versículos anteriores (no leídos en la liturgia) se nos ha relatado la causa del encarcelamiento de los misioneros Pablo y Bernabé: Pablo había liberado de un demonio pitoniso (e.d, adivino) a una muchacha, que le había dado por seguirles por toda la ciudad, profiriendo grandes gritos.

         Los dueños de la pitonisa, que habían perdido una fuente de ingresos (pues la explotaban haciéndola adivinar por dinero), fueron los causantes del encarcelamiento, y del castigo a que los magistrados de la ciudad sometieron a los apóstoles. Fueron arrojados a la mazmorra, al lugar más profundo y seguro de la cárcel, y allí se les trabaron los pies con el cepo, un pesado tronco de madera que les impediría caminar.

         Aún en estas circunstancias los apóstoles mantienen alto el ánimo, y "oran y cantan", asombrando seguramente a los demás encarcelados. Nos dice el autor que una especie de terremoto liberó milagrosamente a los apóstoles del cepo y las cadenas, y abrió las puertas de la cárcel. E incluso que hubo carceleros convertidos a la fe gracias al testimonio evangélico de algunos de sus prisioneros. Fue el caso del carcelero de Filipos, que fue preservado del suicidio por la confortadora palabra de Pablo: "No te hagas daño, aquí estamos todos".

         Y lo que había comenzado tan dolorosa y dramáticamente termina en la alegría y en la luz y los cantos de la fiesta. El carcelero junto con su familia hace fiesta por la fe recibida, y agasaja a los apóstoles. Así son los caminos de Dios. Para que aprendamos a valorar el don precioso que se nos ha hecho concediéndonos conocer, amor y creer en Jesucristo. Para que nos aseguremos de que, aún en medio de las circunstancias más adversas, podemos comunicar a otros nuestra fe, ser misioneros.

Confederación Internacional Claretiana

 Act: 27/05/25     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A