13 de Noviembre
Jueves XXXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 13 noviembre 2025
Sab 7, 22-8, 1
La lectura de hoy forma parte del grupo de textos (Sb 6, 22-9, 18) que hablan de la sabiduría en sí misma. En una 1ª parte muestra el ruego de Salomón I de Israel (prototipo del maestro de sabiduría) para obtenerla (vv.7-12) y comunicarla (vv.13-17). Salomón explica cómo la adquirió, y cómo la conoció.
Y para conseguirla se dirige a Dios: "Da a tu siervo un corazón prudente para juzgar a tu pueblo y poder discernir entre el bien y el mal. Porque ¿quien, si no, podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?" (1Re 3, 6-9), tal como se relata de una manera más extensa todavía en este libro de la Sabiduría (Sb 9, 1-18).
El orante se eleva al Dios de los padres, que por medio de la sabiduría creó el universo y le dio al hombre el dominio sobre todo lo creado. Y le suplica que le conceda esta sabiduría para poder comprender la voluntad de Dios y serle totalmente grato. La sabiduría, en el banquete preparado a los discípulos ("venid y comed mi pan y bebed mi vino que he mezclado"; Prov 9,1-6), les comunica conocimiento experimental, inteligencia y profecía.
Todo ello actúa ya en los discípulos escuchándolo. Salomón invita a sus interlocutores a que antepongan la sabiduría a cualquier valor terrenal, porque únicamente ella, por ser madre de todos los bienes, puede colmar al hombre en plenitud.
En la 2ª parte (vv.13-17), en que se pide la fuerza para comunicar la sabiduría, aparece la vocación misionera y testimonial del judío creyente. El autor rompe con la resistencia de la mayoría, que se niega a que los paganos participen de la salvación y de la amistad con Dios que concede la sabiduría "a través de las generaciones" (v.27).
El NT reunirá y ampliará muchos aspectos de estas reflexiones. La sabiduría aumenta el conocimiento recibido en la fe, otorga una inteligencia más profunda del acontecimiento de la salvación, de la voluntad divina y de las obligaciones morales que de ella derivan. Escrito está maravillosamente por San Pablo:
"Por esta razón nosotros, desde el momento que nos enteramos, oramos por vosotros sin cesar, y pedimos a Dios que os dé pleno conocimiento de su designio, con todo el saber e inteligencia que procura el Espíritu. Así viviréis como el Señor se merece, agradándole en todo y dando fruto creciente en toda buena actividad, gracias al conocimiento de Dios" (Col 1, 9).
Dicha sabiduría no es una especulación veleidosa, sino que está unida a la madurez moral. El creyente sólo puede ser doctor si se ha hecho doctus, y su sabiduría no procede de la carne (2Cor 1, 12) sino de Dios.
Frederic Raurell
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Salomón I de Israel, el modélico rey de Israel, reconoce hoy humildemente su condición de hombre mortal, hijo de la tierra, rodeado de llantos y angustias como la humanidad entera. La realeza, el poder sobre los súbditos, la suntuosidad del palacio, el cetro y el trono, el oro, la plata y las piedras preciosas no son más que arena y barro en comparación con la sabiduría de Dios. Por eso, dice Salomón, "supliqué y se me concedió la prudencia. Invoqué al Señor y vino a mí el espíritu de sabiduría" (v.7).
Salomón no es sabio por descender del linaje de David su padre, sino que ha obtenido la sabiduría como fruto de una plegaria suplicante, y como don gratuito de Dios. La ha preferido a cetros y tronos y, en comparación con ella, ha tenido por nada la riqueza.
Esa es la opción radical que la sabiduría recomienda a los gobernantes, pero qué pocos (por no decir ninguno) llegan a tomar, ya que supone invertir las categorías mentales y las opciones prácticas: "La aprendí sin malicia, la reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas; porque es un tesoro inagotable para los hombres; los que la adquieren se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda" (vv.13-14).
El elogio de la sabiduría, mediante el encadenamiento de 21 atributos, nos describe las cualidades personales y el dinamismo del Espíritu de Dios: su polivalencia y unidad, su sutileza y presencia creadora, así como su santificación del espíritu del hombre (del que es amigo y compañero).
La sabiduría aparece unas veces como el espíritu de Dios (inteligente y santo), que entra en las personas buenas de cada generación y genera profetas de Dios. Mientras que otras veces se presenta como imagen de la bondad de Dios, como reflejo de la luz eterna y espejo nítido de la actividad de Dios. Se trata de imágenes que el NT emplearán para describir la igualdad de naturaleza del Hijo con el Padre: "Reflejo de su gloria, impronta de su ser" (Hb 1, 3), e "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15).
La revelación del Padre (manifestada por el Hijo) y la experiencia del Espíritu (derramado por él sobre la Iglesia) contribuyeron a precisar estas 2 características fundamentales de la sabiduría, que más tarde cristalizaron en una doble identificación de la sabiduría como Espíritu Santo (Ireneo) o como Hijo de Dios (Orígenes).
La sabiduría penetra hasta el fondo de la persona, y le manifiesta el plan de Dios escondido desde siempre. Mora en la persona y le comunica la experiencia de un orden nuevo, así como la vida que Dios ha decidido comunicar a los hombres, para hacerlos hijos suyos.
Josep Rius
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El autor del libro de la Sabiduría enumera hoy 21 cualidades de la sabiduría: espíritu, inteligente, santa, única, múltiple, sutil, ágil, penetrante, pura, sincera, amable... amiga de los hombres y apacible". Este elogio es como un elogio de Dios. Poco tiempo antes de Jesucristo se tiene una especie de anuncio o indicio. Jesús es la Sabiduría de Dios, y en él la sabiduría de Dios, descrita aquí, se encarnó verdaderamente.
Tras lo cual, describe el sabio que "la movilidad de la sabiduría supera todo movimiento. Todo lo atraviesa y penetra". Se trata de una visión sorprendente: Dios presente en todos y en todas partes, pero penetrando todos los seres, animando todo lo que se mueve y todo lo que vive.
Es preciso dejarse captar por esta visión, porque la sabiduría "es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, el reflejo de la gloria eterna, el espejo sin mancha de la actividad de Dios, la imagen de su bondad". Todo lo cual puede aplicarse directamente a Jesús.
Realmente, en un último esfuerzo de explicitación, el AT maduró hacia el final de su composición, como para atreverse a afirmar el misterio de la Trinidad: unas personas divinas, distintas y unidas. Efectivamente, muchos textos del NT no harán más que repetir estas palabras de hoy, para aplicarlas al Verbo encarnado (Hb 1,3; Jn 1,9; Col 1,15).
De hecho, en estas imágenes se tiene la idea de una actividad de Dios en el hombre. Hay que reconsiderar cada palabra empleada (emanación, reflejo, espejo, imagen...), porque en todas ellas estamos ante una realidad que "viene de un Ser" (del que es distinto) y que, a la vez, "depende de este Ser" (en el que encuentra su origen).
La sabiduría, continúa diciendo el texto de hoy, "es única y lo puede todo. Y sin salir de sí misma, renueva todas las cosas". La sabiduría de Dios trabaja en el corazón del hombre, de todo hombre. ¡Cuán bueno es, Señor, que nos repitas esto!
Uno de los esfuerzos de la oración debería penetrar en nuestro interior para revisar nuestra vida desde esa nueva mirada. Descubrir a Dios obrando. Señor, ¿qué estás obrando ahora? ¿Qué estás renovando en tal persona? ¿En qué podría yo ayudarte, Señor, o unirme a tu trabajo en el corazón de aquellos que me rodean?
Con frecuencia no vemos más que los pequeños aspectos de las personas y de las situaciones. Y mientras tanto, se está desarrollando un misterio grandioso y divino: "En todas las edades, entrando en las almas santas, la sabiduría forma en ellas amigos de Dios y profetas". Ninguna religión se ha atrevido, hasta este punto, a concebir que la trascendencia divina podría transmitirse al mismo corazón del hombre. Una centella divina en el hombre, que hace del hombre el amigo de Dios.
Alude a continuación el texto a la presencia bienhechora y activa de la sabiduría, de la que el sol no es más que un pálido símbolo: "La sabiduría es más hermosa que el sol, y se despliega de un confín al otro del universo, y gobierna todas las cosas". Nuestro sol, el que, sin embargo, hace crecer y anima todo viviente. Dios sabio, ayúdanos a dejarnos animar por ti.
Noel Quesson
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El magnífico Himno a la Sabiduría que nos recoge la 1ª lectura constituye, sin duda, la mejor descripción que se puede encontrar en toda la Biblia del Espíritu Santo, y de su magnífica obra en los creyentes, de su sutileza e invulnerabilidad, de su capacidad de vivificar, y entrar en todas partes.
La 3ª persona de la Santísima Trinidad es definida como el Amor hecho persona, y la reciprocidad del amor entre el Padre y el Hijo que ha sido comunicado a los hombres, que escapa siempre de los intentos del hombre por atraparle o definirle.
El Espíritu Santo es la luz que no podemos ver, pero que nos hace ver. Es simple y puro, no se refiere nunca a sí mismo, y es puro amor que nos proyecta siempre hacia Jesús o hacia el Padre.
Él es el protagonista oculto de toda nuestra vida cristiana, se nos ha dado en el bautismo y se acomoda a nuestro estilo y a nuestros tiempos, para hacernos crecer y ayudarnos a seguir a Jesús. Él es el maestro interior, cuya voz sutil es preciso aprender a discernir entre todos los ruidos que habitan en nuestra conciencia.
Tendríamos que aprender a reconocer los signos de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Cada vez que hemos sentido un impulso a hacer el bien, o a realizar un acto de caridad, o a entrar en una Iglesia para rezar un poco, o a pedir perdón cuando hemos hecho algo negativo, o a restablecer la comunión cuando nos hemos enfadado... detrás estaba la sugerencia del Espíritu, que como la voz de la conciencia atraía suavemente hacia el bien.
El problema es que sólo el amor comprende al Amor, y sólo si nos ponemos en esa actitud de olvido de nosotros mismos, y de desprendimiento de nuestras exigencias, aprenderemos a volvemos sensibles a las llamadas del Espíritu. Muchas veces nos damos cuenta que hemos perdido una magnífica ocasión para hacer el bien, y que éste se nos ha pasado, por falta de atención, y por no estar atentos a la voz del Espíritu.
Tendríamos que aprender a establecer y hacer crecer tener una relación personal con esta 3ª Persona de la Santísima Trinidad, que no sólo nos acompaña desde nuestro bautismo, y no sólo nos busca para ayudarnos a crecer en Cristo, sino que llevará nuestra alma al Padre y nos resucitará en el último día.
Carlos García
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Hoy leemos un magnífico Himno a la Sabiduría, en que el autor acumula una letanía de alabanzas (exactamente 21), cosa que los entendidos en ciencias bíblicas afirman que no es casual (pues es el producto de 3 x 7), sino que indica plenitud y perfección.
Llama la atención que diga que la sabiduría es "efluvio del poder divino", "reflejo de la luz eterna", "espejo de la actividad de Dios", "imagen de su bondad", "emanación de la gloria de Dios". Como se ve, la sabiduría se va personificando cada vez más. Ya se notaba esto mismo en el libro de los Proverbios y el Eclesiástico, pero aquí todavía más, subrayando su carácter divino. Se está preparando la venida de Jesús, la Palabra viviente de Dios.
Nosotros no podemos leer este hermoso elogio de la sabiduría sin pensar en Cristo Jesús, no sólo el Maestro que Dios nos ha enviado, sino la Palabra misma, hecha persona: "la Palabra se hizo hombre". Él es la Sabiduría en persona.
Pero a la vez tenemos que preguntarnos si, teniendo más luces que los creyentes del AT, estamos asimilando de hecho esta sabiduría de Dios. Cuando escuchamos la palabra de Dios en las lecturas bíblicas, ¿vamos identificando nuestra mentalidad con la de Dios, vemos las cosas con sus mismos ojos? Cristo nos enseñó una jerarquía de valores, una lista de bienaventuranzas. Se trata de que vayamos mirándonos a su espejo para ir actuando como él.
La sabiduría es el mejor don que podemos apetecer. Una sabiduría que no sólo es sentido común y sensatez humana (que no es poco), sino también luz que impregna nuestra visión de las cosas y de los acontecimientos, viéndolo todo desde Dios. Hay personas sencillas que pueden tener esta sabiduría, mientras que nosotros, que tal vez nos afanamos de tantos conocimientos y talentos, somos sabios para otras cosas, pero no para las de Dios.
El salmo responsorial de hoy nos vuelve al recto camino: "Tu palabra, Señor, es eterna, y más estable que el cielo; la explicación de tus palabras ilumina y da inteligencia a los ignorantes; enséñame tus leyes".
José Aldazábal
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Escuchamos hoy en la 1ª lectura el Canto a la Sabiduría, que nos sirve para valorar el gran don de la inteligencia, de la prudencia, del discernimiento, del sentido común... por el que hemos de gobernarnos responsablemente. Poseerlo cada uno, y tratar de que lo posean los demás, es misión de toda persona que viva en dignidad y honor.
Esta afirmación rotunda coloca a tal altura el reinado de la sabiduría, que se parece a una paloma hermosa que se nos va de las manos. Y es que la auténtica sabiduría, como se repite en el pasaje de hoy, equivale al "obrar perfecto", con criterios de virtud que no toleran sombras de manipulaciones, injusticias, egoísmos, actitudes fratricidas, guerras o hambres.
Por otro lado, verdadero sabio es el santo, el amigo de Dios y de los hombres, el que no duda en sus certezas de que es hijo de Dios y hermano de los hombres. Tras lo cual obra en consecuencia, sean unas u otras las circunstancias de su vida.
Es revelador de su grandeza poder decir del hombre que posee dentro de sí el reino del Dios de la sabiduría, de la verdad, de la justicia, del amor, como perla maravillosa de mil caras, de inmensa gracia, destellos deslumbrantes que brillan al interior de cada uno para que haga el bien a la luz pública.
Tal vez no pueden decirse cosas más bellas acerca de la sabiduría, eligiéndola muy por encima de todo. Ella es "luz de luz". Quien la contemple estará contemplando al mismo Dios. Ella no hace sino lo que le ve hacer a Dios. Ya sólo faltó que, en el tiempo en que se escribió este libro, se nos revelara lo que en la Nueva Alianza se nos dirá en el evangelio de Juan: "Y el Verbo era Dios".
Así, Aquel que ha sido engendrado desde la eternidad por el Padre Dios, no sólo se encarnó y puso su morada entre nosotros, sino que, en una alianza más fuerte y más íntima que el mismo matrimonio humano, habita en nosotros, y nos hace ser y actuar conforme a la imagen del mismo Hijo de Dios. Por eso, quienes hemos aceptado esa Alianza nueva y eterna con el Señor, debemos ser tan santos y tan puros como él.
Dominicos de Madrid
Act:
13/11/25
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E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A
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