10 de Noviembre

Lunes XXXII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 noviembre 2025

Sab 1, 1-7

         El libro de la Sabiduría, escrito originariamente en griego y en ambiente alejandrino, fue escrito posiblemente hacia el s. IV a.C. El libro se dirige a todos los reyes y gobernantes del mundo, a los que quiere comunicar la sabiduría para que aprendan a implantar la justicia y a instaurar el reino de Dios entre los hombres (Sb 1,1-4.9.21).

         Salomón I de Israel (s. X a.C), en cuya boca se pone el libro, es el modelo de rey. Se trata de un hombre como los demás, mortal y nacido de hombre y mujer (Sb 7, 1-6). Pero un hombre que suplicó a Dios y le fue otorgada la prudencia; lo invocó y obtuvo el espíritu de sabiduría (Sb 7, 7).

         Pero el libro de la Sabiduría no es un tratado de prudencia para los gobernantes. La sabiduría es el mismo espíritu de santidad que procede de Dios, que penetra todo y da consistencia al universo: "Porque el espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido" (Sb 1, 7). Es, sobre todo, un espíritu amigo y compañero del hombre. Y por eso los sabios, "los que aman la justicia", someterán pueblos (Sb 3,8; 5,15) y salvarán el mundo (Sb 6, 24).

         Según esto, el libro, aunque dirigido expresamente a los reyes y gobernantes, quiere interpelar a todo hombre que se siente llamado a ser ministro del reino de Dios (Sb 6, 4) y a colaborar en el establecimiento y consolidación del reinado universal de Dios sobre toda la humanidad.

         Ahora bien, nos dice el texto de hoy que para gobernar de acuerdo con los designios divinos se requiere la sabiduría, que penetra la intimidad de Dios y revela sus planes a los sabios. Pues la sabiduría no puede adquirirse sin la justicia: "Amad la justicia los que regís la tierra; pensad correctamente en el Señor y buscadlo con corazón entero" (v.1). El Señor sólo se da a conocer, mediante su sabiduría, a los sencillos, a los que no exigen pruebas ni desconfían de él.

         La sabiduría de Dios sólo puede penetrar en los corazones transparentes, y de ahí que huya de la falsedad, de la maldad y de las malas lenguas: "Dios penetra sus entrañas, vigila puntualmente su corazón y escucha lo que dice su lengua" (v.6). La sabiduría lo conoce todo, lo escruta todo, lo penetra todo y nada se le escapa; es "el espíritu educador y santo" (v.5).

Josep Rius

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         Durante toda la semana leeremos el libro de la Sabiduría, compuesto por un judío de Alejandría hacia el s. IV a.C. Alejandría, entonces la capital de Egipto, estaba situada a orillas del Mediterráneo, en la desembocadura del delta del Nilo. Era también la capital de la corriente cultural helenista, una civilización prestigiosa con unas escuelas filosóficas y literarias en pleno apogeo, en floración de cultos mistéricos que atraían a las multitudes.

         La cultura griega, con su humanismo refinado, atraía también a las élites judías dispersas de la diáspora, minoritarias en ese gran contexto pagano dominante. El autor del libro de la Sabiduría, influido por el pensamiento griego (cuya cultura ha asimilado), expresa en una nueva forma su fe tradicional. Ayuda a los hombres de nuestro tiempo, Señor, a hacer ese mismo esfuerzo.

         Pues bien, comienza el libro de la Sabiduría diciendo: "Amad la justicia los que juzgáis la tierra; pensad rectamente del Señor y buscadle con sencillez de corazón".

         Por justicia hay que entender el pleno acuerdo de pensamiento y acción con la voluntad divina. Así, el 1º consejo de este sabio es una invitación a "pensar justamente" como Dios, y a "buscar a Dios" en la sencillez del corazón.

         El esfuerzo de la meditación cotidiana va en ese sentido, a condición de que seamos dóciles a la palabra de Dios, y tratemos de ponerla en práctica. Porque "Dios se deja hallar de los que no le tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de él. Mas los pensamientos tortuosos apartan de Dios".

         Cuando el hombre busca a Dios, sigue diciendo el sabio, y Dios encuentra esta disposición en el corazón del hombre, él "se hace el encontradizo" y "se revela". En el fondo, lo que Dios espera de nosotros es la lealtad y la verdad, ya que los pensamientos tortuosos apartan de Dios. Ayúdanos, Señor, a construir la verdad, y a poner en práctica la porción de verdad ya descubierta.

         ¿Y cuál es hoy para mí esta correspondencia a Dios, esta conversión que él espera? Porque "el Espíritu Santo, nuestro educador, huye de la mentira, se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la injusticia".

         Como se ve, estamos ya muy cerca de la doctrina del NT, a la hora de hablar del Espíritu de Dios como educador del espíritu del hombre, y de la luz divina iluminando y animando la inteligencia humana. Todo ello se realizará en plenitud en Jesús, el hombre que comulgará totalmente con la voluntad de Dios.

         En contrapartida, existe también ese riesgo terrible: la capacidad del hombre de hacer que se retire el Espíritu Santo, o rechazar el Espíritu de Dios de forma absurda y necia. Haznos inteligentes, Señor, y ayuda el esfuerzo de todos los educadores, que se han consagrado al avance de la verdad, con tu Espíritu Santo.

         La fe no ha de huir ante el mundo científico de hoy, porque el Espíritu Santo ilumina la inteligencia (y se aleja de la necedad): "La sabiduría es un espíritu que ama al hombre, pues el Espíritu del Señor llena el universo, y él, que lo envuelve todo, sabe todo lo que se dice". Se trata del texto del Introito de la fiesta de Pentecostés. Es el Espíritu de Dios quien realiza la cohesión del universo.

Noel Quesson

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         Nos encontramos hoy con un maravilloso texto del libro de la Sabiduría, que nos presenta a la sabiduría de Dios como personificada en una joven hermosa, que solicita a su amante un encuentro feliz, y que "fácilmente la ven los que la aman, y la encuentran los que la buscan".

         No se comporta como una mujer esquiva, que te hace desaires. Sino al contrario: se hace la encontradiza para los que la aman, para los que la desean y la buscan. El verdadero conocimiento de Dios no es el resultado de una laboriosa operación intelectual, sino que es un don que se ofrece con generosidad, a cuantos se disponen a recibirlo con un corazón abierto.

         El Señor viene como un novio a celebrar su boda, e invita a todos los hombres "anticipándose y dándose a conocer a los que la desean". Pues "quien temprano lo busca no se fatigará, y a su puerta hallará sentada a la sabiduría".

         La sabiduría de Dios madruga más que quienes la desean. Cuando éstos despiertan y empiezan a buscarla, se la encuentran esperando a la puerta, no necesitan andar detrás de ella todo el día. Dios se presenta siempre al hombre que le busca y se anticipa a sus deseos. Desgraciadamente, hay muchos cristianos que ni siquiera son capaces de imaginar que alguien esté "sentado a su puerta", esperando para amarlos.

Maertens-Frisque

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         Las primeras lecturas de esta semana nos recogen textos del libro de la Sabiduría. Con ello nos plantean un problema muy actual, que podremos ir desgranando en sus diversos matices durante los comentarios de esta semana.

         En nuestra sociedad secularizada tenemos muchos más conocimientos que antaño, pero parece que somos menos sabios. Nuestras posibilidades de información se han multiplicado enormemente (internet, whatsap...), pero no por ello sabemos vivir mejor. Es como si los árboles no nos dejasen ver el bosque.

         Y la clave radica en que, demasiado dependientes de nuestra sociedad de consumo, de lo que se puede comprar o vender, tendemos a desentendernos de las realidades profundas, que tienen que ver con el alma, con la vida interior. Y eso porque no podemos adquirirlas en la tienda del barrio. O peor, porque caemos en la trampa perversa de la publicidad, que tiende a asociar dichos bienes del espíritu con la adquisición de determinados bienes de consumo.

         Hoy la Escritura nos avisa que la sabiduría es esquiva para con los marcados por el pecado, o para aquellos que la buscan para dominarla, con razonamientos retorcidos y en beneficio propio. Mientras que, por otro lado, es "amiga de los hombres". No es que esté distante (pues "el Espíritu del señor llena la tierra"), pero es preciso buscarla con corazón entero, con plena confianza y con pureza de intención.

Carlos García

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         Esta semana leemos como 1ª lectura el libro de la Sabiduría, escrito hacia el s. IV a.C. Está dedicado a los judíos de la diáspora, sobre todo a los que vivían en Alejandría (Egipto) y en medio de la cultura helénica, con problemas para mantener su propia identidad de pueblo de la Alianza. Todo el libro es un canto a la sabiduría verdadera, opuesta a la de los impíos (que no tienen la mentalidad de Dios).

         Aun entre los libros sapienciales (Proverbios, Eclesiástico, Qohelet...), éste de la Sabiduría supone un paso adelante en la maduración: la sabiduría aparece cada vez más personificada, y proveniente del mismo Dios. El libro de la Sabiduría está ya muy cercano y prepara el NT.

         Su lenguaje sobre el espíritu y la sabiduría de Dios se asemejan mucho a lo que se nos revelará sobre Cristo Jesús y el Espíritu Santo. También ha llegado, en su gradual maduración, a vislumbrar bastante claramente (más aún que el libro de Daniel o de los Macabeos), la doctrina de la vida futura y del premio y castigo tras la muerte.

         La sabiduría es un don de Dios, es "un espíritu amigo de los hombres". Porque "el espíritu del Señor llena la tierra y da consistencia al universo", "penetrando en su interior".

         Pero esta sabiduría sólo pueden llegar a poseerla los de corazón sencillo, "los que no desconfían" y no tienen "razonamientos retorcidos". Y sólo podrá ser encontrada por "los que la buscan con corazón entero". Sobre todo, "la sabiduría no entra en alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado". Los necios y los deslenguados tampoco sabrán acoger, en sí mismos, esta sabiduría proveniente de Dios.

         Todos necesitamos sabiduría, pero una sabiduría que no sea erudición o cúmulo de conocimientos, sino intuición interior que nos hace ver las cosas con la mirada de Dios. En nuestro mundo nos inundan con su propaganda las más diversas ideologías, que nos llenan de palabras e intentan manipularnos, atrayéndonos a su respectiva verdad. ¿Dónde está la verdad auténtica, la que nos orienta por el recto camino? Los judíos para los que se escribió este libro estaban tentados por la cultura pagana del helenismo.

         Nosotros, por otras parecidas, y necesitamos afianzar nuestra identidad, para no dejarnos contaminar ni perder los valores fundamentales de nuestra fe cristiana. Los cristianos estamos convencidos de que la respuesta de Dios ha sido su Hijo Jesús, el verdadero Maestro. Como Pedro, le decimos: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna".

         Pero también ahora sigue siendo verdad que el pecado está reñido con la lucidez de la sabiduría. Que los que andan por caminos turbios no ven, o no quieren ver, la luz que emana de Dios. Y también que los que tienen un corazón enrevesado y unos razonamientos retorcidos, no llegarán a gustar de esta sabiduría.

         Jesús dio gracias al Padre porque estas cosas las escondió a los que se creían sabios y las reveló a los humildes y sencillos (Lc 10). Todos conocemos personas que no tienen gran cultura, pero sí sabiduría: han llegado a ver la vida desde los ojos de Dios.

         Con el salmo responsorial de hoy podemos pedirlo hoy a Dios: "Señor, tú me sondeas y me conoces, todas mis sendas te son familiares. Guíame, Señor, por el camino recto". Es la única manera de encontrar respuesta a la desorientación que reina en nuestro mundo.

José Aldazábal

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         Comienza hoy el libro de la Sabiduría con un canto a la prudencia, a la sensatez y a la cordura. Con una alabanza a la sublime sabiduría, prudencia y amor de Dios. Y con una llamada a la conciencia humana, para que entre dentro de sí misma.

         Lo mejor que podemos hacer en la meditación de hoy es volver al texto del libro de la Sabiduría, y releerlo pausadamente varias veces con ojos de fe. Después, relacionaremos su mensaje de verdad con nuestra actitud de sabios y entendidos que (presumiendo del poder de la razón, y con juicio pedante) no acertamos a ver la obra de Dios como lo que es: obra de divina creación.

         No puede uno estar al frente del pueblo de Dios con un corazón perverso. Por eso debemos buscar al Señor para conocerlo, para dejarnos instruir por él, y para que su Espíritu guíe nuestros pasos por el camino del bien. Si muchas veces tomamos decisiones equivocadas que no sólo nos afectan a nosotros, sino que destruyen la paz y la justicia, es porque actuamos conforme a nuestro egoísmo, o guiados por nuestras pasiones equivocadas.

         Sólo la sabiduría, que procede de Dios, puede indicarnos el camino que hemos de seguir para que colaboremos en la construcción del reino de Dios. Pero no conforme a nuestras imaginaciones, sino conforme al proyecto del Señor sobre nosotros.

         Por eso hemos de invocar sobre nosotros el Espíritu de Sabiduría, y hemos de ser dóciles a él para que, en verdad, podamos realizar nuestra vida social y personal conforme al plan de Dios: Que todos seamos conforme a la imagen de su Hijo Unigénito.

         ¿Por qué queremos hacer la obra de Dios obra nuestra, de nuestra razón humana creadora, si la debilidad e impotencia nos delata? Gracias, Señor, porque es a los sencillos y de ojos abiertos a los que llega tu luz. Te rogamos que a todos nos la concedas.

Dominicos de Madrid

 Act: 10/11/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A