11 de Noviembre
Martes XXXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 11 noviembre 2025
Sab 2, 23-3, 9
El autor del libro de la Sabiduría escribe su libro en la época en la que los Ptolomeos de Alejandría (sobre todo Ptolomeo IX, o Ptolomeo Sóter II) persiguieron a los judíos, sobre todo por sus particulares costumbres de vida y su rechazo a colaborar con la religión oficial helénica.
Paro vayamos a lo que dice el texto, porque su autor comienza diciendo que "Dios creó al hombre para una existencia imperecedera, a imagen de su misma naturaleza". Tras lo cual, añade: "La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo". Se trata de una admirable expresión, que con ciertos conceptos griegos abstractos ("existencia imperecedera") trata de ofrecer la verdad tradicional del AT, haciendo incluso alusión al relato del Génesis.
Dios creó al hombre para la vida, y no para la muerte. Es decir, que para Dios la muerte no es lo normal, sino un incidente de tránsito, ni previsto ni querido por él. Para aceptar estas palabras, hay que admitir que "la vida humana no se destruye, sino que se transforma", sobre todo por ese momento que llamamos muerte. Ayúdanos, Señor, a creer. Nuestros difuntos están en una "existencia imperecedera".
Nos sigue diciendo el sabio que "la vida de los justos está en la mano de Dios", y que "ningún tormento puede alcanzarles". Es decir, que para los insensatos la muerte consistiría en la destrucción total, mientras que para los justos sería el momento de la paz, independientemente de los premios o castigos sufridos en vida. De hecho, las palabras elegidas por el sabio vienen a hablar no de muertos sino de vivos, que "han partido", "nos han dejado"...
Humanamente hablando, la muerte es una desgracia, y un aniquilamiento de la vida. Sin embargo, insiste el sabio, ellos "están en la paz" y poseen la inmortalidad. Orar con estas fórmulas es admirable, así como una fuente de serenidad para nuestra humanidad.
Continúa diciendo el sabio que "por una corta corrección, los justos recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a prueba y los halló dignos de él". Se comprende con ello que los mártires, o los perseguidos a causa de su fe, puedan hallar en esta certeza, y un estímulo para su modo de morir.
Tras lo cual, concluye el sabio: "Como un sacrificio ofrecido sin reserva, Dios los acogió". El cristiano puede ir a la muerte con confianza en Dios, pues la muerte es un pasaje hacia ese Dios que nos acoge, y no un caer en el vacío y la nada. Si nuestra fe en las palabras divinas estuviese viva, no tendríamos miedo alguno, pues no todo acaba con la muerte, sino que con ella todo empieza o continúa.
En el fondo, lo que nos está proponiendo el autor de la Sabiduría es que vivamos ya en vida en un estado de ofrenda sacrificial a Dios. En este caso, la muerte no sería sino el acto final de esa ofrenda consacratoria a Dios.
Noel Quesson
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El autor del libro de la Sabiduría escribió dicho libro durante la persecución que el pueblo judío sufrió por parte de Ptolomeo IX de Egipto (ca. 88-80 a.C). Y es que los judíos, por sus usos y costumbres, o por su anticonformismo con la sociedad de la época, irritaban a los paganos, y éstos querían acabar con ellos. De ahí la conveniencia de este libro, sobre todo para revelar a los judíos el significado del proceso por el que estaban siendo perseguidos.
La idea de retribución terrestre, que desde hacía tiempo animaba a los antiguos círculos piadosos judíos, no respondía ya a las nuevas condiciones, sobre todo a las surgidas a raíz de la persecución. Y de ahí que el autor se plantee: ¿Cómo un justo, fiel a Dios, puede ver su vida cortada por la sola voluntad de los hombres?
Una doctrina así no podía apaciguar la inquietud de los judíos, los cuales eran conducidos prematuramente a la muerte. Y por eso el autor propone una doctrina nueva, inspirada en el helenismo, según la cual el alma subsiste después de la muerte.
Tal visión no pertenece a la revelación bíblica anterior, e incluso tiene aires de dicotomía y encratismo que un judío no podía admitir. Pero permitió al autor explicar que la muerte no era un final, sino una intervención del diablo (v.24) que no ensombrece para nada el plan de Dios (v.23). Por tanto, no hay por qué inquietarse, porque no se acaba todo con la muerte, y aquel que con todo derecho busque la retribución de sus méritos puede mirar hacia Dios (v.9) para que él le recompense después de la muerte (vv.1-4).
Por consiguiente, todo cambia si la muerte tiene un más allá, y según esto los justos disfrutarán un día de la retribución que esperaron, y ese día los perseguidores se encontrarán con que sus víctimas son ahora sus jueces (vv.7-9).
El fiel puede ir a la muerte, por tanto, con confianza, y ponerse en las manos de Dios. De esta manera, la muerte queda vencida por la misma actitud con que se toma, y que es un medio para afirmar el carácter incorruptible del alma (v.23) y la voluntad del hombre de triunfar sobre Satanás, su autor (v.24). Esta actitud es también una actitud sacrificial (vv.5-6), en la medida en que se transforma en un paso hacia Dios y se convierte en un acto libre y voluntario.
Maertens-Frisque
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Las personas solemos proyectar nuestras categorías mentales sobre las cosas que vamos oyendo, y el uso que la liturgia de difuntos ha hecho de este pasaje, y el filtro de nuestra visión dualista de la vida, han contribuido a fijar una concepción alienante de la salvación prometida por Dios a los justos. En concreto, podríamos decir que se nos ha colado cierta visión estoica de la vida, a forma de pensar que "los padecimientos y las injusticias sufridos en esta vida serán recompensados en la otra".
¿Y qué es lo que habría, entonces, que hacer? Bastaría cambiar la concepción estática (alma) por la dinámica (vida) -única que da razón del texto en el ambiente judeo-alejandrino-, y de ese modo nuestro texto se convertiría en profecía. Oigámosla: "La vida (el alma) de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, pero ellos están en paz" (vv.1-3).
Y es que los justos viven plenamente de la esperanza de la inmortalidad, gracias a que el Justo por excelencia (Jesucristo) ha triunfado sobre la muerte, cuando el Padre lo resucitó de entre los muertos. En la cruz había asumido Jesús, de una vez para siempre, la realeza que Dios, y ese fue el momento propicio en que Dios lo resucitó a él y a muchos de los justos que habían muerto (Mt 27, 52), como señal de una nueva y definitiva intervención de Dios en la historia. Es a lo que apunta el texto de hoy: "A la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden en un cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente" (vv.7-8).
La experiencia personal del Espíritu Santo nos hace sentirnos hijos de Dios y gritar ¡Abba, Padre!, como garantía inequívoca de que la nueva vida obtenida por Jesús brotará también en nuestro ser, en el momento de nuestra muerte. Aparentemente acorralados por una sociedad que todo lo cifra en el triunfo personal, los cristianos enseñamos a los demás a vivir ya una vida inmortal.
Josep Rius
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Los cristianos tenemos la certeza de llegar a donde nos ha precedido Cristo, nuestra Cabeza y principio. Él nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y a seguirlo, para que donde él esté estemos también nosotros. Es decir, que vamos de camino hacia la eternidad.
Ojalá no perdamos de vista esta vocación a la que hemos sido llamados, y nos lancemos en la carrera para "alcanzar la corona de la victoria" de la que hablaba San Pablo. De esa corona en la que, junto con Cristo, somos coherederos.
Cierto que seremos blanco de muchas tentaciones, persecuciones y tribulaciones, que habremos de padecer por haber depositado nuestra fe en Cristo. Sin embargo, no hemos de temer la muerte, pues nuestra vida está en manos de Dios, y si le permanecemos fieles no pereceremos para siempre, sino que será nuestra la vida eterna, que Dios ha reservado para quienes le aman.
José A. Martínez
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Uno de los aspectos en que el libro de la Sabiduría supone un progreso en relación con el resto del AT es su visión sobre la vida futura, sobre ese interrogante sobre la vida y la muerte que tanto preocupa a todos. Antes que nada, aquí se dice que Dios sólo creó la vida ("creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza"), y que el mal, el pecado y la muerte entró después ("por envidia del diablo", según el sabio).
Sea cual sea el origen de la muerte, lo que importa es el más allá después de la misma, y en ese aspecto los justos están destinados a la vida: "La gente insensata pensaba que morían, pero ellos están en paz. La gente pensaba que eran castigados, pero ellos esperaban seguros la inmortalidad".
Esta perspectiva es la que da sentido a nuestra vida y la que nos llena de esperanza, pues la muerte no es una pared con la que chocamos al final de la carrera. Con los ojos humanos, la muerte es un misterio sin sentido, y un fatalismo sin esperanza. Pero desde la perpectiva de la Sabiduría, y desde las últimas páginas del AT, se nos orienta hacia una visión luminosa del más allá.
Los justos "vivirán en Dios", en el amor, en la felicidad. Por eso, aunque hayan sufrido tribulaciones y pruebas, ellos siguen viviendo en la intensidad de lo que esperan: "Sufrieron un poco, pero recibirán grandes favores". Dios los ha probado como se prueba el oro en un crisol, "y los halló dignos de sí''.
La sabiduría humana se contenta con la perspectiva de aquí abajo, y por eso para ella la muerte es considerada una desgracia total. Es lo que recuerda el sabio: "La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia". Pero no es así, por lo menos en los planes de Dios.
Nosotros, con mayores razones que el autor del AT, sabemos que estamos destinados a compartir con Cristo su existencia gloriosa, pues "los que en él confían, conocerán la verdad, y permanecerán con él en el amor". A la hora de celebrar el recuerdo de los hermanos que nos precedieron, los cristianos no elegimos el día en que nacieron, sino que hacemos de su muerte su auténtico dies natalis, como verdadero nacimiento a la vida definitiva.
José Aldazábal
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El fragmento de hoy tomado del libro de la Sabiduría corresponde a una época ya avanzada de la revelación divina. Fijémonos solamente en un detalle, y alegrémonos de lo que nos dice: "Dios creó al hombre incorruptible; le hizo a imagen de su naturaleza". Tras lo cual, se agrega que la muerte "entró por envidia del diablo", y que éste se quedó tan sólo con quienes fueron sus seguidores (hijos de la muerte), pues "los justos no morirán para siempre".
Pero ¿de qué muerte y de qué vida se está hablando aquí? De la muerte que acaba para siempre con la persona, y con ese yo que siente, ama, piensa y espera. ¿Y quiénes van a ella? Los que han vivido como hijos del pecado. ¿Y quiénes van a la vida? Los que han sido hijos de la justicia.
La visión del libro de la Sabiduría es todavía limitada, y según él sólo tendrán vida eterna los justos. Esto sabe todavía a poco, y por eso la revelación de Dios se irá enriqueciendo con la llegada de Jesucristo, y todo lo que nos dirá sobre los que serán bienaventurados en la vida eterna.
La muerte es un hecho innegable, y nadie puede sustraerse a ella. Pero hay dos modos de enfrentarse a ella: en condición de pecado no purificado (como enemigos del Creador) y en condición de gracia y perdón (de misericordia y esperanza filial). Sea ésta nuestra actitud y esperanza.
Dominicos de Madrid
Act:
11/11/25
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ordinario
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A
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