4 de Noviembre

Martes XXXI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 4 noviembre 2025

Rm 12, 5-16

         Terminada la exposición doctrinal, pasa Pablo a explicar hoy a los romanos sus aplicaciones prácticas de orden moral, tratando de sacar conclusiones concretas. ¿Cómo viviremos, pues, tras haber comprendido mejor el designio de Dios?

         Lo responde Pablo: "Todos nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno un miembro y parte de los otros".

         Es decir, que la 1ª consecuencia concreta es la unidad de la comunidad cristiana. Los primeros cristianos venían de ambientes muy diferentes, con usos y costumbres diametralmente opuestos los unos a los otros. Y el peligro de cisma, de escisión, o de secta, estaba siempre amenazante.

         San Pablo empieza aportando, por tanto, el principio de la unidad, que es el "cuerpo único que formamos". La frase es casi intraducible, pues en el original griego dice exactamente "oi polloi en soma esmen", que traducido al castellano literal vendría a decir "los muchos, un cuerpo somos".

         La unidad de la Iglesia queda así establecida en su más profundo nivel, viniendo a decir que aquel a quien no acepto, o aquel que me pone los nervios de punta, o aquel que tiene opiniones enteramente opuestas a las mías... ¡es un miembro de mí mismo! En definitiva, que somos miembros los unos de los otros.

         Tras este 1º principio de unidad, pasa Pablo a explicar el 2º de sus principios prácticos: que "según la gracia de Dios, todos hemos recibido dones diferentes". Es decir, que no nos parecemos, y ¡tanto mejor!, porque así es como Dios lo ha querido, y si lo ha querido es porque es un don de Dios, aunque en conjunto no nos guste. Las diferencias entre nosotros no suele ser algo agradable, y realmente las cosas serían mucho más fáciles si todo el mundo se pareciese a mí y pensara como yo. Pero eso es lo que Dios quiere.

         ¿Y cuáles son esos dones divinos de los que habla Pablo? El de profecía, de servicio, de enseñar, de animar, de dirigir, de abnegación... Pablo insiste en todos ellos, pero sin ningún orgullo porque lo recibido no es para uno mismo, sino para el bien de la Iglesia.

         Concédeme, Señor, no humillar los dones de los demás, ni humillar a los demás con mis propios dones, sino ponerlo todo al servicio del conjunto. Ayúdanos, Señor, a descubrir y a valorar los dones de los demás, a ayudarlos a desplegar su personalidad, a ocupar su lugar en la Iglesia. Dediquemos un rato a descubrir los dones de los que me rodean, y habremos hecho una buena oración.

         Para terminar, concluye Pablo con una exortación final: "Manteneos unidos los unos a los otros, con afecto fraterno. Sed respetuosos, rivalizando en la estima mutua. No frenéis el empuje de vuestra generosidad. Dejad surgir el Espíritu, en las tribulaciones, sed enteros, bendecid a los que os persiguen, alegraos con los que se alegran y llorad con los que lloran...

         Es decir, adaptarse a los sentimientos de los demás, cultivando las relaciones interpersonales y el propio crecimiento personal de cada uno. Ésa es la receta práctica de Pablo, pues las cosas no se arreglan en seguida, y ante las altas consideraciones doctrinales hace falta consejos sencillos y concretos para llevarlo todo a la práctica.

Noel Quesson

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         La Iglesia forma un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Y en ese cuerpo cada uno tiene su propia función, y ha de saber cumplirla por el bien de todos. No podemos convertirnos en miembros inútiles, que sólo se alimentan de la vida divina y que luego se quedan paralizados cuando les toca ponerse al servicio de los demás, conforme a la gracia recibida.

         Efectivamente, no todos tenemos la misma función en la Iglesia, pues unos tienen el don de servicio, otros el de enseñanza, otros el de exhortación, otros el de presidir a la comunidad... Eso sí, todos tenemos un don común, que es el de atender con alegría y fraternidad a los demás. Es decir, que para cumplir con amor lo que nos corresponde hemos de colaborar para que la Iglesia sea un signo vivo y actuante del amor de Dios en todos los tiempos y lugares.

         Preocupémonos de ser ese signo del amor fraternal de Cristo y seamos motivo de bendición para todos, pues Dios no nos maldijo el mundo sino que lo bendijo con todo tipo de signos. Vivamos unidos por un mismo Espíritu, desterrando de nosotros toda división y rivalidad. Así, viviendo en comunión fraterna por nuestra unión con Cristo, y participando del mismo Espíritu, seremos colaboradores eficaces en la construcción del reino de Dios en medio del mundo, conforme a la gracia recibida.

José A. Martínez

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         Pablo ha terminado ya de exponer a los romanos el tema del destino de Israel, su parte más teológica de su Carta a los Romanos. Ahora, a partir del cap. 12, se fija en algunos aspectos más prácticos de la vida comunitaria eclesial.

         Sobre todo, es a Pablo la unidad lo que le preocupa, porque la Iglesia es como un cuerpo orgánicamente unido y diversificado en sus miembros, y en ese cuerpo cada miembro tiene sus dones particulares ( predicación, servicio, enseñanza, distribución, presidencia...).

         ¿Y cómo puede funcionar orgánicamente todo eso? Mediante el ejercicio personal en bien del único cuerpo. Como explica el propio apóstol, "tomos somo un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros".

         Para que vaya bien la vida interna de la Iglesia, hace Pablo una enumeración de actitudes, a la vez sencillas y difíciles: caridad, cariño, diligencia en el trabajo, esperanza alegre, firmeza, acogida y hospitalidad, solidaridad con los que ríen y con los que lloran, humildad... ¡Vaya programa de vida comunitaria, el que se nos sigue proponiendo también a nosotros el apóstol Pablo, 2.000 años después!

         La imagen del cuerpo humano, diverso y uno, es una de las preferidas de Pablo para describir cómo debe ser la Iglesia de Jesús. A sí que no valen ya las excusas de que han cambiado las circunstancias sociales, porque el cuerpo de Cristo ha de ser el mismo en todas las épocas.

         Para que este cuerpo de Cristo pueda seguir siendo eficaz en cada época, lo que hemos de hacer los cristianos es apoyarnos los unos en los otros, como los miembros de un cuerpo que trabajan para el bien del conjunto. Cada uno con lo que pueda, porque aunque no todos presidan, ni enseñen, ni estén encargados de la administración, sí que todos pueden aportar su granito de arena, y construir así a la unidad eclesial.

         Habrán cambiado muchas cosas desde aquel s. I, pero sigue siendo muy actual que nos digan que "nuestra caridad no sea una farsa", que seamos "cariñosos unos con otros, como buenos hermanos", que nos mantengamos "firmes en la tribulación" y "asiduos en la oración", que "riamos con los que ríen y lloremos con los que lloran", que respetemos y amemos a todos, y que colaboremos sinceramente en la tarea común.

         En la base de toda esta fraternidad, Pablo nos urge a que no nos busquemos a nosotros mismos ( "no tengáis grandes pretensiones"), sino que nos pongamos al servicio de los demás ("poneos al nivel de la gente humilde"). Es lo que el salmo responsorial de hoy nos hace decir: "Guarda mi alma en la paz, Señor. Mi corazón no es ambicioso, ni pretendo grandezas que superan mi capacidad". Esta humildad nos ahorrará disgustos, y nos pondrá en la debida actitud en la presencia de Dios.

José Aldazábal

 Act: 04/11/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A