31 de Enero

Miércoles IV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 31 enero 2024

a) 2 Sam 24, 2.9-17

         Hacia el final de su reinado, el rey David se enorgullece ante la obra de unificación que ha llevado a cabo sobre Israel, se siente en la cumbre de su gloria (tras haber partido de cero) y ahora quiere saber el número de sus súbditos, ordenando a sus ministros: "Haced el censo del pueblo, para que yo sepa la cifra de la población".

         Como se ve, David se considera ya un rey ordinario más, y según esa mentalidad organiza un censo poblacional porque confía plenamente en sus propias fuerzas humanas, y deja de apoyarse ya en la providencia de Dios. Y de ahí su pecado.

         También nosotros sentimos a menudo esa necesidad de seguridad, y quisiéramos poder contar con nuestros propios medios humanos. Esto es natural, pero sabemos muy bien que Jesús nos ha lanzado a una aventura dependiente de la voluntad de Dios, pues "el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que la pierda por mí la ganará".

         Además, "el Hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza", y "si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo". Todas estas fórmulas son invitaciones a cortar amarras y partir al futuro con una total confianza... en Dios, sin cálculos humanos y sin hacer censos.

         "He cometido un gran pecado", reconoce David, pues efectivamente había hecho cuentas y había querido cuantificar las cosas de Dios. Una vez más, la grandeza de David saber reconocer sus faltas, y ponerse por encima de éstas. Él es pecador, como todos los hombres, pero también lúcido y leal. Concédenos, Señor, esa delicadeza de conciencia, para que sepamos confesar enseguida nuestros errores.

         El profeta Gad propuso entonces a David, en expiación, que eligiera entre 3 castigos posibles ("tres años de hambre, tres años de persecución o tres días de peste"). ¿Qué aspecto de la virtud de la penitencia es más habitual en mi vida: la de veracidad, la de transparencia, la de generosidad?

         En general, las personas nos solemos quedar con la mentalidad más primitiva, la de expiar para compensar el pecado y restablecer la balanza. En el caso de David, lo notable no es lo que él elige, sino el motivo de su elección: la misericordia de Dios. De ahí que delibere: "Estoy en grande angustia. Pero caiga yo... porque es grande la misericordia del Señor".

         Es decir, David implora al Señor para que el castigo recaiga sobre él, y quede a salvo el pueblo. Como él mismo dice: "Fui yo fui quien pequé, y éstos ¿qué mal han hecho?".

         Aquí encontramos ya una de las argumentaciones que ofrecerá San Pablo en su Carta a los Romanos: la generosidad, diciendo que "la falta de uno es causa de la desgracia de todos, así como la obediencia de uno basta para detener la plaga al resto".

         ¿Tengo yo tendencia a salir adelante por mí mismo, reparando mis propias faltas y olvidando la generosidad? ¿Me aparto, quizás, de los males que afligen a mis hermanos, buscando mis equilibrios e integridad? ¿O bien acepto compartir los riesgos?

         David "compró la era de Arauná el Jebuseo, y allí levantó un altar para el sacrificio". Así termina el libro II de Samuel y la historia de David. Dios ha perdonado, David es agradecido, y compra el terreno donde se levantará pronto el Templo de Jerusalén: una era para la trilla del trigo.

Noel Quesson

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         La dramática y aleccionadora historia de la sucesión de David no se acaba con el cap. 20 del libro II de Samuel, sino que continúa con el libro I de Reyes (1Re 1-2). No obstante, al final de Samuel II se interrumpe el hilo de la narración, y se intercalan a forma de apéndice 6 documentos o relatos heterogéneos relativos al reinado de David. Uno de ellos es el del censo de la población, que hoy leemos.

         El lector moderno, acostumbrado al uso de las estadísticas y de las encuestas, tanto en el campo civil como en el religioso, no acaba de ver que este censo pueda constituir un pecado, y que sea castigado tan duramente. Tanto más que, si hay que interpretar al pie de la letra el v. 1 precedente de hoy ("volvió a encolerizarse Dios contra Israel, impulsando a David a que hiciera el censo de Israel y de Judá"), parece que la iniciativa partía del mismo Dios.

         Ya sabemos que es usual en los autores bíblicos poner a Dios como causa 1ª de muchas cosas que ocurren, e incluso de cosas que él no ha querido, o ha prohibido previamente y hasta castigado. En todos estos casos, habría que entender que, como castigo a los humanos, permite Dios que éstos hagan algo malo, o que repercutirá en daño suyo.

         En este caso, emprender el censo implicaba una actitud de orgullo del rey David ante Dios, que para Israel era el único que podía llevar el registro de cuantos habían de nacer o morir. Al menos, ésta es la motivación que se busca para la gran peste que va a afligir al pueblo. La versión paralela y posterior, que relatará el libro I de Crónicas (1Cr 21, 1-5), simplificará las cosas, al reemplazar la sugestión divina por la de Satanás.

         Otra dificultad que surge aquí es: ¿Cómo puede Dios hacer pagar al pueblo un pecado del rey? La respuesta habría que encontrarla en el sentido de solidaridad colectiva de Israel, de todos los miembros del pueblo escogido entre sí y con su caudillo. El pueblo se beneficiaba de la plegaria y de los sacrificios ofrecidos por el rey, y sufría las consecuencias de sus pecados. Y a la inversa, el pueblo oraba por el rey, y la infidelidad colectiva arrastraría a la caída del reino.

         De hecho, recordemos lo que dijo San Pablo de Jesucristo, el nuevo Adán: "Si por la trasgresión de uno solo reinó la muerte, la gracia y la justicia reinarán en todos por obra de uno solo" (Rm 5).

         Los resultados del censo de David (v.9) son evidentemente hinchados, y aún más lo son más en 1 Cr 21. Lo cual nos puede dar pistas sobre el objetivo que se propuso David con tal censo: no tanto conocer el número de sus súbditos, sino como pura publicidad triunfalista. No es ésa la intención que han de tener las estadísticas eclesiales, pues el buen pastor no cuenta vanidosamente las 99 ovejas que tiene en el aprisco, sino angustiadamente la que falta en él. Y sale a buscarla.

Hilari Raguer

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         Así como por el delito de un solo hombre (Adán) la condenación alcanzó a todos los hombres, así también la fidelidad de uno solo (Jesucristo) otorgó una fuente de salvación y de vida para todos los hombres. Es lo que explicará siglos más tarde San Pablo, aludiendo a la falta de un rey David que hoy confiesa: "Fui yo quien pequé, y yo cometí el mal. Así que estas ovejas, ¿qué han hecho?".

         El problema de quien ha sido puesto al frente de su pueblo es que Dios lo ha constituido en cabeza de su pueblo, y por eso no puede considerar su actuar al margen del pueblo que le ha sido confiado.

         David, escogido por Dios para gobernar al pueblo de Israel, debería confiar sólo en Dios y no en la fuerza de los hombres. Y al hacer el censo poblacional, lo que está manifestando es que quiere estar seguro de poder enfrentar por sí mismo alguna contingencia, algún ataque o alguna trama de sus enemigos contra su pueblo.

         Muchos pastores en la Iglesia pueden caer en la misma tentación, al pensar que podrán llevar adelante su tarea a través de los recursos humanos, o planificando bien las cosas a través de un censo de las fuerzas vivas de la Iglesia.

         No está mal avenirse con todos estos recursos, pero hemos de saber que, finalmente, es el evangelio el que santifica y salva, y que el pastor no tiene ninguna fuerza de influencia sobre su pueblo, sino tan sólo Dios. En éste es en quien hemos de poner la confianza, y la suficiente apertura para escucharle y dejarnos guiar.

José A. Martínez

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         Hoy en día resulta difícil entender por qué puede ser considerada una falta grave el realizar el censo de una nación, e incluso nos parece una medida acertada de política social, tan acostumbrados como estamos a las estadísticas y los censos. Pero la Biblia del s. X a.C lo interpreta como un pecado, y lo señala como culpable de una epidemia de peste que asoló al pueblo de Israel.

         El mismo rey David, nada más terminar el censo, tiene que reconocer: "He cometido un grave error". Seguramente porque la medida había sido tomada como un signo de orgullo, o incluso de independencia con respecto a Dios (que era el verdadero rey de Israel), o como excesiva confianza en los medios humanos.

         Ya el profeta Samuel, cuando en principio se oponía a nombrar un rey, anunciaba que la monarquía mal entendida iba a llevar a una negación práctica de Dios. Además, existía el peligro de absolutización y tiranía por parte del rey, o incluso la hipótesis de la jactancia, respecto del número de los guerreros y las riquezas humanas, poniendo así ambos pies en el despotismo y el orgullo.

         David se da cuenta de ello, y por eso pide perdón a Dios, como expresa muy bien el salmo responsorial de hoy. Además, asume toda la culpa, y pide a Dios que le castigue a él y no al pueblo.

         En nuestra vida podemos caer en el pecado de la autosuficiencia, poniendo una excesiva confianza en los medios económicos, estructurales, organizativos o ideológicos. Y si los reyes de Israel tenían que considerarse como representantes de Dios, y poner tan sólo en él su confianza, mucho más nosotros. Ya nos lo dijo Cristo: "Sin mí no podéis hacer nada". Muchos de nuestros desengaños y frustraciones vienen de poner nuestra confianza en los medios humanos, que luego nos fallan estrepitosamente.

         Los problemas técnicos y políticos tienen soluciones técnicas, y un censo bien hecho no es interpretado hoy como desconfianza hacia Dios. Ni tampoco está mal poner los mejores medios al servicio de la evangelización. Pero esto puede llevarnos a una cierta desacralización, cuando lo que se copia no es tanto las técnicas, sino los criterios y la mentalidad mundana.

         Una copia de los criterios humanos sería no contar con el Espíritu de Dios para la misión de la Iglesia, sino con nuestros propios dones y técnicas. Jesús nos enseñó a ir por el mundo sin demasiados cálculos, sin demasiadas túnicas ni dineros de repuesto. Y nos lo enseñó él, que "no tenía dónde reclinar la cabeza". No son las fuerzas humanas las que dan eficacia a nuestro trabajo, sino que es Dios.

José Aldazábal

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         Tres cosas sorprenden a nuestra mentalidad en la 1ª lectura de hoy: la fantasía en el resultado de un censo, a la hora de saber con qué soldados cuenta Israel; el remordimiento que atormenta a la conciencia del rey David, por haberlo hecho; y la elección de uno entre 3 castigos ("tres años de hambre, tres años de persecución o tres días de peste").

         En efecto, ¿acaso podía el rey David no interesarse por conocer a sus servidores? ¿Y acaso hay proporción entre la indelicadeza de hacer un censo y cualquiera de los 3 terribles castigos propuestos? Probablemente, aquí se está tratando de justificar un mal sobrevenido y padecido, recurriendo a que hubo previamente una actitud de rebeldía ante Dios.

         Como esto resulta misterioso y enigmático, prefiramos la claridad del mensaje de Jesús, que nos invita a ser realistas y valientes en la acción. Hagamos un buen desechado de prejuicios (de familia, raza, cultura, ambiente...), los cuales nos privan en excesivas ocasiones de la grandeza de reconocer los valores y dones de los demás. Y sepamos que ni siquiera Jesús estuvo libre de la desconfianza y ceguera de los suyos, cuando presentó su mensaje de salvación a quienes formaban parte de su familia y pueblo.

         ¿No es con frecuencia el mensaje bíblico mejor acogido por los venidos de lejos, o desde la soledad y el desierto, o del mundo desvinculado de las tradiciones y herencias de sangre, que por nuestro vecino y amigo de al lado?

Dominicos de Madrid

 Act: 31/01/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A