26 de Abril

Viernes IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 abril 2024

a) Hch 13, 26-33

         Continuamos hoy la lectura de la homilía hecha por Pablo en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia: "Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros adoráis a Dios". Al principio y en la 1ª época del ministerio de Pablo, éste se dirige a los judíos y a los que "temen a Dios". Más tarde, y a causa del rechazo y persecución judía, éste se verá obligado a no abandonar de táctica, pero sí dirigirse con mayor énfasis a los gentiles.

         "Los habitantes de Jerusalén desconocieron a Jesús", continúa diciendo Pablo, así como "no entendieron las palabras de los profetas que se leen todos los sábados". Efectivamente, los judíos no se sentían responsables porque no "escuchaban de veras" la palabra de Dios. ¡No basta, pues, con leer u oír los textos, ni con haber estado presente físicamente en la sinagoga! Pues se puede ser practicante y, a la vez, desconocedor de Jesús. Se puede estar presente cada sábado y fallar en lo esencial. Pues lo esencial no es asistir sino conocer a Jesús, y dejarse conducir por él.

         Entonces, continúa Pablo, los judíos "pidieron a Pilato que le hiciera morir". Tras lo cual lo pusieron en el sepulcro, y Dios "lo resucitó de entre los muertos". He ahí una especie de Credo resumido, formulado a base de hechos históricos.

         Esto nos viene a decir que el cristianismo no es una ideología, sino un movimiento histórico y geográfico: eso sucedió allí, en aquel preciso instante. De Jerusalén a Antioquía de Pisidia, de los testigos de la 1ª hora (los galileos) hasta nosotros. Y siempre con el mismo Credo, recibido, repetido y vivido. ¡Ayúdanos, Señor, a ser fieles, a ser testigos, a ser uno de los eslabones de la transmisión de la fe!

         Tras lo cual, Pablo terminó su sermón: "Os anunciamos, pues, la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres, Dios la ha cumplido en favor nuestro, resucitando a Jesús". Jesús es la culminación de la Biblia, la terminación del proyecto de Dios que leían esos judíos en sus sinagogas, el hombre que resucitó, el hombre que vive en la gloria del Padre, ¡la buena noticia!

         ¿Qué haré yo hoy, para vivir esa buena nueva? ¿Cómo repercute la resurrección en mi vida? Concédeme, Señor, saber comunicar esta buena noticia: "¡Dios ha actuado en favor nuestro!", él "¡ha cumplido sus promesas!", él "¡ha resucitado a Jesús!". Señor, transfórmanos en alegres mensajeros, y que cada practicante salga de misa con deseos de comunicar todas esas maravillas.

Noel Quesson

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         San Pablo evoca hoy en Antioquía de Pisidia la condena a muerte de Jesús en Jerusalén, y la subsiguiente resurrección de la que fueron testigos los apóstoles. Así se han cumplido las promesas hechas por Dios y las profecías. El plan salvífico se lleva a cabo mediante el cumplimiento de las Escrituras, y constantemente se están cumpliendo en nosotros, sobre todo con la celebración eucarística. De este modo hemos de ser continuadores de los apóstoles, y seguir proclamando este mensaje de salvación.

         San Juan Crisóstomo llama a las Sagradas Escrituras "cartas enviadas por Dios a los hombres" (Homilía sobre el Génesis, 2). San Jerónimo, por su parte, exhortaba a un amigo suyo con esta recomendación: "Leed con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, nunca abandonéis la lectura sagrada" (Cartas, LII). La Iglesia lee en la celebración eucarística las Escrituras tanto del AT cuanto del NT, y allí encontramos los cristianos las promesas realizadas en Cristo Jesús, como él mismo dijo a sus discípulos y luego estos empezaron a proclamar.

         El Salmo 2 de hoy se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica. Se trata de un salmo mesiánico, y la Iglesia lo ha referido a Cristo, pues en él se cumplen las promesas de Dios y las profecías sobre su resurrección:

"Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo, y he proclamado el decreto del Señor: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy, y te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza. Y ahora, reyes, sed sensatos, y escarmentad los que regís la tierra. Servid al Señor con temor".

         En la historia de la Iglesia, nadie iguala el trabajo, el celo evangelizador, la reflexión teológica y la capacidad de sacrificio que demostró San Pablo. Pero se trata de un hombre que siempre repitió lo mismo: en Jesús se han cumplido las profecías, y en él tenemos todos la salvación. La fe inquebrantable en Cristo es la palanca que mueve todas sus acciones y mantiene en pie su misión, a pesar de las debilidades. Siempre con él y en él.

Manuel Garrido

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         En la 2ª parte de su discurso en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia, Pablo afronta directamente la cuestión: a ese Jesús, a quien Dios envió como el Mesías esperado, el pueblo judío no lo ha sabido reconocer. Más aún, las autoridades de Jerusalén lo llevaron a la muerte. Pero Dios le resucitó.

         Pablo se atreve, por tanto, a anunciar gozosa y claramente: "La promesa que Dios hizo a nuestros padres, la ha cumplido a los hijos, resucitando a Jesús". Y lee como referidas a Jesús las palabras que el Salmo 2 de hoy pone en labios de Dios: "Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy".

         Nosotros deberíamos seguir el ejemplo de Pablo en nuestra tarea evangelizadora, y con una oportuna pedagogía captar el interés de sus oyentes. Pero sin muchos rodeos, y pasando rápidamente a anunciar lo fundamental: Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador que da sentido a la vida. Pues a veces damos demasiados rodeos, por miedo a que el niño o el joven de hoy no acepte el mensaje que Dios tiene para él. 

         Por supuesto, también es necesario que nos adaptemos a los oyentes (como hacía Pablo, según se tratara de judíos o de paganos), y que respetemos la preparación y el trasfondo cultural que cada persona tiene (como hacía Pablo a la hora de recordar la historia de Israel a los judíos). Pero evangelizar significa "narrar el evangelio" de Cristo. Y si estamos convencidos de él, no deberíamos tener miedo a proclamarlo, y mucho menos a todos aquellos que más lo pueden necesitar.

José Aldazábal

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         El libro de los Hechos nos presenta hoy a Pablo predicando en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia (en la Anatolia turca), al tiempo que percibimos que Juan Marcos ya no está presente con Bernabé y Pablo (posiblemente por los recelos que el 1º había mostrado en la isla de Chipre).

         Como se ve, lo 1º que hacen los apóstoles es predicar a los judíos en su sinagoga, para que éstos sean los primeros en escuchar el mensaje. Y en cuanto a los judíos, vemos que entre ellos hay de todo, creyendo a Pablo algunos y rechazando el mensaje la mayoría. Tras la predicación a los judíos, Pablo empieza a dirigirse también a los paganos, en una especie de método misionero.

         La predicación de Pablo comienza con una síntesis de la historia de la salvación (Hch 13, 16-25), que la liturgia ha omitido para concentrarse en la parte final del discurso: la afirmación rotunda de que la salvación ha sido obrada por Dios en Jesucristo, muerto y resucitado. A continuación, Pablo invita a todos a abrazar la fe, aludiendo para ello al kerygma o núcleo esencial de la fe: la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, con una mención especial a las apariciones del Resucitado (que aquí no se especifican).

         El autor de Hechos había recogido, seguramente, tradiciones muy firmes sobre la predicación de los apóstoles, sobre las cuales él creó un poco artificiosamente estos discursos que pone en boca de sus personajes. Decimos esto como respuesta a quien pueda preguntase por la forma como se conservó el recuerdo de tales predicaciones, en una época que no conocía todavía los actuales medios de grabación, y en un medio que probablemente no podía permitirse el recurso a estenógrafos profesionales.

         Para nuestra edificación debemos destacar el ardor misionero de los apóstoles, que no merma a pesar de las largas distancias que tienen que recorrer, ni de las hostilidades que enfrentaron a lo largo de sus correrías. San Pablo nos enseña, además, que es Jesucristo el centro de la fe cristiana, y que su muerte y resurrección son el fundamento de nuestra fe. Muerte que fue por nosotros, para perdonar nuestros pecados. Resurrección que corroboró su enseñanza, y reveló a los discípulos su gloria de Hijo de Dios.

Confederación Internacional Claretiana

 Act: 26/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A