25 de Mayo

Sábado VII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 mayo 2024

a) Sant 5, 13-20

         Concluye hoy la Carta de Santiago con un alegato a la sinceridad, a la verdad y a la honradez en la palabra: "Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no" (v 12). Y animándonos a comprometernos de verdad en lo que decimos, sin necesidad de tener que apuntalar nuestra palabra con otros apoyos, que por sí solos no son garantía de verdad: "No juréis ni por el cielo ni por la tierra".

         A continuación nos ofrece un conjunto de referencias a la oración. Según parece, ésta se configura en cada caso, vitalmente, según la situación en que nace. Es la vida que ora. Así, "el que sufre, que ore; el que está contento, que cante salmos; el que esté enfermo, que llame a los presbíteros para que oren sobre él". Como si no hubiera ningún instante en la vida del creyente que fuera extraño al impulso de la plegaria.

         Por otra parte, los pecados son como una ley de enfermedad de la cual necesitan ser curados, y es precisamente la oración de unos por otros la que garantiza la curación.

         Santiago muestra una gran confianza en la eficacia intercesora de la oración. Al referirse a la plegaria (que llama "de fe"), espera Santiago que el enfermo se ponga bueno y que le sean perdonados sus pecados (v.15). Y más adelante hace otra afirmación general en el mismo sentido: "La oración intensa del justo puede mucho" (v.16). Es decir, vale mucho. Y como prueba de cuanto dice, alude a Elías, que siendo un hombre como los demás, obtuvo por su plegaria el control temporal de la lluvia en aquellas tierras.

         La Carta de Santiago concluye con la referencia conocida con el nombre de "corrección fraterna". La caridad cristiana se extiende incluso más allá de no hacer acepción de personas, de dar vestido y alimento a quien pasa necesidad, o de no tropezar ni ofender de palabra.

         A quien verdaderamente vive la corrección fraterna, ella le provee de una mano larga y acogedora de amigo y de hermano, e inquieta por buscar y hacer volver al pecador que vea descarriado de la verdad. Tal vez el nombre de corrección que se le da no sea el más adecuado. Más bien, el texto parece sugerir lo valiosa que es para la conversión del pecador esta mano amiga que ama y ayuda.

Miguel Gallart

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         Escuchamos hoy la conclusión de la Carta de Santiago, que considera ahora algunos casos particulares: cuando se está contento, cuando se está enfermo y cuando uno se siente pecador.

         En 1º lugar, nos pregunta y contesta Santiago: "Hermanos, ¿sufre alguno entre vosotros? Que ore".

         Esto parece muy sencillo, porque es la reacción de la gente sencilla, de la gente de pueblo, ¡de todos los pueblos! Sucede incluso que algunos no saben rezar más que en este caso: cuando las cosas marchan mal... Pero es normal. Lo que no es normal es que no sepamos dirigirnos suficientemente a Dios, cuando marchan bien. Señor, te confío mis preocupaciones. Me detengo a expresarlas concretamente... a orar partiendo de mis dificultades, de mis penas.

         En 2º lugar, nos pregunta y contesta Santiago: "¿Está alguno alegre? Que cante salmos".

         Esto parece también muy sencillo, porque cuando se es feliz, ¡se canta! Pues bien, seamos de los que "cantan a Dios". No es por azar que la reforma litúrgica ha sido pensada sobre todo para "hacer participar a la asamblea" del canto y de la plegaria expresada corporalmente.

         Y aun estando solo, en una plegaria silenciosa es preciso que yo sea un alma alegre, un alma que canta ante Dios, un alma de acción de gracias y de alabanza. Hay ciertamente muchas cosas buenas que puedo contar a Dios. ¡Tantas maravillas que ha hecho! ¡Tantas cosas buenas que me da! Señor, te alabo por tus maravillas. Las expreso concreta y detenidamente... orar partiendo de mis alegrías, de lo que me hace feliz.

         En 3º lugar, nos pregunta y contesta Santiago: "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y que le unjan con óleo, en el nombre del Señor".

         Esto se llamaba antes extremaunción. El Concilio II Vaticano pidió que se renovara este sacramento, llamándolo en adelante unción de los enfermos, y dándolo más generosamente siempre que sea conveniente. No es un sacramento de agonizantes.

         Desde el comienzo de la Iglesia, se ve que los apóstoles (los Doce) escogieron a unos presbíteros para que colaborasen con ellos y ocupasen algunos cargos en las comunidades. Cada pequeña comunidad de cristianos está estructurada. La familia del enfermo llama a un presbítero, quien no es ahora solamente don Tal o don Cual, sino que es Cristo quien visita a este enfermo. El sacerdote reza y hace la unción "en el nombre del Señor", y no en nombre propio. Y "si hubiera cometido pecados, le serán perdonados".

         "Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados", concluye Santiago. Mirad pues otro sacramento testificado aquí. Incluso si no tiene precisamente la forma con que podemos haberlo conocido. La confesión es también uno de esos sacramentos esenciales que todos debemos redescubrir y renovar. La liturgia penitencial colectiva va en el sentido de la más pura tradición, aunque aparezca para algunos como una novedad: los primeros cristianos se confesaban los unos a los otros, con toda simplicidad.

         No se nos pide esto hoy en día. Pero no estamos nunca dispensados de dar a ese rito una dimensión comunitaria y eclesial: mi perdón compromete o frustra el conjunto.

Noel Quesson

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         Para el cristiano, la oración debería impregnar todas las circunstancias de su vida, ayudándole a estar unido a Cristo en los momentos de alegría, los de dolor y los de enfermedad.

         Santiago, en esta última página de su carta, muestra una gran confianza en el poder de la oración. Ayer traía el ejemplo de Job para invitar a la paciencia: hoy recuerda el de Elías para ilustrar lo que puede la oración de un creyente. Elías, que "era un hombre de la misma condición que nosotros", rezó para que no lloviese, y luego para que lloviese, según quería subrayar el castigo o el perdón de Dios. En ambas ocasiones su oración fue eficaz.

         El pasaje que se refiere, en la lectura de hoy, a los presbíteros de la comunidad que oran sobre un enfermo, a la vez que le ungen con óleo, se ha interpretado siempre como un primer testimonio del Sacramento de la Unción de Enfermos: "¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, y la oración de fe salvará al enfermo y el Señor lo curará".

         La carta termina con un gran elogio de la corrección fraterna: el que logra recuperar a un hermano que se estaba desviando, se salvará de la muerte él mismo y sepultará un sinfín de pecados.

         Nos irían mucho mejor las cosas si "oráramos nuestra vida". O sea, si las diversas experiencias de nuestra historia, tanto las alegres como las tristes, las convirtiéramos en oración y en comunicación con Dios. Por ejemplo, si en los momentos de enfermedad hiciéramos nuestras las palabras del salmista: "Señor, mis ojos están vueltos a ti, en ti me refugio, no me dejes indefenso".

         De modo particular hoy se nos invita a revisar nuestra postura ante el sacramento de la Unción de los enfermos, que, por desgracia, desde hace siglos está demasiado unido a la idea de la muerte. Por más que se ha cambiado el nombre de extremaunción por el de unción de enfermos, está resultando difícil desligar la recepción de este sacramento, pensado para los enfermos cristianos, de la idea de los moribundos.

         En la Unción, por la mediación de la Iglesia, se nos comunica la fuerza salvadora de Cristo Jesús, vencedor del mal y de la muerte. Se nos quiere aliviar en nuestra dolencia, por la gracia del Espíritu. Es expresiva la palabra que el sacerdote dice mientras unge al enfermo en la frente y en las manos:

"Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que te libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad".

         En otra oración se pide a Cristo Jesús que cure el dolor del enfermo, sane sus heridas, perdone sus pecados, ahuyente todo sufrimiento y le devuelva la salud espiritual y corporal. Palabras que nos invitan a no tener miedo a este sacramento y a presentarlo como la ayuda que Dios ha pensado darnos en nuestra enfermedad, para transmitirnos la salud del cuerpo y del alma o al menos aliviarnos de nuestros males y darnos la fuerza para soportarlos.

José Aldazábal

 Act: 25/05/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A