12 de Febrero

Lunes VI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 febrero 2024

a) Sant 1, 1-11

         La carta atribuida a Santiago (Mt 13,55; 27,56; Gál 1,19), que comenzamos a leer hoy, aparece como un mosaico o concatenación de temas diversos. El primer eslabón representa el comienzo, y el último indica el final, de modo que la carta carece prácticamente de prólogo y de epílogo.

         El autor de la carta ("Santiago, siervo de Dios") se presenta más como predicador que como hombre preocupado por cuestiones teóricas. Se le adivina apoyado sólidamente en la fuerza de una lógica precisa y contundente, de aquello que uno cree se deduce con inexorable claridad lo que hay que hacer: "Si de verdad crees eso, tienes que comportarte de esta forma determinada". La evidencia de sus razonamientos se apoya en la vida misma, que es su fuente.

         De este modo, se pone de manifiesto cómo la fe probada se aquilata, al tiempo que robustece al creyente mismo (v.2). La firmeza, en coherencia consigo mismo, llevará al creyente a una manera perfecta de actuar (v.4). ¿Quién no ve que la sabiduría es un don y, por tanto, viene de Dios? Si es un don de Dios, hay que pedirlo para alcanzarlo. Pero es preciso pedirlo con fe, sin dudar de que será concedida, porque "no tiene sentido pedir algo a Dios si se duda de que lo conceda" (vv.5-7).

         Por otra parte, alude Santiago a la fugacidad y caducidad de la vida: "El rico se marchitará como flor de heno". Y también, aunque no lo diga, pasará "el hermano pobre" (vv.9-11). Porque "la corona de la vida" se promete "al hombre que resiste la prueba" (v.12). De hecho, el predicador anima a luchar contra la tentación. Pero ¿qué será de los débiles que sucumban a la tentación? De éstos, ni una palabra.

         Se trata de un ejemplo de la innata habilidad de los predicadores, que tratan de atraer la atención de los oyentes hacia lo que les interesa. Evidentemente, nadie debe decir que es tentado por Dios (vv.13-15). Predicar es un arte, pero la evidencia que implica corre el riesgo de escamotear cuestiones de fondo, que tal vez no son tan teóricas como podría parecer.

         Pongamos un ejemplo: ¿cómo se debe entender la realidad del hombre que "es tentado por sus propias concupiscencias"? Todo lo que es bueno y perfecto "viene de arriba", del padre de los astros, en el cual "no hay fases ni períodos de sombra", a diferencia de lo que ocurre con la luz del mundo.

Miguel Gallart

*  *  *

         La Carta de Santiago que empezamos hoy es una especie de antología del AT. Se atribuye a "Santiago, el hermano del Señor", es decir, un familiar próximo de Jesús y cristiano de origen judío que, como los mejores fariseos, continúa siendo muy celoso de la ley y de las obras: "Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo". ¿Podría mi nombre encabezar esa fórmula? ¿Soy yo servidor de Dios y de Jesús?

         Tras lo cual, se pone a predicar dicho apóstol de inmediato: "Considerad como un gran gozo, hermanos, el estar rodeados por toda clase de pruebas". De entrada, nos encontramos con el clima de las bienaventuranzas ("felices los que"), sin reparar en la 2ª parte. Se trata ante todo de felicidad, de dicha y gozo perfectos. Jesús quiere mi felicidad y me quiere dichoso, "a fin de que mi gozo esté en vosotros, y de que vuestro gozo sea colmado" (Jn 15, 11) ¿Qué emana de mi vida? ¿Gozo o tristeza?

         La calidad probada de nuestra fe produce la perseverancia. E incluso humanamente hablando, una de las más grandes virtudes es la constancia, perseverando y aguantando. Pero no con los brazos caídos, sino permaneciendo en pie. Ante ese ideal, Señor, me siento débil e incapaz, y pensando en mis propias pruebas y responsabilidades, te ruego que seas mi fuerza y mi perseverancia.

         Y esto porque "esta perseverancia ha de ir acompañada de una conducta perfecta, exenta de todo defecto", nos recuerda el apóstol Santiago. Se encuentra aquí el ideal, tan hermoso en el fondo, del justo. Como aspiración y como deseo, dicho ideal es admirable, y ya el judaísmo preparó tales almas sedientas de perfección y de absoluto. E incluso el mismo Jesús nos dijo "sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto".

         Por eso, sigue diciendo Santiago: "Si alguno de vosotros está falto de sabiduría, que la pida a Dios, y que la pida con fe, sin vacilar". Dicha sabiduría era el ideal del AT, y también para el mismo Jesús. Pero no como una conquista orgullosa, fruto de una tensión de la voluntad. Sino como una gracia que ha de ser acogida con un corazón abierto y receptivo, y como un don que hemos de pedir insistentemente en la oración.

         Porque "el que vacila es semejante a las olas del mar agitadas por el viento", concluye Santiago. La inconstancia, la falta de perseverancia, o la vacilación, son la imagen contraria de lo expuesto anteriormente.

         Tras lo cual, saca Santiago sus propias consecuencias: "Que el hermano de condición humilde se gloríe en su exaltación. Y el rico en su humillación, porque pasará como flor del campo". Este será uno de los temas de toda la Carta de Santiago, como comentario poético y riguroso del evangelio, y muy particularmente de las bienaventuranzas.

Noel Quesson

*  *  *

         Empezamos hoy la lectura de la Carta de Santiago, que nos acompañará durante 2 semanas y atribuida a Santiago de Alfeo (el Menor), pariente de Jesús y 1º responsable de la Iglesia de Jerusalén.

         Se trata de una carta de un buen conocedor de la espiritualidad judía, continuamente basada en citas del AT y dirigida a los cristianos convertidos del judaísmo, y que ahora están esparcidos ("las doce tribus dispersas"). Aunque más que una carta, habría que hablar de una exhortación homilética, por su insistencia en el estilo de vida que deberían llevar los seguidores de Jesús.

         Las consignas del autor son muy concretas, sacudiendo el excesivo conformismo y de evidente actualidad para nuestras comunidades de hoy día. También alude a la fortaleza ante las pruebas, a la relatividad de las riquezas y a la no acepción de personas.

         Hoy iniciamos la lectura de esta carta, sin apenas prólogo y con una serie de consejos prácticos: 1º saber aprovechar las pruebas de la vida (que nos van haciendo "madurar en la fe"), 2º dirigir con confianza y perseverancia nuestra oración a Dios, y 3º no estar orgullosos precisamente de las riquezas (si las tenemos), porque son "flor de un día".

         Nos conviene escuchar estos consejos de sabiduría cristiana, sobre todo porque las pruebas de la vida las deberíamos aceptar con elegancia espiritual, al ayudarnos a purificarnos, a crecer en fe y a dar temple a nuestro seguimiento de Cristo. No se trata de que vayamos buscando sufrimientos, ni de que adoptemos una postura pasiva y resignada, sino de que ejercitemos nuestro aguante cuando vienen, sin exagerar posturas trágicas y depresivas.

         El salmo responsorial de hoy recoge este valor de las pruebas de nuestra vida: "Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos; tus mandamientos son justos, con razón me hiciste sufrir". Desde luego, es difícil lo que pide Santiago, pues ¿quién puede alegrarse con las pruebas de la vida?

         Una de las cosas que más podemos pedir a Dios es la verdadera sabiduría, apostilla el apóstol: "En caso de que alguno de vosotros se vea falto de acierto, que se lo pida a Dios". ¡Cuántas veces en nuestra vida debemos tomar decisiones (personales y comunitarias), y experimentamos la dificultad de un buen discernimiento!

         Santiago nos invita, en estos casos y cuando nos vienen las pruebas, a orar con fe, sin titubear. Recordemos para ello la escena de Pedro lanzándose al agua para acercarse a Jesús, tras lo cual dudó y se empezó a hundir. ¿Y qué es lo que hizo? Le salió espontánea una oración breve y humilde: "Señor, sálvame".

         Esta verdadera sabiduría la aplica Santiago a un tema que se repetirá después: los ricos no tienen por qué estar demasiado orgullosos, porque no hay cosa más efímera que la riqueza. Santiago no duda en decir que el de condición humilde tiene una "alta dignidad", mientras que la del rico es una "pobre condición". Al contrario de lo que este mundo insiste en decirnos, nos viene bien relativizar las cosas exteriores y llamativas.

José Aldazábal

*  *  *

         Comenzamos hoy la lectura de unas de las cartas llamadas apostólicas. Es la que firma Santiago, y resulta muy conocida pues muchas veces se sirven de ella la liturgia y la teología para mostrar cómo fe y obras (espíritu y letra, gracia y trabajo...) han de estar unidas en cualquier proyecto auténtico de salvación.

         El punto inicial de esta carta nos pone en guardia, amonestándonos sobre el posible engaño de entender la vida de fe como un paseo triunfal por la vida, sin dificultades a superar. Como si quien recibe el don de la fe ya lo tuviera todo seguro y fácil.

         La verdad no es ésa. Y la fe, aunque sea un don de Dios al hombre, queda sometida (como toda cualidad humana) a las pruebas de fidelidad, perseverancia y paciencia. Sólo quien en el día a día de su existencia sepa mantener su dignidad de creyente sufrido, vencedor de los obstáculos que asaltan a la condición humana, llegará a la perfección en su entrega a los demás y a Dios.

         Pidamos a Dios que nos conceda su sabiduría, para no apegarnos a las cosas pasajeras, ni pedir en la oración cosas perecederas, pues las cosas de este mundo "hoy son y mañana desaparecen como las flores del campo, que al calor del sol se caen y se acaba su belleza". Depositar en ellas nuestro corazón es construir nuestra vida sobre un banco de arena, y no sobre roca firme.

         Si lo pasajero nos ha deslumbrado, y vagamos sin un rumbo bien definido hacia nuestra perfección en Cristo, pidamos a Dios que nos conceda la sabiduría necesaria para saber ser fieles a su Palabra (que nos santifica), y poder así rectificar nuestros caminos. Pero si pedimos esa sabiduría que procede de Dios, es porque realmente estamos decididos a darle un nuevo rumbo a nuestra vida.

         Quien titubea en su oración está manifestando inmadurez, respecto a su decisión de caminar en el bien. Efectivamente, la oración no puede reducirse sólo a la adoración y alabanza de Dios, o a la petición del perdón de nuestros pecados. Si no pedimos a Dios su fortaleza, para que nuestra vida se convierta en un signo de su amor, o si no nos decidimos a emprender ese camino, es muy probable que hayamos desperdiciado nuestro tiempo ante el Señor.

         No tengamos miedo a tener que padecer en la conquista del bien, y veamos en los momentos difíciles, y en las tentaciones, la oportunidad que Dios nos concede para afianzarnos cada vez más en su amor.

Dominicos de Madrid

 Act: 12/02/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A