14 de Agosto
Miércoles XIX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 14 agosto 2024
a) Ez 9, 1-7; 10,18-22
La página que leemos hoy tiene ciertos caracteres chocantes. Sabemos que Ezequiel era un visionario, y que sus imágenes eran brillantes y fuertes, como una película de violencia. Pero atendiendo a nuestro estado de vida, y a nuestras necesidades espirituales, lo más conveniente hoy es:
-dejarnos
alertar profundamente por las amenazas que se expresan,
-orar
a partir de los elementos más positivos que se contienen.
En efecto, el Señor Dios "gritó con fuerte voz" a los oídos de Ezequiel. Con frecuencia, el Dios de Ezequiel es un Dios que grita, sobre todo porque eran tantas las personas que en aquella época vivían de ilusiones, sin percatarse de la amenaza que se aproximaba, que había que gritarles para que se enteraran. Lo mismo que en la época de Jesús, cuyos "corazones se hacían pesados por el libertinaje, viniendo aquel día de improviso sobre ellos, como un lazo" (Lc 21, 34).
Lo que Dios gritó a Ezequiel es descrito a continuación: "Se acercan los castigos a la ciudad, y a cada uno con su instrumento de destrucción". Ya en sus días Pascal tradujo, en términos inolvidables, la condición del hombre siempre amenazada, subrayando la increíble ligereza de los que no quieren pensar en ello:
"Si un hombre desconoce que ha sido dada una orden de detención contra él, y se entera cuando falta sólo una hora para su detención, resultaría completamente antinatural que emplee esa hora para jugar a las cartas, antes que buscar enterarse quién ha dado esa orden de detención, para tratar revocarla".
Pero sigamos con la narración, porque Dios dijo a Ezequiel: "Recorre la ciudad y marca con una cruz en la frente a todos los hombres que gimen y lloran, por todas las abominaciones que se cometen en ella". Es decir, que los que sepan reconocer el pecado del mundo, y llorar por este pecado, serán los lúcidos de los que habla Pascal, en la hora previa a su detención. Una imagen que también recordará San Juan en su Apocalipsis: "Esperad y no causéis daño a la tierra, hasta que marquemos en la frente a los servidores de nuestro Dios" (Ap 7, 3).
Tras lo cual, viene la visión a lo grande: "La gloria del Señor abandonó el umbral del templo, y se posó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo ante mis ojos. Entonces vi al ser vivo que ya había visto antes, debajo del Dios de Israel, junto al río Kebar".
Tras esta imagen, hay varias verdades importantes. La 1ª es que Dios abandona el Templo de Jerusalén para ir a reunirse con los deportados, allá donde ellos sufran, y a las orillas del río de Babilonia. La 2ª es que resulta inútil permanecer gimiendo por el drama de la ruina del templo, pues Dios va a habitar en tierra extranjera (es decir, el Señor no está ligado a ningún santuario, ni a un lugar determinado, sino que está presente en todas partes).
Ayúdame, Señor, a tener yo también esta convicción, la de que tú estás conmigo, en el lugar mismo de mis actividades y en el centro de mis pruebas. A la samaritana que preguntaba a Jesús por el lugar más favorable para dar culto a Dios, Jesús le dirá: "Ni en esta montaña, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4, 21-23).
Noel Quesson
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Como culminación del pasaje leído ayer, con la acusación y castigo por parte de Dios, vemos en la lectura de hoy cómo la gloria del Señor (su presencia) se aleja del templo y de su ciudad, como castigo al pecado de los habitantes de Jerusalén. Dios abandona el templo y la ciudad, pero porque el pueblo antes le ha abandonado a él. Sin embargo, no es eso lo que creen los habitantes de Jerusalén, que por lo visto parecen ser más optimistas (por no decir los buenos, los elegidos, y a los que Dios no castiga).
Pero el pensamiento de Dios es diferente. En 1º lugar, porque aunque Dios haya castigado y deportado a los judíos a Babilonia, no se ha alejado de ellos, y ha continuado viviendo en medio de ellos siendo su Dios (para dirigir personalmente su purificación interior, arrancando su corazón petrificado por los dioses de piedra). Y en 2º lugar porque Dios sabe y alude a un nuevo éxodo, y para ello necesita forjar un nuevo pueblo, dotado de un nuevo corazón (de carne, y no ya de piedra).
Y es que no basta con cambiar las estructuras externas (como sucedió en el Exodo de Egipto, en que el pueblo marchó a la tierra prometida sin haberse antes convertido, y creó instituciones meramente ritualistas), si no se han purificado las personas que mueven esas estructuras (como sucederá en el Exodo de Babilonia, en el que Dios dará al pueblo un corazón sensible a las nuevas exigencias de Dios y del prójimo).
Pedro Tosaus
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El profeta Ezequiel está en el destierro de Babilonia, pero su espíritu vuela hoy a Jerusalén y nos presenta un cuadro impresionante de matanzas y desgracias (distinto al que tuvo lugar el 587 a.C, y con tinte más bien apocalíptico).
En dicho cuadro, un personaje misterioso (un "hombre vestido de lino") marca en la frente a una serie de ciudadanos (los que "gimen por las abominaciones que se cometen en la ciudad"), posiblemente por haberse resistido a la tentación de la idolatría, y haberse mantenido fieles a la Alianza de Dios. Los que llevan esa marca se salvan (son el "resto de Israel"), mientras que el resto (empezando por los ancianos y dirigentes) son exterminados.
Para que no se vulgarice dicha visión (diciendo que dichos verdugos fueron los ejércitos babilonios), atribuye Ezequiel la autoría de dicha matanza a Dios, capaz de servirse de cualquier instrumento (babilonios, asirios o egipcios) para llevar a cabo su castigo.
Hay un detalle simbólico que deja un resquicio al optimismo: la gloria del Señor sale del templo, y se dirige al norte. Es decir, sí que hubo presencia de Dios en su pueblo (general y universal, a través del templo), y seguirá habiéndola en otra parte (para quien la busque, como hizo el resto de Israel).
En medio de un mundo tan corrupto e idólatra, el resto de Israel debería ser hoy la Iglesia, sobre todo a la hora de ser fermento y semilla de la nueva humanidad de Dios. Porque Dios sigue teniendo planes de salvación, y sigue creyendo en la humanidad.
La visión de Ezequiel iba dirigida también a los judíos que vivían en tierra pagana (Babilonia), rodeados de toda serie de tentaciones (materiales, religiosas, morales...). Y les vino a decir que si los idólatras de Jerusalén fueron castigados, igual destino podrían tener los idólatras del destierro.
La marca en la frente, que según Ezequiel era la garantía de su salvación, aparecerá de nuevo en el Apocalipsis, al igual que fue decisiva para las familias hebreas en Egipto, en la noche decisiva del paso del ángel exterminador. En la visión de Ezequiel, se salvaron los que llevaban la señal en la frente, así como en el Apocalipsis se aludirá a los "ciento cuarenta y cuatro mil sellados de Israel" (Ap 7, 3).
Para nosotros, la marca salvadora es la cruz de Jesucristo, camino de la salvación y núcleo de la nueva humanidad. Y somos conscientes de que, tanto si estamos dentro de la amurallada Jerusalén, como si estamos en las incertidumbres del destierro, Dios estará con nosotros para ayudarnos.
José Aldazábal
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El profeta Ezequiel nos hace hoy una descripción de cuanto (en éxtasis) él contempló del trono de Dios, envuelto en su gloria. Es el paso previo (o preludio) de un cúmulo de revelaciones y oráculos que va a empezar a lanzar de inmediato el profeta, en nombre del mismo Dios.
Ezequiel interpela directamente a nuestra imaginación, utilizando materiales que ya conocemos, y poniéndonos en situaciones que ya hemos vivido... para recomponer y purificar nuestro corazón, y hablarnos no de eso (que ya conocemos) sino de lo otro (que todavía no conocemos), con el fin de que no repitamos los errores pasados a la hora de la verdad.
Lo importante, pues, es que volvamos al Señor (rico en misericordia), que jamás se olvida de nosotros ni nos deja sin amparo. Pero si nosotros lo abandonamos, y nos vamos con otros dioses, no le culpemos a él de las desgracias que nos puedan venir, sino a esos dioses con quienes nos hemos ido.
Ezequiel recuerda que el Señor "se elevará en su gloria", y que "se alejará de aquel que lo ha rechazado". Y no porque Dios lo deje de amar, sino porque tiene la puerta cerrada, mientras su amante se aleja y va con otros. Sin embargo, Dios estará siempre dispuesto a volver con todo su amor de Padre, cuando con sinceridad "se le busque", y cuando arrepentidos le pidamos perdón y volvamos a "ir por sus caminos".
Cuando esto suceda, el Señor nos marcará y nos sellará con su sangre. Pero no nos fiemos, porque es necesario manifestar, con una vida intachable, que realmente somos sus hijos, y que le permanecemos fieles. Él seguirá siendo siempre el "Dios con nosotros", y nos buscará hasta encontrarnos para restaurar su Alianza con nosotros, pues "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve".
Dominicos de Madrid
Act:
14/08/24
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ordinario
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