10 de Septiembre

Martes XXIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 septiembre 2024

a) 1 Cor 6, 1-11

         El texto de hoy está claro: entre los corintios abundan también los litigios, y para resolverlos recurren a los tribunales paganos. Pablo se avergüenza de ello y quiere intranquilizar a esta comunidad, las cual no parece tener a nadie con autoridad suficiente como para arbitrar en casos semejantes (v.5).

         La argumentación del apóstol comienza con una apelación al amor propio de los corintios, pero poco a poco se adentra en las profundidades del ser cristiano. Y aquí vamos a centrar nuestra atención.

         Unas palabras de Jesús que leemos en el evangelio nos proporcionan el criterio para reconocer al auténtico discípulo: "En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros" (Jn 13, 35). Y Pablo lo recuerda cuando escribe: "El amor no causa daño al prójimo, y el cumplimiento de la ley es el amor" (Rm 13, 8-10).

         Pero en Corinto los cristianos no sólo no se "dejan perjudicar" (intentando superar el mal con el bien), sino que se hacen daño unos a otros. Aunque la lista de pecados que excluyen del reino de Dios no deba entenderse como una denuncia detallada de los vicios de los corintios, Pablo relaciona la situación en que se encuentran ahora con la que tenían cuando todavía eran paganos: todos han sido bautizados, pero viven como cuando eran paganos.

         Notemos que el pensamiento de Pablo no es moralizante, ni se limita a decir que, puesto que están bautizados, deben comportarse como hombres nuevos. Sino que les hace observar más bien la nueva realidad de vida en que han sido introducidos gratuitamente "en el nombre del Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios" (v.11). Pese a su conducta, el bautismo es una realidad que sigue subsistiendo en ellos. Han sido purificados, santificados y justificados por el agua del bautismo, y vivir en contradicción con esta nueva realidad constituye el nuevo absurdo del pecado en el cristiano.

Antón Sastre

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         Pablo reprocha hoy a los corintios el hecho de haber ido a los tribunales civiles: "Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿cómo se atreve a llevar la causa ante los injustos y no ante los fieles?". En efecto, sabemos que los juramentos de esos tribunales contenían fórmulas idolátricas, y eso había prohibitivo el acudir a ellos. Y aunque la legislación pagana era muy amplia, yevidentemente no tenía en cuenta los principios evangélicos.

         Pablo aconseja, pues, que los procesos se arreglen entre cristianos, escogiendo a los sabios o prudentes de entre la comunidad, lo cual nos lleva a plantear la cuestión de la penetración del espíritu evangélico en las instituciones civiles, judiciales, políticas y sindicales.

         Un cristiano no puede poner entre paréntesis su fe, a la hora de participar en la vida de la sociedad. Ni tampoco puede ser que algo de paganismo circule en las mentalidades de los trabajos y familias de los cristianos. Esos son los 2 extremos a evitar, evitando tanto el apartarse (de hacerse incoloro, inodoro e insípido), como el de ser un camaleón (que va tomando el color del ambiente).

         "¿No sabéis que los justos han de juzgar al mundo?". Pablo evoca una palabra de Jesús anunciando que, al final de los tiempos, los miembros de Cristo participarán de su poder real y judicial: "Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mt 19, 28).

         ¡Enorme responsabilidad! Y desde luego, sin orgullo. Recordemos que el Reino ya ha empezado, y que el juicio de Dios (del que participan los cristianos) está actuando ya en los compromisos que los cristianos asumen en la ciudad secular. Repasemos en nuestra memoria nuestras diversas responsabilidades.

         "Y ¿no es ya para vosotros un fallo tener pleito, hermanos entre hermanos, y esto ante los no creyentes?". Siempre la misma apreciación misionera de Pablo, pues ¿qué signo damos a los que nos miran como vivimos? San Pablo apunta aquí muy lejos, y dejando el escándalo (de ir a tribunales paganos) afirma que es ya una brecha el haber "diferencias entre hermanos", pues todo ello es orquestado en público, por la prensa y por los medios de difusión.

         Y si esto lo sabemos, ¿por qué no preferís soportar la injusticia?". Es decir, ¿por qué no dejaros antes despojar? Esto no es un sueño, sino que es lo que dice literalmente el evangelio: "Al que te abofetea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Y al que quiera pleitear para quitarte la túnica, déjale también el manto" (Mt 5, 38).

         Antes de decir que esto es imposible, convendría que nos preguntáramos si, en la práctica, el perdón y la paciencia no serían a veces más eficaces que la actitud inversa. Quién sabe, además, si ante la escalada aberrante de la violencia, el cristiano no tendrá que distinguirse por su manera de ir contracorriente, sacrificándose él mismo para tomarse el evangelio a la letra.

         Y esto porque "los injustos no heredarán el reino de Dios, ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces. Y esto fuisteis algunos de vosotros, pero habéis sido lavados por el bautismo y sois santos". Por lo visto esos eran los vicios corrientes en la sociedad del tiempo de San Pablo, y en ese mundo en que vivían los cristianos de Corinto. ¿Cuál es mi parte de santidad?

Noel Quesson

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         Hemos de aprender a vivir siempre como hermanos que se aman, y no como causa de división para los demás. No podemos dedicarnos a hacer el mal a nuestro prójimo. Cuando la fe se ha diluido en nosotros, o cuando sólo hemos reducido nuestra fe a algunas prácticas cultuales, es difícil evitar las contiendas y los despojos injustos, pues no nos interesa vivir nuestra fe y hacer el bien a los demás, sino sólo realizar algunos actos piadosos para tranquilizar nuestra conciencia y continuar siendo unos malvados.

         Si en algún momento nos hemos levantado en contra de alguien, o hemos sido víctimas de las injusticias de los demás, hemos de tratar resolver esos problemas entre nosotros mismos. Y hacerlo desde un amor fraterno que nos ponga en diálogo amoroso, comprensivo y misericordioso. Porque ¿quién de nosotros podría presumir de ser una persona recta desde el principio?

         Sabemos que ha sido mucha la carga pasada de maldad en nosotros. Sin embargo, Dios ha sido misericordioso para con nosotros, y nos ha manifestado su amor. Si así nos ha amado Dios, así nos hemos de amarnos entre nosotros, de tal forma que a nadie condenemos a causa de su maldad. Hemos de trabajar para que todos, a pesar de sus grandes miserias, lleguen a la posesión de los bienes eternos, de los que Dios quiere hacernos partícipes a todos.

José A. Martínez

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         Otro de los desórdenes corintios que Pablo quiere corregir hoy es el de los pleitos que surgen en la comunidad de Corinto, y que algunos llevan a los tribunales paganos. Para el apóstol es intolerable que haya pleitos, y que si los hay no se resuelvan fraternalmente, acudiendo a la jurisdicción del fuero civil o penal. Y ya que los corintios están tan orgullosos de su sabiduría (pues son griegos), Pablo les incita con ironía: "¿No os da vergüenza? ¿Es que no hay entre vosotros ningún entendido que sea capaz de arbitrar entre dos hermanos?".

         Y aduce 2 argumentos:

1º que los cristianos estamos destinados, al fin de la historia, a "juzgar al mundo" (luego cuánto más estas pequeñeces de ahora);
2º que lo mejor sería tener paciencia, antes de recurrir a los pleitos ("¿no estaría mejor sufrir la injusticia?").

         Y enumera una serie de situaciones pecaminosas que nos excluirían de heredar el reino de Dios: las inmorales, las idólatras, las adúlteras, las invertidas, las ladronas, las difamadoras... (Gál 5,19-21; Ef 5,3-6).

         Una familia y una comunidad cristiana deberían saber "lavar la ropa sucia en casa", con una actitud tolerante e imitando la misericordia de Cristo, que refleja la de Dios Padre. Jesús nos animó a presentar la otra mejilla, y hoy Pablo aporta un argumento: "¿No sería mejor dejarse robar?". Son actitudes difíciles, porque a todos nos gusta que se respeten nuestros derechos y salirnos con la nuestra. Pero alguien tiene que romper la espiral de la violencia y de rencor.

         A todos Dios nos ha tenido que perdonar, como recuerda Pablo: "Os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios". Y lo que ahora se trata es que nosotros tengamos una actitud semejante de perdón para con los demás, sin estar siempre alzando la bandera de nuestros derechos y de las (presuntas) ofensas que hemos recibido.

         ¡Qué impresión más pobre hace el que una familia airee sus tensiones internas con personas ajenas! ¡Qué mal efecto produce el que los miembros de la Iglesia hablen mal unos de otros! Tendríamos que saber dialogar y resolver nosotros mismos estos pleitos, cediendo todos un poco y poniendo cada uno su parte de perdón y de humor.

José Aldazábal

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         La 1ª lectura de hoy puede ayudarnos a ser un poco más santos, disolviendo el fermento del mal que haya en nuestras personas y grupos. Y para ello nos anima hoy el apóstol Pablo a cultivar las semillas y raíces del bien, de la caridad y del testimonio, de la gratuidad y de la pureza de corazón. Así contribuiremos a que el reino de Dios triunfe en el mundo, en la sociedad, en nuestro hogar y en nuestro corazón.

         Pablo sigue siendo hoy nuestro guía mediante su Carta a los Corintios, denunciando el proceder de pleiteantes sin piedad que, en vez de alcanzar la deseada equidad y justicia en fraternidad, van buscando árbitros y jueces extraños a la Iglesia.

         No existe persona sin debilidades, familia sin problemas, pueblo sin lacras. Y los idealismos que nos sustraigan a la realidad, o a la lucha de cada día, son vanos. El pan, la amistad, la solidaridad, la virtud, la santidad... se van labrando a golpe de buenas obras, superando cada día el nivel anterior de amor, justicia y verdad.

         Si buscamos algún distintivo de la Iglesia cristiana, no hay otro que el signo de la fraternidad. Esto supondría que cada cual ha de hacer un esfuerzo por compenetrarse mejor con los demás, en un mismo sentir, pensar y actuar, desde el compromiso con el evangelio. Si lo hiciéramos, todos volverían a decir: "Mirad cómo se aman".

         Pero disfrutar de tanta belleza no se da fácilmente a los mortales, pues las raíces del mal (de nuestras ambiciones y egoísmos, de nuestro afán de poder y de riqueza...), no mueren nunca, y no nos dejan en paz en el transcurso de la vida. En consecuencia, si surgen divergencias notables, ha de actuar un tribunal de de paz, que discierna la verdad y el deber de cada uno.

         Pablo parece desear que la Iglesia de Corinto encarne en su forma de vida (fraterna, espiritual y humana) aquel ideal que se nos describe en los Hechos de los Apóstoles, cuando todos lo ponían todo en común.

         Pero esto parece demasiado hermoso, pues ni siquiera en la vida monástica se logran habitualmente momentos de tal plenitud y gracia. Lamentemos, pues, de nuestra pobre realidad, y aceptemos que a veces no sólo nos falta plena concordia, sino que incluso los vicios y pecados pueden llegar a dividirnos casi irreconciliablemente. ¡Tanta puede ser nuestra insensatez, hasta dividir incluso a la Iglesia! Si eso nos aconteciere, volvamos a la reflexión, al discernimiento, al arrepentimiento y al perdón.

Dominicos de Madrid

 Act: 10/09/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A