4 de Septiembre
Miércoles XXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 4 septiembre 2024
a) 1 Cor 3, 1-9
Los partidismos surgidos entre los corintios revelan que su comportamiento es "simplemente humano". Está amenazada, por tanto, la unidad de la comunidad, y Pablo se haya preocupado por el cariz que toman las disensiones. En este capítulo intenta salir al paso, dando una valoración de lo que es el trabajo apostólico y ofreciendo una jerarquía de valores eclesiales.
En ningún pasaje de la carta se dice que fueran los apóstoles quienes motivaron las divisiones existentes, sino que fueron los cristianos quienes no captaron la auténtica dimensión del ministerio apostólico. Sus criterios los llevaron a establecer diferencias entre los apóstoles, sin comprender que, si realmente las había, era porque cada uno de ellos cumplía una tarea asignada por Dios (v.5).
Inicialmente, Pablo se tuvo que contentar con poner lo que él llama "el fundamento" (Jesucristo; v.11), y apenas profundizar en su predicación (porque no le habrían entendido). Después pasó Apolo, que con su elocuencia debió iluminar otros puntos de la fe. Pero sería absurdo que ahora contrapusiesen los trabajos realizados por los diferentes apóstoles, cuando en realidad "todo es uno" (v.8): edificar la fe.
Pablo no duda en decir que los apóstoles son "simples servidores". Su ministerio es importante, porque sin predicación no hay fe. Pero la fe es una realidad dinámica y un don de Dios gratuito. Su crecimiento es siempre un ministerio inexplicable incluso para quien la ha suscitado o fortalecido con su palabra. La profundización de la fe es un asunto que queda siempre dentro del ámbito de las relaciones personales entre Dios y el hombre.
El apóstol no puede pretender establecer relaciones de causa-efecto entre su trabajo y los resultados conseguidos, aunque sí deberá responsabilizarse de la calidad de su trabajo. Ni la elegancia de la predicación, ni la fluidez de palabra en medio del auditorio, ni la depuración de las técnicas pastorales, ni la persistencia en costumbres religiosas tradicionales son argumentos suficientemente válidos para justificar un buen trabajo. Todo puede ser válido, pero también todo puede quemarse. Para un apóstol, sólo "el templo de Dios es sagrado", y este templo son los cristianos.
Antón Sastre
* * *
Pablo, animado por el Espíritu, reivindica hoy para sí una "sabiduría superior" a todos los razonamientos de este mundo. Y hace notar a los corintios que no ha podido darles todo el "alimento superior" que hubiera querido: "Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a hombres carnales. Y como a niños os di a beber leche y no alimento sólido, pues éste último no lo habríais soportado".
Como buen educador, supo adecuar la enseñanza a su capacidad de asimilación. Jesús también dijo a sus apóstoles: "No comprendéis ahora, y lo comprenderéis más tarde". Señor, ayúdame a ponerme en el lugar de los demás para amarles tal como son y no tal como yo quisiera que fuesen. Ruego por todos aquellos con quienes estoy en relación, para que cada uno progrese a partir del punto en que se encuentra, paso a paso y lentamente.
Porque, como dice hoy Pablo, "sois hombres carnales mientras haya entre vosotros envidia y discordia. Y así ¿no es vuestra conducta simplemente humana?". En efecto, los corintios son impotentes para comprender la fe porque están todavía muy sometidos a las pasiones egoístas: la envidia, la discordia, los grupitos en lo que se refiere a los predicadores ("yo soy de Pablo, y yo soy de Apolo"). Y todo eso manifiesta una falta de madurez en la fe, es "demasiado humano".
Pues cuando uno dice "yo soy de Pablo" y otro "yo soy de Apolo", ¿no es esa una reacción totalmente humana? En todo caso, para Pablo, no hay lugar para partidos en la Iglesia.
Este mal amenaza siempre a nuestras comunidades cristianas. Existe siempre el riesgo de los sectarismos que permanecen fieles a un jefe, a un mandamás. ¿No tengo yo tendencia a pensar que los demás no pueden tener otros puntos de vista que los míos, y que no se puede encontrar a Cristo por otros caminos que los míos? Señor, ayúdame a tener gran amplitud de miras. Ayuda a los cristianos a aceptarse los unos a los otros con sus propias diferencias sin que las divergencias legítimas en el plano humano los dividan en el plano de la fe profunda.
Divergencias litúrgicas, políticas, culturales... Pero ¿qué es esto? O como dijo Pablo, "¿qué es Apolo? ¿O qué es Pablo?". Porque ambos fueron "servidores que transmitieron la fe, y cada uno según el don que Dios les dio". Las cualidades de los predicadores no son inútiles, pero nunca son más que un instrumento en las manos de Dios. Apolo debió de ser un orador más brillante que Pablo, y de ahí que Pablo reconozca: "Yo planté, Apolo regó, mas fue Dios quien ha hecho crecer".
Porque todos "somos colaboradores de Dios, del campo que él cultiva". Podemos adivinar aquí la idea tan importante de colegialidad: los compañeros de apostolado forman un solo equipo apostólico, en el cual los carismas de cada uno cooperan a la obra común, que es la de Dios. En esta perspectiva, las concurrencias, las rivalidades, los clanes sectarios, son francamente ridículos. "Colaborador de Dios" es una hermosa fórmula que podemos llevar a la oración.
Noel Quesson
* * *
Pablo, en su Carta I a los Corintios, asume esta diversidad de formas de anunciar la buena nueva como algo positivo, intentando evitar caer en los partidismos absurdos: "Después de todo, Apolo y yo sólo somos servidores de Dios para ayudarlos a creer en Jesucristo".
Los que se otorgan el derecho de ser los dueños de la verdad única y absoluta del mensaje de Cristo no se dan cuenta de que lo único que hacen es empobrecer el evangelio, lo convierten en un libro para una elite y de ahí al desprecio por las opiniones de los demás (y para las personas mismas que tienen tales opiniones) el paso es muy corto.
Como diría Pablo, "tenéis celos unos de otros, y os peleáis entre sí". Porque cuando uno dice "yo soy seguidor de Pablo", y otro contesta "yo soy seguidor de Apolo", están actuando ambos como la gente de este mundo. ¿No se dan cuenta de que así se comportan los pecadores?”. Al final, "cada uno de ellos recibirá su premio, según el trabajo que haya hecho". Y de lo que podemos estar seguros es que la vara de medir será sólo y exclusivamente el amor.
Carlo Gallucci
* * *
San Pablo continúa dándonos las claves de interpretación de Jesucristo, lanzando hoy varios anatemas contra las envidias y los partidismos. Hemos de reconocer que en este punto caemos casi todos, pues decimos "yo soy de Pablo, yo de Apolo" (cada uno que ponga el nombre que corresponda), y acabamos convirtiendo en una olla de grillos lo que debería ser una comunidad de amor.
¿O no es verdad que, a veces, aceptamos las cosas según quién las diga? La Palabra nos invita a considerar objetivamente la realidad e ir más allá, buscando la verdad por encima del ropaje con que nos llega. Nada son el que planta ni el que riega, sino Aquel que hace crecer.
Quedarnos en lo externo es "cosa de niños". Y no estamos hablando del niño evangélico, transparente y sencillo, sino de la actitud infantil que no sabe ir más lejos de lo que pueden ver los ojos, oír los oídos o tocar las manos. Los "servidores de la Palabra" somos todos imperfectos, y no sólo por la elocuencia en el decir (o por la originalidad, o brillantez con que podamos convencer), sino porque nuestra deseada coherencia de vida (buscada y procurada cada día) deja mucho que desear.
Esto es así. Dejemos, pues, todo partidismo y vayamos a lo hondo. Aceptemos, de corazón, que la respuesta a nuestra sed nos llega por cauces imperfectos, que tal vez no nos gustan... pero lo que importa es el Agua.
Olga Molina
* * *
Dios es el único autor de la salvación. A nosotros, colaboradores suyos, nos ha confiado su Palabra para que, como la mejor de las semillas, la sembremos en el corazón de todas las personas; y para que, mediante la predicación, vayamos empapando día a día el terreno en el que se haya sembrado esa Palabra.
Pero el que brote la vida nueva y crezca hasta producir frutos nuevos de santidad y de justicia, no depende de nosotros sino de Dios. Por eso el apóstol no puede propiciar el que sus oyentes se vayan tras de él despreciando a los demás apóstoles o agentes de pastoral, generando así divisiones en la Iglesia.
Sólo somos colaboradores del evangelio. Cumplamos con amor la misión que se nos ha confiado. Procuremos que el corazón de aquellos a los que proclamamos la Buena Nueva de salvación no vaya tras de nosotros sino tras de Cristo, hasta llegar, junto con él, a la gloria que Dios ofrece a la humanidad entera, y que nosotros no podríamos darles al margen de Cristo.
José A. Martínez
* * *
Para Pablo, la existencia de divisiones en la comunidad es un signo claro de inmadurez, de falta de verdadera sabiduría.
Se ve que en Corinto se habían formado bandos: unos eran fans de Pablo y otros de Apolo, que se ve que era mejor orador. Estas divisiones, para Pablo, se deben a que siguen unos criterios humanos y carnales, y no se dejan guiar por el Espíritu. Son niños pequeños todavía y por eso no pueden alimentarse más que de leche, no de alimentos sólidos.
Porque si tuvieran la mirada del Espirítu, verían a Pablo y a Apolo (a los ministros y predicadores de la Iglesia) como "agentes de Dios", servidores, que sólo preparan el campo para que Dios lo haga fructificar, o el edificio para que Dios lo edifique.
Para los griegos, el sabio habla en su propio nombre y lo que tiene fuerza decisiva son sus cualidades. Pero la mirada de los cristianos debería estar puesta más en Dios que en Pablo y Apolo. Como repite el salmo responsorial de hoy, "dichosa la nación cuyo Dios es el Señor. Porque el Señor, desde su morada, observa a todos los habitantes de la tierra. Y porque él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones".
La sabiduría no se evalúa por los conocimientos eruditos, sino por las actitudes concretas de la vida comunitaria. Un termómetro de madurez para una comunidad cristiana es la existencia o no de cismas y celos en su seno. ¿Fomentamos divisiones en nuestra comunidad religiosa o parroquial o en nuestra vida social?
Nuestras divisiones de ahora tal vez no son precisamente porque unos sean partidarios de un apóstol y otros de otro. Pero, sea cual sea el motivo de las "envidias y contiendas" que nos dividan, que siempre se deberán a nuestra falta de visión espiritual de las cosas, estamos demostrando nuestra inmadurez y nuestra cortedad de miras. Estamos actuando según criterios humanos y no espirituales.
Si no somos capaces de vivir en paz, si no aceptamos a los demás con sus diferencias y nos fijamos sólo en si alguien habla mejor que otro, somos todavía infantiles y no entendemos lo que es el ministerio en la Iglesia. Recordemos cómo Juan el Bautista no quería que se fijasen en él, sino en aquél a quien él anunciaba: que crezca él y que yo disminuya.
A veces llegamos a perder la paz y el humor por pequeñeces. ¿Qué importa si Apolo tiene unas cualidades humanas más brillantes que Pablo? Los 2 anuncian al mismo Cristo, y ese mensaje es el que tenemos que oír y seguir. ¿Qué importa si un sembrador lanza su semilla en el campo con más o menos garbo, si el verdadero agricultor, el que da fecundidad al grano, es Dios? ¿Qué importan las cualidades del capataz, si el verdadero arquitecto es Dios ("sois también edificio de Dios")?
José Aldazábal
* * *
Ayer, con San Pablo, hacíamos la alabanza de buenas gentes, gentes de espíritu, que mutuamente se comunican desde actitudes sencillas, humildes, nobles, formando comunidad de fe y amor. Y hoy, con San Pablo también, nos encontraremos con una evidencia: la de que habitualmente en las comunidades se dan, junto a personas de espíritu, personas que no asimilan bien el lenguaje de la unidad y comunión en Cristo y con Cristo, y que más bien provocan divisiones, incomprensiones, celos, ruptura de la paz y armonía.
En la unidad de la Iglesia, en la unidad de la fe, en la unidad del amor, las peculiaridades de cada uno no deben engendrar actitudes incomunicables sino puntos de vista que enriquezcan el conjunto del reino de Dios. Deseémonos mutuamente que así sea.
Seamos fautores de paz y trabajemos en armonía, según los dones recibidos. Seamos sinceros con nosotros mismos y con los demás, y reconozcamos que las divisiones en el seno de la Iglesia son un escándalo. Quienes las fomentan o mantienen demuestran que no viven con madurez el espíritu evangélico de caridad.
Cristo es uno, y su Iglesia, cuerpo místico, ha de ser también una. Hacia ello debemos tender todos en nuestros actos y sentimientos, y para eso tenemos que educarnos en la práctica de la comprensión mutua, diálogo sincero, complementariedad.
Pero ¿cómo hacerlo desde nuestra peculiar personalidad, siempre débil? Habríamos de reconocer y apreciar, desde el primer momento, lo que Cristo significa en la Iglesia y lo que cada uno y todos recibimos de Dios como dones de su bondad, para ponerlos en servicio.
Pablo dice que su papel peculiar (y los dones recibidos) le llevó a sembrar la semilla del Reino y a poner en marcha la obra de la evangelización. ¿No debería ser también ésa nuestra vocación de servicio? Apolo vino después, y tuvo la oportunidad de regar las semillas y plantas ya cultivadas. Ambos eran complementarios, y ambos sabían que la savia de vida y el crecimiento de las plantas es cosa de Dios, por medio de su Espíritu Santo.
Sepámoslo también nosotros, pues yo soy de Cristo, únicamente de Cristo, cabeza y centro de unidad. Yo soy de la Iglesia, en comunión con todos los hermanos. Yo soy para los demás, en actitud de solidaridad y servicio.
Dominicos de Madrid
Act: 04/09/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A