12 de Noviembre
Martes XXXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 12 noviembre 2024
a) Tit 2, 1-8.11-14
Las cartas pastorales de Pablo (como la de hoy a Tito) han sido a menudo tildadas de reflejar comunidades a la defensiva más que a la conquista del reino de Dios, y de estar más preocupadas por los peligros del gnosticismo judío que empezaba a esparcirse por las ciudades del Asia Menor.
En efecto, en ellas se dedica Pablo a fortalecer la estructura interna de la Iglesia, para evitar que ésta se desintegrase, a la hora de afrontar los peligros. De ahí que se hable con frecuencia de la disciplina y de la conservación del depósito de la fe (como conjunto doctrinal) más bien que del don del Espíritu Santo que dirige la Iglesia en la libertad de los hijos de Dios. Aquel Pablo rebelde y osado de cartas anteriores parece haber madurado.
Sin embargo, el texto de hoy es realmente rico, y nos invita a introducirnos profundamente en el seno de estas comunidades. Si se relee con atención el texto, se observa que las exhortaciones a los distintos miembros de la familia cristiana contienen listas de virtudes domésticas que hallamos en la literatura de la época. Pero no son esas virtudes en sí lo que se subraya, sino su finalidad: las bases de la evangelización.
El principio fundamental es que todo cristiano, sea cual sea su función en el hogar, es un "enviado a dar testimonio de la palabra recibida, como hizo el Cristo ante Poncio Pilato" (1Tim 6, 13).
Cuando la Iglesia está en peligro corresponde a todos poner remedio, comenzando por los dirigentes: "Que vean en ti un ejemplo de buena conducta, especialmente en la doctrina. Para que nadie pueda criticarte, y el adversario se avergüence viendo que nada puede decir contra nosotros" (vv.7-8).
Se trata de un remedio del que no puede abstenerse ni siquiera la ancianita que nunca sale de casa, pues también ella debe aconsejar a las jóvenes "a ser bondadosas y dóciles a sus maridos, para que no se desprestigie la palabra de Dios" (vv.3-5). Nadie puede quedar al margen, pues, en la marcha hacia la tierra prometida.
Realmente, San Pablo describe la vida de la Iglesia bajo el esquema teológico del Éxodo: "Se ha manifestado ya el amor de Dios" (v.11), como epifanía o manifestación de la fuerza liberadora de Dios en el éxodo: "Nos enseñó a romper con la impiedad y con los deseos terrenos" (v.12), y con la impiedad de la vida idólatra de Egipto. Y todo ello "mientras aguardamos el cumplimiento de nuestra esperanza, la manifestación de la gloria de Cristo Jesús, Dios grande y Salvador nuestro" (v.13). Es decir, la nueva tierra prometida.
Por este nuevo éxodo "Cristo ha adquirido para él un pueblo escogido" (v.14). En la teología del AT, el pueblo ganado por el éxodo es un pueblo sacerdotal, un pueblo que da testimonio de la fe en el Dios único, intercediendo entre Dios y los hombres con la plegaria y los sacrificios. Nadie en la Iglesia está excluido de este trabajo sacerdotal y de este testimonio.
Cuando Pedro recoja esta teología del Éxodo, la aplicará explícitamente a toda la comunidad cristiana, "a todos los que creen" (1Pe 2, 7). Y en ella todos los creyentes deben dar testimonio de esto: "Vosotros sois linaje escogido y sacerdocio real, para que publiquéis las excelencias de aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz" (1Pe 2, 9). La familia, pues, no ha de ser un islote de salvación obsesivamente preocupado por la conservación del propio tesoro doctrinal de la fe. Sino que ha de avanzar con todo el pueblo hacia la conquista del reino, de la tierra prometida.
Enric Cortés
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Después de hablar de los deberes de ciertas categorías de fieles (vv.1-10), Pablo presenta a Tito el verdadero fundamento teológico de estos deberes: ser santos, porque pertenecemos a un pueblo santo (vv.11-15). La realidad es que al NT le repugna presentar las virtudes (o deberes morales) como simples imperativos, y los mandamientos no deben cumplirse porque así está escrito, sino porque así es, y porque bajo la luz de la revelación las criaturas (o el mismo Dios) tienen esta o aquella manera de ser.
A los cristianos aludidos en los primeros versículos del texto casi siempre se les recomiendan virtudes domésticas. La razón última de estas virtudes es la santidad del pueblo de Dios. Pero en los vv. 5, 8 y 10 se añaden otras razones que trascienden los muros del hogar, que son mucho más trascendentes que las razones domésticas a las que alude Pablo en otras de sus cartas (Col 3, 18).
Es especialmente conmovedora la relación con los esclavos. Porque éstos, con su comportamiento cristiano, "harán honor a lo que Dios nuestro Salvador nos enseña" (Tit 2, 10). Los esclavos contemporáneos de Pablo eran tenidos en menos, carecían de derechos y eran meros objetos de comercio. Pero no para Pablo, pues de su comportamiento cristiano "depende el buen nombre de lo que Dios nuestro Salvador nos enseña".
La frase de Pablo referente a los esclavos no es nada discriminatoria, y la destinada a las ancianas es completamente paralela a la de los esclavos: "Para que no se desprestigie la buena noticia" (v.5).
Esta actitud de Pablo es aleccionadora, y nos muestra cómo el NT fue poniendo las bases para una liberación sociopolítica de los esclavos, aunque no se proclame ésta de forma explícita (ya que las ideologías políticas del tiempo no podían permitir ni imaginar esta liberación).
Hoy algunas ideologías nos empujan más bien a la liberación total del hombre. ¿Por qué, pues, muchos miembros de la Iglesia no acaban por decidirse prácticamente a favor de los oprimidos? ¿Tal vez el ejemplo de Pablo en esta carta, y en la hoja enviada a Filemón (en la que le pide la liberación del esclavo y ladrón Onésimo; Flm 11.13.16-18), no son bastante elocuentes para lanzarnos a la liberación de todo hombre en cualquier punto o circunstancia?
Enric Cortés
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Cada uno recibe el evangelio según su estado, su situación y su edad, nos dice hoy Pablo, y no hay que copiarse los unos a los otros, pues cada uno tiene un papel diferente según sus posibilidades: "Vosotros los hombres de edad, vosotras las mujeres de edad, vosotros los jóvenes". Según mi situación, ¿qué papel debo cumplir yo?
"Sobriedad, dignidad, ponderación, fortaleza en la fe, caridad, perseverancia, buen consejo, sensatez, buenas amas de casa". Los consejos dados hoy por San Pablo son muy humanos, e inciden en las virtudes naturales. Sobre todo en la ponderación, pues por lo visto los cretenses debían de ser algo fogosos.
"Muéstrate dechado de buenas obras y conducta intachable", le dice hoy Pablo a Tito, para "que el adversario se avergüence no teniendo nada malo que decir de nosotros". Todavía hoy, esto es lo 1º que nos exigen los no creyentes, que los cristianos demos prueba de lo que decimos, viviendo los valores esenciales de la simple humanidad. Perdón, Señor, por dar tan a menudo, una mala imagen de ti.
Y esto "porque la gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres", y "por ella aprendemos a rechazar el pecado y las pasiones".
Hasta aquí se podría pensar que se trata de un buen curso de moral griega elemental, en el que Pablo predicaba simplemente un buen humanismo (no embriagarse, amar a su mujer o a su marido, llevar bien el cuidado de la casa, tener buena conducta). Pero para Pablo todo esto es obra de Dios, porque la gracia (ese don gratuito de Dios) está ahí. En el fondo, Dios quiere que seamos hombres cabales, y para ello nos da su gracia, "para vivir en el mundo presente con sensatez, justicia y piedad". ¿Soy yo sensato? ¿Soy justo? ¿Soy piadoso?
Y todo ello "aguardando la dicha que esperamos, y la manifestación de la gloria de Jesucristo, nuestro gran Dios y Salvador". He aquí el sentido y carácter específico del cristiano: un hombre como todos los demás (invitado a vivir los mismos valores que sus contemporáneos), pero que "sabe a donde va", está orientado y su conducta tiene un sentido y un objetivo final. Para San Pablo, ese objetivo del hombre, que justifica y polariza todos sus esfuerzos, es el encuentro de Jesucristo.
"Aguardad la dicha, cuando Jesucristo se manifieste", termina diciendo Pablo. ¿Camino yo hacia esa dicha? Porque "él se entregó por nosotros, para rescatarnos de todas nuestras faltas y para purificarnos, y hacer de nosotros un pueblo elegido, entregado a hacer el bien". Toda la bondad del mundo dimana de este sacrificio, y todo el bien que se hace en el mundo proviene del don de sí mismo que nos ha sido hecho. Señor Jesús, purifícanos. Señor Jesús, haz que seamos entregados en la práctica del bien. ¿Qué bien podré hacer yo hoy con ardor y entrega? Dame, Señor, mucho entusiasmo y mucho ardor, y haz de mí un apasionado de ti.
Noel Quesson
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El fragmento de hoy de la Carta a Tito que leemos de San Pablo está repleto de advertencias a los ancianos, a los jóvenes y a los dirigentes de la Iglesia. Aunque todas ellas se reducirían a un recetario un poco cansino, si no arrancaran de la experiencia de la gracia. Me parece que el vértice del texto lo constituye una frase que Pablo nos dice hoy: "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres".
Esta es la fuente de una nueva manera de vivir, según mi parecer. Porque en la monotonía de nuestra existencia, o en los pozos negros de nuestro pecado, Dios mismo se hace el encontradizo con nosotros. Pero no para pasar factura por los incumplimientos de ese contrato con él, sino para traer salud y esperanza, y abrir un boquete para respirar. ¿Quién puede resistirse a un Dios así?
Gonzalo Fernández
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Tito, como pastor de la Iglesia de Creta, debe saber enseñar oportunamente a todos. Pablo le dicta hoy unas consignas que debe transmitir a las diversas clases de personas de su Iglesia, así como sobre cómo debe él mismo comportarse.
A los ancianos les pide que "sean sobrios, serios y bienpensados, robustos en el amor y la paciencia". A las ancianas que "sean decentes en el porte, no chismosas ni dadas al vino" (los vinos de Creta eran y son famosos), y que den "buen ejemplo a todos, a los familiares y a los más jóvenes". A los jóvenes les pide que "tengan ideas justas y se presenten como modelos de buena conducta". Y a él (a Tito, obispo de Creta) que sea "íntegro, sensato e intachable, de manera que nadie pueda achacarle nada".
Aunque las recomendaciones parezcan de virtudes humanas, la motivación que pone Pablo siempre es de fe, en el tiempo intermedio que transcurre entre la "aparición de la gracia de Dios" hasta "la aparición gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo". Los cristianos debemos llevar una vida no dictada bajo "los deseos mundanos", sino "sobria, honrada y religiosa", de modo que seamos un "pueblo purificado, dedicado a las buenas obras" (ya que Jesús se entregó por nosotros "para rescatarnos de toda impiedad").
Tanto la motivación como los ejemplos dado por Pablo siguen siendo válidos hoy día, porque creer en Jesucristo tiene consecuencias. Al examen que ayer nos invitaba a hacer Pablo, hoy se añaden nuevos matices. Así que hoy podemos preguntarnos si en verdad somos "robustos en la fe, en el amor y en la paciencia", "sobrios y serios", "bondadosos y sumisos" unos a otros, y "modelos de buena conducta" para los que nos ven dentro y fuera de casa.
Lo que Pablo pretende es que no se nos tenga que recordar que somos chismosos, malpensados o dados al vino, ni nos dejamos llevar por "los deseos mundanos". Es decir, que no se nos diga que seguimos los criterios de este mundo, muchas veces opuestos a los del evangelio de Cristo.
Desde el obispo hasta el último bautizado, todos hemos de llevar una vida digna de nuestra identidad cristiana, como "pueblo purificado, dedicado a las buenas obras" y con la mirada puesta en Jesús. Unos y otros hemos de ser un buen ejemplo para los demás, los ancianos para los jóvenes y los jóvenes para los ancianos, los responsables para la comunidad, y todos para la sociedad que nos rodea, de modo que no puedan criticarnos por ninguna conducta inconveniente.
Sólo a partir de esta base (de las virtudes humanas) podremos avanzar en otros aspectos más elevados. De nuevo el salmo responsorial de hoy insiste en las cualidades básicas: "Haz el bien, practica la lealtad, sea el Señor tu delicia, apártate del mal y haz el bien".
A Pablo le preocupaba la ortodoxia de la doctrina que Tito enseñaba ("habla lo que es conforme a la sana enseñanza", y "en la enseñanza sé íntegro y grave"), pero sobre todo quería que el pastor de la diócesis diera un ejemplo intachable a todos.
José Aldazábal
Act: 12/11/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A