29 de Noviembre
Viernes XXXIV Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 29 noviembre 2024
a) Ap 20, 1-4.11; 21,2
Narra hoy el libro del Apocalipsis el momento en que el juicio de Dios arroja al abismo al dragón, a la serpiente antigua y al diablo. En efecto, el juicio final de Dios comienza así, por el aniquilamiento del mal.
En 1º lugar, describe Juan el lugar de la escena o audiencia judicial: "Vi un gran trono blanco". Y junto a esa sede de Dios, describe al juez, los documentos y a los acusados. El cuadro es solemne, pues la vida humana está en juego y no a forma de simulacro. De hecho, Dios ha hecho responsables a todos los seres humanos, y los considera como tales. La cosa, por tanto, es seria, y el mismo Dios se atendrá a ello.
El juicio de Dios comienza diciendo que "los muertos serán juzgados conforme a sus obras, y según lo escrito en los libros". Por lo visto, todo lo que los humanos hacen diariamente es escrito en el libro de Dios. El símbolo está claro, y la eternidad sólo será prolongación de esta vida actual, sin arbitrariedad alguna.
La condenación (o la salvación), por tanto, no es fruto de la fantasía injusta de Dios, sino que es algo que se va escribiendo (que cada uno va escribiendo) en esta propia vida, página a página y acción a acción. O para decirlo de otra forma, todos nuestros gestos, y nuestras palabras, y nuestros compromisos, y nuestros rechazos de hoy, se están escribiendo en el libro de Dios.
Señor, todo esto ¡me espanta!, porque conozco bien la pobreza y los pecados de mi vida, y ante tu santa mirada es más patente mi pecado. Pero creo también que, en tu gran libro, se escribe también mi arrepentimiento, y la demanda humilde de perdón que hoy te hago. Ten piedad, Señor.
Tras el juicio divino y destrucción del mal, el vidente Juan vio "un cielo nuevo y una tierra nueva". Y repito lo de nuevo y nueva, pues se trata de la idea de lo nuevo: un vestido nuevo, una casa nueva, un nuevo hijo, un nuevo amor, un disco nuevo, un coche nuevo... y un objeto nuevo que he estado esperando mucho tiempo y que ¡aquí está!
Dios prepara, por tanto, un cielo nuevo, una tierra nueva y una creación nueva. Es verdad que para Dios la creación no está en el pasado, pero también es verdad que está al final de una historia de esfuerzo. Y la humanidad camina hacia esa novedad y hacia esa juventud. Gracias, Señor.
Se trata de "la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios". La ciudad nueva, el nuevo estilo de relación entre los hombres, es un don que "viene de lo alto". Y venía "engalanada, como una novia". Se trata de una de las más bellas imágenes de la Biblia, que nos habla de la nueva humanidad como:
-una novia, símbolo de belleza, de juventud, de amor, de
frescor, de felicidad;
-ataviada, cuidando su presentación, su atavío;
-para su esposo, porque ama y es amada.
Así ve Dios a la humanidad en su estado final: una humanidad desposada con Dios, unida a Dios, introducida por Dios en su propia familia y en su intimidad. No, apocalipsis no es sinónimo de catástrofe, sino de una revelación dichosa, sobre cómo ve Dios el fin del mundo y el fin de cada ser humano.
Noel Quesson
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Como punto culminante de una larga secuencia apocalíptica, llega hoy el momento del juicio final y del aniquilamiento definitivo de las fuerzas satánicas, por parte de Dios. Es verdad que el origen de las narraciones (un juicio mesiánico, seguido de un tiempo de paz, y previo al juicio final y al reino eterno de Dios) ya estaba presente en el judaísmo del s. I, pero también que Juan disminuye la importancia del binomio juicio-reinado temporales (vv.4-6), reduciéndolo a mera anticipación del juicio y reinado escatológicos (vv.11-15).
Después de la caída de ayer de la ciudad perseguidora ("la gran Babilonia"), perteneciente a los reyes de la tierra, hoy es el mismo Satanás ("el dragón") el que es castigado, en 3 momentos sucesivos.
En 1º lugar, el seductor es encerrado en el abismo por un tiempo limitado (1.000 años), aunque conservando todavía cierto poder. En un 2º momento, el diablo es arrojado al infierno, donde es atormentado eternamente (tras haber sido desatado por un ángel de la prisión, y habérsele dado una última oportunidad, que él aprovecha para perseguir al pueblo escogido). En 3º lugar, las fuerzas satánicas son exterminadas por el fuego divino.
La cautividad milenaria del diablo corresponde al reinado (también milenario) de Cristo y de sus elegidos, y está en función de éste. Los que han muerto para testimoniar a Jesús, los mártires, viven ya desde ahora la bienaventuranza y la felicidad del Resucitado y participan de su dominio regio, como primicias y consuelo de los cristianos todavía perseguidos. Rodeando al Cordero, se sientan en los tronos, resucitados y victoriosos.
Esta interpretación del reinado de Cristo excluye las doctrinas que han querido ver en los mil años una época histórica determinada, olvidando el uso simbólico que hace el Apocalipsis de las cifras e incluso de los hechos históricos.
En la visión paralela, la del juicio final, los tronos desaparecen y queda sólo el trono blanco majestuoso, ocupado por Dios, dominando la escena. Tierra y cielo (el mundo presente) huyen ante él. El Señor todopoderoso hace público su designio sobre los muertos que han vuelto a la vida, cuyas obras son juzgadas. El dueño de la vida y de la muerte revela las cosas escondidas desde el principio.
Notemos que el juicio divino está siempre ordenado a la salvación, pero que los hombres en cierta manera ya lo llevan a cabo a través de su actitud respecto a Cristo (confesar a Cristo es la piedra de toque de toda opción humana). Es decir, en el destino juegan 2 fuerzas: la elección de Dios ("todo el que no estaba escrito en el registro de los vivos"; v.15) y la libertad humana ("según sus obras"; v.12).
Finalmente, la muerte es arrojada, impotente, al infierno. Su desaparición es el signo más fehaciente de que este mundo ha pasado. Su destino es idéntico al de Satanás y al de los condenados: los cielos nuevos y la tierra nueva rezuman por todas partes la presencia del Dios de la vida.
Armand Puig
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Hoy Juan nos habla de la su visión victoriosa sobre el mal: "Vi un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena. Encadenó y encerró en el abismo a Satanás por mil años". Ve a los vencedores, las almas de los decapitados "por el testimonio de Jesús y el mensaje de Dios", y cómo éstos "volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años".
Y contempla Juan el futuro de la humanidad, en un nuevo cielo y una tierra nueva: "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo". Juan sabe que solos somos mendigos, y en comunidad alcanzamos la gloria. Juntos, como hermanos, vamos a la casa del Señor. Él es nuestra alegría.
Te invito a dejar resonar en tu interior las palabras del Salmo 83, para gozar la dicha de quien mora en la casa de Dios y desea sea casa para todos:
"Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor. Si hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido, ¿cómo no va a tener un sitio en tu casa mi alma? Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre".
A nosotros nos toca interpretar los signos de la llegada del reino de Dios. El cielo y la tierra nueva nos implica a todos, pero es fruto de la obra de Dios y a nosotros nos toca interpretar los signos de su llegada.
Miguel Gallart
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En el Apocalipsis se nos presenta hoy la derrota del mal a través de 4 etapas sucesivas: 1º la caída de la gran Babilonia, 2º la 1ª derrota del mal (simbolizado por el diablo o Satanás, que es encadenado por un período de 1.000 años), 3º una 2ª derrota del mal (ahora para siempre, y no ya por la lucha de los justos, sino por el poder de Dios) y 4º el advenimiento del reino de Dios, la Nueva Jerusalén.
El texto de hoy se sitúa en la 1ª derrota del mal, cuando el diablo es encadenado por 1.000 años. La gran Babilonia ha caído, y el demonio ha sido derrotado y atado. Sin embargo, queda la raíz del mal, que sólo puede ser arrancada por la acción purificadora de Dios. Sólo entonces se produce el juicio final, el triunfo final de Dios y de quienes tienen su nombre en la frente.
El juicio es entonces entregado a los mártires, a quienes resistieron hasta la muerte y no adoraron a la bestia ni a su imagen, ni aceptaron la marca en su frente, ni sucumbieron a sus seducciones (del poder y del placer). Los muertos también serán juzgados según sus obras, y quienes no aparezcan inscritos en el libro de la vida serán arrojados al lago de fuego, en el cual desaparecen para siempre. Se cumple así la promesa hecha por boca de Isaías (Is 65, 17), el de una nueva humanidad contemplada.
Tras lo cual, el apóstol Juan vio "un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron". Es decir, vio algo nuevo, que rechaza la idea de una vuelta nostálgica al pasado (al paraíso perdido) y apunta a la Nueva Jerusalén, el reino de Dios construido con una humanidad que ha caminado por la historia cayendo, levantándose y avanzando. La alianza entre Dios y la humanidad se consuma en las bodas místicas del Creador con la creación entera.
Luis de las Heras
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Nos dice hoy Juan que todo lo que vemos llegará a su final, y que en ese final cada uno será juzgado conforme a sus obras. En aquel día final, Satanás será vencido, al igual que la muerte. Y junto con ellos serán arrojados de la presencia de Dios todos los que obraron el mal. En cambio, el que haya perseverado hasta el final recibirá la corona de la vida, siendo parte de la novia que se desposará con el Cordero inmaculado, para permanecer eternamente con él en la gloria del Padre.
El Señor nos quiere como fieles testigos suyos, a pesar de las persecuciones o burlas de los demás. El Señor nos ha invitado a vivir de su Palabra a través de la propia vida, y nos ha convertido en un evangelio viviente del Padre. Así que no podemos llamarnos hijos de Dios si todavía llevamos la marca del pecado en el corazón. Si somos de Dios, dejémonos sellar por el Espíritu Santo, de tal forma que su presencia esté viva dentro de nosotros. Ésa será nuestra marca para entrar en la vida eterna.
Arrojemos al abismo, por tanto, al dragón de nuestra soberbia, para que no pueda extraviarnos antes que se cumplan los 1.000 años que necesitamos para entender este misterio, donde el mar "entregará a sus muertos" y éstos volverán a la vida para reinar con Cristo. Dicha muerte se refiere a los que han muerto por el testimonio de Jesús, así que muramos con él.
Anhelemos ver ese cielo nuevo y tierra nueva, cuando este 1º cielo y 1ª tierra pasen y el mar ya no exista. Anhelemos ver la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, que "descenderá del cielo, enviada por Dios y arreglada como una novia que se adorna para su esposo".
Javier Soteras
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El Apocalipsis no cesa de asombrarnos, y cada capítulo y cada página desenvuelven nuevas imágenes y recursos descriptivos que, aunque ya presentes en el conjunto de la Escritura, aquí adquieren un tono especialmente enérgico y majestuoso. He aquí una escena portentosa: un ángel encadena a Satanás por 1.000 años, antes de que quede en libertad por un breve espacio tiempo (el último), y sea definitivamente condenado al abismo.
Los estudiosos de la Biblia intentan encontrar un sentido a esa cifra de 1.000 años. En general, hoy podemos hablar de un consenso en un punto: no se trata de 1.000 vueltas de la tierra alrededor del sol, y la Escritura no está hablando del año 1.000, ni del año 1.100. Ni seguramente alude a una cifra que tengamos que empezar a contar a partir de algún:
-gran acontecimiento,
-que equivaldría a la
caída de una Babilonia.
El diablo encadenado no es un pobre diablo, y la Biblia tampoco dice que en ese espacio de 1.00 años esté inactivo, sino que "está encadenado", dando a entender que su poder no es ilimitado, y se restringe al mandato particular de quien le encadena, que es Dios.
En concreto, esto se traduce en que el demonio enturbia la situación pero no puede cambiarla, ni lograr su objetivo de extinguir la Palabra de Cristo. Eso sí, por lo menos la entorpece, y muchas veces malogra muchas obras maravillosas de la gracia.
Cuando termine ese tiempo del encadenamiento, que será al final de los tiempos, sí que habrá cierto tipo de confrontación inédita, algo para nosotros desconocido y que reclamará una gracia singular, como puede entenderse de las palabras que dijo el Señor Jesús: "Si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados" (Mt 24, 22). Esto indicaría un tipo de combate espiritual que rebasa lo que podemos imaginar.
No podemos pasar por alto un versículo elocuente del pasaje apocalíptico: "Vi unos tronos, y a los que se sentaron en ellos se les dio poder para juzgar, y reinaron con Cristo mil años" (Ap 20, 4). Es decir, que los que murieron por Cristo serán vivificados por Cristo, y juzgarán a sus opresores e incluso ¡reinarán!
Ponderemos lo que esto significa, porque antiguamente Dios había dicho: "Yo soy el Señor, y mi gloria a otro no daré" (Is 42, 8). ¡Y ahora vemos a criaturas humanas que juzgan y reinan! No obstante, no busquemos la contradicción, porque dicha gracia (la de reinar) no consiste en una declaración externa de poderío, sino en una transformación radical de nuestro ser (la de pasar de pecadores a reyes).
Nelson Medina
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Siguen sucediéndose en el Apocalipsis las visiones enigmáticas y llenas de fantasía, y hoy vemos que el dragón (que es "la antigua serpiente, el diablo o Satanás") es arrojado al abismo, tras lo cual estará "suelto por un poco de tiempo". Pero sigamos analizando esas visiones, que hoy nos hablan de 1.000 años, de juicio, de reinado y del archivo de Dios.
No sabemos qué significan los "mil años" en que reinará Cristo con los suyos. Pero sí parece claro que el juicio va a ser serio y universal, por parte del que está "sentado en el gran trono blanco". Cada uno será juzgado "según sus obras", y dichas obras están "escritas en los libros" de Dios.
Los que han sido seguidores del Maligno serán "arrojados al lago de fuego, junto con la muerte y el abismo". Pero los que han dado testimonio de Jesús, y "no han rendido homenaje a la bestia y a su imagen y no llevan su señal", pasarán a la vida, formando parte del "cielo nuevo y la tierra nueva, la ciudad santa, la nueva Jerusalén", a la que Juan contempla como "enviada de Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo".
Esto tendrá lugar tras la sentencia final, que sucederá tras la gran batalla entre el bien y el mal. Ha llegado el tiempo de separar el trigo de la cizaña.
Los números (1.000 años) no son importantes, pues el mismo Pedro dice en una de sus cartas que, "ante el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día" (2Pe 3, 8). Lo decisivo es que el juicio será sobre si hemos sido fieles y no nos hemos dejado contaminar por la corrupción del mal, ni hemos apostatado de nuestra fe por las mil tentaciones del maligno. Y que nos espera el gran triunfo en los cielos nuevos, como Iglesia festiva del Señor.
Nuestro destino es la Nueva Jerusalén, si hemos sabido luchar y vencer (con la ayuda de Cristo) al mal. Ojalá se cumpla en nosotros la visión optimista del salmo responsorial de hoy: "Ésta es la morada de Dios con los hombres. Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre".
José Aldazábal
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El libro del Apocalipsis va llegando a su fin, y hoy describe el juicio a los testigos de Dios y a sus verdugos. Los muertos por "no adorar a la bestia" reinarán 1.000 años sobre la tierra, mientras que quienes "no se hallaban inscritos en el libro de la vida" serán arrojados al lago de fuego.
Dos pensamientos muy típicos surgen aquí, de esta literatura apocalíptica: el milenarismo y la predestinación. Sin embargo, el juicio se decide fundamentalmente por las obras, que quedan evidentes en este momento de revelación.
Toda la escena es de gran tensión y expectativa, y pareciera que el tiempo del castigo ha llegado y que nada queda en pie. Sin embargo, lo que perdura (lo que resistirá a la "cólera de Dios") son las obras de los justos y la actitud de no haber adorado a la bestia. Es decir, la vida coherente, como podríamos decir hoy, pues la fe se demuestra en las obras.
En definitiva, la vida creyente se demuestra en arriesgarse y enfrentarse al poder idolatrizado, prefiriendo morir antes que dejar de rendir culto solamente a Dios, o dejar de vivir el evangelio.
La historia culmina en "un cielo nuevo y una tierra nueva". Es decir, en una total novedad de la creación. Todo es nuevo, todo está redimido, todo es puro y bueno. Ya no habrá más criaturas contaminadas, ni deformaciones de la naturaleza, porque ahora todo es nuevo.
Pero no queda aquí la cosa, pues tras esa nueva creación Dios se casará con su pueblo y lo recibirá en su alcoba. Y ese pueblo buscador de felicidad habrá encontrado por fin al amado del Cantar de los Cantares. ¿Podemos dejar de soñar y emocionarnos pensando en este momento? ¿No nos mueve la fe a creer que todo esto puede ser posible?
Ante esta imagen, no queda otra cosa que esperar que así suceda, porque nada de lo que vemos parece que esté llevando hacia ese final. Al contrario, los mercaderes de este tiempo parecen estar por encima de cualquier amenaza, nuestro hogar (la tierra) se ha transformado en un gran basurero, y Dios parece que está lejos de nosotros. Frente a la palabra de Dios del Apocalipsis, y frente a la situación de vida, sólo nos queda creer, simple y crudamente, lo que Dios promete.
Dominicos de Madrid
Act: 29/11/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A