31 de Octubre

Jueves XXX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 31 octubre 2024

a) Ef 6, 10-20

         Para describir la vida cristiana de forma clara y atractiva, Pablo imagina hoy al cristiano como un guerrero bien armado, listo para resistir al enemigo y atacarle a la vez. La armadura de Dios de la que tiene que revestirse está constituida por la verdad y la justicia (cinturón y coraza) que obran en su vida. Y su objetivo, para el cual se ha calzado los pies, no consiste sino en el anuncio del "evangelio de la paz" (v.15).

         Para esta empresa, el miles Christi (soldado de Cristo) ha recibido la fe como un escudo, que le defiende de unos "dardos encendidos del maligno" (v.16) que podrían herirle e incluso matar. También ha recibido la salvación como yelmo protector, y la palabra de Dios como espada del Espíritu (v.17).

         Como se ve, el cristiano se encuentra asediado por enemigos que no son "de carne y sangre" (v.12), y ha de hacer frente a las "insidias del diablo" (v.11) y a fuerzas extrañas y amenazadoras: "las soberanías, las autoridades, los dominadores de este mundo tenebroso, las fuerzas espirituales del mal" (v.12).

         En pocas palabras, los enemigos irreconciliables (de la verdad, la justicia y la paz) no son otros sino la mentira, la injusticia y la guerra, que reinan entre los hombres y los seducen. Y el cristiano no es el hombre que se coloca al margen de ese combate, ni tampoco el que vive únicamente en la verdad, en la justicia y en la paz. Más exactamente, el creyente es el hombre que no deja nunca de buscar y de hacer la verdad, la justicia y la paz. El combate tiene lugar en el interior espiritual de cada persona, pero también en la sociedad.

Miguel Gallart

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         Al final de la Carta a los Efesios, Pablo exhorta a los cristianos al combate espiritual y a la oración, como consejos siempre válidos para todos los tiempos: "Hermanos, sacad vuestra energía del Señor, la encontraréis en la fuerza de su poder".

         Encontramos también una de esas expresiones familiares de San Pablo: "en el Señor" y "en Cristo". Pero no las leamos rutinariamente, sino procuremos descubrir el misterio profundo que expresan: la realidad del cuerpo místico que formamos con Jesús, y la realidad de la gracia divina que nos anima desde el interior. "Vivo en Cristo como en un medio divino", decía Teilhard de Chardin. Pues bien, hoy Pablo nos recomienda extraer esa energía y vigor "en Cristo", y no buscarla en mí mismo.

         Tras lo cual, lanza San Pablo una de las frases más bonitas de toda la Escritura: "Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra los hombres, sino contra las fuerzas invisibles y el poder de las tinieblas que dominan el mundo, y los espíritus del mal que están sobre nosotros".

         Es decir, que la vida humana no es un bonito juguete que nos entretiene, sino un auténtico combate lleno de lucha. Los modernos hablan de conflictos y de luchas, pero para Pablo la lucha es mucho más profunda que lo que dicen los simples análisis políticos. Se trata de un combate contra "fuerzas espirituales invisibles", pues en el corazón del mundo existen unas fuerzas "más fuerte que nosotros" que están "por encima de nosotros".

         No hay que pasarse de listo, y el peor error sería ignorar esas fuerzas, o tratarlas de inofensivas o de inexistentes. Esta es, a menudo, la actitud del hombre moderno, y quizás por esto queda con frecuencia vencido por lo que Pablo llama "fuerzas subterráneas, movimientos incontrolables, influencias imprevisibles", y hoy día podríamos llamar droga, violencia y corrupción.

         Pero detengámonos en la armadura del creyente, pues Pablo habla del "cinturón de la verdad", la "coraza de la justicia", las "sandalias del celo por el evangelio de la paz", el "escudo de la fe", el "yelmo de la salvación", la "espada de la palabra espiritual". Por lo que se ve, Pablo está encarcelado en su casa de Roma, y un soldado romano monta la guardia a su puerta, y Pablo se distrae describiendo la armadura de los soldados de Cristo.

         Pero la panoplia que describe Pablo no va contra adversarios de carne y hueso, sino contra unas "fuerzas ocultas" de orden espiritual. Si el cristiano se adhiere a la fe "en Cristo" nunca habrá de temer este combate, y saldrá victorioso ante las "fuerzas del mal". De ahí que insista el apóstol: "Que en toda circunstancia, el Espíritu os mueva a orar y a suplicar. Permaneced despiertos a fin de perseverar en la oración".

         La oración no es mencionada entre las armas del miles Christi, pero entra en el mismo contexto de la batalla, y "es preciso velar". Pero no para pedir ayuda a Dios, sino porque la oración es esa fuente de energía o fuerza para el combate, como ese doping que da un nuevo empuje. Hay que mantenerse en pie y permanecer despierto, y eso es lo que consigue la oración. En este sentido, lejos de ser un refugio para personas débiles, o lejos de oponerse a la acción, la oración es el secreto de la fuerza de los hombres dinámicos.

Noel Quesson

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         La Carta a los Efesios nos habla hoy de "tomar las armas" de Dios como mejor estrategia para hacer frente al mal. No obstante, se trata de unas armas que, según las va describiendo Pablo, tienen más bien un carácter defensivo, aunque alguna de ellas (la espada) sea ofensiva.

         En concreto, nos habla Pablo del "cinturón de la verdad", de la "coraza de la justicia", del "calzado para anunciar la paz", del "casco de la salvación" y de la "espada de la palabra". Con un lenguaje comprensible para los cristianos del s. I, el apóstol alude al equipamiento de los cristianos para hacer frente al mal, y con el cual no estaremos indefensos.

         Creo que hoy necesitaríamos reforzar esta conciencia de nuestra dignidad. Es cierto que nos hemos vuelto muy sensibles a la sobredosis de mal y sufrimiento que nos envuelve, pero ¿somos igualmente sensibles al poder de la fe? ¿Creemos en el vigor de Cristo resucitado? ¿Confiamos en los dones que el Señor nos concede para vencer el mal a fuerza bien? ¿Valoramos nuestra vocación de luchadores, o nos contentamos con ir tirando, sin sacar partido de la energía que el Espíritu Santo crea en nosotros?

Gonzalo Fernández

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         Hoy es el último día que leemos la Carta a los Efesios, que nos ha acompañado durante más de 2 semanas. Y lo hacemos con una página bastante guerrera: "Poneos las armas que Dios os da, para poder resistir a las estratagemas del diablo".

         No importa tanto identificar las diversas piezas de la armadura del guerrero del tiempo, aunque es interesante: cinturón, coraza, calzado, escudo, casco y espada. Ni tampoco la correspondencia metafórica de cada una de ellas con las armas espirituales que nombra Pablo. Lo que sí es interesante es la lista de cuáles son estas armas para un cristiano, porque siguen siendo las mismas que ahora: la verdad, la justicia, la paz, la fe, el Espíritu, la palabra de Dios, la oración...

         Pablo pide que en esta oración, además de pedir por sí mismos, recemos por los demás, y también para que la palabra salvadora de Dios pueda seguir anunciándose en el mundo, dentro de esta lucha encarnizada entre el bien y el mal.

         Los cristianos tenemos que luchar, pero hemos de hacerlo con las armas de Dios y no con las propias. Porque la lucha no es contra "enemigos de carne y sangre", sino contra las fuerzas del mal, contra "fuerzas sobrehumanas y supremas del mal que dominan este mundo de tinieblas".

         Lo que pedimos en el Padrenuestro ("líbranos del mal") no sólo lo pedimos para nosotros, sino para toda la humanidad. Y no sólo lo pedimos, sino que nos mostramos disponibles para la lucha, para que triunfe el bien y no el mal a nuestro alrededor.

         Las armas de Dios las ha enumerado Pablo. Así que somos conscientes de que no podemos triunfar sin la fe, ni la oración, ni la ayuda del Espíritu de Dios. Si celebramos bien la eucaristía, escuchando la palabra de Dios y recibiendo en alimento el cuerpo y sangre de Cristo, estaremos pertrechados para el combate de cada día y para "mantener las posiciones".

         No tenemos que asustarnos. Es verdad que el mal actúa con fuerza y echa mano de estratagemas muy sibilinas. Pero con la ayuda de Dios podremos vencer, como recuerda Pablo: "Buscad vuestra fuerza en el Señor, poneos las armas que Dios os da". El salmo responsorial de hoy sigue siendo estimulante: "Bendito el Señor, la roca que adiestra mis manos para el combate, el alcázar y baluarte donde me pongo a salvo".

José Aldazábal

 Act: 31/10/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A