ALEXÍADA

 

Diario palaciego de Ana Comneno,

sobre el día a día del Imperio Bizantino

 


Corte bizantina, desde la que Comneno vio las batallas, alianzas e intrigas

Madrid, 1 septiembre 2022
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

           La Alexiada (Άλεξιάς) es una biografía histórica y apologética escrita hacia el 1120 por la princesa de Bizancio Ana Comneno, que se dedica a relatar los entresijos imperiales bizantinos de su padre Alejo I de Bizancio.

           Se trata de una obra que pertenece al período renacentista de la literatura bizantina, en el que los autores bizantinos volvieron a la lengua griega ática, emularon a los autores griegos clásicos con un estilo florido y oscuro, personalizaron más todavía sus obras y multiplicaron las digresiones literarias desde el principio hasta el final de sus obras.

           Algunos historiadores se plantean cómo una mujer que vivió casi siempre en palacio pudo haber descrito campañas militares con enorme precisión. Pero no tienen en cuenta un hecho que ella sí manifiesta en sus escritos, y es la ayuda inestimable de su marido Nicéforo Brienio, general de su padre Alejo I. Así como las múltiples relaciones que Comneno tenía con toda la corte imperial, con los médicos, generales y asesores de su padre, y con toda la familia Comneno al completo. E incluso con la posibilidad de que la princesa Ana tuviese acceso privilegiado a los archivos del estado.

           Pero lo más importante es que la mano de una mujer se puso a escribir, que sabía hacerlo y que lo hizo muy bien, y que nos ha dejado una de las joyas de la historia mundial: los entresijos y vericuetos del milenario Imperio bizantino.

a) Ana Comneno

           Hija del emperador Alejo I Comneno y de la emperatriz Irene Ducas, Ana Comneno había tramado un complot contra su hermano y legítimo heredero al trono (Juan II Comneno) a la muerte de su padre, y su hermano se había contentado con relegar a su hermana al monasterio de Kecharitomene fundado por su madre Irene (quien también se retiró allí). Mientras Ana vivía en apartamentos contiguos al convento, y a petición de su madre Irene, comenzó Ana a escribir la historia de Alejo I[1], con el objetivo de ilustrar el surgimiento de la dinastía Comneno. Sin embargo, la obra quedó inconclusa, pues una enfermedad contraída durante una campaña militar le impidió llevar a cabo su cometido[2].

           Ni ella ni su madre hicieron votos ni vivieron allí como monjas, e incluso es probable que viviera también allí su marido Nicéforo Brienio, a quien cuidó hasta su muerte en 1138. Ana salía de allí cuando quería, en incluso recibía allí a quien quería, incluidos muchos familiares y consejeros del palacio imperial de Constantinopla[3]. En su libro XIV afirma Ana haber recopilado la mayor parte de la información “bajo el tercer poseedor del cetro imperial, comenzando por mi padre”[4], lo que sitúa el inicio del escrito después de la ascensión al trono de Manuel I Comneno, en 1143[5]. No obstante, todavía trabajaba allí en 1148[6], a la edad de 65 años.

a.1) Su propósito

           La Alexiada fue concebida por Ana Comneno como una epopeya de los Comneno, de la que Alejo I era el héroe y Ana la víctima[7]. Una Ana que ya en el libro XV afirma directamente su propósito: haberse “impuesto a sí misma una doble tarea: por un lado, narrar las grandes hazañas que marcaron la vida del emperador y, por otro lado, escribir un lamento de los hechos que habían desgarrado su corazón”[8].

           La Alexiada es, por lo tanto, no solo una biografía del emperador Alejo I, sino también una obra apologética e incluso hagiográfica, sobre su padre Alejo I, “un hombre de tal inteligencia que ni Platón ni toda la Academia podrían describir adecuadamente”[9], al que Ana llega a calificar de “decimotercer apóstol”[10].

           Por otra parte, la obra testimonia la visión bizantina del mundo[11], que no era otra que la de asegurar la unidad de la ekumene, y la de luchar contra aquellos que querían fragmentarla, tanto en el este (los turcos, los cumanos, los escitas...) como en el oeste (los normandos, sobre todo). Como representante de Dios en la tierra, el emperador no sólo debía asegurar la unidad política del Imperio, sino también su unidad religiosa. De ahí que veamos constantemente al emperador luchando contra los infieles (los sarracenos, llamados bárbaros por Ana) y los herejes (Juan Italo[12], Nilo[13], los paulicianos, los maniqueos[14] y los bogomilos[15]). Una lucha contra la heterodoxia que tendrá que obligar a la Iglesia ortodoxa a sacrificar temporalmente su propia riqueza (oro y plata, cálices...) por el bien del Imperio (par hacer moneda y pagar a los soldados), una vez que todos los demás remedios se habían agotado[16].

           En cuanto al fenómeno de las cruzadas europeas, su mismo concepto era bastante ajeno al espíritu bizantino. La guerra contra los turcos, que se habían adueñado de los estados árabes orientales, y habían fundado en territorio bizantino su Sultanato de Roum[17], era un hecho con el que era necesario hacer algo a Bizancio. Y la liberación de Jerusalén era una tarea que pertenecía a Bizancio y no a Occidente, aunque los bizantinos aceptaron con gusto la ayuda de extranjeros[18]. De ahí que Ana no sienta más que desprecio hacia Occidente, sobre todo por algunos de sus líderes (como Roberto Giscardo[19] y Bohemundo de Tarento[20]) cuyo objetivo era hacerse con el Imperio bizantino. Como cristiana, Comneno se solidariza con la gente pequeña e indisciplinada (Pedro el Ermitaño, por ejemplo), cuyo deseo ardiente era participar en la liberación del Santo Sepulcro[21], y no desvalijar todo el Oriente.

a.2) Su estilo

           Está nutrido de historiadores (como Tucídides y Polibio) y oradores (como Isócrates y Demóstenes), y pretende ser una imitación de la lengua griega ática a través de la combinación de palabras oscuras y proverbios antiguos. Su estilo, sin embargo, es menos difícil de entender que el de Psellos, aunque no sea tan correcto. Y al rigor y la corrección del lenguaje prefiere muchas veces Ana la amplitud de estilo y la demostración de su erudición.

           Esta afectación lleva, por ejemplo, a pedir disculpas a sus lectores, cuando da nombres de jefes o pueblos bárbaros, pues según ella éstos “desvirtúan la nobleza y el tema de la historia”[22]. Y si se permite tal licencia, es sólo porque Homero también se acogió a ella[23]. Es así como no llama a los extranjeros por su nombre, prefiriendo referirse a los escitas y no a los pechenegos, a los dacios o los sármatas. Los turcos se convierten en los persas, y los normandos en los celtas. Del mismo modo, prefiere hablar de babilónico para no utilizar el término “sultán del Cairo”[24]. Y este mismo encargo le hace abandonar regularmente el término Constantinopla por el de “reina de las ciudades” o “capital imperial”, o utilizar el antiguo nombre Orestias para designar a Dirraquio.

           A diferencia de otros biógrafos de su época, Comneno concede especial importancia al retrato de sus personajes, cuya descripción física y psicológica precede o sigue de cerca a la de su carácter moral[25]. Es lo que hace con su padre (“de mediana estatura, y de un porte que emanaba fuerza de persuasión, y se ganaba el apoyo de sus interlocutores”) y Roberto Guiscardo (“de un físico impresionante, ojos de relámpago y voz estentórea que asustaba a miles, dando la impresión de una fuerza indomable al servicio de una ambición sin terminal[26]). Lo mismo ocurre con las mujeres, de las que Ana nos ha dejado notables retratos de la ex-emperatriz Maria, la madre de los Comneno (Ana Dalaseno[27]) y su propia madre (la emperatriz Irene Ducas[28]).

           A pesar de su estilo anfigúrico, debemos reconocer el talento narrativo que poseía Comneno. Y si las múltiples digresiones que salpican su texto[29] ralentizan considerablemente el relato, éstas son la alegría de los historiadores actuales, que encuentran en ellas abundante información sobre la vida de la época, y que hacen de estas memorias “una de las más eminentes obras de la historiografía griega medieval”[30] y “una de las fuentes más importantes de la primera cruzada, que permite comparar los puntos de vista occidentales y orientales”[31].

           Ana Comneno se convierte así en la historiadora más importante de este período después de Miguel Psellos, la primera historiadora de una familia imperial (si excluimos a Constantino VII) y la única mujer historiadora en la historia de Bizancio[32].

a.3) Su precisión

           En el prefacio y en el libro XV subraya Ana que, aunque sólo tenga admiración por su padre, no dudará en criticarlo cuando sea necesario, y que su libro no esconde ninguna verdad histórica[33].

           En la práctica, sin embargo, evitó cualquier crítica y trató de justificar algunas acciones de Alejo I duramente juzgadas por la población, como el saqueo de Constantinopla en su entrada triunfal de 1081[34], la nacionalización de bienes eclesiásticos o el hecho de que no prosiguiera su reconquista de Anatolia en 1116[35].

           Del mismo modo, abunda Ana en elogios exagerados, a la hora de decir que Alejo I otorgó plenos poderes a su madre Ana Dalaseno (al comienzo de su reinado), que ésta admiraba profundamente a su hijo Alejo I, que la autoridad de éste fue tan grande en la época, o que su propia partida para el convento hubiera sido una especie de desgracia, según el historiador de la época Zonaras[36]

           Otro tipo de afirmaciones, consideradas hoy erróneas, sí que fueron ampliamente sostenidas por la opinión general de la época, como el hecho de que el Concilio de Calcedonia dio a la Iglesia de Constantinopla primacía sobre la Iglesia de Roma (en lugar del primus inter pares), o que si Alejo I hubiera exterminado a los escitas durante su campaña de 1091, no le habrían ofrecido posteriormente ninguna resistencia real[37].

           También podemos lamentar la vaguedad cronológica de los hechos. Así, Ana menciona 4 veces (en los libros V y VI) el regreso de Alejo I a Constantinopla como si hubieran sido 4 hechos diferentes (dando la fecha sólo en la 4ª vez[38]). El juicio de Basilio el Bogomilo se habría celebrado hacia 1117, mientras que éste tuvo lugar hacia 1105. Sin embargo, esto puede explicarse por el deseo de no interrumpir la historia de las guerras de Alejo I, y posponer todos los demás eventos hasta el final del libro[39].

           Finalmente, algunos errores se deban probablemente a que no tuvo Comneno acceso directo a todas las fuentes deseables, o a que no verificó los hechos dudosos. Es así como presume que el nombre que se usaba para designar a los azules durante las carreras de carros, y que se pronunciaba veneton, aludía a la ciudad de Venecia. O que la ciudad de Filipópolis había sido fundada por Felipe el Romano y no por Filipo II de Macedonia[40].

a.4) Sus fuentes

           A lo largo de los libros, Ana menciona 3 tipos de fuentes que utilizó para escribir la Alexiada.

           1º Los recuerdos personales. Obviamente, Ana tenía recuerdos específicos de la vida en la corte y de los diversos miembros de la familia imperial. Así como también declara haber viajado muchas veces con su padre y su madre durante las campañas militares. Su madre acompañó al emperador desde 1094 (por el temor a un complot), y más sistemáticamente desde 1097, cuando parecía la única capaz de aliviar sus ataques de gota. Probablemente, sea ésta última también la razón por la que Ana Comneno se decidió a estudiar medicina[41].

           2º Las entrevistas con ex-generales de su padre, algunos de los cuales se habían convertido en monjes cuando se jubilaron. A este respecto cuenta, por ejemplo, cómo algunos de ellos le describieron el lamentable estado del Imperio antes de que Alejo I llegara al poder (ca. 1081), o las palabras de un testigo del asedio de Dirraquio, o los miembros del séquito de Jorge Paleólogo durante la campaña contra los pechenegos (ca. 1091)[42].

           3º Los archivos imperiales, que Comneno cita indirectamente (anteponiendo su texto con la frase “dijeron algo que se parecía a”[43]) o directamente (como el texto de la crisóbula de 1081, que otorgaba plenos poderes a su madre, o el tratado con Bohemundo de 1108[44].

           Las descripciones de las campañas militares ha llevado a algunos a plantear que Ana Comneno las copió directamente de su marido Nicéforo Brienio, bien porque éste se las dictó o bien porque ya estaban escritas por él en su Notas para una Historia (en cuyo texto hoy no aparecen). Desde esta perspectiva, el papel de Ana Comneno habría sido el de completar el material de Nicéforo Brienio, llenando los vacíos en las principales narrativas diplomáticas, agregando comentarios propios y revisando todo el texto para mejorar su calidad literaria[45].

           Las fechas de los hechos coinciden con la realidad, pero no completamente. Pues mientras que la 1ª fecha que aparece en la obra de Nicéforo Brienio es la de 1059 (y la última, la de 1080), la obra de Ana comienza en 1071 y se prolonga hasta la muerte de Alejo I (en 1118). Ana no oculta que “se inspiró en su marido”, e invita a los lectores que deseen más información a consultar su Notas para una Historia[46]. A estas fuentes Comneno añade recuerdos personales sin cesar, numerosas anécdotas contadas a ella por su padre y madre de las campañas militares, y las numerosas entrevistas que ella mantuvo con todo tipo de testigos oculares de lo sucedido (como su confidente Jorge Paléologo[47], un gran amigo suyo).

a.5) Sus personajes

           Ana Comneno elige el título Alexiada para su obra para emular a Homero y su Ilíada, evocando así el papel de Alejo I con el de la Odisea de Ulises. En este sentido, la Alexiada, que nunca relata las debilidades del emperador sino que exalta sus cualidades y sus hazañas, es en cierto modo más epopeya que historia[48].

           De ahí que abunden en la obra las referencias a personajes de la antigüedad[49], así como citas de autores griegos[50]. Es lo que se ve ya desde el primer párrafo del prefacio, donde el lector se encuentra confrontado con una cita de Sófocles: “De la oscuridad todo y envuelve todo lo que nace en la noche”[51]. Un prefacio que, para terminar, recoge otra cita más: “Tendré dos razones para llorar, como una mujer que en la desgracia recuerda otra desgracia”[52]. La Alexiada resulta así una especie de epopeya en prosa en la que los héroes se adornan con todas las virtudes, y los malos con todos los vicios[53].

           Alejo I, el héroe por excelencia de esta “nueva Ilíada”, es un general victorioso que debe enfrentarse a multitud de enemigos (los escitas en el norte, los francos en el oeste, los ismaelitas en el este y los piratas en el mar[54]). Sin embargo, logra salir de las situaciones más difíciles[55], e idear planes originales para asegurar la victoria[56]. Un Alejo que, no contento con dar brillantez a su ejército, no dudó en pelear él solo contra el campeón cumano que lo había desafiado, en una lucha que recuerda al episodio bíblico de David contra Goliat y que demostró que “antes de ser un general, era ante todo un soldado”[57].

           Aunque Ana pretende ceñirse a los hechos y no ocultar ningún posible error a su padre[58], no duda en justificar actos que en su momento fueron considerados reprobables, como el expolio de los bienes de la Iglesia al que tuvo que recurrir Alejo I para salvar el Imperio de manos de Roberto Guiscardo (por un lado) y de los turcos (por el otro). También insiste en que sólo se decidió por este expolio una vez que los miembros de su propia familia le hubieran donado todas sus joyas y fortuna personal, y que Alejo devolvió estos bienes a sus legítimos propietarios tan pronto como le fue posible, recompensándoles con numerosas donaciones[59].

           Su respeto por los personajes religiosos lo demuestra Ana a la hora de describir al detalle las luchas que libró Alejo I contra las herejías y los herejes Juan Italo, los paulicianos[60], los maniqueos[61], Nilo[62] y los bogomilos[63]. También explica en detalle las razones que obligaron a Alejo I a no acudir en ayuda de los cruzados tras la toma de Antioquía[64].

           Por otra parte, también es generosa Ana con sus enemigos militares (como se ve en su forma de tratar a Bohemundo[65] o al sultán Saisán[66]), con los soldados imperiales (a la hora de describir el trato diferencial que les confería Alejo I) y con los más necesitados del Imperio (para quienes se crea el Orfanato de Constantinopla[67]). Al tiempo que no tiene más que desprecio hacia los personajes hipócritas (como Bohemundo de Tarento, a la hora de apoderarse de Antioquía[68]) y hacia los herejes religiosos (como el monje hereje Basilio, empeñado en confesar su fe bogomila[69]).

           En cuanto a su marido Nicéforo Brienio, de él no duda en afirmar Ana que“él era mi césarr[70]. Lo mismo ocurre con el patriarca de Constantinopla (Nicolás y luego Cosme), que aconsejó al emperador Botaniates que abdicara por el bien del pueblo y accedió a coronar a Alejo I[71].

           Las mujeres que completan el panteón de Comneno son todas ellas modelos de virtud, comenzando por la madre de los Comneno (Ana Dalaseno), cuya política matrimonial hizo posible unir a los Comneno con todas las grandes familias del Imperio[72]. De la emperatriz Irene Ducas (su madre), Ana Comneno describe sobre todo su belleza física y candor interior[73]. Y de la ex-emperatriz María Alania (esposa de Miguel VII antes de casarse con Nicéforo Botaniates, y que adoptó a Alejo I en 1078 para convertirlo en hermano y protector de su hijo Constantino), Ana Comneno sólo dibuja un retrato físico[74].

           Sorprendentemente, incluso en el retrato que dibuja Ana de ciertos villanos, reconoce la princesa su belleza física y su fuerza de carácter, como si (emulando las epopeyas de Homero) los verdaderos héroes (los bizantinos) necesitaran enemigos dignos de ellos[75]. Eso sí, junto a su encanto físico, subraya todavía más Comneno su bajeza de su carácter. Son los casos del normando Roberto Guiscardo[76] y de su hijo franco Bohemundo de Tarento, que apenas es mejor que su padre[77]. Incluso el papa de la época (Gregorio VII), que bendijo la cruzada y se alió con Bohemundo, también estaba entre los villanos[78].

           Los líderes francos de la cruzada son descritos como vanidosos, codiciosos, inconstantes, e incapaces de obedecer a un solo líder (por el bien de todos) y de reconocer la buena voluntad y sabiduría de Alejo I (que conocía tanto su Imperio como el Imperio de los turcos y los peligros geográficos que los cruzados habrían que afrontar[79]). Sus modales son para Comneno toscos, y los incapacitan para ser simplemente corteses.

b) Alexiada de Ana Comneno

           Consta de 15 libros y un prólogo, y registra eventos desde 1069 hasta 1118. En 1º lugar describe el ascenso al poder de la Casa de Comneno (antes de la elevación de Alejo I al trono), y en 2º lugar relata en detalle el reinado de este último hasta su muerte (continuando y completando así la obra de Nicéforo Brienio, que sólo abarcó el período de 1070 a 1079). En general, en la obra de la princesa Comneno se pueden ver 4 grandes partes, junto a un excelente prólogo a nivel historiográfico:

-prólogo, en el que Ana explica los motivos que la llevaron a escribir este libro;
-libros I al III, destinados a reivindicar a la Casa de Comneno por tomar el poder imperial;
-libros IV a IX, dedicados a las guerras contra los normandos, los escitas (pechenegos) y los turcos;
-libros X y XI, que relatan la historia de la I cruzada y la invasión de Bohemundo de Tarento, hijo de Roberto Guiscardo;
-libros XII a XV, que relatan las últimas campañas militares de Alejo I, así como su lucha contra las herejías (maniquea, pauliciana, bogomila...) y la fundación del Orfanato de Constantinopla.

           Esencialmente, Ana dice en su prólogo que teme que el tiempo borre la memoria de su padre y sus hazañas. Su marido, el césar Nicéforo Brienio, ya se había dado a la tarea de perpetuar esta memoria, pero no pudo completar su obra[80]. Al coger este testigo, Ana espera que los recuerdos le permitan superar el dolor de haber perdido a sus dos seres queridos[81].

b.1) Libro I

          Trata la juventud de Alejo I (ca. 1001) y termina con los últimos meses del reinado de Nicéforo Botaniates (ca. 1081):

El emperador Alejo, mi padre, fue de gran utilidad al imperio de los romanos cuando tenía 14 años, siendo muy admirable y arrojado durante el reinado de Romano Diógenes (I, 1a).

Un dolor muy profundo tenía sobrecogida a la madre de Alejo, que lloraba la muerte reciente de su hijo primogénito Manuel, varón que había sido protagonista de grandes hazañas para el imperio de los romanos (I, 1a).

           Los primeros capítulos nos muestran a Alejo luchando en el Oriente, primero contra los persas y luego contra los turcos selyúcidas. Tras lo cual es proclamado césar:

Antes de haber asumido el Imperio, acompañó al emperador Diógenes, el cual dirigía una expedición muy importante contra los persas (I, 1a).

Durante el reinado del emperador Miguel Ducas, tras el derrocamiento del emperador Diógenes, la revuelta que dirigió Urselio dio motivos al joven Alejo para demostrar de cuánto valor hacía gala” (I, 1a). “Pero justo en el instante en que el poderío de los romanos sufría numerosos reveses y los turcos aplastaban con su suerte favorable la de los romanos, en ese preciso instante atacó también Alejo (I, 1b).

Mientras mi padre Alejo estuvo a las órdenes de su hermano durante sus funciones como general en jefe de todas las tropas de oriente y occidente, lo hizo con el cargo de lugarteniente. Pero ante las difíciles circunstancias por las que atravesaban los romanos a causa de las continuas incursiones con las que, como un relámpago, nos acosaba ese bárbaro, se pensó en el admirado Alejo para la confrontación bélica con éste, por lo que fue designado por el emperador Miguel estratego autocrátor. Y necesitó poco tiempo para encarcelar a Urselio, y restablecer el orden en Oriente” (I, 1c).

Éste fue para el gran Alejo, como si fuera un Heracles, el tercer trabajo previo a su ascenso al trono” (I, 9f).

           Una vez proclamado césar, alarga Alejo sus campañas militares hacia el Occidente, sofocando los focos de rebeldía de Brienio y Basilacio:

Todavía se le encomendó a Alejo en occidente otra misión por el entonces soberano Nicéforo, poseedor ahora del cetro de los romanos, esta vez contra Nicéforo Brienio, duque de Dirraquio, que estaba agitando todo el occidente tras ceñirse la diadema y autoproclamarse emperador de los romanos” (I, 4a).

Así concluyó, por tanto, el episodio relacionado con Brienio; pero el bárbaro Borilo salió de su ciudad y aconsejó a Alejo que marchara contra Basilacio, que ahora se ceñía la diadema del imperio y sublevaba desde Epidamno al Occidente sin cortapisas, hasta llegar a Tesalónica” (I, 7a).

           Desde el cap. 10 seguimos el ascenso del normando Roberto Guiscardo, un pequeño noble normando que conquista Lombardía y aspira a convertirse en emperador, como muchos habían intentado antes:

El débil organismo de los romanos generó en aquella ocasión, y como una mortal enfermedad, a los Urselios, Basilacios y cuantos componen la masa humana ansiosa de poder. Pero ninguno de ellos fue como el famoso déspota Roberto, conocido por sus tiránicas intenciones y hombre jactancioso al que generaron las tierras de Normandía, y que parió y crió una perversidad sin límites (I, 10a).

Partió Guiscardo de Normandía y se dedicó a merodear por las colinas, las cuevas y los montes de Longibardía, al mando de una partida de bandidos. Iba asaltando a los viandantes, y tan pronto capturaba caballos como otro botín o armas, teñiéndolo todo de sangre y provocando numerosos asesinatos” (I, 11a).

Reparó entonces en él Guillermo Mascabeles, señor de la mayor parte de la Longibardía, y acabó por comprometerlo con una de sus hijas” (I, 11b).

Una vez convertido en dueño de todas las posesiones de su suegro, empezó a sumar Guiscardo a las ciudades que ya poseía otras nuevas ciudades, y a sus riquezas otras riquezas. En breve ascendió a la dignidad de duque y de duque de Longibardía” (I, 12a).

Entonces Roberto empezó a aspirar a tener el imperio de los romanos, y se lanzó a la guerra contra los romanos. Habíamos dicho ya que el soberano Miguel, no sé cómo, prometió a su hijo Constantino con la hija de ese tirano, que se llamaba Helena” (I, 12b).

b.2) Libro II

           Trata la revuelta eslovena por la sucesión imperial (ca. 1081), el ascenso de los hermanos Comneno (Isaac y Alejo) en la corte, y la adopción de este último por la emperatriz María Alania, que suscita celos a su alrededor:

Miguel, el hermano primogénito de Isaac, de Alejo y de los restantes hijos de Juan Comneno, mi abuelo paterno, fue estratego autocrátor de toda el Asia por nombramiento del emperador Romano Diógenes” (II,1a). “Del mismo modo, cuando el emperador Nicéforo se percató de que Alejo demostraba gran habilidad en los asuntos de la guerra, comenzó a estimarlo más que a Isaac, aunque a ambos consideró dignos de compartir su mesa” (II, 1b).

Estos favores del emperador hacia los hermanos Comneno excitaban la envidia contra ellos, en particular la de dos bárbaros originarlos de Eslovenia: Borilio y Germano, que propagaban sus murmuraciones y conjuras contra ellos” (II, 1c).

El emperador, temeroso del ineludible golpe de la muerte, estaba preocupado por su sucesión, ya que no acababa de engendrar hijos a causa de la vejez” (II, 2a). “La emperatriz María se dio cuenta de todo ello, y trató de hablar con los hermanos Comneno, por los que tenía predilección. Ellos le dijeron: Vos sois nuestra señora y nosotros vuestros obedientes siervos, dispuestos a sufrir todo por vuestra majestad” (II, 2c).

Cuando el emperador fue informado de la toma de la ciudad de Cízico por los turcos, llamó inmediatamente a Alejo Comneno, y lo llevó a su mesa y le pidió seguir yendo en adelante” (II, 3a). “Su conducta era intachable, pero ensombrecía de envidia a los perversos, que pensaron vengarse de los hermanos Comneno” (II, 3d).

           Ante la conjura de los envidiosos contra los Comneno (a los que se sumaron Botaniates y Meliseno), y cuando el emperador estaba ya para morir, Alejo consigue el apoyo del césar Juan Ducas y del comandante Jorge Paleólogo, y con ellos el apoyo del ejército imperial:

Después de haber adoptado y abandonado numerosos proyectos contra los Comneno, el nuevo plan de los insidiosos fue hacerlos venir a palacio una noche, sin la autorización del emperador. Y allí los privarían de la vista y los desterrarían con el pretexto de una falsa acusación” (II, 4a).

Entre tanto, los rebeldes habían alcanzado la puerta de Blaquernas, habían roto los cerrojos y se habían encaminado sin obstáculos hacia los palacios imperiales” (II, 6a).

El padre de Jorge Paleólogo era leal al emperador en sumo grado, y tras saber la rebelión que se cernía sobre el palacio imperial, se puso inmediatamente de lado de los Comneno, llevando consigo a todos sus hombres” (II, 6b).

Los Comneno juzgaron que era necesario informar de la situación al césar Juan Ducas, que en ese momento estaba en sus posesiones de Morobundo. Y le enviaron a un legado para ponerlo al corriente de la rebelión. Una vez percatado del asunto, enseguida se sobresaltó y dijo: Ay de mí. E inmediatamente salió a buscar a los Comneno, para ponerse de su parte” (II, 6d-e).

Cuando los Comneno vieron venir de lejos al césar, quedaron asombrados y no sabían qué hacer de alegría, en especial mi padre Alejo” (II, 6i).

           Tras ser proclamado emperador por el ejército, Alejo hace su entrada triunfal en Constantinopla (tras saquear a la guardia imperial), mientras el candidato rebelde (Botaniates) es retenido por la familia Comneno en su propia casa familiar:

Dado que el tiempo se estaba agotando, de inmediato fue reunido el ejército entero alrededor de la tienda donde se habían instalado los Comneno, para investir a uno de ellos emperador. Entonces Isaac se levantó, tomó los borceguíes de color púrpura e intentó calzárselos a su hermano Alejo. Ante la reiterada negativa de éste, Isaac dijo: Déjame hacerlo, pues es voluntad de Dios llamar a nuestra familia a través de ti” (II, 7d).

Ana Dalaseno, la madre de los Comneno, trazó entonces un plan muy inteligente, cuando el enemigo Botaniates dormía en su casa con su prometida, que era una nieta suya. Ordenó a todos los de casa ir al culto a la Iglesia de Dios, y en caballo dirigió a las mujeres hacia Santa Sofía, y después cerró la puerta de la casa y se llevó ella las llaves” (II, 5a).

Para hacer su entrada en Constantinopla, Juan Ducas pidió a los guardianes de la torre abrir las murallas” (II, 9b-c), “Jorge Paleólogo subió a la torre con sus hombres (II,10c), los de Alejo clavaron empalizadas y acamparon ostensiblemente” (II, 10c), “y todo el ejército reclutado entró a la fuerza por la puerta de Carisio, saqueando sin freno las casas y hasta los lugares sagrados” (II, 10d).

Cuando Botianates vio que estos acontecimientos habían tenido lugar, que la ciudad y el palacio imperial estaban en manos de los Comneno, y que sus posibilidades de reinar se hallaban en un estado crítico, renunció totalmente al trono, fingiendo que no lo deseaba” (II, 11a.g).

b.3) Libro III

           Describe los primeros días en el poder de Alejo I (ca. 1081), y cómo debe, en cumplimiento de sus promesas con quienes lo ayudaron, crear nuevos títulos y dignidades (como el de sebastocrátor para su hermano Isaac):

Tan pronto como los Comneno llegaron al palacio imperial, enviaron a Miguel en busca de Botaniates, el cual se cortó el pelo sin tardanza y se vistió el hábito angélico para evitar represalias” (III, 1a). “En cuanto a la emperatriz María, se le permitió vivir en palacio junto con su hijo Constantino, que había tenido del antiguo emperador Miguel Ducas y que era rubio y blanco como la leche, y todavía tenía 7 años” (III, 1b).

En cuanto a los Ducas, más bien temían a la madre de los Comneno, y sumieron su alma en una gran inquietud” (III, 2a). “Por su parte, Jorge Paleólogo siguió dirigiendo a la flota, junto a todos los partidarios de los Comneno” (III, 2a).

El césar Ducas intentó ganarse al patriarca Cosmas, pidiéndole que no cediese bajo ningún concepto a las propuestas de la madre de los Comneno” (III, 2c). “Y se puso al servicio del emperador” (III, 2f).

           Tras lo cual hace Alejo I penitencia pública por los desmanes de sus tropas al entrar en Constantinopla, se busca una esposa (Irene Ducas) y se corona emperador, y va cumplimentando la reestructuración de la corte imperial:

Alejo estaba desgarrado y entristecido por el pillaje a que había sido sometida Constantinopla a su entrada, y era presa de grandes turbaciones ante nuestro Señor por esta entrada suya en la ciudad. Y no quiso ser como el soberbio e ignorante rey Saúl, sino más bien temeroso ante Dios y estricto a la hora de reconocer las malas acciones” (III, 5a.c).

Para curar la herida de su entrada militar a Constantinopla, Alejo llamó al patriarca Cosmas, a los miembros del sagrado Sínodo y al estamento monástico, y ante ellos compareció como acusado por sí mismo. Allí confesó todas sus faltas, y pidió un veredicto riguroso y justo. Tras lo cual, el tribunal sometió tanto a él como a sus parientes consanguíneos a las mismas penas: ayunar, dormir en el suelo y pedir perdón público a los ciudadanos” (III, 5d-e).

El césar Ducas ablandó el ánimo de Alejo, y le aconsejó que no desposara a la ex-emperatriz Eudocia Dalaseno (viuda de Constantino X Ducas), ni a Zoé Porfirogeneta ni a la ex-emperatriz María Alania, sino a una nieta suya que estaba siendo educada por los monjes: Irene Ducas” (III, 2f-g).

En una semana fue coronado tanto Alejo como Irene en Santa Sofía, a manos del patriarca Cosmas” (III, 2g). “La apariencia física de ambos emperadores, Alejo e Irene, era indescriptible y sin igual, un arquetipo de la belleza y la armonía que dejaría sin comparación al canon de Policleto” (III, 3a).

En cuanto a la reestructuración de la corte, Isaac Comneno fue honrado con un título de mayor categoría incluso que el de césar: la dignidad de sebastocrator, que era de categoría igual a la de un segundo emperador e iba coronado con corona imperial” (III, 4a).

El emperador Alejo, tras asumir la jefatura del Imperio, se ocupó enseguida de todos los asuntos pendientes, y gobernó desde el centro de todo el mundo. Se entregó de lleno a las cuestiones militares, sin esperar a sacudirse el polvo del combate” (III, 2b).

           Esta es una oportunidad para que Ana Comneno presente a varios miembros de la familia imperial, como la emperatriz Irene, el patriarca Cosmas, la ex-emperatriz María y la madre de los Comneno (Ana Dalaseno), a quien el emperador encomienda a todos los efectos prácticos la gestión interna del Imperio, mientras él se ocupa de la política exterior:

Alejo no levantaba mucho del suelo, pero su conjunto era inalcanzable en seriedad y majestad, con unos ojos que desprendían un terrorífico resplandor y una fogosa retórica que arrastraba con sus argumentos” (III, 3b).

Mi madre, la emperatriz Irene, era por aquel entonces una adolescente de 14 años, hija de Andrónico (primogénito del césar Juan Ducas). Su rostro reflejaba el resplandor de la luna, y era inagotable el placer que daba su aspecto y sus palabras, como si se tratara de un maravilloso espectáculo o recital inalcanzable para la misma Atenea” (III, 3c).

El patriarca Cosmas, como santo varón, renunció al patriarcado tras celebrar la sagrada liturgia del apóstol Juan el Teólogo, y se retiró al monasterio de Cario, dejando en su puesto al eunuco Eustracio” (III, 4d).

La ex-emperatriz María Alania recibió de Alejo un salvoconducto para ella y para su hijo Constantino, y se retiró al monasterio del gran mártir Jorge de la mano del sebastocrator Isaac” (III, 4g).

Alejo deseaba que su madre fuera el timonel de la nave del estado, y por ello la fue haciendo partícipe de la tarea de administrar el estado mientras él estaba ausente, y le fue pidiendo su inteligencia sobre los intereses del Imperio” (III, 6a).

b.4) Libro IV

           Relata los años 1081-1082, en que Alejo I toma las primeras medidas militares, comenzando con una estrategia defensiva frente a los turcos que saqueaban la Anatolia:

El emperador Alejo se dio cuenta de que el Imperio estaba agonizante, pues los turcos pillaban salvajemente las posesiones del Oriente, y el normando Roberto movilizaba todos sus recursos en el Occidente con el fin de instalar en el palacio a ese falso Miguel que se le había presentado” (III, 9a).

Una vez organizada la defensa de todos los territorios occidentales, Alejo afrontó el peligro que más próximo amenazaba al Imperio: los turcos, que no cesaban de pillar Bitinia y Tinia, hasta alcanzar Damalis del Bósforo” (III, 11a).

Embarcó entonces a unos cuantos decargas con arcos y lanzas, y en secreto y de noche los hizo cruzar el mar y ponerse a la orilla de los infieles, sin hacer el mínimo ruido. En torno al alba empezaron a disparar en masa, justo cuando los turcos se dedicaban a forrajear sus enseres. Cuando éstos empezaron a dispersarse, los destacamentos de Alejo tomaron las localidades que habían sido tomadas por los turcos, y pasaron las noches haciéndoles de abrigo” (III, 11b-c).

           Así como narra también los primeros enfrentamientos con los normandos de Roberto Guiscardo, por el control de la ciudad de Dirraquio (actual Durres, en Albania):

Por aquel tiempo, Roberto volvía a reagruparse desde sus diferentes puntos de procedencia, y dirigió su flota y toda clase de navíos a Dirraquio, a la que cercó por los frentes de tierra y mar” (IV, 1a). “Consigo llevaba a un monje encapuchado que algunos decían que era el faso emperador Miguel, a quien quería instalar en el palacio” (IV, 1d).

           Gracias al apoyo de los venecianos, los bizantinos cobran cierta ventaja inicial:

Alejo recibió los informes de Paleólogo con todo lo sucedido con Roberto” (IV,2a), y “decidió recurrir a los venecianos con promesas y obsequios” (IV, 2b).

Tras aparejar los venecianos su armada con toda clase de buques, emprendieron la travesía hacia Dirraquio, y erigieron su campamento junto al templo de la Inmaculada de Pella, a ocho estadios del campamento de Roberto” (IV, 2c). “Cuando abrió el día, los venecianos entraron en violento combate, agujereando y derribando las naves de los normandos, que se dieron a la fuga” (IV, 2d). “Tras lo cual, los venecianos acumularon su botín y se volvieron a su patria” (IV, 2f).

           Pero los normandos y los francos (de Maurice, que también acudieron a la cita) se recuperan, y, tras elegir a Roberto Guiscardo como líder supremo, cobran de nuevo ventaja. Hasta que el emperador se ve obligado a huir y escapar, por poco, de los normandos:

Pero Roberto, que era muy aguerrido, comprendió que no debía abandonar la campaña, sino combatir con mayor dureza” (IV, 3a). “Con la llegada de la primavera, le llegaron refuerzos de Longibardía, y también llegó Maurice con su escuadra. Se produjo entonces un violentísimo choque militar, y los hombres de Roberto resultaron ilesos, e impusieron a los francos el reconocimiento de Roberto como líder de toda la flota” (IV, 3a).

Tan pronto como el soberano tuvo noticias por Paleólogo de todo lo sucedido, y tras dejar en la capital a Isaac, partió Alejo de Constantinopla hacia Dirraquio, para intentar mantener el orden” (IV, 4a).

Pronto dio el soberano el orden de batalla a todo su ejército, nombrando jefes a los más valientes” (IV, 4b). “Mandaba el batallón de los excúbitos Constantino Opo, el de los macedonios Antíoco, el de los tesalios Cabasilas, el de los anatolios Taticio, el de los 2.800 maniqueos Jantas y Culeón, y el de las tropas vestiaritas imperiales Panucomites y Umbertópulo” (IV, 4c).

Tan pronto como tuvo así dispuestos los batallones, se arrojó Alejo con todo su ejército romano contra los celtas, atacando por los dos flancos a Roberto, que estaba en las murallas de Dirraquio luchando contra Paleólogo” (IV, 4d). “Esto sucedía el día 18 de octubre de la 5ª indición, muy cerca de la iglesia del gran mártir Teodoro que había junto al mar” (IV, 6a). “El soberano iba con su formación por la pendiente del lado del mar, junto a su nuevo césar Meliseno y a su doméstico Pacuriano” (IV, 6b).

Entonces Gaita, la esposa de Roberto y su acompañante en esta expedición, dirigió a los suyos que huían un horrísono grito, que sólo oyeron los de su propio idioma: Deteneos, y sed hombres por esta vez” (IV, 6e). “Tras lo cual, sus hombres empezaron a recuperar el dominio en el parte de batalla, y la falange romana comenzó a ser empujada y hecha añicos por los celtas, muriendo en ella muchos de los mejores guerreros de mi padre” (IV, 6g).

b.5) Libro V

           Relata los años 1082-1083, y explica por qué, para continuar la guerra contra los normandos, Alejo I se ve obligado al saqueo de las propiedades eclesiales, acuñando moneda con el oro y plata de las iglesias y monasterios:

Roberto se había apoderado de todo el botín de la tienda imperial, y deliberó con sus hombres intentar un asalto a las murallas de Glabinitza y Yoanina” (V, 1a), “al mismo tiempo que los emigrados de Delfi abrían las puertas de Dirraquio a Roberto” (V, 1b).

Por su parte, el emperador puso todo su esfuerzo e inteligencia para vengarse de la derrota, captando a los mejores y más expertos hombres en todas las técnicas bélicas, combates en formación, emboscadas y asedios, sobre todo en el cuerpo a cuerpo” (V, 1c).

No hallando otra forma de suministro, los hermanos Comneno reunieron todas las riquezas de su propiedad en oro y plata, y las enviaron a la fundición imperial. Mi madre la emperatriz donó todos sus bienes por herencia materna y paterna. Y seguidamente hicieron lo mismo los leales al emperador” (V, 2a).

Pero estos fondos no bastaron para las actuales necesidades, porque unos pedían más gratificaciones para ir a la lucha, y los mercenarios pedían un salario más alto. Ante el estado de las cosas, Isaac y su madre dirigieron su atención hacia las antiguas leyes sobre la enajenación de los bienes sagrados, y encontraron una que la justificaba: la liberación de los prisioneros. Y empezaron a emplear como materia prima para acuñar moneda cuantos objetos sagrados estaban arrumbados y desechados desde tiempo atrás” (V, 2b).

           Incita también Alejo I al emperador del Imperio Germano a atacar Lombardía, lo que obliga a Roberto Guiscardo a regresar a Italia. No obstante, cuando esto sucede, Guiscardo deja en su lugar a su hijo Bohemundo, nuevo cabecilla normando en los territorios bizantinos:

Envió Alejo embajadores al rey de Alemania al cargo de Metimnes, y con ellos envió una carta en que le instaba a no retrasar más su ayuda y a invadir con gran rapidez Longibardía, para distraer a Roberto y poder expulsarlo del Ilírico” (V, 3a).

Un emisario llegó a presencia de Roberto y le comunicó la inminente invasión de Longibardía, por parte del rey de Alemania. Roberto decidió presentar en público a su hijo Bohemundo, para ocuparse de sus asuntos en el Ilírico” (V, 3c). “Y dijo a sus jefes: Sabéis que parto para defender mis dominios y presentar batalla al rey de Alemania” (V, 3d). “Y a ti, amadísimo hijo, te recomiendo que no olvides reemprender la guerra contra el emperador de los romanos” (V, 3e).

           Por lo tanto, la lucha continuó teniendo lugar, con Alejo I (que sale a buscar refuerzos entre los hunos) intentando hacer frente a las incursiones de Bohemundo de Tarento (que vence en todas sus batallas), hasta que logra que se vuelva a su tierra y deje el Ilírico bizantino:

Bohemundo era un hombre de carácter combativo y arrojado, y acometió con firmeza la tarea de hacer la guerra al emperador. Seguido de sus tropas y de todos los oficiales romanos que habían desertado del emperador y se le habían unido, Bohemundo llegó a Yoanina a través de Bagenecia” (V, 4a).

Una vez llegado a Yoanina, el emperador se percató de que sus fuerzas no suponían ni una mínima parte de las fuerzas de Bohemundo” (V, 4b). “Pero Alejo lanzó sus falanges a la batalla, ocupando él mismo el puesto central. Y Bohemundo, que lo estaba esperando y conocía su estratagema, se adaptó a la circunstancia y lanzó dos flancos contra la formación romana, alzándose con la victoria” (V, 4c).

Bohemundo llegó en sus correrías a Larisa, y allí se tropezó con una llanura boscosa limitada por dos colinas que daban acceso a un estrecho paso, en el que le esperaba mi tío Miguel Ducas con sus hombres, unos en el desfiladero y otros fuera” (V, 7a). “Cuando Bohemundo los vio se alegró, como un león que encuentra una gran presa” (V, 7b). “Pero el huno Uzas salió con los romanos del desfiladero impetuosamente, y acometieron a Bohemundo, que perdió la enseña de sus manos y se retiró a Tricaia, y de ahí a Licostomio y de ahí a Castoria” (V, 7c).

           El libro termina con un epígrafe sobre la renovación de la ciencia que decide llevar a cabo Alejo I, y el interés mostrado por la pareja imperial respecto del mundo de la cultura, sobre todo contra los herejes y a favor de la verdadera filosofía:

Mi padre Alejo puso a Juan Italo al frente de toda filosofía, y los jóvenes acudían a él porque les revelaba las opiniones de Procio y Platón, la de los filósofos Porfirio y Jámblico, y las doctrinas y obras de Aristóteles, conocimientos todos que daban pie a su vanidad” (V, 9a). “Contemporáneos de esta época fueron Juan Salomón, Yasites, Servias y otros, que hicieron grandes esfuerzos por aprender” (V, 9b).

Mi madre la emperatriz llevaba frecuentemente un libro en sus manos, en el que estudiaba las doctrinas de los santos padres que fijaron el dogma, y en especial del filósofo y mártir Máximo. Ella dirigía su atención no tanto a las cuestiones de la naturaleza, sino a la auténtica sabiduría” (V, 9c).

b.6) Libro VI

           Relata los años 1085-1086, y comienza con el asedio de Castoria y la derrota de los condes franceses ante Alejo I, poniendo así fin a la guerra normanda y al apuntalamiento de las fronteras imperiales:

Brienio era dueño de Castoria, y Alejo, en su afán por expulsarlo y recuperar la plaza, mandó llamar de nuevo al ejército, suministrándole armas para el asedio y helépolis (empalizada y torres de madera, con catapultas) para hacer brechas y capturar sus murallas” (VI, 1a).

Los latinos subieron con gran rapidez al promontorio, pero allí estaba Paleólogo aguardando, con toda la artillería. Y nada más verlos llegar, trabaron combate contra los latinos en formación cerrada, y los vencieron” (VI, 1c).

Brienio se negó a reconocer al emperador, pero juró no alzar nunca sus armas contra él, a cambio de dejarle traspasar las fronteras del Imperio. Y el emperador accedió, plantando en el templo del mártir Jorge los estandartes imperiales” (VI, 1c).

Quedaron así asentadas las fronteras del poder imperial, tanto en el mar Adriático por Occidente cuanto por los ríos Eufrates y Tigris en el Oriente (VI,11c).

           Alejo I aprovecha este respiro para vengarse de los maniqueos (que en plena guerra normanda lo habían abandonado) y operar la devolución de bienes a la Iglesia (los que en plena guerra normanda le había confiscado):

Los paulicianos era una lacra insoportable de desobedientes a Bizancio, que el emperador no había podido someter por las guerras contra Occidente. Pero una vez acabadas éstas, el soberano decidió castigarlos, presentándose de incógnito en Mosinópolis y deteniendo y encarcelando allí a sus cabecillas, así como sumando los restantes al contingente de sus tropas y recluyendo a sus mujeres en la acrópolis” (VI, 2a-d).

Tras estos acontecimientos Alejo regresó a la ciudad imperial, que murmuraba por las calles y esquinas por la penuria del tesoro imperial y por el despojo insidioso que había hecho de los templos” (VI, 3a). “Por ello convocó una gran asamblea en el palacio de Blaquernas, con la idea de presentarse a sí mismo como acusado. Pronto estuvo allí presente todo el Senado, el ejército y los más notables de la jerarquía eclesiástica, para abrir el proceso. También estaban los ecónomos de los sagrados conventos, que allí expusieron los brevia (libros económicos) de sus templos” (VI, 3b).

Tras lo cual, el emperador, que estaba sentado en su trono imperial, y que hacía de acusador, de acusado y de juez, sentenció la devolución a todos ellos de cada bien confiscado. Y sobre el expolio que se había hecho de los adornos de oro y plata que recubrían el ataúd de la famosa emperatriz Zoe, Alejo se condenó a sí mismo, y mandó que le pidiesen cuanto deseasen” (VI, 3b-c).

           Tras lo cual, Ana Comneno hace un paréntesis para hablar de sí misma, explicando su propio nacimiento y los honores que se le otorgaron, así como con el nacimiento de su hermana y hermano menores, a quienes luego intentaría derrocar:

El emperador había vuelto a la capital el 1 diciembre de la 7ª indición, y nada más llegar a palacio se encontró a la emperatriz en la estancia pórfira destinada desde antiguo para dar a luz, y que daba el título de porfirogeneta a los que allí veían la luz. Al alba dio a luz una niña que presentaba un total parecido con su padre, y le hicieron la señal de la cruz. Esa niña era yo” (VI, 8a).

Por mi nacimiento, cuidaron de cumplir todas las aclamaciones y obsequios las dignidades del Senado y del ejército, y mis padres e consideraron digna de la corona y de la diadema imperial” (VI, 8c). “Cuando fui creciendo y tuve uso de razón, manifesté claramente el cariño que sentía por mi padre y por mi madre, y esa fue la característica de mi forma de ser, la de trabajar en beneficio de mis padres, y la de arrostrarme por mi amor hacia ellos” (VI, 8b).

Posteriormente, la pareja imperial tuvo una segunda hembra, que mostraba ya la virtud e inteligencia que luego brillarían en ella. Y empezaron a añorar el nacimiento de un varón, y en sus oraciones pedían que Dios se lo concediera. Al fin, durante la 11ª indición, les nació un varón, que era de piel morena y tenía los ojos negros, dejando traslucir un carácter todo lo agudo que pueda adivinarse en una pequeña criatura” (VI, 8d-e). “En suma, esto fue lo que ocurrió entonces, pues lo que ocurrió después será contado en su momento” (VI, 8e).

           Los capítulos finales tratan de las batallas entre Alejo I y el sultán turco (Suleimán) en Asia Menor, por el control de numerosas plazas del mar Negro y de la ciudad de Nicea:

El soberano Alejo había expulsado a los turcos de las orillas de Bitinia, del propio Bósforo y de las regiones más al norte, y había hecho un pacto con Suleimán. Pero al llegar del Ilírico de derrotar completamente a Roberto y a su hijo Bohemundo, se encontró con que los turcos de Apelcasem no sólo hacían correrías por Oriente, sino que habían llegado hasta la misma Propóntide y habían saqueado Sínope y las plazas costeras” (VI, 9a).

Cuando el emperador se enteró que los turcos que ocupaban Nicea se apoderaron de Nicomedia, la capital de Bitinia, el emperador se enfureció y pensó cómo arrojarlos de allí, envió una embajada de reclutamiento a Lacedemonia, mandó a los atenienses a construir una fortaleza (castillo) en la costa, y dirigió allí una flota al mando del drungario Eustacio” (VI, 10i).

Por medio de intermediarios, a los que Alejo contrató por medio de Puzano, los sátrapas apresaron a Apelcasem, le rodearon una soga al cuello y lo ahorcaron” (VI, 12c).

En cuanto al sultán Suleimán, éste envió una carta al emperador solicitando en matrimonio a su hija para su hijo primogénito. Nada más recibirla, el emperador se echó a reir, pero luego pensó: El demonio le ha metido eso en la cabeza. Y decidió no contestar y mantener en vilo el matrimonio” (VI, 12d). “Al poco tiempo, Suleimán fue asesinado por su propio hermano Tutuses, que desde Arabia llegó para eso y ocupar su lugar en Nicea” (VI, 12e).

Tras lo cual, el archisátrapa Elcanes ocupó las ciudades costeras Apoloniade y Cízico. A lo que inmediatamente el emperador se embarcó en sus naves y con los más valientes hombres de Euforbeno, y durante seis días sitió los lugares y los recuperó” (VI, 13a).

           El último capítulo está dedicado a la irrupción de los escitas (pechenegos), a la que se unen los maniqueos. Inicialmente victoriosas, ambas tribus son interceptadas por las tropas bizantinas, y por el momento han de retirarse:

Pero ya está bien de hablar de los turcos, porque quiero contar el ataque más terrible y más grave que el Imperio de los romanos tuvo entonces entre sí: una tribu escita, que iba llegando a nuestras fronteras del Danubio una vez tras otra, como las olas del mar y con sus caudillos Cales, Sestiabo y Satzas. El primero ocupó Dristra, y los otros Bitzina y las demás poblaciones del Danubio” (VI, 14a).

Entonces Traulo, aquel célebre maniqueo que había ocupado en sus correrías la plaza de Bellatoba, cuando se enteró que los escitas se ocultaban en el interior de la frontera imperial, entablaron conversaciones y se unieron a ellos, y empezaron a saquear los territorios de los romanos. Como los perros, los maniqueos siempre estaban deseosos de gozar de la sangre humana” (VI, 14b).

Cuando el emperador se enteró de esto, ordenó a Pacuriano dirigir allí el ejército, y organizar las líneas y desplegar las formaciones contra los escitas. Pacuriano alcanzó a los escitas en un desfiladero, y su doméstico Branas avanzó hacia ellos y los derrotó” (VI, 14c).

b.7) Libro VII

           Relata los años 1087-1090, y está dedicado a la guerra contra los escitas. Habiendo cruzado éstos el Danubio, los bizantinos logran hacerlos retroceder:

Cuando la primavera hizo su aparición, Tzelgu organizó un ejército escita y trapasó el valle superior del Danubio” (VII, 1a).

Pero el ejército romano estaba ya avisado y preparado en la zona, de la mano del nuevo doméstico de Occidente Adriano Comneno, hermano del emperador. Y rápidamente se lanzó contra ellos en combate, cayendo heridos muchos escitas y no pocos muriendo, incluido el propio Tzelgu, que fue herido de muerte. La mayoría de ellos perecieron aplatados unos a otros al arrojarse en su huida en el torrente que está entre Escotino y Cules” (VII, 1b).

           Sin embargo, los escitas, aliados con los cumanos, regresan, y asolan el campo y las ciudades a lo largo del Danubio. Lo que hace que Alejo I se precipite, y decida equivocadamente atacarlos en Dristra:

Los parientes del escita Tatu, que había hecho una alianza con los cumanos y había traído refuerzos de los cumanos, ocuparon entonces las dos acrópolis de Dristra, la célebre capital del Istro, y la asediaron” (VII, 3c).

Paleólogo y Maurocatacalon aconsejaban retrasar el encuentro con los pechenegos atrincherados en Dristra, y ocupar antes con el ejército la gran Peristlaba” (VII,3d). “Pero el emperador tenía un temperamento muy arrojado a las ofensivas, y tras encomendar la custodia de la tienda imperial a Cutzomites marchó con sus tropas a Dristra, ocupando él mismo el centro de la formación” (VII, 3f).

Los escitas también dispusieron su formación, compactando tácticamente las líneas a forma de muralla, y dejando tras ellas a sus carros, mujeres y niños” (VII, 3g). “La batalla duró de la mañana a la noche, y se produjo una gran cantidad de muertos por uno y otro bando. Hasta que de pronto aparecieron algunos jefes escitas que venían seguidos por 36.000 hombres. Entonces los romanos, al no poder hacer frente a tal multitud, volvieron la espalda” (VII, 3h).

           Los escitas derrotan a Alejo I en Cariópolis, y el emperador debe concluir una tregua antes de dirigirse a Adrianópolis. Se produce entonces una guerra de escaramuzas, que hace que Alejo, temiendo que los escitas se dirijan a Constantinopla, se vea obligado a negociar una tregua en el Danubio:

Entre tanto, Tatu llegó al Istro en compañía de los cumanos que había traído, y con ellos se alió a cambio de botines, después de un violento enfrentamiento entre ambos. Tras lo cual, todos se concentraron en el lago Ozolimne, entre cien colinas y la desembocadura de los ríos más bellos y caudalosos” (VII, 5a).

Cuando llegó la primavera, los pechenegos salieron de allí en dirección a Cariópolis, saqueando Apron y todo lo que pillaban por el camino. El emperador, que residía por entonces en Bulgarófigo, sin esperar más reunió a toda la élite de su ejército y a los jóvenes guerreros arcontópulos (hijos de los nobles arcontes), y con la barba recién salida les ordenó atacar a los escitas con los carros” (VII, 7a).

Pero los escitas estaban emboscados en las colinas, y al observar el paso de los bisoños arcontópulos, se lanzaron contra ellos, matando en el cuerpo a cuerpo al batallón entero de 300 arcontópulos. El emperador lamentó profundamente su muerte durante mucho tiempo, vertiendo cálidas lágrimas y llamando a cada uno por su nombre” (VII, 7b).

A esto se añadieron las noticias llegadas desde Mitilene, atemorizada por las amenazas del emir de Esmirna Tzacas. Lo que hizo que el emperador firmase una paz con los pechenegos, para que no siguiesen ganando terreno en el futuro, y volviese a la capital” (VII, 8a).

           Sobre todo por las amenazas del emir de Esmirna (Tzacas), que ante la ausencia de Alejo I (enfrascado en el Danubio con los escitas) intenta hacerse con Quíos, la gran isla que todo esmirneo podía, a simple vista, divisar:

También Tzacas se había cerciorado de las continuas guerras que los pechenegos mantenían con el emperador. Y por ello quiso aprovechar la oportunidad, y decidió hacerse con una flota a través de 40 naves que encomendó construir a un pirata esmirneo. Con dichas naves navegó Tzacas desde Esmirna hasta Focea (donde profirió terribles amenazas), se apoderó al primer asalto de Mitilene, y desde allí hizo la travesía a Quíos, la cual ocupó al primer ataque” (VII, 8a-b).

Cuando llegó a conocimiento del emperador lo que había sucedido, equipó su escuadra y puso a su frente a Constantino Dalaseno, pariente por parte de su madre y un hombre ya aguerrido. Este, una vez arribado a las costas de Quíos, se ocupó pronto del asedio de su capital y combatió resueltamente a Tzacas, hasta hacer que el emir se retirara a Esmirna” (VII, 8c).

b.8) Libro VIII

           Relata los años 1090-1091, y continúa la historia de la guerra contra los escitas, hasta que en 1091 Alejo I logra detener a los escitas en Querobacos, muy cerca ya de Constantinopla:

Al enterarse el soberano de que los jefes escitas habían seleccionado una porción de su ejército y la habían destacado contra Querobacos, adonde se esperaba que llegasen ellos, reunió a la guarnición y a los 500 hombres recién reclutados, los armó durante la noche y partió al alba, dejando un comunicado: Me marcho a Querobacos, porque los escitas se mueven con rapidea hacia llí. Vosotros salid detrás de nosotros, durante la Tirofagia” (VIII, 1a).

Una vez en el interior de Querobacos, el emperador cerró las puertas y recogió él mismo las llaves. Luego distribuyó a todos sus leales por las almenas de la muralla” (VIII, 1b).

Al salir el sol, los 6.000 escitas que estaban esperando a sus jefes se dispersaron de la muralla de Querobacos, y se pusieron a saquear la zona y la localidad de Decato, que distaba 10 estadios de las murallas de la capital imperial” (VIII, 1c).

Entonces se le hizo insoportable al emperador la idea de someter a pillaje toda la región, y que los enemigos avanzasen hasta los mismos muros de la emperatriz de las ciudades. Y decidió salir a hacerles frente en una batalla formal” (VIII, 1d). “Los mayoría de aquellos escitas cayeron en la matanza, y los demás fueron capturados” (VIII, 1e).

           Sin embargo, la capital Constantinopla está casi rodeada, con los turcos y cumanos, unidos a los escitas, Alejo I decide entonces jugárselo todo a una carta, en la gran batalla de Lebunion:

Los bizantinos, por su parte, quedaron admirados por la rapidez y determinación con que Alejo había resuelto la situación de los escitas, y había vuelto victorioso a la ciudad. Pero este jolgorio no duró mucho, pues una incontable muchedumbre de escitas se agolpó a las puertas de Bizancio” (VIII, 3a).

Mientras estos terribles hechos sucedían, el emperador tuvo noticia que Tzacas se había hecho una nueva escuadra, que se había aliado con los escitas para ocupar el Quersoneso, y que no permitía a los tropas mercenarias llegadas del Oriente unirse al emperador” (VIII, 3b). “Y se percató que los asuntos tomaban por tierra y mar un cariz totalmente negativo, junto a un invierno que se presentaba con toda su crudeza y que había llenado con montones de nieve, como nadie recordaba anteriormente, todas las calles y casas” (VIII, 3c).

Mientras tanto, los ejércitos escita (de innumerables tropas) y cumano (de 40.000 hombres, bajo mando de sus cabecillas Togortac y Manlac) permanecían acampados en Querenos, junto al arroyo Mauropotamo” (VIII, 4a-b)

El emperador se percató que no podía ya retrasar más el momento de una gran batalla, y pronto dio aviso a los escitas de que el enfrentamiento tendría lugar al día siguiente” (VIII, 5a).

           Es el 29 de abril de 1091, y en esa batalla del monte Lebunio los escitas son aniquilados, y se pone fin a la guerra escita. La soga que sujetaba a Constantinopla queda así eliminada:

El emperador invocó al Señor como auxilio, cantando durante toda esa noche los himnos consagrados a Dios, y no dejando que el resto del campamento fuera ajeno a estas devociones. De forma que el rumor de las voces del ejército ascendieron hasta la bóveda celesta y llegaron hasta Dios, y el emperador confió todos sus hombres y máquinas a la voluntad divina” (VIII, 5c).

Tras dormir un poco, se despertaron el emperador y sus soldados, y se determinó que fuesen todos vestidos con túnicas de seda que imitasen el color del hierro, porque no había bastantes corazas para todos. Y se ordenó que sonara el toque del combate” (VIII, 5d).

A los pies del Lebunio dividió el emperador su ejército, situó en orden las falanges y se puso él a la cabeza, mientras que a derecha e izquierda le comandaban Jorge Paleólogo y Constantino Dalaseno. Entonces los romanos, tras solicitar la compasión del Señor de todas las cosas, se lanzaron a la batalla” (VIII, 5e).

Pudo verse una matanza como nunca nadie había visto antes. Pues mientras los escitas eran masacrados, los masacradores se agotaban en su empuje y embestidas, cabalgando entre las turbas de enemigos y conmocionando a quienes se enfrentaban a ellos, con sus gritos y espadas” (VIII, 5g). “En fin, todas estas gestas fueron posibles gracias a la divina providencia, y gracias a Dios el emperador pudo volver triunfante a Bizancio, poniendo punto final a los acontecimientos relacionados con los escitas” (VIII, 6e).

b.9) Libro IX

           Relata los años 1092-1094, y está dedicado al interludio dálmata. Durante una larga estancia de Alejo I en Dalmacia, se entera de que el emir de Esmirna (Tzacas) se ha proclamado emperador en Mitilene, y reúne una imponente flota para atacar la isla por tierra y por mar:

Cuando hubo resuelto las cuestiones relacionadas con Juan y Gregorio Gabras, el soberano levantó el campo de Filipópolis y llegó a pie a los valles situados entre Dalmacia y nuestros territorios, escarpados y boscosos, para construir torres de madera y reforzar aquellos lugares fronterizos” (IX, 1a).

No había pasado mucho tiempo cuando llegaron unas informaciones bastante exactas sobre las actividades de Tzacas, que utilizaba los símbolos propios de los emperadores y se llamaba así mismo emperador de Bizancio” (IX, 1b).

El soberano mandó llamar de Epidamno a su cuñado Juan Ducas, y lo nombró gran duque de la flota, y le ordenó que marchara en dirección a Tzacas por tierra. También nombró talasocrátor a Constantino Dalaseno, y le ordenó que bordeara la zona costera y llegara simultáneamente a Mitilene, para presentar batalla a Tzacas por mar” (IX, 1c).

           Los generales bizantinos Dalaseno (mar) y Ducas (tierra) logran poner en fuga al emir Tzacas, y recuperar las islas del Egeo (Creta y Chipre) que también se habían rebelado. El emperador, temiendo nuevos ataques, anima al sultán a deshacerse definitivamente del emir de Esmirna:

Tan pronto como Ducas llegó a Mitilene, construyó torres de madera y desde allí comenzó con gran vigor la campaña contra los bárbaros. Y desde ese mismo instante, y durante tres meses, Ducas no dejó de atacar las murallas de Mitilene, desde la salida del sol hasta la puesta” (IX, 1d).

Ante la imposibilidad de soportar el asedio durante más tiempo, Tzacas pidió la paz con una sola condición: que le fuera permitido navegar sin contratiempos hasta Esmirna, a cambio de dejar en libertad a todos los mitilenios que tenía retenidos, mujeres y niños incluidos” (IX, 1g).

No habían transcurrido muchos días cuando el soberano se enteró de la defección de Carices, que había ocupado Creta y Chipre. Ducas emprendió la navegación hacia Chipre, levantó el campo de Leucusia y fijó su campamento en el cerro de Cirene” (IX, 2a). “Una vez puestas las islas enteras de Chipre y Creta bajo nuestra autoridad, reforzó Ducas el lugar y dio a conocer por carta estos hechos al soberano” (IX, 2d).

Solventados estos acontecimientos, el emperador creyó conveniente instigar al sultán Clitzlastlán contra el emir Tzacas, y le pidió por carta expulsarlo del territorio de los romanos por medios pacíficos o violentos” (IX, 3b). “En cuanto el sultán recibió las noticias del emperador, se puso en movimiento hacia Tzacas, que al ver la llegada de su pariente no supo qué hacer. El sultán lo recibió afectuosamente, y durante la cena obligó a Tzacas a beber vino, hasta que se percató que estaba ya repleto. Momento en que sacó su espada y la clavó en su costado” (IX, 3d).

           Solucionado este problema, Alejo I vuelve de nuevo a Dalmacia para frenar la expansión de los serbios, que buscan expandirse a costa del Imperio bizantino:

Liberado el soberano de Tzacas, acudió de inmediato a sofocar una nueva contienda, pues Bolcano se había constituido en caudillo de toda Dalmacia, y había rebasado sus fronteras tras la destrucción de los escitas, y devastaba las regiones y ciudades fronterizas, llegando incluso a prender fuego a Lipenio” (IX, 4a).

El emperador acudió a Dalmacia para no tolerar más esta situación, y se llevó consigo una congregación suficiente de fuerzas contra los serbios” (IX, 4b).

Cuando Bolcano se enteró de la marcha del soberano sobre Lipenio, levantó el campamento y ocupó Esfentzanlo, en la cima del monte Zigo. Pero cuando el emperador se acercaba ya por Escopia, envió embajadores para pedir la paz, comprometiéndose a no salir de Serbia” (IX, 4c). “Al acercarse ya al  monte Zigo el legado imperial Juan, Bolcano cayó de noche sobre él y los suyos, y muchos soldados murieron en el interior de sus tiendas, y el resto de ahogaron en su huida a la desbandada, arrastrados por los remolinos del río (IX, 4e).

A la llegada del soberano a Lipenio, Bolcano se presentó confiadamente a él, y en compañía de sus allegados le entregó a los rehenes, arreglando así su situación con el Imperio” (IX, 10a). “Bolcano no salió ya más de sus fronteras, pero se dedicó el resto de sus días a saquear y dejar en ruinas la región de Escopia, Polobos y Branea, quemando otras partes y consiguiendo abundantes botines (IX, 4f).

           Durante el regreso de Alejo I de Dalmacia tiene lugar en las afueras de Constantinopla (en Dafnucio) la conspiración de Nicéforo Diógenes, hijo de Romain Diógenes. Descubierto el complot, el traidor es exiliado a Cesarópolis, y Alejo I puede volver ya a Constantinopla:

Cuando el soberano estaba ya a 40 estadios de Constantinopla, llegó Nicéforo Diógenes alegando que venía por propia iniciativa junto al emperador, y no fijó su tienda con una distancia apropiada respecto a la del emperador. Cuando Manuel Filocales vio donde la había colocado, quedó petrificado por el miedo, y se presentó enseguida ante el emperador, el cual no le hizo caso” (IX, 5a-b).

Cuando el emperador dormía poco después junto a la emperatriz, Diógenes se presentó con una espada escondida al umbral de la tienda imperial, sin guardia alguna que velara el sueño del emperador. Y por providencia divina no llevó a cabo su plan, pues una muchacha salió en ese momento de la tienda a ventilar el ambiente y espantar a los mosquitos, y lo descubrió al instante” (IX, 5c). “La muchacha no tardó en acercarse al soberano y comunicarle el hecho, y el día siguiente el soberano siguió su ruta fingiendo ignorarlo, pero precavido de todos los modos. Hasta que encontró a Diógenes y le pidió confesar” (IX, 5d).

Los detalles de la conspiración fueron descubiertos lentamente a través de los cómplices de Diógenes, los cuales fueron duramente castigados” (IX, 8b). “En cuanto a la implicación de la ex-emperatriz María, el emperador prefirió mantenerla en secreto” (IX, 8b). “Al marido de su hermana (Miguel Taronites) le confiscó sus bienes, y en cuanto a qué hacer con Diógenes y Cecaumeno, los principales colaboradores de la conspiración, el emperador decidió enviarlos a Cesarópolis, con la única condición de ser encadenados y vigilados allí” (IX, 8d).

b.10) Libro X

           Relata los años 1097-1104, comenzando por la lucha contra las herejías que Alejo I debe encabezar, empezando por la de los herejes Nilo y Blaquernites:

El conocido Nilo sacudía a la Iglesia con un torrente de calamidades, produciendo gran turbación en las almas de la gente con su presencia y hundiendo a muchos en su misma heterodoxia, en una época no muy posterior al momento en que los dogmas de Italo habían sido condenados” (X, 1a).

Los numerosos armenios que había en la capital sirvieron de acicate al famoso Nilo, el cual logró convencer para la herejía a Ticranes y Arsaces” (X, 1d).

Tampoco estos hechos eran ignorados por el emperador, y en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo lo hizo llamar y le dirigió numerosas acusaciones, adjuntando pruebas sobre la unión hipostática de Cristo que él ignoraba” (X, 1c). “Pero como él se mantenía firme en su error, convocó a los notables de la Iglesia y al patriarca Nicolás, y organizó un sínodo público sobre este asunto, el cual lanzó contra él un anatema que detuvo el avance imparable del mal” (X, 1d).

           Continúa el libro con la historia de nuevas invasiones de los cumanos, encabezadas por un pretendiente que se hacía pasar por hijo del emperador romano Diógenes, y cuyos avances llegan hasta Adrianópolis:

Entonces fue informado el soberano sobre la marcha de los cumanos sobre Anquilao y Adrianópolis, al mando de un hombre de bajo linaje y extracción que aseguraba ser León, el hijo de Diógenes, aunque éste estuviera muerto de un flechazo desde el asedio turco a Antioquía” (X, 2b).

Hizo venir en pleno el emperador a los notables de Adrianópolis, y con ellos organizó una minuciosa defensa de la plaza, conviniendo en que al llegar los cumanos no les librasen combate de forma irreflexiva, sino que los asaetaran con flechas certeras disparadas a distancia” (X, 2g).

Los cumanos cruzaron los pasos y senderos fácilmente, y llegaron al Zigo. Los habitantes de Goloe y Diámpolis les entregaron las plazas sin defenderlas” (X, 3a).

El emperador estaba esperando su llegada en el interior de Anquilao, con sus fuerzas esparcidas y escondidas a lo largo de toda la muralla interior. Cuando llegaron los cumanos, les abrió las puertas, y en ese momento lanzó en formación cerrada todas sus falanges romanas contra ellos. Los cumanos, por su parte, no se atrevieron a atacar, sino que se entregaron y desistieron de sus objetivos” (X, 3b).

           Tan pronto como los bizantinos atrapan al impostor con engaños, los cumanos se dispersan por el Asia Menor, y empiezan a dedicarse al pillaje. Pero más importantes son todavía los saqueos de los turcos sobre toda la Bitinia, que provoca que Alejo I tenga que proteger todo el territorio y la ciudad de Nicomedia, a través de un canal sobre el río Sangaris trazado siglos atrás por el emperador Anastasio II:

Mientras el soberano permanecía todavía en Anquilao, se enteró que los cumanos se habían dispersado en un número de 12.000, con la intención de someter al pillaje las regiones colindantes” (X, 4f).

Entonces reagrupó Alejo sus fuerzas y marchó a la pequeña Nicea” (X, 4i), “pensando desde allí reforzar toda la Bitinia y protegerla de las incursiones de los turcos y de sus despiadados pillajes, gracias a un proyecto grandioso que elaboró de la forma más urgente, y que expongo a continuación” (X, 5a).

El río Sangaris corre paralelo a la costa hasta la aldea de Quele. Pues bien, los hijos de Ismael, que desde siempre hemos tenido como pérfidos vecinos, no paraban en este momento de hacer incursiones a la zona, cruzando el río Sangaris y acosando Nicomedia. Hasta que el emperador se dio cuenta de que había un extenso foso que se encontraba más abajo del lago Baanes, y cuyo curso había sido excavado por alguien (por orden de Anastasio Dícuro, según le dijeron)” (X, 5b). Pues bien, Alejo mandó cavar el foso a su máxima profundidad, y erigió sobre él una poderosa fortaleza, inexpugnable tanto por la altura del agua como por el grosor de sus muros, a la que llamó Sidera. Y con ese férreo baluarte suprimió el empuje de los turcos sobre el río Sangaris y sobre Bitinia” (X, 5c).

           La mayor parte del capítulo, sin embargo, está dedicada a la llegada de los cruzados europeos, la cual analiza Comneno desde el punto de vista social y psicológico, así como aporta la verdadera causa del fenómeno:

Aún no había tenido tiempo de descansar el soberano cuando oyó rumores acerca de la llegada de innumerables ejércitos francos a la capital imperial. Como es natural, temía Alejo esta aparición, porque conocía su incontenible ímpetu y el temperamento inestable de los celtas, argumentando el primer motivo que les viniera en gana” (X, 5d).

En efecto, todo el Occidente, y la raza de los bárbaros al completo, y las tierras desde la otra orilla del Adriático hasta las columnas de Hércules, se movilizaba hacia Asia a través de toda Europa, haciendo la ruta con todos sus enseres” (X, 5d).

Todo esto vino porque un celta, de nombre Pedro y de apodo Pedro de la Cogulla, tras haber sufrido en su peregrinación hacia el Santo Sepulcro por culpa de los turcos y de los sarracenos, a duras penas logró regresar a su casa. Y como no encajó el hecho de haber fracasado en sus planes, quiso volver a emprender el mismo camino. Pero no en solitario como antes, sino animando a hacerlo a todos los países latinos, por los que había ido dando proclamas para rescatar Jerusalén del poder de los agarenos” (X, 5e).

           En especial, describe Comneno la cruzada de Pedro el Ermitaño (cruzada popular), cuyos seguidores anónimos y soldados normandos son diezmados en su intento de reconquistar Nicea:

Tras su proclama por toda Europa, Pedro se adelantó a todos, atravesó el estrecho de Longibardía con 80.000 jinetes y llegó a la capital imperial a través de las tierras de Hungría, con un contingente de celtas muy ardiente e inquieto” (X, 5j).

El emperador aconsejó a Pedro que aguardase la llegada del resto de condes de Europa, pero no logró convencerlo, y estableció su campamento en Helenópolis, con 10.000 normandos que se separaron del resto y se dedicaron a devastar los alrededores de Nicea” (X, 6a).

Al percatarse de lo que estaba pasando en Nicea, el sultán envió contra los normandos a Elcanes, en unión de numerosas fuerzas. Al llegar Jerigordo tomó la ciudad, y a los normandos los hizo víctimas de la espada. Y contra los que estaban junto a Pedro de la Cogulla preparó emboscadas” (X, 6c).

En su camino hacia Nicea, los latinos avanzaron sin orden ni formación, ignorando los conocimientos militares. Y fueron masacrados por los turcos de Dracón, los cuales los estaban esperando debidamente emboscados. Tan grande fue la muchedumbre que cayeron bajo la espada de los ismaelitas, que los despojos no cabían en ningún collado, sino en una montaña alta y voluminosa” (X, 6d).

        Tras la cruzada de Pedro el Ermitaño, relata Comneno la llegada de la cruzada de los nobles Godofredo de Bouillon y Bohemundo de Tarento (cruzada nobiliaria), entre otros tantos condes venidos de toda Europa:

Un tal Hugo, hermano del rey de Francia (Felipe II), anunció su llegada a la capital imperial al emperador” (X, 7a), “con 24 embajadores que fue enviando por delante” (X, 7c).

En cuanto a Bohemundo, hizo la travesía de Europa a Constantinopla con diversos condes y un ejército que superaba a todos en número, hasta llegar a la costa de Caballón, acampando en un lugar cercano a Bousa” (X, 8a).

Siguiéndolo de cerca, también llegó a las cosas del estrecho de Longibardía el conde de Prebentza, donde alquiló naves a los piratas y dirigió su navegación hacia Aulon, estableciéndose en Quimera” (X, 8b).

También el conde Godofredo hizo la travesía en ese momento, con otros condes y con un ejército de 10.000 caballos y 60.000 jinetes, y una vez en Constantinopla situó sus tropas por el lado de la Propóntide, desde el puente del Cosmidio hasta san Focas” (X, 9a).

Después de Godofredo, también hizo su aparición el conde llamado Raúl, con 15.000 jinetes y 15.000 infantes, acampando desde el monasterio del patriarca hasta la costa de Sostenio (X, 10a).

           Y apunta a un desastroso desenlace de todo esto para Constantinopla, tanto para la población bizantina como por lo que ella veía por sí misma: sacerdotes y monjes cruzados con espada en mano:

En una palabra, había en el interior de Constantinopla una serie de condes que habían aceptado ir al Santo Sepulcro, pero que guardaban todavía su viejo rencor al emperador, y no olvidaban sus sueños de hacerse con la capital imperial” (X, 9a).

El pueblo bizantino, al ver su ciudad llena de falanges latinas por todas partes, gemían y se daban golpes de pecho sin saber qué hacer (X, 9d).

Además, entre nosotros tenemos prescritos los cánones, las leyes y el dogma evangélico, mientras que los sacerdotes latinos lo mismo manejaban los objetos sagrados en una mano, como en la otra colocaban la sangrienta lanza, como los seres sanguinarios de los que habla el salmo de David” (X, 8i).

           El emperador Alejo I acoge con cortesía a estos extranjeros, pero no se fía de ellos, y por eso les exige un juramento de vasallaje cruzado, con la promesa de abastecerlos durante su paso por las tierras del Imperio bizantino:

El emperador había ordenado por cartas a las fuerzas aliadas y a sus jefes que se situasen escalonadamente desde Atira hasta Fileas, y que estuviesen sujetos todos a Godofredo” (X, 9b). “Y a los condes les convenció para que prestasen juramento a su persona” (X, 9c).

En todo momento se mostró el emperador sonriente y firmemente sentado en el trono imperial, sin coraza ni defensa alguna y ordenando al pueblo bizantino abastecer a las tropas aliadas, así como aconsejando él en persona a los jefes del ejército las medias que se debían adoptar” (X, 9d).

Y eso que uno de los latinos, lejos de obedecer las peticiones, sacó su flecha e hirió en el pecho a uno de los que estaban al lado del soberano” (X, 9f).

b.11) Libro XI

           Relata los años 1097-1104, y continúa la historia de la primera cruzada. La reconquista de Nicea constituye el primer éxito de la cruzada, y tras ella Alejo I vuelve a exigir que los cruzados le juren lealtad:

Bohemundo y todos los condes aguardaban la llegada del emperador con Isangeles para emprender el camino de Nicea. Y una vez en Nicea distribuyeron las torres y los lienzos de muralla, porque habían decidido efectuar el asalto a los muros en grupos de 200” (XI, 1a). “Los bárbaros del interior de Nicea, por su parte, mandaban continuos mensajes al sultán para que los socorriera” (XI, 1b), “y cuando lo vieron llegar se alegraron” (XI, 1c).

El sultán ocupó con todas sus tropas la llanura exterior de Nicea, y al verlos llegar los celtas se lanzaron contra ellos como leones. Entonces se produjo un duro y sangriento enfrentamiento, hasta que cayó la noche y los turcos, viendo que los latinos querían seguir luchando, se marcharon y huyeron” (XI, 1d). “Tras lo cual, los cruzados derrumbaron completamente la muralla y por en medio de ella entraron en Nicea” (XI, 1f).

Butumites he hizo al punto con las llaves de la ciudad, porque temía el abundante número de celtas que allí había y lo que podrían hacer” (XI, 2g), “y les permitió entrar y visitar los templos sagrados por grupos de 10” (XI, 2j). “También el emperador encargó a todos los condes que no emprendieran el camino de Nicea a Anatolia sin haber antes jurado ante sí mismo, empezando por Bohemundo” (XI, 3a).

           Los seguidores de Bohemundo, sedientos de riquezas, instan al resto de cruzados a no obedecer al emperador, y a emprender por sí mismos la reconquista de Anatolia, traicionando así su pacto con Alejo I:

El sobrino de Bohemundo, llamado Tancredo, insistía en deber fidelidad sólo a Bohemundo, y ante las increpaciones de sus compañeros y de los propios parientes del emperador, pidió tener primero los botines al completo, antes que jurar ante el emperador” (XI, 3b).

Una vez que todos hubieron jurado ante el emperador, hicieron la travesía al día siguiente, y los celtas emprendieron el camino que conduce a Antioquía. Por su parte, el emperador pagó el sueldo de todos aquellos que se quisiesen quedar para la defensa de Nicea” (XI, 3c).

A la llegada de los primeros celtas a Dorilea, los turcos creyeron haberse topado con el grueso del ejército cruzado, y los 80.000 guerreros de Tanismán y Asán les trabaron combate” (XI, 3d).

Entonces Bohemundo mandó llamar a los batallones celtas y latinos que venían por detrás, y cuando éstos llegaron entraron sin más en combate, y en formación cerrada obtuvieron una rotunda victoria contra el mismo sultán Clitzlastlán, que había acudido también a la contienda. Este hecho atemorizó a los turcos, y les hizo presentar la espalda a los celtas por toda Anatolia” (XI, 3e).

           Gracias a la traición de un armenio, guardián de una de las torres de Antioquía, Bohemundo logra entrar y llevar a cabo la reconquista de Antioquía, haciéndose dueño de ella y resistiendo el asedio de las tropas del moro Curpagán:

¿Qué ocurrió a partir de ahí? Que los latinos llegaron con el ejército romano, a través del conocido como camino rápido, y sin hacer caso de lo que les circundaba, a Atioquía, atrincherándose rápidamente ante sus murallas. Los turcos, por su parte, informaron al sultán de Corosán, y le pidieron suficientes fuerzas para defender a los antioquenos” (XI, 4a).

Casulamente, un armenio observaba desde lo alto de una torre el sector de la muralla asignado a Bohemundo. Y a ése, que se asomaba con frecuencia, Bohemundo lo ablandó con promesas, y le convenció para que le abriese las puertas y entregase la ciudad” (XI,4b). “Una vez dentro de Antioquía los cruzados, los atemorizados turcos huyeron sin dilación por la puerta de enfrente, y los celtas se apoderaron enseguida de la ciudad” (XI, 4e).

Curpagán, que había llegado con miles de hombres en auxilio de Antioquía, al encontrársela ya tomada fijó el campamento, mandó hacer trincheras y decidió asediar la ciudad. Pero los celtas salían de cuando en cuando y se enfrentaban a él, no dejándole llevar a cabo sus planes” (XI, 4f). “Por su parte, Bohemundo erigió frente a la acrópolis su propia fortaleza, con poderosos muros transversales, e inspeccionó todas las almenas de la muralla” (XI, 4g).

           Sigue un largo pasaje en el que Ana Comneno trata de explicar por qué el emperador no acudió en ayuda de los cruzados, prefiriendo dedicarse primero a la destrucción de la flota turca de Tzachas:

El soberano, por su parte, tenía mucho interés por acudir personalmente a apoyar a los celtas, pero se lo impidió el pillaje de todas sus regiones y ciudades costeras, pues Tzacas ocupaba Esmirna como una propiedad particular, y cada sátrapa suyo ocupaba sus propias fortalezas marinas, mediante naves piratas con las que llegaban a Quíos, Rodas y todas las demás” (XI, 5a).

Mandó pues, Alejo, buscar a su cuñado Juan Ducas, y le entregó tropas para el asedio a las ciudades costeras, incluso para la misma Esmirna, donde se encontraba Tzacas con los sátrapas turcos” (XI, 5b).

Cuando los habitantes de Esmirna vieron a la flota de Ducas frente a las murallas, prefirieron entrar en negociaciones” (XI, 5c). “Pero Ducas se negó y dio paso al combate, hasta que 10.000 cayeron en un solo momento, y los turcos le dieron la espalda y huyeron a la desbandada. Cuando el emperador tuvo noticia de este hecho, ordenó que los cautivos fuesen dispersados por las islas, y fuese destruida toda la flota de Tzacas” (XI, 5e).

           Tiene lugar luego el descubrimiento de la lanza sagrada, que da coraje a todos los cruzados sitiados en Antioquía, y les hace romper el bloqueo y continuar su viaje a Jerusalén:

Cuando el emperador hubo liberado Esmirna, acudió en auxilio de los celtas de Antioquía, y se entrevistó con los condes Guillermo Grandemane y Esteban de Francia, tras ser descolgados éstos por las almenas de la muralla. Los celtas le aseguraron que la situación de los cruzados había llegado en Antioquía a un punto crítico, y que la desolación era total” (XI, 6a).

Cuando el hambre apuraba ya a los latinos, asediados por los turcos de Curpagán, el obispo Pedro mandó excavar a la derecha del altar de la iglesia cruzada, y allí encontró la Santa Punta. Al comunicar el hallazgo a los condes, todos quedaron sobrecogidos por la alegría y el temor de Dios” (XI, 6g). “A partir de entonces, confiaron los cruzados en la venerable y divina Punta en todas sus batallas, y se lanzaron a los turcos de una forma insospechada, al grito general de ¡Dios está con nosotros!” (XI, 6h).

En ese momento, el conde de Flandes se precipitó a rienda suelta contra el propio Curpagán, arrojando sus lanzas y lanzándose al cuerpo a cuerpo. Los turcos, atemorizados, se dieron a la fuga antes de trabar combate, y en su atropellada huida se ahogaron la mayoría en los remolinos de las corrientes fluviales, haciendo sus cuerpos de puente a quienes les seguían” (XI, 6h).

           Tras estos episodios, llegan al sitio los condes flamencos, que prefieren ir a Jerusalén por el interior y labrarse feudos allí. Tras lo cual llegan también por la costa todos los cruzados a Jerusalén (incluidos los pisanos, enviados por su obispo), y tiene lugar la reconquista de Jerusalén:

Cuando tuvieron la total autoridad sobre Antioquía, los cruzados de Flandes tomaron el camino interior hacia Jerusalén. El resto de celtas y latinos cogió el camino costero, y a su paso iban ocupando muchas de las poblaciones costeras, sobre todo las que presentaban fortificaciones más poderosas” (XI, 6i).

Al llegar a Jerusalén, los cruzados cercaron sus murallas, y la asediaron con continuos ataques durante medio ciclo lunar. Hasta que finalmente se apoderaron de ella después de una enorme matanza de los sarracenos y hebreos que allí habitaban” (XI, 6i).

El obispo de Pisa no tardó en acordar con los francos un nuevo envío de contingentes hacia Jerusalén. Y a cambio de instalar allí varios obispados pisanos les construyeron numerosas birremes, trirremes, dromones y otras 400 naves ligeras, para que zarpasen aquellos. Tras lo cual zarparon los francos y numerosos pisanos, que tras pasar y saquear Corifo, Cefalenia, Léucade y Zacinto, llegaron a las costas cercanas a Jerusalén” (XI, 10a).

           Es el momento en los cruzados deciden no entregar al emperador bizantino todos los territorios conquistados, y hacen entre ellos el reparto de cargos latinos por todo el Oriente, confiando la guarda de Antioquía a Bohemundo de Tarento y conviniendo que sea Godofredo de Bouillon el futuro rey de Jerusalén:

Enterado el soberano de la ocupación de Laodicea por Tancredo, expidió por carta a Bohemundo el respeto de los cruzados a los juramentos y compromisos adquiridos. Pero Bohemundo le contestó que las fatigas y hambres y luchas las habían librado ellos y no él, y que con su sudor y esfuerzo se habían ganado esas plazas” (XI, 9a).

Bohemundo, tal como lo había solicitado antes que Antioquía fuese tomada, recibió la total autoridad sobre Antioquía” (XI, 6i). “Cuando toda Jerusalén estuvo sometida a su poder, y ante la ausencia de oponente, todos los cruzados ofrecieron su gobierno a Godofredo, y lo nombraron rey” (XI, 6i).

           Al año siguiente de la captura de Jerusalén tiene lugar la reconquista de la costa mediterránea de Líbano (Jafa, Líbano...) y Turquía (Tarso, Adana y Mamistra) por parte de los cruzados, al tiempo que Alejo I reconquista Laodicea y otras ciudades themáticas hasta Trípoli, y fortalece sus posesiones del Egeo:

Una vez tomada Jerusalén, Godofredo vistió a los celtas con sus armaduras y descendieron a Jafa, y una vez tomado el contacto con el ejército de Amerimnes trabaron batalla con éste, obteniendo inmediatamente la victoria. Y lo mismo en Ramel, donde fuera martirizado el gran mártir Jorge” (XI, 7a).

Isángeles y sus 400 hombres se arrojaron también sobre los turcos que había en la amplitud de la planicie, y en las zonas pantanosas y en las montañas y terrenos abruptos, y después de haberlos derrotado los entregó a los latinos, y marchó sobre Trípoli” (XI, 7e).

El emperador, por su parte, atravesó el estrecho de Ciboto, y a marchas forzadas marchó sobre el thema de Armeníaco. Al llegar a Ancira se apoderó de ella al primer asalto, y así hasta cruzar el Halis y llegar a Amasea” (XI, 8b).

Tras zarpar de nuevo el emperador con la flota romana, soltaron amarras y corrieron en dirección a Cos. De allí partieron para Cnido, y de allí para Patara” (XI, 10c), “dando alcance en Rodas a unos pisanos que se dedicaba a saquear la zona y asustar a sus poblaciones con hacerlos esclavos y venderlos por dinero” (XI, 10e).

b.12) Libro XII

           Relata los años 1105-1107, y comienza con las alianzas que va haciendo Bohemundo de Tarento por toda Europa para intentar hacerse con territorios bizantinos (comenzando por Iliría). Tras lo cual, cruza el estrecho Adriático con una flota imponente, y comienza el asedio a Dirraquio:

Bohemundo llevó a cabo una nueva campaña contra Bizancio, con manifiesta hostilidad hacia el soberano y con pretensión de apoderarse del cetro de los romanos. Concluida su ruta por la Longobardía (apresurándose a reunir más aliados que los de antes), y después de firmar un tratado con el rey de Francia (recibiendo a una de sus hijas como esposa), se puso en acción con la idea de ocupar de nuevo el Ilírico” (XII, 1a).

En 12 birremes piratas llegó Bohemundo al Ilírico entre el más sonoro rumor, hinchando las velas e intentando dejar cualquier parecido en nada, incluida la famosa flota de los Argonautas” (XII, 9a). “Cuando hubo reagrupado al resto de la tropa, los diseminó por toda la franja del interior del mar Adriático, y tras asolarla atacó también Epidamno, a la que llamamos Dirraquio, y allí se quedó, con la intención de devastar todo el territorio a espaldas de Constantinopla” (XII, 9b).

           Alejo I, por su parte, advierte de esa traición europea a las principales casas occidentales. Y consigue la liberación de presos latinos bajo el Islam, para dar pruebas así de su gran liberalidad:

El emperador, cuando hubo oído el mensaje de Bohemundo, expidió enseguida cartas a todos los países, a Pisa, Génova y Venecia, para precaverlos de que no se dejaran ambaucar por Bohemundo” (XII, 1b).

Como el emir babilonio había llegado a capturar hasta 300 condes, en el momento en que los celtas pasaron por Asia y la fustigaron, y los tenía encadenados en prisión, el soberano se esforzó entonces en lograr su rescate. Mandó buscar a Panucomites y lo despachó hacia el babilonio con riquezas y con una carta que reclamaba a aquellos condes cautivos, prometiéndoles abundantes beneficios si los soltaba” (XII, 1c). “El babilonio, una vez oído el mensaje de Alejo, soltó a los condes de sus cadenas” (XII, 1c).

Cuando el emperador vio la llegada de los condes presos, se admiró enormemente, y enseguida los consideró merecedores de suma atención” (XII, 1d). “Pasada una temporada, les proveyó de riquezas y les ofreció su ayuda para volver a sus casas, a través de un viaje cómodo, repletos de presentes y con total libertad de movimientos, para que sirvieran así de refutación a las hostiles proclamas que allí estaba multiplicando Bohemundo” (XII, 1e).

           Alejo I va con su esposa a Tesalónica, y Comneno aprovecha para pintar un retrato de la emperatriz Irene, modelo de consideración por su marido y ejemplo de pudor y caridad hacia los pobres:

El soberano partió de Bizancio hacia Tesalónica con intención de instruir a los nuevos reclutas del arte militar” (XII, 1f). “Era el mes de septiembre de la 14ª indición, cuando corría el 20º año desde que asumiera las riendas del Imperio” (XII, 3a). “E iba con la augusta” (XII, 3b).

La emperatriz no deseaba en absoluto dedicarse a los asuntos públicos, sino vivir aislada y recogida en sus tareas de leer a los santos varones, socorrer caritativamente a las gentes y servir a Dios en la oración. De hecho, cuando tenía que actuar por una necesidad insalvable como emperatriz, se llenaba de pudor y florecía el sonrojo en sus mejillas” (XII, 3b). “Y le pasaba igual que a la filósofa Teano, que cuando uno le dijo al verle el codo desnudo "es un hermoso codo", ella le respondió: "Pero no es público". En el caso de mi madre, con un innato pudor” (XII, 3c).

           De vuelta a Constantinopla, Alejo I escapa del complot de Miguel Anemas, que junto a parte del estamento militar y senatorial había tratado de colocar a Juan Salomón como un emperador títere en el trono:

Se cernían sobre el emperador otras nuevas tribulaciones, que no eran ya organizadas por hombre vulgares sino de ilustre linaje, con la conjura de muerte a su imperial persona” (XII, 5a).

Eran 4 en total quienes iniciaron la conjura, todos ellos hermanos de apellido Anemas y todos ellos con el mismo fin: matar al soberano y apoderarse del cetro imperial. Les secundaban también otros nobles, como los Antíoco, los Exazeno, Ducas, Hialeas y otros varones ilustres como Castamonites, un tal Curticio y Basilacio (del estamento militar), y Juan Salomón (de la aristocracia senatorial), que era el más bajo de estatura y el más engañado candidato al trono imperial” (XII, 5d).

Los emperadores solían dormir en la cámara imperial, situada a la izquierda de la capilla de la madre de Dios (conocida como capilla del mártir Demetrio), y a la derecha de un atrio pavimentado de mármol por el que se podía acceder a la capilla, la cual estaba siempre abierta para poderla visitar” (XII, 6b).

Y por ese sitio ultimaron los asesinos sus proyectos, que sólo Dios hizo fracasar. Pues la conjura fue revelada por alguien al soberano, y éste puso a todos los conjurados bajo interrogatorio, prometiendo el perdón si decían la verdad, y la espada si algo ocultaban” (XII, 6c).

Cuando todos confesaron, y fue ya reconocida la conspiración, fueron todos deportados, así como confiscados los bienes de Miguel Anemas y entregada a la emperatriz la casa de Juan Salomón (la cual se la devolvió, conmovida por los sollozos de la esposa de Salomón)” (XII, 1d).

           Tras lo cual, tiene Alejo I que enfrentarse a la rebelión de Gregorio Taronites:, que pide ayuda a los turcos para establecer sus propios dominios al margen de Constantinopla:

Cuando corría la 12ª indición, se nombró duque de Trapezunte a Gregorio Taronites, quien albergaba en su seno de mucho tiempo atrás la intención de promover una revuelta. Cuando se encontró con Dabateno, lo encerró en Tebena, y lo  mismo hizo con los sobrinos el duque Baqueno, y con bastantes personas ilustres de Trapezunte” (XII, 7a).

Al enterarse de ello el soberano, le pidió venir a la capital imperial, y le ordenó poner fin a sus nefastas actividades, si es que deseaba obtener el perdón y recibir sus primitivos privilegios” (XII, 7b).

Pero Gregorio escapó a la inexpugnable Colonea, y llamó en auxilio a Tanismán. Hasta que Juan y su ejército romano lo encontró por el camino, le dio alcance y libró contra él una violenta batalla, capturándolo con una lanzada y devolviéndolo al soberano” (XII, 7c), “el cual lo mandó encarcelar y luego le concedió el indulto, volviendo a proponerle su ofrecimiento” (XII, 7d).

b.13) Libro XIII

           Relata los años 1107-1108, y comienza con la partida de Alejo I hacia el Adriático, al enterarse de la llegada de Bohemundo a Dirraquio. El emperador se detiene en Tesalónica para pasar el invierno, y escapa por poco de un intento de asesinato en Tesalónica, por parte de los Aronios:

El soberano estimó que debía salir de nuevo de Bizancio hacia Dirraquio, y se llevó consigo a algunos parientes consanguíneos y plantó la tienda imperial de color púrpura a las afueras de Geranio” (XIII, 1a). “Tras esperar 4 días en aquel lugar, y rezar el habitual canto de los himnos y las oraciones más fervorosas” (XIII, 1b), “emprendió el camino en dirección a Tesalónica (XIII,1c), y tras atravesar el Euro fijó sus tiendas en Pslio, a las afueras de Tesalónica” (XIII, 1d).

Y Alejo, que ya había escapado de un intento de asesinato, hubiera sido víctima de otro, si no es porque una fuerza divina apartó a los asesinos Aronios (descendientes de bastardos, que habían confeccionado una facción sediciosa) de su empeño, por medio de un escita esclavo (de nombre Demetrio) que tenía como cometido clavar un cuchillo al emperador mientras dormía. Hasta que el eunuco Constantino, prefecto de la mesa imperial, se percató, y a gritos reveló el complot” (XIII, 1e).

           Mientras tanto Bohemundo de Tarento, después de quemar sus barcos, se dedica a provocar el caos en los pueblos del Adriático. Sin embargo, pronto se encuentra sin provisiones, y rodeado por un ejército bizantino que ya controlaba las montañas y los pasos cercanos:

Cuando el rebelde Bohemundo hubo pasado con su muy potente flota de sus tierras a las nuestras, dispersó a todo su ejército para asolar nuestras llanuras costeras” (XIII, 2b). “Se adueñó de Petrula, de Milo y de otros lugares más allá del río Diabolis, hasta que marchó sobre Epidamno (Dirraquio) para apoderarse de ella” (XIII, 2c).

Pero todo lo que había rapiñado por los alrededores de Dirraquio acabó consumiéndolo, y el suministro de las provisiones esperadas era obstaculizado por los soldados del ejército romano, que habían llegado ya y ocupaban los valles, los pasos e incluso el mar” (XIII, 2d).

           La lucha por la liberación de Dirraquio se prolonga, pero al extenderse la enfermedad en su campamento, Bohemundo se ve obligado a pedir la paz, firmando el Tratado de Devol y prometiendo la restauración del orden en el Adriático y la devolución de Antioquía:

Mientras los soldados francos empalizaban las murallas de Dirraquio, los hombres de Alejo no se quedaron quietos” (XIII, 3k), “y planearon derramar fuego líquido contra los ingenios que el enemigo tenía establecidos en torno a las torres de la muralla” (XIII, 3l), “provocando un incendio de 13 estadios a la redonda” (XIII, 3m). “El caos y la confusión en el interior de Dirraquio fueron enormes, y el griterío fue inmenso” (XIII, 3m).

El muy aguerrido Bohemundo notaba que, a causa de los ataques que sufría por tierra y por mar, su situación había llegado a tal extremo que empezaban a escasear las provisiones, y que el enfrentamiento se alargaba sin solución” (XIII, 6d). “Por su parte, el emperador se percató del estado de desunión que presentaban quienes iban con él” (XIII, 8d).

El noble Guillermo Clareles alertó al caudillo franco que todo el ejército celta estaba siendo devastado por el hambre y la enfermedad, y que una terrible epidemia se había abatido sobre ellos. Cuando Bohemundo comprobó que el hambre y la enfermedad habían llegado a un momento crítico, envió embajadores a Alejo para pedir la paz” (XIII, 8f).

El emperador mandó buscar a Marino de Nápoles, al famoso y valiente franco Roger (experto en costumbres latinas), a su propio embajador imperial Euforbeno y al bilíngüe Adrajesto, y les pidió que ultimaran un tratado con Bohemundo sin reparo alguno” (XIII, 9a).

Al día siguiente, con 300 caballeros y todos los condes llegó Bohemundo al lugar de las conversaciones” (XIII, 9f), “y tras prolongar el intercambio de pareceres y condiciones, firmaron ante los evangelios” (XIII, 9h). “Alejo recordó a Bohemundo todos los anteriores acontecimientos, a lo que Bohemundo tan sólo replicó: "No he venido para daros explicaciones, sino para dejar todo, en lo sucesivo, en manos de vuestra majestad. Y Alejo le ordenó que entregara la ciudad de Antioquía” (XIII, 11a).

Una vez que hubieron llegado a buen puerto los planes del soberano, y el tratado jurado de Bohemundo ante los sagrados evangelios y la lanza con la que atravesaron el costado de nuestro Señor, éste solicitó el retorno por el camino que había venido” (XIV, 1a).

b.14) Libro XIV

           Relata los años 1108-1115, y se abre con la muerte de Bohemundo en Lombardía. Tras lo cual se dedica Comneno a relatar las disputas con los turcos de Alejo I, hasta que finalmente sean éstos derrotados en el corazón de Anatolia:

Cuando Bohemundo hubo entregado su ejército a los embajadores enviados por el emperador, embarcó en una monera y arribó a Longibardía. Y tras sobrevivir no más allá de 6 meses, pagó la deuda común” (XIV, 1a).

Una vez solucionados los asuntos pendientes con los celtas, el soberano tomó el camino hacia Bizancio. Una vez allí no se entregó para nada al reposo, y estuvo meditando de nuevo sobre cómo los bárbaros habían reducido a ruinas la zona costera de Esmirna, hasta la misma Atalia. Y se sentía molesto por no haber devuelto estas ciudades a su primitivo estado, ni haberles devuelto su antiguo florecimiento” (XIV, 1b).

Al llegar a Abido, atravesó Alejo el estrecho y arribó a Atrammicio, la cual encontró en ruinas por los saqueos de los turcos, y eso que en su tiempo había estado densamente poblada” (XIV, 1d). “En Filadelfia puso Alejo a Eumatio y un grupo de exploradores para escudriñar los cruces de caminos y las llanuras, abrigó sus murallas y fortaleció todas sus puertas” (XIV, 1e-f).

Un archisátrapa de nombre Asán ocupó Capadocia y esclavizó a sus habitantes. Cuando Alejo se enteró, logró juntar 24.000 hombres y salió contra él” (XIV, 1e). “Filocales persiguió con las fuerzas a su mando a Asán hasta la frigia Cerbiano, y allí cayó sobre él al amanecer el día, no conteniéndose a la hora de la matanza y liberando a todos los presos bizantinos. Los turcos que huyeron cayeron en los remolinos del Meandro y se ahogaron rápidamente” (XIV, 1g).

           Tras lo cual deciden poner fin a las disputas Alejo I y el sultán Saisán de Persia, mediante un tratado de paz con el Imperio persa por parte del Imperio bizantino:

A la llegada de los embajadores de Persia, el emperador estaba sentado en su trono con aspecto temible, y los maestros de ceremonias situaron en orden a los soldados de todas las lenguas que habían sido seleccionados” (XIV, 1h). “Tras oír el mensaje del sultán, el emperador reconoció que éste deseaba la paz con todos, y con sus certeras dotes persuasivas expuso las condiciones provechosas para él. Y así los despidió” (XIV, 1h).

Ellos examinaron las condiciones, y ultimaron estar acordes con las propuestas del soberano, con lo que al día siguiente concluyó el tratado” (XIV, 1h). Así acabaron las contiendas con todo el mundo persa entre el sultán Saisán y el soberano” (XIV, 1g). Pero no con los turcos, a los que en secreto contenía Alejo con títulos y regalos, con tal que no se movilizasen y reprimieran sus ímpetus (XIV, 4d).

           Introduce a continuación Comneno dos largas digresiones, en los últimos años de Alejo I, una sobre la enfermedad de la gota de Alejo (cap. 4) y otra sobre las virtudes de Alejo (cap. 7): 

No había transcurrido mucho tiempo cuando los turcos procedentes de todos los puntos de Oriente volvieron a llegar por contingentes, alguno de ellos de 50.000 hombres. Así, el emperador no pudo gozar siquiera de una mínima tranquilidad a lo largo de todo su reinado, ni tampoco en sus últimos días, sino que hubo de soportar una guerra tras otra de principio a fin” (XIV, 4a).

Una vez que volvía el emperador del Quersoneso (Crimea), hubo de invernar en Calípolis por una enfermedad en los pies. Y allí acudió la emperatriz, para hacerle compañía” (XIV, 4a).

El emperador vivió entregado por entero a los intereses de los romanos, y por su decisión y energía hizo frente a cualquier contratiempo, plantando cara a cualquier complicación surgida de la coincidencia de acontecimientos, o a la turbulenta inestabilidad que le tocó vivir, o a la reducción del poderío romano en los últimos reinados” (XIV, 7a).

           Así como introduce Comneno una descripción del método historiográfico empleado por ella misma a la hora de escribir todos estos datos y relatos, y su propia preparación intelectual:

Tal vez alguno que haya llegado a este punto de mi obra, podría decir que mi lengua está comprada por la naturaleza. Pero no, yo no cuento ni escribo con alegría sobre mi padre, sino porque le vi sufrir contiendas y desventuras por los cristianos. Y aunque a él te tenga por un ser querido, tengo por más querida la verdad” (XIV, 7c).

No me he remontado a tiempos muy alejados para escribir mi obra, pues aún hoy hay supervivientes que pueden certificarlo. Yo he obtenido la información histórica de aquellos que conocieron a mi padre, y de lo que su memoria les traía a colación” (XIV, 7d). “No podría decir qué aspecto presenta mi persona, y prefiero que esto lo digan los que dependen del gineceo” (XIV, 7d). “Yo ahora me doy a la vida retirada, lloro por mis tres emperadores (mi padre, mi madre y mi césar), y me dedico a los libros y a Dios” (XIV, 7e).

           Los dos últimos capítulos están dedicados a la lucha contra los maniqueos, a los que Alejo I intenta convertir a la verdadera y ortodoxa fe junto al obispo de Nicea:

En la Tracia central existe todavía una ciudad llamada Filipópolis, fundada no por Filipo el Macedonio sino por Filipo el Romano junto al Euro con población grande y hermosa” (XIV, 8b). “Pues bien, es ciudad fue llenándose de muchos impíos, tanto de los bogomiles armenios (que se apropiaron de ella) como de paulicianos, que eran secuaces de la herejía maniquea y que abrazaron la impiedad de Manes” (XIV, 8c), “y a los cuales el admirable emperador Juan Tzimiacés obligó a establecerse aquí” (XIV, 8e).

Sin embargo mi padre y soberano, que había estudiado como ninguno las divinas Escrituras, afiló su lengua contra los herejes y fue a Filipópolis con ese motivo, pidiéndoles que abjurasen de su corrupta religión y se introdujeran en nuestras dulces creencia. Estaba presente a su lado el obispo de Nicea, Eustracio, que también intentó llevarlos a la sabiduría de lo profano y lo divino” (XIV, 8h).

b.15) Libro XV

           Relata los años 1116-1118, y concluye la obra relatando la última expedición del emperador contra Suleimán (que se había dispuesto a devastar toda Asia), hasta que logra detenerlo en las proximidades de Iconio (frontera entre el Imperio bizantino y el Imperio otomano):

El sultán Suleimán deseaba asolar Asia otra vez, y para ello hizo llamar de nuevo a sus huestes de Corosán y Calep. Cuando un informante puso al corriente al soberano de las intenciones de Suleimán, pensó marchar en campaña hasta Iconio, y trabar un sangriento combate con él” (XV, 1a).

Tras pasar por Damalis y navegar por el estrecho entre Ciboto y Egialos, llegó a Lopadio, donde estuvo esperando la venida de sus batallones” (XV, 1c). “Mientras tanto, los muy astutos turcos encendieron innumerables hogueras para paralizar a los romanos, al tiempo que ellos se dedicaban a devastar la llanura y asesinar a mucha población romana” (XV, 1d).

Los soldados romanos, una vez dieron alcance a los bárbaros en un lugar llamado Celia, junto con todo el botín y sus cautivos, se arrojaron contra ellos como el fuego, pasando enseguida a la mayoría a cuchillo y obteniendo una brillante victoria en presencia del soberano” (XV, 1e).

           Tras dejar apuntalada Iconio como cuartal principal bizantino de la Capadocia, Alejo I se dirije a Nicea y luego a Nicomedia, culminando así una reestructuración del ejército de bizantino con los mercenarios extranjeros que ha contratado:

En Iconio permaneció el emperador tres meses completos, estableciendo a todos los contingentes de mercenarios en un mismo lugar, donde levantó un campamento y emplazó allí toda su fuerza militar, en el sitio conocido como Malagna” (XV, 1e).

Cuando estuvo Iconio armado, montó el emperador a caballo y se encaminó con los suyos a Nicea” (XV, 2c), “llegando al castillo de San Jorge y fijando allí su campamento, como lugar de reunión de todos los soldados romanos” (XV, 2d).

Después de marchar a Nicomedia, tomó el emperador todos los soldados que estaban bajo su mando, y los acantonó en las aldeas cercanas a Nicomedia, con suficiente alimento (porque la tierra de Bitinia da abundante forraje) y fácil acceso de provisiones militares llegadas directamente de Bizancio” (XV, 2g).

           Incapaz de derrotar a los romanos, el sultán Cliltziastlán se resigna a pedir la paz, en lo que fue el tratado de paz con el Imperio otomano por parte del Imperio bizantino. Se firma un tratado, pero el sultán es asesinado en el camino de regreso:

Estando el emperador y sus tropas en Santábaris, destacando a todos los jefes de esa formación, dos escitas avisaron al sultán de la llegada del soberano, y los turcos se llenaron de temor” (XV, 4a). “Al amanecer del día siguiente se encontró el sultán con que no había quedado en su campamento ni un turco, y mostró su irritación. Entonces cayó Camitzes sobre él por sorpresa, matando a numerosos bárbaros y quedándose con el botín” (XV, 4a).

Ante la dispersión general de los turcos, el sultán huyó con la única compañía de su copero, y se escondió en un templo elevado que estaba tapado por altos cipreses. Y el emperador se molestó porque sus generales no habían capturado al sultán” (XV, 6a). “El sultán sintió aquella noche gran irritación, pero tuvo que aceptar sin paliativos su renuncia, tras estar deliberando toda la noche. Y a la salida del sol pidió al soberano la paz” (XV, 6c).

El soberano acogió su petición y ordenó enseguida que se diera el toque de parada, y que viniera el sultán a su presencia (XV, 6d). Acudió el sultán con sus sátrapas, y se presentó a caballo ante el emperador entre Augustópolis y Acronio (XV, 6e), el cual le tendió la mano y en unos pocos instantes le expuso su planteamiento: "Si aceptáis ser súbditos del Imperio de los romanos, y abandonar vuestras incursiones contra los cristianos, gozaréis de honor y favores en lo sucesivo dentro de vuestros territorios (XV, 6e). El sultán y sus sátrapas mostraron una excelente disposición ante estas condiciones de paz, y firmaron el tratado al día siguiente (XV, 6f).

           Alejo I, por su parte, cuida de los cautivos, las mujeres y los niños, especialmente de los huérfanos. Esta es una oportunidad para que Comneno describa la fundación del Orfanato de Constantinopla por parte de Alejo I, donde los ex soldados, los enfermos y los indigentes pueden ser alojados, y mantenidos a expensas del emperador:

Cuando el emperador tuvo todas sus falanges organizadas, y todas sus líneas imperiales compactas y cohesionadas, se introdujo en el mundo de la formación de los cautivos, mujeres y niños” (XV, 7a). “Y como había muchas mujeres embarazadas y otras muchas sufrían enfermedades, a la hora de comer las hacía llamar a todas y les ofrecía lo mejor de su comida, y ordenaba a sus comensales que cumplieran también con esta obra de caridad” (XV, 7b).

Había en la acrópolis de la capital, justo donde ésta se abría al mar, un templo de enorme tamaño bajo la advocación del gran apóstol Pablo. Pues bien, allí decidió el emperador construir otra ciudad, dentro de la ciudad imperial. En su interior fueron erigidas circularmente un conjunto abigarrado de viviendas (destinadas para ser moradas para los pobres), hospicios (para personas mutiladas) y centros de acogida (para las personas ciegas, cojas y desgraciadas). Diríase que era el pórtico de Salomón, viendo esa ciudad repleta de hombres que eran víctimas de la invalidez” (XV, 7d).

Este recinto circular era doble y gemelo. Los hombres y mujeres mutilados habitaban la parte superior, y los que se arrastraban mal la parte inferior. En cuanto a sus dimensiones, si alguien deseara ver a esas personas y comenzara por la mañana, concluiría el recorrido al atardecer” (XV, 7e).

           Las últimas páginas están dedicadas a la agonía de Alejo I, así como al dolor de la emperatriz Irene y de la propia Ana Comneno:

Entro ya a componer lo que a mí misma me impulsa a los lamentos y gemidos” (XV, 11a), “pues no había pasado un año y medio cuando, a su regreso de una campaña, hizo presa en él una segunda enfermedad, que le llevó al final y a la ruina más completa” (XV, 11b).

Tras la celebración de un certamen en el hipódromo, a causa del fuerte viento que soplaba, los humores afectaron a uno de sus hombros. la mayoría de los médicos no comprendieron la amenaza que este hecho suponía, aunque el adivino Nicolás Calicles decía temer que el peligro sería irreversible, si del hombro se extendía a otras partes” (XV, 11b).

Había pasado así 6 meses, cuando le oí que decía a la emperatriz: "¿Qué es este dolor que me viene cuando respiro?". Y ella parecía sufrir los mismos dolores, cuando le oía decir esto” (XV, 11d-e). “Como no se le habían administrado purgantes, recurrieron a una sangría. Sin embargo, de nada sirvió la sangría, ni un remedio con pimienta, sino que volvió a respirar trabajosamente” (XV, 11g).

La emperatriz, por su parte, dijo entre lamentos: "Olvidemos todo, la diadema, los tronos y nuestra autoridad, y comencemos los cantos fúnebres” (XV, 11q).

            Eso sí, ni una sola palabra de la cuestión del legítimo heredero (su hermano Juan), ni d el depositario del anillo-sello de Alejo I ( gracias al cual pudo ser reconocido Juan II como emperador bizantino, por el patriarca y por el clero de Santa Sofía):

Sabiendo que iba a morir, el emperador transmitió su inquietud a una de sus hijas, su tercer vástago Eudoxia. También estaba mi queridísima hermana María, a la cabecera de la cama y como la otra María del evangelio a los pies del Señor” (XV, 11n). “Y yo, Ana, experimentaba todo tipo de sensaciones” (XV, 11ñ).

Por su parte, el heredero del Imperio había salido previamente hacia sus habitaciones, y estaba llegando rápidamente al palacio, porque reconoció también el estado del emperador. Y toda la ciudad estaba agitada” (XV, 11p).

c) Comentario de la Alexiada de Comneno

           Ana Comneno pertenece a un período literario que puede describirse como el renacimiento bizantino (muy anterior al Renacimiento italiano), el periodo siguiente a un pre-renacimiento macedonio que recopiló y transmitió el mundo griego clásico y la cultura cristiana antigua.

           Los autores de este renacimiento bizantino siguen utilizando la tradición no sólo como fuente, sino también como medio de interpretación de la realidad. Pero se vuelven más personales y están ansiosos por compartir sus experiencias personales. Es la generación de Teodoro Prodromos, Miguel Italikos, Juan Tzetzes y Jorge Tornikes.

           Así, por ejemplo, el prefacio de la Alexiada está salpicado de alusiones a Homero, Sófocles, Plutarco y Polibio, y es más personal que la mayoría de los prefacios de obras anteriores. Ana omite las afirmaciones de las que no puede dar fe, y en su lugar habla de su propia educación y del deber del escritor de decir toda la verdad, independientemente de sus vínculos personales con el tema[82].

c.1) Literatura bizantina

           Muchos de los géneros griegos clásicos, como el drama y la poesía lírica coral, habían quedado obsoletos en la antigüedad tardía, y toda la literatura griega medieval (o bizantina) empezó a ser escrita en un estilo arcaizante, que imitaba a los escritores de la antigua Grecia pero introduciendo la retórica como herramienta principal. Un producto típico de esta educación bizantina fueron los padres de la Iglesia griega, quienes compartían los valores literarios de sus contemporáneos paganos.

           En consecuencia, la vasta literatura cristiana de los siglos III al VI estableció una síntesis del pensamiento helénico y cristiano. Como resultado, la literatura bizantina se escribió en un estilo de griego ático, muy alejado del griego medieval que hablaban todas las clases de la sociedad bizantina[83]. Además, este estilo literario también se separó del griego koiné del NT, remontándose a los escritores de la antigua Atenas y formando dos formas totalmente de escribir: la diplomática y la popular.

           Sin embargo, las relaciones entre las formas altas y bajas del griego cambiaron a lo largo de los siglos. El prestigio de la literatura ática se mantuvo intacto hasta el siglo VII, pero en los dos siglos siguientes, cuando la existencia del Imperio bizantino se vio amenazada, la vida y la educación de la ciudad declinaron, y junto con ellas el uso del lenguaje y el estilo clasicista.

           La recuperación política del siglo IX instigó un primer renacimiento literario, en el que se intentó recrear la cultura literaria helénico-cristiana. El griego simple (o popular) fue evitado para el uso literario, y muchas de las biografías de los primeros santos se reescribieron en un estilo arcaizante. Hacia el siglo XII, la confianza cultural de los bizantinos les llevó a probar nuevos géneros literarios, sobre todo la ficción romántica, en la que la aventura y el amor eran los elementos principales. La sátira hizo también su aparición, con un uso ocasional de los elementos del griego hablado.

           El período desde la IV Cruzada (ca. 1204) hasta la Caída de Constantinopla (ca. 1453), siglos XIII al XV, experimentó una vigorosa imitación de la literatura clasicista, buscando afirmar la superioridad cultural bizantina sobre el Occidente militarizado[84]. También se inició una floreciente literatura de aproximación a la lengua vernácula (griego moderno), a través de los romances poéticos y la escritura devocional popular. La literatura seria, por su parte, siguió haciendo uso del lenguaje arcaizante, y no se salió de la culta tradición griega.

          En general, la literatura bizantina contó con dos fuentes de inspiración: la tradición clásica griega y la tradición cristiana ortodoxa. Cada una de esas fuentes proporcionó una serie de modelos y referencias propias para el escritor bizantino, pero a la hora de completar el escrito solían solaparse una sobre la otra, como cuando en la Alexiada el emperador Alejo I justificó su expropiación de los bienes de la Iglesia alegando los ejemplos de Pericles y del bíblico David.

c.2) Historiadores bizantinos

           La tradición griega clásica estableció el estándar para los historiadores bizantinos[85], tanto en su comprensión de los hechos de la historia, como en su forma de tratar los temas y elegir el estilo de composición. Sus obras son completamente concretas y de carácter objetivo, sin pasión e incluso sin entusiasmo, e incluso el patriotismo ardiente y las convicciones personales son rara vez evidentes.

           Se trata, pues, de historiadores diplomáticos, expertos en el uso de fuentes históricas y en el tacto pulido que exige su posición social. No son eruditos de armario ni ignorantes del mundo, sino hombres que se destacaron en la vida pública, y en sus filas contaron con juristas[86], estadistas[87], militares[88] y políticos[89]. En caso de Ana Comneno es excepcional, y muestra la vocación historicista transversal que existía en todas las ramas de la sociedad.

           Los historiadores bizantinos representan, pues, la flor y nata de la sociedad e intelectualidad de su tiempo, asemejándose en esto a los historiadores griegos clásicos[90], quienes se convirtieron en guías del pueblo griego. A veces, un bizantino elige a un escritor clásico para imitarlo en método y estilo, pero la mayoría optó por tomar como modelo a varios autores (a forma de mosaico bizantino), que si bien forjó una auténtica comunidad de sentimientos, por otro lado impidió el desarrollo de un estilo individual. En general, es en los historiadores posteriores donde el dualismo político-religioso de la civilización bizantina se vuelve más evidente.

           La mayoría de los historiadores pertenecen al período que abarca los s. VI y VII (durante los reinados de los emperadores romanos orientales), o al que se extiende desde el s. XI al XV (bajo los Comneno y los Paleólogos). Así como es curioso que en el máximo apogeo del Imperio bizantino, bajo la dinastía macedonia (s. IX y X), Bizancio produjo grandes héroes pero no grandes historiadores, a excepción de la figura solitaria del emperador Constantino VII Porfirogeneta. Veamos esos dos principales periodos historicistas.

           El primer gran período (s. VI y VII) siguió en todo los modelos clásicos, tanto en su precisión y lucidez narrativa[91] como en la fiabilidad de sus informaciones. Es un periodo dominado por Procopio, debido a su temática y a su importancia literaria. Se trata de un historiador típicamente bizantino, que tanto en su Anekdota desprecia al emperador Justiniano tan enfáticamente, como en su Periktismaton lo exalta. Su sucesor Agatias alargó los modelos de estilo descriptivo todavía más, hasta que Theophylaktos Simokattes decidió ornamentar el estilo literario. En cuestiones religiosas, el s. VII abrió relativamente la mano a la hora de exponer las tendencias eclesiásticas y dogmáticas.

           En el periodo intermedio (s. VIII al X) existió una serie de obras aisladas que, en materia y forma, ofrecieron un fuerte contraste tanto respecto al primer periodo como al segundo. Fue el caso de las obras del emperador Constantino VII Porfirogeneta, que hacían referencia a la administración del Imperio, a la división política y las ceremonias palaciegas. Al igual que los dos grandes periodos, estas obras hablaban de las condiciones internas del Imperio, pero sin aportar ninguna fuente de información etnológica (como sí hacía el periodo I) ni contribuir a la historia de la civilización (como sí hará el periodo II).

           El segundo gran periodo (XI al XV) presentó un marcado eclecticismo clásico, que recogió el espíritu clásico e incluso se deleitó en las formas clásicas, pero que se desligó de él a la hora de defender fanáticamente un determinado partido teológico o al gobierno imperial, con el que muchas veces estaban coaligados. De destacar fueron el orientalista Cinnamo, el liberal Nicetas Acominato, el conciliador Jorge Acropolites, el polemista teológico Pachimeres y el amante de la filosofía Nicéforo Gregoras. Todos ellos con fuerte subjetividad hacia los asuntos internos imperiales, pero con unos relatos externos extremadamente objetivos y valiosos, respecto a los hechos que fueron derivando el Medioevo hacia el Mundo Nuevo (aparición turca, mundo eslavo, papado romano...).

c.3) Cronistas bizantinos

           A diferencia de las obras históricas, las crónicas bizantinas estaban destinadas al público general, y de ahí que tuvieran su propio desarrollo y difusión, así como su propio carácter, método y estilo[92]. El método de manejo de sus materiales fue bastante primitivo, pues debajo de cada sección se encontraba una fuente más antigua, tan sólo ligeramente modificada. Lo cual demuestra la deficiente formación de autor y audiencia, y sólo sirve como almacén para la lingüística comparada.

           No obstante, las crónicas fueron importantes, y no por ofrecer datos sobre la civilización bizantina, sino porque esas mismas crónicas, en sí mismas, contribuyeron a la expansión de la civilización, pasando la cultura bizantina a los pueblos eslavos, magiares y turcos que iban llegando. Describían lo que yacía en la conciencia popular, daban a conocer eventos maravillosos de algunas regiones, publicaban terribles sucesos y transmitían de unas partes a otras los asuntos y celebraciones religiosas, con una influencia considerable.

           La crónica bizantina no provino del mundo helénico, sino de los cronistas romanos que vivían en el Oriente y de sus sucesores, los cronistas orientales (sirios, judíos...) que quisieron emular a los romanos, casi siempre sin la debida educación. Su presumible prototipo, la Cronografía de Africano, apunta a una fuente cristiana oriental[93]. El s. IX vio el cenit de la crónica bizantina, durante el punto más bajo de la literatura histórica. Luego declinó abruptamente, y sus cronistas menores (hasta el s. XII) se limitaban a copiar a sus contemporáneos y a veces a los antiguos. Hacia el final del Imperio bizantino (período Paleologo) no hay casi cronistas destacados.

           Las crónicas bizantinas más representativas son las de Juan Malalas, Teophano el Confesor y Juan Zonaras, respectivamente. La Crónica Monástica de Malalas fue compuesta en el s. VI, desde la óptica de un teólogo sirio helenizado y monofisita. Originalmente fue una crónica sobre su ciudad de Antioquía, pero posteriormente se amplió a una crónica mundial. Consistió en una obra llena de errores históricos y cronológicos, pero fue el primer monumento a la civilización helenística popular.

           Superior en sustancia y forma, y más propiamente histórica, fue la Crónica de Teófanes, un monje de Asia Menor del s. IX, y a su vez un modelo para los cronistas posteriores. Contiene mucha información valiosa sobre fuentes hoy perdidas, y su importancia para el mundo occidental se debe a que rápidamente fue traducida al latín.

           Una tercera guía cronística fue la Crónica Universal de Zonaras, del s. XII, que refleja la atmósfera renacentística de los Comneno. No sólo su narración es mucho mejor que las demás, sino que muchos pasajes de escritores antiguos están incluidos en el texto. Fue traducida no sólo al eslavo y al latín, sino también al italiano y al francés.

c.4) Enciclopedistas bizantinos

           El espíritu de la erudición anticuaria despertó en Bizancio mucho antes que en Occidente, a través de teólogos laicos con fuerte sabor escolástico y espíritu humanista. Un espíritu anticuario que fue dirigido principalmente a la recopilación sistemática y tamizada de manuscritos, y que se manifestó por primera vez en Constantinopla a finales del siglo IX. En concreto, el nuevo espíritu encontró expresión por primera vez en la Universidad de Constantinopla, fundada el 863 para el estudio de las obras clásicas y antiguas.

           Principal exponente de dicha universidad fue Focio, uno de sus primeros alumnos y profesores[94], el más enérgico y capacitado patriarca de la ciudad[95], y el más grande estadista del mundo bizantino, que recopiló con entusiasmo todos los manuscritos de la antigüedad, rescató y publicó obras ya olvidadas o perdidas, y dirigió su atención a las obras escritas en prosa, como elemento indicativo de su pragmatismo. Focio hizo selecciones (o extractos) de todas las obras que fue descubriendo, y las fue introduciendo en su célebre Bibliotheca, compendio literario más valioso del Medioevo y principal fuente actual de muchas obras antiguas ahora perdidas, junto con buenas caracterizaciones y análisis[96].

           La actividad enciclopédica fue perseguida con más asiduidad en el siglo X, particularmente en la recopilación sistemática de materiales asociados con el emperador Constantino VII Porfirogeneta. Otros eruditos venidos después también formaron grandes compilaciones, ordenadas por temas[97] y sobre la base de fuentes más antiguas, de los períodos clásico, alejandrino y romano. Estas compilaciones, junto con la colección de epigramas antiguos que hizo la Antología Palatina, y el diccionario científico aportado por la Suda, hicieron del s. X el siglo de las enciclopedias.

           El siglo XI contó con el caso aparte de Miguel Psellos, un genio universal que unió todos los períodos y estilos, que supo mantener el humanismo de los inicios y que supo anticiparse a los tintes teológicos y anti-occidentales de los finales.

           Se trata del mayor enciclopedista de la literatura bizantina, que aparte de jurista de profesión fue hombre de mundo con una mente tanto receptiva como productiva. A diferencia de Focio, que estaba más preocupado por los argumentos filosóficos de los clásicos, Psellos tuvo su propio temperamento filosófico, siendo el primer bizantino en elevar la filosofía de Platón por encima de la de Aristóteles. Superó Psellos a Focio en intelecto e ingenio, aunque no en dignidad y solidez[98]. Y todo ello con una brillantez inquieta, tanto en su vida profesional[99] como literaria[100] y publicista[101].

           Con la llegada del siglo XII comenzaron a elaborarse un sinfín de obras originales que trataron de emular los modelos antiguos, introduciendo en ellas sus escritores cierta literatura ensayística, la retórica alejandrina y una vigorosa originalidad. Y si bien hay entre sus enciclopedistas personajes corruptos[102], la mayoría de ellos se caracterizó por la rectitud de intención, sinceridad de sentimiento y benéfica cultura.

           Del siglo XII al XV hubo grandes intelectos, varios teólogos conspicuos (como Eustacio de Tesalónica[103], Miguel Itálico[104] y Miguel Acominato[105]) y numerosos eruditos seculares (como Maximo Planudes[106], Teodoro Metochites[107] y Nicéforo Gregoras[108]). Y si bien los enciclopedistas se encontraron completamente bajo la influencia de la retórica antigua, aun así encarnaron en las formas tradicionales su propio conocimiento característico, dando a la enciclopedia bizantina un nuevo encanto.

c.5) Teólogos bizantinos

           El primer florecimiento de la literatura eclesiástica de Bizancio fue helenístico (en forma) y oriental (en espíritu). Tuvo lugar en el s. IV, y estuvo estrechamente asociado con los santos padres orientales de Alejandría, Jerusalén, Cirene y Capadocia. Sus obras, que cubren todo el campo de la literatura en prosa eclesiástica (dogma, exégesis y homilética), se convirtieron en canónicas para todo el período bizantino, hasta la llegada de la última obra importante de historia eclesiástica: la de Evagrio.

           Más allá de los escritos controvertidos contra los sectarios y los iconoclastas, las obras posteriores a los santos padres consistieron en simples compilaciones y comentarios, en forma de las llamadas Catenae. Incluso la fuente del conocimiento de la época, que fue el manual fundamental de teología griega de Juan de Damasco (s. VIII), aunque elaborado sistemáticamente por un intelecto erudito y agudo, fue simplemente una gigantesca catenae (colección) de materiales. Incluso la homilía de la época se aferra más a una base retórica pseudo-clásica, y tiende más a la amplitud externa que a la interioridad y la profundidad.

           Sólo 3 tipos de literatura eclesiástica, que aún no estaban desarrolladas entre el s. IV, exhiben más tarde un crecimiento independiente. Estos fueron la poesía eclesiástica (del s. VI), las vidas populares de los santos (del s. VII) y los escritos místicos (de los s. XI y XII). Las formas clásicas eran insuficientes para expresar el pensamiento cristiano de la mejor manera, y en varias colecciones de diarios y epistolarios espirituales vemos el alejamiento de las leyes rítmicas del estilo retórico griego, y su sustitución por la prosa semítica y siríaca.

c.6) Poetas bizantinos

           Romanos el Melodista[109] fue el primer bizantino en abrazar la poesía de forma especializada (siglo VI), con un acentuado acento como principio rítmico. Se trató de una poesía compuesta a partir de una métrica basada en la escansión cuantitativa y tonal, en armonía con la última poética siria y con el carácter evolutivo de la lengua griega. 

           Pero la poesía bizantina no permaneció mucho tiempo en el alto nivel al que la había elevado Romanos, y el himno Akathistos (de autoría desconocida) del siglo VII, una especie de Te Deum en alabanza a la madre de Dios, es el último gran monumento de la poesía antigua bizantina, con numerosos imitadores hasta hoy día.

           El rápido declive de la himnología bizantina comenzó en el siglo VIII, cuando los sentimientos poéticos empezaron a estar sofocados por el formalismo clásico que sofocaba toda vitalidad. La sobrevaloración de la técnica en los detalles destruyó el sentido de la proporción en el todo, y ésta parece ser la única explicación para los llamados cánones de Andrés de Creta. Mientras que un canon era una combinación de varios himnos o cánticos (generalmente 9, de 3 o 4 estrofas cada uno), el Gran Canon de Andrés contaba con 250 estrofas, como una “idea única que se convertía en arabescos serpenteantes”.

           En los siglos IX y X la artificialidad pseudo-clásica encontró un representante aún más avanzado en Juan de Damasco, que tomó como modelo a Gregorio de Nacianzo a la hora de reintroducir el principio de cantidad en la poesía. La poesía quedó así reducida a una mera trivialidad, lo que derivó en un declive total de la himnología bizantina y en el nacimiento del humanismo pagano. En el siglo XI Miguel Psellos comenzó a parodiar los himnos de la Iglesia, una práctica que echó raíces en la cultura popular. Y los poemas didácticos tomaron esta forma sin ser considerados blasfemos.

           El drama religioso prosperó a duras penas en la poesía bizantina. Fue el caso del Sufrimiento de Cristo del siglo XII, con 2.640 versos de los que 1/3 estaban tomados de la antigua dramática (principalmente de la de Eurípides), y en los que su personaje principal María recitaba versos de la Electra de Sófocles, de la Medea de Eurípides o del Prometeo de Esquilo. Se componían así lamentaciones con escenas efectivas (las que precedían a la crucifixión), son descritas por mensajeros que van dando informes sobre el descenso de la cruz, el lamento de María y la aparición de Cristo.

           Entre la poesía bizantina de los siglos XIII al XV se encuentra la forma del poema teológico-didáctico, como se ve en el Hexaemeron de Jorge Pisides, un himno enérgico sobre el universo y sus maravillas (los seres vivos). Tomado como un todo, resulta una poesía convencional, y tan sólo la descripción de los animales revela algo de habilidad epigramatista, y el don de la observación afectuosa del amante de la naturaleza.

c.7) Hagiógrafos bizantinos

           Florecieron desde el s. VI hasta el s. XI, como una especie de literatura desarrollada a partir de los antiguos martirologios y destinada al gusto de las clases populares, a través de las biografías de los grandes ejemplos de vida monástica. Desgraciadamente, su lenguaje retórico contrastó violentamente con la sencillez de sus contenidos, por lo que el principal valor de esta literatura fue el histórico.

           Entre sus representantes más importantes, destaca Cirilo de Scitópolis, cuyas biografías de santos y monjes se distinguían por la fiabilidad de sus hechos y fechas. De gran interés también fueron las aportaciones de Leoncio de Chipre[110], por su contenido ético y por aportar unas descripciones nos traen a la vista las costumbres e ideas de las clases bajas de Alejandría.

           Entre sus obras más importantes, el romance Barlaam y Joasaph fue la principal de las hagiografías bizantinas[111], ilustrado por la experiencia de un príncipe indio (Joasaph) que es llevado por un ermitaño (Barlaam) a abandonar las alegrías de la vida y a renunciar al mundo. El material de la historia es originalmente indio (de hecho, budista), aunque la versión bizantina se originó en el Monasterio de Sabas a mediados del s. VII. No obstante, no circuló ampliamente hasta el s. XI, cuando se dio a conocer en toda Europa occidental a través de una traducción latina.

c.8) Ascéticos y místicos bizantinos

           La concepción ascética de la vida estaba fuertemente incrustada en el carácter bizantino, y se vio fortalecida por el alto desarrollo de las instituciones monásticas. Este último, a su vez, produjo una amplia literatura ascética, aunque sin profundizar en el ascetismo de su gran exponente Basilio de Cesarea (siglo IV). Menos cultivados, pero de excelente calidad, fueron los escritos místicos bizantinos, cuyo auténtico fundador fue Máximo el Confesor (siglo VII) con su profundización en el neoplatonismo cristiano[112] y los recursos especulativos y originales de la cristología ortodoxa.

           Los escritores místicos bizantinos se diferenciaron por su actitud hacia las ceremonias eclesiásticas (a las que se adherían implícitamente), en las que veían un profundo símbolo de la vida espiritual y nunca un intento de desplazar la vida interior por la exterior. Fue el caso de Simeón el Nuevo Teólogo (siglo X), que observó estrictamente las reglas ceremoniales de la Iglesia, considerándolas como un medio para alcanzar la perfección ética. No obstante, la obra principal de Simeón fue una colección de piezas (en prosa) e himnos (en verso) sobre la comunión con Dios[113].

           Del alumno igualmente distinguido de Simeón, Nicetas Stethatos (siglo XI), sólo necesitamos decir que se deshizo de la actitud panteísta de su maestro. Hasta llegar al último gran místico bizantino, Kavasilas de Salónica (siglo XIV), que revivió la enseñanza de Pseudo Dionisio y cuyo plan de su obra principal (la Vida en Cristo) exhibe una completa independencia de todos los demás mundos, y carece de paralelo en el ascetismo bizantino.

c.9) Legado de la cultura bizantina

           La supremacía de la concepción romana gubernamental nunca desapareció en Bizancio. Y si eso lo sumamos al sometimiento de la Iglesia al poder estatal (y viceversa), nos encontramos con el primero de los legados bizantinos: el eclesiasticismo gubernamental, lo que sin duda acabó generando fricciones con la Iglesia Romana (que se había mantenido relativamente independiente de los poderes estatales).

           El griego sí que eliminó fulminantemente al latín como idioma oficial bizantino, constituyendo las Novelas de Justiniano I el último escrito latino en Bizancio. Ya en el s. VII el idioma griego era hablado por toda la población del Imperio bizantino, y en el s. XI era tan supremo que tuvo que aceptar, para no suplantar, otros numerosos idiomas hablados por las provincias imperiales.

           El Imperio bizantino dividió mentalmente Occidente en dos partes: la germánica (o romana) y la eslava (o griega), y tal fue la separación occidental que hizo de ambas[114], que a partir de ahí vinieron todas las diferencias etnográficas, lingüísticas, eclesiásticas e históricas entre ellas. Por otra parte, eso permitió que la Rusia imperial, y los Balcanes, y el Imperio Otomano, fueran sus herederos directos, y no la civilización romana occidental (que había sido su cuna de nacimiento).

           Indirectamente, el Imperio bizantino transmitió al mundo europeo su deseo de renacer, desde unos continuos renacimientos bizantinos (el macedónico, el commeno, el paleólogo...) que enseñaron a los europeos a rescatar los tesoros del mundo clásico, a través de los italianos que iban y venían de Constantinopla. Eso sí, Bizancio renació a su mundo clásico griego, mientras Italia y Europa renacieron a su mundo clásico romano.

           La cultura bizantina tuvo una influencia directa en la música y poesía oriental, aunque esto sólo fuera en el período más temprano (hasta el s. VII) y aunque sólo pudiera sobrevivir su Digenes Akritas[115]. La cultura bizantina tuvo, en definitiva, un impacto definitivo en el Cercano Oriente, especialmente entre los persas y los árabes.

Mercabá, 1 septiembre 2022
Artículos de Cultura y Sociedad

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[1] cf. Gouma Peterson, T; Anne Komnene and her Times, ed. Routledge, Wallingford 2000, p. 15.

[2] cf. Comneno, A; Alexiada, Pref, 3.

[3] cf. Treadgold, W; The Middle Byzantine Historians, ed. Palgrave McMillan, Basingstoke 2013, pp. 360-361.

[4] cf. Comneno, A; Alexiada, XIV, 7.

[5] cf. Treadgold, W; op.cit, p. 362.

[6] cf. Comneno, A; Alexiada, pref, 1.

[7] cf. Gouma Peterson, t; op.cit, p. 7.

[8] cf. Comneno, A; Alexiada, XV, 8.

[9] cf. Comneno, A; op.cit, X, 2.

[10] cf. Ibid, XIV, 8.

[11] cf. Obolensky, D; The Byzantine Commonwealth: Eastern Europe 500-1453, ed. Praeger Publishers, Nueva York 1971, cap. 9.

[12] cf. Comneno, A; Alexiada, V, 8-9.

[13] cf. Comneno, A; op.cit, X, 1-2.

[14] cf. Ibid, XIV, 8-9. [15] cf. Ibid, XV, 8-10. [16] cf. Ibid, V, 2.

[17] cf. Brehier, L; Vie et Mort de Byzance, ed. Albin Michel, Malvezie 1969, p. 241.

[18] cf. Ostrogorski, G; Historia del Estado Bizantino, ed. Akal, Madrid 1977, p. 382.

[19] cf. Comneno, A; Alexiada, III, 9; IV, 1-3.

[20] cf. Comneno, A; op.cit, XI, 5-6.

[21] cf. Ibid, X, 5-6. [22] cf. Ibid, X, 8; VI, 14. [23] cf. Ibid, VI, 14; X, 8; XIII, 6. [24] cf. Ibid, XI, 1.

[25] cf. Gouma Peterson, T; op.cit, p. 9.

[26] cf. Comneno, A; Alexiada, I, 10-11.

[27] cf. Comneno, A; op.cit, III, 7.

[28] cf. Ibid, III, 3.

[29] Véase, por ejemplo, su descripción del carnero que se usó para derribar los muros de Dirraquio (Alexiada, XIII, 3), su explicación de la doctrina maniquea (Alexiada, XIV, 8) o cómo el emperador ALEJO I DE BIZANCIO usa un eclipse solar para aterrorizar a los escitas (Alexiada, VII, 2.).

[30] cf. Krumbacher, K; Byzantinische Zeitschrift, vol. VI, ed. Forgotten Books, Jahrgang 1897, p. 276.

[31] cf. Vasiliev, A; History of the Byzantine Empire (324-1453), ed. Wisconsin University Press, Wisconsin 1952, p. 490.

[32] cf. Treadgold, W; op.cit, p.354.

[33] cf. Comneno, A; Alexiada, pref, 2; XIV, 7; XV, 3.

[34] cf. Comneno, A; op.cit, pref, 2; XIV, 7.

[35] cf. Ibid, XV, 3.

[36] cf. ZonarasEpitome, XVIII, 24. 8-11.

[37] cf. Comneno, A; Alexiada, VI, 11 (comparad con XII, 8, XIII, 6 y XV, 6).

[38] cf. Comneno, A; op.cit, V, 7; VI, 1; VI, 8.

[39] cf. Treadgold, W; op.cit, pp. 370-371.

[40] cf. Comneno, A; Alexiada, IV, 2 (Venecia); XIV, 8 (Filipópolis).

[41] cf. Comneno, A; op.cit, XV, 11. Consulta que hace ANA COMNENO a los médicos que trataron a su padre, y al emperador moribundo.

[42] cf. Comneno, A; Alexiada, III, 9; IV, 5; IX, 1.

[43] cf. Comneno, A; op.cit, II, 8; VIII, 7.

[44] cf. Ibid, III, 6-7 (la crisobulla); XIII, 12 (el tratado).

[45] cf. Howard Johnson, J; East Rome, Sasanian Persia and the end of Antiquity, ed. Varorium Collected Studies, Oxford 1996, p. 296.

[46] cf. Comneno, A; Alexiada, pref, 3;  II, 1.

[47] cf. Treadgold, W; op.cit, p. 374.

[48] cf. Gouma Peterson, T; op.cit, pp. 6-7.

[49] Algunos ejemplos: Orestes y Pilades (Alexiada, II, 1); Apeles y Fidias, renombrados escultores griegos como POLICLETO (Alexiada, III, 3), personajes mitológicos como GORGONA (Alexiada, III, 2); Platon y Proclo, Porfirio, Jamblico y Aristoteles (Alexiada, VI, 9); Nino I de Asiria (Alexiada, XIV, 2).

[50] Algunos ejemplos sólo del libro I:

-“resulta menos dura si se viaja despacio” de EurIpides (Electra, 140);
-“anduvo a tientas en la oscuridad” de AristOfanes (Nubes, 192);
-“partió su espada en tres o cuatro pedazos” de Homero (Iliada, III, 363);
-“retendré mis lágrimas y mi marido para lugares más adecuados” de Demostenes (CCXXXIV, 14);
-“dieron rienda suelta a su lengua desenfrenada” de Homero,(Ilíada, XIV, 4).  

[51] cf. SOfocles, Ajax, 646.

[52] cf. EurIpidesHécuba, 518.

[53] cf. Gouma Peterson, T; op.cit, p. 8.

[54] cf Comneno, A; Alexiada, XIV, 7.

[55] Cruzando el río Vardar (Alexiada, I, 7).

[56] Colocando su ejército de modo que el enemigo tenga el sol en los ojos (Alexiada, VIII, 1).

[57] cf. Comneno, A; Alexiada, X, 4.

[58] cf. Comneno, A; op.cit, XIV, 7.

[59] cf. Ibid, VI, 3. [60] cf. Ibid, VI, 2. [61] cf. Ibid, VI, 4-5. [62] cf. Ibid, X, 1. [63] cf. Ibid, XV, 8. [64] cf. Ibid, XI, 5. [65] cf. Ibid, XIII, 10. [66] cf. Ibid, XV, 6. [67] cf. Ibid, XV, 7. [68] cf. Ibid, XI, 4. [69] cf. Ibid, XV, 8.

[70] Un BRIENIO que del Comneno dice que “fue un hombre que superó a todos sus contemporáneos por su belleza, su inteligencia superior y la elegancia de su lenguaje. Verlo o escucharlo era un puro placer. La gracia de sus facciones y la belleza de su rostro habrían convenido no sólo a un rey como dice el refrán, sino incluso a alguien más poderoso, verdaderamente, a un dios” (cf. Ibid, pref, 3-4).

[71] Un patriarca COSME DE CONSTANTINOPLA del que Comneno dice que “era verdaderamente un hombre santo y pobre, practicando todas las facetas del ascetismo en la imagen de los padres de antaño que habitaron en los desiertos o en las montañas. También estaba dotado del don de la profecía y en varias ocasiones había predicho cosas diferentes que se habían cumplido; en una palabra, era un modelo que podía servir de ejemplo a la posteridad” (cf. Ibid, II, 12).

[72] Una ANA DALASENO de la que Comneno dice que “mi abuela era tan sabia y hábil en gobernar y ordenar un estado que no solo podría haber administrado el Imperio Romano, sino cualquier otra tierra sobre la que sale el sol. Era una mujer de experiencia que conocía la naturaleza de las cosas, cómo empezaba todo, las preguntas que había que hacerse sobre ellas, qué fuerzas se destruían mutuamente y cuáles, por el contrario, podían reforzarse entre sí. Tenía muchas ganas de escribir lo que había que hacer y lo hizo inteligentemente. Y no sólo gozaba de tal agudeza intelectual, sino que la fuerza de su discurso igualaba a la de su inteligencia, pues era una oradora nata, sin caer en verborrea ni en discursos interminables. Y siempre consciente de su tema” (cf. Ibid, III, 7).

[73] Una IRENE DUCAS de la que Comneno dice que “era como una planta joven que florece; sus miembros y rostro eran de perfecta simetría, anchos donde era necesario y estrechos también. Era tan agradable de ver y escuchar que los ojos y los oídos nunca parecían tener suficiente de su presencia, que tal persona existió alguna vez como la describen los poetas y escritores del pasado, no lo sé; pero sólo puedo repetir lo que a menudo he oído decir de ella, a saber, que cualquiera que pretendiera que la emperatriz se parecía a una Atenea que asumió una forma mortal o que había descendido del cielo con una gracia celestial y un esplendor inaudito no sería lejos de la verdad” (cf. Ibid, III, 3).

[74] Una MARIA ALANIA de la que Comneno dice que “era de estatura esbelta como un ciprés; su piel era tan blanca como la nieve, y aunque su cara no era perfectamente redonda, su tez era exactamente la de una flor de primavera o una rosa. ¿Y qué mortal podría hacer justicia al resplandor de sus ojos? Sus cejas estaban bien definidas en un rojo dorado mientras que sus ojos eran azules. Muchos pintores han logrado capturar los colores de las diversas flores que nos traen las estaciones, pero la belleza de esta reina, la gracia que irradiaba de ella y el encanto de sus modales superaban cualquier descripción y cualquier forma de arte (cf. Ibid, III, 2).

[75] cf. Treadgold, W; op.cit, p. 378.

[76] Un GUISCARDO del que Comneno dice que “era de ascendencia normanda, de origen incierto, de carácter tiránico, de temperamento astuto, valiente en la acción, muy astuto para atacar la riqueza y el poder de los grandes, sin vacilar ante nada para lograr su objetivo y sin retroceder ante ningún obstáculo para alcanzarlo. Después de dejar su hogar, vagó por las colinas y cuevas de Lombardía como líder de una banda de saqueadores, atacando a los viajeros para robarles sus caballos, así como sus posesiones y armas. De modo que los primeros años de su vida estuvieron marcados por derramamientos de sangre y numerosos asesinatos” (cf. Comneno, A; Alexiada, I, 10-11).

[77] Un BOHEMUNDO del que Comneno dice que “era como oruga y saltamonte; porque nada se le escapaba, y si algo se le escapaba a alguien, él lo agarraba inmediatamente y lo devoraba” (cf. Comneno, A; op.cit, I, 13).

[78] Un papa GREGORIO VII del que Comneno dice que “sus gestos pretendían hacerlo el presidente de todo el mundo, como afirman y creen los latinos. Este papa, por lo tanto, al mostrar tal insolencia hacia los embajadores y enviarlos de regreso a su rey en el estado que he mencionado, provocó una guerra muy grande”. Véase en particular el pomposo mensaje enviado por Hugo de Vermandois al emperador antes de su partida de Francia sobre cómo el emperador le recibiría a su llegada (Alexiada, X, 7) o la negativa de los Condes de Flandes a seguir el itinerario propuesto por el emperador (Alexiada, XI, 8).

[79] cf. Comneno, A; Alexiada, XIV, 4.

[80] cf. Comneno, A; op.cit, pref, 3.

[81] cf. Ibid, pref, 5.

[82] cf. Treadgold, W; op.cit, p. 367.

[83] Fenómeno por el que la cultura bizantina estuvo marcada, durante más de 1.000 años, por un digloso entre dos formas diferentes de la misma lengua, según el propósito para el que se utilizase (el diplomático o el popular).

[84] El cual, a nivel militar, era mucho más poderoso que el Oriente.

[85] Como se ve en:

-PROCOPIO (s. VI), que modeló su trabajo a través de POLIBIO,
-Brienio (s. XI) y Cinnamo (s. XII), que emularon a Jenofonte en su dicción,
-Gregoras (s. XIII), que tomó como modelo a Platon,
-LeoN EL Diacono (s. X) y Paquimeres (s. XIV), que optaron por emular a Homero.

[86] Como ProcopioAgatiasEvagrioAtaliates.

[87] Como CinnamoAcominatoPaQUImeresCalcondIles.

[88] Como BrienioAcropolitesFRantzes.

[89] Como Constantino VII PorfirogenetaJuan VI Cantacuzeno.

[90] Tales como HerodotoTucididesJenofonte, Polibio...

[91] Adquirida de Tucidides.

[92] Con total eliminación de la tradición helenística.

[93] Una Cronografía de AFRICANO sin conexión con personas de distinción y sin contacto con el gran mundo, que seguía modelos limitados dentro de su propia y estrecha esfera de acción.

[94] Al igual que lo había sido su padre SERGIO DE CONSTANTINOPLA, de la 1ª cuadrilla de profesores universitarios.

[95] Al no dudar FOCIO en romper con el papado romano.

[96] Como los de Luciano y Heliodoro.

[97] De ciencia política, sobre todo.

[98] La influencia ennoblecedora de los modelos áticos de Psellos marca sus discursos y especialmente sus oraciones funerarias; que entregado a la muerte de su madre muestra una profunda sensibilidad. Psellos tenía un temperamento más poético que Focio, como muestran varios de sus poemas, aunque se deben más a la fantasía satírica y la ocasión que al profundo sentimiento poético. Aunque Psellos exhibe más habilidad formal que creatividad, sus dotes brillaron en una época particularmente atrasada en la cultura estética. La libertad intelectual de los grandes eruditos (polyhistores), tanto eclesiástica como secular, de los siglos siguientes sería inconcebible sin el triunfo de Psellos sobre la escolástica bizantina.

[99] En la que PSELLOS fue abogado, profesor,  monje, funcionario imperial y  primer ministro, de forma sucesiva.

[100] En la que PSELLOS fue igualmente hábil y armoniosamente polifacético:

-en la naturaleza pulida y dócil de su labor cortesana,
-en el elegante estilo platónico de sus cartas y discursos.

[101] Como se ve en su extensa correspondencia, que proporciona infinidad de material ilustrativo sobre su carácter personal y literario.

[102] Como Blemides e Hirtakenos.

[103] El más importante de los tres, escribiendo comentarios eruditos sobre HomeroPindaro junto con obras originales que son sinceras, valientes y controvertidas, con la intención de corregir todos los males. En una de sus obras ataca la corrupción y el estancamiento intelectual de la vida monástica de la época; en otra polémica, ataca la hipocresía y la fingida santidad de su tiempo; en un tercero denuncia la presunción y la arrogancia de los sacerdotes bizantinos.

[104] El retórico Italico, más tarde obispo, ataca la principal debilidad de la literatura bizantina, la imitación externa; esto lo hizo al recibir una obra de un patriarca, que no era más que una colección desordenada de fragmentos de otros escritores, tan mal ensamblados que las fuentes eran inmediatamente reconocibles.

[105] El alumno y amigo de Eustacio, MIGUEL Acominato, arzobispo de Atenas y hermano del historiador Nicetas Acominato. Su discurso inaugural, pronunciado en la Acrópolis, exhibe tanto una profunda erudición clásica como un gran entusiasmo a pesar de la decadencia material y espiritual de su época. Estas lamentables condiciones lo impulsaron a componer una elegía, famosa por única, sobre la decadencia de Atenas, una especie de apóstrofo poético y anticuario a la grandeza caída.

           Sus oraciones fúnebres sobre Eustacio y su hermano Nicetas, aunque más prolijas y retóricas, todavía evidenciaban una disposición noble y un sentimiento profundo. Miguel, como su hermano, siguió siendo un opositor fanático de los latinos. Lo habían llevado al exilio en Ceos, desde donde dirigió muchas cartas a sus amigos ilustrando su carácter. Estilísticamente influenciado por Eustacio, su dicción, por lo demás clásica, sonaba como una nota eclesiástica.

[106] Con MetoQUites y Planudes llegamos a los eruditos universales (polyhistores) de la época de los paleólogos. El primero muestra su humanismo en el uso del hexámetro, el segundo en su conocimiento del latín; ambos de los cuales son desconocidos en Bizancio y presagian una comprensión más amplia de la antigüedad. Ambos hombres muestran un fino sentido de la poesía, especialmente de la poesía de la naturaleza. Los metoquitas compusieron meditaciones sobre la belleza del mar; Planudes fue el autor de un largo idilio poético, un género poco cultivado por los eruditos bizantinos.

[107] Mientras que MetoQUites fue un pensador y poeta, Planudes fue principalmente un imitador y compilador. Metoquites fue más especulativo, como muestra su colección de misceláneas filosóficas e históricas; Planudes fue más preciso, como prueba su preferencia por las matemáticas. El progreso contemporáneo de la filosofía estaba en un punto en el que Metoquites podía atacar abiertamente a Aristoteles. Se ocupa más francamente de las cuestiones políticas, como su comparación de la democracia, la aristocracia y la monarquía. Si bien su amplitud de interés fue grande, la cultura de Metoquites se basa completamente en una base griega, aunque Planudes, por sus traducciones del latín (de Catón, Ovidio, Cicerón, César y Boecio), amplió enormemente el horizonte intelectual oriental.

[108] Esta inclinación hacia Occidente es más notable en Gregoras, el gran alumno de Metoquites. Su proyecto de reforma del calendario lo sitúa entre los intelectos modernos de su tiempo, como se comprobará si alguna vez se sacan a la luz sus numerosas obras en todos los dominios de la actividad intelectual. Sus cartas, especialmente, prometen una rica cosecha. Su método de exposición se basa en el de Platon, a quien también imitó en sus discusiones eclesiástico-políticas, por ejemplo, en su diálogo Florencio (o De la Sabiduría). Estas disputas con Barlaam trató la cuestión de la unión de las iglesias, en la que Grégoras tomó parte del unionista. Esto le trajo amarga hostilidad y la pérdida de su vida docente; se había ocupado principalmente de las ciencias exactas, por lo que ya se había ganado el odio de los bizantinos ortodoxos.

[109] Sirio de ascendencia judía, que fue cristianizado a muy temprana edad y que pronto fue a Constantinopla, donde se convirtió en diácono de Santa Sofía, y donde se dice que desarrolló por 1ª vez su don para escribir himnos.

[110] Especialmente su Vida del patriarca Juan y su Eleemosynarius de Alejandría, ésta última describiendo a un hombre que, a pesar de sus peculiaridades, intentó honestamente “realizar un cristianismo bíblico puro, de amor abnegado”.

[111] Como obra elevada a literatura universal, a forma de Cantar de los Cantares de la ascesis cristiana.

[112] Tal como se encuentra en PSEUDO DIONISIO.

[113] De forma similar a los principales místicos alemanes de su época, en su tendencia hacia el panteísmo. 

[114] Pues la germánica no era civilización suya, y la eslava sí.

[115] La más famosa de sus canciones acríticas, y a menudo considerada como el único poema épico superviviente del Imperio bizantino.