Carta a Mercabá sobre la
Situación social y religiosa del Uruguay


Plaza de la Independencia de Montevideo, en la capital de la República del Uruguay

Montevideo, 1 noviembre 2020
Pablo Hübner Varela, doctor en Derecho

           Este antiguo territorio de los Reinos de Indias, o ex-colonia para otros, cuenta con 176.215 k2, 3.286.314 habitantes y 1 millón de uruguayos en la diáspora. Se encuentra al este del río Uruguay (nombre indígena que significa río de los pájaros pintados, o de los caracoles) y es limítrofe con Argentina.

           Uruguay es un país de inmigrantes y emigrantes, mayoritariamente llegados desde España (los primeros) e Italia (venidos después). Y lleno de minorías libanesas, armenias, alemanas, francesas, británicas y judías (entre otras), venezolanas, cubanas, dominicanas, peruanas... Lo cual da un espectro a Montevideo de ciudad de puerto aluvión, aunque muchos de ellos hoy en día entren por tierra o aire.

           Sobre esto último hay pintorescas anécdotas, como la de judíos sefarditas que venían de Turquía y que, al ver que todos hablaban el español, creían haber desembarcado en un puerto español.

           En general, consiste Uruguay en un país independiente, aunque muy lejano de aquello con lo que soñó el gran general José Artigas (fundador de la nacionalidad uruguaya) en 1811, como buen nieto de aragoneses. Un sueño de Artigas que pasaba por una Confederación de Pueblos Libres (no un estado federal nacional, como los Estados Unidos), integrado por las diferentes provincias del ex-virreinato del Río de la Plata, y que jurídica y conceptualmente consistía en que cada provincia mantenía su total derecho a la autodeterminación (como la Confederación Helvética, hoy comúnmente conocida como Suiza).

           Conseguida la independencia (de España) y el republicanismo (federal), sobrevinieron al Uruguay las guerras, las traiciones y las invasiones extranjeras (portuguesas), culminadas con la anexión al Brasil portugués y posteriormente al Imperio del Brasil. Momento en que Artigas se exilia al Paraguay, se niega a regresar a Uruguay, y allí fallece en 1850.

           La independiente República Oriental del Uruguay, con un territorio menguado en favor del Brasil, nació de la Convención de Paz de 1828 entre la actual Argentina y el Imperio del Brasil, bajo mediación de Gran Bretaña (interesada en la estratégica posición geopolítica de la naciente nación, que controlaba el acceso fluvial y comercial hasta Paraguay y Bolivia). Surgió así la República del Uruguay, del aprovechamiento de unos y de otros y bajo un acendrado sentimiento independentista, unificativo de los uruguayos.

           No me corresponde a mí entrar en disquisiciones sobre qué hubiese ocurrido si la España de 1808 no hubiese sido invadida por Napoleón, o sobre si las ideas de la Ilustración y Revolución Francesa no hubiesen imbuido a la mayoría de los prohombres de América (como Bolívar, San Martín, Miranda, Iturbide...), o sobre si el Pronunciamiento de Riego de 1820 (en la sevillana Cabezas de San Juan) no hubiese impedido a las tropas españolas embarcar hacia América y sofocar la revuelta ilustrada americana... “El delirio vuelve loco”, dijo Cervantes en su prólogo del Quijote de la Mancha.

           Volviendo al Uruguay, digamos que la masonería de Riego y sus ilustrados americanos ha venido a convertirse en una especie de tradición nacional, tanto o más como la afición a tomar el mate, comer carne asada o ver el fútbol. Es lo que pudo comprobarse en el general Manuel Oribe, presidente de la República en 1835-38 y fundador del Partido Nacional (o Partido Blanco); el cual era católico y masón (exhibiéndose hoy sus símbolos en el museo de la Presidencia de la República) al mismo tiempo que siguió conservando su patrocinio sobre varias iglesias de la Unión, y finalmente pidió ser enterrado en el Santuario de la Medalla Milagrosa de Montevideo. Así es Uruguay. Eso sí, entre sus paradojas fundó Oribe el más tolerante partido hacia los católicos hasta hoy día (como colectividad política, no a nivel de miembros). Hoy también existe un partido nuevo y tolerante, pero las mezquindades no eximen a ningún partido político.

           Esto explica la peculiar idiosincrasia uruguaya. Como ya dijo Cristo en los evangelios, “el que pueda entender, que entienda”. Eso sí, el que cae en desgracia en Uruguay, es hombre muerto.

           Uruguay está lleno de anticlericalismo (masónico o no) en todas sus facciones, persiguiendo solapada o abiertamente a la Iglesia Católica a la vez que mantiene miembros en sus menguadas filas. Sociológicamente, eso se llama secularización. Y los que ayudan a ese anticlericalismo, apóstatas. Unos apóstatas que suelen surgir, sociológicamente, de los caídos en desgracia, de los pobres vergonzantes de la clase media, de los de “saco y corbata” y de los que ya ni pueden aparentar ser vergonzantes, aunque procedan de ex-acomodada cuna. Porque no hay que olvidarse de otras virtudes uruguayas que son la envidia, la suspicacia y el indiferentismo hacia el prójimo. Y de que muchos católicos, como dijo hace muy poco el papa Francisco, no escapan a una “caridad evangélica” que no es católica. Para no ser injusto, todos aquí tenemos conocidos o amigos masones, activos o “en el sueño” (no activos y disidentes).

           Aunque también hay honrosísimas excepciones, en todos los ámbitos. Y así, en Uruguay también hay verdaderos católicos (clérigos y laicos) en la Iglesia católica local, así como masones que sólo pretenden un cargo estatal y una mejoría para su familia, sin embestir nunca contra la Iglesia. Y también verdaderos idealistas de los principios masónicos. Es también muy frecuente el caso de masones casados con mujeres católicas, y hasta supongo que, hoy en día, el caso de masonas casadas con no masones, dada la diversidad de ramas. Lo que está claro es que ser católico no es una medalla para acceder a determinados cargos, premios o promociones nacionales, como se ve constantemente en el caso de los sindicatos (que excluyen al que no es marxista).

           Por otra parte, la base real de la economía sigue siendo en Uruguay la agropecuaria, por mucho que nos digan que los enormes emprendimientos forestales y de celulosa privados (que exigen para su construcción obras civiles de infraestructura al gobierno, y que cuestan fortunas al erario público) nos digan que “van a desarrollar el país”.

           En realidad, lo que ha hecho retroceder al país ha sido la pérdida en la recepción de inmigrantes, trabajo austero pero que en su tiempo convirtió al Uruguay en la “Suiza de América”, forjando un país serio y elevando el peso uruguayo al mismo valor que la libra esterlina.

           Y no puedo pasar por alto un mito que hoy resulta tan intocable como el fútbol: la democracia. Porque, realmente, este sistema se ha ido deformando paulatinamente, sobre todo desde la 2ª mitad del s. XX y lo que llevamos del s. XXI. Mientras que los actuales demócratas siguen echando la culpa de todo a la “feroz dictadura militar”.

           Lo cual hacen sabiendo que ya nadie se acuerda ni sabe qué fue aquel sistema político (salvo viejos senadores y ex-presidentes de república, todos venerables ancianos), obviando que fue un sistema cívico-militar que llegó con gran apoyo popular para derrotar a la guerrilla y la lucha armada (que pretendía tomar el poder e instaurar un régimen comunista). Un sistema que, además, pretendió ser transitorio, contó con diversidad de ideas en sus filas y no fue para nada improductivo, a pesar de llamársele dictadura o como quiera llamársele (de la que no seré yo quien haga apología, pues mi familia sufrió en la persona de mi padre una destitución por mera arbitrariedad).

           En Uruguay existe una gran amnesia, y se olvida que el Dr. Martín Echegoyen (hijo de vascos franceses, maestro y abogado) asumió la presidencia del Consejo de Estado (sustitutivo del Parlamento electivo) sin que nadie lo criticase. Y que fue el más fiel colaborador del  Dr. Luis Alberto de Herrera (abuelo del ex-presidente Luis Alberto Lacalle de Herrera, y bisabuelo del actual presidente Luis Alberto Lacalle Pou), y el más grande jurista y orador parlamentario del s. XX, siendo capaz de defender su postura (opinable) y tener al mismo tiempo que acatar la orden del Dr. Herrera (que había pactado con el gobierno, por decenios en manos del Partido Colorado, otra cosa), optando entonces, jurídica y políticamente, por la frase “He aquí el argumento de la posición sostenida. Optemos por otra posible”.

           Y eso que Echegoyen era agnóstico (aunque falleció católico, lo mismo que el anarco comunista, famoso ex guerrillero y ministro de Defensa Nacional Eleuterio Fernández Huidobro, durante el gobierno marxista de José Pepe Mújica).

           Pero era un hombre culto. Y por eso tuvo seguidores (cosa muy importante) que lo llevaron nuevamente al Senado hasta la disolución de las cámaras. Y por eso criticar su memoria sería un suicidio político, incluso para unos cuantos ancianos vivos de su propio Partido Nacional, e incluso para el reciente senador, ex-presidente y ex-guerrillero José Pepe Mújica (quien fue integrante de las Juventudes Herreristas y secretario del ministro nacionalista Enrique Erro, ambos pasados después al anarco-comunismo, y el 2º de ellos declarado por la justicia como brazo político de la guerrilla, y causa formal del llamado golpe de Estado, al no votarse su desafuero como senador).

           Por otra parte, años atrás había sido Echegoyen el redactor del actual art. 68 de la Constitución (que consagra la libertad de enseñanza, privada y religiosa), encomendando su presentación y defensa a los miembros de la Asamblea Constituyente de 1934 (para reformar la anterior de 1917) y a los representantes del pequeño partido Unión Cívica (de tendencias católicas, fundado por el  ex-miembro del Partido Colorado, Dr. Juan Zorrilla de San Martín). En suma, con gran habilidad había logrado Echegoyen conseguir las mayorías necesarias, para que se aprobase el trascendental art. 68.

           No obstante, todos los ancianos de aquel período (salvo espectadores como el que escribe) parecen no recordar aquel Uruguay como un país que se dedicaba a estudiar y trabajar. Por supuesto que existían errores autoritarios en aquella élite militar (para mi modo de ver), pues tener a oficiales con mando de tropa dirigiendo los órganos de la educación pública... acabó convirtiendo los colegios en una especie de cuartel. No obstante, sus oficiales estuvieron siempre con el pueblo, no aprovechándose de su situación docente y tratando de mejorar la situación.

           Con la irrupción  de los marxistas en los años 60, todo cambió por completo. En plena democracia, los izquierdistas trataron de copar el poder por la vía de las armas (ya que no lograban hacerlo por los votos).

           Con la llegada de los marxistas al poder (esta vez sí, en las elecciones de 2005), y hasta el 2020, sobrevino al Uruguay una nueva dictadura solapada: la marxista, no de forma oficial pero sí bajo forma de régimen, a base de conseguir mayorías parlamentarias. Eso sí, hubo honradísimos marxistas que ayudaron a muchos no marxistas, ante las injusticias del régimen. Se trató de un régimen instalado en la prepotencia, que cada tanto entabló un embate anticlerical. Marxistas y masones al unísono.

           Uruguay es un país difícil de comprender, y hay que vivir aquí, in situ, para saber lo que está pasando. Aunque el actual gobierno de centro-derecha hará algo por reconducirlo, digo yo.

           Quiero terminar, como abogado para mejor justicia en este país, con el ejemplo de una persona de 86 años para muchos conocida, que hoy permanece en prisión domiciliaria, cuando todos saben que no cometió ningún crimen de lesa humanidad, y a pesar de sentencias varias. Lo digo porque aquí nadie se atreve a sancionar una ley de amnistía para su caso. Él es el nieto del compilador del Código Civil de 1914 (del Dr. Silvestre Blanco, cuyo cuadro veía yo siendo estudiante en uno de los salones de clase de mi Facultad de Derecho de la Universidad de la República) y se llama Juan Carlos Blanco, ex-viceministro y ministro de Relaciones Exteriores durante el régimen democrático (tras el gobierno cívico-militar).

           Un abogado eminente, senador y representante del Partido Colorado tras el gobierno militar, así como forjador en el Ministerio de Relaciones Exteriores de un régimen de carrera diplomática por concurso y formación diplomática. Pero que no ha tenido la misma suerte que el Dr. Echegoyen, pues mientras a éste nadie se atreve a poner en cuestión, al Dr. Blanco nadie se atreve a defenderlo, al no serles rentable a nivel político. Y por eso cumple hoy prisión domiciliaria en el Uruguay, llevando una vida de oración y escritura. Un verdadero mártir en vida, y hombre de profunda fe católica.