DIVINA
COMEDIA
Obra
inmortal del genial Dante,
profética
de la etapa dantesca que se avecinaba

Ciudad mundana y ciudad espiritual, con alguna que
otra conexión dantesca
Madrid,
1 junio 2020
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá
Poeta
italiano de ascendencia güelfa y burguesa, Dante Alighieri fue el máximo representante del Dolce
Stil Nuovo que ya iniciara su amigo y maestro Cavalcanti,
cuando Dante era todavía adolescente. Fue entonces, y en ese movimiento
cultural, cuando Dante volvió a coincidir con Beatriz
Portinari[1],
de 17 años y desde entonces su amor platónico y apasionado.
Licenciado
en Medicina en su propia ciudad de Florencia, sufrió de por vida Dante
la muerte de la joven Beatriz, tras 4 años de fugaces y platónicos
encuentros. Por
lo que decidió casarse con uno de los compromisos familiares que tenía
desde hacía tiempo (Gema Donati) y dar un cambio brusco a
su vida, interesándose por la política local florentina. Ingresó
en el Consejo de los Ciento como miembro del pro-imperial Partido
Gibelino, como embajador de Florencia hacia las
repúblicas vecinas. En 1300 pasó a ocupar el cargo de prior de la
magistratura de Florencia, hasta que en 1304 el Partido Güelfo se hace con
el poder en Florencia y expulsa a Dante al destierro. Exiliado en Verona
y Rímini, y acogido más tarde en Rávena como huésped de honor por
parte de Guido de Polenta, decide entonces Dante componer su Divina
Comedia, que terminó en plena enfermedad y muerte por malaria, en 1321.
Atesora
y rezuma la Divina Comedia de Dante
el inigualable tesoro de sus años de composición, de 1305 a 1321. Eran
los primeros años del mayor cataclismo que ha vivido la Historia, como nunca lo había habido ni
quizás lo habrá, y que logró tumbar la época del más largo y
homogéneo crecimiento civilizador, la época que inventó la
universidad y levantó catedrales, que tenía su granero de trigo en el Ártico y
erigía
episcopados en la Groenlandia. Fueron unos años que Dante supo leer e
interpretar, profetizando que tenían tintes apocalípticos y que
acabarían de una manera más dantesca todavía: la Divina
Comedia.
a)
Contexto
Hacia 1280 las cosas habían empezado a cambiar en Europa, tras
un crecimiento ininterrumpido de casi 300 años. Los síntomas de un
crecimiento sin pausa, por más de 280 años, empezaron a acusar cierto
cansancio y agotamiento, manifestándose en muchos ámbitos. La palabra
crisis empezó a aparecer a nivel económico, político, demográfico, social y
cultural. Fue el momento en que el mundo medieval se enfrentó con sus límites,
a partir de sus presupuestos y tras haber logrado llegar a su cenit histórico[2].
Las nuevas propuestas filosóficas[3]
y la desconfianza en las propias posibilidades acabaron generando frenazos
generalizados, en la tecnología, moneda, comercialización y hasta en
la matemática. Fue el caso del fracaso de la Catedral de Beauvais[4],
en que Europa se dio cuenta de sus propios límites. Se trató de una
ruptura y hundimiento que quedó plasmado en el cambio de tendencia poblacional,
pasando Europa a tener de 75 millones en 1300 a 45 millones en 1350.
En efecto, de 1300 a 1350 se observa en Europa una paralización
total del crecimiento técnico, que no supo dar solución a una
serie de alteraciones climatológicas o Cambio Climático de 1300[5].
Así, la pérdida de cosechas vino a traer, hacia 1315-1320, la subida
del precio del pan y la leche. En 1348, la Peste Negra vino a remediar
la subida de precios y hambrunas, pero diezmó a los pequeños
propietarios con epidemias en la alimentación. La nupcialidad descendió[6]
y la mortalidad hizo desaparecer al 50%
de los europeos[7],
poniendo la esperanza de vida en los 30 años.
a.1)
Hundimiento demográfico
Europa decreció alarmantemente de 1300 a 1390 a nivel
poblacional, sin descanso durante casi 100 años, y castigada duramente además.
Fue el termómetro[8]
infalible de la pérdida
de salud civilizacional, de la pérdida del marcador de los
desarrollos. La vuelta al desarrollo, además, vendría de nuevos actores sobre el
escenario, sobre todo por parte de Castilla[9],
y tardando mucho más en hacerlo las céntricas Francia y Alemania, a la
espera de un cambio de circunstancias políticas que nunca llegó.
Y es que el caos de 1340 fue algo anunciado desde 30 años antes, por el agotamiento de suelos,
malas economías y cambios climáticos. Desde el 1300 el noroeste de Europa empezó a tener pérdidas cerealísticas, dando lugar
este hecho a las primeras hambrunas generalizadas.
En 1348, y proveniente del Mediterráneo, hizo aparición la temible Peste
Negra[10],
que se cebó sobre una población ya debilitada en salud[11],
y como fenómeno nunca conocido en Europa[12].
Sin tratamientos más que el aislamiento, los muertos empezaron a
multiplicarse por todas partes[13],
y en pocas semanas desaparecieron[14]
hasta el 90%
de muchas poblaciones[15],
sin opción a reaccionar[16].
La sociedad pleno-medieval europea, segura totalmente de sí
misma durante siglos, sucumbió en el desmoronamiento
moral en un solo año[17].
La caída de la economía, sin capacidad moral de superación, sepultó
a Europa por 150 años.
a.2)
Hundimiento agrario
Tuvo como causas la depresión demográfica y los
desequilibrios inherentes[18]
al crecimiento de los siglos precedentes[19].
Y es que, en efecto, desde el s. XI:
-las
cosechas habían sido puestas en dependencia total de la climatología,
-la población había sido puesta en dependencia total de las
cosechas.
Así, una mala cosecha del cereal[20]
ante el brutal Cambio Climático de 1300[21],
degeneró en:
-la
subida de precios, para la gente de la sociedad[22],
-la igual cantidad de ingresos, para los dueños de la tierra[23].
La solución que tomaron los dueños de la tierra fue la
subida de impuestos[24],
provocando esto auténticas revueltas hacia el poder.
Otros
elementos
colaterales dañinos para el campo vinieron a ser:
-el
comercio, que rompió su dependencia del campo por otras dependencias,
-las guerras inter-cristianas, aprovechadas para feroces robos, abusos,
rapiñas…
De 1300 a 1350 la agricultura pasó por una etapa de fuerte
contracción, superada solamente tras la reconversión
agraria del s. XV.
a.3)
Hundimiento urbano
La crisis de 1300 generó enormes conflictos
con el poder establecido, entre los mismos grupos sociales, con los judíos
a nivel étnico-religioso, y con los nuevos patricios dominantes de la
ciudad.
Y es que hubo confusión de criterios entre las clases
dominantes, sobre todo tras el manejo del
dinero, que vino a:
-reafirmar
los viejos criterios de posesión de fortuna,
-mezclar a los burgueses con los nobles, y viceversa,
-capacitar profesionalmente mucho mejor a las clases dirigentes[25],
-diversificar y complicar, heterogéneamente, a la sociedad,
-hundir todavía más a los pequeños artesanos, visiblemente fuera del
sistema.
Las revueltas sociales no se hicieron esperar,
sucediéndose una tras otra de 1350 a 1380, sobre todo tras la Peste Negra-1348
y sus secuelas. Destacaron:
-la
Revuelta de París-1357, protagonizada por Etienne Marcel[26],
-la Revuelta de Florencia-1378, encabezada por su líder Ciompi[27],
-la Revuelta de Flandes-1379, sobre todo el norte europeo[28].
a.4)
Hundimiento político
Hasta el 1300, papado e imperio había definido a la sociedad
como la “res pública cristiana”, dotando a Europa de una política
teocrática, y con poderes concentrados en el papa y el emperador, por
encima de príncipes, reyes y señores feudales. Pero este planteamiento universal se vino abajo
a partir de 1300:
-por
el cisma de Avignon,
de 1305 a 1378,
-por los conflictos entre güelfos y gibelinos, de constantes
enfrentamientos en todo el s. XIV.
Pensadores como Dante[29],
Marsilio de Padua[30]
y Guillermo de Okham[31]…
y teorías como el conciliarismo[32]…
vinieron a marcar la necesidad de un nuevo rumbo imperial. En Italia empezó a
relativizarse el papel del emperador como cabeza
interior del Imperio y fuera del Imperio. Y en Alemania empezaron a
cobrar fuerza progresiva los príncipes[33], con poder independiente y soberano.
b)
Divina Comedia de Dante
Consta la Divina Comedia de 100 cantos en los que Dante hace un viaje
completo (de ahí su nº 100) por
los 3 reinos de ultratumba, acompañado por los guías Virgilio (el
poeta clásico) y Beatriz (su amor platónico). En su viaje, Dante nos
va describiendo esos 3 reinos de los muertos (infierno, purgatorio y paraíso)
con todos sus espacios y lugares (o círculos, según él mismo llama),
en cada uno de los cuales se detiene Dante y dialoga con los personajes
que en ellos se encuentra (algunos del pasado y otros del presente, de
reciente fallecimiento).
La arquitectura física del poema sigue la concepción cósmica del sistema
ptolomeico. No obstante, es posible asignar a
cada una de los cánticos la función de representar la caída (el
Infierno), el rescate (el Purgatorio) y la salvación (Paraíso), a
nivel de interpretación ético-cristiana.
El infierno
era un mundo subterráneo con forma de cono invertido y una punta que llegaba al centro de la
tierra. En él había fuego, con aumento de su intensidad y tormento
según se iba descendiendo de círculo o escalón. No obstante, su
último escalón o círculo 9º no estará impregnado de fuego sino de hielo,
y en él las almas estarán en una situación peculiar, por haber sido
responsables de las faltas más graves de la humanidad. El Infierno es la
parte concebida con mayor rigor estructural y geométrico de la Divina
Comedia, pues en ella hay ausencia absoluta de paisaje y orden, así
como de la divinidad.
El purgatorio
era el lugar intermedio
del más allá, gracias al cual era posible conseguir la salvación a
través de la expiación de los pecados. Dante y Virgilio lo van atravesando
en sus diferentes espacios y lugares, en cada uno de los cuales hay un
pecado cometido que hay que purificar, con los diferentes tipos de
pruebas que con ello se van encontrando. No obstante, a través de esas
pruebas se van purificando sus almas residentes, hasta ir blanqueando su
aspecto y poder acceder a la rampa de acceso al 3º y deseado mundo del
más allá: el Paraíso.
Cuando
finalmente llega Dante al paraíso,
encuentra allí a Beatriz, quien lo acompaña en su camino a
través de los 9 cielos o esferas celestes, todas ellas movidas y
custodiadas por coros angelicales. En el Paraíso,
Dante pide conocer su amplitud y magnitud, y tras ser examinado por 3
apóstoles comienza su andadura hacia el
centro del universo, donde reside y contempla la Santísima Trinidad. Se
trata del reino de la felicidad total, de la ciudad futura, perfecta y
definitiva, carente ya de los dramas que caracterizan a los otros
dos estadios de ultratumba.
b.1)
Estructura
La Divina
Comedia se organiza en torno a elementos numéricos y matemáticos,
a los cuales se suma la organización de 3 en 3 que marca el sello de la
Santísima Trinidad. A cada número corresponde una peculiaridad humana,
teniendo esta relación su mayor importancia en los casos del:
-nº 3,
huella de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo;
-nº 4, huella de la Tierra, que está formada por sus elementos
de Tierra, Aire, Agua y Fuego;
-nº 7, referencia a lo acabado, tanto para lo bueno (orden
perfecto del universo) como para lo malo (pecados capitales del hombre);
-nº 9, referencia a la sabiduría y a la búsqueda del bien;
-nº 100, señal de fin o final, como algo concluido o con sentido.
b.2)
Personajes
Dante
es el poeta del Mundo Medieval, aparte de testigo de los acontecimientos que
realmente estaban ocurriendo en el mundo real, tan apocalípticos o más
que los narrados ficticiamente en la Divina Comedia. Se trata de un
personaje organizado y tolerante, nervioso ante los inconvenientes que se le
van presentando, confuso ante la mezcla de recuerdos reales y sucesos
ficticios, y siempre guiado por el influjo y amor a la justicia divina.
Virgilio
es el poeta del Mundo Clásico. Se trata del acompañante de Dante durante
su viaje por el Infierno, y como buen experto en el tema por el
capítulo VI de su Eneida (en que también descendió y conoció
el Hades, a las puertas de Roma). Se trata de un personaje sabio e
ingenioso, así como tirano a la hora de no echar una mano a Dante en los indudables inconvenientes del
infierno. Simboliza para Dante la condición humana, incapaz de prevenir
ni remediar el sufrimiento infernal, sobre todo cuando no está Dios en
ella.
Beatriz
es el amor del Mundo Clásico y Medieval, aparte de amor adolescente de Dante. Se trata de una de las mujeres
purificadas que Dante se encuentra cuando comienza su viaje por el Cielo,
que sí que ayuda a Dante porque ha conocido sus intimidades y secretos
en un momento de su vida, y fue la causa de su desmoronamiento
sentimental. Su papel en el Infierno es casi escaso, así como escueto
en el Purgatorio. Porque también fue escaso y escueto el encuentro en
vida entre ambos personajes, mientras que en el Cielo tendrán tiempo
indefinido de compañía.
c)
Contenido I: el Infierno
El primer libro de la Divina Comedia, o primer viaje
de Dante por el inframundo, es el infierno. Recibida la compañía del
experto Virgilio, llega Dante al río Aqueronte, donde encuentran una
multitud de cobardes que él mismo se atreve a tildar de inútiles.
Allí se encuentra Dante y su guía acompañante con el barquero
infernal Caronte, que está llevando a los condenados hasta la puerta del infierno. Sobre la puerta,
los poetas logran leer la inscripción: ¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda
esperanza! El infierno está estructurado por 9 círculos o
niveles infernales,
donde los condenados están distribuidos y alojados según sus culpas
cometidas.
c.1)
Camino al Infierno
Dante se encuentra extraviado en una selva
oscura que representa la
vida pecaminosa del ser humano, caminando por una rampa que representa la
virtud y con la compañía y guía de Virgilio, a quien Dante reconoce como el símbolo de la razón:
“A la mitad del
viaje de nuestra vida me encontré en una selva obscura, por haberme
apartado del camino recto”
(Infierno, I).
“No
sé decir fijamente cómo entré allí, pues tan adormecido estaba
cuando abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una
cuesta, donde terminaba el valle que me había llenado de miedo el
corazón, miré hacia arriba, y vi su cima revestida ya de los rayos del
planeta que nos guía con seguridad por todos los senderos”
(Infierno, I).
“Mientras
yo retrocedía hacia el valle, se presentó a mi vista uno, que por su
prolongado silencio parecía mudo. Cuando le vi en aquel gran desierto,
le grité: Piedad de mí, quienquiera que seas, sombra u hombre
verdadero. Respondióme él: No soy ya hombre, pero lo fui; mis padres
fueron lombardos y me dieron Mantua por patria. Vi a Roma bajo los
dioses falsos y engañosos. Poeta fui, y canté a aquel justo hijo de
Anquises, que volvió de Troya tras el incendio de la soberbia Ilión. A
lo que yo le dije: ¿Eres tú, oh Virgilio, aquel que derramó a lo
ancho el raudal de la elocuencia? Válganme tu prolongado estudio, y el
grande amor con que te he leído y meditado. Tú eres mi maestro y
predilecto”
(Infierno, I).
“Virgilio,
entonces, me dijo: Te conviene seguir otra ruta, si quieres huir de
este sitio salvaje; porque una fiera que te hará prorrumpir en fieras
lamentaciones, y no dejará a nadie por su camino. A lo que yo
contesté: Poeta, te requiero por ese Dios a quien no has conocido,
que me hagas huir de este mal y de otro peor; condúceme adonde has
dicho, para que yo vea la puerta de San Pedro y a los que, según
dices, están tan desolados. Entonces
se puso en marcha, y yo seguí tras él”
(Infierno, I).
Ante las dudas de Dante sobre lo que estaba experimentando, y lo
que le esperaba por delante, Virgilio le da ánimo para
seguir adelante. Aparecen entonces 3 damas
benditas, que ruegan permanentemente por el viaje al
inframundo que tiene que emprender Dante, para librar así su alma de
las penas:
“El
día terminaba, y la atmósfera obscura de la noche me invitaba a
descansar de los combates del camino, y de las cosas que mi memoria
trazaba sin equivocarse: que abandonase aquello que había comenzado,
por lo que me pudiese suceder en aquella obscura cuesta”
(Infierno, II).
“A
lo que me respondió una sombra muy magnánima: Si he comprendido bien
tus palabras, tu alma está traspasada por el espanto. Por eso he
venido para hacerte compañía, para librarte de ese temor que te
retrae de emprender esta empresa tan honrosa”
(Infierno, II).
“Virgilio
me dijo por qué había venido: Porque me hallaba yo en suspenso
cuando me llamó una bella dama, que me dio al punto unas órdenes. Me
dijo que era Beatriz, que me hacía marchar hacia ti. Ella se había
dirigido a Lucía con sus ruegos, diciéndole que un fiel amigo tenía
necesidad de ella, y que se lo recomendaba. Lucía, enemiga de toda
crueldad, se conmovió y fue al lugar donde yo me encontraba, sentada
al lado de la antigua Raquel”
(Infierno, II).
A las puertas del infierno (o
Aqueranto), y a la vista de aquel espectáculo, se encuentran Dante y
Virgilio con personas que
pasaron por la vida sin dejar huella, y ahora sufren los horrores de sus
crímenes, bajo el timón del demonio Carón:
“Cuando
llegué a la ciudad del llanto, vi escritas unas palabras con
caracteres negros, sobre el dintel de una puerta: ¡oh vosotros los
que entráis, abandonad toda esperanza! A lo que Virgilio me
contestó: Hemos llegado al lugar donde te dije que verías mucha
gente dolorida, que en vida perdió el bien de la inteligencia”
(Infierno, III).
“Allí,
bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos
gemidos. Diversas lenguas, horribles blasfemias, palabras de dolor,
acentos de ira, voces roncas... producían un tumulto que iba rodando
siempre por aquel espacio eternamente obscuro, como la arena impelida
por un torbellino”
(Infierno, III).
“Aquellas
almas estaban desnudas y fatigadas, cambiaban de color y rechinaban
sus dientes, blasfemando de Dios, de sus padres, de la especie humana,
del sitio y del día de su nacimiento, de la prole de su prole y de su
descendencia, llorando fuertemente”
(Infierno, III).
“Después
de haber reconocido a algunos, miré más fijamente, y vi la sombra de
uno que por cobardía hizo una gran renuncia (...). Me percaté que
todos ellos eran dirigidos por el demonio Carón, el de ojos de
ascuas, que con una señal los iba reuniendo, golpeando con su remo a
los que se rezagaban”
(Infierno, III).
Nada más atravesar la puerta del Infierno, se encuentran Dante y
Virgilio con un viento impetuoso, que les hace comenzar su viaje a través del
infierno:
“De
aquella tierra de lágrimas salió un viento que produjo rojizos
relámpagos, haciéndome perder el sentido y transportándome como un
hombre sorprendido por el sueño (Infierno, III). Entonces, me dijo muy
pálido el poeta: Ea, descendamos ahora allá abajo, al tenebroso mundo;
yo iré el primero y tú después de mí”
(Infierno, IV).
c.2)
Círculo I: ateismo
Al llegar al primer nivel infernal, Virgilio y Dante se encuentran
con las
almas que, aunque virtuosas, tuvieron como pecado
no haber conocido a Cristo o no haber sido bautizadas, incluido el propio Virgilio:
“Sin
mediar palabra, Virgilio penetró y me hizo entrar en el primer
círculo que rodea el abismo. Allí no se oían quejas sino sólo
suspiros, que hacían temblar la eterna bóveda, y que procedían de
la pena sin tormento de una inmensa multitud de almas que no habían
pecado y que, si contrajeron en su vida algunos méritos, éstos no
fueron lo bastante, pues no recibieron el agua del bautismo, ni
pasaron por esta puerta de la fe”
(Infierno, IV).
“El
propio Virgilio fue quien me lo explicó: Tales almas vivieron antes
del cristianismo, y no adoraron a Dios como debían. Yo también soy
uno de ellos”
(Infierno, IV).
La pena de las almas que viven en este primer infierno consiste es no poder gozar de
los dones de la vida paradisíaca eterna, y de él sólo han podido ser liberados los
patriarcas de Israel:
“Un
gran dolor afligió mi corazón cuando oí esto, porque allí conocí
personas de gran valor, que estaban suspensas en el Limbo. Entonces,
Virgilio me explicó por esa falta, y no por otra culpa, estaban esas
almas condenadas, consistiendo su pena en vivir con el deseo sin
esperanza”
(Infierno, IV).
“Yo
insistí: ¿Y alguna de esas almas ha podido, bien por sus méritos o
por los de otros, salir del Limbo y alcanzar la bienaventuranza? A lo
que Virgilio me contestó: Un ser poderoso, coronado con la señal de
la victoria, hizo salir de aquí el alma del primer padre y la de Abel,
su hijo; la de Noé y la del legislador Moisés; la del patriarca
Abraham y la del rey David; a Israel, con su padre y con sus hijos, y
a Raquel junto a muchos de sus hijos”
(Infierno, IV).
c.3)
Círculo II: lujuria
Llegados al segundo nivel infernal, y ya en su misma entrada, es Minos
quien examina (junto a otros 2 jueces indeterminados) las almas
lujuriosas que allí van llegando, y determina su castigo:
“Descendimos
del primer círculo al segundo, que contiene menos espacio pero mucho
más dolor; un dolor punzante que origina gritos desgarradores. Allí
estaba el horrible Minos que, rechinando los dientes, examinaba las
culpas de los que entraban; juzgando y dando a comprender sus órdenes
por medio de las vueltas de su cola”
(Infierno, V).
Allí se
encuentra Dante con todos los lujuriosos más
famosos de la historia, comenzando por los más antiguos y
terminando por Francesca Rimini, una noble italiana que en vida llegó a
convertirse en el símbolo del adulterio y la lujuria, con un trágico
final:
“Del
mismo modo que las grullas van en hilero lanzando sus tristes acentos,
así también vi venir a las sombras arrastradas por aquella tromba,
exhalando gemidos. A la cabeza iba una emperatriz de una multitud de
pueblos de diferentes lenguas, y tan dada al vicio de la lujuria que
permitió leyes excitantes del placer para ocultar la abyección en
que vivía. Se trataba de Semíramis, esposa y sucesora de Nino, y que
reinó en la tierra donde hoy impera el Sultán. Le sigue la que se
mató por amor, y quebrantó así la fe prometida a las cenizas de
Siqueo. Después sigue la lasciva Cleopatra. Veo también a Helena y
sus funestos juegos, junto al gran Aquiles, que al fin tuvo que
combatir por el amor. Veo a París y a Tristán”
(Infierno, V).
“De
donde estaba Dido, vi también salir un ser que también se apoderó
de este corazón gentil, y que hizo que éste se prendara de aquel
hermoso cuerpo. Aquel cuerpo de Francisca que a todos embriagaba y
entregaba vivamente al placer, y cuya licenciosidad acabó
arrancándole la vida”
(Infierno, V).
c.4)
Círculo III: gula
Cuando llegan al tercer nivel infernal, y todavía con la visión
anterior en mente, Virgilio y Dante se
encuentran con un pantano infectado, donde no para de llover agua
maloliente y helada. A sus puertas, distinguen al can Cerbero,
asqueroso perro de 3 cabezas encargado de guardar el lugar:
“Al
recobrar los sentidos, que perdí por la tristeza que me causó la
suerte de dos cuñados, vi en derredor mío nuevos tormentos y nuevas
almas atormentadas, doquiera iba y doquiera me volvía o miraba. Me
encontraba en el tercer círculo”
(Infierno, VI).
“En
este círculo, caía sin cesar lluvia maldita y helada fría, negruzca
y con espesos granizos, exhalando un olor pestífero”
(Infierno, VI).
“Vimos
a sus puertas a Cerbero, fiera cruel y asquerosa, ladrando con sus
tres fauces de perro contra los condenados que estaban allí
sumergidos”
(Infierno, VI).
Una vez dentro del lugar, se encuentran los poetas con el famoso
Ciacco, un prototipo de glotón que
se dejó llevar en la Florencia real del estilo de vida regalada por la gula.
No sin ciertas referencias a lo que un día allí Dante amó y sintió,
y a lo que allí se vivió y por ello se le exilió:
“Pasamos
por encima de las sombras derribadas por la lluvia, poniendo nuestros
pies sobre sus fantasmas con forma de cuerpos humanos. Todas yacían
por el suelo, excepto una que se levantó cuando nos vio pasar ante
ella, y que nos dijo: oh, tú, que has venido a este Infierno,
reconóceme si puedes. Tú fuiste hecho, antes que yo deshecho. Yo le
contesté: ¿Quién eres tú, en este triste lugar? A lo que me
contestó: Tu
ciudad, tan llena hoy de envidia y facciones, que colma ya la medida,
me vio en su seno en vida más serena. Vosotros me llamasteis Ciacco,
y aquí me ves sufriendo esta lluvia, por todo lo que en vida bebí”
(Infierno, VI).
c.5)
Círculo IV: avaricia
En el cuarto nivel infernal descubren Virgilio y Dante a los
ávaros, avariciosos y despilfarradores. El lugar está presidido por el
lobo Pluto, a quien el poeta representa
como el demonio de la riqueza, en medio de un gentío
de avaros que ya traían su propio tormento desde los días
en que tuvieron vida:
“Caminando
por la vía que giraba alrededor del círculo, continuamos hablando de
otras cosas que no refiero, y llegamos al sitio donde se desciende:
allí encontramos a Plutón, el gran enemigo”
(Infierno, VI).
“Pape
satán, pape satán aleppe, comenzó a gritar Plutón con ronca voz,
al vernos llegar. Pero aquel sabio gentil, que lo supo todo, me dijo
para animarme: No te inquiete el temor, pues a pesar de su poder, no
te impedirá que entres en este círculo. Así, bajamos y accedimos a
la cuarta cavidad”
(Infierno, VII).
“Allí
vi más condenados que en ninguna otra parte, formados en dos filas y
chocando los unos contra los otros, igual que una ola se estrella
contra otra ola en el escollo de Caribdis”
(Infierno, VII).
Virgilio describe entonces en lo que
consiste la verdadera fortuna, la cual relaciona con un
ángel que Dios da a cada persona para equilibrarlo todo:
“Yo
pregunté entonces a mi maestro: Maestro mío, indícame qué gente es
ésta. A lo que él me respondió: Erró la mente de todos ellos en su
primera vida, y no supieron gestionar racionalmente. Es lo que
manifiestan sus aullidos, cuando no pueden disponer ya de aquello que
fueron acumulando en su vida. La vida sórdida que los hizo deformes
en vida, los hace ahora obscuros y desconocidos. ¡Oh necias criaturas,
cuán grande fue la ignorancia que os extravió! Porque Aquél que
hizo los cielos y la tierra, dio a todo un guía luminoso que lo
equilibrara todo, de modo que toda parte brillara para toda parte, y
se distribuyese la luz a todos por igual. Esa fue su sabia justicia,
que las familias y naciones prudentes han ido respetando y
prosperando, mientras otros no respetaron y languidecieron”
(Infierno, VII).
c.6)
Círculo V: ira y pereza
Al llegar al quinto nivel infernal, Virgilio y Dante distinguen a
los coléricos y perezosos. Entre ellos, a Flegias, hijo del dios Ares y rey
de los lápitas, que es el barquero que lleva las almas por la laguna
Estigia:
“Mucho
antes de llegar al pie de una elevada torre, nuestros ojos se fijaron
en su parte más alta, a causa de dos lucecitas que allí vimos, como
pequeñas llamaradas”
(Infierno, VIII).
“Jamás
cuerda alguna despidió una flecha que corriese por el aire con tanta
velocidad, como una navecilla que vi surcando las aguas en nuestra
dirección, gobernada por un solo remero que gritaba: ¿Has llegado ya
aquí, alma vil? A lo que no tardó en contestar mi señor: Flegias,
Flegias, gritas en vano esta vez; no nos tendrás en tu poder más
tiempo que el necesario, hasta que crucemos esta laguna”
(Infierno, VIII).
También distinguen los poetas en aquella laguna a
Felipe Argenti, enemigo colérico y público
de Dante. Al verlos atravesar este
infierno, los demonios se encolerizan contra ellos, tratando de impedir
que siguieran su exploración:
“Poco
después, vi entre las sombras cenagosas, que aún alabo a Dios y le
doy gracias por ello, a Felipe Argenti, espíritu florentino orgulloso
que todavía se revolvía contra sí mismo, destrozándose con sus
dientes. Pero dejémosle allí y sigamos, pues no pienso ocuparme más
de él”
(Infierno, VIII).
“Al
descender a los profundos fosos de aquella desolada tierra, vi sobre
las puertas más de mil espíritus, caídos del cielo como una lluvia,
que se precipitaban contra nosotros llenos de ira, y echándonos en
cara que andábamos por el reino de los muertos sin haber muerto
todavía”
(Infierno, VIII).
Se encuentran también en este infierno los poetas con la bruja Erictón,
que descarga cruelmente sus 3 furias
demoníacas sobre la laguna, a forma de venganza celestial:
“Cruzando
aquellos parajes quedó mi rostro pintado por el miedo, cuando vi a mi
guía retroceder. Pues habían bajado hasta aquí los conjuros de la
cruel Erictón, que en otro tiempo llamara las almas a sus cuerpos”
(Infierno, IX).
“Hallándome
yo absorto en mirar una alta torre de ardiente cúspide, vi de
improviso aparecer tres furias infernales, tintas en sangre y con
movimientos y miembros femeniles. Estaban ceñidas de hidras verdosas,
y tenían por cabellos pequeñas serpientes y cerastas, que ceñían
sus horribles sienes. Y aquél que conocía muy bien a las siervas de
la Reina del dolor eterno, me dijo: Mira, las feroces Erinnias. La de
la izquierda es Megera, la que llora a la derecha es Alecton, y la del
centro es Tisifona. Después calló. Las furias se desgarraban el
pecho con sus uñas, se golpeaban con las manos, y daban tan fuertes
gritos, que por temor me acerqué más al poeta. Y todas ellas decían
todas mirando hacia abajo: Venga Medusa, y la convertiremos en piedra,
que mal hemos vengado la entrada del audaz Teseo”
(Infierno, IX).
Se detiene expresamente Dante en observar los remordimientos de
conciencia de los condenados, hasta que llega un mensajero celestial que
les abre el
camino para seguir adelante, y salir de aquel espacio infernal:
“Igual
que las ranas, que al ver la culebra enemiga desaparecen a través del
agua, del mismo modo vi más de mil almas condenadas remordiendo su
conciencia, y huyendo de uno que atravesaba la Estigia a pie enjuto, y alejaba
de su rostro el aire denso. Bien comprendí yo que él era un mensajero
del Cielo. Sin dirigirnos la palabra, se puso junto a nosotros, y
nosotros, confiados en las palabras santas, dirigimos nuestros pasos en
pos de él, hacia la ciudad de Dite”
(Infierno, IX).
c.7)
Círculo VI: herejía
Cuando el ángel mensajero logra atravesar la laguna Estigia,
desembarca a los poetas en la ciudad de Dite,
llena de fortalezas vacías y sepulcros con sus losas levantadas:
“Cuando
aquel hombre nos dejó en la ciudad de Dite, entramos en ella sin
ninguna resistencia. Yo deseaba conocer la suerte de los que estaban
dentro de aquella fortaleza, pero no vi en ella más que un campo de
dolor y aflicción. Veíanse por todos lados antiguos sepulcros, que
hacían montuoso el terreno. Todas sus losas estaban levantadas, y del
interior de aquéllos salían tristes lamentos, parecidos a los de los
míseros ajusticiados”
(Infierno, IX).
Se trata de la ciudad de
los incrédulos y desvergonzados herejes, condenados a vivir entre sepulcros
ardientes, por las batallas y guerras que habían ocasionado:
“El
aspecto de aquello era de lo más terrible, por estar envueltos todos
aquellos sepulcros entre un mar de llamas, que los encendían
enteramente, más que lo fue nunca el hierro en ningún arte”
(Infierno, IX).
“Entonces
pregunté a mi maestro: ¿Qué clase de gente es ésa, que sepultada
en aquellas arcas, se da a conocer a través de sus dolientes
suspiros? A lo que me respondió: Son los heresiarcas, con sus
secuaces de todas sectas. Y esas tumbas están mucho más llenas de lo
que pudieras figurarte. Ahí está sepultado cada cual con su
semejante, y las tumbas arden más o menos”
(Infierno, IX).
En este círculo infernal se
encuentran Virgilio y Dante con los epicúreos Farinata degli Uberti
(del partido gibelino, y
adversario de Dante) y Cavalcante Cavalcanti (del partido güelfo). Es
entonces cuando Virgilio le explica a Dante los pecados de ambos, según la
definición de la escuela escolástica:
“Mi
maestro avanzó por un estrecho sendero, entre los muros de la ciudad
y las tumbas de los condenados, y yo seguí tras él. Yo ardía en
deseos de ver la gente que yacía en aquellos sepulcros, pues todas
las losas estaban levantadas. Hasta que del fondo de una de esas arcas
salió una voz que me decía: oh Toscano, que ahora hablas
modestamente. Tu modo de hablar revela claramente tu país, al que
quizás fui yo funesto. A lo que Virgilio me dijo: Mira, Farinata se
ha levantado de su tumba, y ahora lo puedes contemplar de la cintura a
la cabeza. A lo que otra voz, de otra tumba abierta muy cercana, le
decía: En aquella Florencia no estabas tú solo, sino que también se
encontraban muchos más. Lo que a mi respecta, fui el único que la
defendió, cuando se trató de destruir resueltamente”
(Infierno, X).
“Entonces
mi maestro se puso a instruirme: Nosotros somos como los que tienen la
vista cansada, que vemos las cosas distantes gracias a una luz con que
nos ilumina el Guía soberano. Pero cuando las cosas están próximas
o se presienten, nuestra inteligencia se envanece, sin saber nada de
los sucesos humanos del pasado, aunque alguien nos los cuenten. Por lo
cual toda nuestra inteligencia morirá, el día en que se cierre la
puerta del porvenir”
(Infierno, X).
También descubren los poetas en este nivel el
rincón de los que aman los placeres sensuales y la tumba del
papa
Anastasio, cuyo entorno aporta una completa descripción de la distribución de los condenados, en
los círculos del infierno:
“A
la extremidad de un alto promontorio, formado por grandes piedras
rotas y acumuladas en círculo, llegamos hasta un montón de
espíritus más cruelmente atormentados. Allí nos pusimos al abrigo
de una losa de un gran sepulcro, cuando descubrimos una inscripción
que decía: Encierro al papa Anastasio, a quien Fotino arrastró lejos
del camino”
(Infierno, XI).
“Buscando
cómo salir de allí por entre las piedras y el hedor inmundo, mi
maestro halló en medio de las rocas de esa tumba tres círculos, cada
uno dividido en 3 recintos, y que se estrechaban gradualmente, con una
epigrafía explicatoria: La injuria es el fin de toda maldad, que se
atrae el odio del cielo y que redunda en perjuicio de otros, por medio
de la violencia o por medio del fraude”
(Infierno, XI).
c.8)
Círculo VII: violencia
Al llegar Virgilio y Dante a un nuevo y séptimo nivel infernal,
se encuentran a la puerta con que su guardián es el Minotauro de
Creta:
“Al
sitio por donde empezamos luego a bajar era un paraje alpestre y lleno
de ruinas, cuyo flanco azotaba el río Adigio de más acá de Trento,
producidas por un terremoto que, desde la cima del monte hasta la
llanura, presentaba un precipicio de rocas muy hendidas”
(Infierno, XII).
“En
el borde de la entreabierta sima estaba tendido el monstruo y oprobio de
Creta, que fue concebido por una falsa vaca. Cuando nos vió, se mordió
a sí mismo, como aquel a quien abrasa la ira. Gritóle entonces mi
Sabio: ¿Por qué ventura crees tú que esté aquí el rey de Atenas,
aquel que allá arriba, en el mundo, te dio la muerte? Aléjate,
monstruo, que éste no viene amaestrado por tu hermana, sino con el
objeto de contemplar vuestras penas. Como el toro que rompe las
ligaduras en el momento de recibir el golpe mortal, que huir no puede
pero salta de un lado a otro, lo mismo hizo el Minotauro”
(Infierno, XII).
Y deciden comenzar su travesía de la mano del centauro Neso, que los va
a ir dirigiendo a
través de un inmenso río de sangre:
“Entre
el pie de la roca y este foso corrían en fila muchos centauros
armados de saetas. Y uno de ellos, al que llamaron Neso y que murió
por la hermosa Deyanira, y vengó por sí mismo su muerte, desde lejos
nos gritó que tuviésemos cuidados, y que él nos guiaría para que
no tropezásemos con algún grupo de los suyos”
(Infierno, XII).
A
lo largo de esa travesía, los poetas observan cómo este círculo
infernal se divide, a su vez, en 3 aros o recintos, llenos de
personajes de todo tipo y según los grados de gravedad del pecado
cometido en su violencia contra:
-el
prójimo, o aro 1º, el de los rapiñadores, tiranos y sanguinarios,
-sí mismos, o aro 2º, el de los suicidas,
-Dios, la naturaleza y el arte, o aro 3º, el de los blasfemos, malos intelectuales y
usureros:
“Nos
pusimos en marcha, tan fielmente escoltados. En primer lugar, hacia lo
largo de las orillas de un lago de roja espuma, donde lanzaban
horribles gritos los ahogados. Los vi sumergidos hasta las cejas, por
lo que el gran Centauro dijo: Esos son los tiranos, que vivieron de
sangre y de rapiña. Aquí lloran sus desapiadadas culpas. Ahí está
Alejandro y el feroz Dionisio, que tantos años de dolor hizo sufrir a
la Sicilia. Aquella frente de cabello tan negro es la de Azzolino, y
la otra que lo tiene rubio es la de Obezzo de Este, que verdaderamente
fue asesinado en el mundo por su hijastro. Cuando la sangre iba
disminuyendo poco a poco, hasta no cubrir más que el pie, vadeamos el
foso y cruzamos ese primer aro o recinto”
(Infierno, XII).
“No
había llegado aún Neso a la otra parte, cuando penetramos en un
bosque que no estaba surcado por ningún sendero, lleno de espinas
como las del Cecina y Corneto. Allí anidaban las brutales arpías,
que arrojaron a los troyanos de las Estrofades con el triste presagio
de un mal futuro. Sus alas eran anchas y sus pies tenían garras,
lanzando extraños lamentos desde lo más alto de los árboles. Mi
buen maestro me avisó que estábamos en el segundo recinto de este
círculo. Por todas partes oía yo gemidos, sin ver a nadie que los
exhalara. Eran voces de gente que se ocultaba de nosotros entre la
espesura, de almas heridas como me decía mi maestro, o de los que
tuvieron las dos llaves del corazón de Federico, según habló algún
tronco de aquellos árboles”
(Infierno, XIII).
“Del
segundo al tercer recinto llegamos a un arenal, que rechazaba toda
planta de su superficie, con un sangriento foso que la circundaba. Vi
allí numerosos grupos de almas desnudas, que lloraban y parecían
cumplir sentencias diversas. Unas yacían de espaldas sobre el suelo,
otras estaban sentadas en confuso montón, otras andaban
continuamente. Las que daban la vuelta al círculo eran más
numerosas, y en menor número las que yacían para sufrir algún
tormento; pero éstas tenían la lengua más suelta para quejarse y
soltar improperios. Llovían lentamente en el arenal grandes copos de
fuego, que originaban incendios por cada parte. Entonces, yo pregunté
a mi maestro: Maestro, ¿quién es aquella gran sombra, que no parece
cuidarse del incendio, y yace en él tan feroz y altanera? A lo que la
sombra, observando que yo hablaba de ella, me contestó: Tal cual fui
en vida, soy después de muerto, aun cuando fatigara uno tras otro a
todos los negros obreros del Mongibelo”
(Infierno, XIV).
c.9)
Círculo VIII: fraude
Cuando logran salir del mar anterior de sangre, acceden Virgilio
y Dante al octavo nivel infernal, llamado Malebolge (lit. malditas
bolsas) y reservado para los mentirosos, y dividido a su vez en 10 fosos
concéntricos y circulares:
“En
nuestro viaje por el Infierno, llegamos a un lugar llamado Malebolge,
construido todo de piedra y con un pozo ancho y profundo en el centro
de aquella funesta planicie. El espacio entre el pozo y el pie de la
cerca era redondo, y estaba dividido en diez vallas o recintos
cerrados, con puentes y puertas que iban de unos a otros”
(Infierno, XVIII).
Se trataba de los 10 fosos de todos los tipos
de mentirosos, que se dividían según fuese la calaña de
sus habitantes. Así, estaban los fosos formados por:
-1º
foso, el de los rufianes:
“El
poeta echó a andar hacia la izquierda, y yo seguí tras él. A mi
derecha vi nuevos tormentos y nuevos burladores, que llenaban la
primera fosa. Mientras yo andaba por esa fosa, mis ojos se encontraron
con los de un pecador, y dije en seguida: No es la primera vez que veo
a ése. A lo que el azotado me contestó: Yo fui aquel que obligó a
la bella Ghisola a satisfacer los deseos del marqués, cuéntese como
se quiera la historia. Mientras yo hablaba con otro, un demonio le
pegó un latigazo, diciéndole: Anda, rufián, que aquí no hay
mujeres que no se vendan”
(Infierno, XVIII).
-2º
foso, el de los usurpadores:
“Luego
llegamos al sitio en que aquel peñasco se ahuecaba por debajo a modo
de puente, para dar paso a los condenados. Allí, mi guía me dijo:
Detente, y haz que en ti se fijen las miradas de esos otros malnacidos.
Desde el vetusto puente contemplamos la larga fila que hacia nosotros
venía por la otra parte, y cuyo dolor no parecía derramar ninguna
lágrima. Se trataba de Jasón y sus Argonautas, que con su valor y
destreza habían engañado y robado en la Cólcide aquel vellocino de
oro”
(Infierno, XVIII).
-3º
foso, el de los hechiceros:
“Nos
encontrábamos ya en el punto donde el estrecho sendero se cruza con el
segundo margen, que sirve de apoyo para otro arco, cuando allí vimos a
los que anidaban en una nueva fosa, dando resoplidos con sus narices y
sumergidos en un estiércol, que parecía salir de las letrinas humanas.
Una de aquellas cabeza me dijo: ¿Por qué me miras a mí, y no a los
otros que están tan sucios como yo? Yo le respondí: Porque, si mal no
recuerdo, alguna vez te vi con los cabellos enjutos, y tú eres Alejo
Interminelli, el hechicero de Luca. Entonces, él, golpeándose la
calabaza, exclamó: Aquí me han sumergido las lisonjas, que no se
cansó de prodigar mi lengua”
(Infierno, XVIII).
-4º
foso, el de los políticos corruptos:
“Estábamos
ya para salir de la tercera fosa, cuando vi en uno de sus lados una
piedra lívida llena de pozuelos. Fuera de la boca de uno de aquellos
pozuelos salían las piernas de un pecador, hasta el muslo, quedando
dentro el resto de su cuerpo. Yo pregunté a mi maestro: Maestro, ¿quién
es aquél que furioso agita los pies más que sus otros compañeros?. A
lo cual me contestó: Espera un poco, que él te lo dirá. Y se puso a
gritar: ¿Estás ya aquí derecho, Bonifacio? ¿Tan pronto te has
saciado de los bienes de la hermosa Dama, por los cuales no temiste
apoderarte a base de embustes? Él contestó: Yo no peor que los demás,
pues bajo mi cabeza están sepultados muchos papas, que antes de mí
cometieron simonía. Yo me hundiré después que ellos”
(Infierno, XIX).
-5º
foso, el de los hipócritas:
“Me
hallaba ya dispuesto a contemplar un descubierto quinto foso, cuando vi
venir de él a gentes llorando, y que en silencio caminaban con el paso
de la letanía. Cuando incliné más hacia ellos mi mirada, me pareció
que cada uno de aquellos condenados estaba retorcido de un modo extraño,
desde la barba al principio del pecho; pues tenían el rostro vuelto
hacia las espaldas, y les era preciso andar hacia atrás, porque habían
perdido la facultad de ver por delante. Y lloraban todos ellos lágrimas
a gran raudal, hasta caerles por la espina dorsal”
(Infierno, XX).
-6º
foso, el de los bribones:
“Cuando
llegamos a lo alto de un quinto foso, y estábamos para salir de él,
nos detuvimos para ver una nueva hondonada de Malebolge, y otras vanas
lágrimas. Así como en el arsenal de los venecianos hierve en el
invierno la pez tenaz, así vi yo hervir una resina espesa, que se
pegaba a la orilla por todas partes. Entonces vi venir detrás de
nosotros a un negro, que ni para mirar detenía su fuga. Y que al llegar
al puente decía: oh, Malebranche, ved aquí uno de los ancianos de
Santa Zita. Yo vuelvo otra vez a aquella tierra, que tan bien provista
está de ellos. Allí todos son bribones, excepto Bonturo y por dinero,
y de un no hacen un ita. Si no quieres probar nuestros garfios, no
salgas de la pez”
(Infierno, XXI).
-7º
foso, el de los ladrones:
“Como
Malebolge va siempre en declive hasta la boca del profundísimo pozo,
cada fosa que se recorre presenta un margen que se eleva, y otro que
desciende. Llegamos por fin al extremo en que se destaca la última
piedra, y sobre ella divisamos la séptima fosa. Iba disimulando mi
cansancio y flaqueza, cuando oí una voz que salía de la fosa: Haré lo
que deseas, pues las peticiones justas deben satisfacerse en silencio.
Me asomé al fondo de la fosa y vi una espantosa masa de serpientes, de
tan diferentes especies que su recuerdo me hiela todavía la sangre. Y
he aquí que uno de aquellos desgraciados fue mordido por una serpiente
en el cuello, ardiendo al momento y cayendo reducido a cenizas. Pero
apenas quedó consumido en el suelo, reuniéronse aquellas cenizas por
sí mismas, y súbitamente se rehizo aquel ladrón, de forma idéntica a
antes de haberse incendiado”
(Infierno, XXIV).
-8º
foso, el de los malos
consejeros:
“Partimos
pronto de allí, y por los mismos escalones de las rocas que nos
habían servido para bajar, hasta que llegamos a un nuevo y octavo
foso, en que no era posible mover un pie sin el auxilio de la mano. Distinguí
entonces un ligero fuego elevándose desde el fondo, encerrando cada
una de sus llamas a un pecador. Una de ellas parecía salir de una
pira, parecida a la que fueron puestos Eteocles y su hermano. A lo que
Virgilio me contestó: Son Ulises y Diomedes, que sufren juntos el
mismo castigo. En esa llama se llora el engañoso consejo del caballo
de madera, que fue la puerta por donde salió la noble estirpe de los
romanos. Llórase también el artificio de Deidamia, por el que aun
después de muerta consiguió que siguiera lamentándose Aquiles. Y se
sufre también el castigo por el robo del Paladión”
(Infierno, XXVI).
-9º
foso, el de los cismáticos:
“Habíase
quedado inmóvil aquella llama, para no decir nada más, cuando algo
desde atrás nos hizo volver la vista, a causa del confuso rumor que
salía de ella. Igual que el toro de Sicilia se lanzó por primer
mugido hacia el llanto del que lo había trabajado con su lima (lo
cual fue justo), así bramaban las voces de los torturados en este
noveno foso, no encontrando en toda su extensión ninguna abertura por
donde salir. Al pasar a ese foso, oímos que uno nos decía: oh tú, a
quien me dirijo, y que hace poco hablabas en lombardo, Vete ya, no te
detengo más. Aun cuando yo haya llegado tarde, no te pese permanecer
hablando conmigo, pues a mí no me pesa”
(Infierno, XXVII).
-10º
foso, el de los alquimistas,
simuladores y cambistas:
“Cuando
estuvimos colocados sobre el décimo y último recinto de Malebolge,
de manera que los transfigurados que contenía pudieran aparecer a
nuestra vista, hirieron mis oídos diversos ruidos que cual agudas
flechas me traspasaron el corazón. Aquellos condenados se rascaban
con frecuencia la cabeza, y se arrancaban las pústulas con las uñas,
igual que el cuchillo arranca las escamas del escaro. Y uno de ellos
nos dirigió la palabra: Yo fui de Arezzo, y Alberto de Siena me
condenó a las llamas. Es cierto que yo le dije burlescamente que sabía
elevarme sobre el aire, y que él quiso que yo le enseñara ese arte.
Pero me condenó por uno que le tenía por hijo, y al que no había
querido convertir en Dédalo”
(Infierno, XXIX).
“Tras
escuchar al alquimista, yo dije al poeta: ¿Hubo jamás un pueblo tan
vano como el sienés? A lo que un leproso que me oyó, contestó:
Exceptúa a Stricca, que supo hacer tan moderados gastos; y a Niccolo,
que fue el primero que descubrió la usanza del clavo de la especia.
Mas fija en mí tus ojos, a fin de que veas la sombra de Capocchio,
que obtuvo metales por medio de la alquimia, e imitó lo que quiso
mejor que la naturaleza”
(Infierno, XXIX).
“Tras
aquellas dos almas poco apenadas, me volví para mirar las sombras de
los otros mal nacidos. Vi uno que parecía un laúd, por una pesada
hidropesía que sufría, y que le iba desproporcionando los miembros
de su cuerpo, y por la sed le obligaba a mantener la boca abierta.
Hasta que con uno de sus labios logró decirnos entre penas: oh
vosotros, que no sufrís pena alguna, mirad y estad atentos. No sea lo
que os ocurra lo del busto del Bautista en Romena, que acabó
convertido en moneda. Y lo que no se movía, acabó acuñando los
florines de Florencia”
(Infierno, XXX).
c.10)
Círculo IX: traición
Al llegar al último noveno nivel infernal, Virgilio y Dante se encuentran con
que los titanes aguardan a su entrada, mostrando la monstruosidad del
lugar al que van a acceder:
“Volviendo
la espalda a aquel desventurado valle, nos pusimos a andar sin mediar
palabra, por encima del margen que lo rodeaba. Por allí llegamos a un
lugar donde no era de día ni de noche. Pero oí resonar una gran
trompa, tan fuertemente, que habría impuesto silencio a cualquier
trueno. Cuando ya nos íbamos acercando a una multitud de torres
elevadas, dije a mi maestro: Maestro, ¿qué tierra es ésta? A lo que
él me respondió: Cuando mires a través de las tinieblas, te
equivocarás en lo que te imaginas. Ya verás, cuando entremos aquí,
cuánto te va a engañar la vista. Pues en primer lugar, eso no son
torres de entrada, sino gigantes que están a la puerta de los muros”
(Infierno, XXXI).
El gigante
Anteo se ofrece para llevarlos en sus brazos, en su recorrido por este último
abismo, y ellos acceden. Hasta que logra dejarlos en lo más oscuro del
Infierno:
“Atravesamos
a duras penas esa entrada llena de gigantes de lenguaje complicado,
hasta que por su medio encontramos a Anteo, hablador y suelto, y
único capaz de conducirnos al fondo del Infierno. El gigante extendió
sus rudas manos que hubieran oprimido a Hércules, cogió a mi guía y
se abajó para que yo me incorporara. Cuando ya hubiese yo preferido
seguir por otro camino, Anteo nos condujo suavemente al fondo del
abismo, que devora a Lucifer y a Judas, inclinándose para que
descendiéramos, y volviéndose luego a erguir en el mástil de un
navío”
(Infierno, XXXI).
“Cuando
llegamos al fondo del obscuro infierno, mucho más abajo de donde tenía
los pies el gigante, oí que me decían: Cuidado por dónde andas, y procura
no pisar las cabezas de los hermanos. Volvíme al oír esto, y vi
delante de mí, y a mis pies, un lago helado, de vidrio y no de agua. Estaban
aquellas sombras sumergidas en el hielo hasta el sitio de la vergüenza,
produciendo con sus dientes el mismo sonido que la cigüeña con su
pico. Tenían todas el rostro vuelto hacia abajo, la boca dando muestras
del frío que sentían, y los ojos inundados de sollozos y tristeza del
corazón”
(Infierno, XXXII).
Observan entonces que el último infierno está
dividido en 3 fosas alargadas:
la de traidores de sus parientes, la de traidores a su patria, la de
traidores a sus benefactores:
“Vi
allí dos sombras tan estrechamente unidas, que sus cabellos en todo se
mezclaban. Yo les pregunté: Decidme quiénes sois, vosotras que tanto
unís vuestros pechos. Ellas levantaron la cabeza y, después de
observarme con sus ojos, que estaban preñados de las lágrimas, el
frío congeló aquellas lágrimas y aquellos párpados, que se volvieron
a cerrar. Fue otro que había cerca el que me dijo: son Bisenzio y su
padre Alberto, que salieron ambos de un mismo cuerpo, y a los que una
mano de Arturo rompió de un golpe en pecho y alma. Tú eres toscano y
sabrás de quien te hablo: de Sasolo Mascheroni, cuyas culpas merecen
cien veces este hielo”
(Infierno, XXXII).
“Después
vi otros mil rostros amoratados por el frío. Y desde allí nos dirigimos
hacia el centro, donde converge toda la gravedad de la Tierra, entre
los temblores del frío y la tristeza. El guía se detuvo, y yo
reprendí a uno que estaba blasfemando. Él me dijo: ¿Quién eres
tú, que vas por ahí reprendiendo? A lo que le contesté: Soy uno de
los vivos, y si quieren puedes hacerte famoso, conservándote yo en la
memoria. A lo que repuso: Vete de aquí, pues suenan mal tus lisonjas.
No te diré quien soy, ni verás mi rostro. Entonces le arranqué un
puñado de sus cabellos, hasta que me dijo: Yo soy el que llora por
aquel dinero de los franceses, aquel Buso de Duera que venía de
Beccheria, y cuya garganta segó Florencia. Creo que más allá está
Gianni de Soldanieri con Ganelón y Tebaldello, el que entregó a
Faenza cuando todavía dormían sus habitantes”
(Infierno, XXXII).
“Estábamos
ya lejos de aquél, cuando vi a otros dos helados en una misma fosa,
colocados de tal modo, que la cabeza del uno parecía ser el sombrero
del otro. Y como el hambriento en el pan, así el de encima clavaba
sus dientes al de debajo, en el sitio donde el cerebro se une con la
nuca y como nunca mordió Tideo las sienes de Menalipo (Infierno, XXXII). Al vernos,
aquel pecador apartó su boca de tan horrible alimento, limpiándosela
en los pelos de la cabeza cuya parte posterior acababa de roer, y
luego empezó a hablar de esta manera: Yo fui el conde Ugolino, y
éste el arzobispo Ruggieri, y yo me fié de él y así acabó mi
fortuna y sentencia, ambas en un pequeño agujero que tuvieron que
abrir en mi torre” (Infierno, XXXIII).
En el
centro de este último infierno divisan los poetas al mismo Lucifer,
tras lo cual deciden inmediatamente salir de allí de la manera más
rápida posible, y aprovechando que él estaba de espaldas:
“Seguimos
luego más allá, viendo a más condenados pero no con el rostro hacia
abajo sino hacia arriba. Y aunque mi rostro, a causa del gran frío,
había perdido toda sensibilidad, me pareció que empecé a sentir un
fuerte viento
(Infierno, XXIII). A lo que mi maestro contestó:
Regis Prodeunt Inferni hacia nosotros. Mira adelante, y ármate de
fortaleza. Yo no quedé ni muerto ni vivo, ni helado ni yerto. Pues
como aparece a lo lejos un molino, cuyas aspas hace girar el viento,
cuando éste arrastra una espesa niebla, allí estaba el emperador de
aquel doloroso reino, y los brazos y espaldas del monstruoso Lucifer,
al parecer de tres rostros y con dos grandes alas que salían de cada
rostro, y con la cabeza de Judas en su cabeza. Si fue tan bello como
deforme es hoy, y osó levantar sus ojos contra su Creador, de él
debe proceder sin duda todo mal. ¡Oh, cuánto asombro me causó!”
(Infierno, XXXIV).
Lo que consiguen lograr, la salida del
infierno, no sin mucha complicación y
sufrimiento, como una escalada hacia el hemisferio superior de la vida real:
“Ante
aquel espectáculo apocalíptico, Virgilio me dirigió la palabra,
jadeando como un hombre cansado: Sosténte bien, que por esta escalera
es preciso partir de esta mansión del dolor. Después salió fuera
por la hendedura de una roca, y me sentó sobre el borde de la misma,
poniendo junto a mí su pie prudente. Levántate, me dijo el Maestro,
pues la ruta es larga y malo el camino, y ya el sol se acerca a la
mitad de tercia. A lo que yo contesté: Antes que yo salga de este
abismo, maestro mío, dime dónde está el hielo, y cómo es que
Lucifer está de ese modo invertido. A lo que Virgilio me dijo: ¿No te
imaginas todavía que estés al otro lado del centro del mundo? Hemos
estado en el punto hacia el que converge toda la gravedad de la Tierra,
y ahora has de volver bajo el hemisferio opuesto a aquel que cubre los
áridos desiertos”
(Infierno, XXXIV).
“Mi
guía y yo entramos en un camino oculto, para volver al mundo luminoso.
Y sin concedernos el menor descanso, subimos, él delante y yo detrás,
hasta que pude ver por una abertura redonda las bellezas que contiene el
Cielo, y por allí salir y poder volver a ver las estrellas”
(Infierno, XXXIV).
d)
Contenido II: el Purgatorio
Es descrito por Dante como un lugar del
más allá donde las almas purifican sus pecados, para poder
aspirar al cielo. Asume así el ideario principal de la doctrina
purgativa, a la vez que transmite una total consonancia con el
imaginario popular medieval:
“Ahora
la navecilla de mi ingenio desplegará las velas para navegar por las
aguas de un segundo reino, donde se purifica el espíritu humano y se
hace digno de subir al Cielo” (Purgatorio,
I).
Entrando ya en el relato, y una vez salido del Infierno, Dante
invoca a las musas, y éstas lo trasladan junto a su guía Virgilio a la
orilla de una isla, ubicada en el
hemisferio austral:
“Resucite
aquí, pues, la muerta poseía, oh santas musas, pues que soy
vuestro... Entonces, un suave color de zafiro oriental, contenido en
el sereno aspecto del aire puro, reapareció delicioso a mi vista en
cuanto salí de la atmósfera muerta. El cielo parecía gozar con sus
resplandores, y y cuando cesé en su contemplación me vi allí
trasladado, en aquel sitio verdaderamente viudo”
(Purgatorio, I).
Allí se encuentran los poetas con Catón de Utica, a quien Dante
representa como el guardián de las aguas. Será este mismo Catón el
que vaya instruyendo a los poetas al respecto, sobre el tránsito o
viaje que han de hacer a través de esa isla austral, y la montaña
interior de la isla que es el purgatorio:
“Cuando
cesé en la contemplación de aquel sitio, volvíme del carro que nos
había traído, y vi cerca de mí un anciano solo y muy digno de
aspecto y veneración, con una larga barba canosa. Aquel anciano nos
dijo: ¿Quiénes sois vosotros que, contra el curso del tenebroso río,
habéis huido de la prisión eterna? A lo que mi guía le contestó:
No hemos venido aquí por deliberación, sino porque una mujer,
descendida del cielo, me ha rogado que acompañe y ayude a éste. En
nombre, pues, de su amor, accede a nuestra súplica, y déjanos ir por
tus siete reinos” (Purgatorio, I).
“Tras
comprobar todo eso, aquel ser muerto en Utica nos explicó: Esa pequeña
isla que ves allá abajo produce, en torno suyo y por donde la
combaten las olas, juncos en su tierra blanda y limosa. Ninguna clase
de plantas que eche hojas o que se endurezca puede existir ahí,
porque le sería imposible doblegarse a los embates de las olas. Después
no volváis por esta parte; pues el sol naciente os indicará el modo
de encontrar la más fácil subida del monte”
(Purgatorio, I).
d.1)
Subida al Purgatorio
Estado a la orilla de mar, y en la playa
de la isla del Purgatorio, distinguen a lo lejos Dante y
Virgilio una forma blanca similar a un ángel de Dios, que traía en su
barca a más de 100 espectros:
“Estábamos
aún en la orilla del mar, cuando he aquí que por efecto de los
densos vapores me pareció ver una luz venida del mar, que cada vez se
hacía más voluminosa y brillante, y distinguiendo a cada lado de la
misma una cosa blanca, sin saber lo que era pero con forma de blancas
alas. A lo que mi guía me dijo: Dobla, dobla pronto la rodilla, pues
he ahí un ángel de Dios. Y une las manos, pues nunca más verás
semejantes ministros del Señor... Más
de cien espíritus, sentados en la barquilla, cantaban a coro In exitu
Israel de Aegipto” (Purgatorio, II).
Una vez desembarcados en la isla, los espectros se lanzan a la
playa preguntando efusivamente por el camino a
la montaña, agrupándose entre sí y esperando de alguien
las instrucciones de lo que en ella deben hacer. Hasta que aparece Catón
y los dispersa, cada cual a su lugar de destino:
“El
ser blanco les hizo la señal de la cruz, y todos se arrojaron todos a
la playa. La turba parecía llena de estupor, mirando y remirando en
torno suyo. Hasta que vieron que yo estaba vivo y se agolparon en
torno a mí, sin miedo a pisarse unos a otros y diciéndome: Si lo sabéis,
indicadnos el camino que conduce a la montaña, y lo que en ella
debemos hacer” (Purgatorio, II).
“Estábamos
absortos en aquellas cosas, cuando apareció el venerable anciano
exclamando: ¿Qué es esto, espíritus perezosos? ¿Qué negligencia,
qué demora es ésta? Corred al monte a purificaros de vuestros
pecados. Y aquellas almas recién llegadas se desbandaron por la costa
(Purgatorio, II). Iban aquellas almas en repentina fuga,
dispersas hacia la montaña y bajo la única guía de la razón divina”
(Purgatorio, III).
d.2)
Ante-Purgatorio: negligencia
En su camino hacia el monte del Purgatorio, Dante y Virgilio
notan la presencia en los pies de la montaña
de los negligentes, incapaces de emprender la ascensión y, a ese ritmo,
muy alejados en el tiempo de la salvación:
“Llegamos
en tanto al pie del monte, cuyas rocas y peñascos encontramos tan
escarpados, sobre la orilla del mar, que las piernas más ágiles nos
hubieran sido inútiles. Entonces apareció por la izquierda una
multitud de almas, que se dirigían hacia nosotros, aunque no lo parecía
por la lentitud con que caminaban”
(Purgatorio, III).
“Habríamos
andado nosotros mil pasos hacia ellas, cuando todas ellas se arrimaron
a los duros peñascos y permanecieron firmes y apretadas entre sí.
Entonces, Virgilio les dijo: oh muertos en la gracia de Dios, espíritus
ya elegidos, decidme por qué parte declina esta montaña, y de modo
que sea posible ascender a ella. Y aquellas almas negligentes
contestaron: Pues volveos atrás, y caminad delante de nosotras...
Poco más adelante, nos encontramos con Manfredo, el nieto de la
emperatriz Constanza” (Purgatorio, III).
Los poetas comienzan la ascensión a la montaña,
hasta que encuentran un rellano y aprovechan para descansar de las
fatigas de la caminata. Uno de los negligentes de aquel lugar, que está
por allí, les dirige la palabra:
“La
cima era tan alta, que no podía alcanzarla la vista, y la subida
mucho más empinada que la línea que divide en dos partes el
cuadrante. Cuando llegamos a sitio descubierto, o primer rellano con
cierta base del monte, nos sentamos y dije a mi maestro: Maestro mío,
¿qué camino seguiremos? Él me contestó: No des ningún paso hacia
abajo, y prosigue subiendo detrás de mí hacia la cima del monte,
hasta que se nos aparezca algún experto guía”
(Purgatorio, IV).
“Entonces
uno de aquellos espíritus, que estaba reposando a la sombra tras un
peñasco y con la cabeza en sus rodillas, se volvió hacia nosotros
por entre sus piernas y nos dijo: Id, pues, allá arriba, si sois de
verdad tan valientes. ¿Para qué ir allá, si hay un ángel de Dios a
la puerta?” (Purgatorio, IV).
Continuada la ascensión, un grupo de ánimas
curiosas se admiran de la luz que desprende el cuerpo de
Dante, y varias de ellas van a preguntarle acerca de esa gracia, aparte
de explicarles que tuvieron muertes violentas o se arrepintieron en el
último momento:
“Seguía
yo la estela de mi maestro cuando una de aquellas almas empezó a señalarme
con el dedo, y a gritar: Mirad; no se nota que el sol brille a través
de aquel de más abajo. Al oír estas palabras, volví la cabeza, y vi
que aquellas sombras animadas miraban con admiración la luz
interceptada por mi cuerpo, y gritaban: ¡oh! Y me preguntaban: ¿Cuál
es vuestra condición? Tras lo cual, una de ellas me dijo: Yo soy de
entre la Romanía y el país de Carlos (Ancona), y estoy
aquí por las heridas que me hicieron en las Antenóridas (Padua).
Y otra me dijo: Yo fui de Montefeltro, y ni Juana ni los otros se
cuidaron de mí” (Purgatorio, V).
Continuada la ascensión, llegan los poetas al encuentro de una ánima
inmóvil, que está dispuesta a mostrarles el camino más
corto. Se trata de Sordello, paisano mantuano de Virgilio, que le habla
del llanto presente por falta de corrección:
“Cuando
me puede desprender de aquellas ánimas, que me pedían plegarias para
abreviar su purificación reemprendimos la subida, avanzando tanto
como podíamos. Hasta que, tras una cuesta, Virgilio se puso a
exclamar: ¡Mantuano! Se trataba de un alma inmóvil y completamente
sola, oculta tras una cuesta y que a duras penas dirigía hacia
nosotros sus miradas, pero sin contestar al saludo de mi guía. Hasta
que Virgilio se le acercó, y entonces sí que le contestó: ¡oh,
mantuano! Soy Sordello, de tu Italia esclava y albergue del dolor.
Pero ahora es todavía más arisca, por no haber sido castigada a
tiempo con espuelas. No te preocupes, mantuano, en este lugar, que yo
os enseñaré el camino más corto”
(Purgatorio, VI).
Llegados a un valle lleno de ánimas
principescas, y en medio de una especie de puesta real en
escena, con castigo divino incluido, Sordello explica a sus viajeros que
dos ángeles tienen que ser enviados a este lugar por la misma virgen
María, para guardar el valle frente a las serpientes allí presentes, y
que con su veneno pueden contaminar la purificación de aquellas ánimas:
“Entonces
llegamos a un valle de efectos muy sutiles, que impiden descubrir la
verdad. En él vimos un ejército pálido y humilde de ánimas que
levantaban sus palmas y dirigían sus ojos al Oriente como si dijesen
a Dios Sólo en Ti Pienso, mientras por lo bajo se oían las notas que
recitaban aquel Te Lucis Ante”
(Purgatorio, VIII).
“En
aquel placer de organigrama, vi bajar de las alturas y descender al
valle a dos ángeles con dos espadas flamígeras, truncadas y privadas
de sus puntas, que se ponían a ambos lados de las ánimas y ofuscaban
su vista como se ofusca toda facultad, por la excesiva fuerza de las
impresiones” (Purgatorio, VIII).
“Aturdido
yo por lo que estaba viendo, Sordello me explicó al momento: Ambos
vienen del seno de María, para guardar el valle contra las
serpientes, que acudirán a él en breve. Por eso vayámonos de aquí,
y prosigamos el camino” (Purgatorio,
VIII).
d.3)
Puerta del Purgatorio
Tras haber pasado soñando toda una noche al raso, los poetas
llegan finalmente a la puerta del Purgatorio. Allí el portero
les hace preguntas sobre qué quieren y quién guía sus pasos,
respondiendo ellos humildemente que les abra la cerradura:
“Cuando
cayó la noche por aquellos linderos orientales, nos tendimos sobre la
hierba y nos dejamos vencer por el sueño y la flaqueza. Allí soñé
yo con un águila con plumas de oro y preparada para el descenso, y
después con una dama que se llamaba Lucía. Hasta que me despertó mi
señor y me dijo: No temas y tranquilízate, que hemos llegado ya
junto al Purgatorio; allí está el muro que le cerca, y por aquel
otro sitio la rotura de la entrada”
(Purgatorio, IX).
“Nos
aproximamos a la rotura que dividía el muro, en la cual había un
portero que no mediaba la palabra. Pero al vernos mirar por aquella
rendija, nos dijo fijamente: ¿Qué queréis? ¿Dónde está el que os
acompaña? A lo que mi maestro respondió: Una dama del Cielo nos dijo
hace poco que vengamos aquí, y pidamos pasar por la puerta”
(Purgatorio, IX).
Es entonces cuando el portero les permite el acceso, y los poetas
atraviesan los 3 escalones de la puerta:
“Al
oír a los poetas, el portero respondió: Ella guía felizmente
vuestros pasos. Subid los escalones, pues, y entrad. Nos adelantamos.
El primer escalón era de mármol blanco, tan bruñido y terso, que me
reflejé en él tal como soy; el segundo era más oscuro que el color
turquí, de una piedra calcinada y áspera, resquebrajada a lo largo y
de través; el tercero, que gravita sobre los demás, me parecía de
un pórfido tan rojo como la sangre que brota de las venas”
(Purgatorio, IX).
Tras atravesar los 3 escalones, les sale al encuentro un poderoso
ángel de Dios, que les abre la
puerta con las llaves del arrepentimiento y la conversión, y que parar
acceder al Purgatorio graba sobre la frente de Dante 7 veces la letra P,
con la punta de su espada y en alusión a los pecados capitales. Se
trata de marcas que han de ir desapareciendo en la medida en que Dante
vaya ascendiendo al cielo:
“Sobre
el último escalón tenía ambas plantas un ángel de Dios, vestido de
color ceniza y sentado sobre un umbral de diamante. Yo me postré
devotamente a sus pies, y le pedí por misericordia que abriese, dándome
tres golpes en el pecho. Con la punta de su espada, aquel ángel me
trazó siete veces en la frente la letra P, y dijo: Procura lavar
estas manchas cuando estés dentro. En seguida sacó de debajo de sus
vestiduras dos llaves, y primero con la plateada, y después con la
dorada, hizo en la puerta cuanto yo deseaba”
(Purgatorio, IX).
d.4)
Terraza I: soberbia
Nada más comenzar el sendero de subida al Purgatorio, a forma de
risco entre peñas, los poetas distinguen a ambos lados filas
de estatuas y trofeos de los orgullosos, tanto de su poder
como de su testarudez. No obstante, su condición de atormentados les
hace caminar tristes e inclinados hacia el suelo, a forma de gusanos:
“Cuando
hubimos traspasado el umbral de la puerta, se nos presentó una vía
tortuosa, que había que subir con tanto cuidado y sigilo que hasta la
Luna llegó a su lecho y se acurrucó. Al día siguiente vimos que
aquel camino era una especie de cornisa escueta y de piedra, llena de
esculturas que ni el mismo Policleto las hubiese podido esculpir, y de
las que mi maestro me dijo que no fijara la atención ni en un sólo
punto” (Purgatorio, X).
“Yo
no le hice caso, y cuando me pareció ver una Ecce Ancilla Dei, me
acerqué un poco más para verla. Entonces se me apareció delante de
ella una mujer despechada y triste, que me enseñó su epigrafía en
piedra de Micol, más y menos que rey. Un poco más adelante vi una
viuda entre multitud de caballeros, y hasta los mismos trofeos
victoriosos del imperio de Trajano. Pero todos ellos sin aspecto de
personas, pues se iban desvaneciendo enfermizos en el suelo, abrumados
por sus tormentos y sin poder sobrellevarlo”
(Purgatorio, X).
Tras contemplar el lastimoso aspecto de
las ánimas soberbias, los poetas continúan atravesando la 1ª
terraza o escalón del purgatorio, pero elevando súplicas a lo alto y a
lo bajo por lo que han visto:
“Cuando
Virgilio me explicó que los ojos de aquellos penitentes estaban
castigados a no levantar la vista más allá del suelo, y a caminar
como gusanos, yo exclamé: oh cristianos miserables y enfermos, que os
fiáis de vuestros pasos. ¿No veis que no avanzáis más que los
gusanos? (Purgatorio, X). Oh Padre nuestro, ayuda a estas
almas, que tan desigualmente van cargadas y desfallecidas por este
camino y círculo” (Purgatorio, XI).
Un poco más adelante, los poetas empiezan a ver sobre el suelo
de ambos lados una multitud de sepulturas
llenas de emblemas memoriales, hasta que un ángel viene a su
encuentro y les muestra una escalera que les hace aligerar el camino, y
ascender a una siguiente terraza:
“Ya
estaba yo en marcha otra vez, siguiendo los pasos de mi maestro,
cuando éste me dijo: Mira por donde pisas, y no desatiendas tus
plantas del suelo. En aquel momento, aparecieron por todas partes una
multitud de sepulturas, que tenían esculpidos mediante signos emblemáticos
a lo que fueron muertos y enterrados en ellas, para perpetuar su
memoria y así arrancar las lágrimas del recuerdo. Vi por allí a
Briareo y Timbreo, a Tamiris entregando sus trofeos a Ciro y el mismo
blasón de Ilion abatida, y convertida en cenizas”
(Purgatorio, XII).
“Ya
estaba yo reprimiendo el ensorbecimiento de aquellos y su altivez de
mirada, que le impedía ver su errado y mal sendero, cuando una
hermosa criatura vino en nuestra dirección, centelleante y vestida de
blanco. Al llegar a nosotros abrió los brazos y nos dijo: Venid por
estas gradas y subid por ellas. ¡Oh raza humana, nacida para remontar
el vuelo! ¿Por qué el menor soplo de viento os hace caer?”
(Purgatorio, XII).
d.5)
Terraza II: envidia
Se trata del 2º nivel purificador del Purgatorio, reservado para
los que se purifican de la envidia. Se trata de unas ánimas
voladoras que nuevamente vuelven a sentir la cercanía de lo
sagrado, y cuya purificación va encaminada a saber vivir pegadas las
unas a las otras, sin llegar a hacerse iguales en ninguno de los
sentidos:
“Habíamos
llegado a lo alto de la rampa, cuando vimos que por segunda vez se
adelgazaba la montaña, destinada a la purificación de los que suben
por ella. También allí la ciñe en derredor un rellano como el
primero, sólo que el arco de su circunferencia se repliega más
pronto. Por lo que mi guía me aconsejó: Si esperamos aquí a que
alguien nos diga a qué lado hemos de seguir, temo que tardaremos
mucho en decidirnos” (Purgatorio, XIII).
“Abrí
entonces los ojos y vi sombras cubiertas por mantos del color de la
piedra. Parecían cubiertas de vil cilicio, y cada cual sostenía a
otra con la espalda, y todas lo estaban a su vez por la roca, igual
que a los ciegos se les coloca en los Perdones, al no poder
sostenerse. Allí solicitaban aquellas almas el socorro de sus
necesidades, apoyando cada una su cabeza sobre la del otro, y
exclamando a María y Miguel que rogasen por ellas”
(Purgatorio, XIII).
“Una
voz pasó entonces volando por nuestras cabezas y nos dijo: Vinum non
habent. A lo que siguió inmediatamente otra que repitió: Yo soy
Orestes, y tampoco se detuvo. A lo que mi buen maestro me contestó:
En este círculo se castiga la culpa de la envidia, y su azote debe
ser frenado por las cuerdas de la caridad. Pero siempre mediante las
cuerdas de diferentes sonidos, y nunca del mismo”
(Purgatorio, XIII).
Dos ánimas preguntonas
alcanzan a Dante y le hacen responder a un interrogatorio, enzarzándose
luego entre ellos acerca de lo que Dante ha dicho. Se trata de Guido del
Duca y Rinieri de Calboli:
“Dos
espíritus, apoyado uno contra otro, levantaron la cabeza para
dirigirme la palabra, y me dijeron: oh alma que, encerrada aún en tu
cuerpo, dinos de dónde vienes y quién eres. Yo les contesté: Por en
medio de la Toscana serpentea un riachuelo, que nace en Falterona y al
que no le bastan cien millas de curso; a orillas de este río he
recibido mi persona, pero deciros quién soy sería hablar en vano,
porque mi nombre no es conocido”
(Purgatorio, XIV).
“El
primer espíritu me contestó: Yo soy Guido del Duca, y si he
penetrado tu entendimiento con el mío, me hablas del río Arno, que
no es para nada horrible ni motivo de ocultar. Pero, ¿cuándo nacerá
en Bolonia un nuevo Fabbro?. Y el segundo le increpó: No lo sé, pero
digno de desaparecer es ese río, por la mala costumbre que arrastra
de sucios puercos, engañosas zorras y desdichada fosa. Los Pagani se
portarán bien cuando consigan dejar de sí un recuerdo puro, antes
que echar al demonio. Yo soy Rinieri de Calboli”
(Purgatorio, XIV).
d.6)
Terraza III: ira
Se trata del círculo o rellano destinado al pecado de la ira,
inundado de una luz cegadora que
hace a sus ánimas purificar sus deseos de venganza, mediante la
mansedumbre, el ansia de lo sagrado y el consuelo de lo antiguo:
“Caminando
hacia el siguiente rellano, los rayos del sol empezaron a darme con
tanta fuerza que deslumbraron mis ojos y me descolocaron, dejándome
herido por aquella luz. Entonces, mi maestro me dijo: En breve, no
podrás contemplar estas cosas sin molestia, sino dependiendo de cómo
de dispuesta se halle tu naturaleza, y las vayas sintiendo”
(Purgatorio, XV).
“Subíamos
ya por allí, entrando en aquel círculo, cuando oímos cantar a
nuestra espalda el Beati Misericordes y Regocíjate tú que Vences. A
su entrada, una mujer me salió al encuentro gritando: Hijo mío, ¿por
qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados. A
lo que otra mujer, destilando dolor, me increpó: Si tú eres señor
de la ciudad, véngate de esos atrevidos brazos, que abrazaron, oh Pisístrato,
a nuestra hija” (Purgatorio, XV).
Tras atravesar ese espacio de luz cegadora, los poetas se
internan en un espacio de tiniebla
ensombrecedora, en que sus numerosas ánimas están desatando
la ira, envueltas por nubes de humo y con deseos de vengar todavía las
fechorías que un día sufrieron:
“Siguiendo
nuestro camino, empezó a oscurecer de repente, sobreviniendo sobre
nosotros una humareda oscura como la noche, que nos privó del uso de
la vista y del aire puro (Purgatorio, XV). Allí estuvimos
entenebrecidos por las nubes hasta lo sumo, con los ojos cerrándose
ante aquella sensación de punzante aspereza”
(Purgatorio, XVI).
“Allí
oí numerosas voces que entonaban el Agnus Dei al unísono, desatando
así su ira al tiempo que pedían paz al Cordero de Dios. Y una de
ellas nos increpó: ¿Quién eres tú, que hablas contando el tiempo
por candelas? Yo fui lombardo y me llamo Marco. Pero en el país del
Po las leyes existían, y nadie cuidaba de su cumplimiento, ni
siquiera Federico a base de contiendas. Aunque todavía deben quedar
tres viejos reprendiendo con lo antiguo a lo moderno, mis buenos
Conrado, Gerardo y Guido” (Purgatorio,
XVI).
d.7)
Terraza IV: pereza
Tras salir entre visiones y oscuridad de la nube de humo de la
ira, los poetas se encuentran de repente en un nuevo rellano o terraza
de la montaña del Paraíso. Mientras examinan el lugar, un espíritu
divino les hace entender, sin echar una mano ni amedrentar su libre
albedrío, que todos los allí presentes han de cumplir por sí mismos
todos aquellos deberes no cumplidos
en su día:
“Mientras
salíamos de la nube de humo hacia el camino de la montaña,
aparecieron en mi imaginación Mardoqueo y su sobrina Esther, y otra
visión en que una doncella desconsolada decía: oh reina, me has
perdido por perder a Lavinia. Hasta que mi sueño se vio interrumpido
de improviso por los nuevos rayos de luz, que nos decían que estábamos
ya en otro sitio. Y por una voz que nos decía: Subid por aquí”
(Purgatorio, XVII).
“Entonces,
mi maestro me explicó: Este es un espíritu divino, que se oculta en
su propia luz, y que nos indica la vía para ir arriba, sin que se le
roguemos. Hace con nosotros lo que el hombre consigo mismo; pues el
que ve una necesidad, y aguarda que le supliquen, ya se prepara
malignamente a rehusar todo socorro. Apresurémonos, pues, a cumplir
tan cortés invitación, porque después no podríamos hacerlo”
(Purgatorio, XVII).
Mientras van atravesando la nueva terraza, exhorta Virgilio a
Dante con su teoría del deber y del libre
albedrío, continuando la plática que le había soltado
momentos atrás. Pues hay que estar en alerta ante el propio alma,
explica Virgilio, ya que el alma ha sido creada con predisposición al
amor, y el amor se lanza más a lo agradable que a lo desagradable:
“No
había terminado el gran doctor su razonamiento, cuando continuó: Aquí
conocerás a los tardos remeros, reintegrando su amor al deber. Porque
lo natural no se equivocó nunca, pero el resto puede errar, o por su
mal objeto (que siempre queda castigado) o por su falta de fervor (que
también arruina al vecino, por falta de solicitud) (Purgatorio, XVII).
El alma, que ha sido creada con predisposición al amor, se lanza
hacia todo lo agradable, tan pronto como es incitada por el placer a
ponerse en acción. Por lo dicho puedes comprender cuánto se oculta
la verdad a los que afirman que todo amor tiene en sí algo de
laudable, quizás porque creen que su materia es siempre buena. Pero
no todos los sellos estampados en cera son buenos, por más que la
cera lo sea” (Purgatorio, XVIII).
Acabada la plática de Virgilio, sale al encuentro imaginativo de
Dante una prostituta de alta mar, ofreciendo sus placeres confortables
al florentino. Esto hace escapar con prontitud a los poetas de aquel
lugar, con el fin de no quedar estancados en aquellos placeres
perditivos:
“Era
ya la hora del calor del día cuando me salió al encuentro una mujer
amarillenta, que moviendo sus caderas me decía: Yo soy dulce Sirena,
que distraigo a los marineros en medio del mar, que aparté a Ulises
de su camino y que, al que conmigo se aviene, rara vez se va. Aun no
se había cerrado su boca, cuando me puse a gritar: ¡oh Virgilio,
Virgilio! ¿Quién es ésa?” (Purgatorio,
XIX).
“Virgilio
cogió a la sirena por la cabeza y desgarró sus vestiduras, descubriéndola
por delante y mostrándome su vientre. La pestilencia que de él salía
me despertó del letargo, y el buen Virgilio me advirtió: Tres veces
te he llamado ya. Levántate y ven, y busquemos la abertura por donde
has de huir de aquí, con toda prontitud”
(Purgatorio, XIX).
d.8)
Terraza V: avaricia
En un rellano del purgatorio, los poetas contemplan el valle de
los avariciosos, necesitados de ejemplos de la virtud de la generosidad.
Allí contemplan numerosos casos individuales, que reconocen pero siguen
albergando sus ansias de riquezas y poder:
“Púseme
en marcha, y mi guía se encaminó hacia un paraje que había expedito
a lo largo del monte. Allí vimos andando, como quien va por una
muralla pegado a los merlones, a una multitud de almas que vertían
gota a gota por sus ojos el mal. Vi también allí a una mujer próxima
a su alumbramiento, que decía: Dulce María, fuiste tan pobre que
pusiste tu fruto en un establo; oh buen Fabricio, tú también
preferiste ser pobre y virtuoso”
(Purgatorio, XX).
“Un
poco más adelante, encontramos a uno que seguía hablando de los
donativos que hizo Nicolás para que las doncellas se condujesen por
la senda del honor. Lo que me llamó la atención, y me hizo
preguntar: ¿Quién eres tú? A lo que me contestó: Raíz de mala
planta. Pues hijo de carnicero fui, y de mi nombre Hugo descienden los
Felipes y los Luises, que bien empuñaron las riendas de mi reino y se
hicieron con el Ponthieu, la Normandía y la Gascuña, hasta usurpar
todos los reinos desde París. Hasta que salió de Francia otro
Carlos, que con la espada de Judas nos quitó a todos los Capeto la
herencia acumulada” (Purgatorio, XX).
Es el caso de Estacio, poeta y maestro latino convertido al
cristianismo, y gran seguidor de Virgilio, pero cuya liberación hace
temblar al Purgatorio entero, al seguir queriendo curiosear
los saberes de uno y otro lado, sin distinguir su valor:
“Me
atormentaba entonces la sed natural, que no se sacia nunca sino con
aquella agua que pidió como gracia la joven samaritana, cuando otra
sombra nos dirigió la palabra: La paz de Dios con vosotros, hermanos.
Pero ¿qué hacéis por esta montaña, donde nada se excede de la
religiosa pulcritud? Sabed que de esa puerta hacia nosotros no nieva
ni graniza, ni llueve ni escarcha, ni hay rocío ni seco vapor. Yo soy
Estacio, hijo de la Eneida y nodrizo de la poesía, en aquel tiempo en
que el buen Tito vengó las heridas y sangre que Judas había vendido.
Pero tras tantos siglos de estar aquí, ya estoy del todo reseco,
dudando que sean compensables y eficaces los conocimientos del cielo”
(Purgatorio, XXI).
d.9)
Terraza VI: gula
El ángel dirige a los poetas al sexto círculo, tras borrar otra
de las 7 manchas capitales de la frente de Dante, y tras aseverarlos con
la palabra sitiunt, en referencia a lo que les venía. En aquella
terraza, o rellano de la montaña purgativa, encuentran los poetas un 1º
árbol de la tentación, que les persuade sobre la necesidad
de austeridad (a ejemplo de María en las bodas de Caná, o
de las romanas en época de bonanza):
“Un
ángel nos dirigió entonces hacia el sexto círculo, después de
haber borrado otra de las manchas de mi frente y tras haber cifrado
sus deseos de justicia con la palabra sitiunt, sin pronunciar la otra.
Se andaba por allí más ligero que por las otras aberturas, de modo
que sin ningún trabajo se podía seguir a los espíritus veloces”
(Purgatorio, XXII).
“En
aquel sitio emprendimos el camino sin titubear, y dándonos a las
palabras. Pero pronto interrumpió tan dulce coloquio la vista de un
árbol, que encontramos en medio del camino, cargado de manzanas
olorosas y delante de una alta roca un agua cristalina, que se esparcía
por las hojas superiores. Los dos nos acercamos al árbol, cuando
desde el follaje exclamó una voz: Os puede costar caro tocar este
manjar. A lo que añadió: María pensaba más en que las bodas fuesen
honrosas y cumplidas, que en su boca que ahora intercede por vosotros.
Las antiguas romanas vivieron un siglo tan bello como el oro, pero el
hambre hizo más sabrosas las bellotas”
(Purgatorio, XXII).
Escapando de aquel árbol original, los poetas se encuentran con
una procesión de penitentes,
sometidos al hambre y a la sed. Se trata de los glotones, que se
entregaron al vicio de la gula y que ahora se ven persuadidos a
arrastrar la pena que contrajeron:
“Vueltos
de espaldas al árbol, oímos que un par de almas veían llorando a
nosotros, exclamando el Labia mea Domine. Detrás de ellas venía una
multitud y turba de espíritus silenciosos y piadosos, que pasaban
delante mirándonos. Todos ellos tenían los ojos hundidos y apagados,
su faz estaba pálida y demacrada, y a través de su piel se notaba la
forma de los huesos. Y yo dije para mí: He aquí cómo debía estar
la nación que perdió a Jerusalén, cuando María llegó a devorar a
su propio hijo. Hasta que uno de aquellos desfigurados se paró y me
dijo: Da tú la vuelta a este círculo y su árbol con nosotros,
mientras exhalamos el deseo de comer y beber de él, a través de ese
olor a agua y fruta que se extiende desde su follaje”
(Purgatorio, XXIII).
Dante y Virgilio continúan hablando con las ánimas glotonas, al
tiempo de siguen avanzando en el camino y topándose con un 2º árbol
de la tentación, que les persuade sobre el peligro
de las compañías (en el caso de Gedeón con los hebreos, y
en el caso de Ixion con los centauros borrachines, a la hora de intentar
robar la esposa a Pirito en medio del convite, estando en él Teseo):
“Ni
la conversación con aquellas sombras detenía nuestra marcha, ni ésta
a aquélla, sino que seguimos hablando con aquellas cosas doblemente
muertas. Una de ellas me venía diciendo: Mi hermana, que no sé lo
que fue más, si hermosa o buena, ostenta ya su triunfal corona en el
alto Olimpo. Lo digo porque aquí no está prohibido señalar a nadie,
dada la alteración de nuestra dieta y semblante. Aquel es Bounagiunta,
el de Luca, más apergaminado que el resto al haber abrazado a la
santa Iglesia. Tras esta alma, vi también a Ubaldino y Bonifacio, el
de Pila mascando en vacío sus mandíbulas, y el que vistió roquete
murmurando por no poder apacentar a tantos”
(Purgatorio, XXIV).
“Un
poco más arriba encontramos otro árbol, cuyo fruto fue mordido por
la misma Eva. Y una voz de entre las ramas nos decía: Acordaos de los
malditos formados en las nubes, que, repletos, combatieron a Teseo con
sus dobles pechos. Acordaos de los hebreos, que mostraron al beber su
molicie, por lo que Gedeón no los quiso tener por compañeros”
(Purgatorio, XXIV).
d.10)
Terraza VII: lujuria
Llegados a la última terraza o rellano del Purgatorio, antes de
llegar a la cima, se encuentran los poetas con que la rampa de subida se
estrechaba por el viento, y a sus lados ofrecía chimeneas de fuego
abrasador. Así mismo, distinguen en su interior a numerosas ánimas que
claman por la liberación del aguijón y veneno
opresor que les corroe, a través de canciones aliviadoras:
“Habíamos
llegado ya al círculo de la última tortura, cuando llamó nuestra
atención que la ladera de la montaña lanzaba llamas con ímpetu
hacia el exterior, y la orilla opuesta del camino daba paso a un
viento que, dirigiéndose hacia arriba, lo rechazaba y alejaba todo de
sí. Por esta razón nos era preciso caminar de uno en uno, por temor
al fuego o a despeñarme. En esta situación, mi jefe me decía: En
este sitio es preciso refrenar bien los ojos, porque muy poco bastaría
para dar un mal paso. Ya estás advertido”
(Purgatorio, XXV).
“Entonces
oí cantar en el seno de aquel gran ardor el Summae Deus Clementiae y
el Virum non Cognosco. Al asomarme, vi a varios espíritus que iban
andando por las llamas, y repitiendo uno tras otro: Diana corrió al
bosque y arrojó de él a Hélice, que había gustado ya el veneno de
Venus” (Purgatorio, XXV).
No obstante, en otra zona de las llamas descubren los poetas a
otro grupo de ánimas no tan concienciadas, con el rostro vuelto hacia
atrás y embelesadas en las nuevas ánimas que iban llegando, gritando cánticos
y piropos licenciosos a las recién llegadas:
“Por
el centro del camino inflamado venía una multitud de almas con el
rostro vuelto hacia las primeras, en hilera y semejantes a las
hormigas que han descubierto un botín. Por ambas partes se
apresuraban aquellas sombras a disfrutar de aquel breve agasajo,
gritando las recién llegadas Sodoma y Gomorra, y diciéndose por
abajo: En la vaca entró Pasifae, para que el toro acudiera a su
lujuria. Después, como grullas que dirigiesen su vuelo, parte hacia
los montes Rifeos, y parte hacia las ardientes arenas, iban huyendo
todas ellas, volviendo a entonar entre lágrimas los primeros cantos
que en este rellano oímos” (Purgatorio,
XXVI).
En este contexto, un ángel de Dios se aparece a lo poetas,
anunciándoles que para llegar a la cima del Purgatorio han de pasar por
el fuego devorador y purificador necesario
de ese rellano. Virgilio anima a Dante a cruzarlo, como último obstáculo
necesario para todo ser humano, antes de llegar al Paraíso y como
prueba purificadora de su amor:
“En
ese mismo lugar donde estábamos, y cuando terminaba el día, nos
divisó de improviso un ángel de Dios, que bajo el saludo del Beati
Mundo Corde nos dijo a continuación: No se sigue adelante, almas
santas, si el fuego no os muerde antes. Entrad en él, y no os hagáis
sordos al cántico que llegará hasta vosotros”
(Purgatorio, XXVII).
“Entonces,
Virgilio me dijo: Hijo mío, aquí puedes encontrar un tormento, pero
no la muerte. Acuérdate de cómo te he guiado. Si te guié sano y
salvo sobre Gerión, ¿qué no haré ahora que estás más cerca de
Dios? Ten por cierto que, aunque estuvieras mil años en medio de esa
llama, no perderías un solo cabello. Depón, pues, todo temor y pasa
adelante con seguridad. Habrás experimentado tras esto el fuego
eterno y el temporal. Y repara en que entre Beatriz y tú sólo existe
ese obstáculo” (Purgatorio, XXVII).
“Cuando
estuve dentro del fuego, habríame arrojado en medio de un vidrio
hirviendo para refrescarme, de lo tan desmesurado que era aquel ardor.
Me guiaba también una voz que me cantaba desde el otro lado,
entonando el Venite, Benedicti Patris Mei y diciéndome: El Sol se va
y viene la noche; no te detengas, sino acelera el paso antes que el
horizonte se oscurezca. A mí pareció entre sueños que era Lía,
adornada y guiando mis pasos” (Purgatorio,
XXVII).
d.11)
Paraíso terrenal del Purgatorio
Al terminar Dante su travesía por el torbellino de fuego
purificador, se encuentra de repente en la cumbre de la montaña
purgativa, en una especie de paraíso terrenal. Y allí descubre a una
mujer solitaria y virgen del medioevo, que se ofrece al poeta para
guiarlo e ir desvelándole las maravillas de aquel paraíso
original perdido:
“Deseoso
ya de observar el interior y los contornos de la divina floresta, dejé
sin esperar más el borde del monte, y marché a través de aquel
campo al que había llegado, cuyo suelo despedía por todas partes
aromas gratificantes. Ya me habían transportado mis pasos tan adentro
de la antigua selva, cuando vi interceptado mi camino por un
riachuelo, de aguas cristalinas y entre frescas arboledas”
(Purgatorio, XXVIII)
“Atravesaba
yo con la vista aquel riachuelo, cuando vi a su otro lado una mujer
que iba cantando y cogiendo flores del camino. Al verme se sonrió y
me dijo: Veo que sois recién llegado a este sitio, que el Sumo Bien
hizo para el hombre en señal de eterna paz. Pero el hombre, por sus
culpas, permaneció aquí poco tiempo, cambiando este dulce pasatiempo
en llanto y en tristeza. A fin de que las conmociones producidas más
abajo no molestasen a este sitio, se elevó este monte hacia el cielo
tanto como has visto, y está libre de todas ellas desde el punto
donde se cierra su puerta. Aquí fue inocente el origen de la raza
humana; aquí la primavera y los frutos son eternos”
(Purgatorio, XXVIII).
Inician así ambos una travesía por el
Leteo, cada uno por una orilla y presenciando al poco una
procesión espiritual majestuosa, precedente a los 7 dones del Espíritu
Santo y símbolo del triunfo de la Iglesia:
“Aquella
dama comenzó a caminar por la orilla de aquel río, a la manera de
las ninfas y cantando cual mujer enamorada el Beati, quorum tecta sunt
Peccata. Yo seguí desde mi orilla sus cortos pasos con los míos,
hasta que aun no habíamos adelantado ciento entre ambos, y la dama se
volvió enteramente a mí, y me dijo: Hermano, mira y escucha”
(Purgatorio, XXIX).
“Por
todas partes de aquella selva iluminó el espacio un resplandor tan súbito,
que dudé si había sido un relámpago. Circulaba por el luminoso aire
una dulce melodía, y de pronto aparecieron aquellas sacrosantas vírgenes,
que bajo 7 candelabros y el canto del Hossana precedían a lo que venía
detrás de ellas: multitud de personajes vestidos de blanco y de dos
en dos, delante de 24 ancianos coronados de azucenas, y delante de 4
animales alados que portaban el carro triunfal de dos ruedas, con 3
mujeres danzando a su alrededor. Todo eso precedente a lo que venía
detrás: los 7 seres espirituales”
(Purgatorio, XXIX).
Durante el éxtasis de aquella visión, sucede la repentina desaparición
de Virgilio, que deja a Dante sin compañía ni guía,
entristecido y dolorido:
“Exhorto
de estupor ante lo que veía, me dispuse a decir a mi fiel guía
Virgilio: No ha quedado en mi cuerpo una sola gota de sangre que no
tiemble, pues reconozco las señales de mi antigua llama. Pero
Virgilio me había privado de sí; Virgilio, mi dulcísimo padre,
Virgilio, que me había sido enviado para mi salvación. Ni aun todo
lo que perdió la antigua madre pudo impedir que mis mejillas enjutas
se bañaran en triste llanto. A lo que la dama que me acompañaba me
dijo: No llores todavía, Dante, ni porque Virgilio se haya ido, pues
es preciso que llores todavía por otra herida”
(Purgatorio, XXX).
Al oír que aquella dama y nueva guía llamaba a Dante por su
propio nombre, como nunca antes se había hecho en el Infierno ni en el
Purgatorio, se vuelve el poeta para observarla mejor, y se da cuenta de
quien es realmente ella: su amada y añorada Beatriz. Una aparición
de Beatriz que abate a Dante en la vergüenza, y que le insta
al arrepentimiento:
“Como
el almirante que va de popa a proa examina la gente que monta de los
otros buques, del mismo modo me volví yo hacia aquella dama al oír
mi nombre. Y aunque el velo descendía de su cabeza, rodeado de las
hojas de Minerva, y no me permitía que distinguiese sus facciones,
ella me interpeló: Mírame bien, Dante, soy yo; soy en efecto
Beatriz. ¿Cómo te has dignado subir a este monte? ¿No sabías que
el hombre es aquí dichoso?” (Purgatorio,
XXX).
“Al
oír a Beatriz, mis ojos se inclinaron hacia el suelo, y se quedaron
clavados en la hierba. Porque tanta fue la vergüenza que abatió mi
frente. Parecióme Beatriz tan terrible como una madre irritada a su
hijo. Pero ella guardó silencio, hasta que inmóvil me dijo: Por ti
he visitado el umbral de los muertos, y dirigí mis ruegos y mis lágrimas
al que le ha conducido hasta aquí. Pero violaría el alto decreto de
Dios si cruzara el Leteo, y gustara tales manjares sin haber pagado
antes parte de la penitencia que has de hacer tú, y que nos hará
verter lágrimas” (Purgatorio, XXX).
La penitencia que Beatriz impone a Dante es la confesión de
todas sus culpas y el arrepentimiento. Una confesión
de Dante tras la cual Beatriz le receta qué es lo que debía
haber hecho en vida:
“Mi
nueva dama siguió increpándome: ¡Oh tú, que estás a la otra parte
del sagrado río! Di sin demora y afila tus palabras. Di, di si esto
es verdad, pues a tal acusación es preciso que tu confesión
corresponda. Estaba yo
tan confuso, que a mi voz conmovida se extinguió antes de poder
salir. A lo que ella me dijo: ¿En qué piensas? Respóndeme, pues
todavía las aguas del Leteo no han borrado tus pecados, ni la
tristeza de tus recuerdos. La confusión y el miedo se juntaron en mi
boca, que apenas dejo escapar un débil sí”
(Purgatorio, XXXI).
“Yo
me quebranté bajo el peso de tan graves cargos, y prorrumpí en lágrimas
y suspiros, viniendo a expirar aquella voz que ya estaba de por sí
enflaquecida entre mis labios. Entonces me dijo ella: En medio de tan
saludables deseos, que te impulsaban tanto a mí como a amar al bien,
¿qué fosos te hicieron perder la esperanza? ¿Qué ventajas o
beneficios descubriste en la ronda de otros bienes? Tras exhalar yo
amargos suspiros, apenas tuve bastante voz para responder, pero
llorando dije: Las cosas presentes, así como sus falsos placeres,
desviaron mis pasos y ocultaron mi rostro”
(Purgatorio, XXXI).
“Al
escuchar mi confesión general, ella respondió: Aunque callases o
negases lo mismo que ahora confiesas, no por eso tu falta sería menos
conocida. Pero cuando la confesión del pecado sale de la boca del
pecador, ésta se vuelve contra el filo de la espada acusadora. Sin
embargo, para que más te aproveche la vergüenza de tu error, depón
tu llanto y escucha: A la primera herida que te causaron las falaces
cosas del mundo, debiste elevar tus ojos al cielo, siguiéndome a mí,
que no era como ellas. No debieron abatirse tus alas para esperar allí
nuevos golpes, o bien alguna doncellita u otra cualquiera vanidad de
tan corta duración. El tierno pajarillo cae en dos o tres asechanzas;
pero ante los ojos de los ya cubiertos de pluma, en vano se despliegan
las redes” (Purgatorio, XXXI).
Tras lo cual impone Beatriz a Dante la penitencia a cumplir, que
no es otra sino el mirarle a los ojos y el hundimiento
en el Eunoe, para poder así regenerar totalmente su pasado,
bajo sus aguas purgativas. Es el nuevo y definitivo bautismo de Dante,
esta vez en el espíritu y en el amor:
“Ya
estaba yo como los niños que, mudos de vergüenza y con los ojos
fijos en el suelo, escuchan sus faltas y asienten compungidos. Pero
ella continuó: Ya que te muestras tan contrito, por lo que he oído,
alza la barba, y sentirás más dolor mirándome. Cuando
se quitó el velo, caí yo al punto desmayado, al ver a una Beatriz
que se vencía a sí misma en su primitiva belleza, mucho más que
cuando vivía en el mundo. Ella desapareció, y cuando mi corazón
volvió en sí, volví a ver a aquella dama solitaria que había
encontrado al principio, que estaba encima de mí y me decía al oído:
Agárrate, agárrate a mí”
(Purgatorio, XXXI).
“Me
sumergió la primitiva dama en el río sagrado hasta la garganta,
caminando sobre el agua con la ligereza de una lanzadera. Cuando
estuve cerca de la dichosa orilla, oí dulcemente el Asperges Me, y la
hermosa dama abrió sus brazos, rodeó con ellos mi cabeza, y me
sumergió de modo que hube de beber el agua. Después me sacó fuera
y, mojado como estaba, me presentó a cuatro bellas bailarinas, que a
la vez me dijeron: Aquí somos ninfas, y en el cielo estrellas. Somos
las siervas designadas de Beatriz, que quiere que te llevemos ante sus
ojos de inmediato” (Purgatorio, XXXI).
“Así
me dijeron cantando, y después me llevaron en su carro hacia el pecho
del grifo, donde estaba Beatriz vuelta hacia nosotros, bajo el follaje
de un árbol y sentada sobre sus raíces. En cuanto la miré a los
ojos, ella hizo lo mismo y me dijo: Poco tiempo habitarás esta selva,
y serás eternamente conmigo ciudadano de aquella Roma donde Cristo es
romano. Por lo tanto, fija tus ojos en este carro que a mí te ha traído,
y ahora vuelve al mundo y escribe lo que has visto”
(Purgatorio, XXXII).
Tras departir los amantes todo aquel día en aquel paraíso
original, al fin tiene lugar la despedida de
Beatriz y Dante en aquella cima del Purgatorio, con promesas
de volverse a ver en el futuro, y encontrarse definitiva y eternamente
en el Cielo:
“Ya
comenzaron aquellas llorosas mujeres su dulce salmodia del Venerunt
Gentes, y empezaba Beatriz a suspirar compasiva, cuando abatida se
dirigió a sus doncellas: Modicum, et vos videbitis me. Después reunió
Beatriz ante sí a todos los siete, y con un ademán los hizo marchar
a todos tras de mí, quedándose a solas conmigo. Anduvimos ambos diez
pasos cuando, hiriendo mis ojos me dijo: Vete de prisa, y despoja ese
temor y esa vergüenza que te afligen, para que no hables como un
hombre que sueña. Aquella escuela que nos unió es la que ahora nos
separa. Recuerda que has bebido las aguas del Leteo, y que aquella
voluntad fue declarada culpable por su olvido”
(Purgatorio, XXXIII).
“Tras
dedicarme una sonrisa, Beatriz se dirigió a su dama solitaria, y le
aconsejó meterme otra vez en las aguas del Eunoe, con el fin de
reanimar mi adormecida virtud. Aquella dama hizo lo mandado, y yo volví
de aquellas sacrosantas moradas tan reanimado, que me vi dispuesto
para empezar el camino de subida hacia las estrellas”
(Purgatorio, XXXIII).
e)
Contenido III: el Paraíso
Está estructurado en 9 esferas, y las almas están distribuidas
según la gracia alcanzada. Sin la compañía ya de Virgilio (que se
quedó en el paraíso terrenal), Dante llega al paraíso celestial,
especie de empíreo donde Dios habita.
“Accedí
entonces a aquel cielo, donde la gloria de Aquél lo mueve todo y se
difunde por todo el universo, resplandeciendo en unas partes más y en
otras menos” (Paraíso, I).
e.1)
Llegada al Paraíso
Al llegar a aquel lugar, invoca Dante a Apolo para que lo llene
de valor ante tal situación, hasta que encuentra a Beatriz y comienza
su andadura por el Paraíso:
“Cuando
estuve allí, invoqué al buen Apolo diciéndole: oh buen Apolo, haz
de mí para este último trabajo un vaso lleno de tu valor”
(Paraíso, I)
“Allí
encontré a Beatriz mirando fijamente hacia las eternas esferas, y yo
fijé mis ojos en ella. En cuanto ella me vio, dirigió hacia mí sus
ojos y abrió su boca para calmar mi excitado ánimo, diciéndome: No
estás ya en la Tierra, y aquí ven las altas criaturas el signo de la
eterna sabiduría. Vayamos, pues, de la mano de la Providencia, a
conocer este sitio designado, y que nos lleve la virtud. Dicho esto,
elevó sus ojos al cielo” (Paraíso,
I).
e.2)
Estrella I: la Luna, para los incumplidores
Dante accede a este 1ª estrella (la Luna, a la que el poeta
compara a una margarita que lo recibe dentro de sí) a través de un río
paradisíaco que jamás fue recorrido. Minerva sopla en su
favor, y Apolo lo conduce a las 9 musas encargadas de enseñarle los
astros:
“Viajaba
yo en una pequeña barca, navegando por un agua que jamás había sido
recorrida cantando, y lleno de playas a ambos lados. Minerva soplaba
en mi vela, y Apolo me conducía, y las nueve Musas me enseñaban las
Osas” (Paraíso, II).
“Hasta
que Beatriz se volvió hacia mí y me dijo: Eleva tu agradecida mente
hacia Dios, que nos ha transportado a la primera estrella. En efecto,
la eterna margarita nos nos recibió dentro de sí, como el agua que,
permaneciendo unida, recibe un rayo de luz”
(Paraíso, II).
Una vez dentro, Dante ve nubes oscurecidas y rostros debilitados,
creyendo que aquellos no cuadraban con la luz general y éstos no serían
capaces de seguir existiendo así continuamente. Hasta que su guía
Beatriz le dice que se trata de manchas en la
luz y almas que han faltado a sus votos,
y que confiara en ellas porque la luz existente evita que tuerzan sus
pasos:
“Parecíame
que se extendiesen sobre nosotros nubes lúcidas, densas, sólidas y
bruñidas, como diamantes heridos por los rayos del Sol y sin que se
concibiese cómo una dimensión podía admitir a la otra (Paraíso, II). También saltaron a mi vista unas imágenes muy
debilitadas, que cuando distinguí descubrí que eran rostros
dispuestos a hablar” (Paraíso, III).
“A
lo que Beatriz me contestó: Si el enrarecimiento fuese la causa de
aquellas manchas, acerca de las cuales me preguntas, os diré
(Paraíso, II). Esas que ves son verdaderas substancias, relegadas aquí
por haber faltado a su votos. Por consiguiente, habla con ellas, y oye
y cree lo que te digan; pues la verdadera luz que las regocija no
permite que se tuerzan sus pasos”
(Paraíso, III).
En efecto, las almas de los aquí redimidos se mueven a una
velocidad muy lenta, así como resplandecen pero necesitan esconderse en
la luz, sin perder por ello la calma. Esto hace dudar a Dante, que al
final acaba preguntando si es que no existe aquí la posibilidad
de reparación, satisfaciendo el voto no cumplido con alguna
buena obra. A lo que Beatriz responde que eso sería como querer hacer
una buena obra con un objeto mal adquirido:
“En
este espacio, un hombre libre de elegir entre dos manjares igualmente
distantes de él, moriría de hambre antes de llevarse a la boca uno
de ambos. De igual suerte permanecería inmóvil un cordero entre dos
hambrientos lobos, o un perro entre dos gamos”
(Paraíso, IV).
“Hasta
que una de aquellas almas me dijo: Yo fui en el mundo una virgen
religiosa, la más bella y Piccarda. Pero descuidé mis votos, que en
parte no fueron observados. Pero hermano, no te preocupes por
nosotras, porque la virtud de la caridad calma nuestra voluntad, y esa
virtud nos hace querer solamente lo que tenemos”
(Paraíso, III).
“Esto
me tenía a mí en suspenso, e igualmente con dos dudas. Pero mi
silencio era necesario y yo callaba. Hasta que Beatriz me dijo: Tú
raciocinias así, con la duda de Platón de si las almas volverían a
las estrellas. Yo contesté: ¿Y no puede el hombre satisfaceros, con
respecto a los votos quebrantados, por medio de otras buenas acciones,
que no sean pocas en vuestra balanza? (Paraíso, IV). A lo que Beatriz me contestó: Dios nos dio el libre
albedrío, dotado de inteligencia. Pero puso al valor del voto un
puesto más alto. Luego, ¿qué se podrá dar en cambio de esto? Si
crees que puedes hacer buen uso de lo que ya has ofendido, es como si
quisieras hacer una buena obra con una cosa mal adquirida”
(Paraíso, V).
e.3)
Estrella II: Mercurio, para los interesados
Una vez desembarcados en la 2ª estrella, el espíritu del
emperador Justiniano le informa a Dante que en Mercurio están aquellos
que dejaron grandes obras de acción
o pensamiento para la posteridad:
“Cuando
Beatriz terminó de hablarme, me llevó anhelante hacia otra parte del
cielo donde el mundo era más vivo. Allí vi yo muy contenta a mi
dama, cuando penetró en la luz de aquel cielo”
(Paraíso, V).
“Llegados
a Mercurio, me explicó uno de los allí presentes: Después que
Constantino volviera el águila contra el curso del cielo, que antes
siguiera tras el antiguo esposo de Lavinia, cien y cien años más
permaneció el ave de Dios en el extremo de Europa, hasta que en estos
cambios llegó a las mías. César fui, y dejé mis armas a Belisario,
a quien se unió la diestra del cielo. Pero tú ya sabes lo que hizo
Palanto, que murió para engendrar en Alba un imperio. Ya sabes lo que
hizo Aníbal, al cruzar aquellas rocas alpestres, y cómo a su sombra
triunfaron los jóvenes Escipión y Pompeyo. César cruzó el Rhin,
Isere, Loira y Sena, y hasta pasó el Rubicón. Y por ello llora la
triste Cleopatra, al huir de un áspid y encontrarse con una culebra.
Hasta que Tito comenzó la venganza del antiguo pecado, antes que los
lombardos mordieran la Iglesia, y Carlos tuviera que acudir a
socorrerla” (Paraíso, VI).
No obstante, el poeta descubre que esas almas hicieron el bien,
pero por conseguir honor y fama. Así
como descubre la presencia de aquellos que se encaminaron al bien de
buena fe, pero se quedaron en las palabras.
Todo lo cual es explicado por Beatriz, alegando que la cruz de Cristo
completó en todos ellos aquello que les faltó:
“Oí
entonces que se cantaba sobre aquella esfera: Gloria a ti, jefe de los
ejércitos, que esparces tu claridad sobre los felices fuegos. Y lo
hacía en forma de centelleante danza, que venía y repentinamente
desaparecía. Lo que hizo que me volvieran las repentinas dudas, y
empezase a decirme para mí” (Paraíso,
VII).
“Beatriz
no consintió que yo estuviese así mucho tiempo, y con una sonrisa me
contestó: Esta naturaleza unida a su Hacedor, tal cual fue creada,
era sincera y buena; pero por sí misma fue desterrada del Paraíso,
porque se salió del camino de la verdad y de su vida. La pena, pues,
hizo sufrir a Cristo una naturaleza humana, y una Cruz tan injusta que
por ello fue grata a Dios, y no sólo a los judíos. Por ella tembló
la Tierra, se abrió el Cielo, y la persona que lo sufrió redimió
nuestra falta de caridad, así como nuestro exceso rencoroso”
(Paraíso, VII).
e.4)
Estrella III: Venus, para los descomprometidos
Llegados a la 3ª estrella, Dante observa con que en dicha esfera
(Venus) están los amantes que no lograron totalmente dominar
la pasión, resplandeciendo en ella Beatriz más bella que
nunca:
“Sin
advertir mi ascensión, me hallé en el tercer epiciclo, donde giraban
los rayos de la bella Ciprina emanando el loco amor, y donde las
naciones antiguas honraban a Dione y a Cupido, a aquélla como madre,
y a éste como hijo suyo, de quien decían que estaba sentado en el
regazo de Dido. Cuando me cercioré de que estaba en su interior, vi a
mi Dama adquirir más hermosura todavía”
(Paraíso, VIII).
Atravesando el espacio, el poeta se encuentra con Carlos de Anjou,
heredero del trono siciliano (por padre) y húngaro (por madre), que le
expone los casos de desafección del populacho.
Posteriormente Folco de Marsella le describe los pecados de Florencia,
especialmente los de falta de celo
del papa y sus sacerdotes:
“Después
que mis ojos se fijaron reverentes en mi Dama, los volví hacia un
alma que se me había ofrecido por amor a agradarme, y le pregunté:
¿Quién eres tú? A lo que me respondió: Poco tiempo me tuvo allá
abajo el mundo, sosteniendo mi frente la corona que riega el Danubio,
y hasta que el pueblo de Palermo se puso a gritar "muera,
muera", dejándose arrastrar por la ávara pobreza de Cataluña”
(Paraíso, VIII).
“Cuando
Carlos hubo aclarado mis dudas, otro espíritu bienaventurado me asaltó
a plena luz: Yo fui uno de los ribereños de entre el Ebro y el Macra,
en cuyo puerto se vertió la sangre de sus habitantes. Folco me llamó
aquella gente, que me ofreció su influjo amoroso mientras la edad me
lo permitió. Esa fue mi ciudad, mientras la tuya se originaba por uno
que volvía la espalda a su Hacedor y convertía en lobo al pastor,
olvidando las hazañas de Josué y empleando su tiempo en las
Decretales” (Paraíso, IX).
Vuelven a asaltar las dudas en el interior de Dante, que empieza a
resolverlas con una de aquellas almas, reflexionando acerca de la naturaleza,
sociedad y familia, y sobre los principios que habría que
seguir para la consecución de una mejor raza de los humanos:
“Cuando
acabó de saludarme una de aquellas almas, yo le pregunté: Me infunde
gran contento tus palabras, oh señor mío. Pero mucho más grato será
considerar donde está el principio y el fin de todo bien, y que me
aclares cómo de una semilla dulce puede salir un fruto amargo. Esto
le dije, y él me contestó: la Mente perfecta por sí misma no sólo
ha provisto a la naturaleza de cada cosa, sino también a la
conservación y estabilidad de todas juntas. ¿Quieres que te aclare más
esta verdad? Yo repliqué: No es menester, pues considero imposible
que la naturaleza llegue a faltar en aquello que es necesario. Pero él
añadió: Es preciso también que sean diversas las raíces de las
aptitudes, pues uno nace Solón y otro Jerjes, y vosotros destináis
para el templo al que nació para ceñir la espada, y hacéis rey al
que debía ser predicador, contrariando a la naturaleza y separando
los pasos del camino recto” (Paraíso,
VIII).
e.5)
Estrella IV: el Sol, para los sabios
Tras ascender Dante y Beatriz al Sol, 4ª estrella celeste,
observan allí ambos las maravillas inenarrables del universo, y se dan
cuenta de la gran sabiduría del Creador
a la hora de crear el mundo. Por lo que dan gracias por ello:
“Ya
estaba yo en aquel astro brillante, sin haber notado mi ascensión,
cuando, oh Beatriz, ¡cuán esplendoroso era estar allí! Lo que por
dentro era el Sol, donde yo entraba, y lo que aparecía por medio de
la luz, jamás pudiera imaginarse el auxilio de mi ingenio”
(Paraíso, X).
“En
aquella corte del cielo se encontraban muchas joyas, tan raras y
bellas, que no es posible hallarlas fuera de aquel reino. Hasta que
Beatriz me dijo: Da gracias, da gracias al Sol de los ángeles, que
por su bondad te ha elevado a este Sol sensible. Yo entonces puse en
Él de tal modo todo mi amor, que Beatriz se eclipsó en el olvido”
(Paraíso, X).
En esta 4ª estrella, descubre Dante las almas de los sabios,
junto a más espíritus vivos y triunfantes conducidos por Domingo de
Guzmán. Los doctores en filosofía y teología van respondiendo a todas
las dudas de Dante. Destaca entre ellos Alberto Magno y Tomás de
Aquino, que le hace un repaso de la sabiduría religiosa y sabiduría
filosófica, acabando con la demostración de la superioridad de Adán y
de Jesucristo, respecto de los que prefieren la sabiduría
de Salomón:
“Allí
en el Sol estaba la cuarta familia del Supremo, un rebaño conducido
por Domingo por el camino en que el alma se fortifica, si no se extravía.
Y uno de aquellos corderos me dijo: El que está más próximo a mi
derecha fue mi maestro y mi hermano; es Alberto de Colonia, y yo Tomás
de Aquino. Y aquel otro esplendor brota de la sonrisa de Graciano, que
nos fue tan útil por sus escritos. En aquella otra luz sonríe el
abogado de los tiempos cristianos, cuya doctrina aprovechó Agustín
(Paraíso, X). Aquellos dos amantes son Francisco y la Pobreza, cuyo
rebaño se ha vuelto tan codicioso que no deja de esparcirse, buscando
mucha leche y poco al pastor, que no necesita mucho paño para sus
capas (Paraíso, XI). Pues tanto han cambiado la marcha sus hijos,
que éstos ponen la punta del pie donde aquel ponía los talones”
(Paraíso, XII).
“Tras
lo cual continuó su maestro: La materia de las cosas, y la mano que
le da forma, no causan siempre los mismos efectos, pues la naturaleza
da siempre una forma imperfecta y sólo semejante. Pero si el
ferviente amor dispone la materia, e imprime en ella la clara luz del
ideal divino, entonces las cosas contingentes alcanzan la perfección.
Así, pues, si lo necesario con lo contingente produce lo necesario, o
si est dare primum motum esse, verás que la humana naturaleza no fue
ni será jamás lo que ha sido en dos personas: nuestro primer padre y
nuestro Amado. El que va en busca de la verdad, sin conocer el arte de
encontrarla, hace el viaje peor que en vano, porque no vuelve sino
como Parménides, Meliso, Briso, Sabelio y Arrio, que marchaban y no
sabían adónde” (Paraíso, XIII).
Y mientras esa docta enseñanza va teniendo lugar, una danza de
pequeños y numerosos soles no para de dar vueltas a su alrededor,
cantando el resplandor del amor y el gozo de la resurrección de la
carne, al tiempo que le van advirtiendo a Dante sobre la presura en la emisión
de los juicios:
“Después
vimos unos ardientes soles que daban tres vueltas en derredor nuestro,
como las estrellas próximas a los fijos polos. A mí me parecieron
semejantes a mujeres, que, sin dejar el baile ni el canto de su
suerte, se detuvieron a nuestro paso y me dijeron: Reaviva el rayo de
la gracia, en que se enciende el verdadero amor, y que después crece
amando” (Paraíso, X).
“Tan
luego como en las danzas y los cantos invirtieron el debido tiempo,
aquellas santas luces se fijaron en nosotros, felicitándose de pasar
de uno a otro cuidado. Después rompió el silencio uno de aquellos
espíritus acordes a la luz, que me dijo: Estando ya trillada una
parte del trigo y guardado el grano, el dulce amor invita a trillar la
otra parte. Tú crees que en el pecho de donde fue sacada la costilla
costó caro a todo el mundo, sobre todo para formar la hermosa boca.
Pero lo que no muere, y lo que puede morir, no es más que un destello”
(Paraíso, XIII).
“En
un arranque de alegría, los santos círculos demostraron nuevo gozo
en su danza y en su admirable canto, y las que daban vueltas danzando
elevaron de golpe la voz, y manifestaron en sus gestos su regocijo,
del mismo modo que me decían: ¡Resucita y vence! ¡Resucita y vence!”
(Paraíso, XIV).
e.6)
Estrella V: Marte, para los mártires
Tras llegar a Marte, 5ª estrella celeste, percibe extasiadamente
Dante la pasión de los guerreros de la fe.
Se trata de las almas de los mártires, que mediante sus luces que se
aglomeran para formar la imagen de la cruz. Beatriz elogia a los caídos
en las cruzadas, e insiste a Dante en la necesidad
de actuar heroicamente aquí abajo, como medio para alcanzar
la bienaventuranza celestial:
“Al
ascender a un siguiente cielo, y contemplar lleno de pasión lo que
allí había, Beatriz me dijo: Vuélvete y escucha. En esta quinta
rama del árbol son bienaventurados los espíritus que allá abajo,
antes de venir aquí, alcanzaron gran renombre con sus acciones. Mira
los brazos de la cruz, y los que te iré nombrando que harán en
ellos, lo que el relámpago en la nube”
(Paraíso, XVIII).
“En
efecto, allí vi yo que al nombre del Gran Macabeo, iban deslizando su
resplandor uno tras otro, formando el fulgor de la cruz. Junto a todas
ellas vi también allí las luces de Orlando y Carlos el Magno, de
Guillermo y Rinoardo, del duque Godofredo y de Guiscardo”
(Paraíso, XVIII).
En este 5º nivel celeste, Dante ve a los defensores
de la fe que van formando las palabras Diligite Justitiam
(Ama la Justicia) y Judiatis Terram (Jueces de la Tierra) a base
de repetir las mismas vocales y consonantes, dibujando tras ello las
figuras de la cabeza y cuello de un águila. El resto de bienaventurados
terminan por formar el cuerpo del águila imperial, transformándose la
M final en una flor de lis:
“Volvíme
hacia la derecha para conocer lo que Beatriz hacía, cuando vi la
antorcha de Jove destelleando las letras de nuestro alfabeto, la
cuales revoloteaban como aves sobre un río y describían la D, la I y
la L con sus movimientos. Las luces formaron siete vocales y sus
consonantes, y me mostraron la palabra Diligite Justitiam, y luego
Judicatis Terram. Entonces vi descender otras luces sobre la parte
superior de la M y detenerse allí cantando, formando luego sobre la M
una corona de lises, por medio de un pequeño movimiento que concluía
con la figura del águila” (Paraíso,
XVIII).
Se encuentra entonces Dante con un pariente suyo (su padre
Alihiero), que predice al poeta su destierro y le pone ejemplos sobre la
necesidad de abandonar las cosas más
amadas de este mundo, como primer arma virtuosa y victoriosa:
“Iba
yo hablando con Beatriz sobre los golpes de la desgracia y la suerte
que me estaba reservada, cuando una de aquellas luces y progenitor mío
me dijo: Tus contingencias están todas presentes a la vista de Dios.
Del mismo modo que Hipólito partió de Atenas por perfidia de su
madrastra, tendrás tú que salir de Florencia. Así probarás cuán
amargo es el pan ajeno, y cuán duro camino el que conduce a subir y
bajar las escaleras de otros. No obstante, tu primer refugio y
albergue serán la cortesía del gran lombardo, que sobre la escala
lleva el ave santa. Esto sucederá antes que el Gascón engañe al
gran Enrique, y aparezcan los destellos de su virtud en su desprecio
al dinero y a las fatigas” (Paraíso,
XVII).
e.7)
Estrella VI: Júpiter, para los piadosos
El águila de Marte introduce a Dante en la siguiente 6ª
estrella celeste (Júpiter), compuesta por aquellos piadosos que no se
dejaron vencer por sus deseos, y cuya piedad
fue recordada pero no continuada por sus sucesores, aludiendo
sobre todo a los gobernantes:
“Ante
mi aparecía, y con las alas abiertas, la bella imagen del águila hacía
dichosas a las almas allí reunidas, esparciendo cada una de ellas un
pequeño rubí, brillante y encendido. La cual me llevó a una sexta
estrella, adornada con las preciosas y brillantes joyas que ahora
describiré, pero que jamás voz alguna la anunció, ni tinta la
escribió la tinta, ni imaginación la concibió”
(Paraíso, XIX).
“Oí
entonces hablar al pico del águila, con una voz que decía Yo cuando
quería decir Nos. Y empezó así: Por haber sido justo y piadoso
estoy aquí exaltado hasta esta gloria, que no se deja vencer por el
deseo. Pero en la Tierra dejé tal memoria de mí, que los hombres más
perversos la recomiendan, pero no siguen su ejemplo”
(Paraíso, XIX).
Descubre Dante en este 6º nivel celeste la presencia de algunos
jerarcas de la historia, y cae en la cuenta de que sin fe y sin obras no
hay salvación posible. Plantea entonces al águila la cuestión de los
que ejercieron esa piedad antes de la era bautismal, aportando su propia
reflexión acerca de las intenciones y
resultados de las obras:
“Entonces
vi que la quinta de esas luces era Rifeo el Troyano, y que otra era el
que se hizo griego con las leyes, y otra que dilató su muerte por
hacer penitencia. Por lo que comenté sin dilación al águila: Un
hombre nace en la orilla del Indo, y allí no hay quien hable de
Cristo, ni quien lea o escriba respecto de él. Todas sus acciones y
deseos son buenos, y en cuanto a la razón humana no ha pecado ni en
obras ni palabras. Cuando muera, ¿dónde estará la justicia que le
condene?” (Paraíso, XIX y XX).
Responde el águila al poeta que de esos casos hay allí muchos
presentes, no sólo por piedad anterior a la
era bautismal, sino posterior a ella. Añade también el águila
que los juicios de Dios son eternos e invariables, salvo por la oración
ferviente de los piadosos, que consiguen posponer para mañana lo que
habría de suceder hoy:
“A
lo que el águila me contestó: oh animal terrestre, ¿quién eres tú
que quieres tomar asiento en el tribunal, y juzgar a mil millas de
distancia sin alcanzar ni un palmo de la vista? Ya dudaría yo de tu
rectitud si no estuviese sobre ti la Escritura. La primera voluntad,
que es buena por sí misma y el Sumo Bien, no se ha separado jamás de
sí misma, y solamente es justo lo que a ella se conforma. Muchos que
exclaman "Cristo, Cristo" estarán menos próximos a él en
el día del juicio que los otros, y esto causará vergüenza el Etíope,
cuando se dividan los dos colegios. Respecto de los persas, ¿qué no
podrán decir a vuestros reyes, que no dijera ya el libro de Alberto?
(Paraíso, XIX). Además, aquellas tres mujeres que viste junto a la
rueda derecha del carro, fueron bautizadas más de mil años antes de
que se instituyera el bautismo. Una volviendo a habitar su cuerpo en
recompensa, otra tras penetrar y beber del manantial profundo, y otra
por haber visto los pies que habrían de ser crucificados. ¡Oh
predestinación!” (Paraíso, XX).
e.8)
Estrella VII: Saturno, para los contemplativos
Llegados a la 7ª estrella (Saturno), Dante descubre que el
rostro de Beatriz se va volviendo cada vez mas bello, al tiempo que van
subiendo por las gradas del eterno palacio. En dicho palacio
celestial, observan ambos una escala coloreada y alta, y de
la cual descendían resplandores, que advertían a los viandantes sobre
el lujo y malicia de los prelados:
“Mi
ojos se fijaron de nuevo en el rostro de mi dama, que en este caso no
me sonreía pero me decía: Si yo riese, te quedarías como Semele
cuando fue reducida a cenizas. Pues mi belleza, según has visto,
brilla más cuanto más asciende por las gradas del eterno palacio.
Nos hemos elevado al séptimo esplendor, que, colocado bajo el pecho
del ardiente León, difunde ahora sobre la Tierra sus rayos. Fija la
mente en pos de tus miradas, y haz de tus ojos un espejo para la
imagen que se te aparecerá en este espacio cristalino”
(Paraíso, XXI).
“Dentro
de un palacio cristalino, vi una escala del color del oro en que se
refleja un rayo de Sol, y tan elevada que mis ojos no podían
seguirla. Vi bajar por sus escalones tantos resplandores, que pensé
que todas las luces que brillaban en el cielo estaban esparcidas allí.
Y uno de aquellos resplandores me dijo: Aquí no se canta por la misma
razón que Beatriz no sonríe. He descendido tanto por las gradas para
hacer saber el abismo del decreto eterno, y para que los modernos
pastores comprendan allá abajo lo que aquí no se comprende, cuando
cubren con sus mantos las cabalgaduras, de suerte que van dos bestias
y no una” (Paraíso, XXI).
Descubre Dante en este 7º nivel celeste una serie de llamas vivas y
ardientes, que según la explicación de Beatriz correspondía a las
almas de los que llevaron una vida contemplativa. Una de ellas,
Pedro Damián, explica al poeta la doctrina de la predestinación y de
los cenobios del desierto. Y otra de
ella, san Benito, expresa su decepción frente al destino de su orden, y
le alerta sobre la necesidad de reforma:
“Vi
allí muchas llamas que bajaban los escalones gritando a plena voz y
girando de escalón en escalón. Y una luz, haciendo un eje de su
centro, giró con la rapidez de una rueda y me respondió desde
dentro: Entre las dos costas de Italia, y no muy lejos de tu patria,
se elevan unos peñascos que llaman Catria, al pie de la cual hay un
yermo. Allí viví yo entre legumbres y zumo de olivas, satisfecho con
mis ideas contemplativas, y la escasez de mi vida mortal, que fue
flaca y descalza, y aceptando alimento de cualquier mano. Soy Pedro
Damián, o Pedro el de orillas del Adriático”
(Paraíso, XXI).
“Ya
estaba yo para preguntar, cuando otra llama me mandó guardar
silencio, y me dijo: No tardes en llegar al alto fin de tu viaje,
mientras yo contesto al pensamiento que llevas dentro. La cumbre del
monte Casino fue frecuentada por gentes engañadas y mal dispuestas.
Yo llevé allí el nombre de lo Alto, apartando a las ciudades
circunvecinas del impío culto que sedujo al mundo. Esos otros fuegos
fueron todos hombres contemplativos, abrasados en aquel ardor. Pero
las cavernas que eran una abadía se han convertido en muros, y las
cogullas en sacos de mala harina. La más sórdida usura no es tan
contraria a la voluntad de Dios, como lo es el fruto de esos sacos que
tanto enloquecen el corazón de aquellos monjes”
(Paraíso, XXII).
e.9)
Constelación VIII: Géminis, para los militantes
Llegados al 8º nivel celestial, Dante y Beatriz contemplan una multitud
incontable de estrellas, bajo la forma de la constelación de
géminis y rotando firmemente. Se trata de las legiones de la Iglesia
militante, todas ellas allí presentes y bajo la presencia personal de
Jesucristo y María, a cuya coronación asisten ambos:
“Antes
de rayar el alba, encontré a mi dama en una nueva región del cielo,
inundada de estrellas y bajo la cual se mostraba el Sol menos
presuroso. La encontré suspensa y ansiosa, hasta que ella me dijo: He
ahí la legión del triunfo de Cristo, y todo el fruto recogido de la
rotación de estas esferas. Sobre ellos están la Sabiduría y el
Poder que se abrió entre el Cielo y la Tierra, por las vías por
tanto tiempo deseadas. Con él también está la Rosa, en que el
divino Verbo fue encarnado, y por cuyo aroma se descubre el buen
camino” (Paraíso, XXIII).
“La
hermosa Flor que invoco siempre, por mañana y tarde, concentró todo
mi espíritu en la contemplación del mayor fuego. Y cuando mis dos
ojos me representaron la belleza y la extensión de la fulgente
estrella que vence arriba, como venció abajo, desde el interior del
cielo descendió una llamarada con forma de círculo y corona, que
rodeaba a la estrella girando en torno suyo, mientras el resto de
luces del firmamento gritaban a plena voz el nombre de María”
(Paraíso, XXIII).
Beatriz pide para Dante el don del entendimiento, pues al poco de
estar allí va a recibir un interrogatorio
sobre las virtudes cristianas, por parte de san Pedro sobre
la fe, de Santiago sobre la esperanza, y de san Juan sobre el amor. No
obstante, de todo ello sale el poeta victorioso:
“Entonces
Beatriz, dirigiéndose a aquellas gozosas esferas, les dijo: ¡oh
compañía escogida para la cena del cordero, el cual os alimenta y
vuestro apetito está siempre satisfecho! Ya que por este poeta prueba
lo que cae de vuestra mesa, antes que la muerte le sobrevenga,
refrescadlo vosotras algún tanto, pues se presenta aquí con inmenso
deseo” (Paraíso, XXIV).
“Así
como el bachiller se prepara, hasta que el maestro propone y habla, así
estaba yo allí, hasta que aquel examinador apareció con sus llaves y
me dijo: dime, buen cristiano, y explícate: ¿qué es la fe? Al oír
esto alcé la frente y contesté: Según lo que escribió mi padre, y
hermano tuyo que enderezó los caminos de vuestra Roma, la substancia
de las cosas que se esperan” (Paraíso,
XXIV).
“Después,
se adelantó hacia mi el primero de los vicarios que Cristo que dejó
en la Tierra; y mi dama, llena de alegría, me dijo: Mira, mira, he ahí
el varón por lo que allá abajo se hacen visitas a Galicia. El cual,
sonriendo, me dijo: Levanta la cabeza y tranquilízate; porque es
preciso que lo que llega aquí arriba desde allá abajo, se madure a
nuestros rayos. Dime, pues, cómo florece la esperanza en tu mente, y
de dónde proviene ésta. A lo que respondí yo, calmando a la
expectante dama de mi lado: una expectación cierta, producida por los
méritos y la gracia divina, infundida por aquel rey y cantor supremo,
del Rey Supremo” (Paraíso, XXV).
“Inmediatamente
después de pronunciadas estas palabras, se oyó resonar en aquel
cielo el Sperent in Te, a lo cual respondieron todos los círculos de
almas. A lo que Beatriz me dijo: Ese es aquél que descansó sobre el
pecho del Pelícano, y fue elegido desde una cruz para cuidar bien de
un encargo (Paraíso, XXV). El cual, al verme, me dijo: Venga tarde
o temprano, como alfa u omega, dime quién dirigió tu arco a tal
blanco. Yo respondí: Los argumentos filosóficos. A lo que siguió
preguntando aquel águila de Cristo: ¿Y con cuantos dientes, te
muerde ese amor? Y yo respondí: Con todos los estímulos que obligan
al corazón, y así nos vuelven hacia Dios”
(Paraíso, XXVI).
“Apenas
guardé silencio, resonó por el Cielo un dulcísimo canto; y mi dama
decía con los demás: ¡Santo, Santo, Santo!”
(Paraíso, XXVI).
Presenta entonces Beatriz a Dante a Adán, que le ofrece una
explicación completa de la época prehistórica, así como consejos
sobre su propio destierro: no por hacer lo prohibido, sino por no hacer
lo prometido. Tras lo cual todos los bienaventurados entonan un himno,
mencionando la superación de la corrupción
humana y sus causas:
“Mientras
andaba yo aturdido por el cántico, mi dama me dijo: Contempla ahora a
la primera alma creada por la Virtud primera. En efecto, a forma de
animal encubertado, que se agita por los movimientos de su envoltura,
aquella alma se complació de verme y me dijo: Conozco tu deseo mejor
que tú, que seguro que quieres saber cuánto tiempo ha que Dios me
colocó en el jardín, y en dónde está tan larga escala, y por cuánto
tiempo deleitó mis ojos, y la verdadera causa de la gran ira, y el
idioma inventado por mí de que hice uso. Sabe, pues, hijo mío, que
en aquel lugar estuve deseando dama 4302 revoluciones solares, y luego
permanecí en la Tierra mientras vi volver a todas las luces de su
carrera 930 veces. Mientras que la lengua que hablé se extinguió
cuando las gentes de Nemrod se dedicaron a la obra interminable;
porque ningún efecto racional fue jamás duradero. Eso sí, la causa
de mi largo destierro no fue probar la fruta del árbol, sino sólo el
haber infringido la orden” (Paraíso,
XXVI).
Tras ser transportado Dante por la luz celestial a través de
todas aquellas estrellas, hace parada en dos astros
combativos especiales: el de la batalla de los ángeles
contra los demonios, y el de la batalla de los papas contra los paganos:
“Entonces
vi cubrirse todo el cielo de aquel color que comunica el Sol por la mañana,
y la luz con sus destellos me transportó por todas aquellos astros.
Lo que veía me parecía una sonrisa del universo, pues mi embriaguez
penetraba por el oído y por la vista. ¡Oh gozo!, ¡oh inefable alegría!”
(Paraíso, XXVII).
“Allí
oí una voz que me decía: Aquel que usurpa en la Tierra mi puesto, y
aquí tiene vacante su puesto, fue perversamente caído desde aquí, y
ahora sirve allá abajo con complacencia”
(Paraíso, XXVII).
“Y
otra voz muy alterada, y con no mayor alteración que la de su
semblante, continuó en estos términos: Mi sangre, así como la de
Lino y la de Cleto, no alimentó a la Esposa para acostumbrarla a
adquirir oro, sino para que adquiriese aquella virtud por la que Sixto
y Pío, Calixto y Urbano derramaron su sangre, después de muchas lágrimas.
No fue nuestra intención que nuestras llaves combatieran contra los
bautizados, sino contra las falsedades y semejantes huestes enemigas.
Pero ahora tenemos lobos disfrazados de pastores, y en Cahors y Gascuña
se beben nuestra sangre” (Paraíso,
XXVII).
e.10)
Constelación IX: Morada de los ángeles
El poeta es transportado a través de la luz de Dios a un nuevo y
9º nivel celestial, rodeado por 9 anillos de
cortes celestiales y lugar primigenio y primordial de los ángeles.
Beatriz explica a Dante la relación entre la creación del mundo y el
mundo celestial:
“Transportados
velozmente por aquella luz a un nuevo cielo, distinguí allí un punto
que despedía tan penetrante luz, que es preciso cerrar los ojos
iluminados por ella, a causa de su aguda intensidad. Al llegar al
nuevo círculo, comprobé que éste estaba rodeado por otro círculo,
y éste por un tercero, y el tercero por el cuarto, por el quinto el
cuarto, y después por el sexto el quinto. Sobre éstos seguía el
extenso séptimo, y lo mismo sucedía con el octavo y el noveno, y
cada cual de ellos se movía con más lentitud según su mayor
distancia del Uno, teniendo la llama más clara el que menos distaba
de la luz purísima” (Paraíso, XXVIII).
“Mi
Dama, que me veía presa de una viva curiosidad, me dijo: Medita lo
que voy a decirte, y verás una relación admirable y gradual entre
cada cielo y su inteligencia. Los dos primeros círculos te han
mostrado los veloces Serafines y Querubines, y el tercero el de los
Tronos de la presencia divina. En los tres siguientes están las
diosas Dominaciones, Virtudes, y Potestades. En los dos penúltimos círculos
giran los Principados y los Arcángeles, y el último se compone todo
de angélicos festejos. Pero fíjate sobre todo en aquel punto, del
que depende el Cielo y toda la naturaleza”
(Paraíso, XXVIII).
Dante fija su mirada aquel lugar de la
creación primigenia, momento que aprovecha Dionisio
Areopagita para intentar explicarle cada tipo de ángeles existentes.
Sale a su socorro Gregorio Magno, que corrige al ateniense y explica al
florentino el verdadero origen de las cosas, así como la causa de su su
división y orgullo: el orden preestablecido de las sustancias. Pues el
acto puro (Dios) había previsto un mundo inferior para las potencias
puras (hombres), y por en medio unió acto y potencia (ángeles):
“Mientras
contemplaba yo aquel punto, con mucho ardor se puso Dionisio a nombrar
aquellos órdenes. Pero Gregorio me separó de él, y sonriendo me
dijo: si un mortal ha revelado en la Tierra una verdad tan secreta, no
te admires; porque sólo el que la vio aquí arriba la podría
desvelar” (Paraíso, XXVIII).
“Y
el gran Gregorio continuó: La forma y la materia pura salieron
juntamente con una existencia sin defecto, como salen tres flechas de
un arco de tres cuerdas, sin intervalo alguno y aunque Jerónimo
escribiera que los ángeles fueron creados muchos siglos antes que el
otro mundo. Simultáneamente fue también establecido el orden de las
substancias. Aquellas en que se produjo el acto puro fueron colocadas
en la cima del mundo, a la parte inferior fue destinada la potencia
pura, y en el medio unió a la potencia y a la acción con un vínculo
que nunca se desata. Pero no contarías tú de uno a veinte con la
prontitud con que una parte de los ángeles turbó el mundo de
vuestros elementos. La otra parte quedó aquí, y empezó la obra que
contemplas. La causa de la caída fue el maldito orgullo de aquel que
viste en el centro de la Tierra”
(Paraíso, XXIX).
e.11)
El empireo: Morada de Dios
A través de la luz divina, y tras haber llegado al centro del
universo, llegan Dante y Beatriz al Empíreo, un lugar más
allá del mundo natural y verdadera morada de Dios, sin
espacio ni tiempo:
“Acaso
a la hora sexta, y cuando este mundo inclina ya su sombra casi
horizontalmente, la luz transportadora nos dejó en el centro del
universo, en un sitio en que las estrellas van perdiéndose ya de la
vista, y en que el cielo apaga de una en una sus luces hasta la más
bella. Momento en que Beatriz me dijo: Hemos llegado al cielo donde
todo es pura luz” (Paraíso, XXX).
“Era
un lugar en que el estar cerca o lejos no daba ni quitaba, y no ejercía
ninguna acción la ley natural. Y desde allí gobernaba Dios sin
interposición de causas secundarias. ¡Oh trina luz, que centelleando
en una sola estrella, regocijas de tal modo la vista de esos espíritus!
¡Oh esplendor de Dios, merced al cual vi
el gran triunfo del reino de la verdad! Dame fuerzas para decir cómo
lo vi” (Paraíso, XXX).
Vuelto Dante para preguntar a Beatriz sobre algo que no
comprende, aprecia el poeta que Beatriz está revestida de una inusual
belleza, hasta que una luz cegadora elimina su visión, lo introduce en
el interior de la luz y lo
transforma totalmente:
“No
comprendiendo ya nada de lo que veía, volví los ojos hacia Beatriz.
Mas lo que vi en ella no creo que nadie lo entendiera, tan solo el
Hacedor que la hizo. Porque era tanta su belleza, que esto quedaba
fuera del alcance de la inteligencia, y eso que desde el primer día
que vi su rostro en el mundo, no se ha interrumpido la continuación
de mi canto hacia ella” (Paraíso, XXX).
“De
súbito y como un relámpago, así me circundó una luz
resplandeciente, dejándome velado de tal suerte con su fulgor, que
nada descubría. Aquel punto me deslumbró por completo, pareciéndome
contenido en lo mismo que él contiene. Y la luz, desde dentro, me decía:
El Amor que tranquiliza este cielo, acoge siempre con semejante saludo
al que entra en él, a fin de disponer al cirio para recibir su llama.
No bien hube oído estas palabras, cuando adquirí una nueva vista de
tal vigor, que no hay luz alguna tan brillante que no pudieran
soportarla mis ojos” (Paraíso, XXX).
Beatriz es llevada por Raquel al lugar que le corresponde, junto
a Eva y el resto de mujeres. Se consuma así la separación
de Beatriz y Dante. Cuando recupera la visión, el poeta
busca a su dama, hasta que el anciano Bernardo le sale al encuentro y le
explica la situación, como enviado protector por parte de su amada:
“Cuando
volví en sí de mi visión, me giré hacia donde había dejado a mi
dama. Pero cuando esperaba una cosa, me sucedió otra: creía ver a
Beatriz, y vi un tierno anciano que me dijo: Beatriz me ha enviado
desde su asiento para poner fin a tu deseo, pues ella ocupa ya el
trono en que la han colocado sus méritos”
(Paraíso, XXXI).
“Cuando
me puse a buscarla con la mirada, vi que la herida que María había
restañado y curado estaba abierta, y enconada por aquella Eva tan
hermosa que a sus pies estaba. Debajo de ésta se sentaron Raquel y
Beatriz, y junto a ellas estaban Sara, Rebeca y Judith, descendiendo
junto al resto de hebreas de hoja en hoja, a medida que la rosa te las
va nombrando (Paraíso, XXXII). A lo
que yo exclamé: ¡oh mujer, en quien vive mi esperanza, y que
consentiste, por mi salvación, dejar tus huellas en el Infierno! Si
he visto tantas cosas, a ti te lo debo, así como la fuerza que he ha
sido necesaria. Conserva en mí tus magníficos dones, y sana mi alma”
(Paraíso, XXXI).
Bernardo aconseja a Dante visitar el trono
de María, Reina del Cielo, y pedirle que le conceda acceder
al trono de la gloria. Lo cual hace con sumo gusto, contemplando a María
custodiada por su protector Gabriel, así como rodeada por sus
progenitores (Moisés y Ana), y discípulos (Pedro y Juan), quedando
arrobado con su contemplación:
“Tras
lo cual, aquel dulce anciano me dijo: A fin de que lleves a feliz término
tu viaje, para lo cual me han movido el ruego y el amor de tu dama,
visita ahora, te ruego, a la Reina del Cielo. Por ella ardo
enteramente yo de amor, y ella te concederá todas sus gracias, y te
avivará más tu vista para subir hasta el rayo divino. Yo soy su fiel
Bernardo” (Paraíso, XXXI).
“Levanté
yo los ojos, y dirigiéndolos desde el fondo del valle hasta la cumbre
de un monte, allí vi entre mil ángeles a aquella Reina, a aquella
que siempre rezo de noche y de día, que estaba infundiendo su sonrisa
en los ojos de sus siervos (Paraíso, XXXI). Un ángel miraba
gozoso a nuestra Reina, enamorado del fuego que desprendía. A la
izquierda de la Augusta se situaba su padre en la raza y aquella que
no separaba la mirada de su hija. Y a su derecha el anciano padre de
la Iglesia, junto a aquel a quien Cristo confió con la lanza y los
clavos, como a dos raíces de su tallo”
(Paraíso, XXXII).
Dante distingue entonces, en medio del jardín del Empireo, un
luminoso río y una gran rosa mística, alrededor de la cual se situaban
los tronos de las tribus humanas,
divididos por orden de antigüedad y que hacían de coro al cercano
trono de la santísima Trinidad:
“Este
reino era un jardín con un río de áurea luz que lo cruzaba, y
despedía espléndidos fulgores y topacios y flores centelleantes,
entre dos orillas adornadas de admirable primavera, llena de hierbas
de difícil comprensión. Era un reino que tenía todo él la vista y
el amor dirigidos hacia un solo punto, hacia el centro de una rosa
sempiterna, que se dilataba, se elevaba gradualmente y exhalaba un
perfume de alabanzas. Mi vista no se perdía en la anchura ni en la
elevación de esta rosa, sino que abarcaba toda la cantidad y la
calidad de aquella alegría (Paraíso, XXX). En efecto, en esa
parte en que la flor está provista de todas sus hojas, se sientan los
que creyeron en la venida de Jesucristo, y en la otra los que creyeron
en él después de haber venido, sin consideración a sus méritos y sólo
distinguiéndose por su penetración primitiva”
(Paraíso, XXXII).
Rezando a la virgen María, y acompañado por el anciano
Bernardo, accede Dante al trono de Dios,
contemplando al Dios uno y Trino cara a cara, y cumpliendo el culmen de
sus deseos: la visión de Dios. Tras lo cual, completa el poeta su visión
del Paraíso.
“Cuando
ya no retrocedía y creía adelantar hacia lo impenetrable, aquel
anciano me dijo: Sígueme, y hagamos que el corazón acompañe a mis
palabras. Y comenzó a decir la Salve”
(Paraíso, XXXII).
“Los
ojos que Dios ama y venera, fijos en el que por mí oraba, me
demostraron cuán gratos le son los devotos ruego, mientras yo, que me
acercaba al fin de todo anhelo, puse término en mí como debía.
Bernardo me indicaba sonriendo que mirase hacia arriba, pero yo había
hecho ya por mí mismo lo que él quería. Porque mi vista penetraba
gradualmente en la alta luz que tiene en sí misma la verdad de su
existencia” (Paraíso, XXXIII).
“Desde
aquel instante, lo que vi excede a todo humano lenguaje, y deja atrás
las sentencias de la Sibila. Aunque soy impotente para expresar tal
visión, ¡oh gracia abundante, por la cual tuve atrevimiento! Porque
vi en su profundidad aquel vínculo de amor que contiene ligado en sí
todo cuanto hay esparcido por el universo”
(Paraíso, XXXIII).
“En
efecto, estando mi mente en suspenso, y mirando fija, inmóvil y
atentamente, en la profunda y clara substancia de la alta luz se me
aparecieron tres círculos de tres colores y de una sola dimensión:
el uno parecía reflejado por otro como Iris por Iris, y el tercero
parecía un fuego procedente de ambos por igual. ¡Ah!, ¡cuán escasa
y débil es la lengua para decir mi concepto! Aquí
faltó la fuerza a mi elevada fantasía, pero ya eran movidos mi deseo
y mi voluntad por el Amor que mueve el Sol y las demás estrellas”
(Paraíso, XXXIII).
f)
Comentario de la Divina Comedia de Dante
La Divina Comedia presenta a un Dante perdido en un bosque
sombrío (el Infierno), en el que decide subir a un cerro (el Purgatorio)
y en cuya cima se abre luz el cielo y el sol (el Paraíso). No obstante,
y a la hora de emprender sus pasos hacia la montaña, Dante se ve bloqueado en
su camino por 3 animales: un leopardo, un león y una loba[34], que personifican
las 3 divisiones del infierno.
El
espíritu de Virgilio promete entonces trasladar a Dante a la salvación,
a través de aquel extenso camino y tras mostrar al florentino la
encomienda que le habían hecho 3 mujeres celestiales: Raquel, Lucía y
Beatriz[35]. Se trata de la combinación perfecta entre la razón
humana (Virgilio) y la
gracia divina (las 3 mujeres), indicando que la salvación puede
alcanzarse a través de estos dos caminos.
f.1)
Comentario del Infierno
En términos generales, el infierno es descrito por Dante como una cueva subterránea con
forma de embudo (de más ancho
superior hacia más estrecho inferior), hacia el fondo de la tierra. En el
pozo del fondo, y congelado en el lago Cocytus, tiene su trono Satanás, prisionero
para siempre de él y reteniendo ante sí a los 3 peores impíos de la historia:
Bruto (asesino de Julio César), Casio (corruptor de Catilina) y Judas
(traidor de Jesús).
Una vez dentro del
Infierno, y una vez contemplado éste[36], Virgilio
enseña a Dante que cada pecado ha de ser penado, ya sea en la vida
presente o futura. Y va pasando metódicamente de los males más sutiles a los
males más severos, saturados de crimen y maldad[37].
En la parte superior del Infierno, o 1ª esfera infernal, se hallan
a juicio de Dante las almas de los no
bautizados, aunque no realizasen en vida faltas graves ni
llevasen una vida disoluta[38]. Son los casos, por ejemplo, de los troyanos Héctor y
Eneas (s. XI a.C), de los griegos Platón y Aristóteles (s. IV a.C), o
del romano Virgilio (s. I d.C), a quienes todavía (a juicio de Dante) no les fue
revelado Dios, y que permanecerán en aquel limbo[39]
mientras el mundo los recuerde
(es decir, en la mentalidad no cristiana), bajo la pena de la
desesperanza.
En otra esfera o nivel infernal, Dante introduce la figura de Minos,
bajo la forma de demonio que flagela el suelo (o tierra de los humanos) y marca a los invitados (a
Virgilio y Dante) la cantidad de
círculos que deberán bajar (es decir, la larga caída que espera a los
que se introducen por este camino). Se trata de la esfera de los lujuriosos
y la deslealtad matrimonial. Y es que la
deslealtad sexual no cabía en el inventario de males de la
filosofía griega (de ahí al rey Minos, fundador de Atenas), pero sí
era de las faltas más penadas por el cristianismo (de ahí la cantidad
de círculos a bajar, cuando por ahí se flojea).
En cuanto al círculo o nivel más difícil del Infierno, sitúa
Dante la ciudad de Dite, con sus sacerdotes adorando a un dios oscuro.
Se trataba de un lugar mitológico ubicado en torno a la laguna Estigia,
y que Dante describe en su Comedia bajo el resguardo de los demonios.
Recuerda a los 4 ríos del Hades griego[40],
en clara alusión a los 4 ríos negros del Infierno o lo más opuesto a
los 4 ríos del Paraíso[41].
Y no tiene otra explicación que el lugar de los mayores
enemigos de Dios: los sacrílegos y herejes. Por otro lado,
se trata también del territorio donde Dante logra rescatar a su amada
Beatriz, que se había perdido allí (quizás durante su adhesión al
movimiento Dolce
Stil Nuovo, de su amigo y maestro Cavalcanti), a través de las
tumbas de fuego y pasillos de la fortaleza de los demonios.
Se pueden apreciar también los rasgos simbólicos de las condenas
infernales, que han de pagar las almas por su desobediencia
(según Dante, y en clara referencia al pecado original). Es lo que
ocurre en el Infierno de la Divina Comedia con:
-los
lujuriosos, incapaces de aguantar en vida sus pasiones, y que
acabaron arrastrados por ellas,
-los suicidas, que jamás volverán a recuperar su cuerpo,
-los hechiceros, que aparecen con el
cuerpo doblado, y obligados a mirar y caminar hacia atrás,
-los
impíos, castigados con la misma frialdad con la que ellos trataron
en vida a otros...
Tras haber penetrado en el último círculo o nivel infernal, y
querer salir corriendo de él, logran Virgilio y Dante ascender y salir
del Infierno a espaldas
de Lucifer, en dirección a la
salvación. Y es que Lucifer atrae
hacía sí mismo, y de por sí, a todos los que no encaminan sus vidas
hacia la salvación. Y bajo su mirada (de ahí el sólo poder escapar a
sus espaldas) van cayendo en él a forma de gravedad espiritual,
y acaban cayendo en él. Y mientras esto sucede, es imposible escapar de
él, ni salir de esa ley gravitacional espiritual, salvo el caso de
querer salir corriendo de allí, y poder escapar contracorriente de esa
situación.
Muchas más son las anécdotas que se podrían entresacar del Infierno
de Dante, y comentar a nivel de cada personaje histórico y su vida
real, cada personaje legendario y su leyenda particular, cada elemento
simbólico y su simbolismo, los números y su significado, los hechos de
cada nivel y su reflejo en la vida real... Pero todo ello tuvo lugar en:
-la
realidad humana de Dante, según describió su platónico
seguidor Petrarca, que en su Cancionero-1348 ponía el acento en
lo de humana,
-la Divina Comedia de Dante, según describió su
legalista seguidor Bocaccio, que en su Esposizioni-1373 ponía el
acento en lo de Divina.
f.2)
Comentario del Purgatorio
El viaje o tránsito de Dante por el Infierno había sido un
descenso cónico continuo, y cada vez más profundo. En el caso del
viaje o tránsito a través del Purgatorio, éste supuso para sus
viajeros un esfuerzo en la orientación contraria, a forma de montaña cónica
ascendente que va marcando a las almas su camino
hacia el cielo, una vez muertos o como camino ya empezado en
el atardecer de la vida[42].
En efecto, el Purgatorio es situado por Dante en una isla del más
allá[43],
a forma de montaña ubicada en su interior[44]
y con una rampa o camino empinado hacia arriba que simboliza su
peregrinación purificadora[45].
Con cada nueva terraza (o escalón superior) se irá eliminando un viejo
vicio y conquistando una nueva virtud, en ambos casos de mayor gravedad
que los anteriormente eliminados y conquistados. Así, las almas se van
salvando en el Purgatorio a través de un progresivo perfeccionamiento
en la virtud, a partir del punto de partida que supuso el
reconocimiento en vida de todas sus culpas.
Por eso, porque fue algo reconocido y querido en vida por las
propias personas, el estado de ánimo de las almas del Purgatorio es
radicalmente contrario al encontrado en el Infierno. Aquí las almas no
están en aislamiento infinito, sino que van configurando su nueva
personalidad a través de unos grupos
comunitarios de moralidad, que sanan sus vicios de la vida y
forjan su nueva personalidad, a través de una penitencia no tan
desagradable.
El cono ascendente con que Dante presenta el Purgatorio está
organizado en 7 anillos o terrazas concéntricas, de acuerdo con los 7
pecados capitales que hay que purificar[46],
dotando a las almas de sus virtudes contrarias[47].
En la cresta o pico de la montaña está situado el Paraíso terrenal o
Jardín del Edén, al que Dante dice que no puede entrar Virgilio ni
muchos otros. Es el momento en que se hace presente a Dante su nueva y
luminosa guía Beatriz, su amor platónico en vida y ahora convertida en
imagen del Amor celestial. A partir
del Jardín del Edén, o territorio humano original del pasado, Beatriz
irá introduciendo a Dante en el futuro y definitivo territorio de la
humanidad: el Paraíso.
f.3)
Comentario del Paraíso
En muchos sentidos, la Divina Comedia se puede deducir
como una tipificación ficticia del mal humano, que el poeta explora con
el fin de examinar si los pecados castigados en cada círculo del
infierno o del purgatorio[48]
pueden ser considerados en su gradación delictiva, pudiendo afirmarse
así una escala de delitos reales a través de una comedia.
Y lo que eso era así para el caso del Infierno y Purgatorio,
también lo es ahora para el caso del Paraíso[49],
a la hora de explorar las virtudes[50]
y establecer así una escala de valores[51]
para el mundo real[52],
en el recurso que para ello emplea Dante de los 3 espejos[53].
Tal es el fin del Paraíso, en que el sistema moral prevaleciente será
la consecución de la felicidad humana, pero a través de la voluntad de
Dios en el cielo, con toda la jerarquía cristiana de valores de por
medio.
Se nos dice que Beatriz traslada a Dante por 9 esferas
celestiales del paraíso, concéntricas y esféricas, y acordes a la
cosmología ptolemaica de la época. Si la distribución del Infierno y
Purgatorio se basaba en criterios de gradación creciente de tipología
de delitos, también aquí va a seguir ese mismo organigrama, pero en
este caso respecto de la gradación creciente[54]
de tipología de virtudes: las 4 clásicas[55]
y las 3 cristianas[56].
Así, cada alma ocupa su lugar en el Paraíso[57],
en concordancia con la naturaleza de las acciones honestas que
ejercitaron.
El viaje por las esferas celestes, que va avanzando en visión
de belleza progresiva[58]
hasta la final visión de Dios, es el más complicado de todos los
descritos en la Divina Comedia. Pues lo sensorial va quedando atrás,
mientras se va abriendo paso lo puramente inteligible. El poema
representa ese tránsito mediante una luz
de intensidad progresiva, al final de la cual el
deslumbramiento hace de la visión algo imposible[59].
Con esos recursos, el Paraíso de Dante trata de señalar lo que
debe ser el discernimiento y el pensamiento, acerca de los temas del
bien: un camino de continua profundización,
en que su mismo proceso (o caminata) irá iluminando la conciencia[60]
y transformándola[61],
enseñándole lo que está bien y porqué está bien. De hecho, el Paraíso
es una zona dividida en 9 cielos y en cada uno de ellos participa, en
cierto grado, el bien.
Madrid,
1 junio 2020
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad
________
[1]
Pues ambos, DANTE y BEATRIZ, ya se conocían desde la infancia, al vivir
ambos en el mismo barrio de Florencia. No obstante, hacía ya 9 años
que no se habían visto, en el momento de coincidir en el
Dolce Stil Nuovo de CAVALCANTI.
[2]
Considerado en la persona de SANTO TOMAS DE AQUINO, muerto en 1274.
[3]
Que proponían la incapacidad de la razón, y la simplificación-taxonomía
metafísica de entes sin necesidad.
[4]
Caída reiteradamente en 1284, en su afán de querer
ser la más perfecta de todas las demás catedrales, ante el desaliento
generalizado.
[5]
Cambio Climático de 1300 producido por el proceso de congelación que
empezó a sufrir el noroeste
europeo, con:
-desolación de las tierras escandinavas, llenas de pueblos y
vida hasta ahora,
-muerte y extinción de las gentes del Ártico, de más de 2
millones de habitantes,
-pérdidas irreparables en las cosechas bálticas, que eran el
granero de trigo de Europa, por su clima suave.
[6]
Viniendo a suavizar, desde otro punto de vista, la superpoblación
europea.
[7]
Porcentaje que, en algunas ciudades, vino a ser del 90%.
[8]
Los estudios demográficos en la Edad Media estuvieron basados en los fuegos
fiscales (lit. “poner las manos en el fuego”) o número de casas
que tenían que aportar impuestos al fisco.
[9]
Que a partir del 1400 comenzó a identificar y multiplicar su población.
[10]
Llamada así por las manchas negras que aparecían sobre la piel,
junto a bultos en las axilas. También fue llamada Peste bubónica, por
la forma de huevo de los bultos que producía.
[11]
A través de los virus originados por la pulga, que colonizó a la rata
negra, y que a su vez infectó al hombre, recibiendo el hombre la pulga
en su cuerpo.
Y es que la rata negra (suplantada en el s. XVIII por la rata blanca de
alcantarilla, mucho más feroz) convivía con el hombre medieval de
forma muy habitual, sin llegar a sospecharse nada negativo por su parte.
[12]
Parece ser que tuvo su origen en el Mar Negro, en la colonia
genovesa de Caffa (donde los genoveses traficaban con esclavos). Pues
los europeos, rodeados y atacados por los tártaros, empezaron a ver cómo
cadáveres infectados del campamento tártaro les eran lanzados al
campamento genovés, infectando así a los soldados genoveses. Vueltos a
Europa, por el camino los genoveses fueron expandiendo la enfermedad,
hasta que llegaron a Mesina y la contagiaron a Italia.
[13]
En unas regiones más que en otras, y dependiendo de los grupos sanguíneos.
Pues el grupo sanguíneo A era más receptivo que el B a la peste (de ahí
que Hungría apenas fuese contagiada por la peste).
[14]
Sobre todo mujeres y adolescentes, los grupos más receptivos a la peste
por su inestabilidad corporal.
[15]
Como fue el caso de Prato y otras poblaciones italianas.
[16]
Otras epidemias nacionales, como las de 1360, 1369-71, 1380-83, no hicieron
sino hacer rebrotar la crisis médica general, ocasionada por la Peste Negra de 1348, hasta bien
entrado el s. XVI.
[17]
De ahí vendrá la búsqueda de morales alternativas (y más nefastas
todavía), como:
-la
teoría del carpe diem,
del goce inmediato,
-la teoría flagelante, de las cofradías penitenciales.
[18]
Como sucede en todo crecimiento, que es donde se filtran las
bases para la futura crisis.
[19]
Donde se habían puesto en cultivo las tierras de los bosques y
marismas, ocupándose agrariamente así tierras marginales y menos
feroces, y más aptas para ser el comienzo de los crecimientos
decrecientes.
[20]
De primacía absoluta en el campo agrario y de la alimentación urbana.
[21]
Producido en el noroeste de Europa, donde una ola polar (en crecimiento
ininterrumpido hasta el s. XVIII, donde alcanzará su cénit) empezó a:
-enfriar
los campos,
-hacer insostenibles los cultivos en Inglaterra,
-cortar la navegación comercial hacia Islandia, Escandinavia y
Groenlandia (la “tierra verde” del s. X, cuyo obispado fue disuelto
en el s. XV, y su población danesa desapareció completamente en el s.
XVII).
[22]
Ante el descontento general, y que provocó que cada gremio fuese
subiendo sus precios también.
[23]
Por el sistema de arrendamiento feudal, que se hacía a varias vidas y
con una duración mínima de 30-40 años. Luego los ricos seguían
ingresando lo mismo (lo arrendado), y empezaron a pagar más para armas
y caballos (por la subida de precios, que empezó a generalizarse en
todos los productos).
[24]
Que no pararían de crecer durante todo el s. XIV y s. XV, ante las
otras crisis que se empezaron a generar.
[25]
Sobre todo con la introducción de sus hijos en la universidad. Pues
para empezar a gestionar los asuntos públicos, cada vez más
competitivos entre sí, los pudientes vieron la necesidad de formar a
sus hijos mucho más versadamente que antes.
[26]
Con origen en la derrota militar de Francia ante Inglaterra, en la
Batalla de Poitiers-1356. Pues esto había supuesto el encarcelamiento
del PRINCIPE JUAN, y las acusaciones populares hacia las autoridades
(de incompetentes) y de gasto económico (para la guerra).
MARCEL, burgués y preboste-jefe
del gremio de los mercaderes, empezó a pasar a la acción,
reclamando, bajo revuelta, el control de los impuestos por parte de
las Cortes Francesas. En julio de 1358 fue asesinado Marcel, pero su
movimiento siguió siempre vivo en Francia.
[27]
Sucedida por el enzarzamiento entre welfos (partidarios del papa) y gibelinos
(partidarios del poder civil), a causa de la crisis pañera (que había
llevado al derrumbe de la industria textil). Estalló el conflicto en
julio de 1378, cuando el jefe de Palacio de la Signoria trató de
introducir reformas transitorias e insuficientes para el pueblo.
El 20 julio, varios miles de ciudadanos sin derechos, seguidores de
CIOMPI (nombre genérico que significaba Pueblo) incendiaron
las casas de los nobles, cercaron la Signoria y provocaron por la
fuerza reformas más amplias, que les alcanzasen a ellos. Es entonces
cuando se creó un gremio para ellos, el “gremio de los singremio”.
A su vez, esta concesión de un gremio a los singremio vino a provocar
la reacción de los patricios, con lo que el número de revueltas ya
fue total (hasta que se lograron anular todos los derechos dados a los
ciompi).
[28]
Extendida desde Gante hacia el resto de ciudades vecinas, y que vino a
generalizar la “tradición” de dirimir los conflictos sociales con
levantamientos. Aquí el motivo fue el conflicto entre Brujas y Gante,
pues Brujas quería hacer un puente que perjudicaba a Gante.
La Sublevación de Gante fue liderada por el capitán de su comuna,
que expulsó al conde de Gante (que estaba detrás de las
negociaciones). Esto se extendió al resto de ciudades flamencas,
provocando que el rey de Francia tuviera que presentarse para sofocar
la contienda. Cosa que hizo en la Batalla de Roosebeke-1382, en que
sometió a todos los flamencos, frenó la construcción del Canal, y
controló la situación.
[29]
Gibelino y pro-imperial, pero que vino a cuestionar las bases
imperiales en su De Monarchia-1313.
[30]
Que empezó a minar totalmente el pensamiento medieval, en su Defensor
Pacis-1328.
[31]
Que empezó a aportar nuevas bases filosóficas, en su Dialogus-1340.
[32]
Propuesto en el Concilio de Constanza-1413, a instancias y bajo
presidencia del emperador SEGISMUNDO I DE ALEMANIA.
[33]
Cuyo número llegó al de 350 príncipes independientes, en el s.
XV.
[34]
Como describe muy bien el propio DANTE, al decir en el Infierno que “a la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva
obscura, por haberme apartado del camino recto. Al principio de la
cuesta, aparecióseme una pantera ágil, que no se separaba de mi
vista, sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví
muchas veces para retroceder. Después vino contra mí un león, con
la cabeza alta y con un hambre rabiosa. Siguió a éste una loba
que, en medio de su demacración, parecía cargada de deseos” (cf.
DANTE, Divina Comedia, I, 1).
[35]
Como describe muy bien el propio DANTE, al decir en el Infierno que “Virgilio me dijo
por qué había venido. Porque se hallaba él en suspenso cuando lo
llamó una bella dama, que le dijo al punto las órdenes. Me dijo que
era Beatriz, la que le hacía marchar hacia mí. Ella se había dirigido
a Lucía con sus ruegos, diciéndole que un fiel amigo tenía necesidad
de ella, y que se lo recomendaba. Lucía, enemiga de toda crueldad, se
conmovió y fue al lugar donde Virgilio se encontraba, sentada al lado
de la antigua Raquel” (cf. DANTE, Divina Comedia, I, 2).
[36]
Como describe muy bien el propio DANTE, situándolo “bajo un cielo sin
estrellas” (cf. DANTE, Divina Comedia, I, 3), y describiendo el
Infierno como un “lugar de suspiros, quejas resonantes y profundos gemidos, en
el que diversas lenguas, horribles blasfemias, palabras de dolor,
acentos de ira, voces roncas... producían un tumulto que iba rodando
siempre por aquel espacio eternamente obscuro, como la arena impelida
por un torbellino” (cf. DANTE, Divina Comedia, I, 3).
[37]
Como describe muy bien el propio DANTE, al decir en el Infierno que “aquellas almas
estaban desnudas y fatigadas, cambiaban de color y rechinaban sus
dientes, blasfemando de Dios, de sus padres, de la especie humana, del
sitio y del día de su nacimiento, de la prole de su prole y de su
descendencia, llorando fuertemente” (cf. DANTE, Divina Comedia,
I, 3).
[38]
Como describe muy bien el propio DANTE, al decir en el Infierno que “allí sufrían la pena sin tormento una inmensa
multitud de almas que no habían pecado y que, si contrajeron en su vida
algunos méritos, éstos no fueron lo bastante, pues no recibieron el
agua del bautismo, ni pasaron por esta puerta de la fe”
(cf. DANTE, Divina Comedia, I, 4).
[39]
Lit. “lugar del olvido”, pero aludiendo
al estado definido por SAN AGUSTIN para los no bautizados. En palabras
de DANTE, “un lugar de suspense, para personas de gran valor
que no recibieron el bautismo, y del que pudieron ser rescatados por un
Ser Coronado muchos hijos de Raquel” (cf. DANTE, Divina Comedia,
I, 4).
[40]
El Flegetonte (Río del Fuego), el Lete (Río del Olvido), el
Aqueronte (Río de Aflicción) y el Cocito (Río del Odio), todos ellos
sin conexión (según la Mitología griega).
[41]
El Tigris, el Eufrates, el Pison y el Gihon, todos ellos
procedentes de una misma fuente (según el Génesis).
[42]
Como bien describe DANTE sobre su propia experiencia y su propia vida,
al definir al Purgatorio como necesario para su salvación eterna y paso
previo al Cielo: “Cuanto
Catón nos hubo preguntado quiénes éramos, y qué hacíamos en aquella
isla, huída de los tenebrosos ríos de la prisión eterna, mi guía le
respondió: Yo no vengo por mi propia deliberación, sino para ayudar a
éste (a Dante), el cual aún no ha visto su última noche. Pues
por su locura ha estado muy cerca de ello, y le queda poquísimo tiempo
de vida. Así que he venido a su encuentro para salvarle, y no había
otro camino más que traerlo a este sitio”
(cf.
DANTE, Divina Comedia, II, 1).
[43]
Como bien describe DANTE en sus capítulos del Purgatorio, al decir que
“esa pequeña isla produce, en torno suyo y por donde la combaten las
olas, juncos en su tierra blanda y limosa. Una isla en la que ninguna
clase de plantas que eche hojas, o que se endurezca, puede existir,
porque le sería imposible doblegarse a los embates de las olas. Una
isla en la que el sol naciente indicará el modo de encontrar la más fácil
subida del monte.”
(cf. DANTE, Divina Comedia, II, 1).
[44]
Como bien describe DANTE en sus capítulos del Purgatorio, al decir que
“aquella montaña tenía una cima tan alta, que no podía
alcanzarla con la sola vista. Y su subida era mucho más empinada que la
línea que divide en dos partes el cuadrante”
(cf. DANTE, Divina Comedia, II, 4). Lo cual “hacía
no demorarnos en
nuestra subida a lo más alto de la montaña, a través de la abertura
de los peñascos, por entre medias mediaba la rampa que ascendía a la
cima, y que por su angostura obligaba a separarse a los que la subían”
(cf. DANTE, Divina Comedia, II, 25).
[45]
Como bien describe DANTE en sus capítulos del Purgatorio, al decir que
“por fin llegamos a lo alto de una rampa, donde por segunda vez se
adelgazaba aquella montaña, destinada a la purificación de los que
suben por ella”
(cf. DANTE, Divina Comedia, II, 13).
[46]
Como son: soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y
lujuria.
[47]
Como son: humildad, justicia, mansedumbre, fortaleza, caridad,
templaza y pureza.
[48]
Bajo la máxima dantiana de que “la culpa caerá sobre los vencidos,
como es costumbre, y el castigo dará testimonio de la verdad”
(cf. DANTE, Divina Comedia, III, 17).
[49]
Un Paraíso del que bellamente dice DANTE: “¡oh cuánta es la
abundancia que se encierra en aquellas arcas riquísimas, oh cuantas
semillas buenas ha esparcido por la Tierra!”
(cf. DANTE, Divina Comedia, III, 23).
[50]
Como bien describe el propio DANTE, al decir del Paraíso, en boca de
BEATRIZ, que “si todo fuera efecto solamente del enrarecimiento y la
densidad, en todas las virtudes habría una sola e idéntica virtud”
(cf. DANTE, Divina Comedia, III, 2).
[51]
Como bien describe el propio DANTE, al decir del Paraíso, en boca de
BEATRIZ, que “las virtudes se distribuyen aquí en más o menos
abundancia, y proporcionalmente a sus respectivas masas. Pues siendo
diversas las virtudes, necesariamente han de ser diversos sus frutos”
(cf. DANTE, Divina Comedia, III, 2).
[52]
Como bien describe el propio DANTE, al decir en el Paraíso que “cada
virtud de lo alto se une de distinto modo al precioso cuerpo a quien
vivifica, y en el cual se infunde como en vosotros la vida” (cf.
DANTE, Divina Comedia, III, 2).
[53]
Como bien describe el propio DANTE, al proponer en el Paraíso el
siguiente símil sobre la virtud de lo alto, reflejada bellamente sobre
el mundo real: “Toma tres espejos: coloca dos de ellos delante de ti a
igual distancia, y el otro un poco más lejos. Después, fija tus ojos
entre los dos primeros. Vuelto así hacia ellos, dispón que a tu
espalda se eleve una luz que ilumine los tres espejos, y vuelva a ti
reflejada por todos. Entonces, aun cuando la luz reflejada sea menos
intensa en el más distante, verás que resplandece igualmente en los
tres” (cf. DANTE, Divina Comedia, III, 2).
[54]
Como bien describe el propio DANTE, al decir del Paraíso que: “este
cielo tiene tantas estrellas, que distribuye su propio ser entre las
diversas esencias, distintas de él pero en él contenidas” (cf.
DANTE, Divina Comedia, III, 2).
[55]
Como son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
[56]
Como son: fe, esperanza y caridad.
[57]
Mediante esa frase dantesca de que en “la gracia del Altísimo no
llueve en todas partes por igual, aunque todo cielo sea paraíso”
(cf. DANTE, Divina Comedia, III, 3).
[58]
Como bien describe el propio DANTE, al ir dándose cuenta de que el
rostro de BEATRIZ se va volviendo cada vez más bello, según ascienden
de un estadio a otro celestial: “Mi ojos se fijaron de nuevo en
el rostro de mi dama, que en este caso no me sonreía pero me decía: Si
yo riese, te quedarías como Semele cuando fue reducida a cenizas. Pues
mi belleza, según has visto, brilla más cuanto más asciende por las
gradas del eterno palacio” (cf. DANTE, Divina
Comedia, III, 21).
[59]
Como bien describe el propio DANTE, al decir del Paraíso que “el
cielo recibe la mayor suma de su luz, y su resplandor lo mueve todo y se
difunde por todo aquel sitio, resplandeciendo en unas partes más y en
otras menos. Por lo que vi cosas que ni sé ni puedo referirlas”
(cf. DANTE, Divina Comedia, III, 1).
[60]
Como bien describe el propio DANTE, al decir del Paraíso que “yo
estuve allí, donde la inteligencia profundiza tanto, que la memoria no
puede volver atrás, de todo lo que mi mente ha atesorado”
(cf. DANTE, Divina Comedia, III, 1).
[61]
Como bien describe el propio DANTE, al decir del Paraíso que “fijé
entonces mis ojos en aquel Sol, y al contemplarlo me transformé
interiormente” (cf. DANTE, Divina Comedia, III, 1).
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