ENEIDA DE VIRGILIO

 

Epopeya de las aventuras de Eneas,

troyano que viajó hasta llegar al Tíber

 


Eneas con su hijo y compañeros, fundador legendario de Roma

Madrid, 1 septiembre 2024
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

           Desde sus inicios como potencia en expansión, Roma acompañó todas sus empresas de cronistas y artistas de todo género, con el fin de dotar a todos sus territorios de una misma línea de pensamiento, un mismo idioma y unas mismas manifestaciones culturales. Un proceso de romanización que, a lo largo de los siglos, llegó hasta la más recóndita de sus provincias, y en el que cada una de sus provincias pudo participar, aportando al resto su propia cosecha local.

           En nuestro caso concreto, la Eneida o aventuras de Eneas, tres fueron las líneas de pensamiento que, en general, confluyeron en la elaboración que hizo de ella Virgilio: la erudita (dirigida al mundo de la cultura), la ética-moral (dirigida al populacho ciudadano) y la religiosa (dirigida a la gobernanza imperial), con descarado guiño a la virtus fundacional romana, como base de sostenimiento de las tres.

a) Virgilio

           Máxima cumbre literaria de Roma, Publio Virgilio Marón (70-19 a.C) fue bien descrito por los cronistas Suetonio y Donato, y representó, junto a Horacio y Ovidio, la personificación de la edad de oro romana, bajo el nuevo emperador César Octavio Augusto.

           Nació en Andes-Padua de familia acomodada, siendo enviado a completar estudios a:

-Cremona, con 12 años, con el retorico Elpidio,
-Roma, junto con los jóvenes poetae novi, del entorno de Cátulo,
-Nápoles, bajo las enseñanzas ascéticas epicúreas de Sirón.

           El año 43 es introducido en Roma por Asinio Polión, devolviéndosele por su influjo las tierras confiscadas en la Galia Cisalpina para los veteranos de guerra. A él dedicó sus Bucólicas.

           En Roma también conoce a Mecenas, quien le sugiere componer las Geórgicas y le pone en contacto con Augusto. A partir de aquí se pone al servicio del emperador en orden a la restauración moral y cultural de Roma.

           Su obra maestra Eneida (comenzada el año 29 a.C) quedó incompleta a su muerte (el año 19 a.C), cuando volvía de visitar los lugares in situ de la obra. Augusto en persona intervino para que no se destruyera ni se completara.

a.1) Género virgiliano

           Constituía el conjunto de narraciones literarias que contaban, con lenguaje solemne y majestuoso, las hazañas legendarias de héroes o pueblos. Surgió en culturas primitivas de transmisión oral, sin autor ni texto fijo, y a veces acompañadas de la música para entretener.

           En Roma se convirtió en género literario con propios recursos estilísticos, aparte de utilizar:

-influencia homérica, introducida por Livio Andrónico de Tarento en el s. III a.C, con sus versos saturnos sobre la Odisea;
-historiografía nacional, introducida por Cneo Nevio en el s. III a.C, con su Bellum Punicum sobre la I Guerra púnica, y por Quinto Ennio en el s. III a.C, con sus Annales (que sustituyó la mítica legendaria por propias gestas romanas);
-poesía alejandrina, introducida por los poetae novi del s. I a.C, con sus Epilios de mitologías eruditas, y por Ovidio con su Metamorfosis e ideas helenísticas.

           En cuanto a la poesía virgiliana, ésta fue perfecta en la técnica de versos, así como por el contenido grandioso de Roma. Fue pasando por 4 etapas o estilos poéticos:

-estilo alejandrino, obtenido del contacto con los poetae novi, y del cual fue fruto su Appendix Vergeliana, compuesto en epigramas dísticos elegíacos;
-estilo bucólico, inspirado en Teócrito de Sicilia y del cual fue fruto su Bucólicas, compuesto en poesía hexamétrica. Exaltó la vida campestre, sus paisajes idílicos, referencias mitológicas, y el ideal epicúreo de la vida apartada y rústica;
-estilo didáctico, obtenido de los ambientes políticos y de Mecenas. De aquí surgió el proyecto de Geórgicas, compuesto en hexámetros prácticos sobre el cultivo de la tierra, agricultura y ganado;
-estilo épico, inspirado en Livio Andrónico y su versión latina de la Odisea. De aquí surgió la idea de la Eneida, epopeya individual con una intención predeterminada, y un arte sometido a reglas fijas.

b) Eneida de Virgilio

           La Eneida consta de 10.000 hexámetros dactílicos, divididos en 12 libros:

-libros I-III: salida de Troya; viaje y peripecias de Eneas; tempestad del mar, y llegada a Cartago;
-libro IV: amor Eneas-Dido en Cartago; partida de Eneas para cumplir su misión, y suicidio de Dido; llegada a Sicilia, y recibimiento del rey; salida hacia Italia;
-libros V-VI: llegada al Tíber; encuentro con la sibila de Cumas;
-libros VII-XII: encuentro con el rey Latino, que le da a su hija Lavinia; chispa de la batalla latinos-troyanos, por la muerte de un ciervo; incendio de naves troyanas, que se convierten en ninfas del mar; Júpiter como dios principal; duelo Eneas-Turno, con intervención de Juno.

           Como antecedentes de la Eneida, cabría resaltar a:

-Timeo[1], del s. IV a.C, que había dado forma completa a la leyenda de Eneas, y relacionó a sus dioses Penates, salvados de Troya, con los Penates de la latina Lavinium,
-Nevio
[2], del s. III a.C, que en su Bellum Punicum recogía el tema de los amores de Eneas con Dido, como causa del odio entre Roma y Cartago,
-Ennio
[3], del s. III a.C, que en su Annales había escrito una historia de Roma en forma hexamétrica,
-Catón
[4], del s. III a.C, que en su Orígenes había concedido un lugar importante a Eneas,
-Varrón
[5], del s. II a.C, que en su Antigüedades Romanas había relatado vivazmente los viajes de Eneas.

           En cuanto a la génesis de la Eneida, Virgilio trató de escribir una epopeya nacional romana:

-tras una época en que Roma había sido desgarrada por guerras civiles,
-en los mayores momentos de gloria de la historia de Roma,
-coincidiendo con la paz instaurada por Augusto,
-como auténtico movimiento en pro de la restauración moral y cívica,
-uniendo pasado y presente, leyenda e historia,
-profetizando la dominación y civilización romana en todo el mundo.

           La Eneida fue la obra que insertó por primera vez en la historia los tonos literarios dramáticos y líricos en un poema épico. Si Homero había sido el representante del entretener, Virgilio será el producto de un intenso estudio.

           La Eneida alcanza la perfección estilística y métrica. Los versos incompletos se deben a que no se acabó, y Augusto quiso que no se añadiese nada. El hexámetro griego fue perfectamente adaptado a la lengua latina, aparte de introducir neologismos y arcaísmos.

           La estructura de la Eneida es:

-dual, con dos bloques de 6 libros,
-tripartita, con los libros I-IV sobre Cartago, los libros V-VIII sobre el Lazio, los libros IX-XII sobre el desenlace.

           El carácter de la Eneida canta al hombre que sufre para obedecer su destino. Pero también es verdad que Virgilio no era blando, como lo muestra la fuerza y pasión humana de su personaje Dido.

           Se trata de un poema con una ideología:

-nacionalista, en el que no sólo Roma sino Italia forma parte de los acontecimientos,
-religiosa, pues Eneas es guiado paso a paso por la voluntad de los dioses,
-filosófica, con las ideas neoplatónicas de ultratumba y reencarnación.

           Por otro lado, Virgilio tuvo que situar a la familia imperial:

-de Augusto, en continuidad con la gesta de Eneas,
-de Julio César, en descendencia directa con Iulio Ascanio,
-del princeps, como engendrado por la misma Venus, madre de Eneas.

c) Contenido de la Eneida

           Eneas, príncipe de Dardania, huye de Troya cuando la ciudad fue tomada por el ejército aqueo. Entre su gente, van con él su padre (Anquises) y su hijo (Ascanio). Ante la confusión de la fuga, Eneas pierde a su esposa Creúsa entre las ruinas de la ciudad. Ésta se hace presente en forma de aparición y le pide que no vierta más lágrimas por ella, que el destino le ha sido asignado por otra consorte de sangre real. Hera (la Juno romana), esposa de Zeus (el Júpiter romano), rencorosa todavía con toda la estirpe troyana, decide entonces dedicarse a desviar la flota de supervivientes de su destino inevitable (Italia), con todo tipo de artimañas.

           Las aventuras por el Mediterráneo de Eneas duran 7 años, hasta que, llegado el último, es acogido en el reino emergente de Cartago, gobernado por Dido (llamada también Elisa de Tiro). Por un ardid de Afrodita (la Venus romana, junto a su Cupido), Dido se enamora perdidamente de Eneas y, tras la partida de éste por orden de Zeus, se quita la vida maldiciendo a toda la estirpe venidera de Eneas y clamando por el surgimiento de un héroe vengador. De esta forma, se crea el cuadro que justifica la eterna enemistad entre dos pueblos, el de Cartago y el de Roma, que conduciría a las guerras púnicas.

           De camino a Italia, a Eneas se le aparece el alma de su padre Anquises, que le pide que vaya a verlo al Averno. Eneas cede y, acompañado de la sibila de Cumas, recorre los reinos de Plutón, hasta que Anquises le muestra toda la gloria y la pompa de su futura estirpe: los romanos.

           Llegados por fin los troyanos al Tíber, el rey Latino los recibe pacíficamente, recordando que una antigua profecía decía que su hija Lavinia se casaría con un extranjero. Decide aliarse con Eneas y darle a Lavinia por esposa. Trastornado por las furias, Turno, rey de los rútulos y primo y pretendiente de Lavinia, declara la guerra a Eneas. Los dos ejércitos adquieren aliados y se enfrentan fieramente, ayudados los troyanos por Venus y los rútulos por Juno, sin que intervenga Júpiter. Se producen muertes en ambos bandos, y finalmente Eneas mata a Turno y funda Roma.

c.1) Libro I

           La diosa Juno, aliada de Cartago y sabedora del glorioso destino que aguardaba a Roma, intenta impedir que una panda de fugitivos de Troya llegue, en su huida por mar de Troya, a la ciudad del Tíber, para que Roma no sea más poderosa todavía, y sí lo sea Cartago. Para ello, pide a Eolo que se valga de sus vientos para hacer naufragar a los fugitivos, y a cambio le ofrece por esposa a una de las ninfas de su propio séquito: Deyopea, la de cuerpo más hermoso. Eolo, aunque no acepta el soborno, sí accede a ayudar a Juno, y los troyanos terminan dispersándose en el mar. Al saberlo Neptuno, lo toma como una injuria, ya que el mar es su dominio, y ayuda a los troyanos a llegar a las playas de Cartago. Pero no llegan todos juntos, sino en dos grupos separados por la tormenta:

Hubo una antigua ciudad que habitaron colonos de Tiro, Cartago, frente a Italia y lejos de las bocas del Tiber, rica en recursos y violenta de afición a la guerra. De ella se dice que Juno la cuidó por encima de todas las tierras, para fuese la reina de los pueblos” (I, 12-18). “Pero había oído que venía una rama de la sangre troyana que un día habría de destruir las fortalezas tirias, y que para ruina de Libia vendría un pueblo poderoso y orgulloso en la guerra” (I, 19-22). “Encendida por todo esto, Juno agitaba a los de Troya por todo el mar y los retenía lejos del Lacio, vagando ya muchos años y dando vueltas a todos los mares” (I, 29-32).

Desde su vasta caverna el rey Éolo sujetaba con su mando a los vientos y a las tempestades” (I, 52-54). “A él se dirigió entonces Juno suplicante, con estas palabras: Éolo, un pueblo enemigo mío navega ahora hacia el mar Tirreno, y se lleva a Italia Ilión y los penates vencidos. Insufla fuerza a tus vientos y cae sobre sus naves, húndelas, o haz que se enfrenten y arroja sus cuerpos al mar. Tengo catorce ninfas de hermoso cuerpo, de las que Deyopea es quien tiene más bonita figura. La uniré a ti en matrimonio estable y haré que sea tuya” (I, 64-73).

Entre tanto, Neptuno advirtió por el ruido tan grande que el mar se agitaba, y desataba la tormenta y el agua volvía de los profundos abismos. Gravemente afectado, miró desde lo alto y vio por todo el mar la flota deshecha de Eneas, y a los troyanos atrapados por las olas, escapando de las trampas y la ira de Juno. Así que llama ante él al Céfiro y al Euro, y les dice: ¿A tanto ha llegado el orgullo de vuestra raza? ¿Revolvéis el cielo y la tierra, y os atrevéis a levantar moles tan grandes? Os voy a... Pero antes, conviene volver a componer las olas agitadas. Más adelante pagaréis vuestro atrevimiento. Marchaos ya de aquí y decid esto a vuestro rey: El gobierno del mar y el cruel tridente no a él, sino a mí, los confió la suerte” (I, 124-139).

Los agotados enéadas intentaban ganar a la carrera las costas más próximas, y se dirigían hacia las playas de Libia. Había allí un lugar en una profunda ensenada, y una isla lo hacía puerto. Rompiendo contra ellos una ola del mar, los dividió en arcos de reflujo, y los echó a una cima bajo la cual callaba en gran extensión un mar seguro. Se añade por encima un decorado de selvas relucientes y se alza un negro bosque de horrible sombra. Una gruta se abre enfrente, de colgantes escollos; dentro, aguas dulces y sitiales en la roca viva, morada de ninfas. Se sujetan aquí las naves cansadas de los enéadas, y aquí llega Eneas con las siete naves que reunió del número total. Desembarcando con gran ansia de tierra, toman los troyanos posesión de la anhelada arena” (I, 157-172).

           Cuando llegan por separado las dos flotas troyanas, a las playas de Cartago, Eneas se pone a buscar a los compañeros naufragados, y éstos a Eneas. A través de una muchacha del lugar, los enéadas llegan a la ciudad de Cartago y piden hospitalidad a la reina Dido, y que les ayude a buscar a su caudillo Eneas. Al presentarse éste, Dido lo acoge junto al resto de los troyanos:

Eneas se dirige entonces al acantilado, y revisa a lo lejos cuanto se ve del mar, por si divisar puede a alguno arrastrado por el viento, y las birremes frigias, a Anteo o a Capis, o las armas de Caíco en lo alto de sus popas” (I, 180-183).

Entre tanto, los enéadas consolaban sus afligidos corazones con estas palabras: No ignoramos lo que son desgracias, y cosas más graves hemos sufrido. Pero un dios pondrá fin. Hemos pasado ya la rabia de Escila y los escollos que resuenan fuertemente, y conocemos también las piedras del Ciclope. Recobremos el ánimo y depongamos el triste temor, que quizás hasta esto recordaremos un día con gusto. Entre diversas fatigas, y tantas circunstancias adversas, busquemos el Lacio, donde nos muestran los hados sedes apacibles. Además, allí renacer deben los reinos de Troya” (I, 198-205).

Mientras tanto, el piadoso Eneas lamenta la pérdida del fiero Orontes, de Amico, el destino cruel de Lico y al valiente Gías y al valiente Cloanto” (I, 220-222). “Dando muchas vueltas en la noche, apenas nació la luz decidió salir y explorar los nuevos lugares, las costas que ganaron con el viento, e indagar quién las habita” (I, 305-307).

En medio del bosque se les presentó a los enéadas una muchacha con los rasgos y el aspecto de una doncella, y con las armas de una doncella espartana, cual fatiga la tracia a sus caballos” (I, 314-316). “Al verlos, les dijo: ¡Eh, jóvenes! Decidme si habéis visto a alguna de mis hermanas, vagando por aquí” (I, 321-322). "Ni hemos oído ni hemos visto a ninguna de tus hermanas. Pero ¿cómo hemos de llamarte, muchacha? ¿Y dónde estamos?, contestaron los enéadas” (I, 326-327). “La muchacha contestó: Tierra de púnicos es la que veis, de tirios y de Agénor. Y las fronteras que veis son de Libia, pueblo terrible en la guerra. Tiene el mando Dido, de su ciudad tiria escapada huyendo de su hermano. Larga es la ofensa, largos los avatares (I, 338-341). Mas, ¿qué hay de vosotros? ¿De dónde habéis llegado o a dónde os dirigís? Venid a ver a la reina” (I, 369-370).

Un bosque se alzaba en el corazón de la ciudad de los púnicos. Aquí levantaba la sidonia Dido un templo enorme a Juno, opulento de ofrendas y del numen de la diosa, y para él se alzaban sobre la escalinata dinteles de bronce y vigas con bronce trabadas, y chirriaban en sus goznes las puertas de bronce” (I, 441-449). “Mientras contemplaban todo esto los dardanios, maravillados y absortos, la bellísima Dido avanzó hacia el templo, con su numeroso séquito de jóvenes” (I, 494-497).

Cuando los hizo entrar a todos, Dido les permitió hablar, y el gran Ilioneo, con pecho sereno, dijo: Oh, reina, a quien Júpiter ha dado fundar una nueva ciudad, no hemos venido a debelar con la espada los penates de Libia, ni a llevar a la costa un botín apresado. Hay un lugar al que llaman los griegos Hesperia, una tierra antigua, poderosa en las armas y fértil de suelo, que habitaron los hombres de Enotria. Hoy se dice que sus descendientes llaman Italia al pueblo por el nombre de su jefe. Ése era nuestro rumbo, cuando el tempestuoso Orión surgió sobre las olas y nos lanzó a bajíos sin salida, y nos dispersó entre las olas y escollos. Unos pocos logramos ganar a nado nuestras playas, pero hemos perdido a nuestro rey Eneas” (I, 520-538).

Brevemente inclinada, habló entonces Dido: Sacad el miedo de vuestro corazón, teucros. ¿Quién no ha oído hablar de la estirpe de Eneas y de la ciudad de Troya, de su valor y de las llamas tan grandes de la guerra? No tenemos los púnicos los corazones tan endurecidos, ni tan lejos de la ciudad tiria que unce al sol sus caballos. Así que, tanto si ansiáis la grandeza de Hesperia y los campos saturnios, como el suelo de Érice y el reino de Acestes, os dejaré marchar protegidos por mi auxilio, y podréis disponer de mis recursos. En cuanto a Eneas, vuestro rey, al punto enviaré por las playas hombres de confianza, y haré que recorran los confines de Libia, por si anda perdido por algún bosque o ciudad” (I, 561-578).

Apenas acabó de hablar Dido cuando apareció de repente allí Eneas, resplandeciente y con la cara y el cuerpo como un dios” (I, 586-589).Cuando lo vio, sin aliento se quedó la sidonia Dido, tanto por su visión como por las desventuras de tal héroe de guerra” (I, 613-614).

           Con la intención de que Dido trate bien a Eneas, Venus pide a su hijo Cupido que infunda en Dido un amor pasional por Eneas. Cupido cumple lo mandado, y Dido se enamora de Eneas. Y eso que Dido había jurado a su esposo no volverse a casar:

La Citerea empezó entonces a mover sus mañas, y en su pecho empezó a urdir nuevos planes para que la cara y el cuerpo de su dulce hijo Cupido se presentara a la reina Dido, le encendiera la pasión con sus regalos y le metiera el fuego del amor en sus huesos, con tal que se viera atada en el amor hacia Eneas” (I, 657-661).

Al llegar el momento de la cena, y del convite ofrecido a los enéadas, la reina Dido se instaló en un lecho de oro con soberbios tapices, y se puso en el centro. Los troyanos se colocaron sobre asientos de púrpura, y los criados empezaron a entrar ofreciendo cestas con los frutos de Ceres. Después, cincuenta criadas trajeron las viandas y empezaron a quemar perfumes a los penates. Otras cien jóvenes, y otros tantos servidores de la misma edad, empezaron a colmar de viandas las mesas, y a servir las copas. Tampoco faltaron los tirios, que en gran número acudieron al alegre palacio y se alojaron en cojines bordados” (I, 697-708).

Todos admiraron los regalos ofrecidos por Eneas, y su rostro resplandeciente como el de un dios, y sus fingidas palabras, y el vestido y el velo bordado de acanto azafrán. En especial cayó rendida ante él la infeliz fenicia Dido, que se abrasaba mirando y se sentía perdida al no poder saciar su corazón, respecto a las emociones y presentes de Eneas. El hechizado Cupido se colgó entonces de los brazos y del cuello de Eneas, y éste buscó a la reina creyendo ver en ella a su querido padre. Ella con los ojos, y con todo su corazón, prende rápidamente a Eneas, y lo atrae a su pecho, ignorante y desdichada” (I, 709-719).

           Durante el banquete de honor a los recién llegados y del encuentro de éstos con sus paisanos, Dido pide a Eneas que cuente sus desgracias. Y éste se dispone a comenzar su relato:

Tan pronto terminó el banquete y quitaron las mesas, se dispusieron grandes crateras y se coronaron los vinos. Llenaba el bullicio la mansión, y resonaban las voces por los amplios salones. Colgaban encendidas las lámparas del dorado artesón, e iluminaban las antorchas con su llama la noche. Pidió en ese momento la reina una pesada pátera de oro y de gemas, y la llenó de vino puro. Luego se hizo el silencio en la sala, y la reina comenzó a decir: Ea, mi huésped, comienza por el principio y cuéntanos las trampas de los dánaos y las desgracias de los tuyos y tu peregrinar, pues ya es el séptimo verano que se te ve vagar por todas las tierras y mares” (I, 723-756).

Todos callaron, y en tensión mantenían la mirada. Entonces, Eneas comenzó a hablar desde su alto lecho: Un dolor innombrable, reina, me mandas renovar ahora, sobre cómo las riquezas troyanas y el mísero reino destruyeron los dánaos, y las tragedias que yo mismo viví y de las que fui parte importante” (II, 1-6).

c.2) Libro II

           Eneas cuenta a Dido hechos casi inmediatos a los que se refieren en el final de la Ilíada. El relato que hace Eneas de la toma de Troya se abre con el episodio del caballo de Troya: Ulises, junto con otros soldados griegos, se oculta en un caballo de madera "alto como un monte", mientras que el resto de las tropas griegas se oculta en la isla de Ténedos, frente a Troya:

Quebrados por la guerra, y por el hado rechazados, los jefes de los dánaos veían pasar ya muchos años en Troya. Entonces se pusieron a levantar un caballo como una alta montaña, tejiendo sus flancos con tablas de abeto. Fingían hacerlo por un voto, y así la noticia se extendía. Escogidos a suerte, y a escondidas, numerosos hombres en armas encerraron el ciego costado del caballo, y hasta el fondo llenaron las enormes cavernas de su panza” (II, 13-20).

Enfrente estaba Ténedos, isla de bien conocida fama, rica en recursos y frente al reino en pie de Príamo. Entre ambas partes sólo había un golfo y un puerto, del que los barcos desconfiaban. Aquí fueron arrojados el resto de los aqueos, y en su desierta playa se ocultaron. Nosotros pensamos que, idos, andaban buscando cómo volverse a Micenas, a ras del viento” (II, 21-25).

           Los troyanos, ignorando el engaño, entienden que los griegos han huido, y que han abandonado el caballo. Y hacen entrar el caballo en su ciudad. Piensan que se trata de una ofrenda a los dioses, y de una advertencia de Laocoonte, el cual fue devorado con sus dos hijos por dos monstruos marinos. Llegada la noche, Ulises y sus hombres salen del caballo y abren las puertas de la ciudad para que entren los demás griegos, y entre todos someten a Troya al fuego y al terror. En el momento del asalto a Troya, a Eneas se le aparece en sueños Héctor, que le anuncia el fin de Troya y le manda que salve a los penates y que huya:

La gente se dividía, dudosa entre dos pareceres. Unos decían que desde el caballo bajaría Laocoonte, encendido de lo alto de la fortaleza. Otros decían: ¡Qué locura tan grande, pobres ciudadanos! Otros decían: ¿Creéis que el enemigo se ha ido? ¿Y que los dánaos pueden hacer regalos sin trampa? ¿Es que no conocemos a Ulises?” (II, 39-44).Incluso Casandra, a quien por mandato del dios los teucros no creían, abrió su boca para mostrarnos el destino futuro: ¡Pobres de nosotros!” (II, 246-248).

Entonces el público comenzó a gritar, y a decir que había que buscar un lugar a la efigie, para ganarse el numen de la diosa. Rompimos los muros de la ciudad, y abrimos las murallas. Todos, manos a la obra, pusimos ruedas a sus pies, y tendimos a su cuello cuerdas de estopa. Introdujimos en los muros el ingenio fatal, preñado de armas. A su lado, los mozos y las doncellas cantaban sus himnos, y gozábanse tocando con su mano la cuerda. Así entró aquél, deslizante y amenazante, hasta el centro de la ciudad. ¡Ay, patria! ¡Ay, Ilión, morada de dioses, y muros dardánidas, en la guerra famosos! Cuatro veces en el umbral de la puerta se detuvo, y otras tantas gritaron de la panza las armas. Sin embargo, insistimos en el ciego frenesí, y colocamos en lo más santo de la fortaleza el monstruo funesto” (II, 232-245).

Caída la noche, ya acudía desde Ténedos la falange argiva con las naves formadas, entre el silencio amigo de la luna callada, buscando la conocida playa, cuando la nave capitana encendió las antorchas y los griegos, encerrados en la panza, descorren los cerrojos de pino. Alegres se lanzaron de la hueca madera los jefes Tesandro, Esténelo y Ulises el Cruel, bajando por la cuerda tendida, y también Epeo, el propio urdidor de la trampa. Los aqueos invadieron la ciudad, que en ese momento estaba sepultada en el sueño y el vino. Asesinados los guardias, y abriendo las puertas, los enemigos recibieron al resto de sus compañeros, y reunieron a los ejércitos cómplices” (II, 254-267).

En sueños, y ante mis ojos, se me apareció el tristísimo Héctor, derramando un llanto sin fin, como cuando fue arrebatado por las bigas en el polvo” (II, 270-272). ¡Huye, hijo de la diosa!, me dijo Héctor, y líbrate de estas llamas, porque Troya se derrumba desde lo más alto. Troya te encomienda sus objetos sagrados y sus penates. Tómalos, y con tus compañeros de suerte, surca el mar y levanta para ellos unas dignas murallas” (II, 289-295).

           Los ruidos del combate terminan por despertar a Eneas. Al ver su ciudad en llamas, y a merced de los griegos, decide inicialmente Eneas luchar con sus compañeros hasta la muerte. Asiste entonces al asalto griego al Palacio de Príamo, y contempla la muerte de éste y de su hijo Polites a manos de Pirro. En medio del caos en Troya, Eneas ve a lo lejos a Helena, y lleno de ira se dispone a castigar a la culpable de la guerra. Venus, madre de Eneas, se le aparece y le manda contenerse, diciéndole que los verdaderos culpables son los dioses, y no Helena. A continuación, Venus manda a Eneas que busque a su familia y los dioses penates, y que con ellos huya de Troya:

Cuando salí de mi sueño, subí a lo más alto del tejado y me paré a observar. Allí vi cómo las llamas de la ira del Austro caían sobre las calles, y en rápido torrente inundaba de fuego la ciudad” (II, 302-305).Entonces cogí como loco mis armas, no pensando más que en lo que ardía en mi pecho: reunir un grupo para el combate y, con mis amigos, acudir al alcázar. El furor y la ira aceleraban mis ideas, y me vino la imagen de una hermosa muerte con las armas” (II, 315-318). “Cuando reuní a los que pude, les dije: Jóvenes de corazón valiente, la única salvación para el vencido es no esperar salvación alguna, así que ¡caigamos en el centro del combate. Y los lancé al combate” (II, 348-354).

Unos huían a sus naves, y buscaban corriendo la costa segura. Otros trepaban la madera enemiga, y en ella se ocultaban. Otros decían: ¡Ay, que nada se puede contra la voluntad de los dioses! Y otros: ¡Mira cómo arrastran de los pelos a la hija de Príamo, y arrastran a la virgen Casandra fuera del templo, atándola con cadenas! Otros, no soportando el espectáculo, se lanzaron a morir en medio del ejército” (II, 399-408).

Había una entrada y una puerta falsa, y un pasadizo entre las casas de Príamo, por la parte de atrás, por donde solía la infeliz Andrómaca llevar al pequeño Astianacte a ver a sus abuelos” (II, 453-457). “Ante la misma entrada, y en el umbral primero, estaba Pirro exultante de gozo y de flechas, como una culebra que come malas hierbas cuando sale a la luz” (II, 469-471). “Allí vi a Hécuba y a sus cien nueras, y a Príamo manchando de sangre por los fuegos que antes había consagrado. Aquellas cincuenta alcobas cayeron, y por sus puertas entraron orgullosos los bárbaros, llevándose el oro y el botín” (II, 501-505).

Llamas ardían en mi corazón, y me dejaba llevar de mi mente enloquecida, cuando se me presentó ante mis ojos, como nunca lo había hecho antes, mi noble madre, mostrándose como tal diosa y diciéndome: Hijo, ¿qué dolor tan grande provoca tu cólera? ¿No has de buscar a tu padre Anquises y a tu hijo Ascanio? Porque tu esposa Créusa no vivirá, y a ellos les rodean las armas griegas. No eches la culpa a la odiada belleza de la espartana, hija de Tindáreo, pues fue la inclemencia de los dioses la que arruinó este poder y abatió a Troya de su cumbre. Hazme caso, y sal con ellos de estas llamas” (II, 588-608).

           Eneas se dirige a su casa paterna, y allí encuentra a su padre Anquises, a su hijo Ascanio y a su mujer Créusa. Anquises se resiste a partir de Troya, hasta que un presagio divino le convence. Escapan entonces de la ciudad en llamas, salvo Créusa, que cae muerta dentro de la matanza griega. Tras contemplar por última vez a su difunta mujer, Eneas consuma su salida de Troya con su padre e hijo. Cuando su último pie dejaba ya de pisar Troya, una sombra (la de Créusa) le revela que su destino ha de ser la fundación de Roma:

Cuando logré llegar al umbral de la casa paterna, y a mi antigua morada, mi padre se negó a seguir con vida ante la muerte de Troya, y padecer el exilio” (II, 634-637). “Gritando y gimiendo estábamos cuando de lo alto pareció venir un leve rayo de luz, y una llama suave que parecía lamer sus cabellos y posarse en torno a sus sienes. Mi padre alzó hacia los astros sus ojos, y exclamó: Júpiter todopoderoso, míranos. Sólo eso. Y si somos dignos de tu piedad, confirma tus presagios. Apenas dijo eso, mi anciano padre cruzó los tejados y señaló el camino, diciendo: Salvemos a mi nieto” (II, 679-702).

Dicho esto, me puse una tela sobre mis anchos hombros y cuello agachado, y encima la piel de un rubio león. Y tomé mi carga. De mi diestra cogí al pequeño Julo, que seguía a su padre con pasos no iguales. Detrás de mí venía mi esposa, y delante de todos mi padre. Avanzamos por ocultos caminos bajo el fuego, pero ya ni el aire podía asustarme, ni todas las flechas griegas del mundo darme miedo” (II, 721-727).

Mientras los tres varones corríamos por las calles conocidas, ¡ay pobre de mí!, mi esposa Créusa se quedó atrás, no sé si por el humo, o si se equivocó de camino, o si cansada se sentó. Nunca después volvieron a verla mis ojos, hasta que llegamos al túmulo de la antigua Ceres. Aquí, junto con muchos otros, fue echada mi infeliz esposa, desapareciendo ante su hijo, su esposo y sus compañeros” (II, 736-744).

Cuando ya dejábamos de ver los edificios de la ciudad, se presentó ante mis ojos la sombra de la misma Créusa, o su figura infeliz. Me quedé parado, se erizó mi cabello y la voz se clavó en mi garganta. Entonces habló así: ¿Por qué te empeñas en entregarte a un dolor insano, oh dulce esposo mío? No ocurren estas cosas sin que medie la voluntad divina. Te espera un largo exilio por mar, que te llevará a la tierra de Hesperia, donde el lidio Tíber fluye con suave corriente entre los fértiles campos. Allí tendrás un reino y una esposa. Guarda las lágrimas de tu querida Créusa” (II, 771-784).

c.3) Libro III

           Eneas cuenta a Dido cómo huyó con los suyos a la región de los tracios, que eran sus amigos. Habiendo desembarcado allí, Eneas quiere cumplir su intención de fundar una nueva ciudad. Para encender la hoguera sacrificial, toma ramas de un arbusto, y éstas empiezan a sangrar. Eneas se percata que se trata del túmulo de Polidoro, y que las ramas son las lanzas que empleó Poliméstor para matarlo. Una voz suena desde el interior del túmulo: es la sombra de Polidoro, que advierte a los troyanos que el rey de Tracia está a favor de los griegos. Los viajeros deciden entonces abandonar ese lugar contaminado:

Cuando cayó la soberbia Ilión y por el suelo humeaba toda la Troya de Neptuno, a diversos exilios y a buscar tierras abandonadas nos obligaron los augurios de los dioses. Dispusimos una flota bajo la misma Antandro y llegamos al pie del Ida de Frigia, buscando dónde podremos instalarnos” (III, 1-7).

Había por allí una tierra arada por los tracios, gobernada otrora por el fiero Licurgo, antiguo asilo de Troya. Ahí paramos, y en la curva playa levanté las primeras murallas, llevado por un hado inicuo e intentando poner al invento el nombre de Enéadas, por mi propio nombre. Preparaba sacrificios a mi madre, la hija de Dione, y un toro corpulento en la playa ofrecía al supremo rey de los que pueblan el cielo” (III, 13-21).

Mira por dónde, se alzaba al lado un túmulo, y en lo alto, ramas de cornejo, y un mirto erizado de espesas puntas. Me acerqué tratando de arrancar del suelo un verde arbusto que cubriera con su espeso follaje los altares, mas cuanto arranco del suelo el primer tallo, destila éste gotas de negra sangre que ensucia la tierra con su peste” (III, 22-29).

Con mayor esfuerzo traté entonces de obtener de la arena otro tallo, cuando de lo profundo de la altura salieron lacrimosos gemidos que decían: ¿Por qué desgarras, Eneas, a un desgraciado? Deja ya en paz a un muerto y huye de esta tierra despiadada y de esta costa tan avara, que soy Polidoro, aquí, atravesado y férreamente sepultado entre lanzas y agudas jabalinas. Apenas quebraron las esperanzas los teucros, y fueron abandonados por la fortuna, esta tierra se puso de parte de Agamenón y de las armas vencedoras, rompiendo todo compromiso y asesinándome a mí, así como apoderándose del oro por la fuerza” (III, 37-56).

Cuando el pavor abandonó mis huesos, hicimos las exequias a Polidoro y entre todos acordamos el mismo ánimo: salir de esa tierra maldita y confiar la flota a los Austros” (III, 56-60).

           Eneas y su gente van entonces a la corte del rey Anio, en la isla de Delos. Allí llegan a saber, por los oráculos de Apolo, que habrán de buscar a la Madre Antigua, y fundar una nueva ciudad allí donde vivieron sus antepasados, pues sus futuras generaciones serían las únicas dominadoras del mundo. Anquises piensa que el oráculo se refiere a Creta, el lugar de culto de la diosa Cibeles y la tierra donde nació su antepasado Zeus, y allí se dirigen, atravesando el Egeo:

Hay en medio del mar una tierra sagrada gratísima a la madre de las nereidas y a Neptuno Egeo, que, errante por costas y playas, el piadoso arquero la encadenó a la elevada Míconos y a Gíaros, y la dejó inmóvil y habitada, con el poder de despreciar los vientos. Allá nos dirigimos, y a ella llegamos agotados, desembarcando en su seguro puerto” (III, 72-77). “Tras venerar la ciudad de Apolo, nos dirigimos a visitar al rey Anio, a la vez rey de hombres y sacerdote de Febo, que tenía ceñidas sus sienes con las ínfulas y el laurel sagrado. Nada más vernos, reconoció a su viajo amigo Anquises, y todos juntamos nuestras diestras como hospitalidad, y a la ciudad entramos” (III, 78-83).

Veneraba yo los templos del dios erigidos en un viejo peñasco, y a él le decía: Concédenos, oh Timbreo, una casa propia, unas murallas y una estirpe perdurable. Salva los restos de los dánaos, oh Padre. Métete en nuestros corazones y danos una señal” (III, 85-89). “De repente, todo me pareció temblar, el monte entero y el santuario. Estando ya de rodillas, de los umbrales y del laurel del dios llegó a nuestros oídos: Duros dardánidas, la tierra que os creó de la raza de vuestros padres, esa misma tierra os acogerá. Buscad a la antigua madre, porque en ella la casa de Eneas gobernará sobre todas las riberas, y sobre los hijos de sus hijos y los que nazcan de ellos” (III, 90-98).

Cuando esto dijo Febo, un tumulto de gran alegría nació entre nosotros, y todos se preguntaban cuáles eran esas murallas a las que Febo nos ordenaba volver. Mi padre entonces, evocando los recuerdos de los más viejos, dijo: Escuchadme, señores de Troya, y conoced vuestras esperanzas. Creta es la isla del gran Zeus, y del monte Ida, y la cuna de nuestro pueblo. De allí es la madre venerada en el Cibelo, y los bronces de los coribantes, y el bosque ideo. Así que, si ese es el mandato de los dioses, vayamos a ella y busquemos el reino de Cnossos” (III, 99-115).

Dejamos el puerto de Ortigia, y por el mar volamos a través de los collados de Naxos, la verde Donusa, Oléaros y la nívea Paros, esparcidas por las aguas de las Cícladas. Nos empujaba un viento que nos llevaba a toda popa” (III, 124-130).

           Llegados a la isla de Creta, fundan la ciudad de Pergámea. Es pleno verano, sobreviene una fuerte sequía y mueren hombres y bestias. Anquises pide a Eneas que vuelva a consultar el oráculo de Apolo, aunque no hace falta, pues a Eneas se le aparecen en sueños los penates, mandados por Apolo. Por ellos conoce el resentimiento del dios supremo (Zeus), que no les permite quedarse, y que las tierras aludidas por Apolo son las de Italia, en el Lacio. Anquises recuerda que allí nació su antepasado Dárdano, y deciden viajar a Italia:

Por fin llegamos a las antiguas costas de los curetes. Cuando varamos las naves en tierra seca, me puse ansioso a levantar los muros de la tan deseada ciudad, a la que llamé Pergámea. Mi pueblo se puso animoso a levantar sus nuevos hogares, y elevó un alcázar sobre los tejados. Mi gente se entregó a sus nuevos campos, y a imponer las leyes” (III, 131-137).

Pero he aquí que, de pronto, nos vino encima una peste horrible que sembró de muerte, durante un año, los cuerpos y los sembrados. Siro, además, abrasaba los estériles campos, y secaba los pastos” (III, 137-142).

Mi padre me exhortaba a recurrir de nuevo al oráculo de Ortigia y Febo, a fin de buscar el remedio a nuestras fatigas, o a dónde dirigirnos” (III, 143-144). “Era ya de noche, y las sagradas imágenes de los frigios penates que traía de Troya se mostraron, de repente, erguidos ante mis ojos y diciéndome: Lo que Apolo te diría, si volvieras a Ortigia, aquí te lo revela. Nosotros te seguimos a ti, y contigo hemos recorrido los mares, y seremos nosotros los que alzaremos a tus descendientes a los astros, en el imperio de tu ciudad. Pero debes cambiar de territorio, porque no de estas riberas te habló el Delio, ni te ordenó Apolo establecerte en Creta. Hay un lugar que los griegos llaman Hesperia, que habitaron los de Enotria y que sus descendientes llaman Italia, por el nombre de un caudillo. Ésta es nuestra verdadera patria, de allí procede Dárdano y el padre Yasión, origen éste de nuestra estirpe. Levántate, pues, y busca Córito y las tierras ausonias, pues Zeus te niega los campos dicteos” (III, 147-171).

Comuniqué estos presagios a mi padre, y él reconocer reconoció sus errores, y la ambigua prole de nuestros antepasados” (III, 179-181). “Tras lo cual, abandonamos también este lugar y, dejando a unos pocos, largamos las velas y la vasta planicie del mar nos pusimos a recorrer de nuevo” (III, 190-191).

           Los fugitivos se hacen a la mar, y han de soportar una tormenta de tres días. Al cuarto día, entre las islas del Mar Jónico, llegan a las llamadas islas estrófades. Desembarcan en una de ellas y allí encuentran rebaños sin vigilancia, de reses pequeñas y grandes. Ofrecen con algunas de ellas sacrificios a Zeus y comienzan el festejo. Las arpías los acosan volando por el campamento, y sueltan sus deyecciones en la carne. Eneas les prepara una emboscada que tiene éxito, y al conseguir escapar las criaturas, una de ellas (Celeno) augura al troyano que, cuando lleguen a la tierra que están buscando, habrán de pasar hambre en ella:

Cuando las naves cubrieron el mar, y no había más tierra sino agua y cielo por todas partes, se nos paró sobre la cabeza una nube cerúlea llena de noche y tormenta, y el mar se encrespó de tiniebla. Al punto los vientos revolvieron el mar y enormes olas en vasto remolino. Encendían la húmeda noche los relámpagos, y con ellos perdimos el rumbo y vagamos durante tres días en las aguas ciegas” (III, 192-200).

El cuarto día, al fin, se evaporó la niebla, y pareció verse a lo lejos una tierra de altas montañas. Sin tardanza, los marineros bajaron las velas y se pusieron a los remos, agitando la espuma sobre el azul. Las costas de las Estrófades nos salvaron de las aguas del gran Jonio, y a dichas islas fuimos a parar, en las que la siniestra Celeno y las otras harpías habitaban, con sus rostros de doncella en cuerpos de ave y vientre lleno de excrementos” (III, 205-217).

Cuando entramos en el puerto, mira por dónde vimos por todo el campo espléndidas manadas de bueyes, y un rebaño de cabras sin custodia alguna. Nos lanzamos a ellas con las espadas, invocando a los dioses y al propio Zeus con una parte del botín. En el curvo litoral dispusimos los lechos, y con viandas exquisitas nos regalamos” (III, 219-224).

Mas de pronto, con espantoso asalto, de los montes y sus oscuros escondrijos se presentaron las harpías, con sus estridentes alas, robándonos la comida y ensuciándolo todo con su contacto inmundo, y un grito feroz entre el olor repugnante” (III, 225-228). “Bajo el hueco de una roca montamos las mesas, y repusimos el fuego de los altares. Mas de nuevo la ruidosa turba de harpías sobrevoló nuestro botín con sus garras. Ordené entonces a mis compañeros que empuñasen sus armas, y presentaran batalla a la raza funesta” (III, 229-235).

Ellos ejecutaron mis órdenes, pero ni un solo golpe recibieron las rapaces, en rápida huida. Sólo una se posó en lo más alto de una roca, Celeno, batiendo desgracias y sacando de su pecho este grito: ¿También la guerra queréis traernos aquí, hijos de Laomedonte? ¿La guerra pensáis traernos de vuestro reino? Clavad bien mis palabras, porque a Italia llegaréis, y allí se os abrirán sus puertos. Mas no ceñiréis de murallas la ciudad antes os obligue a morder y devora con las mandíbulas las mesas, por el pecado de atacarnos” (III, 236-257).

           Los viajeros abandonan las Estrófades, y en su navegación circunvalan la isla de Ítaca de Ulises, uno de sus peores enemigos, y desembarcan en la playa de Accio. Allí celebran unos juegos, y dejan en el templo de Apolo el escudo de Abas, el capitán de una de las naves:

De la playa de la maroma ordené aflojar las amarras, inflar las velas y huir por la espuma, por donde nos marcaran el rumbo los vientos y el piloto. Apareció ante nosotros, y en medio de las aguas, la nemorosa Zacintos, y Duliquio y Same, y Néritos erizada de peñascos. Evitamos los escollos de Ítaca, el reino de Laertes, y maldecimos la tierra que alimentó al cruel Ulises. En seguida se nos mostraron las nubosas cumbres del Leucate, y un templo de Apolo que asustó a mis navegantes” (III, 266-275).

Al templo de Apolo nos dirigimos cansados, dejando las naves en la playa. Y así, tomando al fin posesión de una tierra no esperada, nos purificamos con sacrificios a Jove y quemamos ofrendas en los altares. Un escudo de cavo bronce, prenda del gran Abante, colgué en las puertas, escribiendo en recuerdo este verso: Eneas, de los dánaos vitoriosos, estas armas” (III, 276-288).

También celebramos con juegos de Ilión las costas de Accio. Realizamos los patrios ejercicios con lábil aceite y los cuerpos desnudos” (III, 281-282). “El sol, entre tanto, recorrió el círculo de un largo año, hasta que el glacial invierno puso ásperas las olas con los Aquilones” (III, 284-285).

           Más adelante, Eneas se entera que un hijo de Príamo, Héleno, se ha casado con Andrómaca (viuda del héroe troyano Héctor, que a su muerte había sido concubina de Pirro), y ahora reina en Butrinto, una ciudad cercana. Y allí se dirigen los troyanos. Llegan a Butrinto del Epiro a principios del invierno, y ven que es una réplica de Troya. Una vez acogidos por Héleno, su sacerdote predice a Eneas que llegará a Italia, pero que para entrar en ella tendrá que sufrir un poco, pues allí habitan griegos. Le dice que debe cuidarse también de Escila y de Caribdis, y le aconseja que implore al numen de Juno y que atienda al oráculo de la sibila de Cumas. Tras lo cual, Héleno los despide con grandes presentes:

Competían mis compañeros en herir el mar y surcar sus aguas, cuando de repente perdemos de vista los aéreos alcázares de los feacios y seguimos la costa del Epiro. Entramos en el puerto caonio y llegamos a la elevada ciudad de Butroto” (III, 290-293).

Llegó aquí hasta nosotros el rumor de que Héleno, el hijo de Príamo, reinaba sobre estas ciudades, dueño y señor de la esposa y del trono del eácida Pirro, y que Andrómaca había pasado de éste a un marido, de nuevo, de la patria” (III, 294-297).

Avancé entonces por la ciudad, y reconocí en ella una pequeña Troya, con un arroyo seco que llamaban Janto, y los batientes de una puerta Escea. Todos los teucros disfrutaron conmigo de una ciudad amiga” (III, 349-352).

El rey Héleno nos acogió en sus amplios pórticos. En el centro de la sala libamos las copas de Baco, con las viandas ofrecidas en oro y páteras. Y así pasó un día y otro” (III, 353-356).

Un día, tras matar Héleno unos novillos según el rito, éste cedió la palabra al sacerdote, y el sacerdote anunció por su divina boca: Hijo de Troya e intérprete de Febo, que navegas como hijo de la diosa, te voy a aclarar mucho con mis palabras. Eres ignorante cuando piensas que Italia está cerca, pues un largo y difícil camino te espera a través del mar ausonio, y de los lagos del infierno, y de la isla de la cea Circe. Guarda mis palabras en tu memoria, cuando bajo una encina de la orilla encuentres una enorme cerda blanca, recién parida de treinta cabezas, con las blancas crías en torno a sus ubres. Ése será el lugar de tu ciudad. Sin embargo, evita las riberas cercanas de Italia, porque están llenas de malvados griegos. Aquí pusieron sus murallas los locros naricios, e Idomeneo de Creta infestó de armas los campos salentinos. También está por allí la pequeña Petelia, del rey melibeo Filoctetes. Has de llegar a la ciudad de Cumas, entre los lagos divinos y el Averno resonante de los bosques. Allí has de buscar a la vidente frenética, que en el fondo de una roca canta el destino. No te alejes de esa sede de la sibila, ni te preocupe el tiempo invertido, hasta que reclames y recibas su oráculo” (III, 369-456).

Con pesados presentes de oro y marfil librado ordenó Héleno llenar nuestras naves, amontonando en los barcos mucha plata y jarras de Dodona, lorigas tejidas de mallas con triple hilo de oro, yelmos señeros con crestas de crines, armas de Neoptólemo y numerosos caballos, remeros y guías” (III, 464-471).

           Continuando su viaje, los troyanos pasan junto a las montañas Ceraunias. Antes de dirigirse a Trinacia, ofrecen sacrificios a Juno y a Minerva. Ya cerca de las costas sicilianas de Trinacia, avistan el penacho del Etna. En el Estrecho de Mesina, por intentar evitar a Escila, casi acaban diezmados por Caribdis, pero el remolino de la bestia los impulsa mar adentro, y así, perdidos, arriban a las costas de los cíclopes. Allí se encuentran con un griego abandonado por Ulises y sus hombres: Aqueménides, que les pide que lo lleven con él, y les aconseja escapar pronto. Los cíclopes se aprestan a atacarlos, pero no llegan a alcanzarlos:

Nos lanzamos al mar bordeando los cercanos Ceraunios, de donde el camino a Italia y la ruta de las olas se hace más corta. Cuando cayó el sol, y los montes se volvieron opacos, nos tendimos en el regazo de una tierra orillada, y dimos descanso al cuerpo. Allí observamos la noche estrellada, a Arturo y las lluviosas Híades, y los dos Triones, y a su alrededor a Orión armado de oro. Tras lo cual, nos pusimos en marcha y desplegamos las alas de las velas” (III, 506-520).

Una vez embarcados, apareció ante nosotros el templo de Minerva sobre su roca. Aquí mis compañeros decidieron recoger las velas, y ponerse en proa a la costa, para ofrecer sus brazos a la diosa” (III, 531-535).

Ya embarcados, pudimos ver el golfo de la Tarento de Hércules. Enfrente se alzaba la divina Lacinia, y las rocas caulonias, y el Escilaceo rompedor de naves” (III, 551-553). “Más adelante, apareció ante nosotros, a lo lejos y entre las olas, el Etna trinacrio y el ingente gemido del mar y las rocas batidas” (III, 554-555).

Cuando nos acercamos a la costa, se agitaron los vados, y la arena se revolvió en el remolino. Y mi padre Anquises exclamó: "Ésta es, sin duda, aquella Caribdis y los escollos que nos anunciaba Héleno, con sus horrendos peñascos. Escapad, compañeros, y empujad a la vez los remos” (III, 556-560).

Perdido el rumbo, arribamos a las costas de los cíclopes, cuyo puerto estaba libre del acoso de los vientos, Mas cerca rugía el enorme Etna, lanzando negras humaredas por sus chimeneas, soltando lenguas de fuego y vomitando piedras de las entrañas de la tierra. Es fama que el cuerpo de Encélado, abrasado por el rayo, quedó sepultado por esta mole. Y que, cuando se cambia de lado, entera tiembla la Trinacria” (III, 569-582).

Al abrigo del bosque, el espantoso prodigio del Etna soportamos aquella noche, sin ver aún la causa del estruendo. No había estrellas ni lucía el éter, sino sólo nubes en cielo oscuro y una noche desapacible, con la luna escondida en la niebla” (III, 583-587).

Ya se alzaba el nuevo día cuando de pronto avanzó hacia nosotros, desde el bosque y consumido de hambre, la extraña figura de un desconocido, con aire lastimoso y tendiendo sus manos, suplicante, hacia nosotros. Le observamos. Terrible suciedad y barba crecida, ropa cosida con espinas; pero, por lo demás, parecía un griego. Le preguntamos quién era, y él nos dijo: A las estrellas pongo por testigos que soy Aqueménides, que junto a mi padre Adamasto marché hacia Troya en la flota de Ulises. Aquí me abandonaron mis compañeros, sin reparar en la vasta caverna del Ciclope. Os lo suplico, llevadme con vosotros, y hacedlo cuanto antes, pues junto a ese Polifemo habitan también aquí otros cien cíclopes gigantes, esparcidos por las curvas de los montes” (III, 588-644).

Apenas había hablado cuando en lo alto del monte descubrimos al propio Polifemo, con su informe y gigantesca mole, sin su ojo y con un pino cortado sirviéndole de apoyo. Estaba en la ribera haciendo una llamada a los otros cíclopes del Etna, que en horrendo concilio se lanzaron sobre el bosque sagrado de Diana, y sobre nosotros” (III, 655-681). “Con un agudo miedo nos lanzamos corriendo a sacudir las jarcias, y a tender las velas hacia donde fuera, sin reparar en si los vientos eran favorables o no lo eran” (III, 682-683).

           Habiendo escapado de los cíclopes, Aqueménides conduce a los troyanos a Trinacia. Pasan por Ortigia, y luego por el puerto de Drépano, donde muere Anquises. Con la relación de estos hechos, Eneas termina de contar la historia a su anfitriona Dido:

En contra de los avisos de Héleno, Aqueménides nos dirigía en sentido contrario, como ruta más segura. Dejamos atrás las bocas en roca viva de Pantagia, y el golfo de Mégara y la tendida Tapsos. Pasamos por el golfo sicanio, y por la isla tendida frente al undoso Plemirio, que los antiguos llamaban Ortigia. El Alfeo, río de la Élide, nos abrió aquí un oculto camino bajo el mar, y dejamos atrás el pantanoso Heloro. Bordeamos los altos riscos del Paquino, y a lo lejos contemplamos Camerina, los campos geloos y Gela. Luego contemplamos a lo lejos sus murallas de la escarpada Agrigento, en su día engendradora de valientes caballos, y llegamos al puerto de Drépano” (III, 684-707).

En la aciaga playa de Drépano nos acogieron, mas, ¡ay!, fue aquí cuando perdí a mi padre. El viejo Anquises, ¡ay!, en vano sorteó peligros tan grandes. Y eso que ni el vate Héleno, ni la terrible Celeno, predijeron su duelo, en las muchas calamidades que me anunciaron” (III, 707-713).

Ésta fue, querida reina, mi fatiga postrera, y ésta fue la meta de mis largos derroteros, pues a partir de aquí Dios me lanzó a vuestras playas” (III, 714-715).

c.4) Libro IV

           Al escuchar el relato de Eneas, la reina Dido se enamora de Eneas, y le pide que se aloje en su palacio de Cartago. La reina decide compartir sus sentimientos con su hermana Ana. Le cuenta que sufre un dilema, ya que se ha enamorado del héroe troyano, pero sigue respetando la memoria de Siqueo, su difunto marido, muerto por fratricidio (asesinado por su hermano):

La reina, atormentada e hirviendo sangre en sus venas, alimentó su herida del amor, y ciego ardor la devoró. El gran valor del héroe acudió a su ánimo, y la gloria de su pueblo, y se clavaron en su pecho sus rasgos y palabras, y no dejó ya en adelante el cuidado a su cuerpo el plácido descanso” (IV, 1-5).

Fuera de sí, la reina se dirigió a su hermana del alma, y le dijo: Ana, querida hermana, ¡qué ensueños me desvelan y me angustian! ¡Qué huésped tan extraordinario ha entrado en nuestra casa! ¡Qué prestancia la suya! ¡Qué fuerza en su pecho y en sus armas! ¡Qué combates librados narraba! Si no estuviera en mi ánimo el propósito de no unirme a nadie en vínculo matrimonial, ahora mismo me moriría. Ana, te lo diré. Sí, después del desgraciado destino de mi esposo Siqueo, y de que la trágica muerte de mi hermano manchase mis penates, sólo éste ha doblado mis sentidos y mi lábil corazón. Reconozco las huellas de una vieja llama” (IV, 8-20).

           Ana anima a Dido a seguir adelante con su amor por Eneas, ya que durante toda su viudez había rechazado a muchos pretendientes. Al saberlo Juno, decide aliarse con Venus para conseguir que Eneas se enamore de Dido, con la intención de desviar la ruta de Eneas hacia el reino prometido de Roma, haciendo que se quedara en Cartago, junto a Dido para siempre. Venus acepta la complicidad de Juno e idean un plan para que ambos, solos, consumen el himeneo:

Ana le respondió: Oh, más querida para hermana que la luz, ¿te desgarrarás sola, afligida, en mocedad eterna, sin conocer dulces hijos ni los presentes de Venus? ¿Crees que se preocupan de esto las cenizas o los manes enterrados? Si no pudo doblegarte pretendiente alguno aquí en Libia, ni antes en Tiro, ni otros caudillos a quienes África enriqueció de triunfos, ¿lucharás también contra un amor que sí es deseado?¡Cómo has de ver esta ciudad, hermana, qué reinos has de ver surgir con una boda así! ¡Con qué hazañas se alzará la gloria!” (IV, 31-48).

Mientras ya andaba Dido bellísima, vertiendo con la pátera sus libaciones entre los cuernos de una blanca vaca, y dando vueltas junto a los pingües altares de los dioses (IV, 60-62), la saturnia Venus se acercó a Eneas y le dijo: Gran botín sacáis tú y tu hijo si una sola mujer se ve vencida por el engaño de dos dioses. Mas ¿cuál será el límite? ¿Por qué no acordar una eterna tregua con el pacto de un himeneo? Tienes ya lo que buscaste con todas tus ganas: una Dido que arde enamorada y raya ya la locura por ti. Gobernemos, pues, sobre un pueblo común” (IV, 92-102).

           Eneas y Dido salen un día de caza. En el transcurso de la misma, la diosa Venus envía una gran tormenta. Eneas y Dido quedan refugiados en una cueva, donde se lleva a cabo el plan de la diosa Juno, con el que unen sus dos pueblos:

Entre tanto, la Aurora naciente abandonó el Océano, y despuntó el alba, mientras los principales de los púnicos aguardan junto al umbral a la reina. Sale por fin ella enjazeada de púrpura y anudando los caballos en fíbulas de oro. Eneas se le ofrece de acompañante, y entre ambos abandonan la Licia invernal y se adentran en las corrientes del Janto, recorriendo los collados del Cinto. Ella ciñéndose el pelo suelto con hojas de acanto, y él haciendo resonar sus flechas al hombro” (IV, 129-149).

Cuando llegan a lo alto del monte, y a lugares intransitables, he aquí que el cielo empieza a dar terribles rugidos, y una tormenta de granizo es enviada por Venus sobre todos los campos y ríos del monte” (IV, 151-164).

A una gruta acudieron Dido y el caudillo troyano, sin que ambos supieran que delante de ellos avanzaba Juno. Allí brillaron los fuegos cómplices del casamiento, y en aquella alta cumbre ulularon las ninfas” (IV, 165-168).

           Entra entonces en escena Fama (el rumor), y el rumor del matrimonio de Dido y Eneas llega a Yarbas, rey de Numibia y pretendiente rechazado de Dido. Éste, enfurecido, suplica a Júpiter que no permita que Eneas se quede en esas tierras con Dido, ya que fue él quien las cedió a la reina para que construyera Cartago. Al saberlo Júpiter, y temiendo que Eneas detenga su viaje, envía a Mercurio para que recuerde al troyano que su destino es Italia. Eneas y Dido ya están haciendo construir una gran ciudad, cuando llega Mercurio y da el mensaje al troyano:

Difundiendo la diosa Fama estas noticias, por boca de los hombres, al punto dirigió su rumbo hacia el rey Yarbas, encendiendo su corazón y aumentando su enojo” (IV, 195-197). “El numibio Yarbas, loco de ánimo y enfurecido por el amargo rumor, a Júpiter se dirigió suplicante, con las manos alzadas: Júpiter todopoderoso, ¿ves esto? Esa mujer errante de Tiro, a quien un litoral entregamos para que lo arase y diese leyes, nuestra boda rechazó, y ahora acoge a ese Eneas por dueño de sus dominios, al nuevo Paris y su afeminada comitiva” (IV, 203-215).

Entonces así habló Júpiter a Mercurio, ordenándole: Ea, hijo, convoca a los céfiros y déjate caer con tus alas al caudillo dardanio, que en la tiria Cartago hoy se demora, sin ver que una Italia preñada de poder le espera, entre estrépitos de guerra” (IV, 222-230).

Mercurio divisó a Eneas por su espléndida y tiria capa, fundando fortalezas y nuevas edificaciones para la ciudad de Dido” (IV, 259-263). “Tras lo cual, le dijo el cilenio: “Mira cómo crece tu hijo Ascanio, y respeta las esperanzas de tu heredero Julo, a quien se deben el reino de Italia y la tierra romana. No te dilates más” (IV, 274-276).

           Eneas decide dejar Cartago y seguir navegando hacia Roma, pero no sabe cómo decírselo a Dido. Con todo, ordena a Sergesto, Seresto y Mnesteo preparar con sigilo la flota, para dejar clandestinamente Cartago. Pero vuelve a actuar Fama, y Dido se entera de lo que está ocurriendo. Cuando la reina va a suplicar a Eneas que se quede, la decisión de Eneas está ya tomada, yéste explica a Dido el destino de los dioses. Dido no comparte la decisión de Eneas, pero permite su partida:

Cuando Eneas oyó al cilenio, se encendió entre preparar la huida y dejar las dulces tierras, y se dijo: ¡Ay! ¿Qué hacer? ¿Con qué palabras abordaré esto con la reina enloquecida? Más tarde, llamó a Mnesteo, a Segesto y al fiero Seresto, y les ordenó que dispusieran con discreción la flota, y reunieran en la playa a los compañeros, y prepararan las armas, disimulando cuál era la causa del cambio de planes, hasta que él dijera a la reina sus intenciones” (IV, 281-291).

La despiadada Fama contó a la apasionada Dido que Eneas estaba preparando la flota y disponiendo su partida. Enloquecida y privada de razón, la reina recorrió toda la ciudad, hasta que da con Eneas y le increpa: ¿Es que creías, pérfido, poder ocultar tan gran crimen, y marcharte en silencio de mi tierra? ¿Ni nuestro amor ni la diestra que un día te entregué te retienen? ¿Es que de mí huyes, cobarde, y de la boda emprendida?” (IV, 298-315).

Eneas le contestó: Poco añadiré en mi defensa, o en reconocerte a ti merecedora. Ni yo traté de ocultar mi huida, ni nunca te ofrecí las antorchas del esposo. Yo he de seguir a mis hados, y llevar las reliquias de los míos a su nueva patria” (IV, 337-344).

Dido le contestó: Atontado Eneas, un suplicio te espera entre los peñascos, y entonces repetirás el nombre de Dido. De lejos te perseguiré con negras llamas, y cuando la fría muerte me prive, una sombra te seguirá a ti a todas partes, y por ella pagarás tu culpa. Vete, y busca Italia” (IV, 382-386).

           El dolor de Dido, a causa de la decisión de Eneas, hace quela reina plantee suicidarse, ya que no quiere ni volverse a casar con los antiguos pretendientes ni seguir a la armada troyana para derrotarla. Idea para ello un plan secreto, con ayuda de una sacerdotisa experta en temas de amor, y engaña a su hermana Ana para que crea que no hay peligro por su vida, sino por las pertenencias de Eneas:

La reina Dido, afligida, se apartó de las auras y se escondió de todas las miradas. La recogieron sin sentido sus sirvientas, y poco después llenó de lágrimas y pena su marmóreo lecho” (IV, 388-391).

Cuando recobró el sentido, la infeliz Dido se animó a abandonar la luz, y fue al templo de su antiguo esposo para hacer las ofrendas. Allí vio cómo los líquidos sagrados se volvían negros, y allí urdió su plan de convertir su impura sangre en vinos libados. A nadie contó sus planes, ni a su hermana siquiera”(IV, 449-455).

Poco después, marchó Dido a los confines del Océano, y allí acudió a la sacerdotisa del pueblo masilo, guardiana del templo de las Hespérides, la que daba al dragón su comida y cuidaba el árbol de las ramas sagradas. Ésta le dijo: Aleja de ti el mal de amor, levantando una pira al aire y poniendo sobre ella las prendas y armas de ese hombre, y el lecho conyugal en el que pereciste” (IV, 480-496).

           Cuando Dido conoce la marcha de Eneas, activa el plan urdido con la sacerdotisa. Hace una gran pira con los objetos de Eneas, rodea la pira con altares y sacrificios, se sube ella a la pira y encima de ella se clava bajo el pecho la espada de Eneas (la que le había regalado en su día). Mientras Dido se suicida, en su discurso de muerte clama por la justicia:

Entonces Eneas, asustado por las sombras repentinas, sacó su cuerpo del sueño y arengó a sus compañeros: "¡A los remos, amigos! ¡Soltad las velas, rápido! Que un dios ha llegado del alto cielo para precipitar nuestra marcha, y nos pone propicios los astros del cielo. ¡Vamos tras de ti, santo dios, gozosos de obedecerte!” (IV, 571-578).

Cuando la reina vio desde su atalaya avanzar a la flota troyana, y notó sus playas y puertos vacíos y sin remeros, golpeando tres y cuatro veces su hermoso pecho se dijo: ¡Pobre Dido! Debiste hacerlo al tiempo de entregarle tu cetro. ¡Ay, diestra y promesa!” (IV, 586-596).

Entonces Dido, volviendo sus ojos en sangre, irrumpió en las habitaciones de la casa, y subió furibunda a la pira que le había ordenado levantar la sacerdotisa para los enseres de Eneas. Allí desenvainó la espada que Eneas le había regalado, y en ese momento, entre las ropas de Ilión, y sobre el lecho encharcado de lágrimas y recuerdos, se recostó y profirió sus últimas palabras: He vivido y cumplido el curso que Fortuna me había marcado, he fundado una ciudad ilustre, he visto mis propias murallas, impuse a mi hermano el castigo por mi esposo. ¡Ah!, demasiado feliz habría sido si a nuestra costa no hubiesen atracado los barcos dardanios. Que este fuego se lleve la maldición de mi muerte” (IV, 641-662). “Y al punto, fue vencida por la espada” (IV, 664).

           Por sus gritos y los de las doncellas, Ana acude y ve a su hermana Dido moribunda sobre la pira. Reprochándole sus planes suicidas, Ana sube a la pira y coge a la moribunda Dido por los brazos. A manos de su hermana, muere la reina de Cartago, es uno de los capítulos más intensos y conmovedores de la obra:

Cuando las doncellas entraron en su cuarto, y vieron a su reina vencida por la espada, llena de sangre y las manos salpicadas, llenaron de gritos los altos atrios. Enloqueció Fama por una ciudad sacudida, cual si Cartago o la antigua Tiro cayeran ante el acoso del enemigo, agitadas por las llamas” (IV, 663-670).

Cuando lo oyó su hermana, sin aliento y en temblorosa carrera, hiriéndose la cara con las uñas y el pecho con los puños, se abalanzó sobre la agonizante reina, al tiempo que le decía: ¿Así que esto era, hermana mía? ¿Con trampas me requerías? ¿Esta pira, y estos fuegos y altares me reservabas? ¿Qué lamentaré primero? ¿Tu abandono? ¿Dejarme sin compañía? Ojalá nos hubiéramos ido juntas. Has acabado conmigo, hermana, y con tu patria y la de tus padres” (IV, 672-681).

Dicho esto, Ana subió los altos escalones dando calor a su hermana, abrazando en su pecho su muerto cuerpo y con su vestido regado por la sangre negra” (IV, 685-687).

c.5) Libro V

           Una vez consumada la salida de Cartago, Eneas ve desde el mar la llama que arde en la costa de Cartago, y demasiado bien sabe de qué se trata: el suicidio de Dido. Los viajeros intentan dirigirse a Italia, pero se desata una tempestad. Cuando se calma, prueban a alcanzar Trinacia, hasta que llegan a Trinacia y se dirigen a las tierras del amigo Acestes, por quien son bien recibidos:

Ya mantenía Eneas seguro su rumbo con la flota, y el Aquilón cortaba las negras olas, cuando volviéndose a mirar las murallas de Cartago vio que ésta resplandecía en llamas por la infeliz Elisa. Oculta quedaba ya la causa que encendiera fuego tan terrible, y el saber de qué es capaz una mujer en amor desesperada” (V, 1-6).

Cuando las naves ocuparon el mar, y ya ninguna tierra les venía al encuentro, y era mar por todo y por todo cielo, un cerúleo nubarrón se les paró sobre la cabeza, llevando noche y tormenta y encrespando la ola de tinieblas” (V, 8-11).

Palinuro, el piloto, desde su alta popa dijo a Eneas: Magnánimo Eneas, ni aunque Júpiter lo prometiera esperaría yo tocar Italia con este cielo. Puesto que nos vence Fortuna, pongamos rumbo a donde nos llama. No creo lejanas las seguras costas de tu hermano Érice y los puertos sicanos” (V, 12-24).

Desde la elevada cumbre de un monte se asomó Acestes y vio la llegada de las naves, y a su encuentro bajó erizando las jabalinas. Había sido concebido por el río Criniso, de una madre troyana, y al percatarse que eran troyanos se acordó de sus padres, y con agrestes tesoros los recibió, reconfortándolos con su amistosa ayuda” (V, 35-41).

           Cumpliéndose ya un año de la muerte de su padre, Eneas lleva a cabo los funerales de Anquises. Durante los sacrificios, una serpiente se come las ofrendas del altar. No sabiendo si se trata de una mala criatura o de un genio del lugar, Eneas prefiere tomarlo como un buen presagio, y ordena inmediatamente celebrar unos juegos. Cloanto vence en la competición de remo. En la carrera, Salio y Niso (hermano de Asio) tropiezan, y entonces vence Euríalo, aunque los tres reciben premios. En la lucha, nadie quiere enfrentarse con Dares, hasta que el anciano Entelo se atreve a hacerlo y le vence. En tiro con arco vence Acestes. Finalmente, Ascanio (el hijo de Eneas) entrega las medallas, y anima a sus amigos a hacer una representación de la guerra:

Poco después, Eneas dirigió a la asamblea de los troyanos a un túmulo de la playa, y allí depositó a su padre, libando dos copas de vino puro y esparciendo en la tierra dos de leche nueva, dos de sangre consagrada y flores purpúreas. Tras lo cual, dijo: Salve, sagrado padre; salve, cenizas que no conocieron los territorios ítalos, ni los campos del destino ni dondequiera que esté ese Tíber ausonio” (V, 75-83).

Así había dicho Eneas, cuando una lúbrica serpiente del hondo recinto sacó sus siete anillos, y dando siete revueltas por los altares dejó los probados altares” (V, 84-93).

Se paralizó Eneas con la visión, dudando si pensar en un genio del lugar o en un siervo de su padre. No obstante, mandó reanudar los honores emprendidos a su padre, disponiendo a aquella reunión de la playa a competir, poniendo sobre la arena los trípodes sagrados, y las verdes coronas y las palmas, premio para los vencedores, y las armas y las ropas teñidas de púrpura, y los talentos de oro y de plata. Tras lo cual, cantó la trompa desde lo alto de una duna, y dio por comenzados los juegos” (V, 90-113).

Entonces el hijo de Anquises a todos convoca según la costumbre, y con la gran voz del heraldo vencedor proclama a los vencedores, y les coloca los verdes laureles sobre las sienes y una clámide de oro sobre su púrpura melibea” (V, 244-246).

Cumplidas las carreras, los teucros en la flor de la edad se abalanzaron sobre Anquises, el cual dio a cada uno un hierro bruñido, dos lucientes dardos cnosios y un hacha cincelada, diciéndoles: Premios los tres primeros recibirán, y ceñirán su cabeza con rubio olivo. A lo cual, todos se desparramaron como una nube (V, 293-317), y empezaron a enfrentarse con sus gritos los teucros, en juventud trinacria” (V, 450).

           Juno envía de nuevo a Iris, esta vez para que suscite en las mujeres troyanas el deseo de no viajar más. Tomando Iris la forma de la anciana Beroe, que no ha acudido porque está enferma, se dirige a las mujeres troyanas, que han sido apartadas de los juegos, les dice que se le ha aparecido en sueños Casandra y que le ha dicho que hay que quemar las naves, pues ya se ha alcanzado el objetivo del viaje. Tras ello, Iris (disfrazada de Beore) lleva a las mujeres a quemar las naves, comenzando el incendio ella misma. Pirgo, que fue nodriza de Príamo, advierte a las otras de que Beroe no ha acudido porque está enferma, y que esta otra es muy semejante a una diosa. Al punto, la mensajera se da a conocer, yéndose de allí en forma de arco iris. Las troyanas, exaltadas, toman la antorcha del altar de Neptuno y empiezan ellas a prender fuego a las embarcaciones:

Mientras cumplían los ritos en torno al túmulo, con juegos, Juno Saturnia envió a Iris desde el cielo a la flota de Ilión, tramando muchas cosas sin saciarse aún por el dolor antiguo” (V, 605-608).

A lo lejos, en una solitaria ribera, las troyanas apartadas lloraban contemplando el profundo mar. Tantas olas, ¡ay!, y mares y fatigas. Esa era la queja de todas, pidiendo una ciudad y hartas de soportar las fatigas del Ponto” (V, 613-617).

Estando así las troyanas, sobre ellas se lanzó la experta en causar daño, perdiendo el aspecto de diosa y convirtiéndose en Béroe, anciana esposa del tmario Doriclo, diciendo así a las madres de los dardánidas: ¡Ay, desventuradas, a las que la tropa aquea no condujo a la muerte bajo su patria sino sobre los mares!¿Qué destrucción es la que ahoraos reserva Fortuna? Ya transcurre el séptimo verano desde la caída de Troya, y ¡tantos mares, y lugares inhóspitos peñascos, y astros recorriendo mientras Italia se nos escapa! Aquí está el territorio de nuestro hermano Erice y el huésped Acestes, y ¿quién nos impide plantar aquí los muros? ¡Ay, patria y penates salvados en vano del enemigo! ¿Ningún muro ya se llamará de Troya? Venid conmigo, pues, y quememos las infaustas naves. Esto es lo que a mí, en sueños, me ha mostrado en imagen la vidente Casandra” (V, 618-636).

Atónitas por la visión, y llevadas de su furia, se pusieron a gritar las troyanas, y a robar el fuego de los hogares secretos y de los altares. Tras lo cual, lo arrojaron en forma de teas sobre las naves y los remos” (V, 659-663).

           Los hombres y los muchachos troyanos ven las naves ardiendo, y Ascanio (el hijo de Eneas) se acerca con su montura y consigue hacer entrar en razón y librar de Juno a las incendiarias troyanas. Eumelo avisa a Eneas, que llega rápido al lugar. Una vez allí, Eneas implora a Júpiter, y éste hace que empiece a llover. Sólo se han perdido cuatro piezas de la flota, pero se aconseja fundar una ciudad para quienes quieran quedarse y renuncien a continuar el viaje. Nautes, el consejero más anciano, se muestra de acuerdo:

Ascanio iba el primero en la ecuestre carrera, cuando vio volando la oscura ceniza sobre el campamento troyano. Se dirigió decidido al agitado campamento, y allí increpó a las troyanas: ¿Qué es esa nueva locura? ¿Y ahora, qué pretendéis? ¡Ay!, pobres ciudadanas? Ni al enemigo ni el hostil campamento de los argivos estáis quemando, sino ¡vuestras esperanzas! ¿No me veis? ¡Soy yo, soy vuestro Ascanio!” (V, 667-673).

Entonces Eneas se arrancó el vestido de los hombros, y piadosamente pidió la ayuda de los dioses: Júpiter todopoderoso, si aún no odias a los troyanos hasta el último, haz que las llamas dejen la flota ahora, oh padre, y libra a los teucros” (V, 685-690).

Apenas dicho esto, una negra tempestad nunca vista se desató, temblando las cumbres de las tierras y los campos. Cayó desde el éter un turbulento aguacero, que llenó por arriba las naves, y empapó las maderas incendiarias” (V, 693-698).

Entonces el anciano Nautes, el único al que Palas Tritonia enseñó e hizo famoso por su mucha ciencia, consoló a Eneas con estas palabras: Hijo de la diosa, sigamos por donde los hados nos llevan, pues debemos vencer sufriendo. Pero haz partícipe al dardanio Acestes de tus planes, y confíale los que sobran de las naves perdidas. A los longevos ancianos y a las madres cansadas de agua, y a todos los débiles y temerosos, déjalos en estas tierras, y deja que construyan sus murallas y su ciudad, bajo el nombre de Acesta” (V, 704-718).

           Eneas aún está indeciso, y ante la decisión de Eneas se le aparece en sueños su padre Anquises, que le recomienda que haga lo que dice Nautes. También le anuncia que en el Lacio tendrá que derrotar a un pueblo belicoso, así que conviene que vayan solo los más aptos para ello. Anquises dice a Eneas que, para que obtener más detalles de su destino, habrá de ir a visitarlo al inframundo. Para llegar hasta allí, Eneas habrá de consultar primero a la sibila de Cumas, y ofrecer sacrificios. Tras los augurios de Anquises, Eneas funda una ciudad para los que no quieren proseguir el viaje, y le pone el nombre de Acesta.

Caída entonces del cielo se le apareció a Eneas la imagen de su padre Anquises, confiándole estas palabras: Hijo a quien quise más que a mi vida, atiende los consejos del anciano Nautes, y llévate a Italia jóvenes escogidos, pues tendrás que pelear en el Lacio con un pueblo duro y salvaje. Antes, sin embargo, entra en las mansiones infernales de Dite, y por el profundo Averno ven, hijo, a mi encuentro. Aquí la casta sibila te guiará con mucha sangre de negros animales. Entonces toda tu raza conocerá las murallas que os aguardan” (V, 722-737).

Sin más tardanza en las decisiones, Eneas ordenó a las madres, y a cuantos así lo desearan, que entraran en la ciudad de Acestes y se pusieran a su servicio. Entre tanto, Eneas trazó la ciudad con el arado, y sorteó las casas. Ordenó que esto fuese Ilión y Troya, señaló el foro y convocó a los padres de la ciudad, dándoles leyes. También dejó un sacerdote consagrado, y celebró durante nueve días la consagración de los altares” (V, 749-762).

           Por fin, los troyanos zarpan rumbo a Italia, y las mujeres los despiden entre llantos. A medianoche, todos duermen, hasta Palinuro (el timonel) bajo influjo de Somnus (el Sueño). Palinuro y el timón caen al agua, y el resto sigue durmiendo. La nave va a la deriva, pero Eneas despierta, ocupa el puesto de Palinuro y corrige el rumbo de la expedición justo a tiempo, pues ya se dirigía la nave a los dominios de las sirenas:

Eneas ordenó después que todos los mástiles se levantasen, y se tensaran las velas, pues brisas favorables impelen la flota. Palinuro iba a la cabeza, y guiaba el denso ejército” (V, 828-834).

En el centro del cielo estrellado, y cuando todos se daban al reposo, y los marineros relajaban sus miembros bajo los remos, Sueño apartó el aire y dispersó las sombras, buscando a Palinuro. Cuando llegó a él, le dijo: Yásida Palinuro, las propias aguas conducen la flota, soplan las brisas iguales, y llega la hora de tu descanso. Hurta al trabajo tus ojos cansados, que por un rato yo mismo cumpliré por ti tu tarea” (V, 835-846).

Prosigue la flota por el mar de forma impertérrita, y ya se acercaba a los escollos de las sirenas, cuando advirtió Eneas que el barco derivaba sin su piloto, y que éste estaba gimiendo bajo las nocturnas olas. Entonces, sin pensarlo, cogió el timón de la nave, y se puso a lamentar la pérdida del amigo: ¡Ah Palinuro, cuánta falsa seguridad hay en el cielo y el piélago sereno!” (V, 862.-871).

c.6) Libro VI

           Tras una larga navegación, los troyanos divisan la silueta de Italia, bordean su costa y desembarcan en las playas de Cumas:

Soltadas las riendas de la flota, al fin se aproximaron a las playas eubeas de Cumas. Los muchachos saltaron impacientes a la playa de Hesperia, unos buscando las semillas del sílex, otros adentrándose en los bosques fieros y otros señalando los ríos que van encontrando” (VI, 1-8).

           Una vez desembarcados, Eneas busca y visita la gruta de la sibila, a la que encuentra acompañada de la sacerdotisa de Febo (Deífobe, hija de Glaucio). La sibila está poseída por Apolo, y Eneas pide al dios sus oráculos, y que permita a los troyanos establecerse en el Lacio. Apolo predice que se librarán batallas por una mujer, y que Eneas saldrá victorioso. El troyano pregunta a la sibila cómo se puede entrar en el infierno, y ésta le contesta que para ello ha de encontrar una rama dorada, tras enterrar antes a un amigo suyo insepulto. Eneas sale de la cueva y se entera de la muerte de Miseno, ordenando hacer sus funerales. Venus envía entonces dos palomas para que lleven a Eneas la rama dorada. Eneas la toma y la lleva a la cueva de la sibila, la cual encarga a su sacerdotisa adentrar a Eneas en el bosque sagrado:

El piadoso Eneas, por su parte, buscaba la roca del alto Apolo, y el apartado retiro de la horrenda sibila, a través de los bosques de Trivia y siguiendo lo que decía la leyenda: que huyó del reino de Minos, y bogó hasta las Osas heladas, y sobre la roca calcídica se detuvo” (VI, 9-17). “Tras recorrer los laberintos de Dédalo, finalmente encontró Eneas a la cnosia, y a una Pasífae que se le unía a escondidas. Allí estaba la Venus nefanda, y el Minotauro, y la híbrida estirpe y la prole biforme, y la urna con las suertes echadas” (VI, 22-25).

Había ya llegado Eneas al umbral de la sibila cuando salió la voz de la virgen: Es el momento de buscar los hados. ¡El dios, he aquí al dios! Mientras decía esto, un helado temblor corrió por los duros huesos del troyano, que sacó de lo hondo sus plegarias: ¡Oh Febo, que siempre te apiadaste de las pesadas fatigas de Troya y de su mala fortuna, concede a los troyanos instalarse en el Lacio, y a sus dioses errantes y a sus agitados númenes!” (VI, 45-68).

Entonces se abrieron las cien enormes bocas de la casa de la sibila, que lanzaban al aire las respuestas de la vidente: Oh tú, agotado en peligros, los dardánidas llegarán, y hórridas guerras sucederán. Una nueva esposa aguarda a los teucros, pero tú te la has de ganar” (VI, 81-93).

En cuanto cesó la boca rabiosa, Eneas le dijo: Sólo te pido, oh virgen, que me abras la puerta del rey infernal, para llegar a la tenebrosa laguna, y allí acariciar a mi querido padre por última vez” (VI, 102-109).La vidente me dijo: Fácil es najar al Averno, a través de la puerta del negro Dite, mas no escapar de allí ni dar marcha atrás. Si tan grande es tu ansia, ve a los bosques y al cauce del Cocito, y encuentra allí la rama de oro” (VI, 125-137).

Cuando salió de la cueva, Eneas y su fiel Acates vieron al eólido Miseno, compañero de Héctor el Grande, en tierra firme y muerte indigna, cual también le dijo la sibila, y se dispusieron a sepultar su cuerpo” (VI, 156-178). “Tras lo cual, se adentraron en el antiguo bosque, en busca de la rama de oro. Apenas hecho esto, bajaron volando del cielo dos palomas sobre el verde suelo, y comenzaron a dirigirlos a las fauces del Averno, hasta posarse sobre un olivo en cuyas ramas relucía el aura del oro” (VI, 179-204).

Cuando Eneas llevó el olivo a la caverna de la sibila, su sacerdotisa gritó a los troyanos: ¡Lejos de aquí, perros, profanos!, y condujo a Eneas a un bosque tenebroso, a un lago negro sobre el que ningún ave era capaz de tender el vuelo, y que los griegos llaman Aorno” (VI, 210-242).

           Una vez cruzada la puerta del infierno, Deífobe y Eneas presentan al portero Caronte la rama dorada, y se adentran en la corriente que lleva las almas al inframundo, subidos en la barca de Caronte. Eneas ve a Palinuro, que le pide que busque su cuerpo en el puerto de Velia y lo sepulte, para que así su sombra sea admitida en la barca de Caronte. La sacerdotisa se opone, pues hacerlo sería contrario al destino marcado, pero promete a Palinuro que sus propios enemigos le erigirán un cenotafio, y que un cabo llevaría su nombre:

Cuando atravesaron el tenebroso bosque, lleno de las más variadas fieras, y centauros, y escilas biformes, y gorgonas y harpías (VI, 285-289), encontraron las aguas del Aqueronte del Tártaro, turbio y lleno de cieno. Un horrendo barquero cuidaba estas aguas y estos ríos, llamado Caronte. La sacerdotisa le entregó la palma de oro, y él nos empujó a una barca con su pértiga, y nos transportó como a muertos en esquife herrumbroso” (VI, 295-303).

Mientras íbamos en la barca, yo pregunté: Oh, virgen, ¿quién ese ese gentío? ¿Qué buscan las almas? La sacerdotisa me contestó: Vagan por cien años, dando vueltas por estas ciénagas playas hasta que se les admita en sus ansiadas aguas” (VI, 317-330).

Más adelante, el troyano detuvo sus pasos, pues hete aquí que llegaba Palinuro, el piloto, gritando: Tres noches el Noto me arrastró, y el cuarto día entreví Italia. Búscame y sepúltame, pues por los puertos de Velia fui a parar” (VI, 331-366).

La vidente contestó: ¿De dónde te viene ahora, Palinuro, esta ansia desmedida? ¿Esperas ver insepulto la corriente de las Euménides? ¿Piensas torcer los hados de los dioses? No obstante, los comarcanos se conmoverán de ti, y te levantarán un túmulo y te darán un nombre” (VI, 372-381).

           Ya navegando por entre el infierno, Eneas descubre en el lago Estigia la cueva de Cérbero, los jueces de los muertos y los campos llorosos. Eneas ve a Dido, se lamenta por lo sucedido y le pide perdón, pero ella no responde. Eneas ve también muchas almas de grandes guerreros de otros tiempos, como aquel Deífobo que se casó con Helena después de morir Paris:

Mientras atravesaban las aguas estigias, al otro lado del río desembarcó la vidente y el héroe, sobre el blando cieno negro. Al instante, el gigante Cérbero hizo resonar su triple ladrido, abriendo sus tres gargantas hambrientas. La vidente fabricó y le arrojó una tarta soporosa de miel, que él comió y experimentó, cayendo tendido al suelo” (VI, 415-423).

De pronto se escucharon voces y ánimas de niños llorando, gimiendo por haber sido arrancados del seno materno sin motivo alguno. También vieron a Minos el Inquisidor y a los jueces dictando sentencia. ¡Cómo desearían ahora el alto éter y soportar la pobreza y duras fatigas!” (VI, 426-437).

Por estos lugares, los viajeros distinguieron a Fedra y Procris, y a la triste Erifile mostrando las heridas de su hijo, y a Evadne y Pasífae, junto con Laodamía y Céneo. También distinguió Eneas a Dido, reciente aún su herida, errante y moribunda por la gran selva. El héroe troyano, vertido en lágrimas le dijo, con dulce amor: Infeliz Dido, ¿así que era cierta la noticia? Por los astros juro, y por lo profundo de estas tierras, que fue contra mi deseo, y por mandato de los dioses” (VI, 445-461).

También reconoció Eneas, a duras penas, al poderoso guerrero teucro Deífobo, que la última noche de su vida la pasó entre alegrías engañosas junto a Helena, antes que entrara el caballo a Troya” (VI, 498-515).

           Atravesado otro de los estados infernales, Eneas y Deífobe se topan con una bifurcación, en la que una vía conduce al palacio de Plutón, y la otra al Tártaro. Poco después, llegan a los bosques desafortunados, y allí desembarcan y buscan a Anquises. Tras un nostálgico encuentro con Anquises, éste predice a su hijo Eneas el gran linaje que le espera: su hijo Silvio (que le nacerá de su esposa Lavinia), junto a Camilo, César, Máximo, Serrano, Romano, Marcelo y otros. También le cuenta las batallas a las que está destinado, y cómo habrá de salir exitoso en todas ellas:

Transcurrido el tiempo concedido, la vidente dijo a Eneas: La noche llega, Eneas, y nosotros pasamos las horas llorando. En este lugar el camino se parte en dos direcciones: la derecha es la ruta del Elisio, y lleva a las murallas de gran Dite; la izquierda procura castigos para las culpas del impío Tártaro. Tú decidirás. Eneas contestó: Yo, mi gran sacerdotisa, me vuelvo al grupo y a mis tinieblas, que hados mejores vendrán. Apenas dicho esto, ambos se encontraron ante unas murallas en llamas, el Flegetonte del Tártaro, que arrojaban resonantes piedras bajo el mando de Radamanto de Cnosos y la gigantesca Hidra. Era ése el tártaro mismo” (VI, 535-577).

Aquí vieron los viajeros a la vengadora Tísífone, a dos alóadas, a Salmóneo y a Ticio, por no mencionar a los lápitas, a Ixión y a Pirítoo, sobre los que una negra roca lapidaba sus cabezas” (VI, 582-603). “Vámonos de aquí, dijo la sacerdotisa de Febo a Eneas, que estoy viendo en el arco de enfrente las puertas de las ofrendas. Cuando entraron por las puertas, y asperjaron sus cuerpos con agua fresca, un sacerdote tracio de larga vestidura los acompañó hacia el interior, en dirección a Anquises” (VI, 628-646). “Al llegar a un valle verdeante, allí estaba en lo hondo Anquises, tendiendo gozoso sus palmas y llenando de lágrimas sus mejillas, al tiempo que le decía: ¡Al fin has llegado, hijo mío! ¡Cómo temí que te dañaran los reinos de Libia! Mas ahora te diré tu destino” (VI, 679-694).

           Tras salir del infierno (es decir, del sueño tenido en la cueva de la sibila), Eneas regresa al lugar donde le esperan sus amigos. En seguida, se dirigen todos al puerto de Cayeta, y desde allí continúan su navegación hacia el Tíber:

Dos eran las puertas del Sueño, de las cuales una se dice de cuerno, por donde fácil salida se daba a las sombras verdaderas. La otra resplandecía del brillante marfil que la formaba, pero por ella enviaban los manes al cielo los falsos ensueños. Allí Anquises llevó a su hijo y a la sibila con estas palabras, y los sacó por la puerta marfileña” (VI, 893-898).

Cuando salió de la cueva de la sibila, y del sueño en ella tenido, Eneas se dirigió derecho a las naves, y encontró a sus compañeros. Se dirigieron entonces por la costa al puerto de Cayeta, donde anclaron el áncora de la proa y apostaron las naves en la playa” (VI, 898-901).

c.7) Libro VII

           Tras la visión del infierno de Eneas, en Cumas, los troyanos se embarcan y se dirigen al bosque del Lacio, por el que pasa el río Tíber. Vive en esas tierras el rey Latino, esposo de Amata. Ambos son padres de Lavinia, que está comprometida con Turno (rey de los rútulos), aunque según lo predicho no se casará con él, sino con un extranjero:

Cuando callaron los mares profundos, el piadoso Eneas abrió camino a sus velas. Pasaron rozando las cercanas costas de Circe (VII, 5-10), y poco después vieron un enorme bosque desde el mar. Aquí es donde el Tíber irrumpía en el mar” (VII, 29-32). “Eneas ordenó volver las proas a tierra, y alegre se adentró en aquel Lacio antiguo, de aquellos reyes y tiempos, dejando su flota en las costas ausonias” (VII, 35-40).

Reinaba allí el rey Latino, ya anciano, en larga paz sobre campos y tranquilas ciudades. No le quedaban varones de prole alguna, sino que una sola hija guardaba su casa y posesiones. Muchos la pretendían, sobre todo el poderoso Turno, ansioso de unírsele por yerno. Había un laurel en medio de la casa, en lo más hondo, de sagrado follaje y largos años, que Latino había consagrado a Febo al fundar su ciudad. Al punto, el vate le dijo: Vemos que llega un hombre extranjero, y que del mismo sitio viene quien heredará tu alta fortaleza” (VII, 46-70).

           Los troyanos celebran una comida a orillas del Tíber, pero se quedan con hambre. Entonces, Eneas recuerda que se le predijo que, cuando sucediera eso, llegaría el fin de sus males. Manda Eneas cien emisarios a la corte del rey Latino, y éste los recibe. En nombre de Eneas, y apoyándose en los oráculos, Ilioneo pide a Latino unas tierras donde puedan asentarse los troyanos. Latino reconoce en Eneas al yerno prometido, y pide a los troyanos que su caudillo venga a verlo:

Eneas y sus jefes daban con sus cuerpos bajo las ramas de un árbol alto, ordenando un banquete y disponiendo por la hierba sus tortas de harina y las frutas silvestres del suelo cereal. ¡Vaya!, ¿hasta las mesas nos comemos?, exclamó Julo, sin bromear en absoluto. Al escuchar estas palabras, su padre Eneas exclamó: Salve, tierra que el destino nos debía, ya mi padre nos dejó dicho que, cuando el hambre nos obligara, nos levantáramos y dispusiéramos allí un muro y una morada. Ésta es el hambre aquella, así que investiguemos y salgamos del puerto por diversos caminos” (VII, 107-132).

Entonces el hijo de Anquises ordenó marchar al augusto recinto del rey a cien oradores, elegidos entre todas las clases, cubiertos todos con las ramas de Palas, para llevarle presentes y en son de paz” (VII, 152-155).

Ya divisaban los jóvenes las torres y los altos tejados de los latinos, y llegaron al muro. Delante de la ciudad, los niños practicaban a caballo, y los jóvenes probaban sus carros en el polvo, o tensaban los difíciles arcos, o agitaban con sus brazos pesadas lanzas, o competían corriendo o a golpes. Un mensajero llevó a oídos del rey la llegada de unos hombres de extraña vestidura, y el anciano rey ordenó que fuesen llevados a palacio, al trono de su presencia” (VII, 160-169).

Una vez en presencia del monarca latino, le dijo el troyano Ilioneo: Rey de la egregia estirpe de Fauno, hemos llegado a esta ciudad por decisión propia, expulsados del reino más grande bajo el sol. Nuestro rey Eneas nos ha traído hasta tus umbrales, atravesando vastos mares y bajo la mano de Apolo. Buscamos un pequeño solar para los dioses patrios, y a cambio nunca seremos indignos de vuestro reino” (VII, 212-231).

A tales palabras mantenía Latino fijos su rostro y la mirada, sin moverse del suelo. Tras lo cual, contestó: Secunden los dioses nuestros planes y su propio augurio. Se te dará lo que pides, troyano, y no os faltará nuestra hospitalidad y alianza. Mas volved ahora a vuestro rey y decidle que venga, pues creo yo que es éste aquel que el destino reclama” (VII, 249-273).

           Mientras tanto, Juno, con la intención de causar una guerra que perjudique a los troyanos, envía a Alecto para que siembre la discordia. Con una de sus serpientes, Alecto inyecta las furias en Amata, y ésta se enfrenta con su esposo Latino, para que no dé la mano de Lavinia a Eneas, sino a Turno. Después, Alecto se dirige a Ardea, ciudad del rey Turno, y para suscitarle odio hacia Eneas se disfraza de la anciana Cálibe, llena de furias. Turno decide entonces enfrentarse con Latino, por la mano de Lavinia:

Mas he aquí que volvía de la Argos del Ínaco la cruel esposa de Júpiter, divisando desde el cielo al feliz Eneas y a la flota dardania por encima del sículo Paquino, alzando casas y entregados a los cuidados de la tierra” (VII, 286-290). “Ay, raza odiada de los frigios, ¿así que no cayeron en los campos sigeos? Pues ahora lo pagarán. Esto es lo que decía Juno, tras lo cual descendió a la tierra, a la enlutada Alecto y su tiniebla infernal, amante de las guerras dolorosas” (VII, 286-326).

Salió Alecto infestada del veneno de la Gorgona, llegando a los aposentos de Amata cuando ésta ardía por la llegada de los teucros y la boda de Turno con su hija” (VII, 341-345). “Al llegar a ella, la diosa cerúlea lanzó a la latina una serpiente, que se metió en lo hondo de su pecho y engañó a la enfurecida, y revolvió toda la casa” (VII, 346-350). “Tras lo cual, Amata dijo a su esposo: ¿Es que no fue así como entró en Lacedemonia un pastor frigio, y a Helena se llevó a la ciudad troyana? ¿Qué hay de tu palabra sagrada? ¿Y de tu pariente Turno? Ten cuidado por los tuyos” (VII, 357-366).

Después de ver todo esto, la venenosa Alecto se dirigió bajo la fuerza del Noto al lugar que los mayores llamaban Ardea, donde bajo sus altos techos Turno se daba al descanso, en una noche negra” (VII, 410-414). “Allí se convirtió en Cálibe, la anciana sacerdotisa de Juno que, colocando dos serpientes en el pelo del joven, le dijo: Turno, ¿vas a aguantar que se gasten en vano tus fatigas, y que tu cetro sea entregado a esos colonos dardanios? El rey te niega el matrimonio, así que reúne al ejército tirreno y protege a los latinos. Vamos, levanta, y fríe a esos frigios” (VII, 415-431). “Al despertar, el joven Turno buscó sus armas por toda la casa, y exclamó lleno de rabia: ¡Hacia el rey Latino! ¡A defender Italia!” (VII, 458-469).

           Alecto ejerce después su influjo en los perros cazadores de Iulo (Ascanio), que conducen a su amo en pos de un ciervo del que es dueño el latino Tirreo. Al enterarse los latinos, se revuelven contra los troyanos, y surgen las primeras víctimas. Todos los latinos piden a su rey que declare la guerra de los latinos a los troyanos:

Mientras Turno llenaba a los rútulos de ira contra los troyanos, Alecto se dirigió a los teucros con sus alas estigias, explorando el lugar con nuevos trucos, en cuya playa andaba persiguiendo el hermoso Julo a las fieras con carreras y trampas” (VII, 474-477). “Había un ciervo de hermosa presencia y enorme cornamenta, al que los hijos de Tirro alimentaban y su padre Tirro encomendada la guardia de los campos” (VII, 482-486). “Ascanio, encendido por el ansia de gloria entre los teucros, montó sus dardos en el curvo arco, y con gran ruido atravesó la flecha el vientre y los ijares del ciervo” (VII, 496-499).

El ciervo escapó herido, y llegó gimiendo a sus establos. Allí lo vio la tirrena Silvia, que acudió corriendo a su padre Tirreo, y con las palmas convocó a los duros habitantes de los campos. Éstos acudieron presurosos, y quemando los tizones en pesadas estacas salieron a por los troyanos” (VII, 500-508). “Aquí fue donde el joven Almón, el mayor de los hijos de Tirro, cayó en primera línea (VII, 531-532), en los campos de Marte (VII, 540) y el mismo sitio donde fueron cayendo muchos otros, que fueron llevados a descansar a los respiraderos del cruel Dite, en una horrenda gruta de los bosques del Ansanto” (VII, 563-568).

Llegado Teucro al lugar, y en medio del fuego asesino, convocó a toda su raza de todas partes, y a Marte se encomendaron. Al punto declararon la guerra infanda contra los teucros, y fueron a rodear la mansión del rey Latino, hasta que éste depusiese su beneplácito hacia los invasores” (VII, 577-586).

c.8) Libro VIII

           El río Tíber habla a Eneas, y le recomienda que funde allí su nueva ciudad según el ritual y busque la alianza con los palanteos, a cuya ciudad podrá llegar siguiendo su curso. Acompañado por Acates, Eneas llega a la ciudad justo cuando su rey Evandro y su hijo Palante están ofreciendo sacrificios a Hércules, y piden al rey establecer una alianza para hacer frente a los rútulos. Evandro acepta, viendo que ambas naciones eran descendientes de Atlante, e invita a Eneas a tomar parte en los sacrificios a Hércules:

Eneas, turbado en su pecho por la triste guerra, se acostó y concedió a sus miembros tardío descanso. Entonces se le a pareció el dios del lugar, Tiberino el de amena corriente, diciéndole: Oh salvador de la troyana ciudad y de la Pérgamo eterna, esperado un suelo laurente y los predios latinos. Ésta es tu nueva casa, así que no te rindas ni te asusten las amenazas de guerra. Busca bajo las encinas de la orilla una enorme cerda blanca, y con ella funda tu ciudad. Éste será el lugar de tu ciudad, y el de Ascanio Alba. En estas orillas viven los arcadios, pueblo que viene de Palante, compañeros del rey Evandro y en continuas guerras con los latinos. Súmalos a tu campamento como aliados (VIII, 29-56).

Cuando así le habló el anciano Tíber, y se ocultó en lo profundo de sus aguas (VIII, 66), Eneas escogió de sus naves dos birremes y preparó el remo y a sus compañeros (VIII, 79-80). Esa noche, el Tíber aplacó su hinchada corriente y frenó sus olas en rumor favorable (VIII, 86-90).

Cuando el sol alcanzó el centro de su órbita los teucros divisaron a lo lejos los muros y el alcázar, y sus humildes posesiones, que era todo cuanto Evandro tenía (VIII, 97-100). Con él, su hijo Palante y un humilde senado estaban ofreciendo su incienso, y la tibia sangre humeaba los altares (VIII, 104-106).

Dejando las mesas, el audaz Palante tomó sus flechas y desde una altura les dijo: Jóvenes, ¿qué motivo os obliga a esta ruta? ¿De quién sois? ¿Dónde vuestra casa? ¿Paz nos traéis o armas? (VIII, 110-114). Entonces dijo el padre Eneas desde al alta popa: Gente de Troya ves, y armas enemigas de los latinos. A Evandro buscamos, y su amistad (VIII, 115-119). Cuando los palanteos les dieron a saciar su hambre, el rey Evandro les dijo: Este tradicional banquete es para vosotros, huéspedes troyanos, y de la amistad merecida (VIII, 184-189).

           Mientras tanto, Venus pide a su esposo Vulcano que fabrique armas para Eneas. Éste accede, y Venus comunica a su hijo Eneas que le llegarán las armas divinas (fabricadas por los cíclopes en el Etna). Por su parte, Evandro envía a Eneas y su hijo Palante a buscar nuevas alianzas por la zona, mientras él mismo hace una alianza con los etruscos. Cuando Eneas exhibe sus armas, todos se quedan estupefactos:

Venus entonces, madre asustada por las amenazas de los laurentes, se dirige a Vulcano e, infundiéndole divino amor, le dirige estas palabras: Mira qué pueblos se reúnen, qué murallas afilan con el hierro tras sus puertas cerradas, contra mí y los míos (VIII, 370-386). Él le contestó: Si quieres combatir, y ésa es tu voluntad, lo es también mía. Haré cuanto pueda sacarse del hierro, y del líquido electro, y de los fuegos y las forjas (VIII, 388-403). Los cíclopes forjaron bajo tierra el hierro, en su vasta guarida y haciendo respirar fuego a los hornos de Vulcano (VIII, 418-424). Luego, cuando el descanso primero se exponía al sueño, y cual la delicada Minerva, la diosa comunicó a su hijo Eneas: Ahora es precisa la fuerza, y las manos rápidas y la destreza (VIII, 441-442).

Llegada la luz del día, el anciano Evandro se calzó las sandalias tirrenas y su espada tegea, y desde su alto umbral envió dos guardianes a los aposentos de su huésped Eneas, con este comunicado: Caudillo de los teucros, yo reuniré a grandes pueblos y reinos poderosos, mas tú ve con mi hijo Palante a la ciudad de Agila, donde una raza lidia nos espera. Yo mismo conseguiré que toda la Etruria se levante en furia justiciera, pidiendo a Marte castigo para ese rey Turno (VIII, 455-495).

Cuando Eneas exhibió las armas, brillantes como el azul del cielo, los demás se quedaron sin aliento y exclamaron: ¡Ay, qué matanzas terribles aguardan a los pobres laurentes! ¡Ay, qué castigo habremos de cobrarnos, Turno! ¡Y cuántos escudos y yelmos habrás de tragar bajo tus aguas, oh padre Tíber! (VIII, 528-540).

c.9) Libro IX

           Juno envía a Iris para que lleve a Turno a la batalla cuanto antes, informándole que los troyanos están, en ese momento, sin su caudillo. Eneas ya había advertido a su gente que, en caso de ser atacada, se refugiara tras la empalizada troyana. Así que Turno, cuando llega a los troyanos, intenta incendiar la fortificación. Entonces, Opis, madre de Júpiter, aparta del incendio las naves troyanas, convirtiéndolas en ninfas. Turno rodea la ciudadela troyana y pensando que los troyanos no podrán escapar, hace que sus tropas descansen bajo el vino. Dándose cuenta de esto, Niso y Euríalo piden permiso para ir en busca de Eneas, y éste cede el mando a Mnesteo y Seresto. Iulo promete muchos premios a los troyanos, y éstos se disponen a la defensa de su cuartel:

Mientras esto ocurría en lugar bien lejano, Juno Saturnia del cielo envió a Iris al valiente Turno, que en el bosque de su padre Pilumno estaba sentado, en un valle sagrado. Así le habló la hija de Taumante: Turno, he aquí que Eneas, dejando la ciudad, sus compañeros y naves, se dirige a los cetros del Palatino. ¿Qué dudas? Reclama ya tus caballos y carros. Deja todo retraso y ataca un campo amedrentado (IX, 1-13).

Ya todo el ejército marchaba en campo abierto, Mesapo dirigiendo las primeras filas, y al final los jóvenes tirridas, mientras Turno iba en el centro como jefe (IX, 25-28).

Cuando los teucros divisan la súbita nube de polvo de Turno, y a éste surgir entre las tinieblas, con gran griterío se meten por todas las puertas, llenando las murallas y dispuestos a la ira del combate (IX, 33-44). El rútulo Turno, adelantándose con veinte jinetes, y lanzando el alarido horrísono, agotó su furia y dio paso a su sangrienta boca. Derecho fue a atacar la flota de mares remota, escondida entre los fosos y las aguas del río, ordenando a los suyos prender las antorchas y echar mano al fuego (IX, 47-72). Había llegado, pues, el día prometido, mas brilló entonces una rara luz ante los ojos, y una nube pareció cruzar los coros ideos. Al punto, cada barco rompió las cadenas de la orilla y, como delfines, buscaron el fondo del agua. Por asombroso prodigio, salieron de allí como otros tantos cuerpos de doncellas, y al mar se lanzaron, dejando a los rútulos sin habla (IX, 107-123).

Tras matar a muchos centinelas de la fortaleza, el bravo Turno arengó a los suyos: A plena luz no fallará rodear con fuego sus muros. Así que ahora, puesto que el día ha caído, cuidad vuestros cuerpos y, contentos con lo realizado, aguardad prestos el combate (IX, 126-158).

Entonces Niso, el centinela de la puerta, dijo a su compañero Euríalo: ¿Ponen, amigo, los dioses su ardor en nuestros corazones, o es nuestra pasión la que se vuelve dios? Pocas luces se ven ya, y ellos yacen vencidos por el sueño y el vino, y todo está en silencio. Vayamos a prisa en busca de Eneas, y contémosle lo que pasa (IX, 176-193). Por su parte, Ascanio afirmó: Os pongo sobre mi pecho, amigos. Id a buscad a mi padre, y defendamos el resto la ciudad. Os daré dos copas llenas de relieves en plata, que mi padre tomó de Arisba, y dos trípodes iguales, y dos grandes talentos de oro, y una crátera antigua que me dio la sidonia Dido. ¡Venzamos Italia, hermanos, y libremos el sorteo! (IX, 257-268).

           Niso abre la defensa del cuartel troyano, dando muerte a algunos rútulos que yacen dormidos. En el camino, Euríalo se rezaga y es alcanzado por Volscente. Advirtiéndolo, Niso regresa para rescatar a su amigo, se encomienda a Apolo y da muerte a varios rútulos. En la refriega mueren Euríalo, Niso y Volscente. Luego, las cabezas de los dos troyanos son exhibidas por los rútulos. Mesapo logra abrir la empalizada troyana, y se inicia una sangrienta batalla. Ascanio entra en escena y da muerte a Numano, así como arenga a los troyanos a la contraofensiva y se encomienda a los dioses. Poco después, cerca al mismo Turno, y éste tiene que arrojarse al río para salvarse:

Tras hacer los votos en las puertas, al punto salieron de la fortaleza los troyanos, encabezados por Niso, disfrazado de piel de león espantoso, y escoltados por Euríalo con la tropa. Cruzaron los fosos, y entre las sombras de la noche se dirigieron al campo enemigo, donde los carros y las armas yacían bajo los sorprendidos caballos. Allí dieron muerte los teucros a muchos, y tiñeron de sangre la tibia tierra y sus lechos (IX, 306-334).

Trescientos rútulos se despertaron, y con Volcente al mando fueron hacia los teucros. Cuando ya se acercaban a los muros, Volcente, les dio alcance y les dijo: ¡Quietos, soldados! ¿De quién sois? Ellos nada respondieron, sino que se metieron corriendo en el bosque, confiados a la noche. Mas las tinieblas y las ramas dieron al suelo con Euríalo, y al pesado botín que llevaba (IX, 370-385).

Euríalo cayó herido de muerte (IX, 433). Niso salió en su búsqueda, lanzándose en medio y buscando tan sólo a Volcente. Los enemigos lo rodearon por todas partes, pero él no cejó de voltear su espada relampagueante, hasta que en la boca del rútulo la clavó de frente, muriendo él y quitando la vida a su enemigo (IX, 438-443). Los rútulos vencedores se hicieron con el botín, y los despojos troyanos llevaron al campamento, junto al yacente Volcente (IX, 450-451).

Con el sol ya esparcido, Turno llegó al lugar y llamó a sus hombres a las armas, revestido él mismo para el combate. Formaron las broncíneas columnas para el combate, cada cual las suyas, y aguzaron sus iras con diversas consignas (IX, 461-464). Rápidamente formaron los volscos su tortuga, y bajo el mando de Mesapo llenaron los fosos y arrancaron la empalizada (IX, 505-506). El propio Turno fue el primero en lanzar su antorcha encendida, clavando su llama tras las puertas ya consumidas (IX, 535-537).

Ascanio, acostumbrado a asustar a las fieras huidizas, tumbó con su mano al fuerte Numano, apodado Rémulo, que hacía poco se había unido en matrimonio con la hermosa pequeña de Turno (IX, 591-594). Iba en primera fila dando voces a los suyos, con el pecho henchido y gritando orgulloso: ¿No os avergüenza estar de nuevo asediados tras una empalizada, frigios dos veces prisioneros, y levantar una muralla ante la muerte? ¡Júpiter todopoderoso, aprueba esta audaz empresa! (IX, 595-625). Los teucros siguieron a Ascanio con sus gritos, vibrando de alegría y con los ánimos lanzados al cielo, ávidos de pelea (IX, 636-637).

El caudillo Turno, enterado de la contraofensiva troyana, enfureció su rostro y corrió a la puerta dardania, tumbando a Antífates, y a Mérope con la lanza, y a Erimanto con su mano, y a Afidno, y a Bitias con un intenso silvido (IX, 691-705).

Enterados de la matanza de los suyos, acudieron los jefes de los teucros a su socorro, atravesando una casa que estaba llena de enemigos (IX, 778-780). Turno estaba ya saliendo del combate, buscando el río y su parte ceñida de olas. Sorprendido cual cruel león, y viendo que no tenía escolta a la vista, al río se arrojó de cabeza, saliendo más tarde fuera de él sobre plácidas olas (IX, 789-817).

c.10) Libro X

           Entre tanto, se embarca Eneas rumbo al campamento troyano con las alianzas de refuerzo, y guerreros reclutados por los aliados Tarconte, Másico, Abante, Asilas, Ástir, Ocno, Mecencio y Aulestes. Se suman también a la expedición las naves troyanas convertidas en ninfas, y le informan de la batalla:

Eneas, sin saberlo, está lejos. ¿No dejarás ya nunca que se levante el sitio? Otra vez amenaza el enemigo los muros de la naciente Troya, y de nuevo otro ejército la cerca con llamas (X, 25-27). Por su parte, Evandro llegó del campo etrusco, y buscando a Eneas le informó de la violencia de Turno (X, 148-152). Tarconte tampoco dudó en prestarle su apoyo, junto a los lidios y la voluntad de los dioses (X, 153-155).

Con ellos, el barco de Eneas abrió la embajada aliada, llevando en el espolón a los leones frigios y el Ida en lo alto. Másico surcaba las olas con su tigre de bronce, y reclutó a cuantos pudo de la ciudad de Clusio, junto al torvo Abante y su Apolo de oro. El tercero que los seguía era Asilas, con mil en formación erizada. Le seguía el bellísimo Ástir, junto a trescientos con sus armas multicolores. También le seguía el ejército de Ocno, hijo de la adivina Manto y del río etrusco, y Melencio junto a quinientos de su padre Benaco. Por último, iba majestuoso el alto Aulestes, golpeando las olas con cien remos. En total, treinta naves y tantos escogidos capitanes iban en ayuda de Troya (X, 156-214).

A medio camino, se le juntó a Eneas el coro de las ninfas, a quienes su madre Cibeles había ordenado ser naves y diosas del mar. Al llegar a él, le dijeron: ¡Eneas, somos nosotras, los pinos del sagrado Ida, tu flota! El pequeño Ascanio está detrás de los muros, rodeado de flechas latinas. Así que ¡adelante! (219-241).

           Cuando Eneas y sus aliados llegan al campo de batalla, Turno le está esperando a orillas del Tíber. Empieza así un fiero combate. Turno pide a su hermana, la diosa Juturna, que le ayude en la batalla, y da muerte a Palante, arrastrándolo por tierra y tomando sus armas. Lleno de ira, Eneas da muerte a muchos rútulos. Mecencio intenta hacerle frente, pero tanto él como su hijo Lauso resultan muertos por Eneas:

Llegada una nueva luz del día, y a la vista de los teucros y su campamento, los dardánidas lanzaron un grito a los astros, y como el éter descompuesto en negros nubarrones se abalanzaron sobre él (X, 256-265).

Asombroso pareció todo esto al rey rútulo y a los jefes ausonios. No obstante, tras vomitar fuego sobre su escudo, se lanzó Turno sobre la playa, para arrojar de aquella tierra a los que fueran llegando por el agua (X, 267-283). Entre tanto, su divina hermana le aconsejaba (X, 439).

Cuando Eneas desembarcó a sus compañeros a través de las naves, a forma de puentes (X, 287-288), Turno dio la señal e hizo frente a los teucros (X, 308-309). Los etruscos y los hijos de Arcadia fueron cayendo en el combate, y los rútulos llegaron al centro de los aliados. Turno saltó de su carro y, cual toro soltado del campo se abalanzó sobre Palante, del cual salió al punto sangre y vida. Turno paseó sus despojos como trofeo, le robó el cinturón y lo entregó como oro a los suyos (X, 429-500).

Cuando llegaron a Eneas las noticias de la muerte de Palante, hijo del anciano Evandro, y que Turno había inmolado vivos a muchos, se echó de rodillas al suelo, se puso a rezar a los dioses y empuño la espada en la mano. Eneas dio muerte a cuantos le salían al paso, segándolos con su espada y cubriendo con ellos una gran sombra negra sobre la playa (X, 510-541).

Mecencio, exaltado por la obra de Jove, sucedió a Turno en la lucha (X, 689-690), y salió al encuentro de Eneas. Mas también cayó el raudo Mecencio ante Eneas, abatido y sobre la negra tierra (X, 729-730). Su hijo Lauso hizo votos por su padre y se lanzó contra Eneas, mas también fue atravesado por el dardo del piadoso Eneas (X, 774-784).

c.11) Libro XI

           Eneas envía el cuerpo de Palante a su padre. Llegan luego emisarios latinos pidiendo una tregua para poder enterrar a los muertos, y Eneas accede. Mientras tanto, la ciudad de Evandro se lamenta por la muerte de su príncipe Palante, aunque el viejo rey no retira su apoyo a los troyanos:

Cuando la aurora naciente abandonó el océano, Eneas se dio un tiempo para enterrar a sus compañeros, rindiendo votos a los dioses. También levantó sobre un túmulo los despojos del caudillo Mecencio, con sus enseres de guerra (XI, 1-11). Tras lo cual, arengó a los suyos: Disponed las armas, y animosos aguardad la guerra. Mas que mil soldados vayan primero a la afligida ciudad de Evandro, y que allí sea enviado Palante para recibir su premio al valor, en amarga sepultura. ¡Ay, infeliz Evandro, que no te había hecho yo esta promesa! (XI, 12-53).

Pactaron así los teucros y los latinos dos veces de seis días, como pacífico intervalo para levantar los sillares del destino, mezclados ambos en los bosques y colinas (XI, 130-135).

Cuando el dolor llegó a los muros de Evandro, los arcadios empuñaron las antorchas funerales, con larga hilera de llamas al encuentro del doliente ejército. Depositado el féretro, ninguna fuerza era capaz de sujetar a Evandro, y éste exclamó: Oh santísima esposa, feliz tu muerte más que la mía, pues ¿qué hay peor que estas primicias, todavía joven? Mas, ¿por qué, desdichado, demoro a los teucros de sus armas? Id y decid a vuestro rey que sólo un mérito le falta (XI, 139-179).

           En la ciudad de Latino, algunos se muestran aún a favor de Turno, pero otros piden que se entregue ya la mano de Lavinia al troyano Eneas. Unos emisarios llegados de parte de Diomedes recomiendan a Latino tener mucha cautela con Eneas, por lo que éste ha hecho. Latino opta por zanjar el asunto y detener ya la guerra, dando tierras a los troyanos y acotando sus dominios:

En su cetro, poco alegre se mostraba el ceño de Latino (XI, 238). Vénulo le decía: Hemos superado todos los avatares, y tocado la mano por la que cayó Ilión. ¿Qué os persuade, pues, a emprender guerras desconocidas? (XI, 242-254).

Entonces Drances, siempre hostil y agitado con torcida envidia por la gloria de Turno, se levantó e hizo subir la ira son estas palabras: Oh buen rey, lo diré claramente, aunque me amenace con armas. Han caído muchos jefes, se han cubierto las ciudades de luto, y los campos están cansados de tantas armas. Sólo una cosa quieren esos dardánidas, y yo pido que se les asigne, y nos dejen en paz, aunque nos cueste dar tu hija a un yerno egregio (XI, 336-355).

Latino, finalmente, contestó: Establézcanse, si tanto lo desean, y funden su muralla. Pero si su intención es apoderarse de otros territorios, construyamos con ítala madera cuanto sea necesario, junto a las aguas. Haya cien parlamentarios de las mejores familias latinas que firmen estos pactos (XI, 323-332).

           Llegado al cónclave latino, Turno promueve nuevas batallas, apoyado por la reina volsca Camila. Los troyanos se acercan a las murallas latinas, y se desata otra vez la contienda. Camila destaca por sus hazañas, pero Arruntes dispara una flecha a Camila y logra darle muerte. Llegada la noche, se interrumpe la batalla:

Mientras tanto, la reina Camila llegó desde el pueblo de los volscos a la ciudad de Latino, al frente de un contingente de tropas a caballo y batallones de combate (XI, 432-433). Al punto se turbaron los ánimos y se agitaron los corazones de los latinos, y los más jóvenes se agarraron nerviosos a las armas. ¡Armas!, gritaban los jóvenes (XI, 451-453). El propio Turno, loco de excitación, se aprestó al combate (XI, 486), y a su lado Camila, junto al ejército de los volscos (XI, 498).

Llegado el ejército troyano a las murallas de Latino, y agrupándose sus jinetes por número en escuadrones (XI, 597-598), Camila subió a su caballo y, a las puertas de la ciudad, habló así a Turno: Yo misma iré a enfrentarme a los escuadrones de los enéadas. Yo seré la primera, al frente de mis tropas. Mientras tanto, tú guarda las murallas y las defensas (XI, 499-506).

Sacando de la aljaba una flecha vengadora, Camila salió al frente en el llano, e incitó a los suyos a cubrir el cielo de dardos, en medio del relinche de los caballos (XI, 605-607). Al punto, todos se atacaban, empujando sus tanzas y quebrando sus pechos (XI, 612-614). Así exultaba la amazona, a pecho descubierto e incansable en la matanza (XI, 648-649).

Entonces Arrunte, deuda del destino, y mejor con jabalina, a la veloz Camila logró sigilosamente rodear, y perseguir hasta esperar el momento. Por fin, llegada la ocasión, desde su escondite lazó su dardo, y éste derribó a la desprevenida Camila, sorprendida por repentina muerte (XI, 759-797).

Al punto entrarían todos en combate, y en fiera lucha, si no es porque empezó a bañar ya el purpúreo Febo a sus caballos en el agua de Hiberia, acabado el día y llegada la noche. Así, unos plantaron sus campamentos, y otros atrincheraron sus murallas (XI, 912-915).

c.12) Libro XII

           En plenas murallas latinas, los reyes del Lacio (Latino y Amata, junto a su hija Lavinia) piden a Turno que detenga la guerra, pero él, enamorado de Lavinia, manda a Eneas un mensaje retándole a un combate singular. Eneas acepta el reto, y que el fin de la guerra se reduzca a un combate entre Eneas y Turno. En medio de los preparativos del reto final, un águila desbarata el ritual, se produce una estampida y una flecha hiere a Eneas en la pierna, sin que se sepa quién la ha disparado:

Turno, cuando vio que cedían los latinos, quebrantados por un Marte adverso, levanta su ánimo y así se dirige al rey: No hay razón para que los enéadas retiren su desafío y cumplan lo pactado, así que yo responderé con mi espada a la ofensa, para que no nos someta su poder ni me quede yo sin Lavinia por esposa (XII, 1-17).

A él respondió Latino, con ánimo sosegado: Oh joven de valeroso corazón. En el Lacio hay muchas sin casar, y en los campos laurentes otras que no desmerecen por su linaje, así que ¿qué locura me hará cambiar de idea? Estudia otras alternativas a la guerra (XII, 18-43).

También la reina, asustada por la suerte del combate, le rogó entre lágrimas: Turno, no acudas al combate con los teucros, porque si de hacerlo me veré cautiva, y tendré por yerno a Eneas (XII, 54-63). Escuchó Lavinia las palabras de su madre entre lágrimas, y con las mejillas encendidas corrió a socorrer su caliente rostro (XII, 64-66).

Entonces Turno llamó a Idmón, y le dijo: Sé mi mensajero, y lleva al tirano frigio estas palabras mías: Que descansen las armas de rútulos y teucros, y decidamos esta guerra con nuestra propia sangre, y la conquista de Lavinia (XII, 74-80).

Eneas quedó satisfecho de dirimir la guerra con el reto propuesto, y al punto ordenó llevar una respuesta positiva al rey Latino (XII, 109-112).

Al día siguiente, las grandes murallas medían el campo del duelo, y se hicieron altares sobre la hierba. Avanzó también la legión de los ausónidas, armando sus escuadrones sobre las puertas. Entre tantos miles que se agolpaban, las mujeres y ancianos ocuparon las torres y azoteas, y otros ocuparon los tejados. Se abrió paso la cuadriga de los reyes Latino y Amata, y se posicionó en el estrado (XII, 113-162).

Turno llegó al lugar sobre su biga blanca, agitando con la mano dos astiles de ancho hierro. Eneas llegó con su hijo Ascanio, y su ardiente escudo estrellado. El sacerdote llegó vestido de blanco, llevando una cría de la erizada cerda y una oveja intosa, que acercó a los altares encendidos (XII, 164-171).

Degolladas las víctimas, un águila leonada cayó del cielo y se llevó las ofrendas, provocando un gran revuelo entre todos los ítalos al no poder cazarla nadie (XII, 247-257). En medio de la confusión, una flecha llegó hasta Eneas y se le clavó en la pierna, sin que nadie supiera quién la brindó, ni desde dónde voló (XII, 319-321).

           Iulo Ascanio lleva a su padre, el herido Eneas, a un lugar seguro, y el anciano Yápigele cura. Una vez recuperado, Eneas vuelve al lugar del duelo. La reina Amata, viéndolo venir, pensó que Turno había muerto, y decide suicidarse para no dar la mano de su hija a Eneas, para espanto de Latino y de toda la ciudad latina. El héroe troyano regresa al campo de batalla, buscando únicamente a Turno. Éste también busca el combate con Eneas, aunque su hermana Juturna intente impedírselo:

Julo sacó a su padre del lugar del duelo, y lo llevó al campamento troyano. Estaba allí el yásida Yágipe, augur dotado por Apolo de sus propias artes. Para curar al moribundo, el viejo se ciñó el manto a la manera peonia, y con las hierbas de Febo movió el dardo, sacándolo con su tenaz pinza y proporcionándole el brebaje (XII, 390-404).

Sacada la flecha de la pierna, Eneas besó a Ascanio y le dijo: Recuerda siempre a tu padre Eneas y a tu tío Héctor. Tras lo cual se lanzó hacia la puerta latina, blandiendo a campo abierto la pesada lanza y entre el clamor de los teucros (XII, 429-462).

La reina, cuando vio al enemigo llegando a las casas, sin que tropa alguna de rútulos le saliera al paso, ni Turno, pensó infelizmente que el latino había sucumbido en algún lance del combate, y turbada por la pena rasgó su purpúreo manto, atando en una alta viga el nudo de su muerte infame (595-603).

La joven Lavinia enloqueció al instante, haciendo resonar los alaridos por toda la casa. La noticia se extendió por toda la ciudad, y Latino rasgó sus vestiduras ante el sino de su esposa (605-610).

Eneas buscaba tan sólo a Turno (XII, 467), persiguiendo al héroe a gritos entre las formaciones deshechas. Mas cuantas veces echó la vista al enemigo, e intentó a la carrera dar caza a sus caballos, tantas veces Yuturna daba la vuelta y cambiaba la dirección del carro de su ahijado Turno (XII, 481-485).

           Turno había heredado de su padre Dauno una espada hecha por Vulcano, pero por equivocación no es ésta la que lleva al reto con Eneas, sino la de uno de sus compañeros. En el combate con Eneas, se rompe el arma de Turno, que huye en busca de la suya. Eneas lo persigue, pero su lanza se le queda prendida entre las raíces de Rauno, un árbol divino. Venus desenreda la lanza de Eneas, Juturna hace lo propio con Turno y se reanuda el combate entre Eneas y Turno:

Turno y Eneas se lanzaron al combate, buscando la herida con todas las fuerzas (XII, 526-528).

Confiados ambos en sus divinas armas de Vulcano, la mortal lama de Turno se disolvió al primer golpe como el hielo quebradizo, brillando sus pedazos en la arena (XII, 739-742). Enloquecido escapó entonces Turno por diversas partes del llano, percibiendo que su espada no era la que divinamente había heredado de su padre Dauno. Corriendo se dirigió a los rútulos, llamando a cada cual y reclamando la espada que bien conocía (XII, 758-759).

Corriendo de acá para allá en pos de Turno, un acebuche consagrado a Fauno, venerable leño donde los marineros solían colgar sus ofrendas al dios, enredó la espada de Eneas, y allí se quedó. Por mucho que se entretuvo en el árbol Eneas, nada pudo obtener de él por la fuerza, hasta que su acudió su madre Venus y logró desenredarlo (XII, 763-783). Mientras eso sucedía, la diosa Daunia corrió ligera hacia su hermano Turno, y convertida en la figura del auriga Metisco le entregó su vulcana espada (XII, 783-785).

           Mientras tanto, Júpiter paraliza la intervención de los dioses en la guerra, y decide que venzan ya los troyanos, y que éstos se unan a los latinos en alianza y sangre, mas no en lengua, religión y costumbres, las cuales deben seguir siendo latinas:

Entre tanto, en el Olimpo llamó Júpiter a Juno y le dijo: ¿Cuál será ya el final, esposa mía? Has sacudido a los troyanos por tierra y por mar, y encendido una guerra nefanda. Mas esta es mi voluntad: Conservarán los ausonios su lengua y su nombre, y los teucros se les agregarán. La mezcla será sólo de sangre, y no de costumbres y ritos. Que así sea la nueva Troya (XII, 791-840).

           Por su parte, Eneas sigue hostigando a Turno, y le hiere con la lanza mientras éste le lanza una enorme piedra. Ya rendido, el rútulo Turno pide a Eneas que le perdone la vida y se quede con Lavinia. El troyano duda al principio, pero al darse cuenta de que Turno lleva las armas de Palante, mata al rebelde rútulo. Así se queda Eneas con la mano de Lavinia, y está listo para la fundación de Roma:

Sin decir más, puso Turno sus ojos en una enorme piedra tirada en el llano, puesta como marca para evitar querellas por los sembrados. Apenas podrían aguantarla doce hombres escogidos, mas Turno la alzó con la mano y la blandió contra su enemigo (XII, 896-901).

Contra sus dudas blandió Eneas el dardo fatal, calculando la fortuna con los ojos. Voló la lanza como negro torbellino a su destino, desgarrando los bordes de la coraza de Turno y atravesándole el muslo (XII, 919-926).

Cayó golpeado cuan grande era Turno, doblando la rodilla y diciendo: No me arrepiento, así que aprovecha tu suerte. Tan sólo te ruego que tengas piedad de la vejez de Dauno, y devuelvas a los míos mi cuerpo. Tuya es Lavinia por esposa (XII, 926-937).

Se inclinó Eneas al rútulo entre dudas, hasta que apareció en lo alto de su hombro el desgraciado tahalí y las correas de Palante. Entonces fijó sus ojos en el recuerdo y, de un solo golpe, inmoló su castigo, enviándolo al mundo de las sombras (XII, 940-952).

d) Comentario de la Eneida

           La leyenda sitúa el nacimiento de Roma en el 753 a.C, en plena expansión de las colonias griegas por territorio itálico[6]. No obstante, su nacimiento urbano no llegaría hasta el 616 a.C, tras 100 años de conformación mental, oral y racial[7], y coincidiendo con la llegada al trono de Roma de Tarquinio I el Viejo, primer rey histórico de Roma. Fue el momento de la pavimentación del Foro y principales edificios de la nueva Roma Quadrata, integrada por la Liga de las 7 Colinas y dotada de algo más de 15.000 habitantes.

            Según los precedentes legendarios[8], así como el relato ofrecido por Virgilio[9] en su colosal[10] y bella[11] Eneida[12], la leyenda nos dice que Eneas[13], hijo del príncipe troyano Anquises[14] y la diosa Afrodita[15], partió de Troya con su padre y su hijo Iulo Ascanio[16] en los hombros tras su derrota en la batalla troyana, y llegó a Roma junto con un grupo de troyanos, que le siguieron a la aventura.

            Según sigue diciendo la leyenda, Eneas prosiguió su andadura hasta llegar a la desembocadura del río Tíber, donde se entrevistó con el rey Latino[17], descendiente del dios Saturno[18]. Latino le concedió a Eneas la mano de su hija Lavinia[19], prometida antes al rey Turno[20] de los rútulos.

            Por esta afrenta Turno declaró la guerra a Eneas y al rey Latino. En la batalla vencen los latinos a los rútulos, y Latino muere en la contienda. Eneas sucede al rey Latino, funda la ciudad de Lavinium en honor a su mujer, y a su pueblo le da el nombre de latino, en honor a su suegro. Tras otras vicisitudes, muere Eneas.

            Ascanio, hijo de Eneas, sucede a su padre al frente de los latinos, y funda la ciudad de Alba-Longa, primera metrópoli del Lazio.

            La dinastía de Ascanio tuvo varios reyes[21], entre ellos Proca[22], con dos hijos que se disputaron el poder:

-Amulio[23], el pequeño, que resulta vencedor sobre su hermano,
-Numitor
[
24], el mayor, que fue vencido y ofrece su hija Rea Silvia[25] al servicio de la diosa Vesta, con vida vestal de celibato.

            Rea Silvia engendra, por influjo del dios Marte, a Rómulo[26] y Remo[27], a los cuales abandona en el río Tíber para no hacer el caso algo escandaloso[28].

            Una loba del Capitolio recoge a Rómulo y Remo en el Tíber y los amamanta en el Palatino, dejando su educación al pastor Fáustulo[29] y su mujer Laurencia[30], los cuales les enseñan todo tipo de costumbres desenfrenadas.

            Ya adultos, Rómulo y Remo reponen a Numitor en el trono, y deciden fundar una ciudad, aunque no se ponen de acuerdo sobre quién será el fundador. Los augures designan a Rómulo, fundador de Roma.

            Rómulo funda la ciudad de Roma con el ritual de los albanos[31] en el monte Palatino, lugar donde nacerían los nuevos cimientos de la ciudad, el año 753 a.C[32].

            Remo, no tranquilo, atraviesa la línea trazada por el arado hacia el otro lado, y provoca la furia de Rómulo, que lo mata.

            Rómulo, hombre errante, tiene que poblar la ciudad. Para ello, llevará vagabundos y proscritos masculinos, y a las hijas de los sabinos de los alrededores, a las que invita con una fiesta. En la fiesta, los romanos raptan a las sabinas.

            Los rútulos, sabinos y coaligados etruscos declaran la guerra a los romanos, lo que significará las primeras batallas de Roma, primeras victorias y celebraciones victoriosas, y reconocimiento de su derrota que tuvieron que hacer el rey rútulo Turno[33], el rey sabino Tacio[34] y el rey etrusco Mecencio[35].

            Tras la batalla, los romanos y sabinos firman la paz en lo que será la 1ª liga romana, de romanos-sabinos con Roma como capital.

            En el 715 a.C. muere Rómulo en medio de una tormenta, y sube a los cielos con el dios Quirino en la colina Quirinal.

d.1) Los latinos

           Eran los aborígenes o habitantes autóctonos de la zona de Roma, que ocupaban la comarca, disponían de armas y custodiaban los campos ante incursiones de invasores exteriores[36].

            A la llegada de unos desperdigados griegos[37]:

-según unos, salieron a hacerles frente, y fueron derrotados e insertados a la causa griega,
-según otros, los caciques de ambos lados
[3
8] se estrecharon la mano y acordaron vivir en armonía.

            Tras la llegada de los griegos, y siempre en armonía con ellos, los latinos siguieron custodiando armadamente sus posesiones, frente a las amenazas de:

-los rútulos, que fueron rechazados en una 1ª intentona,
-los rútulos unidos a los etruscos de Ceres, que también fueron rechazados ante las murallas.

            Tras esta primera conformación militar, los latinos deciden:

-crear un estado,
-fundar la ciudad de Alba Longa como su avanzadilla defensiva,
-poner el río Albula-Tíber como su frontera con los etruscos.

            Poco a poco el estado latino fue poblando los bosques de la zona, celebrando fiestas en su interior y enterrando a sus muertos en las cimas de los montes. Establecieron un rey definitivo en Alba, y decidieron entregar la corona al primogénito varón, para motivo de futuras matanzas en el palacio y realeza albana.

            La población latina se fue multiplicando, la primigenia Lavinium siguió creciendo sin parar, y muchos pastores de los alrededores fueron aceptados a vivir dentro del estado latino. Hasta que decidieron crear una nueva y gran ciudad, capaz de albergar a toda la población latina: Roma.

d.2) Los griegos

            Aparecen descritos bajo los atributos de troyanos[39], extranjeros[40], arcadios[41] y griegos[42]. Son conocidos por su leyenda de Helena y batalla de Troya, y un grupo de ellos[43] hizo acto de presencia en los dominios de los latinos, bajo el status de expulsados de sus patrias maternas.

            Llegaron al Lazio liderados bajo el caudillaje de sus jefes[44] y muy pronto entraron en armonía y apoyo recíproco con los latinos del lugar, con afecto y mutua fidelidad. Enseñaron a los latinos a crear colonias, e introdujeron en el mundo latino el culto a Hércules y leyendas del Peloponeso.

            Recibieron la visita de la adivina Sibila cumana, y muy pronto vieron cómo fue fundada por los latinos su nueva ciudad: Roma.

d.3) Los rútulos

           Se ubicaban en torno a su campamento de Ardea, a 35 km. al sureste de Roma, como rama de los umbros que había bajado de las montañas a las llanuras del Lazio. Aparecen como pueblo unido en torno a la figura de un rey dispuesto a la guerra. Así, intentan por dos veces doblegar a los indígenas latinos[45]:

-en un 1º intento, en que son rechazados,
-en un 2º intento, en que piden ayuda a los etruscos de Ceres, y son igualmente rechazados en las murallas latinas.

            No se coaligaron con la Liga latina, sino que decidieron volver a sus orígenes de antaño.

d.4) Los sabinos

           Se ubicaban en torno a los montes Apeninos, a 35 km. al noreste de Roma, y en una zona montañosa que abarcaba más de 20 poblados, unificados en torno a su localidad de Cures[46].

            A la fundación de Roma muchos se interesaron por los juegos y novedosas competiciones que los latinos desarrollaban en su exuberante y nueva ciudad. Fue el caso de los jóvenes y doncellas caeninenses, crustuminos, antemnates... todos bajados de la montaña para asistir al espectáculo, y acogidos hospitalariamente por los romanos en sus propias casas.

            Hasta que los latinos ofrecen matrimonio a las sabinas que habían hospedado en sus casas, éstas rechazan la idea de mezclar sus sangres y razas, y comienza el verdadero espectáculo. Así, nada más comenzados los juegos, bajo el alcohol y desenfreno... los solteros latinos saltaron todos a una y apresaron a las muchachas sabinas, que no pudieron escapar.

            Los matrimonios mixtos se consuman a la fuerza, el rey de los sabinos es derrotado por los latinos, las mujeres sabinas piden dejar las cosas como están, y ambos pueblos firman un tratado de unificación racial y política bajo un único estado: el estado romano.

d.5) Los etruscos

            Se ubicaban en la norteña, poderosa y enemiga Etruria[47], bajo ciudades-estado gobernadas por propias aristocracias locales, junto a un rey común elegido de forma democrática[48]. Son poderosos en opulencia y extensión comercial, y disponían de una política estratificada en togados praetexta-senadores, silla curules-magistrados y lictores-escoltas particulares.

            No pasaba por sus cabezas la idea o estrategia conquistadora. Eso sí, ofrecían ayuda tecnológica y militar al que se lo pedía, a cambio de dinero y alianzas comerciales. Y si era contra la emergente y peligrosa Roma, mejor.

            Fue el caso de sus ciudades-estado de:

-Ceres, que bajo su rey Mecencio decide vender armamento a los rútulos para su guerra contra los romanos,
-Fidenas, que decide apoyar militarmente a los sabinos en su guerra contra los romanos,
-Fidenas, que decide bloquear todo paso de mercancías y ganado romano por la ribera del Tíber,
-Veyes, que decide hacer incursiones se saqueo y devastación por los campos romanos.

            Tras ello firman con los romanos un pacto por el que:

-los etruscos se comprometían a no levantar armas contra los romanos,
-los romanos se comprometían a no sobrepasar el río Albula-Tíber.

d.6) Los romanos

            Supusieron la mezcla racial de los latinos con los sabinos, a la que luego se unió el resto de razas que se fueron acercando a la recién fundada Roma. Pues desde el principio fue aprobada por los padres de Roma la unión de matrimonios mixtos, con superioridad[49]:

-del hombre sobre la mujer, para poner en acción el ardor de su pasión[50],
-de los latinos-sabinos sobre el resto de pueblos, para seguir añorando el sueño de los padres fundadores
[
51] y concentrar las fuerzas militares[52] y populares[53].

            Fueron destruyendo uno tras uno a todos sus pueblos vecinos[54], obligándolos a participar del organigrama romano[55], y adquiriendo suficiente poder[56] y tierras[57] como para poder firmar un tratado de no agresión con los rivales etruscos.

            Pusieron su fuerza en manos de los jóvenes[58], rechazaron de plano la idea de un rey extranjero[59] y pronto forjaron la idea de convertirse en la capital del mundo[60].

d.7) Lugares fundacionales

            Tuvieron en mente a la transadriática Grecia[61], a lugares como:

-Troya[62], ciudad de Asia Menor masacrada por los griegos, patria del fugitivo Eneas;
-Paflagonia[
63], región de Asia Menor, de donde habían sido expulsados los enetos por una rebelión;
-Macedonia[
64], región norteña, donde fueron a parar todos los exiliados de Troya;
-Arcadia[6
5], región del Peloponeso de donde era Evandro, desterrado de Grecia con toda su familia, poticios-sacerdotes y sibila Carmenta a tierra italiana, entrando allí en relación con las familias pinarias-ilustres que fundaron Roma[66].

            Tuvieron algo que ver con la periférica Italia[67], especialmente con:

-Alpes[68], montañas donde habitaban los euganetos, y de ahí hacia el mar los vénetos;
-Sicilia
[6
9], isla desde donde los troyanos subieron en barcos a explorar el Lazio;
-Etruria
[
70], región transalpina poderosa por su armamento y ciudades-estado dotadas de murallas, aristocracia local y rey electo. Ejercía su monopolio comercial sobre el Tirreno, y en caso de seguridad activaba la liga de pueblos etruscos, cuyos 12 monarcas elegían a un monarca supremo;
-Ceres
[
71], ciudad etrusca opulenta, enemiga de la presencia de colonos griegos en la zona, y mucho más de su alianza con los vecinos latinos;
-Fidenas
[
72], ciudad etrusca fonteriza, que decide bloquear todo paso de mercancías y ganado romano por la ribera del Tíber;
-Veyes
[
73], ciudad etrusca fronteriza, que decide hacer incursiones de saqueo y devastación por los campos romanos, para reacción y destrucción a que le sometió Roma.

            Tuvieron lugar en el laurentino Lazio[74], en el entorno de:

-los bosques[75], lugares inviolables y sagrados, donde nacieron y fueron enterrados varios reyes latinos, y se hicieron cultos a las divinidades;
-los montes Albanos
[7
6], montañas desde las que bajaban pastores con ovejas a las lagunas del Tíber;
-el río Albula-Tíber
[7
7], límite natural entre los etruscos y latinos-sabinos, con charcas adyacentes, a veces desbordado y a veces estancado, donde perecían lobos y gente al intentar cruzarlo y donde eran arrojados los niños no deseados;
-el río Númico-Torto
[7
8], nacido en los Albanos y desembocado en Lavinium, a cuyas orillas fue enterrado Eneas;
-el árbol Ruminal
[7
9], donde encayó la cesta a la deriva por el Tíber, con Rómulo y Remo dentro. Fue donde una loba sedienta los encontró, por influjo de la diosa Rumina;
-la encina sagrada
[
80], lugar del Capitolio donde fue enterrado Rómulo, y se edificó sobre ella el templo de Júpiter;
-el lago Curcio
[
81], límite entre latinos y sabinos, donde tuvo lugar la batalla entre ambos;
-la laguna de la Cabra
[
82], enorme espacio a orilla del Tíber, hoy en el Campo de Marte, donde se concentraba el ejército y revisaban las tropas;
-Lavinium
[
83], ciudad latina en la que se alojarán los colonos griegos, y que floreció rápidamente en riqueza y población. Fue donde se asesinó al rey sabino, en un tumulto de los latinos;
-Alba Longa
[
84], ciudad latina, a forma alargada de loma, al pie de los Albanos. Fue fundada 30 años después de Lavinium, como campamento inexpugnable para los enemigos etruscos. Allí se estableció la monarquía latina, con palacio real y ejército armado de jóvenes latinos;
-Cures
[8
5], capital sabina, que hizo la guerra a Roma y fue derrotada e integrada.

            Fueron poblando los rincones de la neonata Roma[86], en el interior de:

-el monte Aventino[87], colina donde fueron enterrados varios reyes latinos y el sabino Tacio. Fue la favorita de Remo para fundar allí Roma, pero sus seguidores sucumbieron en batalla ante Rómulo y los pobladores del Palatino;
-el monte Capitolio
[8
8], colina donde fue enterrado Rómulo, se fueron acumulando los trofeos obtenidos en batalla, se construyó el templo central de Roma y se puso la ciudadela del poder político;
-el monte Palatino
[8
9], colina dedicada al dios Inuus, donde se celebraban las latinas fiestas Lupercales[90], y donde los colonos griegos enseñaron a los indígenas latinos las competiciones del Pan Lycaeus[91]. Fue el lugar donde se fundó Roma, tras lo cual fue fortificado inmediatamente;
-la Puerta del Palatino
[
92], la que baja hasta el Foro romano, y donde los romanos se concentraban cuando querían venganza o conquistas;
-la llanura-Foro
[
93], llano que hay entre el Palatino y Capitolio, y muy pronto colapsado de gente;
-las murallas
[
94], muy emplazadas, admiradas por los enemigos de Roma, y cuyas puertas eran abiertas para que entrasen los enemigos[95], y después se cerraban para que no escapasen;
-varias edificaciones, de cementerios
[9
6], construcciones en general[97], casas residenciales[98];
-el Campo de Marte
[9
9], obra más inmortal de Roma, llena de todo tipo de asambleas;
-las 10 colonias romanas
[
100], una por cada tribu-pueblo adherido a Roma.

d.8) Religiosidad fundacional

           En cuanto al ritual fundacional de la ciudad de Roma, descrito en el cap. 7 del libro I, introduce Tito Livio la narración legendaria latina, acepta los elementos griegos incorporados[101], rechaza de plano la narración etrusca[102]. Viene a mencionar en grandes líneas:

-deseo latino de tutela divina sobre la ciudad,
-consulta de auspicios, por parte de los fundadores,
-manifestación de los deseos divinos, por parte de los augures-sacerdotes
[
103],
-pelea de los fundadores en base a la decisión de los sacerdotes,
-importancia de la situación, delimitación y dotación de murallas,
-concentración de su destino y mando en manos de un solo hombre.

            En cuanto a las divinidades y cultos presentes en la fundación de Roma, nos encontramos con referencias de pasada, mínimas y escuetas, de los dioses:

-Júpiter[104], dios latino más importante, a forma de Dios Supremo de todo;
-Marte
[10
5], dios latino que, según la leyenda, fecundó a la vestal Rea Silvia para engendrar a Rómulo y Remo;
-Rumina
[10
6], diosa latina que, según la leyenda, protegió a los niños de pecho Rómulo y Remo cuando fueron arrojados al Tíber;
-Vesta
[10
7], diosa latina que, según la leyenda, tenía como encargo mantener encendido el fuego del hogar y la religión;
-Innus
[10
8], dios latino a quien se ofrecía la fiesta de las Lupercales;
-Afrodita
[10
9], diosa griega aceptada por los romanos, que según la leyenda tuvo un romance con el príncipe troyano Anquises en el monte Ida, del que nació Eneas;
-Hércules
[1
10], dios griego aceptado por los romanos, a forma de hijo humano de Zeus[111] que, según la leyenda, tenía que ir cumpliendo trabajos en la tierra para amistar al hombre con Dios;
-Pan Lycaeus
[1
12], dios griego aceptado por los romanos, en cuyo honor se celebraba una especie de competiciones varoniles.

            En cuanto a personas u objetos sagrados en la fundación de Roma, nos encontramos con el sacerdocio latino perfectamente establecido y con una medida de gracia concedida excepcionalmente a la religión griega. Es lo que se ve en los:

-augures[113], sacerdotes latinos encargados de descifrar la voluntad divina sobre el nombre y primeros gobernantes de la ciudad, en base a examinar la mayor o menor presencia divina en los candidatos y nombres de los candidatos;
-vestales
[1
14], sacerdotistas latinas de Vesta, a la que servían con su virginidad mientras estaban en la edad de la fecundidad, y cuya infidelidad acarrearía medidas y castigos drásticos;
-ara máxima
[11
5], o altar que edificaron los colonos arcadios a su dios Hércules, en el que los romanos les permitieron hacer sacrificios y, como única excepción extranjera, poseer propia sibila y poticios-sacerdotes griegos.

            Como se puede desprender del relato lívico, se trata de una religiosidad popular[116], en el momento de la fundación de Roma:

-campesina, práctica y sencilla,
-con carácter socarrón y testarudo,
-interesada en lo suyo, y apasionada por su tierra,
-perseverante y fuerte en la batalla,
-sensible a la convivencia, dada al derecho y las leyes,
-aficionada a las tradiciones y leyendas,
-supersticiosa y muy obediente a la divinidad
.

Madrid, 1 septiembre 2024
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[1] Discípulo del griego ISOCRATES, TIMEO fue el primer griego en abordar, desde su tiránica Siracusa, los orígenes mitológicos de Roma, desde la óptica retórica del también griego FILISCO.

[2] Creador de la épica nacional romana, NEVIO había inventado la fabula praetexta, o drama nacional, sobre Lupus y sobre Alimonium Romuli et Remi.

[3] Poeta trilingüe siciliano, ENNIO había sido llamado por CATON a Roma para componer en 18 libros de hexámetros la historia de Roma, sustituyendo el viejo verso saturnio latino (de los sacerdotes arvales del s. VIII a.C, cuando componían sus versos a Saturno) por el hexámetro dactílico griego (cf. ENNIO, Fragmentos, Madrid 2006).

[4] Censor de la República romana, CATON había defendido las tradiciones latinas en contraposición a las lujosas escrituras griegas, aparte de incitar a la República a la guerra total contra Cartago y de destrozar con su propio ejército las resistencias de la Hispania Citerior y de los seleúcidas de Grecia. Había llevado a muchos a escribir sobre el origen de Roma, y consiguió que la lengua latina se impusiese finalmente sobre la griega.

           En su Orígenes escribe Catón 7 libros sobre 7 ciudades del Lazio, con especial mención a la fundación de Roma; en sus Discursos políticos aporta 150 sentencias morales, y en su Praecepta ad Filium concluye que “a su debido tiempo te explicaré, querido hijo, lo que encontré en Atenas sobre el mundo griego y sus escritos. Son un pueblo rebelde y sin valor. Toma esto como una profecía: cuando los griegos nos cedan sus obras, nuestro mundo se corromperá” (cf. ASTIN, A. E; Cato, the Censor, ed. Clarendon Press, Oxford 1978, pp. 185-186).

[5] Primer gran enciclopedista romano, VARRON llevó la vasta cultura romana a su cénit, influyendo en POMPEYO, JULIO CESAR, CICERON y grandes del siglo de oro romano. Sus 74 obras enciclopédicas abarcaron todos los ámbitos del saber (cf. RUIZA, M; Varrón, ed. SCP, Barcelona 2004).

[6] Como posteriormente se fue descubriendo historicistamente, en base a los movimientos de población griega:

          a) del 1000 al 750 a.C, por parte sobre todo de:

-los etruscos, posiblemente piratas de Anatolia,
-los dorios, heráclidas que retornan desde los Balcanes, con toda una auténtica metalurgia del hierro,
-los jonios, mezcla de razas que se dispersaron desde el Asia Menor.

          b) del 750 al 600 a.C, por parte de 700 ciudades-estado helénicas, que se movieron por todo el Mediterráneo norte, e implantaron en el sur italiano las 9 colonias de:

-Naxos-736 a.C, la primera apoikia occidental,
-Siracusa-734 a.C, la colonia helénica más grande,
-Sibaris-730 a.C, con un santuario que luego aparecería en la cumana Copa de Néstor,
-Pitecusas-730 a.C, donde fue descubierta la Copa de Néstor en alfabeto cumano-campano, uno de los posibles precedentes del latín,
-Megara Hyblaea-728 a.C, en torno al río Anapo,
-Metaponto-720 a.C, con trazado octogonal urbano,
-Tarento-706 a.C, única apoikia fundada por los espartanos,
-Seliunte-654 a.C, llena de templos griegos gigantes,
-Posidonia-600 a.C, muy cercana al Vesubio.

[7] Como se ve en el caso del Altar al Dios desconocido del Monte Palatino, que TITO LIVIO insinúa en su Ab urbe condita I, 32, 5 como el utilizado para el ritual ecuo que debía dar inicio toda guerra emprendida por Roma. En este caso:

-no se trata de que haya leído su inscripción latina en algún lado, que por otro lado fue descubierta en 1820 bajo la leyenda de

SEI*DEO*DEIVAE*SAC ....................................... Ya sea para un dios o diosa sagrado
G*SEXTIVS*C*F*CALVINVS*PR ....................... Cayo Sexto Calvino, hijo de Cayo, pretor
DE*SENATI*SENTENTIA*RESTITVIT ................ por orden del Senado lo restauró.

-sino que se trataba de recordar a los romanos cosas ya olvidadas de antaño, como se ve en el hecho de que la misma República tuvo que instaurar dicho culto “desconocido” para hacer memoria y no perder el pasado.

           (cf. SANDYS, J. E; Epigrafía latina; introducción al estudio de las inscripciones latinas, ed. Universidad de Cambridge, Cambride 1919, p. 85).

[8] Los aportados por:

-TIMEO, que completó la leyenda de Eneas y relacionó a sus dioses Penates, salvados de Troya, con los Penates de la latina Lavinium,
-NEVIO, que en su Bellum Punicum recogía el tema de los amores de Eneas con Dido, como causa del odio entre Roma y Cartago,
-ENNIO, que en su Annales había escrito una historia de Roma en forma hexamétrica,
-CATON, que en su Orígenes había concedido un lugar importante a Eneas,
-VARRON, que en su Antigüedades Romanas había relatado vivazmente los viajes de Eneas.

[9] Cronista al servicio de Augusto, que personificó junto a HORACIO Y OVIDIO la edad de oro romana, según dejaron escrito los mismos SUETONIO y DONATO.

          En efecto, y natural de la andina Mantua, PUBLIO VIRGILIO MARON (70-19 a.C) había recibido enorme formación de parte de:

-ELPIDIO, que le enseñó Retórica en Cremona, cuando tenía sólo 12 años,
-CATULO, que le introdujo en Roma en la jovialidad de los poetae novi,
-SIRON, que le animó en Nápoles a vivir las ascéticas epicúreas.

          Introducido en Roma el año 43 por ASINIO POLION, recibió pronto las tierras que se le habían confiscado en la Galia Cisalpina. A él dedicó sus Bucólicas.

          Hizo amistad también con MECENAS, quien le sugiere componer las Geórgicas y le pone en contacto con Augusto. A partir de aquí se pone al servicio del emperador en orden a la restauración moral y cultural de Roma.

          Su Eneida, comenzada el año 29 a.C, quedaría incompleta a su muerte, el año 19 a.C, cuando volvía de visitar los lugares in situ de la obra, y cuando tuvo que intervenir el propio AUGUSTO para que no se destruyera ni completara.

[10] Al insertar por 1ª vez en la historia los tonos literarios dramáticos y líricos en un mismo poema épico. Y es que si HOMERO había sido el representante del entretener, VIRGILIO buscó la perfección de forma concienzuda y meticulosa.

          En efecto, la Eneida alcanza la perfección estilística y métrica. Sus versos incompletos se deben a que no se acabó, y Augusto quiso que no se añadiese nada. El hexámetro griego fue perfectamente adaptado a la lengua latina, e introdujo neologismos y arcaísmos.

          Se trata de una estructura:

-dual, con dos bloques de 6 libros,
-tripartita, con los libros I-IV sobre Cartago, los libros V-VIII sobre el Lazio, los libros IX-XII sobre el desenlace.

          Su carácter canta al hombre que sufre para obedecer su destino. Pero esto no lleva al personaje a la blandura (como muestra Eneas), sino a más fuerza y pasión (como muestra Dido).

          Se trata, por último, de un poema con una ideología:

-nacionalista, en el que no sólo Roma sino Italia forma parte de los acontecimientos,
-religiosa, pues Eneas es guiado paso a paso por la voluntad de los dioses,
-filosófica, con las ideas neoplatónicas de ultratumba y reencarnación.

[11] Dada su perfección estilística en la técnica de versos, utilizada para explicar el contenido grandioso de Roma, y que fue integrando poéticamente los estilos:

-alejandrino, obtenido del contacto con los poetae novi, y ensayado ya en su Appendix Vergeliana, compuesto en epigramas dísticos elegíacos;
-bucólico-pastoril, inspirado en TEOCRITO DE SICILIA, y ensayado ya en su Bucólicas, compuesto en poesía hexamétrica;
-didáctico, obtenido de MECENAS, y ensayado ya en su Geórgicas, compuesto en hexámetros prácticos y aprendidizos;
-épico, inspirado en LIVIO ANDRONICO y ensayado de forma inaudita en su Eneida, epopeya individual con intención predeterminada y arte sometido a reglas fijas.

[12] Conjunto de 10.000 hexámetros dactílicos, divididos en 12 libros que hablan de:

-libros I-III: salida de Troya; viaje y peripecias de Eneas; tempestad del mar y llegada a Cartago;
-libro IV: amor Eneas-Dido en Cartago; partida de Eneas para cumplir su misión y suicidio de Dido; llegada a Sicilia y recibimiento del rey; salida hacia Italia;
-libros V-VI: llegada al Tíber; encuentro con la sibila de Cumas;
-libros VII-XII: encuentro con el rey Latino, que le da a su hija Lavinia; chispa de la batalla latinos-troyanos por la muerte de un ciervo; incendio de naves troyanas, que se convierten en ninfas del mar; Júpiter como dios principal; duelo Eneas-Turno con intervención de Juno.

[13] cf. TITO LIVIO, Los orígenes de Roma I, 1,1; 1,4; 1,6; 1,8; 1,9; 1,10; 2,1; 2,4; 2,5; 2,6; 3,1; 3,3; 3,4.

[14] cf. TITO LIVIO, op.cit, I, 1,8.

[15] cf. Ibid, I, 1,8. [16] cf. Ibid, I, 1,11; 3,1; 3,2; 3,3; 3,6. [17] cf. Ibid, I, 1,5; 1,6; 1,7; 1,9; 2,1; 2,2; 3,8. [18] cf. Ibid, I, 1,5. [19] cf. Ibid, I, 2,1; 3,1. [20] cf. Ibid, I, 2,1; 2,3.

[21] Ascanio (hijo de Eneas), Silvio, Eneas II, Latino II, Alba, Atis, Capis, Capeto, Tiberino, Agripa, Rómulo I, Aventino y Proca (bisabuelo de los gemelos Rómulo y Remo). En total, 17 reyes que desde el rey Latino reinaron hasta la llegada de Rómulo y Remo, todos ellos por línea hereditaria familiar masculina.

[22] cf. Ibid, I, 3,10. [23] cf. Ibid, I, 3,10; 3,11; 5,3. [24] cf. Ibid, I, 3,10; 5,4; 5,6; 5,7; 6,1; 6,3. [25] cf. Ibid, I, 3,11. [26] cf. Ibid, I, 5,3; 5,6; 5,7; 6,3; 6,4; 7,1; 7,2; 7,3; 7,15; 9,1; 9,6; 9,14; 10,4; 10,6; 11,2; 12,3; 12,7; 12,9; 13,6; 13,8; 14,2; 14,6; 14,9; 15,6; 16,1; 16,3; 16,6; 16,8; 17,10. [27] cf. Ibid, I, 5,3; 5,4; 5,6; 5,7; 6,3; 6,4; 7,1; 7,2.

[28] Pues las sacerdotisas vestales habían hecho voto de virginidad, y si lo violaban podían ser lapidadas (y sus hijos arrojados al Tíber).

[29] cf. Ibid, I, 4,6; 5,5. [30] cf. Ibid, I, 4,7.

[31] El que habían seguido los latinos de Lavinium cuando fundaron, 30 años después de Lavinium, su sucedanea Alba Longa.

[32] Muy poco después de la Olimpiada I de los griegos-776 a.C, de la que los colonos griegos dieron noticia a Roma muy poco después de ser fundada (y la implantaron de forma adaptada en el monte Palatino).

[33] cf. Ibid, I, 2,1; 2,3. [34] cf. Ibid, I, 10,1; 10,2; 11,6; 13,8; 14,1; 17,2. [35] cf. Ibid, I, 2,3; 3,4. [36] cf. Ibid, I, 2,4; 2,6; 3,1; 3,5; 6,3.

[37] Según TITO LIVIO errantes y procedentes del desastre de la Guerra de Troya.

[38] Representados en las figuras de Latino y Eneas.

[39] cf. Ibid, I, 1,1; 1,3; 1,5; 1,8; 1,10; 2,1; 2,2; 2,3; 2,5. [40] cf. Ibid, I, 1,5; 1,7. [41] cf. Ibid, I, 5,1; 5,2. [42] cf. Ibid, I, 7,3.

[43] Los troyanos del Asia Menor primero, y los arcadios del Peloponeso después.

[44] Eneas en el caso de los troyanos, Evandro en el caso de los arcadios.

[45] cf. Ibid, I, 2,1; 2,2; 2,3. [46] cf. Ibid, I, 9,9; 10,1; 10,2; 11,5; 11,8; 12,1; 12,2; 12,4; 12,8; 12,9; 12,10; 13,1; 13,5; 13,6; 17,2. [47] cf. Ibid, I, 2,3; 3,4; 3,5; 8,3; 15,1.

[48] Origen de la democracia en la historia. Pues cada lictor-representante de cada ciudad-estado etrusca emitía un voto, y el candidato con más votos se alzaba con el cetro etrusco.

[49] cf. Ibid, I, 9,10; 9,11; 9,14; 9,16; 10,4; 10,5; 11,1; 12,1; 12,2; 12,3; 12,5; 12,7; 12,9; 12,10; 14,9; 14,11; 15,3; 16,6; 17,10.

[50] A pesar de dotar a la mujer de compartición de bienes, patria e hijos (cf. Ibid, I, 9,14-16).

[51] cf. Ibid, I, 9,15.

[52] En torno a sus 3 primigenias centurias-regimientos de caballeros, compuestas de latinos-sabinos y llamados en adelante quirites por su 1ª batalla conjunta en el lago Curcio (cf. Ibid, I, 13,5; 13,8).

[53] En torno a sus 30 primigenias curias-familias, compuestas de latinos-sabinos y llamadas en adelante por el nombre de la esposa del cabeza de familia (cf. Ibid, 1, 13,6).

[54] Caeninenses, crustuminos, antemnates, laurentes, fidenates, veyos, albanos, arcadios, sículos, vénetos...

[55] Como plebe servil y sin derechos. Con sus propios lictores representantes (1 por cada pueblo vencido, para dirimir entre clases sus rivalidades), pero siempre bajo la tutela de los 100 senadores romanos, y obedientes a las 12 decurias romanas repartidas por el asty-centro y chora-alrededores de la ciudad.

[56] Forjado en un ejército:

-cuya constante movilización cree pánico en los enemigos (cf. Ibid, I, 14,9),
-cuyos campamentos hagan inexpugnable el territorio romano (cf. Ibid, I, 14,9),
-cuya persecución y represalias al enemigo sean contundentes (cf. Ibid, I, 12,9).

[57] Según datos extrapolables de LIVIO, y como ya se verá, de 50 ha. originales, 285 ha. tras las victorias romanas sobre los vecinos, y 426 ha. tras la Liga del Septimontium. Algo comparable tan solo a las enormes Atenas y Tarento (cf. BRAVO, G; Historia de la Roma Antigua, ed. Alianza, Madrid 2008, p. 18).

[58] Descritos por LIVIO como intolerables, enemigos de lo ambiguo, respetuosos de la religión, inclinados a la violencia.

[59] Además de poner la ratificación real (de vía hereditaria familiar) en manos de los 100 senadores romanos (padres de la patria), para evitar concentrar el poder un manos manipulables por la plebe.

[60] Como pone en boca del excurso del senador PROCULO JULIO,  de pasado agricultor y fundador de la gens IULIA, que pide para ello:

-practicar sin cesar el arte de la guerra (cf. Ibid, I, 16,7),
-transmitir a las nuevas generaciones el temor y respeto por las tradiciones antiguas (cf. Ibid, I, 16,6).

[61] cf. Ibid, I, 1,3. [62] cf. Ibid, I, 1,1; 1,2; 1,3; 1,4. [63] cf. Ibid, I, 1,2. [64] cf. Ibid, I, 1,4. [65] cf. Ibid, I, 5,2.

[66] A los que enseñaron los cultos griegos, olimpiadas juveniles y alfabeto griego.

[67] cf. Ibid, I, 2,5; 7,8. [68] cf. Ibid, I, 1,3; 2,5. [69] cf. Ibid, I, 1,4; 1,4. [70] cf. Ibid, I, 2,5; 8,3. [71] cf. Ibid, I, 2,3. [72] cf. Ibid, I, 14,4; 14,6. [73] cf. Ibid, I, 15,2. [74] cf. Ibid, I, 1,4; 3,1. [75] cf. Ibid, I, 3,6; 8,5. [76] cf. Ibid, I, 3,3. [77] cf. Ibid, I, 3,5; 3,8; 4,4; 7,4; 14,5; 15,2. [78] cf. Ibid, I, 2,6. [79] cf. Ibid, I, 4,5. [80] cf. Ibid, I, 10,5. [81] cf. Ibid, I, 13,5. [82] cf. Ibid, I, 16,1. [83] cf. Ibid, I, 1,10; 3,3; 3,4; 6,3; 14,2; 14,3. [84] cf. Ibid, I, 3,3; 3,4; 3,8; 6,3. [85] cf. Ibid, I, 13,5.

[86] Se trató de una ciudad fundada:

-nueva, y desde unos orígenes humildes,
-tras los casos de intrigas y regicidio sucedidos en Alba,
-mucho mayor que las ya pequeñas Alba y Lavinium,
-en aquellos lugares donde Rómulo (Palatino) y Remo (Aventino) habían sido criados,
-en zona de pastores, latinos y albanos,
-con la ambición de reinar ya desde sus inicios,
-desde el punto 0 que fue el monte Palatino, según el rito albano,
-temerosa de la voluntad y tradiciones de la divinidad,
-sobre leyes que procurasen la armonía ante la rudeza o deseo popular,
-bajo el poder de 12 dirigentes, de entre los patres fundadores,
-abierta a asociar en su seno a otros pueblos vecinos,
-con mezcla de sangre y linaje desde sus inicios,
-hospitalaria, y dada a los juegos y a la violencia,
-impulsora de la guerra, para ejercitar a la juventud y seguir abriendo terrenos,
-fundadora de colonias, cuando se excedió en población.

[87] cf. Ibid, I, 3,9; 6,4. [88] cf. Ibid, I, 10,5; 12,1. [89] cf. Ibid, I, 5,1; 6,4; 7,3; 12,1; 12,3; 12,4; 12,8.

[90] Ritual macabro de iniciación, el más antiguo de todo el territorio del Latium y celebrado el 15 febrero. Consistía en que los latinos llegados a la pubertad tenían que convivir desnudos toda una noche, pues al amanecer los lupercos-sacerdotes latinos tenían que seleccionar a los varones más cualificados, y consagrarlos al sacerdocio de Inuus (ungiendo su cuerpo con la sangre de las vísceras de lobos).

[91] Competición celebrada en mayo en honor de Pan, dios de los pastores. Consistía en un conjunto de juegos deportivos y posterior procesión de antorchas en honor a la divinidad.

[92] cf. Ibid, I, 12,8. [93] cf. Ibid, I, 12,1; 12,8; 12,10. [94] cf. Ibid, I, 9,9; 11,6; 15,3, 15,4.

[95] Salvo algún caso aislado en que fuese abierta por algún traidor romano y de forma contraria a la voluntad del monarca (como fue el caso de la vestal TARPEYA, hija del centinela ESPUREO que abrió la puerta a los soldados sabinos, bajo soborno enemigo y sin permiso alguno) (cf. Ibid, I, 11, 6).

[96] cf. Ibid, I, 3,9. [97] cf. Ibid, I, 8,4. [98] cf. Ibid, I, 9,9. [99] cf. Ibid, I, 16,1. [100] cf. Ibid, I, 17,5.

[101] Traidos e incorporados a la cultura autóctona latina por parte de los colonos arcadios, y que se resumen en uno de los trabajos de Hércules, consistente en traer desde Tartessos los bueyes de Gerión hasta la Hélade helénica:

-pasando para ello por el Lazio,
-bañando a sus bueyes en el Tíber,
-no permitiendo que el pastor indígena Caco los robase,
-levantando un altar en la zona y ofreciendo por sus pobladores un buey en sacrificio (único sacrificio extranjero permitido en la zona).

[102] Pues, para TITO LIVIO:

-Roma viene del nombre latino Rómulo,
-Roma no viene del etrusco Ruma (que en propia lengua etrusca viene a significar pezón-pecho, como mucho aludible a un posible arte mágico de su diosa Rumina, a la hora de dar teta-pecho a los indefensos Rómulo y Remo, en el árbol Ruminal).

          Pues, al fin y al cabo, el tal árbol Ruminal estaba en la ladera oriental (latina) del Tíber, donde únicamente podían bajar los lobos del monte Capitolio (y no los lobos del occidental monte Vaticano, de lado etrusco pero donde no habían lobos, vestales ni tradición de arrojar al Tíber a los hijos bastardos no deseados).

          De recordar es que el ritual etrusco de fundación de ciudades consistía en:

-leer las entrañas de los animales, por parte de sus arúspices-sacerdotes,
-enganchar una vaca y un toro blanco a un carro,
-señalar con ellos y desde un epicentro un surco, que sería el lugar de los cimientos de la nueva ciudad.

[103] A partir de la comparación que hicieron de la rapidez de vuelo (y nunca del etrusco análisis de sus entrañas ni hígados) de dos grupos de 6 buitres, y presencia de otros buitres en socorro de cada uno de los grupos.

[104] cf. Ibid, I, 2,6; 7,10; 10,5; 10,6; 12,4; 12,6; 12,7; 17,3; 17,5. [105] cf. Ibid, I, 4,2. [106] cf. Ibid, I, 4,5. [107] cf. Ibid, I, 3,11. [108] cf. Ibid, I, 5,2. [109] cf. Ibid, I, 1,8. [110] cf. Ibid, I, 7,3; 7,6; 7,7; 7,10; 7,11; 7,12.

[111] Pues fue hijo de Zeus (dios) y Alcmena (princesa humana de Micenas).

[112] cf. Ibid, I, 5,2. [113] cf. Ibid, I, 6,4; 7,1. [114] cf. Ibid, I, 3,11; 4,2. [115] cf. Ibid, I, 7,10.

[116] Muy distinta a la fisonomía del pueblo etrusco, descrita en todos sus tratados trilingües comerciales como un pueblo perfectamente estructurado, maduro y floreciente.