FILOSOFÍA CRISTIANA

 

Elaborada por los padres de la Iglesia,

tanto los orientales como los occidentales

 


Monasterios de Capadocia, fuente de inspiración de la Iglesia patrística

Madrid, 1 enero 2019
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

            La Iglesia ofreció desde sus inicios un espíritu abierto hacia los no cristianos, intentando dar respuestas a todas sus objeciones e interrogantes. De igual manera, se dirigió a los emperadores y senadores, al pueblo llano y erudito, poniendo por escrito sus conclusiones para que no hubiese ninguna duda de su posición, tanto para unos como para otros.

            Todos esos escritos y sus reflexiones compusieron la llamada tradición de la Iglesia, o el mundo pagano llamó filosofía cristiana. Y siguen sirviendo para unos y para otros, se llame filosofía o tradición. Pues en todos los casos parten del deseo de que todo el mundo contemple la salvación de Dios. Y género humano somos unos y otros, sin distinción.

a) Filosofía cristiana del s. I

            Roma fue la heredera cultural de Grecia. Pero si los mismos griegos no supieron continuar con el saber enciclopédico de sus maestros, menos podía esperarse de los romanos. Además, Roma era un pueblo guerrero, político y práctico, y no especulativo como Grecia.

            Todo empezó con el Principado de los Julio-Claudios (27 a.C-68 d.C), que hasta el año 98 hizo prescindir a Roma de toda cuestión especulativa, conservó tan sólo las artes liberales, y dotó a la Retórica y Gramática de un sentido jurista[1], así como a la Arquitectura y las Artes de un sentido militar y civil[2].

            En el campo de la filosofía, Roma copiaba como mucho las obras de los griegos, oscilando entre el estoicismo y epicureísmo, y arraigando la óptica neo-platónica[3] de Plotino[4]. En educación utilizó la literatura, con analogías romanas sobre las obras de la Antigüedad, y algunas crónicas de moralización imperial.

            En el campo de la política, el emperador Augusto se había atribuido los títulos de augustus (lit. “consagrado por los augurios”), dueño del cosmos (dado por unanimidad del Senado), princeps (lit. “primero de los ciudadanos”) y pontifects maximus (pontífice religioso máximo). Su apo-theosis (o conversión en dios) había quedado plasmada en la ceremonia funeraria imperial, con la quema del emperador en una hoguera y el vuelo de un águila (símbolo del poder real) a su muerte, para reconocer sus méritos y la sumisión senatorial.

            En el campo de la religión, la deificación (conversión en dios) del emperador no impedía al pueblo sus cultos orientales, ancestrales o indígenas, pero siempre por debajo del emperador, verdadero dios al que se debía culto imperial, en todos los lugares y momentos de la vida imperial. Así, nada religioso podía estar fuera del control e ideología imperial.

a.1) Surgimiento del Cristianismo

            Fue el origen de la definitiva y actual Iglesia. No obstante, nació en Israel, fue fruto de la mentalidad judía del AT, interactuó con el mundo romano, y a todos introdujo como doctrina:

-la encarnación de Dios en un hombre, Jesucristo,
-la necesidad salvífica universal, en Jesucristo,
-la difusión, en la cultura e historia del mundo, de Jesucristo resucitado.

            Para el judaísmo, esta “herejía” y “cisma” judío fue total[5], y para Roma un desafío intolerable[6]. Pues en ambos casos, no se trataba de una religión de un pueblo que se imponía sobre otros pueblos, sino de una religión universal en torno a una persona concreta:

Mientras predicaban los apóstoles, se les presentaron los sacerdotes judíos junto a los saduceos y el comisario del templo, irritados porque instruían al pueblo anunciando la resurrección de los muertos por medio de Jesús. Entonces les echaron mano y los metieron en la prisión hasta el día siguiente” (Hechos, 4).

            Pero no sólo la doctrina cristiana fue una osadía que ponía en entredicho la religión judía. La misma estructura eclesial supuso también una auténtica variante en el seno imperial. Jerarquía vertical, lugares de enseñanza, reuniones secretas, servicio de comida a los pobres, economía en común, enterramientos mega-familiares, fluidez comunicativa… llegaron a crear un eficaz sistema de organización, familiar para la gente popular y difícil de ser derribada por las autoridades:

La comunidad de creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, y sí que lo tenían todo en común. Entre ellos no había indigentes, y los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo depositaban a los pies de los apóstoles. Y a cada uno se le repartía según su necesidad” (Hechos, 4).

            Los apóstoles utilizaron las formas literarias de las epístolas, los hechos y el apocalipsis, y el propio San Pablo recurrió en su Sermón del Areópago a la mejor de las tradiciones filosóficas griegas:

Puesto en pie en medio del Areópago, Pablo habló así: Atenienses, observo que sois en extremo religiosos. Pues paseando y viendo vuestros lugares de culto, sorprendí un ara con la inscripción al Dios desconocido. Pues bien, a ese que veneráis sin conocerlo yo os lo anuncio. Es el Dios que hizo el cielo y la tierra y cuanto contienen, que no habita en templos construidos por hombres ni pide que le sirvan manos humanas. Pues Él da la vida y aliento a todo” (Hechos, 17).

Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus en la dispersión. Hermanos míos, queridos que ya estáis instruidos, que vuestra fe en nuestro glorioso Jesucristo no vaya unida a favoritismos. Hermanos, tened paciencia hasta el final” (Carta de Santiago, 1).

Revelación que Dios confió a Jesucristo para que mostrase a los hombres lo que está por suceder, y Él la manifestó a su siervo Juan. Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía, y observen lo escrito en ella. Pues su plazo está próximo” (Apocalipsis, 1).

a.2) Espíritu martirial: Ignacio de Antioquía

            Consistió en el punto de inflexión clave en el nacimiento del Cristianismo, en el alma que llevó a la Iglesia a crecer en la adversidad, en la auténtica filosofía que movió la mente de los cristianos, en el verdadero elemento de unión de todas las estructuras cristianas en medio del Imperio.

            En efecto, Ignacio de Antioquía (35-98) fue obispo de Antioquía de Siria, condenado a las fieras en su ancianidad bajo Trajano, y escritor durante su viaje de cautiverio hacia Roma de una serie de cartas (7 en total), en las que el deseo de “alcanzar a Cristo, aunque sea bajo el pasto de las fieras” es expresado con un vigor inigualable. Pues esa debía ser, a su juicio, la receta y alma de la Cristiandad frente a los peligros doctrinales[7] o al paganismo romano:

Haceos los sordos cuando se os hable prescindiendo de Jesucristo perseguido, crucificado y muerto, a la vista de los moradores del cielo, de la tierra y del infierno. Del que también resucitó verdaderamente de los muertos, al haber sido alzado por el Padre. Igual que, de modo semejante, seremos alzados los que creemos en Él” (Carta a Tralianos, 9).

            Se puede decir que, de fondo inspirador, Ignacio espoleó a la comunidad cristiana universal, e introdujo en su seno elementos revulsivos, de cara a los que habían declarado al Cristianismo su enemistad. Fueron algunos de estos elementos:

            -la fidelidad:

Dejadme ser pasto de las fieras, por medio de las cuales pueda yo alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios que ha de ser molido por las fieras, para ser presentado como pan limpio de Cristo. Vengan sobre mí el fuego, trituraciones, torturas, sólo con que pueda alcanzar a Cristo” (Carta a Efesios, 5-6).

            -la eucaristía:

Poned empeño en reuniros más frecuentemente para celebrar la eucaristía, con la que queda destruido el poder de Satanás, y la fe se vuelve concordia entre vosotros. Pues uno solo es el cáliz que nos une, y uno solo nuestro altar” (Carta a Filadelfios, 4).

            -la autoridad arzobispal:

Que nadie sin el obispo haga nada de lo que atañe a la Iglesia. Dondequiera que vaya el obispo, allí está Cristo, allí está la Iglesia universal, y acuda allí el pueblo. El que honra al obispo, es honrado por Dios” (Carta a Esmirniotas, 8).

            -la unidad doctrinal:

Os exhorto a que uséis sólo del alimento cristiano, y os abstengáis de toda hierba ajena, que es la herejía. Los herejes entretejen su propia condenación con sus propias especulaciones sobre Jesucristo” (Carta a Tralianos, 6).

b) Filosofía cristiana del s. II

            Vivió la sustitución del Principado de Augusto por el más duro Imperium de los Ulpio-Aelios (98-192) y Severos (192-211), sumiendo a Roma en la más sangrienta de las persecuciones contra el Cristianismo. Y es que la Iglesia denunciaba in praxis todo aquello que estas dinastías militares defendían. Y esto era un ataque en toda regla contra el Imperio, que trataba de dotar de mayor vigor pagano a sus jóvenes, así como sostener la virtus fundacional romana, entrada ahora en cierta decadencia.

            A nivel moral, el paganismo imperial fue derivando en forma de impiedad popular, y ésta empezó a extenderse desde las clases senatoriales[8] a las clases rurales[9].

            A nivel militar, a la confusión de paganismo con impiedad siguió la infidelidad romana a los deberes cívicos, y a no querer morir por la patria. Lo que significaba empezar a debilitar al alma que ponía en pie de guerra a Roma[10]: la virtus fundacional romana.

            A nivel familiar, el debilitado Imperio tuvo que ver cómo el Cristianismo le contradecía públicamente sus principios, no parando de propagar que:

-el esclavo[11] ya no era “una cosa que habla” según Roma, sino “mi hermano”,
-el niño de 1-3 días de vida
[12] no podía ser eliminado libremente, sino que el infanticidio tenía que estar mal visto y no tolerado,
-el hombre ya no podía repudiar
[13] libremente a su mujer e irse con otra, sino ser ambos una sola carne hasta la muerte.

            Por eso, el desenlace fue fatal. La persecución anti-cristiana del Imperio, coordinada a la perfección desde el Oriente al Occidente, fue brutal. 75.000 cristianos fueron asesinados, y más de 250.000 convertidos en parásitos sociales y traidores de la patria, expulsados de sus trabajos, despojados de sus casas y ridiculizados en el circo.

b.1) Espíritu social: Clemente de Roma

            Fue insertado en la Iglesia por parte del papa Clemente I (55-101), último de los padres apostólicos por haber conocido personalmente a los apóstoles, así como colaborado con el mismo San Pablo. Su Epístola a los Corintios fue la 1ª obra de la literatura cristiana, leída y traducida sucesivamente en copto y siríaco para toda la Cristiandad.

            Partió Clemente Romano del orden cósmico para explicar el principio último del Creador, recurriendo para ello a las Fabulas de Menenio Agripa y Fenicias de Eurípides, con cierto trasfondo de cosmología estoica y con la finalidad de pacificar la cooperación entre los hombres, aparte de forjar un modelo filosófico que sirviera para la vida:

"Una meta nos fue señalada desde el principio por el Padre y Creador de todo el universo, la de adherirnos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz. Contemplémosle con nuestra mente y miremos con los ojos del alma su magnánimo designio, considerando cuán benévolo se muestra para con toda su creación. Los cielos, movidos bajo su control, le están sometidos en paz. El día y la noche van siguiendo el curso que él les ha señalado sin que mutuamente se interfieran. El sol, la luna y los coros de los astros giran según el orden que él les ha establecido, en armonía y sin transgresión de ninguna clase, por las órbitas que les han sido impuestas. La tierra germina según la voluntad de él a sus debidos tiempos y produce abundantísimo sustento a los hombres y a todos los animales que viven sobre ella, sin que jamás se rebele ni cambie nada de lo que él ha establecido. Los abismos insondables y los inasequibles lugares inferiores de la tierra se mantienen dentro de las mismas ordenaciones. El lecho del inmenso mar, constituido por obra suya para contener las aguas no traspasa las compuertas establecidas, sino que se mantiene tal como él le ordenó. El océano al que no pueden llegar los hombres, y los mundos que hay más allá de él, están regidos por las mismas disposiciones del Señor. Las estaciones, la primavera, el verano, el otoño y el invierno se suceden pacíficamente unas a otras. Los escuadrones de los vientos cumplen sin fallar, a sus tiempos debidos, su servicio. Las fuentes perennes, creadas para nuestro goce y salud, ofrecen sin interrupción sus pechos para la vida de los hombres. Y hasta los más pequeños de los animales forman sus sociedades en concordia y paz. Todas estas cosas, el artífice y Señor de todo ordenó que se mantuvieran en paz y concordia, derramando sus beneficios sobre el universo" (Carta a Corintios, 20).

            Continuó con la imagen del Cuerpo de Cristo para explicar el organigrama de la sociedad cristiana, mediante la unidad de sus miembros, un determinado orden y un espíritu enteramente propio:

Jesucristo es nuestro Dueño, y ha dotado a la Iglesia de una potestad real, un poder magnífico e inefable. Y esto lo ha hecho para que reconociendo este poder y gloria recibida, le seamos sumisos y no nos opongamos en nada a su voluntad. Danos, Señor, paz, concordia y estabilidad, para que ejerzamos sin quebranto la hegemonía que nos has dado” (Carta a Corintios, 61).

"Así pues, hermanos, marchemos como soldados, con toda constancia en sus inmaculados mandatos. Reflexionemos sobre los que militan bajo nuestros jefes: ¡qué disciplinada, qué dócil, qué obedientemente cumplen las órdenes! No todos son prefectos ni tribunos, ni centuriones, ni comandantes al mando de cincuenta hombres, y así sucesivamente, sino que cada uno en su propio orden cumple lo ordenado por el rey y los jefes. Sin los pequeños, los grandes no pueden existir, ni los pequeños sin los grandes. En todo hay una cierta composición, y en ello está la utilidad. Tomemos nuestro cuerpo: la cabeza es nada sin los pies y, de igual manera, los pies sin la cabeza. Los miembros pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a todo el cuerpo. Todos colaboran y necesitan de una sola sumisión para conservar todo el cuerpo" (Carta a Corintios, 37).

"Por tanto, consérvese nuestro cuerpo en Cristo Jesús, y sométase cada uno a su prójimo tal como fue establecido por su gracia. El fuerte cuide del débil, y el débil respete al fuerte; el rico provea al pobre, y el pobre dé gracias a Dios por haber dispuesto que alguien se encargue de suplir su necesidad. El sabio muestre su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras. El humilde no se alabe a sí mismo, por el contrario, deje a los demás la alabanza. El casto según la carne no se jacte, sabiendo que es otro el que le otorga la fuerza. Por tanto, hermanos, consideremos de qué materia fuimos hechos, cuáles y quiénes entramos en el mundo, de qué sepulcro y tinieblas nos sacó el que nos ha plasmado y creado para introducirnos en su mundo, preparándonos sus beneficios de antemano, antes de que nosotros naciéramos" (Carta a Corintios, 42).

            Trató de ejemplificar la autoridad episcopal mediante la elocuencia política y la idea de reconciliar la lucha de facciones. Para ello, puso ejemplos bien seleccionados y mostró los ejemplos de la desobediencia:

Aquella facción vuestra fue un pecado. Porque no os inclinabais a los apóstoles atestiguados, ni a los hombres aprobados por ellos. Pensad ahora quienes son los que os han desviado y han hecho disminuir el prestigio de vuestra celebrada fraternidad. Queridos, es en extremo vergonzoso e indigno de vuestra conducta cristiana que se diga que la firmísima y antigua iglesia de Corinto, por un par de fantoches, se ha sublevado contra los presbíteros. Tal noticia no sólo ha llegado a nosotros, sino también a quienes disienten de nosotros, de manera que por vuestra insensatez, se blasfema el nombre del Señor y os ponéis a vosotros mismos en peligro” (Carta a Corintios, 47).

            Insistió en la necesidad de una disciplina eclesial que defendiera la total supremacía de la Iglesia de Roma, y limitara el poder de las Iglesias locales. Además, una disciplina que debía ir encaminada a la creación de un estado eclesial bien organizado, desde la experiencia política y ética social. Todo ello, añadimos nosotros, con cierto trasfondo de estoicismo:

Dejemos, pues, las preocupaciones inútiles y vanas, y volvamos a la elogiada y venerable regla de nuestra tradición. Pues los apóstoles nos evangelizaron de parte del Señor Jesucristo, predicando por comarcas y ciudades y estableciendo sus primicias de episcopos y diaconos, tras probarlos espiritualmente. A ellos les encomendaron la norma” (Carta a Corintios, 7).

            Introducía así el papa Clemente la paideia (civismo griego) en la unidad de la Iglesia, bajo las ideas de synkrasis y sympnoia, y a través del filtro de la filosofía neoplatónica. Una enseñanza cívica que daba profundidad y protección intelectual a la vida cristiana, como algo querido por Dios para enseñar a los hermanos:

"Amados, asumamos la corrección por la que nadie debe irritarse. La advertencia que mutuamente nos hagamos es muy buena y muy beneficiosa, pues nos une a la Voluntad de Dios. Comparaos con un árbol, por ejemplo, la vid. Primero caen sus hojas, luego brota un tallo, luego nace la hoja, luego la flor, después un fruto agraz, y finalmente madura la uva. Considerad cómo en un breve período de tiempo llega a madurez el fruto de ese árbol. A la verdad, pronto y de manera inesperada se cumplirá también su designio" (Carta a Corintios, 23).

b.2) Espíritu apologeta: Justino de Nablús

            Fue insertado en la Iglesia por parte de Justino (101-168), principal defensor del cristianismo frente a su injusta persecución. Y lo hizo ante una mayoría de población que todavía era pagana, y que veía como a los cristianos se les acusaba oficialmente de:

-canibalismo, por ingerir el cuerpo y sangre de Cristo,
-ateismo, por negar los honores divinos al emperador.

            Y logró su propósito, en una Apología al Senado Romano y un Diálogo con Trifón en que tuvo que penetrar de cultura griega toda la tradición de la Iglesia, y adoptar la filosofía griega como parte de la vida y doctrina eclesial.

            En efecto, Justino no arrojó de sí la filosofía griega, incluso tras haberse convertido al cristianismo. Sino que la interpretó cristianamente, empleando para ello los propios recursos griegos. Entabló así las bases intelectuales de la Iglesia, empleando la dialéctica de discursos:

Una mañana que paseaba bajo los porches del gimnasio, se cruzó conmigo cierto sujeto:

—¡Salud, filósofo!, me dijo.
Y a la vez que saludaba, se dio la vuelta y se puso a pasear a mi lado, y con él también sus amigos.

Yo le devolví el saludo:

—¿Qué ocurre?
—Me enseñó en Argos un tal Corinto el Socrático que no se debe descuidar a los que visten hábito como el tuyo, sino, ante todo, mostrarles estima y buscar conversación con el fin de sacar algún provecho, pues, aun en el caso de que saliese beneficiado sólo uno de los dos, ya sería un bien para ambos. Por eso, siempre que veo a alguien con este hábito, me acerco a él con gusto. También los que me acompañan esperan oír de ti algo de provecho.
—¿Y quién eres tú, oh el mejor de los mortales?, le repliqué, bromeando un poco.

Entonces me indicó, sencillamente, su nombre y su raza:

—Mi nombre es Trifón, y soy hebreo de la circuncisión que, huyendo de la guerra recientemente finalizada, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto.
—¿Y cómo puedes sacar más provecho de la filosofía que de tu propio legislador y de los profetas?, le respondí.
—¿No tratan de Dios los filósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas sobre su unicidad y providencia? ¿Y no es objeto de la filosofía investigar acerca de Dios?, me replicó.
—Ciertamente
-le dije-, y ésa es también mi opinión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquiera el problema de si hay un solo Dios o muchos, ni si tiene o no providencia de cada uno de nosotros, pues opinan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra felicidad.

Entonces él, sonriendo, dijo cortésmente:

—Y tú ¿qué opinas de esto, qué piensas de Dios y cuál es tu filosofía?
—Te diré lo que me parece claro, respondí. La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes y el más precioso ante Dios, a quien nos conduce y recomienda 1. Y santos, en verdad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia. Sin embargo, qué es en realidad y por qué fue enviada a los hombres, es algo que escapa a la mayoría de la gente; pues siendo una ciencia única, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos
(Diálogo con Trifón, 1-4).

            Al llegar a este punto, Justino explica a sus interlocutores cómo fue pasando por diversas escuelas filosóficas en búsqueda de la sabiduría, pero ninguna le satisfizo:

Con esta disposición de ánimo, determiné un día refugiarme en la soledad y evitar todo contacto con los hombres. Me dirigí a cierto paraje, no lejos del mar. Cerca ya del lugar, me seguía a poca distancia un anciano de aspecto venerable. Me di la vuelta y clavé los ojos en él.

—¿Es que me conoces?, me preguntó Trifón.

Contesté que no.

—Entonces, ¿por qué me miras de esa manera?, insistió el corintio.
—Estoy maravillado
-dije- de que hayas venido a parar a este mismo lugar, donde no esperaba encontrar a hombre alguno.
—Ando preocupado
-repuso él- por unos parientes míos que están de viaje. He venido a mirar si aparecen por alguna parte. Y a ti, ¿qué te trae por acá?
—Me gusta
-le dije- pasar así el rato: puedo conversar conmigo mismo sin estorbo. Para quien ama la meditación no hay parajes tan propios como éstos.
—Luego, ¿eres amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien un hombre práctico y no sofista?
—¿Y qué mayor bien hay
-le repliqué- que demostrar cómo la idea lo dirige todo y, concebida en nosotros y dejándonos conducir por ella, contemplar el extravío de los demás y que en nada de sus ocupaciones hay algo sano y grato a Dios? Sin la filosofía y la recta razón no es posible que haya prudencia (Diálogo con Trifón, 5-6).

            El relato continúa con las más variadas preguntas del anciano acerca de la inmortalidad del alma, sus capacidades, la relación de las criaturas con Dios... Justino intenta responder, pero llega un momento en el que comprende que los filósofos no son capaces con la sola razón de responder a los interrogantes que se plantean los hombres:

—Entonces -volví a replicar-, ¿a quién vamos a tomar por maestro o de donde podemos sacar provecho, si ni en éstos, como en Platón o en Pitágoras, se halla la verdad?
—Existieron hace mucho tiempo
-me contestó el viejo- unos hombres más antiguos que todos éstos tenidos por filósofos; hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que hablaron por inspiración divina; y divinamente inspirados predijeron el porvenir, lo que justamente se está cumpliendo ahora: son los llamados profetas. No compusieron jamás sus discursos con demostración, ya que fueron testigos fidedignos de la verdad por encima de toda demostración. Por lo demás, los sucesos pasados y actuales nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los milagros que hacían es justo creerles, pues por ellos glorificaban a Dios Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo Hijo suyo, que de Él procede. En cambio, los falsos profetas, llenos del espíritu embustero e impuro, no hicieron ni hacen caso, sino que se atreven a realizar ciertos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y a los demonios.

Esto dijo y muchas otras cosas que no tengo por qué referir ahora. Se marchó y después de exhortarme a seguir sus consejos, no le volví a ver jamás. Sin embargo, inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo y, reflexionando sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa (Diálogo con Trifón, 7-8).

c) Filosofía cristiana del s. III

            Vivió casi un siglo de relativa tranquilidad imperial, desde el último de los Severos (año 235) hasta la llegada de la Tetrarquía[14] de Diocleciano el año 284. Esto sirvió para que la Iglesia se centrase en transmitir los escritos del NT, y dotarlos de explicaciones y profundidad cultural. Momento que también fue aprovechado por la Iglesia para intentar transmitir el testigo cultural de la 1ª generación cristiana (judíos del s. I) a la perdida 2ª generación (judíos helenizados del s. II) e incipiente 3ª generación (helenos conversos del s. III).

            El encuentro entre cristianos y paganos helenos había sido rápido desde los inicios, desde que el mismo San Pablo lo impulsase en el Areópago, y con constante búsqueda de lazos en la cultura filosófica griega. Ahora, reviviendo aquellos inicios evangelizadores, los nuevos cristianos del s. III aplicaron al evangelio la lógica griega, incorporando algunos argumentos estoicos.

            Todos los escritos cristianos de esta época buscaron las semejanzas entre sí (como la lengua y escritura griegas), y se llegó a formular un catecismo común para unir a judíos, helenizados y paganos.

c.1) Espíritu especulativo: Clemente de Alejandría

            Fue insertado en la Iglesia por parte de Clemente de Alejandría (150-217), que supo introducir a la revelación divina de la Biblia el concepto de especulación, sin miedo a tratar la religión como una filosofía positiva más. De hecho, en sus Protéptico, Pedagogo, Stromata e Hipotiposis aportó siempre argumentos griegos, así como textos de Filón, los estoicos y sus colegas platónicos.

            En efecto, Clemente Alejandrino desarrolló toda una doctrina cristiana con el método filosófico, penetrando las enseñanzas de Cristo y transformando la teología a la manera griega:

Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria a los griegos para la justicia: ahora, en cambio, es útil para conducir las almas al culto de Dios, pues constituye como una propedéutica para aquellos que alcanzan la fe a través de la demostración. Porque tu pie no tropezará, como dice la Escritura, si atribuyes a la Providencia todas las cosas buenas, ya sean de los griegos o nuestras. Porque Dios es la causa de todas las cosas buenas: de unas lo es de una manera directa, como del Antiguo y del Nuevo Testamento; de otras indirectamente, como de la filosofía. Y aun es posible que la filosofía fuera dada directamente (por Dios) a los griegos antes de que el Señor los llamase: porque era un pedagogo para conducir a los griegos a Cristo, como la ley lo fue para los hebreos. La filosofía es una preparación que pone en camino al hombre que ha de recibir la perfección por medio de Cristo (Stromata, 1).

            Profundizó igualmente en el estudio del mundo profano mediante el recurso alegórico, encontrando sentidos secretos y sacando verdades éticas respecto al paganismo:

Los que se apoyan en razones profanas y parten de otros principios, no haciendo un buen uso, sino un uso equivocado de la palabra de Dios, ni ellos mismos entran en el reino de los cielos, ni dejan alcanzar la verdad a aquellos a quienes engañan. Porque ellos mismos no tienen la llave de entrada, sino que tienen una llave engañosa o, como suele decirse, una falsa llave, con la cual no abren la puerta principal -que es por donde entramos nosotros mediante la tradición del Señor- sino que abren un portillo y minan subrepticiamente el muro de la Iglesia. saltando la valla de la verdad y constituyéndose así en guías espirituales del alma de los impíos (Stromata, 7).

            Para ello, partió de los grandes sistemas históricos, recurriendo para explicarlos a los conceptos helénicos y a la literatura monográfica:

"Si decimos, como se admite universalmente, que todas las cosas necesarias y útiles para la vida nos vienen de Dios, no andaremos equivocados. En cuanto a la filosofía, ha sido dada a los griegos como su propio testamento, constituyendo un fundamento para la filosofía cristiana, aunque los que la practican de entre los griegos se hagan voluntariamente sordos a la verdad, ya porque menosprecian su expresión bárbara, ya también porque son conscientes del peligro de muerte con que las leyes civiles amenazan a los fieles" (Stromata, 6).

"Tanto en la filosofía bárbara como en la griega, ha sido sembrada la cizaña por aquellos cuyo oficio es sembrar cizaña. Por esto nacieron entre nosotros las herejías juntamente con el auténtico trigo, y entre ellos, los que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro, y todo cuanto se ha mezclado en la filosofía griega contrario a la recta razón, son fruto bastardo de la parcela que Dios había dado a los griegos. Está claro que estas desviaciones nacieron más tarde y son innovaciones y desfiguraciones de la antiguo y verdaderísimo conocimiento, así como las que surgieron en tiempos todavía posteriores a ellas" (Stromata, 17).

            Tras lo cual, hizo especial hincapié en la gnosis, frente al maniqueísmo y mitraísmo, distinguiendo entre saber esotérico y exotérico y ofreciendo el único misterio verdadero del mundo:

"La gnosis es, por así decirlo, un perfeccionamiento del hombre en cuanto hombre, que se realiza plenamente por medio del conocimiento de las cosas divinas, confiriendo en las acciones, en la vida y en el pensar una armonía y coherencia consigo misma y con el Logos divino. Por la gnosis se perfecciona la fe, de suerte que únicamente por ella alcanza el fiel su perfección. Porque la fe es un bien interior, que no investiga acerca de Dios, sino que confiesa su existencia y se adhiere a su realidad. Por esto es necesario que uno, remontándose a partir de esta fe y creciendo en ella por la gracia de Dios, se procure el conocimiento que le sea posible acerca de él. Sin embargo, afirmamos que la gnosis difiere de la sabiduría que se adquiere por la enseñanza: porque, en cuanto algo es gnosis será también ciertamente sabiduría, pero en cuanto algo es sabiduría no por ello será necesariamente gnosis. Porque el nombre de sabiduría se aplica sólo a la que se relaciona con el Verbo explícito (logos prophorikós). Con todo, el no dudar acerca de Dios, sino creer, es el fundamento de la gnosis" (Protéptico, 16).

            Se encomendaba así Cemente al logos proteptico, como camino de búsqueda de la verdad, como reconocimiento del fin de la vida humana y como necesidad para adquirir el verdadero bien. Para ello, adoptó un lenguaje pretencioso y elaborado, con carácter declamatorio, no desdeñando el estilo retórico del momento, argumentando y no sermoneando, acercándose con frecuencia a la poesía y con un ritmo no siempre agradable:

Sobre mí se lanza la avalancha de filósofos, como fantasma acompañado de huéspedes divinos con sombras extrañas, contando sus mitos como cuentos de vieja escuela. ¿Por qué llenáis la vida de vanas imágenes, pretendiendo que son dioses el viento y el aire y el fuego y la tierra y las piedras, la madera y el hierro, llamando dioses al mismo mundo, las estrellas, los astros errantes? En realidad vosotros sois hombres errantes, con astrología de charlatanes, que no es astronomía sino palabrería sobre las estrellas. Yo busco al Señor de los vientos, al dueño del fuego, al creador del mundo, al que da su luz al sol: busco a Dios, no las obras de Dios.

¿Qué ayuda me das tú, filósofo, para esta búsqueda? Porque no he llegado a descartarte absolutamente. ¿Me das a Platón? Bien. Dime, Platón, ¿cómo hallaremos la huella de Dios? «Es trabajoso encontrar al padre y hacedor de este universo; y aunque uno lo encontrara, no podría manifestarlo a todos», me dice Platón. Y esto, ¿por qué? «Porque es absolutamente inefable», me responde el Platónico. Platón, has llegado ciertamente a tocar la verdad, pero no cejes en el empeño. Emprende conmigo la búsqueda del bien. Todos los hombres están empapados de ciertas gotas de origen divino. Por esto, aun sin quererlo, confiesan que Dios es uno.

Dice Eurípides: «¿cómo hay que imaginarse a Dios? Pues él es el que, sin ser visto, lo ve todo». Y continúa Menandro diciendo: «oh Sol, hemos de adorarte como el primero de los dioses, pues por ti los otros dioses pueden ver». Pero yo te digo, Menandro, que no es el sol el que nos mostrará jamás al Dios verdadero, sino el Logos, saludable sol del alma, que al surgir interiormente en la profundidad de nuestra mente es el único capaz de iluminar el ojo del alma.

Platón se refiere a Dios con palabras enigmáticas, diciendo que «todas las cosas están alrededor del Rey de todas las cosas, y esto es la causa de todo lo que es bello». Pero, Platón, ¿quién es el Rey de todas las cosas? «Dios -me responde-, que es la medida y verdad de los seres». Ahora bien, Platón, ¿de dónde te viene esta alusión a la verdad?, ¿quién te proporciona la abundancia de razones? Platón, yo te digo: aunque quieras ocultarlos, conozco a tus maestros. Aprendísteis la geometría de los egipcios; la astronomía de los babilonios; tomásteis de los tracios los encantamientos saludables, y aprendísteis mucho de los asirios. Pero en lo que se refiere a las leyes verdaderas y a las opiniones acerca de Dios, has encontrado ayuda en los mismos hebreos (Protéptico, 14).

            Se anticipó así Clemente a la literatura escolástica, en el empleo de la erudición griega. Y lo hizo con tono sobrio y racional, con maneras del clasicismo estilístico y como auténtico maestro de la discusión filosófica, a la hora de defender a la Iglesia Católica:

"Por su naturaleza, por su concepto mismo, por su origen, por su manera esencial de ser, afirmamos que la Iglesia primitiva y católica es única, en orden a la unidad de la única fe, la que está fundada sobre sus propias alianzas, o mejor dicho sobre la única alianza hecha en tiempos distintos, la que congrega por voluntad del único Dios, por medio del único Señor, a los que ya están ordenados, a los que predestinó Dios que habían de ser justos conociéndolo desde antes de la constitución del mundo. La propiedad esencial de la Iglesia, así como el principio de su existencia, está en la unidad, estando en esto por encima de todo y no teniendo nada igual ni comparable a sí misma" (Stromata, 106).

d) Filosofía cristiana del s. IV

            Estuvo influenciada por el inédito punto final a las persecuciones de Constantino (312-337), que indemnizó a la Iglesia por su precedente desangramiento bajo la Tetrarquía de Diocleciano, pero a cambio de convertir al emperador en el centro de las lisonjas cristianas. En este sentido, y tras el Edicto de Milán-313:

-el Imperio cedía la victoria al Cristianismo, pero ahora podía supervisarlo escrupulosamente;
-el emperador renunciaba a recibir culto imperial, pero ahora debía ser recompensado por el Cristianismo.

            En medio de un contexto de brutal crisis económica imperial, ésa fue la estrategia de Constantino: la utilización del Cristianismo para la causa reconciliadora. Para lo que no dudó en:

-mentir, utilizando los crismones cristianos y hablando de su agradecimiento a Cristo, pero sin aceptar la sumisión al bautismo[15],
-utilizar dinero público, para templos e inútiles suntuosidades, en medio de la gigantesca crisis económica que azuzaba
[16].

            Con estos tributos, Constantino y sus sucesores ya podían inmiscuirse en cualquiera de los asuntos eclesiales, a su antojo y sin escrúpulos de mayor o menor idoneidad[17]. Constantinopla, su imagen y semejanza, comenzaba su andadura cesaropapista total, ramificando la Iglesia universal y minando la resistencia a la tentación de los siguientes monarcas occidentales.

            Aquella inicial apotheosis imperial de Augusto (haciéndose a sí mismo dios) quedaba ahora suplantada por el cesaropapismo imperial de Constantino (haciéndose a sí mismo papa).

d.1) Espíritu reconciliador: Gregorio de Nisa

            Fue insertado en la Iglesia por Gregorio de Nisa (330-394), obispo capadocio y hermano de los santos Basilio y Macrina, así como principal defensor de la filosófica Apocatástasis (en su Hypotypose, Hexameron...) y teológicas divinidad de Jesucristo y Trinidad indisoluble (en su Contra Eunomio, Contra Apolinar...).

            Fue Gregorio el artífice de la paz entre cristianismo y saber humano, superando conflictos entre las propias filas y atrayendo a los paganos de todas las ramas del saber, que se oponían racionalmente. Y supo hacerlo plasmando en todos ellos la idea de la perfecta imagen de Dios en Cristo Jesús:

La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad (Disertaciones, 8).

Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. Él ha dado muerte a la enemistad, como dice el Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo que esta enemistad reviva en nosotros, antes demostremos que está del todo muerta. Dios, por nuestra salvación, le dio muerte de una manera admirable; ahora que yace bien muerta, no seamos nosotros quienes la resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza. Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros también matemos la enemistad (Disertaciones, 9).

            Compitió Gregorio con los escritores paganos con enorme vitalidad y expresividad, en torno a la búsqueda de la verdad y fundando para ello una literatura cristiana plena, que hacía renacer las antiguas formas griegas:

Por el conocimiento de la verdad, la carrera errante que encantaba al hombre termina; el sentido menospreciable de la carne se apaga; el alma es conducida hacia lo divino y hacia su propia salvación por medio de la luz de la verdad: recibe la revelación del conocimiento...

Con magnanimidad, ustedes se decidieron a recibir este conocimiento. Con generosidad, ustedes dan riendas sueltas al amor de Dios, según la misma naturaleza que Dios quiso atribuir al alma. En sus actos ustedes cumplen en común lo que es propio a la "vida apostólica". Desean de nosotros una palabra que les guíe y les conduzca sin rodeos en el viaje de la vida, mostrándoles con precisión cuál es la meta de esta vida para aquellos que participan de ella - cuál es la voluntad de Dios, buena, favorable y perfecta -; cuál es el camino hacia esta meta, y cómo deben comportarse los unos hacia los otros que la recorren - cómo los superiores deben dirigir el "coro filosófico" -; y que trabajos deben asumir aquellos que quieren alcanzar la cumbre de la virtud y preparar dignamente su alma para la venida del Espíritu...

Puesto que ustedes nos reclaman esta palabra, y la quieren no sólo oral sino por escrito, a fin de guardar estas líneas como una bodega de la memoria y poder sacar de ella con oportunidad lo que les será útil, trataremos de responder a sus deseos dejándonos llevar por la gracia del Espíritu (Meta Divina, 2).

            Insistió, así mismo, en la educación del alma como común a filosofía y cristianismo, y como algo superior para todo ser humano:

Muchos textos condenan las faltas escondidas en las almas. Estos vicios son malos y difíciles para sanar: se fortifican en la profundidad del alma, hasta el punto que no es posible extirparlos y arrancarlos por la sola fuerza y celo del hombre. Se lo alcanza sólo atrayendo por la oración el poder del Espíritu, para combatir juntos; entonces uno se hace dueño de este mal, que es un tirano interior. El Espíritu nos lo enseña por medio de la voz de David: Purifícame de mis pecados ocultos; preserva a tu servidor de los vicios que están en él como extranjeros...

Es necesario, pues, vigilar de cerca, volviéndose con frecuencia hacia el alma como el jefe de guerra que grita y manda: Hombre, guarda tu corazón con toda vigilancia, porque de él procede la vida (Pr 4,23). Ahora bien, la guarda del alma es el juicio de la piedad, fortificado por el temor de Dios, la gracia del Espíritu y las obras de la virtud. Aquel que arma su alma con ellos desvía con facilidad los asaltos del tirano, quiero decir, el fraude y la codicia, el orgullo y la cólera, la envidia y todos los movimientos perversos del mal que se forman en el interior del hombre (Meta Divina, 8).

            Basó la vida perfecta en la contemplación de Dios, y no en la mera recopilación de dogmas. En una perfecta unión con Dios hacia la que habría que encaminarse, forzando la voluntad humana hacia el bien. Pues, para Gregorio Niseno, todo mal es pura ignorancia, tanto en esta vida como en la siguiente:

Es necesario, pues, saber en primer lugar cuál es la voluntad de Dios; mirarla dirigiendo hacia ella todos nuestros esfuerzos; y, tendidos hacia la vida bienaventurada por el deseo, disponer en vista a esta vida nuestra propia existencia. La voluntad perfecta de Dios consiste en purificar el alma de toda mancha por la gracia, elevarla por encima de los placeres del cuerpo, y que se ofrezca a Dios, pura, tendida por el deseo, y hecha capaz de ver la luz inteligible e inefable (Meta Divina, 3).

Aquel que desea unirse con alguien debe, por supuesto, adoptar su manera de ser, imitándolo. Es pues una necesidad para el alma que desea convertirse en esposa de Dios, hacerse conforme a la belleza de Dios, por medio de la virtud, según el poder de Dios. Porque no es posible que se una a la luz aquel que no brilla con el reflejo de esta luz...

El alma que quiere levantar vuelo hacia lo divino y adherirse fuertemente a Dios, debe pues alejar de sí toda falta; las que se cumplen visiblemente con las acciones (el robo, la rapiña, el adulterio, la avaricia, la fornicación, el vicio de la lengua y todos los géneros de faltas visibles) y las que se introducen subrepticiamente en las almas (la envidia, la incredulidad, la malignidad, el fraude, el deseo de lo que no conviene, el odio, el fingimiento, la vanagloria y todo el enjambre engañador de estos vicios). Sin alejar todo eso, el cuerpo y el alma no podrán volar a Dios, ni unirse al Perfecto (Meta Divina, 5).

            Defendió, así mismo, la educación de las virtudes cristianas, según la educación platónica y según la naturaleza de cada hombre, con el debido adiestramiento y sin que faltara nunca la ayuda divina:

Si alguien aleja un poco del cuerpo la facultad de conocer, si se libera de la servidumbre de sus impresiones irracionales, y mira su alma desde arriba por medio de una reflexión sincera y pura, ése verá claramente en su misma naturaleza la caridad de Dios para con nosotros, y la voluntad del Creador hacia nosotros. En efecto, por medio de esta reflexión encontrará que existe en el hombre el impulso connatural e innato de un deseo que lo lleva hacia lo bello y lo excelente; y que existe en su naturaleza el amor impasible y feliz de esta "Imagen" inteligible y bienaventurada cuya imitación es el hombre. Pero si el alma está despreocupada y no se mantiene en guardia contra sus distracciones, una carrera errante, de una a otra de las cosas visibles y efímeras va a seducirla y a encantarla. Con una pasión descabellada y un amargo placer la arrastrará hacia un mal temible, que nace de las voluptuosidades de la vida, y que engendra la muerte para cualquiera que se prenda de ellas (Meta Divina, 1).

El cultivador de la virtud debe ser, pues, un hombre franco y firme, sabiendo cultivar los únicos frutos de la piedad; que no extravíe nunca su vida sobre los caminos del mal; que nunca aleje de la fe el juicio de la piedad, sino que sea alguien simple y derecho. Que ignore los sentimientos extraños a su propio camino. Porque el camino abrazado por el hombre solo y aquel que pasa por la unión con una mujer no podrían conseguir el mismo salario de vida. Porque estas cosas no están hechas para caminar juntas, ni tampoco las partes de la virtud con las del vicio. ¿Qué tipo de amistad podría establecerse entre la moderación y la intemperancia? ¿Qué acuerdo entre la justicia y la injusticia? ¿Qué sociedad entre la luz y las tinieblas? Pues de igual manera, ¿no sucederá de manera inefable que el uno perderá el terreno en favor del otro, y no deseará permanecer frente al asaltante? (Meta Divina, 9).

            Como buen maestro de Retórica, Gregorio luchó por la difusión del clasicismo, pero desechando parte de la antigua dialéctica estoica e invitando a una nueva dialéctica estoica, con el trabajo espiritual como fruto de los dones recibidos, y no presupuesto para conseguirlos:

No debemos, pues, bajo ningún pretexto, aflojar la intensidad de nuestro esfuerzo, ni dejar el combate que nos espera, ni ocupar nuestro espíritu con lo bueno se hizo, sino olvidar todo eso y tender hacia lo que nos precede. Mientras nuestro corazón se rompa bajo la tensión del esfuerzo, nos volveremos humildes, compenetrados por el temor de Dios y viendo que estamos lejos de las promesas. Porque aquel que mira hacia la promesa no se exalta con los éxitos logrados, ni cuando ayuna, ni cuando vigila, ni cuando aplica su celo a otras formas de virtud. Sino que lleno del deseo de Dios considera poca cosa todo lo que hace por alcanzarlo, como alguien indigno de recompensa. Mientras dura esta vida, se sobrepasa continuamente a sí mismo, acumulando trabajos sobre trabajos y virtudes sobre virtudes, hasta que esté frente a Dios, precioso por sus obras y con una conciencia de no haber logrado todavía nada digno de El (Meta Divina, 16).

Porque aquí reside la cumbre de la filosofía: que aquel que es grande por las obras se abaje en su corazón y condene su vida con temor de Dios haciendo caer la opinión que tiene de sí mismo. Así gozará de la promesa en la medida en que creyó y en que amó, no en la medida en que trabajó y se cansó. Porque los dones son muy grandes para que pueda encontrar trabajos dignos de ellos. Lo que hace falta es una gran fe y una gran esperanza; entonces la recompensa se medirá en base a estas dos virtudes, y no a los ejercicios. El soporte de la fe es la pobreza según el Espíritu, y el amor de Dios sin medida (Meta Divina, 17).

e) Filosofía cristiana del s. V

            Los germanos habían sido desde sus orígenes un pueblo sin cultura ni urbes establecidas. Por eso, sus invasiones al civilizado Imperio de Roma habían sido constantes desde sus orígenes, a través de sus limes-fronteras y bajo forma de rapiña e instalación.

            En efecto:

-Decio, en el 251, ya tuvo que aceptar las condiciones de paz impuestas por ellos, y una indemnización anual,
-desde Maximiano, los asentamientos bárbaros habían sido institucionalizados mediante pactos,
-en la Batalla de Adrianópolis, del 378, los visigodos humillaron a Roma y se establecieron en Tracia,
-Estilicón, en el 400, fue incapaz de contener la presión germánica, que rompió el limes renano-danubiano,
-los visigodos de Alarico, en el 403, cercaron la sede imperial de Milán,
-los ostrogodos de Panonia, en el 405, se empezaron a asentar por toda Italia,
-una coalición de bárbaros, en el 406, atravesaron el Rhin y penetraron de forma masiva en la Galia.

            Con esta invasión bárbara del 406, en la que participaron germanos, vándalos, alanos, suevos... Roma había dado por perdido el control de su territorio:

-en Britania y el Báltico, en el 407,
-en la Galia y los Alpes, del 407 al 437,
-en Hispania y Africa, del 441 al 454.

            Los territorios del Imperio Romano pasaron a:

-los francos y los godos, que ya estaban desde tiempo atrás sobre el escenario,
-los lombardos y los árabes, que vendrían después a las zonas todavía sin ocupar.

e.1) Ciudad de Dios: Agustín de Cartago

            Fue insertada en la Iglesia por Agustín de Cartago (354-430), cumbre de la Iglesia católica occidental y uno de los mayores genios de la humanidad. Vivió en 1ª persona, además, la invasión de Roma por parte de los bárbaros, así como la pérdida de provincias enteras imperiales. Sus innumerables obras, como Confesiones, Retractaciones, Simpliciano, Dulcicio...  le convierten en el último de los filósofos de la Antigüedad.

            De todas ellas, fue su Ciudad de Dios, sin duda alguna, la máxima recapitulación del pensamiento humano antiguo, la magna y personal apología del gran San Agustín:

Mi querido hijo Marcelino, emprendo la presente obra a instancias tuyas, pues te la debo por promesa personal mía. ¡Larga y pesada tarea ésta! Pero Dios es nuestra ayuda, y soy consciente de la fuerza que necesito para convencer (I, 1).

            Conocidas son las dos partes de la obra:

            -la primera parte, de los libros I-X, en que San Agustín rechaza las acusaciones de los paganos contra la Iglesia, y ataca a fondo al paganismo:

Me he propuesto en esta obra defender esta ciudad en contra de aquellos que anteponen los propios dioses a su fundador. Soy consciente de la fuerza que necesito para convencer a los soberbios del gran poder de la humildad. Ella es la que logra que su propia excelencia, conseguida no por la hinchazón del orgullo humano, sino por ser don gratuito de la divina gracia, trascienda todas las eminencias pasajeras y vacilantes de la tierra... Pero la ciudad terrenal, en su afán de ser dueña del mundo, y aun cuando los pueblos se le rinden, ella misma se ve esclava de su propia ambición de dominio (I, 1).

En estos diez libros hemos dado la respuesta, en lo posible, a los enemigos de esta santa ciudad (X, 1).

            -la segunda parte, de los libros XI al XXII, y en la que surge la inevitable confrontación entre los dos reinos, su origen, desarrollo y final. Todo terminando con su separación final, pues hasta ahora coexisten mezclados en el transcurso de los siglos:

Al presente, y en lo que queda de obra, voy a tratar de exponer el origen, desarrollo y fines de estas dos ciudades, la terrena y la celestial, que tan íntimamente relacionadas, y en cierto modo mezcladas, ya dijimos que se hallaban en este mundo. Y ante todo diré cómo los comienzos de estas dos ciudades tuvieron un precedente en la diversidad de los ángeles (XI, 1).

La creación del hombre mostrará el origen de estas dos ciudades de la Tierra. Pero antes de eso me parece un deber tratar algo sobre los ángeles. No porque exista una sociedad común a ángeles y hombres, pero sí porque en ellos está el origen del bien y del mal, origen de las dos ciudades sobre la Tierra (XI, 2).

No se puede poner en duda que las apetencias contrarias entre sí de los ángeles buenos y malos no se debe a una diversidad de naturaleza, de principios, sino de voluntades y apetitos. Porque unos se mantuvieron en el bien, mientras otros se apartaron del bien, y cambiaron el fasto de su orgullo por la astucia de su vanidad, haciéndose soberbios, arteros, envidiosos... La causa de su felicidad estaba en su unión con Dios; de ahí que el origen de su miserable estado haya que buscarlo en su separación de Dios. En consecuencia, el estar separados de Dios constituye un desorden vicioso para cualquier ciudad. Y todo vicio daña su naturaleza (XII, 2).

Ya he dividido el mundo en dos ciudades: la de los que viven según el hombre, y la de los que viven según Dios. La última está predestinada a vivir siempre con Dios; la primera, a sufrir castigo eterno con el diablo. Pues aquella es hija de la promesa de Dios, y ésta es hija de su propia carne (XV, 1).

El desarrollo de las dos ciudades en la tierra tuvo lugar de forma idéntica desde el primer hombre hasta el diluvio, porque ambas nacieron con igual naturaleza. Desde entonces hasta Abrahán ambas ciudades, como en el tiempo, también marcharon juntas también en mis escritos. Pero a partir de Abrahán ya aparece diferenciada y por su propio camino la ciudad de Dios. Aunque ambas hayan ido variando juntas en su desarrollo en el tiempo (XVIII, 1).

            Todo comenzó con la caída de Roma, en la que San Agustín explica largamente que nada tuvo que ver con las actividades cristianas, sino con el paganismo de los propios romanos:

Ahora me propongo hablar sobre los males que han azotado a Roma desde su origen, tanto a ella misma como a las provincias bajo su dominio, y que Roma ha atribuido a la religión cristiana, sin acusación ni traba alguna contra sus dioses falsos y engañosos... No olvides, pues, al recordar todos estos males, que el vulgo romano en su ignorancia ha activado aquel proverbio de "No llueve. La culpa la tienen los cristianos (II, 2).

"Hubo un tiempo en que, en nuestra juventud, yo y mis amigos asistíamos a los espectáculos ridículos y sacrílegos de Roma. Contemplábamos a los poseídos, escuchábamos a los concertistas, nos deleitábamos en las infames representaciones que se hacían en honor a la diosa Berecintia, donde los comediantes soltaban tales obscenidades, que se avergonzaría de oírlas la madre de cualquiera de los senadores. Es más, se avergonzarían incluso las mismas madres de estos payasos. Todas estas torpezas en palabras y gestos teatrales obscenos, que les hubiera abochornado ensayarlas en casa, ante sus madres, las representaban a plena luz, en presencia de una enorme multitud de ambos sexos que veía y oía todo esto. Es verdad que mis amigos y yo asistimos a ello picados de curiosidad, pero no pudimos menos que alejarnos de allí avergonzados en el pudor...  Y también asistimos a un acto que se llamaba Fercula, donde se celebraba un banquete en que los demonios impuros se hartaban a su gusto. ¿Quién no se da cuenta de qué ralea son estas personas, que se deleitan en tales obscenidades?" (II, 4).

Consecuencia lógica es que a estas deidades no les ha importado nada la vida y costumbres de las ciudades y pueblos donde eran adoradas. Permitían sin la menor prohibición ni amenaza que unas plagas tan horrendas se adueñasen de sus campos y de sus viñas, que entrasen en casa o atacasen a su dinero, que se apoderasen de sus cuerpos y que sometiesen sus espíritus, corrompidos del todo. Y si esto lo prohibían, que lo demuestren con pruebas. Porque sus lugares consagrados al culto religioso han dado cabida a las expresiones y gestos obscenos de los histriones, y en ellos se celebran las fiestas de la Fuga, con rienda suelta a toda clase de torpezas, y donde todos sus asistentes huyen del pudor y la honradez (II, 6).

En el teatro, los poetas nos han engañado presentándonos a un Júpiter adúltero, con frases obscenas de otras muchas composiciones, que ya forman parte de los estudios y que los viejos obligan a leer y aprender a los niños (II, 8).

"Refiere Salustio que «la discordia, el afán de dinero y de poder y demás plagas que suelen brotar en los períodos de prosperidad, se acentuaron de una manera exagerada en Roma después de la destrucción de Cartago», y que «las injusticias de los más poderosos provocaron una ruptura entre el pueblo y el Senado, amén de otras discordias ciudadanas ya desde el principio» A lo que le diría Escipión que «sin justicia, de ningún modo puede existir la concordia»" (II, 18).

"Aquí tenéis cómo Roma, según sus propios escritores, «se fue transformando de la más hermosa República que era en la más corrompida y viciosa ciudad de la actualidad», pues «las costumbres de los mayores se fueron perdiendo poco a poco en períodos anteriores, mientras que ahora se han hundido precipitadamente, como cae un torrente». Así se ha pervertido la juventud romana, por el desenfreno y la avaricia" (II, 19).

"Ésta es la desvergonzada propiciación de las costumbres romanas, llenas de impureza, provocación, maldad, inmundicia, deshonra, infamia... llevadas a la práctica con torpeza criminal o inventadas con mayor torpeza aún. Y todo esto lo ha enseñado la ciudad públicamente, por ojos y oídos" (II, 27).

            A lo que también se añadió su reflexión sobre el nuevo poder de los bárbaros[20]:

"¿Qué salvajismo de pueblos extranjeros, o ferocidad de estos pueblos bárbaros, podría ser comparada a la victoria de unos ciudadanos sobre otros? ¿Ha visto Roma cosa más funesta, más tétrica, más amarga? ¿Quizá antaño la irrupción de los galos, o recientemente la de los godos? ¿O más bien la fiereza de Mario o Sila, o de otros miembros de sus partidos, que eran como las lumbreras de todo el partido? Cierto que los bárbaros han pasado a cuchillo a cuantos miembros del Senado encontraron por toda Roma, exceptuados los de la fortaleza capitolina, que a duras penas se pudo defender. Sin embargo, a los refugiados en este cerro les permitieron los bárbaros, a precio de oro, comprar sus propias vidas, condenadas a extinguirse si no por la espada, sí por el asedio. Los godos, en cambio a lo que hubieran hecho los romanos, han perdonado la vida a tal cantidad de senadores, que lo raro es contar quiénes perdieron la vida" (III, 29).

            Tras esa doble explicación sobre la vieja Roma y los nuevos reinos bárbaros, pasa San Agustín a describir sus dos ciudades en la Tierra, representación de dos reinos: el de la Iglesia-Dios[18] y el del mundo-demonio[19]:

"Los espíritus malignos, que para ellos son dioses, permiten a los hombres atribuirles fechorías, incluso no cometidas por ellos, mas a condición de que sus almas se dejen envolver por estas creencias como por una red, y así arrastrarlos consigo al suplicio que les está destinado. O también puede que algunos hombres hayan cometido estos crímenes y se gocen en ser tenidos por dioses, ellos que se regodean en los humanos errores, y con esta intención se proponen a sí mismos como dignos de culto, con mil ardides dañinos y engañosos. Puede también que tales vilezas no hayan sido cometidas por hombre alguno, pero de buen grado estos espíritus taimados aceptan el que se inventen cosas semejantes de las deidades. Así se cometerán tales atrocidades y torpezas, azuzadas por el ejemplo de una autoridad tan competente como ésta, bajada del mismo empíreo" (II, 10).

"Los malignos espíritus han ordenado, además, que se les dediquen y consagren juegos teatrales, de los que ya he tratado ampliamente. En ellos se celebran sus incalificables ruindades en composiciones musicales puestas en escena o en representaciones teatrales de imaginación. Así, uno podrá creer que los dioses son autores de tales bajezas o podrá no creerlo. Pero, al estar viendo que ellos, de mil amores, aguardan tales exhibiciones, sentirá tranquila su conciencia al imitarlas. Y para que no se vaya a pensar nadie que los poetas, en las coplas a sus mutuas batallas aquí y allá, les han cantado infamias en lugar de proezas dignas de ellos, los dioses en persona, para asegurar el engaño de los hombres, han querido confirmar tales poemas. No se han contentado con hacerlo por intermedio de actores teatrales; ellos mismos se han dejado ver a los ojos humanos en el campo de batalla" (II, 25).

"No tienen estos demonios el poder que se les atribuye sobre los bienes corporales, objeto exclusivo del placer de los malvados; ni sobre los males corporales, objeto exclusivo de rechazo para ellos. Es más, aunque lo tuvieran, sería preferible despreciar tales bienes o males antes que darles culto por su causa y, como resultado, vernos en la imposibilidad de conseguirlos por envidia de los dioses. Pero tampoco en los valores de aquí abajo tienen ellos el poder que los paganos les atribuyen. Ellos insisten en la necesidad de venerarlos para alcanzar estos bienes" (II, 29).

"Al ver que los hombres quedan libres del yugo infernal de tales potestades inmundas y de su compañía de castigo; al ver que pasan de las tinieblas impías de la perdición, a la luz saludable de la piedad, se quejan y murmuran los malvados y los desagradecidos, posesión cada vez más definitiva y enraizada de aquel espíritu infame. Observan cómo muchedumbres afluyen a las iglesias; su casta asamblea, con separación honesta de ambos sexos; ven cómo allí oyen cuáles son las normas del buen vivir en esta vida temporal, para merecer, después de esta vida, la felicidad sin término. Allí, en presencia de todos, y desde un lugar elevado, se proclama la Santa Escritura; los que la cumplen, la oyen para su recompensa, y los que no, para su castigo. Si acaso entran allí algunos burlones de tales preceptos, experimentan un repentino cambio: y todo su descaro o lo retiran o lo reprimen por temor o respeto. Allí, en efecto, ninguna torpeza o maldad se saca a relucir que pueda ser imitada; allí se inculcan los preceptos del Dios verdadero, o se relatan sus milagros, o se ensalzan sus dones, o se piden sus beneficios" (II, 28).

"Incomparablemente más gloriosa es la ciudad celeste: allí la victoria es la verdad; el honor, la santidad. Allí la paz es la felicidad; la vida, la eternidad. Si a ti te dio vergüenza admitir en tu compañía a esos hombres, mucho menos admite ella en la suya a tales dioses. Así que si sientes deseos de entrar en la ciudad bienaventurada, apártate de la compañía de los demonios. Es indigno que hombres honrados den culto a quienes se aplacan por personas viles. ¡Quítalos de en medio de tu religión por la purificación cristiana, como quitaste de en medio de tu honor a los histriones por certificación del censor!" (II, 29).

            Tras lo cual, resulta interesante ahondar en las ideologías de las dos ciudades: la ciencia exterior de los sentidos, la sabiduría interior del alma:

"No existen más que dos clases de sociedades humanas que podemos llamar justamente, según nuestras Escrituras, las dos ciudades. Una, la de los hombres que quieren vivir según los sentidos, y otra, la de los que pretenden seguir al espíritu, logrando cada una vivir en su paz propia cuando han conseguido lo que pretenden" (XIV, 1).

"Ante todo, ha de esclarecerse qué significa vivir según los sentidos. Pues los filósofos epicúreos viven según los sentidos al poner el supremo bien del hombre en los conocimientos corporales; y lo mismo los demás filósofos que hayan tenido de algún modo el bien del cuerpo como el bien supremo del hombre; igualmente toda la turbamulta de los que sin creencia alguna siguen esa filosofía, y no conocen otra ciencia que la percibida por los sentidos corporales... Y cuando el hombre vive según el hombre, y no según Dios, es semejante al diablo... La ciencia, sin espíritu, mata al hombre. Pues la verdad procede sólo de Dios, y si el hombre busca la verdad sin tener en cuenta a Dios, acaba engañándose a sí mismo, así como traicionando lo que exigía su naturaleza en su creación. Y esto es lo que ha buscado siempre el diablo" (XIV, 2 y 4).

"La sabiduría interior es la que hace al hombre vivir según Dios, no según el hombre. Por ello, necesariamente ama el bien, y como consecuencia odiará el mal. Y como nadie es malo por naturaleza, sino que el malo lo es por vicio, quien vive según Dios tiene un perfecto odio a los malos; es decir, no odia al hombre por el vicio ni ama el vicio por el hombre, sino que odia al vicio y ama al hombre" (XIV, 6).

            En efecto, la distinción entre scientia y sapientia corresponde a los objetos propios de cada ciudad, reflejándose en su doble orden de realidades: ratio inferior (ciencia) y ratio superior (sabiduría). La primera tendría por objeto el conocimiento y disfrute de las cosas mudables, y la segunda el de las eternas:

"Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo. Aquélla se engríe en su gloria; ésta se humilla ante Dios. La primera está dominada por la ambición de dominio en sus príncipes; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad. Aquélla ama su propia fuerza en los potentados; ésta ama a Dios en su pequeñez. Los doctos de aquélla han buscado los bienes exteriores mediante los conocimientos de la ciencia, y en la segunda no hay otra sabiduría que una vida honrada y justa, esperando en su Dios" (XIV, 28).

            Por eso es peligroso invertir el orden de ambas, y la ciencia debe estar subordinada a la sabiduría. Pues a la sabiduría se llega a través de la meditación y contemplación, y a la ciencia sólo a través de lo que se ve y siente.

            En cuanto al interior humano, el objeto supremo que todo hombre desea es ser feliz, conociendo el amor absoluto y siendo amado por él. Pero para ello hay que desprender el alma del apego de las cosas terrenales, y elevarla a las cosas absolutas. Esto se consigue entrando en uno mismo, conociéndose a uno mismo, sin influencia de lo exterior. Es entonces cuando dentro de sí, uno podrá encontrar lo absoluto, que es Dios, y ser amado por Dios:

"Dicen algunos filósofos que una cosa es querer o tener caridad, y otra diferente amar. Dicen que querer debe usarse en el buen sentido, y amar en el malo. Pero la voluntad recta es el amor bueno, y la voluntad perversa el amor malo. El amor que codicia tener lo que se ama es la apetencia; en cambio, cuando lo tiene ya y disfruta de ello, tenemos la alegría; si huye de lo que le es adverso, es el temor; y si lo experimenta presente ya, es la tristeza. Así, pues, estas cosas son malas si el amor es malo, y buenas si el amor es bueno" (XIV, 7). 

"Ser feliz es lo que quiere y ama la naturaleza, que no será plena y perfectamente feliz mientras no logre lo que desea. Ahora bien, ¿qué hombre puede vivir como quiere si la vida no está en su poder? En verdad quiere vivir, pero se ve forzado a morir. ¿Cómo, pues, puede ser feliz cuando muere? Aunque quiera ser feliz y vivir, no puede, sino no es por una vida mejor después de la muerte. Dice a este respecto Terencio que «ya que no puede suceder lo que quieres, procura querer lo que puedes». Pero Terencio, ¿es acaso ser feliz llevar la miseria con paciencia?" (XIV, 25).

"Ser feliz es para el hombre vivir como él quiere, gozar de lo bueno, vivir sin privación alguna, estar en su poder el vivir así siempre y que no lo consuma la vejez, sin corrupción en el cuerpo ni molestia alguna a sus sentidos, sin enfermedad interna ni accidente externo que temer, sin tristeza alguna ni alegría vana, con perennidad en su gozo... Y esto es el amor que Dios gratuitamente ofreció al hombre en el Paraíso, y le volverá a ofrecer en la otra vida. Pero esto habrá que ganárselo, manteniendo limpio el corazón, honrada la conciencia honrada y sentida la fe. Este el el amor verdadero, mediante el cual la mente y el cuerpo llevan una vida de mutua concordia, y el mandato se observa sin esfuerzo" (XIV, 26).

            Y en esto consistirá el desenlace final de las dos ciudades, que ocurrirá en el mismo momento de la muerte:

"He aquí la respuesta a todos los interrogantes sobre las dos ciudades: para ambas, la vida eterna es el sumo bien; la muerte eterna, el sumo mal. A lo que se sigue que ambas deberían desear conseguir aquélla y evitar ésta. Pues yo les digo a ambas la forma de conseguirlo: viviendo ordenadamente. Pero no concluyen así ellos, que coinciden en pensar que su mayor bien sería la vida eterna, pero sólo aspiran a los bienes efímeros de esta vida. Estos filósofos, pues, están desvariados en sus pretensiones, pues saben que la verdadera felicidad estaría en la vida eterna, y la han rechazado por querer ser felices en esta tierra, a pesar de que coinciden en su dificultad" (XIX, 4). 

"Yo afirmo que, en este valle de miserias, en estos días llenos de maldad, no está de más vivir en esta alarma. Porque será allí donde se darán cita los dones naturales, aquellas prendas con que el autor de toda naturaleza ha obsequiado a la nuestra. Se tratará de dones no sólo excelentes, sino perdurables; no sólo de dones propios del espíritu, sino también del cuerpo. Allí brillarán la libertad y la paz para siempre. He ahí la bienaventuranza final, he ahí la perfección suprema que no se extinguirá jamás" (XIX, 10).

"Tras la muerte, se cumplirá lo que Dios afirmó por boca de su profeta, sobre el suplicio eterno de los condenados. Vaya si se cumplirá. Pues siempre lo ha explicado Jesucristo con las mismas palabras, insistiendo en más de tres ocasiones y sin temblar. Y no será como piensan algunos, de que la tortura del infierno se refiera al cuerpo y no al alma. Sino que yo les digo que, los que hayan sido excluidos del reino de Dios, sentirán su alma abrasada de dolor, por un arrepentimiento ya tardío e infructuoso. Pues esos castigos aplicados por el Hacedor del mundo no les servirá ya de purificación, sino que serán un suplicio sin remedio y eterno, preparado para el diablo y sus seguidores" (XXI, 9).

"Tras la muerte, tendrán lugar las promesas hechas por el Hacedor del mundo; la promesa a Abraham de bendición a la estirpe elegida por generaciones, la promesa al profeta de un cielo nuevo y una tierra nueva. Tendrán lugar todas estas cosas que los incrédulos pensaban que no iban a venir ... Será un sábado perpetuo, el día del descanso perpetuo, el día de la bendición de Dios. Pues seis días tuvo la creación del mundo, y el día séptimo Dios descansó. Allí nosotros seremos ese día séptimo, allí lo veremos todo" (XXII, 3 y 30).

Madrid, 1 enero 2019
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad

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[1] Como se ve en CICERON, máximo exponente de la cultura romana, y que decía que el hombre no era más que un “animal parlante”. Gran diferencia respecto a las ricas definiciones dadas por los clásicos griegos a la noción y función del hombre.

[2] No hay más que mirar en lo que quedaron:

-las esculturas griegas, en copias de mármol respecto de los originales en bronce, y con utilización oficial para la propaganda imperial,
-las arquitecturas de los templos griegos, para uso de vías públicas, amurallamiento de ciudades, termas lúdicas, basílicas judiciales, teatros y anfiteatros de recreo.

[3] La corriente filosófica que siguió estudiándose con más esmero entre las clásicas griegas fue la de PLATON, tanto en Atenas, Pérgamo, Siria, Capadocia, Alejandría... como en Roma. Y esto a pesar de la escasa difusión inicial de las Enneadas de PLOTINO, cuyo neo-platonismo llegó a BOECIO a través de PORFIRIO, y a SAN AGUSTIN a través de vías todavía no del todo claras.

[4] Natural de Lycopolis, PLOTINO (205-270) llegó a Roma tras participar en la campaña contra los persas y aprender la sabiduría oriental. Abrió aquí escuela, influyendo en PORFIRIO y en el mismo emperador GALIENO. Su austeridad de costumbres y dulzura de trato le ganó simpatías en Roma, proponiendo la apertura de escuelas platónicas y la creación de ciudades estilo Platonópolis. También introdujo en la filosofía platónica varios elementos traídos de PARMENIDES, e incluso aristotélicos.

[5] La usurpación del título dado a Jesucristo de Adonai mi Señor, respecto a ese Yahveh que los hebreos custodiaban como su emblema tribal, fue causa de revueltas incesantes en todos los lugares de la diáspora judía.

            (cf. RODRIGUEZ DE LA PEÑA, A; Alta Edad Media, ed. SP-CEU, Madrid 2010, p. 6).

[6] La apropiación del título dado a Jesucristo de Zeus-Júpiter-Dios, respecto a ese dios que los romanos custodiaban como su emblema capitolino más universal, fue una auténtica provocación del cristianismo allí donde predicaba su doctrina.

[7] Según SUMNEY, Ignacio de Antioquía salió al frente de la cuestión docetista de Esmirna (sincretismo griego de base dualista, que aspiraba a la salvación puramente espiritual del alma, y no de los cuerpos), y a los que cuestionaban la interpretación y autoridad del AT en Filadelfia.

            (cf. SUMNEY, J.L; Those who “Ignorantly Deny Him”: The opponents of Ignatius of Antioch, Londres 1993, pp. 345-365).

            Según CORWIN, Ignacio de Antioquía asumió el papel de representante del centro eclesial, influido por grupos judeocristianos esenios procedentes de Israel.

            (cf. CORWIN, V; St. Ignatius and Christianity in Antioch, New Haven 1960).

[8] Unos senadores que desde sus orígenes habían ido transmitiendo la auténtica virtus pagana, a forma de mos maiorum o costumbre de los mayores.

[9] De hecho, los cristianos comienzan a llamar pagus-paganos a los hombres del campo, pues las mayores inmoralidades se habían asentado en la clase rural.

[10] cf. RODRIGUEZ DE LA PEÑA, A., op.cit., p. 7.

[11] Se dice que fue el cristianismo el autentico destruidor de la esclavitud, y el principal responsable de que en el año 1000 el porcentaje de esclavos en el mundo fuese del 1%, pues figuraba entre la lista de sus pecados penitenciarios. Cifra que, por otro lado, volvería a crecer con el%, pues figuraba entre la lista de sus pecados penitenciarios. Cifra que, por otro lado, volvería a crecer con el tráfico negrero del colonialismo.

[12] Las aberraciones romanas, griegas y bárbaras eran continuas en este sentido, tirándose a la basura en Roma a los bebes no-deseados, ofreciéndose en sacrificio en Grecia a los deficientes, dejando los pueblos bárbaros en la estepa a los bebés que sobraban.

[13] Una de las medidas que introdujo la Iglesia fue la de no casar hasta los 18 años, pues Roma desposaba y casaba a niñas de 12-13 años, dejándolas en clara inferioridad respecto al entorno.

[14] Trascendental fue la política de Tetrarquía de DIOCLECIANO, consistente en la existencia de 2 augustos y 2 césares en los nuevos 2 Imperios, el occidental y el oriental. Aunque en un principio no significó bicefalia imperial, con el tiempo acabó deviniendo en la existencia de 2 emperadores, uno occidental y otro oriental, a veces enfrentados.

            (cf. BRAVO, G; Historial de la Roma Antigua, ed. Alianza, Madrid 2008, pp. 102-109).

[15] Otro caso sería el de FILIPO EL ARABE (244-249), declarado abiertamente cristiano, y a pesar de las consecuencias que originó (entre otras, la posterior persecución de su sucesor, DECIO), por no decir ya las del emperador TEODOSIO, que tuvo que hacer penitencia pública en Milán durante 3 días, ante todo el mundo y por mandato de su obispo AMBROSIO DE MILAN, tras la matanza de 4.000 rebeldes en Tesalónica.

[16] En el ámbito económico, CONSTANTINO había tenido que introducir dos nuevas monedas en el mercado, el solidus de oro y el miliarense de plata, ambas con equivalencia de 1:72 libras. También tuvo que mantener severísimos impuestos sobre la clase curial, senatorial y comercial.

            (cf. BRAVO, G, op.cit, p. 111).

[17] Como el de obligar a que un concilio ecuménico eclesial no estuviese presidido por el papa, ni por un obispo, ni siquiera por un bautizado, sino por él mismo, en el Concilio de Nicea-325; o el de cambiar la fiesta del nacimiento de Cristo, celebrada en Oriente el 6 enero, y que el trasladó al 25 diciembre, para coincidir con la fiesta del Sol Invictus. Mención aparte sería también  la aplicación que él se hizo a sí mismo de títulos impensables en una persona no megalómana, como los de “apóstol 13”, “obispo de los obispos”, “centinela de los centinelas”.

[18] La “sacra auctoritas” de la que hablara más adelante el papa GELASIO.

            (cf. GELASIO I, Epistola ad Anastasium Imperatorem, 494).

[19] La “regia potestas” de la que hablara más adelante el papa GELASIO.

            (cf. GELASIO I, op.cit, 494).

[20] También mal interpretado por la Alta Edad Media, al identificar la caída de Roma con la ciudad del mundo, y la ciudad de Dios con los nuevos reinos germánicos, que tenían que construirse en base a un catálogo de leyes cristianas (y no de mero espíritu cristiano, como pedirá el papa GREGORIO I MAGNO).