GUERRA
DE LAS GALIAS
Narradas
in situ por Julio César,
su
conquistador y cronista a la vez
Julio César, conquistando con sus legiones romanas
la
Europa Central
Madrid,
1 diciembre 2019
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá
La República Romana
se estructuraba sobre la base de un auténtico polvorín
romano interior, y distaba mucho de aquel modelo democrático
que Atenas había inventado bajo fórmula de ejemplaridad a cambio de
remuneración. En Roma, todo a la vez entraba en la carrera política, y
todo ello sin remuneración de antemano, ni consecuente obligación a la
ejemplaridad.
En el seno de Roma,
los patricios enardecían a todos como padres de la patria, los
senadores maquinaban las decisiones y leyes a tomar, los magistrados
aprovechaban su tiempo en el gobierno para acumular riqueza, y las
facciones populares intentaban en todo no quedarse sin tajada. No había
dinero de antemano, pero sí que lo
podía haber, y repartir, si éste se adquiría del exterior.
Ese fue el leit
motiv de las campañas constantes de la Roma Republicana hacia
el exterior, basadas en que todos a una podían conquistar
los botines y riquezas primas de los vecinos, y al final a cada uno le
podía tocar un pedazo.
Desde el 509 a.C.
Roma había ido conquistando toda Italia, los Alpes, los Balcanes,
Grecia, Turquía, el Caucaso, Mesopotamia, Egipto, Africa y España,
apoderándose de todo lo que en ellas había. Llegado el año 60 a.C,
había llegado el momento de hacerse con la
Galia, su más correoso vecino, y cerrar así el círculo
perfecto del poder y riqueza romana.
a)
Contexto
El
sistema republicano romano, o Res
pública, había sido diseñado desde el 509 a.C. para que ningún individuo o grupo social
se hiciese con el poder absoluto de manera perpetua. Por ello el poder estaba
dividido en varias instituciones, las más importantes de las cuales eran las magistraturas, el Senado y las
asambleas populares.
Las
magistraturas
estaban investidas con el imperium, o
poder civil y militar; sus cargos se compartían y eran temporales por 12 meses.
Los magistrados podían ser enviados a las distintas provincias como procónsules
o propretores, durante un año o dos. Esto generaba una gran competencia entre
magistrados y, debido al corto plazo de los cargos, la necesidad de acumulación
de grandes triunfos al servicio de la República.
El
Senado
lo constituían por aquel s. I a.C. 300 senadores, que procedían de los patricios o de los equites
(familias adineradas). El Senado no tenía función legislativa, y sus decretos
pasaban a las asambleas populares, que generalmente los ratificaban. El Senado
funcionaba también como consejo para los magistrados:
-prolongando
el imperium a los magistrados,
-recibiendo
a las embajadas extranjeras.
Senadores
y magistrados competían por aumentar su auctoritas,
prestigio e influencia, a través de honores y triunfos. A lo que también tuvo
que añadirse la multiplicación de asambleas
populares, en las que la plebe (grupo social más pobre y mayoritario)
ejercía de votante[1].
Este fraccionamiento
socio-político fue aprovechado por las clases superiores, que poco a poco fueron aumentando sus
propiedades y creando grandes latifundios
y villas, como muestra de su poder y prestigio. Fue Tiberio Graco, tribuno de la
plebe el año 133 a.C, el que intentó llevar a cabo una reforma agraria para
solucionar este problema, no logrando triunfar[2]
y desatando por primera vez la violencia política en Roma[3].
A
partir de este momento emergieron los problemas
latentes en la República, y se configuraron dos facciones
sociopolíticas entre continuas conspiraciones:
-el
partido aristocrático, u optimates,
-el
partido popular, o populares.
En
marzo del 58 a.C. el Senado recibe la noticia de que un grupo de galos (los helvecios)
habían empezado a
emigrar desde su hábitat natural, y que se disponían a cruzar la Galia Cisalpina
y Transalpina para establecerse en Aquitania, provocando un movimiento
de bárbaros en la Galia.
Encomiendan entonces su sofoco al
general y cónsul Julio César, y la conquista de la Galia entra en
acción. Del 58 al 51 a.C, y con 120.000 soldados romanos a sus
órdenes, César tendrá que ir sofocando a 3 millones de rebeldes
armados galos, dejando por el camino 2 millones de muertos y 1 millón
de esclavizados.
b)
Guerra de las Galias de César
Comienza
César la conquista de las Galias con una descripción geográfica del
territorio galo, limitado por el Báltico al Norte, los montes
Pirineos al Oeste, el Mediterráneo al Sur y el río Ródano al Este,
todo ello cruzado en su centro por el río Rihn:
“La
parte que hemos dicho ocupan los galos
comienza del río Ródano, confina con el Carona, el Océano y el
país de los belgas; por el de los secuanos y helvecios toca en el
Rin, inclinándose al Norte. Los belgas toman su principio de los
últimos límites de la Galia, dilatándose hasta el Bajo Rin, mirando
al Septentrión y al Oriente. La Aquitania entre Poniente y Norte por
el río Carona se extiende hasta los montes Pirineos, y aquella parte
del Océano que baña a España” (Libro I, cap. 1).
b.1)
Conquista de Suiza
Los
helvecios, pueblo galo establecido entre el monte Jura y el Rihn[4], habían
decidido una masiva emigración al oeste
bajo el caudillaje de Orgetórige, y combatir a todos los pueblos que se
le opusieran por el camino, para enseñorearse de que eran los más poderosos de
la Galia:
“Los
helvecios están cerrados por todas partes en sus 240 millas de largo
por 180 de ancho. De una parte por el Rin, río muy ancho y muy
profundo, que divide el país helvético de la Germania; de otra por
el altísimo monte Jura, que lo separa de los secuanos; de la tercera
por el lago Lemán y el Ródano” (Libro I, cap. 2).
“Entre
los helvecios fue el más noble y el más rico Orgetórige. Éste
ganó a la nobleza y persuadió al pueblo a salir de su patria con
todo lo que tenían; diciendo que les era muy fácil, por la ventaja
que hacían a todos en fuerzas, señorearse de toda la Galia”
(Libro I, cap. 2).
“Los
helvecios se concertaron de apercibir todo lo necesario para la
expedición, comprando acémilas y carros cuantos se hallasen. Y
fueron haciendo las paces con los pueblos que visitaban, convencidos
de que si se juramentan entre sí y unían sus naciones, serían
poderosos y fortísimos, y podrían apoderarse de toda la Galia”
(Libro I, cap. 3).
El
ejército de Cesar decide entonces la quema de todas sus aldeas y cosechas,
aprovechando esa campaña helvecia hacia el Oeste, y para que los
helvecios no tuvieran posibilidad de volver a su tierra de origen:
“Entonces
llevamos adelante la resolución concertada, en cuanto los helvecios
salieron de su comarca. Cuando nos pareció estar ya todo a punto, prendimos
fuego a todas sus ciudades, que eran 12, y a 400 aldeas con los demás
caseríos. Y quemamos todo el grano, para que perdieran la esperanza
de volver a su patria” (Libro I, cap. 5).
Los
helvecios intentaron entonces la vuelta a sus
territorios:
-a
través de la Galia Cisalpina, pero César fortifica posiciones y se lo
impide,
-a través del territorio de los eduos, pueblo aliado de Roma, al que
saquean:
“Sólo
por dos caminos podían volver a su tierra: uno por los secuanos,
estrecho y escabroso entre el Jura y el Ródano, por donde apenas
podía pasar un carro entre la elevadísima cordillera; el otro por
nuestra provincia de Galia Ulterior, más llano y ancho” (Libro
I, cap. 6).
“Informado
yo de que pretendían hacer su marcha por nuestra provincia, di orden
a toda la provincia de aprestarme el mayor número posible de milicias,
mandé cortar el puente junto a Ginebra (Libro I, cap. 7) y
levanté un muro de 19 millas de largo, 16 pies de alto y su foso
correspondiente, con guardias de trecho en trecho” (Libro I, cap.
8).
“Cuando
los helvecios supieron de esto, enviaron embajadores para proponernos
pasar por la provincia sin agravio de nadie, pero yo se lo negué,
explicándoles que no podía abrir el paso a territorio romano a
ningún extranjero, y recordándoles sus fechorías en tiempos del
cónsul Lucio Casio”
(Libro I, cap. 7).
“Los
helvecios, viendo frustrada su pretensión, partieron en barcas y
muchas balsas que formaron, vadeando el Ródano por donde corría más
somero (Libro I, cap. 8). Quedábales sólo el camino angosto de los secuanos,
cosa que hicieron tras obtener el consentimiento de éstos, a cambio
de una entrega de rehenes (Libro I, cap. 9). Tras
el país de los secuanos, se adentraron los helvecios en el país de
los eduos, y empezaron a correrlos y saquearlos. Los eduos, no
pudiendo defenderse de la violencia, enviaron mensajeros para pedir
socorro a César, por ser leales al pueblo romano. Y lo mismo
hicieron los ambarros y alóbroges, sus parientes” (Libro I, cap.
11).
César
interviene en ayuda de aquellos y empieza el hostigamiento a los helvecios,
hasta que los masacra en la gran batalla de
Bribacte, en plenas alturas de los Alpes:
“Me
avisaron entonces que los helvecios estaban atravesando el país de
los eduos hacia el de los santones, poco distantes de los tolosanos,
que caen dentro de nuestra jurisdicción. Por este motivo, mandé
traer de Italia 2 legiones y reuní a las 3 que invernaban en Aquileia,
atravesando con las 5 legiones los Alpes”
(Libro I, cap. 10).
“Atravesamos
los Alpes por el camino más corto, rebatiendo en sus alturas a los
centrones, gravocelos y caturiges que se nos opusieron. Al llegar a
Ocelo, último lugar de la Galia Cisalpina, esperamos allí durante 7
días la llegada de los helvecios, pues habían de pasar con sus
tropas por aquellos desfiladeros” (Libro I, cap. 10).
“Al
llegar los helvecios a media noche al río Arar, esperé a que
atravesaran 3 partes de sus tropas el río, y lancé 2 legiones sobre
la 4ª parte, y las otras 3 sobre el grueso helvecio, a través de un
puente que dispuse trazar. Allí quedó desbaratado su ejército, y
los que sobrevivieron echaron a huir hacia los bosques cercanos”
(Libro I, cap. 12 y 13).
Los helvecios derrotados regresan a su tierra
original por orden de César, que se compromete a devolverles sus
tierras a cambio de lealtad a Roma. Tras esto, numerosos pueblos galos muestran su amistad a
César:
“Divicón,
que acaudilló a los helvecios en esta batalla, me dijo que si el pueblo
romano hacía paz con los helvecios, estaban ellos prontos a ir y
morar donde yo lo mandase y tuviese por conveniente. A estas razones
respondí que vacilaba en la resolución porque ya en el pasado
habían hecho daño al pueblo romano. Pero que con todo hacía la paz,
si los helvecios restituían a los eduos y sus aliados los daños
cometido” (Libro I, cap. 14).
“Al día
siguiente, envié 4.000 hombres para llevar a los enemigos a su patria
(Libro I, cap. 15), y fueron enviados a los eduos y sus aliados
el trigo que la República les tenía acordado (Libro I, cap. 16).
Terminada la guerra de los helvecios, vinieron legados de
casi toda la Galia los primeros personajes de cada república a
congratularse con César” (Libro I, cap. 30).
b.2)
Conquista de Alemania Sur
El
pueblo de los secuanos, antiguos enemigos de los eduos, piden ayuda a César
para que los libere de la opresión del traicionero y cruel reyezuelo germano
Ariovisto, al que ellos mismos habían llamado para enfrentarse contra
los eduos[5]:
“Pasado
el tiempo, los alvernos y los secuanos llamaron en nuestro socorro y
amistad, implorando nuestro auxilio con sollozos junto a otras gentes
de la Germania, porque sus 120.000 habitantes se hallaban en gran
miseria tras haber sido vencidos por los eduos, y porque el rey de los
germanos Ariovisto había ocupado la 3ª parte de su país,
avecinándose en ella”
(Libro I, cap. 31).
“Me
dijeron que Ariovisto era un hombre bárbaro, iracundo y temerario,
que había conseguido una completa victoria sobre los galos en la
batalla de Amagetobria, ejerciendo un imperio tiránico, exigiendo en
parias los hijos de la primera nobleza y tratándolos con la más
cruel inhumanidad”
(Libro I, cap. 31).
“Yo
mismo me di cuenta que si Ariovisto seguía así, en pocos años
desterraría a todos los germanos a la Galia, y éstos se verían
obligados a pasar el Rin, no teniendo nada que ver el terreno de la
Galia con el de Germania, ni nuestro trato con el suyo,
inundando la Galia y poniendo en peligro el imperio de la República
Romana” (Libro I,
cap. 31).
El romano
César
contacta con Ariovisto pidiéndole que libere a los secuanos, y que no
introdujera más tropas de Germania[6].
Ariovisto se negó, soberbio y desafiante:
“Envié
a Ariovisto una embajada, con la demanda de que señalase algún
sitio proporcionado donde pudiésemos ambos avistarnos, y tratar
asuntos importantes. A esta embajada respondió Ariovisto que si yo
pretendiese algo de él, fuese en persona a buscarle” (Libro I,
cap. 34).
“Repetí
entonces la embajada, replicándole que si quería ser amigo de Roma,
que no condujese ya más tropas de Germania a la Galia, que
restituyese a los eduos los rehenes que tenía en prendas, y
permitiese a los secuanos soltar los que les tenían, que no hiciese
más agravios a los eduos, ni tampoco guerra contra ellos o sus
aliados” (Libro I, cap. 35).
“Respondióme
Ariovisto ser derecho de la guerra que los vencedores diesen leyes a
su arbitrio a los vencidos, y que tal era el estilo del pueblo romano,
disponiendo de los vencidos a su voluntad y no al arbitrio ni voluntad
ajena. Y pues que él no prescribía al pueblo romano el modo de usar
de su derecho, tampoco era razón que viniese el pueblo romano a
entremeterse en el suyo” (Libro I, cap. 36).
Tras lo cual César, adelantándose a
los acontecimientos, decide la conquista de Besançon,
importante ciudad aliada cuya ocupación le serviría de base
de apoyo:
“Al
mismo tiempo que me contaban la contrarréplica de Ariovisto, vinieron
a verme mensajeros de los eduos y trevirenses, a quejarse de que los
harudes, trasplantándose a la Galia, estaban talando su territorio, y
de que las milicias de 100 cantones suevos cubrían las riberas del
Rin con intento de pasarle”
(Libro I, cap. 37).
“Irritado
con tales noticias, resolví anticiparme, temiendo que si la nueva
soldadesca de los suevos se unía con la vieja de Ariovisto, no sería
tan fácil contrastarlos. A grandes jornadas, salí al encuentro de
Ariovisto” (Libro I, cap. 37).
“A tres
días de marcha tuve aviso de que Ariovisto iba con todo su ejército
a sorprender a Besanzón, plaza muy principal de los secuanos, con
toda clase de municiones y bien fortificada bajo un monte empinado.
Hice todo lo posible para que no se apoderase de aquella ciudad, y
marché hacia ella de día y de noche, llegando a ella antes que él.
Al llegar, puse una guarnición en sus muros, y llené la ciudad de
trigo y víveres, para mantener desde ella la guerra contra los
germanos, con gran seguridad” (Libro I, cap. 38).
Desde
allí, las tropas romanas salen en busca de los germanos, produciéndose la gran
batalla del Rihn, no muy lejos de Besançon:
“Cuando
Ariovisto estuvo a 24 millas de Besanzón, salimos con nuestras tropas
a su encuentro (Libro I, cap. 41), hasta que los dos ejércitos
se encontraron en una gran llanura, entre altozanos (Libro I, cap.
43). Yo me adelanté unos 200 m. junto a la legión X, e igual hizo
Ariovisto con algunos de los suyos. Yo seguí avanzando hacia
Ariovisto, y él hacia mí (Libro I, cap. 43). Hasta que nos
juntamos, y yo le sugerí que se retirase de la Galia a la Germania, a
cambio de ser amigo de Roma (Libro I, cap. 43), y él me
respondió que estaba en la Galia porque los galos lo había llamado y
lo querían por rey”
(Libro I, cap. 44).
“En
estas razones estaban cuando me avisaron que la caballería de
Ariovisto, acercándose a la colina, venía para los nuestros
arrojando piedras y dardos. Dejó César la plática y se retiró a
los suyos (Libro I, cap. 46). Los germanos atacaron con 6.000
caballos, 6.000 de infantería, 16.000 hombres ligeros y las mujeres
encima de sus carros, repartidos todos por tribus y a trechos iguales (Libro
I, cap. 49). Nosotros resistimos en 3 cuerpos de 3 columnas,
avanzando hacia adelante y desde las 4 de la tarde a la noche”
(Libro I, cap. 50).
La victoria fue para los romanos, que ejecutaron a los
prisioneros enemigos. El
resto de supervivientes, incluido Ariovisto, cruzó el Rihn con el resto de germanos,
de vuelta a Germania:
“Al
tercer día de batalla, y ver Ariovisto las heridas recibidas de su
ejército, al anochecer tocó a retirada, dejando los cuerpos de los
heridos en el campo de batalla (Libro I, cap. 50) y huyendo
hasta tropezar con el Rin, distante de allí unas 50 millas y donde se
salvaron los que pudieron, a nado o con canoas que allí encontraron”
(Libro I, cap. 53).
“Todos
los demás germanos fueron alcanzados de nuestra caballería, y fueron
pasados todos a cuchillo. Perecieron en la fuga dos mujeres de
Ariovisto, la una sueva y la otra nórica. De dos hijas de éstas una
fue muerta y otra presa” (Libro I, cap. 53).
b.3)
Conquista de Bélgica
Belicosos
y peligrosos de entre todos los bárbaros, según César, los belgas se
dedicaban a combatir habitualmente a los germanos, y no habían recibido influjo
alguno de civilización:
“Los
más valientes de todos son los belgas, porque viven muy remotos del
fausto y delicadeza de nuestra provincia. Los
belgas toman su principio de los últimos límites de la Galia,
dilatándose hasta el Bajo Rin, mirando al Septentrión y al Oriente
(Libro I, cap. 1). Los
belgas forman la tercera parte de la Galia y son los más poderosos de
ella en el arte militar, deteniendo a los germanos en muchas ocasiones”
(Libro II, cap. 2).
Viendo
éstos el avance de los dominios romanos en la Galia, prepararon entonces una
coalición contra Roma, el año 56 d.C, de entre todos sus pueblos
vecinos:
“Los
belgas forman la tercera parte de la Galia, conjurándose contra el
Pueblo Romano, dándose mutuos rehenes e impidiendo que los romanos
invernasen en sus territorios, muchas veces alistando tropas a sueldo de
entre nuestros aliados”
(Libro II, cap. 1).
“Me
avisaron también que los belgas estaban unánimemente haciendo levas,
y que sus tropas se iban juntando en un lugar determinado (Libro
II, cap. 2), armándose y conjurándose con los germanos del Rin”
(Libro II,
cap. 3).
“En
orden al número de gente de guerra que vi yo que los belgas podían
reclutar, los beoveses ya le habían prometido 60.000 combatientes,
los suesones le habían ofrecido 50.000 combatientes, los amienses
10.000, los morinos 25.000, los menapios 9.000, los velocases y
vermandeses 9.000, los aduáticos 29.000, los condrusos, eburones,
ceresos y pemanos hasta 40.000”
(Libro II, cap. 4).
César fue informado
por sus embajadores de esto, y la reacción de
César no tardó en llegar, apresurándose para la batalla y
conformando una estrategia ya antes de que atacaran los belgas:
“En
fuerza de las noticias y cartas que me trajeron de los belgas los
diputados Iccio y Antebrogio, alisté dos nuevas legiones en la Galia
Cisalpina, y a la entrada del verano marché contra ellos, en menos de
12 días (Libro II, cap. 2). Llegué allí de improviso, y más
presto que nadie lo creyera (Libro II, cap. 3), y todo se
ejecutó puntualmente al plazo señalado”
(Libro II, cap. 5).
“Me
esforcé allí en ganarme con buenos oficios a los remenses, y con
Diviciaco el Eduo acordamos la estrategia a seguir: dividir las
fuerzas del enemigo, para no tener que lidiar a un tiempo con tantos.
Lo cual se lograría si los eduos rompiesen por sus tierras y
empezasen a talar sus campos”
(Libro II, cap. 5).
Al
cruzar el río Aisne, y en torno a Reims, César y su ejército fueron atacados por la coalición
belga, pero en esta batalla de Aisne resultaron salir finalmente
victoriosos:
“Cuando
los belgas atacaron todos contra nuestro alido Diviciaco, junto a 6
cohortes de mi legado Quinto Tiburio, éste los fue trayendo hacia el
río Aisne, donde remata el territorio belga, y allí fijó sus
reales, con el costado defendido por las márgenes del río, y seguro
el camino desde Reims para el transporte de bastimentos. Entre los
nuestros levantaron allí un parapeto de 12 pies de alto y un foso de
18 pies de profundo”
(Libro II,
cap. 5).
“Los
belgas se pusieron a batir aquella plaza, acercándose por todas
partes y tirando piedras y dardos hasta que no quedó defensor alguno
en la almena. Tras eso, se arrimaron a la puerta en empavesada (con
techo protector de escudos) y abrieron brecha, haciéndose entonces de
noche y teniéndose que retirar para descansar”
(Libro II, cap. 6).
“Entonces
llegué yo en ayuda de los sitiados a medianoche, con un ejército de
flecheros cretenses y honderos baleares, y acampamos a 2 millas de la
plaza (Libro II, cap. 7). Vi que el enemigo era muy numeroso, y
sondeé que su coraje también lo era, y que tenía sus tropas bien
alineadas”
(Libro II, cap. 8).
“Al
día siguiente, los enemigos marcharon de su campamento hacia el río
Aisne, para intentar desalojar la fortificación de Quinto Tiburio y
romper luego el puente del río (Libro II, cap. 9). Pero yo me
lancé con la caballería ligera sobre ellos, junto a los honderos y
flecheros. Los nuestros, acometiendo a los enemigos metidos en el
puente, mataron a muchos, y a fuerza de dardos rechazaron a los
demás. Obráronse allí prodigios de valor, en el complejo tránsito
del río y por encima de los cadáveres”
(Libro II, cap. 10).
Los belgas decidieron
retirarse para ofrecer resistencia en sus territorios, pero tampoco les sirvió de
nada:
“Viendo
los enemigos fallidas sus esperanzas de conquistar nuestra plaza,
concluyeron ser lo mejor retirarse cada cual a su casa, con el pacto
de acudir de todas partes a fin de hacer la guerra con más comodidad
dentro de su comarca, y sostenerla con sus propias y abundantes
cosechas”
(Libro II, cap. 10).
“Yo
di orden a los legados Quinto Pedio y Lucio Arunculeyo de picar la
retaguardia enemiga, y al legado Tito Labieno de perseguirlos con 3
legiones. A los postreros los alcanzaron tras muchas millas, y a los
fugitivos hicieron gran matanza. Los nuestros siguieron matando gente
todo lo restante del día, hasta la puesta del sol”
(Libro II, cap. 11).
“Al
día siguiente, yo mismo no quise dar tiempo a los enemigos de
recobrarse del pavor y de la fuga, y me dirigí contra los suesones y
su ciudad de Novo, formando el terraplén y levantando las bastidas.
Se espantaron los galos de aquellas máquinas, para ellos nunca vistas
ni oídas, y me enviaron enseguida una petición de perdón y
vasallaje (Libro II, cap. 12), junto a las prendas de ganados y
los dos hijos de su mismo rey Galba”
(Libro II, cap. 13).
“Al
día siguiente marché contra los beoveses, los cuales salieron de
allí cuando ya estábamos a 5 millas, viviendo a nuestro encuentro
sus ancianos y rindiéndose a discreción, junto a todos sus niños y
mujeres”
(Libro II, cap. 13).
De
entre los belgas solamente resistieron hasta el final los nervios, que eran los
más belicosos y que lograron reclutar al resto de tribus belgas. No obstante,
estas últimas tribus belgas fueron también derrotadas y aniquiladas, en la brutal batalla
de Sambre:
“Llevaba
ya tres días de jornada por aquellas tierras, cuando me dijeron los
prisioneros que a 10 millas de nuestras tiendas corría el río Sambre,
en cuya parte opuesta estaban acampados los nervios, aguardando allí
su venida unidos con los arrebates, vermandeses y resto de tribus, con
60.000 combatientes más todas sus mujeres y personas inhábiles”
(Libro II,
cap. 16).
“Por
la cercanía del enemigo, llevé conmigo 6 legiones sin más tren que
las armas, y dejé 2 legiones junto a los equipajes. Las 6 legiones
que vinieron conmigo, al pasar el río empezaron a delinear el campo,
y empezaron a fortificarlo”
(Libro II, cap. 19).
“Los enemigos, cubiertos en las selvas, avistaron nuestros bagajes
traseros y lanzaron todas sus tropas sobre ellos, trabándose allí la
batalla (Libro II, cap. 19) y viniendo al río los caballos que
huían de allí. Yo enarbolé el estandarte e hice tocar la bocina,
dejando todos mis hombres de trabajar la fortaleza y yendo a socorrer
a los nuestros del avituallamiento (Libro II, cap. 20).
Nuestras legiones salieron corriendo hacia los enemigos con un ímpetu
valeroso, sin ajustarse yelmos ni desfundar los escudos (Libro II,
cap. 21), cada una por su parte y sin más orden que el de
urgencia, apiñando las banderas”
(Libro II, cap. 22).
“Al
llegar al lugar, nuestros soldados empezaron a sentir las voces y
alaridos de los que conducían el bagaje, que corrían despavoridos
unos acá y otros allá. Vieron luego nuestros reales cubiertos de
enemigos, y nuestras 2 legiones estrechadas y cogidas (Libro II,
cap. 24), perdido el estandarte y con nuestros soldados muertos o
heridos”
(Libro II,
cap. 25). Yo
mismo me puse al frente, y exhorté a todos a avanzar y ensanchar
filas para servirse mejor de la espada. Les pedí un último esfuerzo
en medio de este gran peligro, y cerrar todas las banderas a una”
(Libro II, cap. 25).
“Los
nuestros recobraron el aliento, embistieron allí a los enemigos, que
se defendían con gran valentía y reemplazaban a los que iban
cayendo. Los soldados de las legiones IX y X masacraron por el ala
izquierda a los belgas con los dardos, persiguiéndolos luego con la
espada hasta que los agotaron y degollaron,
dejando vivos a 500 de 60.000”
(Libro II, cap. 27).
“Acabada
la batalla, y con ella casi toda la raza y nombre de los nervios, los
viejos que estaban con los niños y las mujeres recogidos entre
pantanos y lagunas, sabedores de la desgracia, enviaron embajadores a
César para entregarse a discreción”
(Libro II, cap. 28).
b.4)
Conquista de Bretaña
Mientras
invernaba en Iliria, César recibió la noticia de que los pueblos galos
del Cotentin, en la península oceánica de Vannes,
se rebelaban contra las guarniciones romanas allí instaladas, por el
retraso en la llegada de víveres romanos a la comarca:
“Entonces
envié a Publio Craso con una legión para dar aviso a los vénetos,
únelos, osismios, curiosolitas, sesuvios, aulercos, reñeses y
vaneses, pueblos marítimos sobre la costa del Océano, de que todos
quedasen sujetos al Pueblo Romano (Libro II, cap. 34), mientras
yo me iba a invernar a la Iliria, tras la victoria contra los belgas”
(Libro II, cap. 35).
“Estando
Publio Craso con la legión VII en las costas del Océano, cerca de su
cuartel invernal de Anjou, y yo en el cuartel de invierno del
Ilírico, se suscitó entonces una improvista contienda con los
vénetos, por carecer de grano aquellos territorios”
(Libro III, cap. 7).
“Los
vaneses, pues, dieron principio a las hostilidades, arrestando a Silio
y Velanio. Movidos de su ejemplo los confinantes arrestan por el mismo
fin a Trebio y Terrasidio. Igualmente, las demás de la costa se van
uniendo al partido de los sublevados, con la idea de conservar la
libertad heredada antes que sufrir la esclavitud de los romanos”
(Libro III, cap. 8).
César
acudió inmediatamente con su ejército a aquel territorio, y comenzó los
preparativos para atacar
fuertemente sus núcleos. Sabiendo que todos ellos eran pueblos navegantes,
mandó por ello también la construcción de una flota
naval, para derrotarles por mar:
“La
república de estos últimos es la más poderosa entre todas las de la
costa, por cuanto tienen gran copia de navíos con que suelen ir a
comerciar en Bretaña. En la destreza y uso de la náutica se
aventajaban éstos a los demás, y como son dueños de los pocos
puertos que se encuentran en aquel golfo borrascoso y abierto, tienen
puestos en contribución a cuantos por él navegan” (Libro III,
cap. 8).
“Enterado
yo mismo de estas novedades por Craso, y viendo lo distante que estaba,
di orden de construir galeras en el río Loire, que desagua en el
Océano, y de traer remeros de la provincia, y juntar marineros y
pilotos”
(Libro III, cap. 9).
“Los
vaneses y demás aliados, sabida mi llegada y del delito que habían
cometido, hicieron los preparativos para la guerra en su ciudad de
Vanes, mayormente todo lo necesario para el armamento de los navíos,
muy esperanzados del buen suceso por la ventaja del sitio, y de que
ellos por mar serían superiores en fuerzas”
(Libro III, cap. 9).
A
pesar de las ventajas galas en la navegación, finalmente fueron vencidos todos
aquellos pueblos sublevados por el ejército romano, en una batalla naval de
abordaje:
“Por
aquellos parajes los caminos estaban a cada paso cortados por los
pantanos, la navegación era embarazosa, y eran muy contados los
puertos. Los romanos no tenían navíos adecuados al lugar, ni
conocimiento de los bajíos, islas y puertos en que habían de hacer
la guerra; además, no era lo mismo navegar por el Mediterráneo entre
costas, como por el Océano, mar tan dilatado y abierto (Libro
III, cap. 9). Además, aquellas poblaciones estaban fundadas sobre
cabos y promontorios, y no eran accesibles por tierra, por la alta
marea que se experimenta. Ni tampoco por mar, pues en la baja marea
nuestras naves quedaban encalladas en la arena”
(Libro III, cap. 12).
“Confederados
los vaneses y vénetos con únelos, osismios, curiosolitas, sesuvios,
aulercos, reñeses y vaneses, pronto se les unieron en su puerto de
Vienes los osismios, lisienses, nanteses, ambialites, merinos,
dublintes, menapios, acudiendo en su socorro desde la Bretaña, isla
situada enfrente de estas regiones”
(Libro III, cap. 9).
“Cuando
los enemigos avistaron nuestras naves, salieron contra nosotros 220
naves de su puerto, bien tripuladas y provistas de toda suerte de
municiones. Bruto, director de nuestra escuadra, no sabía cómo
entrar en batalla, hasta que decidió atacar con las hoces bien
afiladas que llevábamos a los mástiles de los barcos enemigos,
haciendo pedazos su cordaje y que cayese sobre sus tripulantes el peso
de las vergas. Así perdieron los galos su ventaja de velas y jarcias,
y quedaron inservibles sus barcos”
(Libro III, cap. 14).
“Perdidos
los galos sus barcos, lo restante del combate dependió del valor, y
de que todos los cerros y collados que tenían vistas al mar estaban
ocupados por nuestras tropas. A cada navío inutilizado saltaban y
abordaban los nuestros, y uno a uno los fueron masacrando”
(Libro III, cap. 15).
Quedaron así totalmente sofocados
los focos de sublevación en la Galia norte, esclavizada toda
su población y a disposición de César de unos conocimientos y
materiales navales de gran valor:
“Muchas
fueron las dificultades de hacer la guerra allí, pero no eran
menos los incentivos que yo tenía cuando la emprendí: el atentado de
prender a los caballeros romanos; la rebelión después de ya
rendidos; las deslealtad contra la seguridad dada con rehenes; la
conjura de tantos pueblos, y sobre todo el recelo de que si no hacía
caso de esto, no siguiesen su ejemplo otras naciones”
(Libro III, cap. 10).
“Con
esta batalla terminó la rebelión de los vaneses y todos los pueblos
marítimos, y fueron condenados a muerte todos sus senadores, y
vendida toda su población como esclava”
(Libro III, cap. 16).
b.5)
Conquista de Aquitania
Comenzó con el asedio
bárbaro que hicieron las tribus aquitanas al tribuno Sabino,
invernado con sus legiones en el campamento romano de Viridovige y en
esta ocasión con serios apuros:
“Mientras
esto pasaba en Vannes los aulercos, ebreusenses y lisienses se
ligaron con Viridovige y una gran chusma de bandoleros y salteadores
que se les agregó de todas partes, los cuales
se dedicaron al pillaje de las tierras aquitanas” (Libro III, cap.
17).
“Quinto
Tiburio Sabino, que se había acampado en lugar
ventajoso para todo, a 2 millas de distancia de Viridovige, no salía
de las trincheras,
sacando cada día sus tropas afuera
y oponiéndoles resistencia, a pesar de la persuasión de su miedo
(Libro III, cap. 17) y de la escasez de bastimentos, de que por
descuido estaban mal provistos” (Libro III, cap. 18).
Tras lo cual llega
la noticia de los hechos a César, que comienza el reclutamiento
romano de soldados y víveres, y a todos ellos los envía con
Craso al socorro de Sabino:
“Yo
me apresuré a darle socorro, proveyéndome
bien de víveres y de
caballos, convidando en particular
a muchos militares conocidos por su valor
de Tolosa, Carcasona y Narbona, ciudades de
nuestra provincia confinantes con dichas regiones,
a los que envié al mando de Craso” (Libro III, cap. 20).
Al llegar los
refuerzos romanos al lugar de los hechos, la caballería romana empieza
a perseguir a los enemigos y hacerlos encerrar en su ciudad rebelde,
tras lo cual tiene lugar el asedio a Viridovige:
“El
combate fue largo y porfiado; como que, ufanos
los enemigos por algunas antiguas victorias, estaban
persuadidos que de su valor pendía la libertad
de toda la Aquitania (Libro III, cap. 20). Pero los nuestros
lograron encerrarlos dentro de la ciudad, a la cual inmediatamente
pusieron en sitio, conforme a la disciplina de los romanos” (Libro
III, cap. 23).
“Unos
se ocupaban en cegar los fosos, otros en
derribar a fuerza de dardos a los que montaban las
trincheras, y hasta los auxiliares, de quienes Craso
fiaba poco en orden de pelear, con aprontar piedras
y armas y traer céspedes para el terraplén, pasaban
por combatientes. Defendíanse así mismo los
enemigos con tesón y bravura, disparando a golpe
seguro desde arriba, por lo que nuestros caballos,
dado un giro a los reales, avisaron a Craso
que hacia la puerta trasera no se veía igual diligencia
y era fácil la entrada” (Libro III, cap. 25).
El asedio culmina
con la entrada romana a la ciudad rebelde, el aniquilamiento de la mayor
parte de los enemigos y la rendición a Roma
de todas las tribus bárbaras de la Aquitania:
“Ya
estábamos dentro, por la puerta trasera, cuando los enemigos pudieron
caer en cuenta de lo acaecido. Los nuestros empezaron a batir a los
enemigos, que acordonados por todas partes empezaron a huir de la
ciudad. Mas
perseguidos por nuestra caballería de 50.000 hombres, en aquellas
espaciosas llanuras cayeron las tres cuartas partes de ellos”
(Libro III, cap. 26).
“A
la nueva de esta batalla, la mayor parte de
Aquitania se rindió a Craso, enviándole rehenes espontáneamente,
como fueron los tarbelos, los bigorreses,
los precíanos, vocates, tarusates, elusates,
garites, los de Aux y Carona, sibutsates y cocosates.
Solas algunas naciones más remotas, confiadas
en la inmediación del invierno, dejaron de
hacerlo” (Libro III, cap. 27).
b.6)
Reforzamiento del Rihn
El limes-frontera
del Rihn fue ocupado por una serie de pueblos germanos, que a su vez decían
recibir una fuerte presión de los suevos.
César les ordenó volver a su tierra, pero éstos le engañaron y se
dedicaron al saqueo:
“Al invierno
siguiente, los usipetes y tencteros de la Germania, en gran número,
pasaron el Rin hacia su embocadura en el mar. La causa de su
trasmigración fue que los suevos, con la porfiada guerra de muchos años,
no los dejaban vivir ni cultivar sus tierras” (Libro IV, cap. 1).
“Dícese que
los suevos tienen cien merindades, cada una de las cuales contribuye
anualmente con mil soldados para la guerra, supliéndose así en la
milicia y limpiando todos los contornos de sus territorios, sin que
nadie pueda resistir a su furia y para que todo esté despoblado a
muchas leguas de sus ciudades” (Libro IV, cap. 3).
“Enterado del
caso, y por no dar ocasión a una guerra más peligrosa, partí hacia
allá y confirmé lo que me habían anunciado. Convidé a los germanos
a dejar el Rin y a ayudarles en cuanto necesitasen, acariciándoles y
ganándome su voluntad” (Libro IV, cap. 6).
“Pero los
germanos, en estas confianzas, empezaron a alargarse más y más en
sus correrías, hasta entrar por tierras de los eburones y condrusos,
que son dependientes de Tréveris, pillando y forrajeando todo lo que
encontraban al paso por los brazos del Rin” (Libro IV, cap. 6).
Ante esto César no
tuvo escrúpulos y ejecutó a todos los germanos, a pesar de sus
insistentes peticiones de clemencia y piedad,
y provocando una auténtica masacre de germanos[7]:
“Entonces
ordené a mis legiones que tuviesen pronta la caballería, y declaré
la guerra contra la Germania (Libro IV, cap. 6). Provisto,
pues, de víveres y de caballería escogida, dirigió su marcha hacia
donde oía que andaban los germanos” (Libro IV, cap. 7).
“Al llegar al
río Mosa, que es un brazo del Rin, establecí mi cuartel en el monte
Vauge (a 80 millas del Océano y la desembocadura del Rin), enfrente
de la isla fluvial de Batavia (en medio del Rin) y a 12 millas del
enemigo (Libro IV, cap. 10). Ellos me enviaron embajadores para
pedir clemencia y que no usase mi caballería contra ellos, bajo
salvoconducto con juramento” (Libro IV, cap. 11).
“Pero no tuve
piedad de ellos por la traición que ya me hicieron una vez, y sin
esperar un día más lancé mi caballería de 5.000 hombre sobre ellos
(Libro IV, cap. 13), incluidos mujeres y niños (Libro IV, cap.
14). Allí degollamos a todos los germanos, en medio de un gran
griterío y sin que pudiesen escapar por estar el Rin rodeándolos”
(Libro IV, cap. 15).
Tras la masacre, y a
modo de lección, construyó César un puente y cruzó el Rihn, lanzándose
al ataque más allá de Rihn sobre
otra serie de tribus germanas que allí moraban, y del mismo modo que
ellos habían hecho días atrás:
“Fenecida esta
guerra de los germanos, me determiné a pasar el Rin por muchas
causas, siendo de todas la más justa, que ya que los germanos con
tanta facilidad se movían a penetrar por la Galia, quiso meterlos en
cuidado de sus haciendas con darles a conocer a sus 450.000 habitantes
que también el ejército romano tenía maña y atrevimiento para
pasar el Rin” (Libro IV, cap. 16).
“Y así, ordené
la suma dificultad de alzar puente sobre río tan ancho, impetuoso y
profundo, para transportar por él a mi ejército y mediante una traza
bien consistente de travesaños y zarzos” (Libro IV, cap. 17).
“Tras concluir
el puente en 10 días (Libro IV, cap. 18), pasé a mi ejército
y me detuve algunos días en quemar las aldeas germanas y sus caseríos,
en segar sus mieses y en vengarme y meter miedo a los germanos,
matando a muchos y haciéndome con muchos rehenes” (Libro IV, cap.
19).
Tras la nueva
masacre de germanos, Cesar ordenó la destrucción
del puente del Rihn, volvió a la Galia y se dedicó a perseguir
a los rebeldes galos, que habían huido a Britania:
“Gastados 18 días
al otro lado del Rin, y pareciendo haberme granjeado bastante reputación
y provecho entre los germanos, di la vuelta a la Galia y mandé
deshacer el puente, prosiguiendo en adelante la persecución de los
galos rebeldes” (Libro IV, cap. 19).
b.7)
Conquista de Inglaterra
Sin demasiados
preparativos, y al darse cuenta César de que los rebeldes galos recibían
apoyo enemigo de las islas británicas,
empezó a diseñar César un inmediato desembarco en Inglaterra, con el
fin de inspeccionar el terreno:
“Al fin ya del
estío, aunque en aquellas partes se adelanta el invierno por caer
toda la Galia al Norte, sin embargo, planifiqué un desembarco en
Bretaña, por estar informado que casi en todas las guerras de la
Galia se habían suministrado de allí socorros a nuestros enemigos”
(Libro IV, cap. 20).
“Yo
consideraba ser de suma importancia ver por mí mismo aquella isla,
reconocer la calidad de la gente, registrar los sitios, los puertos y
las calas; cosas por la mayor parte ignoradas. También porque habrá
quien allá navegue fuera de los mercaderes, y porque ni aun éstos
tienen más noticia que de la costa y de las regiones que yacen frente
de la Galia” (Libro IV, cap. 20).
En la primavera del
54 a.C. ya tenía César planeada la conquista de la parte más
meridional de Inglaterra, y había estado construyendo una gran flota
romana para ello. Tras lo cual, se lanzó a hacer la travesía
naval a Inglaterra:
“Entonces
marché con mi ejército a Morinos, porque desde allí era el paso más
corto para la Bretaña. Aquí mandó juntar todas las naves de la
comarca y la escuadra empleada el verano antecedente en la guerra de
Vannes” (Libro IV, cap. 21).
“Aprestadas 80
naves de transporte, que bastaban para el embarco de 2 legiones, lo
que le quedaba de galeras las repartí entre el cuestor, legados y
prefectos. Otros 18 buques de carga las destiné para la caballería,
y la defensa del puerto la encomendé al legado Quinto Sulpicio Rufo,
con la guarnición competente” (Libro IV, cap. 22).
“Dadas estas
disposiciones, con el primer viento favorable izé velas a medianoche;
y mandé pasar la caballería al puerto de más arriba con orden de
que allí se embarcase y le siguiese. Nuestras primeras naos tocaron
tierra en la costa de Bretaña a las 4 de ese día, y los demás
buques sobre las 9” (Libro IV, cap. 23).
“Desembarcamos
en una playa estrechada por los montes, en la que nuestros grandes navíos
no podían dar fondo sino mar adentro, y en la que desde los altos
cerros se podía disparar a golpe seguro sobre la ribera. También
observé que las tropas enemigas estaban en armas ocupando todos
aquellos cerros” (Libro IV, cap. 23).
Tras el desembarco
en Inglaterra, los romanos fueron sorprendidos por los indígenas
ingleses antes incluso de pisar tierra, hasta que paulatinamente
lograron derrotar a los britanos cerca de Canterbury, en una de las
batallas más variopintas de las Guerras Galas:
“Los
bárbaros trataron de impedir nuestro desembarco, bajando con su
caballería y carros armados de los cerros a la playa, y disparando
sin parar. Esto resultó para nosotros muy embarazoso, pues nuestros
soldados tenían que saltar de las naves y hacer pie entre las olas,
aparte de pelear contra los enemigos, que venían en caballos muy bien
espoleados (Libro IV, cap. 24). Peleóse por ambas partes con
gran denuedo. Mas los nuestros no podían mantener las filas, ni hacer
pie en el agua, ni seguir sus banderas, mientras los enemigos corrían
a caballo por en medio del agua, y asestaban golpes por todas partes”
(Libro IV, cap. 26).
“Con estos
incidentes, los nuestros se acobardaron, pues nunca se habían visto
en tan extraño género de combate, y no todos mostraban aquel brío y
ardimiento que solían en las batallas dé tierra (Libro IV, cap.
24). Entonces el alférez de la legión X les increpó a voz en
grito: Saltad, soldados, a lo profundo del agua y enarbolad el
estandarte, si no queréis ver el águila en poder de los
enemigos” (Libro IV, cap. 25).
“Advirtiendo
yo todo eso, ordené que las galeras más grandes y veloces se
separasen un poco de los transportes, y a fuerza de remos se apostasen
contra el costado descubierto de los enemigos, de donde con hondas,
trabucos y ballestas los arredrasen y alejasen. Esto alivió mucho a
los nuestros, porque atemorizados los bárbaros de la extrañeza de
los buques, del impulso de los remos, y del disparo de tiros nunca
visto, empezaron a retroceder (Libro IV, cap. 25). Apenas los
nuestros fijaron el pie en tierra, seguidos luego de todo el ejército,
cargaron con furia a los enemigos y los ahuyentaron” (Libro IV, cap.
26).
Entonces, los
britanos optaron por hacer una guerra de
guerrillas contra el ejército romano, en un territorio
boscoso y desconocido para los romanos:
“Al cuarto día
de nuestro arribo a Bretaña, y estando la legión VII en busca de
trigo por aquellos cortijos de la isla, los nuestros fueron apremiados
por los enemigos, y empezaron a recibir dardos por todas partes”
(Libro IV, cap. 32).
“Los enemigos
se emboscaban por la noche en las selvas de la isla; y a la hora que
los nuestros desparramados y sin armas se ocupaban en la siega, los
asaltaban y embestían de improviso, matando a algunos y rodeando con
su caballería a los demás, antes de que pudieran ordenarse para el
combate (Libro IV, cap. 32). Siempre asaltan todos a una,
arrojando dardos y desordenando con sus caballos nuestras filas
(Libro IV, cap. 33), y provocando consternación en nuestros
guerreros” (Libro IV, cap. 34).
Ante estas
guerrillas las fuerzas del Cesar parecían ser inútiles, por lo que optó
por declarar un cese de hostilidades
con los britanos, ganando así tiempo para la búsqueda y llegada de
nuevos efectivos a la isla:
“Siguiéronse
un día tras otro las lluvias continuas, que impedían a los nuestros
la salida de sus tiendas y al enemigo los asaltos (Libro IV, cap.
34). Lo que fue ocasión para enviarse mensajeros por ambas partes,
y lograr conseguir la paz con estos extraños enemigos, retirándome
yo con mis legiones a los reales, y estándose ellos quietos en sus
aldeas” (Libro IV, cap. 34).
“Acercándose
ya el equinoccio, y cuando todo estaba ya pacificado no me parecía
cordura exponerse con navíos estropeados a navegar en invierno. Por
tanto, aprovechándose del buen tiempo, levé poco después de
medianoche, y arribé con todas las naves al continente para buscar más
efectivos” (Libro IV, cap. 36).
Se trató de un impás
de César en la conquista de Inglaterra, volviendo al continente[8]
para buscar todo lo necesario y llevarse más
efectivos y naves a la isla:
“Al llegar de
Bretaña a nuestros cuarteles de la Galia, di orden a los legados
comandantes de las legiones de construir cuantas naves pudiesen, y de
reparar las viejas, dándoles las medidas y forma de su construcción,
todas muy veleras y con aparejo traído de España (Libro V, cap.
1). También establecí que fuese Icio el puerto que conectara la
Galia con la Bretaña, por navegarse desde allí con mayor comodidad y
por un estrecho de 30 millas” (Libro V, cap. 2).
“Dispuestas así
todas las cosas, al fin llegaron al puerto Icio todas las legiones que
partirían conmigo a la Bretaña, en número de 4.000 hombres, toda la
caballería de la Galia, la gente de mayor fidelidad para poblar los
territorios y todas las naves menos 40, que no habían superado la
prueba de navegar con viento contrario (Libro V, cap. 5). También
dejé 2.000 caballos en el continente para la defensa de los puertos y
movimiento de la Galia” (Libro V, cap. 8).
Lo que supuso la
guerra total contra los indígenas britanos, con todas las estructuras
necesarias para la conquista total de
Inglaterra, tanto a nivel de repeler emboscadas como a la
hora de vencer en la Batalla del Támesis, y civilizar posteriormente la
región:
“Arribamos con
toda la armada a la isla al mediodía, sin que se dejara ver enemigo
alguno por la costa (Libro V, cap. 8), y en la playa dejé 10
cohortes, 300 caballos y algunos carpinteros, a la ribera y resguardo
de las naves, por si venían tempestades o enemigos” (Libro V, cap.
9).
“Habiendo
caminado de noche unas 12 millas, salieron a nuestro encuentro los
enemigos, tratando de estorbar nuestra marcha, hasta que nuestra
caballería los dispersó por los bosques (Libro V, cap. 9). Cuando
nuestros soldados estaban descuidados y ocupados en fortificar los
campos, salían ellos de improviso del bosque y arremetían contra
nosotros (Libro V, cap. 15), no pudiendo los nuestros
perseguirlos por la pesadez de nuestras armas, ni porque dentro de los
bosques aguardaban más de ellos escondidos” (Libro V, cap. 16).
“Hasta que nos
fuimos haciendo con ellos según lo planeado, con unas legiones detrás
de otras y el apoyo entre ellas en las emboscadas, y empleando la
caballería para capturarlos rápidamente en su fuga. Hasta que nunca
más de allí en adelante pelearon los enemigos de poder a poder
contra nosotros” (Libro V, cap. 17).
“Tras repeler
las emboscadas, mandé a todo mi ejército al reino de Casivelauno, en
las riberas del Támesis. Allí aguardaban todas las tropas de los
enemigos, así como estacas puntiagudas que ellos habían plantado en
los márgenes del río y debajo del agua, para guarnecer su principal
río y medio defensivo. Pero fue tal el coraje de nuestras legiones y
caballería, que a toda prisa se lanzaron de cabeza contra los
enemigos, desbaratando sus defensas y artilugios (Libro V, cap.
18). Casivelauno se nos rindió, y allí dejé a 4.000 hombres y
carruajes, para talar las selvas y hacer campiñas y vías que
favoreciesen el tránsito de nuestro pueblo, que allí se empezó a
establecer” (Libro V, cap. 19).
“A esta sazón,
los trinobantes, nación la más poderosa de aquellos países, me
enviaron embajadores prometiéndome obediencia a cambio de trigo y
rehenes (Libro V, cap. 20). Y también los cenimaños,
segonciacos, ancalites, bibrocos y casos, por medio de sus diputados,
se rindieron a César bajo las mismas condiciones” (Libro V, cap.
21).
b.8)
Vuelta a la Galia
Mientras César había
permanecido en Inglaterra, los belgas del rey Ambiórix
habían aprovechado su ausencia para engañar a los legados romanos
Cotta y Sabino. Y tras una feroz batalla entre romanos y belgas, las
tropas romanas habían sido expulsadas del territorio, hecho que había
empezado a animar a otros pueblos vecinos, como los nervios.
Vuelto rápidamente
desde Britania, César se presentó
en terreno galo y, uniéndose al ejército del legado Quinto Cicerón
(que todavía estaba resistiendo en batalla), logró una contundente
victoria[9]. No obstante, su rey Ambiorix había logrado huir, con la idea
de seguir buscando apoyos para su revuelta contra Roma.
En una nueva campaña
militar, César consiguió localizar y derrotar a Ambiorix, aunque éste
había logrado entregar previamente el testigo de la rebeldía gala al
nuevo y poderoso caudillo rebelde: Vercingetórix.
b.9)
Conquista de Borgoña y Normandía
Con la idea de dar
caza a Vercingetórix, César decidió fortificar primeramente Narbona,
y plantar luego cuarteles de invierno por todo el norte de la Galia
septentrional:
“Vercingetórige
era joven muy poderoso, cuyo padre fue Celtilo el mayor príncipe de
toda la Galia. Éste convocó fácilmente a sus apasionados, y los
amotinó exhortándolos a tomar las armas en defensa de la libertad.
Juntando a los de su partido, abanderizó a mucha gente, echando de
sus territorios a sus contrarios. Proclamado rey de los suyos, despachó
embajadas a todas partes conjurando a todos a serle leales. En breve
hizo de su bando a los de Sens, de París, del Poitú, Cuera, Turena,
a los aulercos limosines, a los de Anjou y demás habitantes de las
costas del Océano. Y todos a una voz le nombraron generalísimo
(Libro VII, cap. 4), formando en breve un grueso ejército en las costas del Océano” (Libro
VII, cap. 5).
“Informado de
estas novedades, recluté a muchos soldados de toda la Galia y me puse
en camino y llegué allá, viéndome muy embarazado por la situación
(VII,6) y porque Vercingetórige se disponía a romper por la
Provenza del lado de Narbona (Libro VII, cap. 7). Entonces reforcé
nuestras tropas y fui del todo derecho a Narbona, serenando a su
población y poniendo guarniciones en todos sus contornos, en los
rodenses de la Provenza, en los volcas arocómicos y en los límites
de los territorios enemigos (Libro VII, cap. 7), abriendo caminos de 6 pies
de nieve en lo más riguroso del invierno” (Libro VII, cap. 8).
César encomendó a
su legado Bruto a pacificar las tribus del norte, mientras él partía
para buscar y capturar a Vircingetórix. Ante los avances romanos, los
galos se iban retirando, y las plazas de la
Galia Norte iban siendo ocupadas:
“Previendo lo
que había de hacer Vercingetórige, con motivo de reclutar nuevas
tropas y caballos, entregué el mando del ejército a Bruto, con
encargo de emplear la caballería en correrías por todo el país, y
mientras yo iba a la búsqueda de Vercingetórige durante 3 días”
(Libro VII, cap. 9).
“Al día
siguiente tomaron nuestras tropas Gergovia (Libro VII, cap. 9), Agendico
(Libro VII, cap. 10), Velaunoduno y Genabo (Libro VII, cap.
11), saqueando y
quemando las ciudades, apresando a los enemigos y fortaleciendo el
cauce del río Loire” (Libro VII, cap. 11).
Fue entonces cuando
aparece en escena Vercingetórix, apoyado por numerosas tropas y pueblos
galos, y que al ver que César se le acercaba por Neuvy,
se precipitó a atacar a las tropas romanas (apoyadas en este momento
por tribus germanas):
“Cuando
Vercingetórige supo de mi venida adonde él estaba, levanta el cerco
y sale a mi encuentro. Yo estaba en los planes de asaltar a Neuvy,
situada en el camino. Pero al ver a lo lejos la caballería enemiga y
el ejército de Vercingetórige, mandé a mis centuriones desenvainar
las espadas” (Libro VII, cap. 12).
“Nuestra
caballería, junto a 400 caballos de refuerzo de los germanos, se trabó
con la caballería enemiga. Los galos no pudieron aguantar nuestra
furia, y puestos en huida retiraron su ejército hacia un lugar vecino” (Libro
VII, cap. 13).
Tras la derrota de
Neuvy, Vercingetórix reúne a todas sus tropas y aliados y les da la
nueva orden de rebeldía: la táctica de tierra quemada, en todas las
aldeas y lugares del distrito de Berri,
donde en ese momento estaban las tropas de César, y para socavar sus
avituallamientos:
“Vercingetórige,
escarmentado con tantos continuados golpes recibidos en Velaunoduno,
Genabo y Neuvy, llama los suyos a consejo; propóneles «ser preciso
mudar totalmente de plan de operaciones; que se deben poner todas las
miras en quitar a los romanos forrajes y bastimentos, quemando las
aldeas y caserías que hay a la redonda de Boya hasta donde parezca
poder extenderse los enemigos a forrajear»” (Libro
VII, cap. 14).
“Aplaudiendo
todos este consejo, en un solo día ponen fuego a más de 20 ciudades
en el distrito de Berri. Otro tanto hacen en los demás. No se ven
sino incendios por todas partes; y aunque les causaba eso gran pena,
sin embargo se consolaban con que muy en breve recobrarían lo perdido” (Libro
VII, cap. 15).
“Reducido el
ejército a suma escasez de víveres por la poquedad de los hoyos,
negligencia de los eduos e incendios de las granjas, en tanto grado
que por varios días carecieron de pan nuestros soldados, para no
morir de hambre tuvimos que traer de muy lejos carnes para
alimentarnos” (Libro VII, cap. 17).
En Avarico
(Bourges), los galos habían ido concentrándose, y allí habían
decidido esperar y resistir al ejército romano. Tras un duro y largo
asedio, los romanos tomaron finalmente la plaza, providencialmente y
como puerta que les abrió el paso a la Normandía:
“Acabadas
estas cosas, me puse en marcha contra la ciudad de Avarico, la más
populosa y bien fortificada en el distrito de Berri, y de muy fértil
campiña, con la confianza de que, conquistada ésta, fácilmente me
haría dueño de todo aquel estado (Libro VII, cap. 13). Vercingetórige, a
paso lento, va siguiendo las huellas de César, y se acampa en un
lugar defendido de lagunas y bosques, a 15 millas de Avarico” (Libro
VII, cap. 16).
“Asentados en
nuestros reales enfrente de aquella parte de la plaza, empezamos a
formar el terraplén, armar las baterías y levantar 2 bastidas,
porque la situación impedía el acordonarla (Libro VII, cap.
17). En 25 días
construyeron nuestros soldados un baluarte de 330 pies en ancho con 80
de alto, junto al muro de Avarico” (Libro VII, cap. 24).
“En medio de
tantos embarazos, del frío y de las lluvias continuas que duraron
toda esta temporada, una medianoche empezaron los enemigos a
arrojarnos desde los adarves teas y materias combustibles al terraplén,
otros pez derretida y cuantos betunes hay propios para provocar el
fuego. Con todo, se logró retirar las torres y cortar el fuego del
terraplén, pues todos mis hombres acudieron a apagar el incendio” (Libro
VII, cap. 24).
“Esa
medianoche se peleó en todas partes se peleaba, creciendo siempre más
y más en los enemigos la esperanza de la victoria, mayormente viendo
quemadas las cubiertas de las torres y no ser fácil que nosotros fuésemos
al socorro a cuerpo descubierto, mientras ellos a los suyos cansados
enviaban sin cesar gente de refresco” (Libro VII, cap. 25).
“Pero
entonces aconteció, cuando la fortuna de la Galia pendía de aquel
momento, que los cuatro porteros que custodiaban la puerta de Avarico
murieron uno tras otro al morir el primero y los tres siguientes que
fueron uno a uno al socorro del herido. Se abrieron así las puertas
de Avarico, nos salvamos del incendio y rechazamos totalmente a los
enemigos, poniéndose fin al combate” (Libro
VII,
cap. 25).
Los galos fueron
estrepitosamente derrotados, y huyeron a la cercana fortaleza de Alesia,
donde Vercingetórix se encerró con el resto de tropas y pueblos galos,
en una desesperada resistencia a las fuerzas romanas:
“Convencidos
los galos con tantas experiencias de que nada les salía bien, tomaron
al día siguiente la resolución de abandonar la plaza por consejo y
mandato de Vercingetórige, en el silencio de la noche y hacia la
población vecina de Alesia, acampando a sus afueras” (Libro
VII, cap. 26).
“Al llegar en
la noche a aquella localidad, salieron de repente las mujeres,
corriendo por las calles y postradas a los pies de los suyos con lágrimas
y sollozos, suplicándoles que ni a sí ni a los hijos comunes,
incapaces de huir por su natural flaqueza, los entregasen al furor de
los romanos” (Libro VII, cap. 26).
Tras largo tiempo de
asedio a la ciudad de Alesia, y final caída de Alesia ante las tropas
romanas, Vercingetórix y el resto
de la Galia Norte decide rendirse totalmente ante el Imperio
romano, entregando formalmente sus armas:
“Al día
siguiente, adelantada la torre y perfeccionadas las baterías de
Avarico, conforme las había trazado, cayendo a la sazón una lluvia
deshecha, marché hacia Vercingetórige, proponiendo premios a los
que primero escalasen el muro de Alesia” (Libro VII, cap. 27).
“Inmediatamente
nuestros soldados volaron de todas partes, y en un punto cubrieron
la muralla (Libro VII, cap. 27). Los enemigos, sobresaltados de la
novedad, desalojados del muro y de las torres, se acuñaron en la
plaza y sitios espaciosos con ánimo de pelear formados, si por algún
lado los acometían. Mas visto que nadie bajaba al llano, sino que
todos se atropaban en los adarves, temiendo no hallar después
escape, arrojadas las armas, corrieron de tropel al último barrio
de la ciudad” (Libro VII, cap. 28).
“Allí unos,
no pudiendo coger las puertas por la apretura del gentío, fueron
muertos por la infantería; otros, después de haber salido,
degollados por la caballería. Ningún romano cuidaba del pillaje;
encolerizados todos por la matanza de Genabo y por los trabajos del
sitio, no perdonaban ni a viejos, ni a mujeres, ni a niños. Baste
decir que de 40.000 personas se salvaron apenas 800” (Libro
VII, cap. 28).
“Al día
siguiente, convocando a los supervivientes de Alesia y resto de
disidentes de la Galia, Vercingetórige los consoló y amonestó «que
no se amilanasen ni apesadumbrasen demasiado por aquella derrota
ante Roma, pues en el futuro se unirían todas las provincias
disidentes de la Galia en una Liga general, que sería
incontrastable en el orbe entero. Y que, entre tanto, no se negasen
ni resistiesen a los romanos»” (Libro VII, cap. 29).
“Al otro día
Vercingetórige, convocada su gente y despachan diputados a mi
presencia. Yo les mando entregar las armas y las cabezas de partido.
Tras ello, se presentan mis generales en el campamento de Vecingetórige,
y éste se entrega arrojando sus armas a sus pies” (Libro VII,
cap. 89).
Toda la Normandía
es inundada por César de campamentos invernales romanos, así como
empieza la romanización de sus ciudades.
No obstante, aún tuvo que pasar un año más para que todas las
regiones galas quedaran pacificadas. Pero, a fines del 51 a.C, la
conquista de las Galias había sido completada:
“Entonces envié
las legiones a crear nuevos cuarteles de invierno. A Tito Labieno
manda ir con dos y la caballería a los secuanos, dándole por
ayudante a Marco Sempronio Rutilo. A Cayo Fabio y a Lucio Minucio
Basilo aloja con dos legiones en los remenses, para defenderlos de
toda invasión contra los beoveses sus fronterizos. A Cayo Antistio
Regino remite a los ambivaretos; a Tito Sestio a los berrienses; a
Cayo Caninio Rebilo a los rodenses, cada uno con su legión. A Quinto
Tulio Cicerón y a Publio Sulpicio acuartela en Chalóns y Macón,
ciudades de los eduos a las riberas del Arar, para el acopio y
conducción del trigo. Yo determiné pasar el invierno en Bilbracte” (Libro
VII, cap. 90).
“Sabidos estos
sucesos por cartas de César en Roma, se mandaron celebrar en Roma
fiestas por espacio de 20 días” (Libro VII, cap. 90).
c)
Comentario del Guerra de las Galias
Durante
su juventud Julio César no había mostrado gran interés por la política, a pesar de
recibir una educación digna de su rango. Elegido cónsul más joven en la
historia de Roma, César resolvió la guerra en Africa[10]
y venció a los cimbrios y teutones. Ostentó el cargo de cónsul más tiempo
del que era legal, algo insólito en la República. Favoreció a las clases
populares y nutrió su ejército de las clases más pobres.
Tras
esto, César fue
enviado con el procónsul Minucio Termo a combatir en la rebelión de
Mitilene,
donde ganó su primer trofeo militar. Vuelto a Roma, se dedicó principalmente a
la vida privada, acrecentando sus deudas.
Tras
el año 74 a.C. Cesar decidió comenzar sus progresos
políticos:
-entrando
en el colegio sacerdotal,
-siendo
elegido tribuno militar de la plebe,
-siendo
propuesto para cuestor.
El
61 a.C. fue enviado a Hispania
Ulterior como pretor. Allí venció y conquistó a los lusitanos y a los
galaicos, y empezó a acumular méritos. Al volver a Roma, y aunque el Senado aún
le detestaba, César obtuvo la magistratura más importante: la de cónsul.
El Senado le concedió
entonces el gobierno de las provincias de la Galia
Cisalpina, la Galia Transalpina e Iliria, provincias a las que se encaminó el año
58 a.C[11]. Tras su victoria ante los belgas[12] el Senado declara quince días de
festejos, siendo este hecho un honor inédito en Roma[13].
Cuando dejó completada la conquista total del terreno galo,
y derrotado en todas sus campañas a los bárbaros, el año 51 a.C.
decide César que era la hora de la vuelta a
Roma. Al
volver a Roma la República concedió a Cesar enormes privilegios,
y toda la ciudad fue un clamor popular. Hasta que una conspiración de enemigos
acaba con su vida, a traición y a las puertas del Senado. Era el 15
marzo del 44 a.C.
c.1)
Análisis historiográfico
César escribió todas sus campañas en la Galia según las iba terminando de
ejecutar. Volvía del campo de batalla, y se ponía a escribir lo sucedido. Sobre todo, insistió en que su conquista
total de Francia tuvo 3 partes: la
de los aquitanos, la
de los belgas y la
de los celtas[14].
Son elementos
subyacentes en esta Guerra
de Galias de Julio César:
-estilo
elegante, preciso y directo, sin adornos retóricos y con las palabras exactas,
-textos
escritos de cualquier parte, y de forma rápida,
-descripciones
geográficas y etnográficas[15],
-atención
a la cronología de algunos hechos,
-sentido
pragmático, ayudando al estado con finalidad moralizante[16],
-el
providencialismo, siendo los hechos del pasado vengados por los dioses en el
futuro[17],
-la
fortuna, a través de la naturaleza, y con fuerza en el devenir de las tropas,
-sentencias
ante hechos concretos,
-emisión
de juicios de valor, siempre dentro del esquema de los consilia[18],
-consideración
de la historia como magistra vitae[19],
-consecuencias
moralizantes y propagandísticas[20],
-la
arenga, y capacidad de aprender,
-propaganda
de sí mismo, en tercera persona,
-orgullo
de Roma,
-respeto
a los enemigos,
-sensación
de pervivencia de Roma, en medio del caos bárbaro.
No
obstante, no se sabe si:
-primero
escribió César informes breves al Senado, que luego fue completando,
-o
si directamente hizo Cesar los Commentarii
tal cual están hoy en día.
Tampoco
se sabe cómo fueron estos recibidos en Roma, tanto en el Senado como en el
pueblo. Existen varias hipótesis:
-que
fueron publicados tras su elaboración para
ser leídos por el público culto,
-que
fueron leídos públicamente según iban llegando.
c.2)
Análisis militar
La
principal fuente de triunfos en Roma era la guerra. El ejército
romano se nutría de los equites[21]
y la plebe[22],
y su grueso lo componían los pequeños propietarios. Se servía en el ejército
básicamente por patriotismo y obtención de botín, fama y honor. Al principio
de los tiempos de la República este servicio duraba pocos meses, y los pequeños
propietarios podían volver a tiempo a sus cosechas. Sin embargo, a medida que
Roma extendía la guerra a regiones más distantes y ante enemigos más
poderosos, el servicio militar empezó a alargarse durante años[23].
En el caso de la
Guerra de las Galias,
las tropas
reclutadas por César en Roma oscilaron entre las 6 y 10 legiones de infantería pesada,
con grandes conocimientos militares. Mientras que las reclutadas
entre los aliados extranjeros no superaron el equivalente a 2 legiones,
siempre de
caballería e infantería ligera.
La lealtad del
ejército romano se basaba en el sacramento (o
juramento) de fidelidad
y obediencia a los superiores, y de no desertar de la batalla.
Las faltas de disciplina se castigaban de acuerdo a su gravedad con la
suspensión del sueldo, con azotes o hasta con la muerte.
El castigo para unidades completas consistía en el diezmo, o
aplicación de la pena de muerte a uno de cada diez legionarios.
En
el caso de la Guerra de las Galias, ésta fue una de las claves del
éxito romano, sobre todo en la Batalla del Sambre ante el último
reducto de belgas, en que los galos pillaron por sorpresa a las 2
legiones que guarnecían la retaguardia y el avituallamiento. Así como
fue la clave de la derrota enemiga, pues en el peso de la batalla los
galos no sostenían sus posiciones (porque no estaban obligados a ello),
y huían por todas partes en cuanto la cosa se ponía fea.
En cuanto a los mandos
del ejército, cada ejército romano quedaba bajo el mando de un cónsul
(político provincial), elegido por el Senado para un periodo de un año
y una prórroga, y con capacidad para elegir a su propio legatus
(legado militar) para cada una de sus legiones. Cada legión se
reorganizaba en 6 cuerpos (dirigidos cada uno por un tribuno
electo), y cada cuerpo se
dividía en 10 centurias (bajo el mando de sus centuriones),
de 100 hombres por centuria. Al frente de la
legión marchaban los velites, exploradores del terreno y de las
posibles trampas o ventajas.
En
el caso de la Guerra de las Galias, la pericia llevada a cabo por el
mando romano (por César) fue lo que llevó a la victoria, con una combinación
de astucia política, campañas efectivas y una mayor capacidad de
anticipación que sus oponentes galos. Para ello, César llevó a cabo la
estrategia de
dividir a los enemigos, poniéndose del lado de las tribus que estaban
sufriendo acoso por parte de sus tribus vecinas. Así se ganaba por la
buenas a muchas tribus galas, y recibiría apoyo gratuito y sobre el
terreno para vencer a las otras.
El
campamento romano (castrum)
desempeñaba un papel fundamental
en las tácticas romanas. No era establecido nunca al azar, y siempre
debía seguir unos rígidos protocolos. Externamente tenía que estar
rodeado por un foso (fossa)
de 4 x 3 m. y
un terraplén defensivo (agger) con la arena excavada, tras el cual se levantaba la empalizada de madera
(si era de tránsito) o piedra (si era invernal). Interiormente, la tienda del
general se levantaba en la intersección de las 2 calles que cruzaban el
territorio en forma de cruz latina: la via cardo (de norte
a sur) y la via decumana (de este a oeste). En cada barrio del
campamento se distribuían las tiendas de los soldados, según el cuerpo
al que perteneciesen.
En
el caso de la Guerra de las Galias, los romanos plantaron sus
campamentos en las riberas de los ríos o faldas de las montañas (a
forma de cubrirse las espaldas), y con acceso directo hacia alguna de
las poblaciones aliadas que pudiesen facilitar alimentos y materias
primas intermitentemente, por si la batalla se alargaba en exceso o
había que invernar. Caso totalmente distinto al de los galos, que
carecían de campamento fijo, no edificaban estructuras de guerra y
comían y sesteaban por los bosques, sin más organigrama militar que la
estampida a una contra los romanos.
Madrid,
1 diciembre 2019
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad
________
[1]
No obstante, sus votos servían sólo para elegir a sus propios
representantes de la plebe, y cuando se decidían a presentar alguna
propuesta al Senado, solían ser derrotados por los patricios y equites,
que eran los que realmente ostentaban el poder y mayoría de voto.
[2]
Nada más surgir la propuesta de reforma agraria, los senadores empezaron a
temer el respaldo popular de GRACO, y tras acusarlo de pretender el regnum,
le asesinaron junto con sus partidarios, lanzándolos al río Tíber.
[3]
De hecho, el cargo de tribuno de la plebe fue continuado por su hermano CAYO
GRACO, que mantuvo y amplió las reformas de su hermano, y consiguió el
apoyo de muchos equites. Sin
embargo, las tensiones entre el bando senatorial y el bando de Cayo
terminaron en conflicto abierto. Finalmente, Cayo murió en la lucha,
arrojado al río Tíber.
[4]
Sobre los que CESAR ofrece toda una serie de demográficos sobre Suiza, al decir que
“in
castris helvetiorum tabulae repertae sunt litteris graecis confectae et ad
Caesarem relatae, quibus in tabulis nominatim ratio confecta erat, qui
numerus domo exisset eorum qui arma ferre possent, et item separatim, quot
pueri, senes mulieresque. [Quarum omnium rerum] summa erat capitum helvetiorum milium CCLXIII,
tulingorum milium XXXVI, latobrigorum XIIII, rauracorum XXIII, boiorum XXXII; ex his qui arma ferre possent ad milia
nonaginta duo. Summa omnium fuerunt ad milia CCCLXVIII”.
Es decir, que
“halláronse en los reales
helvecios unas Memorias, escritas con caracteres griegos, que
contenían la cuenta de los que habían en su patria en edad de tomar armas,
y en lista aparte los niños, viejos y mujeres. La suma total de personas,
era: de los helvecios 273.000; de los tulingos 36.000; de los latóbrigos
14.000; de los rauracos 22.000; de los boyos 32.000; los de armas eran
92.000, y entre todos componían 368.000” (cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, I, 29).
[5]
Momento que CESAR aprovecha para adquirir un conocimiento más exhaustivo de la
Germania, tras el cual y cuando el tiempo lo permita, enviará en una descripción
geográfica sobre Alemania al Senado Romano: “Germani neque druides
habent, qui rebus
divinis praesint, neque sacrificiis student. Deorum numero eos solos ducunt,
Solem et Vulcanum et Lunam (VI, 21). Vita omnis in
venationibus atque in studiis rei militaris consistit: ab parvulis labori ac
duritiae student (VI, 21). Promiscue in fluminibus
perluuntur et pellibus aut parvis renonum tegimentis utuntur magna corporis
parte nuda (VI, 21). Agriculturae non student, maiorque
pars eorum victus in lacte, caseo, carne consistit. Neque quisquam agri modum
certum aut fines habet proprios; sed magistratus in annos singulos gentibus
cognationibusque hominum, atque anno post alio transire cogunt (VI, 22). In pace nullus est communis magistratus, sed principes regionum
atque pagorum inter suos ius dicunt controversiasque minuunt (VI, 23). Hospitem violare fas non putant; qui quacumque de causa ad eos
venerunt, ab iniuria prohibent, sanctos habent, hisque omnium domus patent
victusque communicatur” (VI, 23).
Es decir, que “los germanos
no tienen druidas que hagan oficio de sacerdotes, ni se curan de sacrificios.
Sus dioses son solos aquellos que ven con los ojos y les proporcionan
beneficencia, como el sol, el fuego y la luna (cf. Ibid, VI, 21). Toda la
vida gastan en caza y en ejercicios de la milicia. Desde niños se acostumbran
al trabajo y al sufrimiento (cf. Ibid, VI, 21). Se bañan sin distinción
de sexo en los ríos y se visten de pellicos y zamarras, dejando desnuda gran
parte del cuerpo (cf. Ibid, VI, 21). No se dedican a la agricultura, y la
mayor parte de su vianda se reduce a leche, queso y carne. Ninguno tiene posesión
ni heredad fija; sino que los regidores cada año señalan a cada familia tantas
yugadas en tal término, y al año siguiente los obligan a mudarse de sitio (cf.
Ibid, VI, 22). En tiempo de paz no hay magistrado sobre toda la nación;
sólo en cada partido los más sobresalientes administran a los suyos justicia (cf. Ibid, VI, 23). Nunca tienen por lícito el violar a los forasteros:
los que van a sus tierras por cualquier motivo, gozan de salvoconducto y son
respetados de todos, y no hay para ellos puerta cerrada ni mesa que no sea
franca” (cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, VI, 23).
[6]
En el fondo, tanto galos como romanos temían:
-una invasión
germana de la Galia, que provocase el movimiento de tribus,
-a los mismos germanos, por su corpulencia, manejo de armas y
costumbres.
Es lo que nos narra el mismo
CESAR, al decir que
“percontatione nostrorum vocibusque gallorum ac mercatorum, qui ingenti
magnitudine corporum germanos, incredibili virtute atque exercitatione in
armis esse praedicabant (saepe numero sese cum his congressos ne vultum
quidem atque aciem oculorum dicebant ferre potuisse), tantus subito timor
omnem exercitum occupavit ut non mediocriter omnium mentes animosque
perturbaret”.
Es
decir, que
“los
nuestros oyeron decir a los galos y negociantes la desmedida corpulencia de
los germanos, su increíble valor y experiencia en el manejo de las armas, y
cómo en los choques habidos muchas veces con ellos ni aun osaban mirarles a
la cara y a los ojos, por el pavor repentino que provocaban en los
espíritus y corazones de todos”
(cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, I, 39).
[7]
Genocidio de germanos por el que fue CESAR muy criticado en el Senado de
Roma.
[8]
Momento que CESAR aprovecha para enviar al
Senado Romano un exhaustivo informe sobre la geografía de Inglaterra,
de cara a una aprobación de la conquista total de la isla y detallando que “insula
natura triquetra, cuius unum latus est contra Galliam. Huius lateris alter
angulus, qui est ad orientem solem, inferior ad meridiem spectat. Hoc pertinet
circiter mila passuum quingenta. Alterum vergit ad Hispaniam atque occidentem
solem; qua ex parte est Hibernia, dimidio minor, ut aestimatur, quam Britannia”.
Es decir, que “la isla es
de figura triangular. Un costado cae enfrente de la Galia; de este costado el ángulo
está mirando al Oriente; el otro inferior a Mediodía. Este primer costado
tiene casi 500 millas; el segundo mira a España y al Poniente. Hacia la misma
parte yace la Irlanda que, según se cree, es la mitad menos que Bretaña” (cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, V, 13).
Así como otro exhaustivo
informe sobre las costumbres de los habitantes británicos, de cara a una
aprobación de todo el reclutamiento necesario para la colonización total de la
isla, y detallando que “Britanniae pars interior ab eis incolitur quos
natos in insula ipsi memoria proditum dicunt, maritima ab eis, qui praedae ac
belli inferendi causa ex Belgio transierunt. Hominum est infinita multitudo
creberrimaque aedificia fere Gallicis consimilia, pecorum magnus numerus.
Vtuntur aut aere aut nummo aureo aut taleis ferreis ad certum pondus examinatis
pro nummo. Nascitur ibi plumbum album in mediterraneis regionibus, in maritimis
ferrum, sed eius exigua est copia; aere utuntur importato. Materia cuiusque
generis ut in Gallia est. Loca sunt temperatiora quam in Gallia, remissioribus
frigoribus”.
Es decir, que “la parte
interior de Britania es habitada de los naturales, originarios de la misma isla,
según cuenta la fama; las costas, de los belgas, que acá pasaron con ocasión
de hacer presas y hostilidades. Es infinito el gentío, muchísimas las caserías,
y muy parecidas a las de la Galia; hay grandes rebaños de ganado. Usan por
moneda cobre o anillos de hierro de cierto peso. En medio de la isla se hallan
minas de estaño, y en las marinas, de hierro, aunque poco. El cobre le traen de
fuera. Hay todo género de madera como en la Galia. El clima es más templado
que el de la Galia, no siendo los fríos tan intensos” (cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, V, 12).
[9]
Momento que aprovecha CESAR para enviar al Senado Romano una completa descripción de Francia:
“in Gallia non solum in omnibus civitatibus
atque in omnibus pagis partibusque, sed paene etiam in singulis domibus
factiones sunt, earumque factionum principes sunt qui summam auctoritatem eorum
iudicio habere existimantur (VI, 11). In imni
Gallia plerique, cum aut aere alieno aut magnitudine tributorum aut iniuria
potentiorum premuntur, sese in servitutem dicant nobilibus (VI, 13). In omni Gallia eorum hominum, qui aliquo sunt numero atque honore,
genera sunt duo. Sed de his duobus generibus alterum est druidum, alterum
equitum. Illi rebus divinis intersunt, ad hos magnus adulescentium numerus
disciplinae causa concurrit. Hi certo anni tempore in finibus Carnutum, quae
regio totius Galliae media habetur, considunt in loco consecrato (VI, 13). Alterum genus est equitum. Hi, cum est usus atque aliquod bellum
incidit. Omnes in bello versantur, atque eorum ut quisque est genere copiisque
amplissimus, ita plurimos circum se ambactos clientesque habet (VI, 15). Natio est omnis Gallorum admodum dedita religionibus (VI, 16), et Deum maxime Mercurium colunt (VI, 17).
Viri, quantas pecunias ab uxoribus dotis nomine acceperunt, tantas ex suis bonis
aestimatione facta cum dotibus communicant; si res in suspicionem venit, de
uxoribus in servilem modum quaestionem habent (VI, 19).
Funera sunt pro cultu Gallorum magnifica et sumptuosa (VI,
19). Gallis autem provinciarum propinquitas et transmarinarum rerum notitia
multa ad copiam atque usus largitur” (VI, 24).
Es decir, que “en la Galia no
sólo los estados, partidos y distritos están divididos en bandos, sino también
cada familia. De estos bandos son cabezas los que a juicio de los otros se
reputan por hombres de mayor autoridad (cf. Ibid, VI, 11). La mayor parte
de los galos, al verse adeudados, o apremiados del peso de los tributos o de la
tiranía de los poderosos, se dedican al servicio de los nobles (cf. Ibid,
VI, 13). En toda la Galia dos son los estados de personas de que se hace cuenta
y estimación: los druidas y los caballeros. Los druidas atienden al cultivo
divino y sentencian los pleitos, y a su escuela concurre gran número de jóvenes
a instruirse. En cierta estación del año, se congregan en el país de Chartres, tenido por centro de toda la
Galia, en un lugar sagrado (cf. Ibid,
VI, 13). Los caballeros salen a campaña siempre que lo pide el caso, y cuanto
uno es más noble y rico, tanto mayor acompañamiento lleva de dependientes y
criados (cf. Ibid, VI, 15). Toda la nación de los galos es supersticiosa
en extremo (cf. Ibid, VI, 16), y su principal dios es Mercurio (cf. Ibid,
VI, 17). Los maridos, a la dote recibida de su mujer, añaden otro tanto caudal
de la hacienda propia, precedida tasación; pero si hay algún motivo de
sospecha sobre ella, ponen a la mujer en cuestión como si fuese esclava (cf. Ibid,
VI, 19). Los entierros de los galos son a su modo magníficos y suntuosos (cf. Ibid,
VI, 19). A los galos la cercanía del mar y el comercio ultramarino surte de
muchas cosas de conveniencia y regalo”
(cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, VI, 24).
[10]
La revuelta del rey de Numidia.
[11]
Sabiendo muy bien CESAR que “gallos
novis rebus studere et ad bellum mobiliter celeriterque excitari, omnes
autem homines natura libertati studere et condicionem servitutis odisse”,
como bien describirá en su campaña contra las costas normandas.
Es
decir, que “los galos son amigos
de novedades, fáciles y ligeros en suscitar guerras y que todos los hombres
naturalmente son celosos de su libertad y enemigos de la servidumbre” (cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, III, 10).
[12]
Cuya victoria envía CESAR al Senado en un informe detallado, describiendo
que “tanta huius belli ad barbaros opinio perlata est uti ab iis
nationibus quae trans Rhenum incolerent legationes ad Caesarem mitterentur,
quae se obsides daturas, imperata facturas pollicerentur”.
Es
decir, que “fue tan célebre la fama de esta guerra divulgada hasta los
bárbaros, que las naciones trans-renanas enviaban a porfía embajadores a
César prometiéndole la obediencia y rehenes en prendas de su lealtad” (cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, II, 35).
[13]
Tras lo cual, el Senado Romano decide que
“ipse in Carnutes, Andes,
Turonos quaeque civitates propinquae iis locis erant ubi bellum gesserat,
legionibus in hiberna deductis est. Ob easque res ex litteris Caesaris
dierum XV supplicatio decreta est, quod ante id tempus accidit nulli”.
Es decir, que “fueron
repartidas las legiones en cuarteles de invierno por las comarcas de
Chartres, Anjou y Tours. Y por tan prósperos sucesos, leídas en Roma las
cartas de César, se mandaron hacer fiestas solemnes por quince días
demostración hasta entonces nunca hecha con ninguno” (cf. JULIO CESAR, Guerra de
las Galias, II, 35).
[14]
Como explica el propio CESAR, al decir ya de inicio que “Gallia est omnis
divisa in partes tres, quarum unam incolunt belgae, aliam aquitani, tertiam
qui ipsorum lingua celtae, nostra galli appellantur. Hi omnes lingua,
institutis, legibus inter se differunt”.
Es decir, que “la Galia
está dividida en tres partes: una que habitan los belgas, otra los
aquitanos, la tercera los que en su lengua se llaman celtas y en la nuestra
galos. Todos estos se diferencian entre sí en lenguaje, costumbres y leyes”
(cf. JULIO CESAR, Guerra de las Galias, I, 1).
[15]
Que ayudan a entender mejor el devenir de los sucesos y el desarrollo de la
contienda.
[16]
En este sentido, menciona numerosas veces que lo que él hace es en favor de
la República (“rei publicae causa, ad rem publicam defendendam”). Alaba
también la “bondad salvaje”
de los galos y germanos, que no han sido corrompidos por la civilización,
como si han hecho los romanos (por el vino, lujo, soberbia...).
[17]
Asistencia divina que, en este caso, es siempre favorable a CESAR. Por
ejemplo, una parte del ejército helvecio que derrota César coincide en ser
la misma que años antes ya había derrotado y humillado a las tropas
romanas.
[18]
Siempre usando el mismo esquema:
-concilia
de los enemigos, o debates entre los enemigos y César,
-concilia de César consigo mismo, que le lleva a pasar a la acción.
[19]
Para animar a sus tropas, por ejemplo, ante la inminente lucha contra
ARIOVISTO, donde CESAR les recuerda que sus antepasados ya derrotaron antes
a los germanos.
[20]
Como es que el enemigo recibe siempre su castigo y los soldados de
CESAR reciben siempre una recompensa.
[21]
Que conformaban sobre todo el cuerpo de caballería.
[22]
Que, según la propia capacidad de cada plebeyo, podía proveerse de
armamento pesado o ligero.
[23]
Motivo por el que muchos de los minifundios acababan arruinándose.
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