| GUERRAS
        VÁNDALAS
           Inicio
        de la Reconquista bizantina, sobre
        los territorios perdidos por Roma    Ejército bizantino, profesional y de élite, más allá de las intrigas palaciegas
 Madrid,
      1 enero 2025Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá
            
Teodosio había logrado hacia el año 400 imponer el orden en el Imperio
romano Oriental (o Imperio Bizantino), así como establecer que el cristianismo
fuese la única religión imperial, tanto en el Imperio Oriental como en el Imperio Occidental.
100 años después, y una vez caída Roma y su Imperio occidental, Bizancio
se planteará una recomposición total del
Imperio, partiendo de Constantinopla y reconquistando para ella todas las provincias
que Roma había ido perdiendo a manos de vándalos y bárbaros.
             
Mediante las Guerras Vándalas, Justiniano I de Bizancio
(527-565) dio el primer paso para hacer ese sueño realidad, impulsando
una Renovatio Imperii  que le llevará a las victorias sobre persas,
vándalos y godos, y completando todas sus conquistas con un renovado esplendor
económico y cultural.
            
        Y es que Justiniano, heredero ilegítimo y latino de un Justino que
        militarmente había accedido al trono de Constantinopla[1],
        contaba con un pasado y juventud de hábitos no muy virtuosos[2],
        pero de siempre había mostrado fuertes inquietudes intelectuales y
        cristianas. Y llegado el momento, asumió por completo su papel de miles
        Christi  o soldado de Cristo, para arrebatar a los
        vándalos lo que éstos le habían quitado a la fe.            
        Las Guerras Vándalas  del
        Imperio bizantino contra los reinos vándalos del norte de Africa
        tuvieron lugar del 533 al 534, y fueron relatadas in situ[3] por el
        cronista Procopio de Cesarea, abogado de formación[4]
        y buen observador de todos los fenómenos circundantes[5]. a)
        Contexto
            
        Los vándalos
        habían ocupado el norte de Africa a
        principios del s. V, expulsando todo lo que quedaba de la vieja
        administración imperial romana y estableciendo allí un reino
        independiente, con capital en Cartago, bajo nombre de reino vándalo de
        Cartago.             
        Bajo su rey Genserico
        I, la armada vándala había llevado a cabo ataques piratas a
        lo ancho del Mediterráneo, había saqueado Roma y había derrotado todo
        intento romano de recuperación, el año 468. Así mismo, el monarca
        vándalo había impuesto como obligatoria la adhesión al arrianismo de
        toda la población africana, provocando zozobra incluso entre los
        bárbaros.            
        Con la subida
        al trono de Hilderico I , la nueva
        administración vándala inició una serie de contactos amistosos con
        Roma, lo que provocó la repulsa de la oposición vándala y el Golpe de
        Estado-530 por parte de Gelimer, que desde entonces ejerció el poder
        como Gelimer I, con mayores
        represalias hacia los cristianos que las ejercidas con anterioridad.            
        El emperador
        romano oriental, Justiniano I de Bizancio,
        decidió entonces tomar cartas en el asunto, y tras asegurar sus propias
        fronteras frente al Imperio sasánida de Persia (en las Guerras Persas),
        el año 533 comenzó a preparar una expedición de socorro hacia los
        hermanos cristianos de Africa, que se veían asediados por el vandalismo
        de Gelimer. Y de paso, intentar recuperar para Bizancio aquella vieja
        provincia imperial de Africa que Roma había dejado perder. b)
        Guerras Vándalas de Procopio            
        Al mando del
        general Belisario, cuyo secretario Procopio fue escribiendo in situ
        todos los acontecimientos, una avanzadilla bizantina se internó
        secretamente en las remotas provincias vándalas de Cerdeña y
        Tripolitania, en julio del 533. Esto no solo distrajo a Gelimer I de los
        planes de Justiniano I, sino que logró dividir las defensas vándalas,
        tras el envío de soldados a Cerdeña
        a que se vio forzado a enviar Gelimer I, bajo mando vándalo de Tzazo.            
Al mismo tiempo que esto
        sucedía en Cerdeña, el grueso de la fuerza expedicionaria
        bizantina se dirigía a toda prisa desde Constantinopla hasta las costas
        africanas, y tras
        vadear las costas griegas y sur-italianas, se plantaba y desembarcaba en la costa
        africana de Caput Vada a inicios de septiembre, dejando completamente sorprendiendo a
        Gelimer I.            
Gelimer salió al frente del
        ejército bizantino con todo lo que tenía a mano en Cartago, plantándole batalla
        en Ad Decimum  el
        13 de septiembre. El
        elaborado plan de Gelimer para rodear y destruir el ejército bizantino
        estuvo cerca del éxito, pero Belisario fue capaz de obligar el
        ejército vándalo de declarar retirada, y entrar victorioso en Cartago.            
Gelimer se refugió en Bulla
        Regia, donde reunió todas las fuerzas militares que le
        quedaban, incluyendo a un ejército de Tzazon que regresó lo antes
        posible de Cerdeña.            
En diciembre, Gelimer
        avanzó hacia Cartago y se enfrentó con los romanos en la batalla de Tricameron,
        al todo o nada. La batalla
        consumó la victoria bizantina y la muerte de Tzazon. Gelimer huyó a su
        remota fortaleza de montaña, la cual fue bloqueada hasta su rendición
        en marzo.            
Belisario regresó a
        Constantinopla con el tesoro real de los vándalos y con Gelimer en
        calidad de prisionero. Allí se celebró la victoria bizantina y la anexión
        de Africa al Imperio Bizantino, bajo título jurídico de
        prefectura del pretorio de Africa.            
Mientras se iba imponiendo
        el control imperial sobre toda la Africa del Norte, las tribus
        moras del interior se negaron a aceptar el dominio imperial
        sobre sus territorios, y pronto se levantaron en rebelión y empezaron a
        sacudir las nuevas estructuras. Hasta
        que en el 548 Bizancio logró imponer sobre la Africa Interior la paz, y
        dejar firmemente establecida la gobernanza, la administración, la
        recaudación fiscal y la cultura y religión bizantina. b.1)
        División del Imperio romano            
Comienza Procopio aportando
        una visión general geográfica del Imperio Romano, dividido en  dos
        partes imperiales desde aquella partición que hizo Teodosio
        para sus dos hijos, Honorio y Arcadio: 
        “Después
        de que Teodosio, el emperador de los romanos, hubiera desaparecido de
        entre los hombres, se repartieron el Imperio sus dos hijos,
        correspondiéndole a Arcadio, el mayor, la parte oriental y a Honorio,
        el más joven, la occidental” (Libro III, cap. I, 2) “Así
          fue como se repartieron entre los emperadores los dos continentes, el
          de Asia en la parte oriental del Mediterráneo, y el de Europa en su
          parte occidental” (Libro III, cap. I, 18).            
Pasa a continuación
        Procopio a adentrarse en territorio africano,
        de dominio occidental y lugar donde tendrán lugar las Guerras
        Vándalas. Un lugar, por otro lado, en el que serán claves tanto su
        estrecho de Gibraltar como su fuerte plaza de Septo (Ceuta): 
        “En
        cuanto a Africa, o territorio sur del Mediterráneo, la mayor parte de
        ella vino a caer en manos del soberano de Occidente, con una extensión
        de 90 días de viaje de Cádiz hasta Trípolis” (Libro III, cap. I,
        14). “Las
        Columnas de Hércules separan Africa de Europa en 84 estadios (Libro
        III, cap. I, 7), alzándose en ese lugar la fuerte fortaleza que los
        nativos llaman Septo, rodeada por siete colinas” (Libro III, cap. I,
        6). b.2)
        Conquista bárbara del Imperio Occidental            
A comienzos del s. V
        experimentó el Imperio occidental un concatenado movimiento
        de pueblos bárbaros, que según Procopio tuvo su origen en
        Rumanía, territorio original de los ostrogodos, vándalos y visigodos.
        Movimiento provocado, sobre todo, por la irrupción de los gepedes: 
        “En
        la época en que Honorio reinaba en la parte occidental del Imperio,
        unos pueblos bárbaros se apoderaron de su territorio: los ostrogodos,
        los vándalos, los visigodos y los gepedes, antiguamente llamados
        saurómatas y melanclenos, y por algunos como géticos” (Libro III,
        cap. II, 2). “Todos
          ellos son de piel blanca y rubia cabellera, de alta estatura y buen
          aspecto, están sujetos a las mismas leyes, practican la fe arriana y
          hablan una sola lengua, llamada gótica” (Libro III, cap, II, 4-5). “A
          mi proceder todos procedían originariamente de una única tribu, al
          otro lado del Danubio, y en épocas posteriores se fueron dividiendo,
          y distinguiendo por los nombres de los que estuvieron al frente de
          cada grupo” (Libro III, cap. II, 5). “Los
          gepedes se apoderaron de los territorios que rodean Belgrado y
          Mitrovitz, a ambos márgenes del Danubio (Libro III, cap. II, 6),
          y los visigodos tuvieron que marcharse de allí, empezando a maquinar
          contra los dos emperadores Arcadio y Honorio” (Libro III, cap. II,
          7).            
Esto hizo que el propio emperador
        Honorio I decidiese el traslado de la residencia
        imperial de Roma al refugio de Rávena, ante el peligro de pactos mal pactados con los
        bárbaros: 
        “El
        emperador Honorio había estado viviendo hasta entonces en Roma. Mas
        cuando se anunció que los bárbaros, con un gran ejército, no se
        encontraban lejos, abandonó el palacio imperial y huyó de forma
        desordenada a Rávena (Libro III, cap. II, 8-9). Sin embargo hay
        quienes afirman que fue él mismo el que había atraído a los
        bárbaros, al haber estallado una revuelta contra él entre sus
        súbditos” (Libro III, cap. II, 10).            
Y permitió que los
        visigodos, con las calzadas y puertas abiertas de par en par, se
        dedicasen al saqueo sistemático de todo lo que encontraron en su camino
        bárbaro hacia Occidente, con saqueo incluido de Roma (por
        parte de Alarico) y proclamación de un nuevo emperador de Roma (por
        parte de Atalo): 
          “Los
          bárbaros, por su parte, al no encontrar enfrente ningún contingente
          de fuerzas imperiales, fueron destruyendo y conquistando todas las
          ciudades que encontraron al paso, hasta el punto de que no dejaron
          vestigio alguno de ellas (Libro III, cap. II, 11). Mataron a
          todos los que encontraron por el camino, igualmente viejos que
          jóvenes, sin perdonar tampoco a las mujeres ni a los niños”
          (Libro III, cap. II, 12). “Tras
          asediar Roma durante mucho tiempo, haciendo campamento Alarico en la
          puerta Salaria, al fin entraron en ella y la incendiaron, saqueándola
          y no dejando allí ninguno de sus bienes, ni públicos ni privados.
          Tras matar a la mayoría de la población romana, siguieron adelante
          su camino, trasladándose con todos los botines a la Galia” (Libro III,
          cap. II, 13-24). “Mas
          cuando Alarico estaba a punto de retirarse de Roma, nombró a Atalo,
          uno de sus nobles, emperador de los romanos, ciñéndole la diadema y
          la púrpura, así como todos los demás atributos relacionados con la
          dignidad imperial” (Libro III,
          cap. II, 28).            
Los visigodos se trasladaron
        con todo lo robado a Francia, haciendo irrupción en ella y dejando el
        espacio libre a los ostrogodos, que pudieron asentarse así en Hungría
        y otros lugares occidentales. Fue el comienzo del asentamiento
        bárbaro en Occidente: 
          “Alarico
          murió víctima de una enfermedad, y el ejército de los visigodos,
          bajo el mando de Adaúlfo, empezó a marchar contra la Galia” (Libro III,
          cap. II, 37). “Por
          su parte, los ostrogodos atravesaron el Danubio, ocuparon Panonia, se
          instalaron en los campos de Tracia y empezaron a conquistar otras zonas
          occidentales del Imperio” (Libro III,
          cap. II, 39-40).            
En cuanto al resto de tribus
        bárbaras, los vándalos y alanos empezaron a emigrar también hacia el
        Occidente, estableciéndose sucesivamente en Alemania y España y
        consumando su llegada al estrecho de Gibraltar: 
        “Por
        su parte, los vándalos que vivían en tomo al lago Meotis, presionados
        por la hambruna se pusieron en marcha hacia el país de los germanos, y
        con la compañía de los alanos llegaron hasta el Rin” (Libro III,
        cap. III, 1). “Partiendo
        de allí, y bajo el mando de Godigisclo, los vándalos y alanos se
        establecieron en Hispania, primera provincia occidental y dando ya al
        océano” (Libro III, cap.
        III, 2). b.3)
        Irrupción vándala en Africa            
Entre los generales romanos
        que todavía quedaban en pie, Aecio denuncia a su colega Bonifacio ante
        Honorio I, y el general romano Bonifacio
        se ve avocado a pedir ayuda a los vándalos, ante una eventual
        usurpación romana de su poder: 
          “Había
          dos generales romanos, Aecio y Bonifacio, que eran igualmente
          valientes y experimentados en lo militar, pero diferentes en su manera
          de tratar los asuntos de estado. Bonifacio estaba al mando de Africa
          entera, y Aecio apetecía ese puesto por rivalidad” (Libro III, cap.
          III, 14-16). “Aecio
          acusó a Belisario ante Placidia, madre de Honorio, de querer despojar
          de toda Africa a ella y al emperador (17). Y poco después
          escribió a Bonifacio diciéndole que la madre del emperador estaba
          conspirando contra él, pues quería deshacerse de su persona” (Libro III,
          cap. III, 18). “Bonifacio
          no vislumbraba ninguna salida para sí mismo, y decidió establecer
          una alianza militar con los vándalos, que se habían establecido en
          Hispania, muy cerca de Africa” (Libro III, cap. III, 22).            
Los vándalos de Hispania
        aceptan la oferta del romano Bonifacio, establecen entre ambos el Pacto
        Bonifacio-Godigisclo, por el que los vándalos se quedarían
        con 2/3 del territorio, entre ambos se ofrecerían socorro militar
        común, y la administración seguiría como estaba, al servicio de
        Bonifacio y los 2 nuevos reyes vándalos: 
          “Tras
          enviar Bonifacio a Hispania a sus amigos más íntimos se ganó el
          favor de cada uno de los dos hijos de Godigisclo, Gontaris y Gicerico
          (el primero niño, y el segundo temible, y al poco asesino de su
          hermano), tratando con ellos en condiciones de completa igualdad. De
          tal modo que cada uno de ellos administraría una tercera parte de
          Libia y gobernaría sobre sus propios súbditos, pero, en el caso de
          que uno de ellos fuese víctima de una agresión militar, harían
          frente común para rechazar a los que le atacaran” (Libro III,
          cap. III, 25). “Tomando
          como base este acuerdo, los vándalos, tras cruzar el estrecho de
          Cádiz, penetraron en Africa y allí se establecieron, dejando
          Hispania libre para que en ella se estableciesen los visigodos” (Libro III,
          cap. III, 26).            
La corte de Roma no aceptó
        el pacto de Bonifacio con los vándalos, y rápidamente enviaron
        emisarios a Cartago, para convencer a Belisario. Éste se arrepintió de
        lo que había hecho, por lo que los vándalos de Gicerico plantaron un asedio
        a Hipo Regio, residencia imperial, y superaron a los romanos en el campo de
        batalla, haciéndose con el botín de toda Africa: 
          “En
          Roma, Placidia, madre de Honorio, puso todo su empeño en convencer a
          Belisario a que regresase al suelo patrio, y en que no permitiese que
          el Imperio de los romanos cayese en manos de unos bárbaros” (Libro III,
          cap. III, 29). “Bonifacio
          se arrepintió de su actuación (Libro III,
          cap. III, 30), pero
          los vándalos de Gicerico, lejos de acoger su arrepentimiento,
          sitiaron su residencia de Hipona, donde él se había refugiado (Libro III,
          cap. III, 31). Allí
          asediaron su fortaleza (32) e hicieron huir de la ciudad a
          todos los romanos (Libro III,
          cap. III, 35). Así
          fue como se apoderaron de Africa los vándalos, tras arrebatársela a
          los romanos” (Libro III,
          cap. IV, 1). b.4)
        Devastación vándala de Africa            
Instalado ya Gicerico I en
        rey de Africa, decide tomar como 1ª decisión de su gobierno el saqueo
        vandálico de Roma, aparte de traerse como prisioneras a
        Cartago a la esposa e hijas del emperador Valentiniano III de Roma: 
          “Por su parte
          Gicerico, no por ninguna otra razón más que porque suponía que eso
          le reportaría grandes cantidades de dinero, se hizo a la mar en
          dirección a Italia con una gran flota. Subió él hasta Roma y, como
          no le salía al encuentro 2 nadie, se apoderó del palacio imperial”
          (Libro III, cap. V, 1). “Gicerico
          cogió prisionera en Roma a Eudoxia, junto con Eudocia y Placidia, las
          hijas de aquélla y de Valentiniano. Depositó también en sus naves
          todo el oro y riquezas de la residencia imperial, así como todos los
          objetos y estatuas que saqueó del templo de Júpiter Capitolino,
          junto a la mitad de su techumbre (que era de bronce, recubierto con
          capas de oro). Tras lo cual se hizo a la mar rumbo a Cartago”
          (Libro III, cap. V, 3-4). “Al arribar
          los vándalos al puerto de Cartago, Gicerico casó a Eudocia con el
          mayor de sus hijos, Honorico, y a la otra la envió a Bizancio en
          compañía de su madre Eudoxia, a petición del emperador oriental
          León” (Libro III, cap. V, 6).            
Tras el saqueo de Roma, Gicerico
        I da paso a la devastación de las provincias
        africanas del Imperio romano, a nivel de estructuras,
        población y riquezas: 
        “Posteriormente,
        Gicerico derribó las murallas de las ciudades de Africa, a excepción
        de Cartago, para que ni los propios africanos, si abrazaban la causa de
        los romanos, pudiesen tener una base de operaciones para tramar una
        rebelión” (Libro III, cap. V, 8). “Entre los
          africanos, fueron entregados a los hijos del rey (Honorico y Genzón),
          en calidad de esclavos, todos aquellos que tuviesen riquezas, junto
          con sus tierras y posesiones (Libro III, cap. V11). Los demás
          africanos se vieron despojados de sus tierras, que eran numerosas y
          excelentes, y pasaron a pertenecer a la población de los vándalos
          (Libro III, cap. V12) sin tener que pagar por ellas impuesto alguno”
          (Libro III, cap. V, 14). “Respecto a las
        tierras que no le pareció buenas, Gicerico obligó a sus antiguos
        dueños a conservarlas, cultivándolas y pagando además por ellas al estado
        vándalo unos impuestos tan elevados, que no les quedaba de qué vivir”
        (Libro III, cap. V, 15).            
Tras devastar el continente
        africano, Giderico I ordena el despoblamiento y esclavización
        de las islas africanas, comenzando por Sicilia y el sur de
        Italia, y hasta el límite que representaba, como frontera marina de
        Occidente con Oriente, el Peloponeso: 
          “Respecto a
          Sicilia y alrededores de Italia, cada año lanzaba Gicerico
          incursiones contra sus ciudades al comienzo de la primavera, esclavizando
          a unas y arrasando a otras hasta los cimientos, saqueándolo todo y
          provocando su despoblación y pobreza (Libro III, cap. V, 22) en
          todos los lugares, uno detrás de otro (Libro III, cap. V, 23) y
          bajo la conducción del azar” (Libro III, cap. V, 25). “Cuando ya no
          le quedaron sitios (en el Mediterráneo occidental) a los que devastar,
          empezó a lanzarse contra los dominios del emperador oriental,
          haciendo alguna que otra incursión en Iliria, la parte occidental del
          Peloponeso y algunas cuantas islas próximas a ella” (Libro III,
          cap. V, 23).            
Tras lo cual tuvo lugar la
        consolidación de la administración vándala
        en Africa, comenzando por el ejército, continuando por el
        mestizaje social y terminando por una corte palaciega monárquica, y
        hereditaria: 
          “A los
          vándalos y alanos los formó Gicerico por compañías, y puso al
          frente de ellos a no menos de 80 capitanes, a los que llamó
          quiliarcas para dar la impresión de que el contingente total de
          soldados ascendía a 80.000 hombres (Libro III, cap. V, 18),
          cuando en realidad no superaba los 50.000” (Libro III, cap. V, 19). “Posteriormente,
          por la procreación natural de hijos entre ellos y por haberse
          asociado a otros bárbaros y a los moros, llegaron a constituir los
          vándalos una numerosa población, fundiendo entre ellos sus nombres
          salvo en el caso de los moros (Libro III, cap. V, 20-21), a los
          que se fue ganando a base de favores” (Libro III, cap. V, 22). “Gicerico
          murió a una edad avanzada, tras establecer recomendaciones a los
          vándalos y a la realeza. Entre ellas, que la corona debía recaer
          siempre en las manos de aquel que, de toda la descendencia masculina,
          fuese el de mayor edad de todos sus parientes. De esta forma murió
          Gicerico, tras haber gobernado sobre los vándalos durante 39 años
          desde la toma de Cartago” (Libro III, cap. VII, 29-30). b.5)
        Exterminio vándalo de cristianos            
Honorico I sucede a su padre
        Gicerico I,
        y da paso a un genocidio sistemático de cristianos,
        a los que condena a la pena de muerte sin juicio previo ni causa que
        enjuiciar, sino por no haber abjurado del catolicismo, ni haberse
        convertido al arrianismo: 
          “Honorico,
          el mayor de Gicerico, recibió en sucesión el trono de los vándalos
          (Libro III, cap. VIII, 1). Durante el tiempo en que Honorico
          gobernó sobre los vándalos no tuvieron ninguna guerra contra nadie,
          a excepción de los moros” (Libro III, cap. VIII, 1). “Pero
          se comportó como el más despiadado e injusto de todos los hombres
          con los cristianos de Africa. Los obligó Honorico, en efecto, a
          convertirse al arrianismo, y a cuantos no estaban dispuestos a
          obedecerle los quemó. A otros los asesinó de cualquier otra manera,
          y a muchos les cortó la lengua hasta el fondo de la garganta”
          (Libro III, cap. VIII, 3-4).            
Fue el momento en que los moros
        observan el espectáculo anti-cristiano, y deciden independizarse de los
        vándalos. Es el momento de la ruptura de
        relaciones entre moros y vándalos: 
          “Entonces
          los moros que vivían en el monte Aurasio se rebelaron contra los
          vándalos, y lograron su independencia en el monte Aurasio de Numidia,
          que está de Cartago a 13 días días de viaje, desde Cartago hacia el
          Sur” (Libro III, cap. VIII, 5). “En
        este territorio los moros ya no estuvieron más sometidos al poder de
        los vándalos, dado que éstos no estaban en condiciones de sostener una
        guerra contra los moros en una zona montañosa de difícil acceso, y
        excesivamente escarpada” (Libro III, cap. VIII, 5).            
Tras la muerte de Honorico I,
        sus sucesores Gundamundo I, y luego Trasamundo I, lanzan una nueva ofensiva
        genocida anti-cristiana, persiguiendo a los de credo ortodoxo
        cruelmente (el primero) o con algo más de inteligencia (el segundo). 
          “Tras
          la muerte de Honorico, el poder recayó en Gundamundo, hijo de Genzón,
          hijo de Gicerico (Libro III, cap. VIII, 6), que sometió a los
          cristianos a sufrimientos todavía mayores que los de su tío Honorico
          (Libro III, cap. VIII, 7) y murió de repentina enfermedad, al 12º
          año de su reinado” (Libro III, cap. VIII, 7). “Le
          sucedió en el trono su hermano Trasamundo (Libro III, cap. VIII,
          8), que continuó obligando a los cristianos a abandonar sus
          creencias ancestrales, no a base de martirizarlos físicamente como
          los anteriores, sino que iba tras ellos otorgándoles prerrogativas y
          cargos, y colmándolos de riquezas; y en el caso de que no se dejasen
          persuadir, les quitaba de ipso facto todos sus privilegios (Libro
          III, cap. VIII, 9). Y si se encontraba con delincuentes, y éstos
          abandonaban su fe, les proponía como recompensa no pagar pena por sus
          crímenes” (Libro III, cap. VIII, 10).            
Tras lo cual vuelve a
        suceder un nuevo episodio de máximo respeto
        moro hacia lo cristiano, en este caso en la persona del moro Cabaón, hacia los templos
        cristianos que el rey vándalo no se cansaba de instigar. Lo que le
        llevó a enfrentarse a los vándalos, y a obtener sobre ellos la 1ª
        victoria de alguien sobre el reino vándalo de Cartago: 
          “Había
          un tal Cabaón gobernando sobre los moros de Tripolis, con experiencia
          en multitud de guerras (Libro III, cap. VIII, 15). Y al ver las
          profanaciones vandálicas de los templos cristianos, organizó una
          expedición militar de moros, con la orden de que cada vez que viesen
          a un vándalo profanar un templo cristiano, observasen lo ocurrido y
          se pusiesen luego a restaurar el lugar” (Libro III, cap. VIII, 17). “Cabaón
          insistió a los moros en que Dios castiga a quienes le ofenden, y
          defiende a los que le rinden culto (Libro III, cap. VIII, 18),
          y los envió a defender los templos cristianos a Cartago” (Libro
          III, cap. VIII, 19). “Al
          llegar a Cartago, los moros de Cabaón vieron cómo los vándalos
          metían sus caballos y resto de animales en los templos cristianos,
          sin abstenerse de ultraje alguno ni su desenfreno típico (Libro
          III, cap. VIII, 20). También vieron cómo apaleaban a los
          sacerdotes con varas, propinándoles golpes en la espalda y
          obligándoles a prestar los servicios más viles de la esclavitud”
          (Libro III, cap. VIII, 20). “Tan
          pronto como se hubieron alejado de allí, los moros de Cabaón se
          pusieron enseguida a limpiar los santuarios, retirando con mucha
          diligencia los excrementos y cuantas inmundicias de profanación
          hubiera por el suelo, encendiendo a continuación todas las lámparas,
          y arrodillándose para terminar delante de los sacerdotes, en señal
          de máximo respeto y una cordial amistad” (Libro III, cap. VIII,
          21). b.6)
        Entrada en escena de Justiniano I            
Ilderico I, sucesor de
        Trasamundo I, se hace amigo del emperador oriental Justiniano I de
        Bizancio, en parte por su desacuerdo con los ostrogodos de Italia, con
        los que no acababa de cerrar un pacto de amistad y cooperación. Esto
        hace que su principal oponente, Gelimer, le encarcele, como señal de castigo
        a las amistades con Bizancio: 
          “Ilderico,
          el hijo de Honorico, fue su sucesor en el trono (Libro III, cap.
          IX, 1), accesible a sus súbditos y afable con todos, sin querer
          siquiera oír hablar de los asuntos de guerra ni de la persecución
          contra los cristianos” (Libro III, cap. IX, 1). “Pero
          ocurrió que los soldados de Hoamer, el primo de Ilderico y Aquiles de
          los Vándalos (Libro III, cap. IX, 2), mataron a un puñado de
          godos que merodeaban la zona, y metieron en prisión a Arnalafrida,
          bajo acusación de estar tramando contra los vándalos una rebelión”
          (Libro III, cap. IX, 4). “Sin
          embargo, no se produjo ningún acto de venganza proveniente del rey
          ostrogodo Teodorico, pues éste se consideraba incapaz de dirigir una
          expedición con una gran flota hacia Africa, y sabía que Ilderico era
          muy amigo y huésped de Justiniano” (Libro III, cap. IX, 5). “Había
          cierto hombre en la familia de Gicerico, Gelimer, biznieto de Gicerico,
          que era el de más edad después de Ilderico y que, por esa razón,
          esperaba sucederle en el trono, si a aquel le pasaba algo (Libro
          III, cap. IX, 6). Este hombre, inflexible y de mal carácter, y un
          completo experto en el arte de fomentar revueltas (Libro III, cap.
          IX, 7), no fue capaz de refrenar sus intenciones, y convenció a la
          nobleza vándala para arrebatar el trono a Ilderico, afirmando que el
          rey no servía para la guerra y podía poner a los vándalos en manos
          del emperador Justino (Libro III, cap. IX, 8). Así, Gelimer
          encarceló a Ilderico, y se apoderó del poder supremo” (Libro III,
          cap. IX, 9).            
Justiniano I y Gelimer I se envían sendas
         cartas de desafío bizantino-vándalo,
        el uno al otro. En ellas, Justiniano considera la posibilidad de una guerra contra
        los vándalos, si no vuelve a poner Gelimer en su sitio todos los
        atropellos que había cometido: 
          “Cuando
          Justiniano se enteró de estas noticias, habiendo heredado ya el poder
          imperial, envió embajadores a Libia, a presencia de Gelimer y con el
          siguiente mensaje: «No estás obrando con justicia, ni conforme a las
          disposiciones testamentarias de Gicerico, sino quebrantando la
          legalidad. En consecuencia, no sigas haciendo ya mas daño, porque de
          lo contrario perderás la benevolencia del Todopoderoso, y la amistad
          de nuestra patria»” (Libro III, cap. IX, 10-13). “Sin
          embargo Gelimer despachó a los embajadores de Bizancio sin que éstos
          hubiesen logrado nada” (Libro III, cap. IX, 14). “Mas
          cuando el emperador Justiniano escuchó estas nuevas noticias, tras
          enviarle embajadores por segunda vez, le escribió otro mensaje en los
          siguientes términos: «Dado que te agrada haber tomado posesión de
          la realeza de la forma en que lo has hecho, acepta de ella todo lo que
          Dios te envíe. Yo no romperé el tratado de mi pueblo con tu
          bisabuelo Gicerico, pero sí guerrearé con el que se ha sentado
          vilmente en su trono y ha roto su testamento, para vengar su persona»”
          (Libro III, cap. IX, 15-19). b.7)
        Declaración de guerra de Justiniano I            
        El emperador
        Justiniano I de Bizancio comienza entonces a deliberar con sus
        mandatarios los pros y contras de una posible
        guerra de Bizancio contra los vándalos: 
          “El
          emperador Justiniano, en cuanto tuvo controlados de la mejor manera
          posible los asuntos internos y los relativos a Persia, pasó a tomar
          en consideración la situación en Africa (Libro III, cap. X, 1).
          Y cuando reveló a los mandatarios que estaba reuniendo un ejército
          para atacar a los vándalos y a Gelimer, la mayor parte de ellos empezó
          inmediatamente a mostrar aversión hacia el plan y a considerarlo como
          una desgracia, recordando la expedición del emperador León y el
          desastre de Basilisco y repitiendo uno por uno los nombres de cuantos
          soldados murieron entonces y qué inmensa cantidad de dinero tuvo que
          pagar el estado” (Libro III, cap. X, 2).            
        El pretor
        Juan y el patricio Estrategio muestran a Justiniano I su oposición a la
        idea, sobre todo por la financiación económica
        del ejército: 
          “Los
          que más disgusto sentían y estaban más afectados por la preocupación
          eran el prefecto del pretorio (el pretor Juan) y el responsable de la
          administración del Tesoro (el patricio Estrategio), al considerar que
          a ellos les haría falta producir inconmensurables cantidades de
          dinero para las necesidades de la guerra” (Libro III, cap. X, 3).            
        Los generales
        del ejército muestran la magnitud del proyecto y abogan como mucho por
        una guerra relámpago de desalojo, así como ponen sobre la mesa la
        necesidad de construcción de una flota naval,
        y de saber luego gestionar un reino lleno de moros y vándalos: 
          “Cada
          uno de los generales se sentía lleno de temor ante la magnitud del
          peligro si, tras salvarse de las penalidades del mar, se veía
          obligado a acampar en tierra enemiga, y sostener una enérgica lucha
          contra un reino poderoso e imponente (Libro
          III, cap. X, 4). También le demandaron al emperador una batalla
          naval, algo de lo que ni siquiera habían oído hablar hasta el
          momento” (Libro III, cap. X, 5).            
        El arzobispo
        de Constantinopla, Epifanio, aboga por la guerra contra los vándalos,
        algo que aplaude la población bizantina como prevención
        ante futuros riesgos fronterizos: 
          “Uno
          de los obispos, que había llegado de la parte oriental, expresó al
          emperador, en nombre de Dios, la necesidad de proteger de los tiranos
          a los cristianos de Africa (Libro III, cap. X, 18-19). Lo que
          aplaudió el resto de la población, deseosa de nuevas aventuras y
          bajo la idea de que fueran otros los que corrieran los riesgos” 
          (Libro III, cap. X, 6).            
        Tras oír
        todos los argumentos, Justiniano decide declarar la guerra a los reinos
        vándalos de Africa, proponiendo a Belisario como general de las Guerras
        Vándalas y encomendando a Tatimut una incursión
        relámpago en Trípolis, que pusiera la ciudad africana bajo
        su jurisdicción y como plataforma de apoyo para los futuros desembarcos
        bizantinos: 
          “Cuando
          Justiniano hubo escuchado estas palabras, no pudo ya reprimir sus
          deseos, sino que empezó a reunir el ejército y los barcos, preparaba
          las armas y los víveres y ordenó a Belisario que estuviese dispuesto
          para actuar como general en Africa en un muy breve plazo” (Libro
          III, cap. X, 21). “Justiniano
          se puso en contacto con Pudencio, uno de los notables de Trípolis que
          se oponía a la presencia de los vándalos en la ciudad, con la idea
          de juntar entre ambos un ejército que tomase posesión de la ciudad.
          Justiniano le mandó un contingente militar no muy numeroso comandado
          por Tatimut. Con ese contingente de Tatimut, y con las fuerzas que había
          reclutado Pudencio, en un momento de no estar presentes los vándalos
          se apoderaron ambos del territorio, y lo añadieron a los dominios del
          emperador” (Libro III, cap. X, 22-24). b.8)
        Preparativos de la flota bizantina            
        Al
        mismo tiempo que se conquistaba la avanzadilla de Trípolis, Justiniano
        I envía a Cirilo a Cerdeña con un contingente militar, para preparar
        allí una 2ª avanzadilla bizantina en Cerdeña: 
          “Al
          mismo tiempo que eso sucedía, el emperador preparó un contingente de
          400 soldados, y a Cirilo en calidad de comandante, para proteger la
          isla de Cerdeña” (Libro III, cap. XI, 1).            
        En cuanto al grueso
        del ejército bizantino, éste fue seleccionado
        meticulosamente por los generales bizantinos, tanto en número como en
        procedencia de cada soldado, así como en los nombres de sus jefes
        militares y el apoyo de fuerzas aliadas: 
          “Justiniano
          dispuso la partida de la expedición militar contra Cartago, que
          estaba compuesta de 10.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería,
          reclutados de entre las tropas regulares y federadas (Libro III,
          cap. XI, 2), todos ellos en completa libertad e igualdad” (Libro
          III, cap. XI, 3). “Los
          jefes de los federados eran Doroteo (general de las tropas de Armenia)
          y Salomón (intendente del general Belisario), junto a Cipriano,
          Valeriano, Martino, Altias, Juan y Marcelo (Libro III, cap. XI,
          5-6). Los jefes de los regulares eran Rufino y Aigán (que pertenecían
          a la casa de Belisario), así como Barbato y Papo. Al mando de la
          infantería quedó Teodoro, Terencio, Zaido, Marciano y Sarapis, todos
          ellos bajo el mando supremo de Dirraquio” (Libro III, cap. XI,
          7-8). “A
          ellos los acompañaban 400 hérulos sobre los que mandaba Faras, y
          alrededor de 600 bárbaros aliados del pueblo maságeta, todos
          arqueros a caballo y dirigidos por Sinión y Balas” (Libro III, cap.
          XI, 10-12).            
        En cuanto al grueso
        de la flota bizantina, ésta fue confeccionada por naves de
        apoyo y buques de guerra, junto a su tripulación de apoyo federada y
        marines de guerra bizantinos: 
          “El
          cuerpo expedicionario completo requirió 500 naves, de las que ninguna
          podía transportar más de 50.000 medimnos, ni menos de 3.000
          (Libro III, cap. XI, 13). En todos los barcos navegaban en total
          30.000 marinos, egipcios y jonios en su mayor parte, y también
          cilicios. Y un solo comandante en jefe fue designado para la totalidad
          de la flota, Calónimo de Alejandría” (Libro III, cap. XI, 14). “Llevaron
          además 92 barcos largos, equipados para la batalla naval con un solo
          orden de remos, y provistos de cubiertas por encima para evitar los
          dardos de los enemigos. En éstos navegaban 2.000 bizantinos, todos
          soldados y remeros a la vez (Libro III, cap. XI, 15-16) y a las
          órdenes de Arquelao, pretor de Iliria y ahora prefecto del ejército
          naval” (Libro III, cap. XI, 17).            
        Todo ello
        bajo el mando supremo de Belisario,
        que fue dotado por Justiniano I con plenos poderes imperiales, y se llevó
        a la campaña africana las cartas de otorgamiento imperial, o emperador
        circunstancial en Africa: 
          “Sin
          embargo, como general con mando supremo sobre todos, el emperador envió
          a Belisario, que asumía el mando de las tropas del Imperio oriental
          (Libro III, cap. XI, 18). A éste lo acompañaba una guardia
          personal de oficiales y soldados, los más capacitados para la guerra
          y completamente experimentados en los peligros (Libro III, cap.
          XI, 19). El emperador le mandó una serie de indicaciones por
          escrito, comunicándote que ejecutara todas y cada una de las acciones
          como mejor le pareciera a él, y que sus actos serían tan válidos
          como si fuese el emperador en persona” (Libro III, cap. XI, 20).            
        Tras lo cual
        tiene lugar la partida de la flota bizantina
        desde el puerto de Constantinopla, tras el envío misionero del
        arzobispo Epifanio y una severa arenga por parte de Belisario a sus
        tropas: 
          “En
          el séptimo año de reinado del emperador Justiniano (año 533), en
          tomo al equinoccio de primavera, ordenó éste al barco del almirante
          que anclase junto a la escarpada orilla que queda delante del palacio
          imperial” (Libro III, cap. XII, 1). “Habiendo
          llegado allí Epifanio, arzobispo de la ciudad, tras pronunciar todas
          las preces apropiadas, hizo subir al barco a uno de los soldados que
          había bautizado recientemente, y que había adoptado el nombre
          cristiano (Libro III, cap. XII, 2). De esta forma, pues, se
          hicieron a la mar el general Belisario y su esposa Antonina” (Libro
          III, cap. XII, 2). b.9)
        Travesía bizantina hacia Africa            
        La flota
        bizantina partió de Constantinopla e hizo sus primeras escalas en
        Perinto y Abido, situadas en la costa europea del mar
        de Mármara y no sin cierta dosis de realismo y reclutamiento
        militar: 
          “La
          totalidad de la flota siguió a la nave del general e hizo escala en
          Perinto, donde la expedición consumió un lapso de tiempo de 5 días,
          dado que en ese lugar el emperador obsequió a Belisario con una
          cantidad muy considerable de caballos procedentes de sus dehesas
          imperiales en la Tracia” (Libro III, cap. XII, 6). “Y,
          tras hacerse a la mar desde allí, fondearon en Abido (Libro III,
          cap. XII, 7).Y vino a suceder que, mientras llevaban ya en ese
          lugar 4 días de demora, a causa de la falta de viento, dos maságetas
          mataron a uno de sus compañeros, porque se estaba burlando de ellos
          mientras se encontraban bebiendo de forma incontrolada, pues ambos
          estaban borrachos (Libro III, cap. XII, 8). En consecuencia,
          Belisario mandó empalar a los dos hombres en una colina de aquel
          lugar” (Libro III, cap. XII, 9).            
        Adentrada ya
        la travesía en alta mar, la enorme
        flota bizantina acusa una inesperada inexperiencia marina, que le obliga
        a llevar a cabo una improvisada planificación de maniobras y disciplina
        naval: 
          “Belisario
          trató que los barcos pudieran navegar siempre juntos, pues la flota
          era grande y, si se abatían sobre ella vientos tempestuosos, era
          inevitable que muchas embarcaciones quedasen rezagadas, y se
          dispersasen en mar abierto sin que sus pilotos supieran hacia donde
          era mejor seguir” (Libro III, cap. XIII, 1). “Se
          pusieron los 3 barcos del general al mando de la flota, para guiar a
          toda la flota y que ésta no se quedase atrás. Se pintaron estos 3
          barcos de bermellón y, tras levantar pértigas en cada una de las
          proas, se colgaron de ellas lámparas con objeto de que fueran
          visibles tanto de día como de noche (Libro III, cap. XIII, 3).
          De esta forma, con las 3 naves guiando a toda la flota, ninguno de los
          barcos se quedó atrás. Y cuando había que salir de un puerto hacia
          la mar, eran las trompetas de estas naves las que les daban la señal” 
          (Libro III, cap. XIII, 4).            
        Sin
        separarse ya en partes la flota bizantina, ésta se ve arrastrada por
        los vientos del Helesponto al
        promontorio del Sigeo (cerca de Troya). Desde allí, y tras esperar los
        tiempos de calma, decide entonces dirigirse al Peloponeso,
        a través del cabo de Malea (este del Peloponeso) y cabo de Ténaro
        (sur del Peloponeso), hasta tocar tierra en Metone (oeste del Peloponeso): 
          “Unos
          fuertes vientos se abatieron sobre ellos arrastrándolos hasta el
          Sigeo (Libro III, cap. XIII, 5). Y , aprovechando de nuevo la
          calma, se dirigieron más relajadamente hacia Malea (Libro III,
          cap. XIII, 5). Consiguieron así huir de la tempestad, atravesar el
          Ténaro (Libro III, cap. XIII, 8) y llegar y arribar en Metone
          (Libro III, cap. XIII, 9). Belisario
          ancló allí los barcos e hizo desembarcar a todo el ejército, para
          descansar y hasta que volviesen los vientos favorables” (Libro III,
          cap. XIII, 10-11).            
        En el puerto
        de Metone, y a 20 kilómetros del cabo Akritas,
        la flota bizantina sufre una repentina epidemia mortal, provocada por un
        pan mal horneado, cuya ingestión provoca la muerte a muchos soldados: 
          “Mientras
          Belisario revisaba las tropas, y como no podían salir por falta de
          viento en absoluto, sucedió que muchos soldados murieron allí en
          Metone de enfermedad (Libro III, cap. XIII, 11). Pues el
          mezquino pretor Juan, no sabiendo como conseguir más dinero para el
          tesoro público ya desde la salida, y calculando cómo daría menos leña
          e inferior sueldo a los horneros, había llevado el pan todavía sin
          cocer a la travesía. Y cuando la flota llegó a Metone, las piezas de
          pan se convirtieron de nuevo en harina, llenas de moho y siendo
          suministradas por medida a los soldados, para muerte de no menos de
          500 soldados” (Libro III, cap. XIII, 17-20).            
        Desde Metone,
        la flota bizantina se dirige a Zacinto (golfo de Corinto), donde reponen
        la comida y el agua traída de Constantinopla y desde donde se adentran
        en el Adriático con dirección a
        Italia, a través de una larga y calurosa travesía que tuvieron que
        hacer con el agua descompuesta, y hasta que tocaron tierra en Sicilia: 
          “Tras
          partir de Metone, llegaron al puerto de Zacinto, donde introdujeron
          agua suficiente para cruzar el mar Adriático y desde donde, una vez
          completados el resto de los preparativos, siguieron navegando” 
          (Libro III, cap. XIII, 21). “Al
          demorarse la travesía por la flojedad de los vientos, sucedió que se
          les echó a perder el agua, excepto la del propio Belisario y sus
          compañeros (Libro III, cap. XIII, 23), gracias a una esposa de
          Belisario que, tras llenar de agua unas ánforas de cristal y
          construir una pequeña habitación con tablas de madera en la bodega
          de la nave (donde era imposible que penetrara el sol), enterró allí
          en arena las ánforas, y de esta forma el agua permaneció intacta” 
          (Libro III, cap. XIII, 24). “Al
          decimosexto día de atravesar el Adriático consiguieron desembarcar
          en un lugar desierto de Sicilia, cercano a donde se alza el monte Etna” 
          (Libro III, cap. XIII, 22). b.10)
        Inspección del territorio vándalo            
        Tras arribar
        a Sicilia, Belisario envía a
        Procopio a Siracusa para que haga averiguaciones sobre la situación de
        los vándalos: 
          “Belisario,
          tan pronto como desembarcó en la isla, se sentía preocupado al
          ignorar qué tipo de hombres eran los vándalos contra los que se
          dirigía, o cómo eran en relación con la guerra” (Libro III, cap.
          XIV, 1). “Entonces
          envió a Procopio, su consejero, a Siracusa con el fin de averiguar si
          los enemigos tenían naves emboscadas vigilando el paso, o en la isla
          o en la parte continental. Y también en qué lugar de Africa sería
          mejor para ellos anclar, así como la base de operaciones de la que
          les convenía lanzarse para llevar a buen término la guerra contra
          los vándalos” (Libro III, cap. XIV, 3).            
        Procopio
        cumple con su misión de información sobre los
        vándalos extraordinariamente, llevando las buenas nuevas a
        Belisario: 
          “Cuando
          Procopio llegó a Siracusa, se encontró con un conciudadano, que era
          amigo suyo de la infancia y que había estado viviendo en Siracusa
          desde hacía tiempo, dedicado a las actividades relacionadas con el
          mar (Libro III, cap. XIV, 7). Fue ésta la persona por la que
          se informó que los vándalos no habían tendido una emboscada contra
          su flota, pues no habían oído a nadie que ningún ejército viniera
          contra ellos en aquel tiempo” (Libro III, cap. XIV, 8-9). “Habiendo
          oído esto Procopio, se encaminó al puerto de Aretusa, y de allí
          zarpó a toda prisa rumbo a Caucana, donde había quedado con
          Belisario” (Libro III, cap. XIV, 11).            
        Tras las
        buenas noticias traídas por Procopio, Balisario da la orden de embarque
        a toda la flota bizantina, y ésta prosigue su travesía hacia Africa,
        haciendo escala en la isla de Malta: 
          “Belisario
          se sintió muy alegre por las noticias traídas por Procopio y, tras
          enterrar al general de las tropas de Armenia Doroteo, que había
          muerto en aquella estación, ordenó que se diese la señal de partida
          con las trompetas” (Libro III, cap. XIV, 15). “Después
          de izar las velas a toda velocidad, tocaron puerto en las islas de
          Gaulo y Malta, que marcan el límite entre el mar Adriático y el
          Tirreno (Libro III, cap. XIV, 16). Allí se abatió entonces
          sobre ellos un fuerte viento del este que, al día siguiente, los
          arrastró hasta un lugar que los romanos llaman Caputvada, a una
          distancia de Africa de 5 días de ruta para un viajero desenvuelto” 
          (Libro III, cap. XIV, 17).            
        Al llegar la
        flota a Caputvada, a 85 km de Adrumento (hoy Susa) y a 75 km de Taparura
        (hoy Sfax), Belisario reúne a sus comandantes y les pide información
        acerca de la mejor de las opciones para el
        desembarque: 
          “Cuando
          se encontraron cerca de la costa, Belisario ordenó arriar las velas,
          echar fuera de los barcos las anclas y hacer un alto. Después convocó
          a todos los comandantes del ejército a su propio barco y les propuso
          que deliberaran sobre la cuestión del desembarco” (Libro III, cap.
          XV, 1). “Entonces
          muchos fueron los discursos que se pronunciaron inclinándose a favor
          de cada una de las posturas principales (Libro III, cap. XV, 2),
          imponiéndose sobre todos la postura de Arquelao, que pedía ir
          derechos en barco al puerto de Estagno, en las proximidades de Cartago
          y no a 9 jornadas de viaje terrestre, y establecer allí la base de
          operaciones, evitando los ataques enemigos por tierra y teniendo a
          mano al grueso de la flota” (Libro III, cap. XV, 2-15). b.11)
        Desembarco en Africa            
        Una vez
        llevado a cabo el desembarco en Estagno, los bizantinos plantan muy
        cerca de allí su campamento bizantino, con toda serie de medidas de
        seguridad y de abastecimiento, y como base
        bizantina de operaciones en Africa: 
          “Tras
          pronunciar Belisario unas palabras, toda la asamblea acogió con
          agrado su propósito y, tras disolverse, hicieron el desembarco lo más
          rápidamente que pudieron, aproximadamente 3 meses después de su
          partida de Bizancio” (Libro III, cap. XV, 31). “Tras
          indicarles un lugar en la costa, Belisario ordenó a los soldados y a
          los marinos cavar la trinchera y levantar una empalizada alrededor de
          ésta (Libro III, cap. XV, 32), clavando en círculo por todos
          lados estacas puntiagudas (Libro III, cap. XV, 33) y cavando
          hondo hasta encontrar agua suficiente, que abasteciera en adelante a
          hombres y animales” (Libro III, cap. XV, 34). “Así
          pues, todos los soldados vivaquearon durante la noche aquella en el
          campamento” (Libro III, cap. XV, 36). b.12)
        Reconquista de Libia            
        La
        reconquista bizantina de Africa comenzó con la reconquista
        de Silecto, cercana al campamento base bizantino y en sintonía
        con las gentes africanas de la localidad: 
          “Al
          día siguiente, Belisario oyó decir que la ciudad de Silecto distaba
          del campamento una jornada de viaje, que se encontraba situada junto
          al mar en la carretera que conduce a Cartago, y que su muralla estaba
          derruida desde hacía tiempo” (Libro III, cap. XVI, 9). “Entonces
          Belisario envió a su guardia de corps Boríades, junto con su guardia
          personal, ordenándoles que conquistasen la ciudad. Y que, en caso de
          que la tomaran, no causasen ningún daño en ella, sino que les
          hicieran mil y una promesas a sus habitantes, y les aseguraran que habían
          llegado allí con el fin de conseguir su libertad” (Libro III, cap.
          XVI, 9). “Ellos
          tomaron posesión de la ciudad sin ninguna dificultad, tras llamar al
          sacerdote y a todos los notables y hacerles saber las órdenes del
          general, recibiendo de ellos voluntariamente las llaves de sus puertas” 
          (Libro III, cap. XVI, 11).            
        Tras la toma
        de Silecto, Belisario dirige sus tropas bizantina hacia Cartago, avanzando
        en línea de combate y con la idea de estar preparados ante
        una eventual batalla campal contra los vándalos: 
          “Belisario,
          habiendo dispuesto a su ejército para una batalla campal, empezó la
          marcha en dirección a Cartago” (Libro III, cap. XVII, 1). “Belisario
          escogió 300 soldados de su guardia personal y se los entregó al
          bravo Juan de Armenia, para que fuese con ellos por delante del ejército,
          a una distancia no inferior a 20 estadios (4 km) y para que, en caso
          de divisar a algún enemigo, se lo comunicase a toda prisa, de tal
          forma que no se viesen obligados a entrar en batalla sin estar
          preparados” (Libro III, cap. XVII, 1-2). “A
          los auxiliares maságetas les dio orden Belisario de que realizaran la
          marcha por el lado izquierdo, dejando a su lado derecho el mar y
          marchando él en la retaguardia con las mejores tropas (Libro III, cap.
          XVII, 3). A los marineros les ordenó que, cuando el viento soplase a
          favor, arriasen las naves pequeñas y remando les fuesen siguiendo por
          mar, a no mucha distancia y mientras dejaban al resto de naves en el
          campamento” (Libro III, cap. XVII, 5).            
        De camino
        hacia Cartago, Belisario fue consumando la reconquista
        de Leptes, Adrumeto y Grase, hasta llegar a Hammamet y puerta
        de entrada a Túnez: 
          “Recorriendo
          cada día 80 estadios (15 km) hacia Cartago (Libro III, cap. XVII,
          7), pasamos por la ciudad de Leptes y después por Adrumeto, antes
          de llegar a la plaza llamada Grase, a 350 estadios de distancia de
          Cartago (Libro III, cap. XVII, 8) y donde se encontraba uno de
          los palacios del soberano de los vándalos (Libro III, cap. XVII,
          9), junto al jardín más hermoso de cuantos los bizantinos
          conocemos” (Libro III, cap. XVII, 9-10). b.13)
        Reconquista de Túnez            
        Las noticias
        del avance bizantino sobre Túnez llegaron al general vándalo Gelimer,
        que decide encargar a su hermano Amatas el asesinato del rey Ilderico I,
        a su sobrino Gabimundo la preparación del ejército
        vándalo para la guerra, y él mismo siguiendo los pasos y
        estela del ejército bizantino: 
          “Tan
          pronto como Gelimer oyó decir en Hermione que los enemigos se
          encontraban cerca, ordenó por escrito a su hermano Amatas que diese
          muerte en Cartago a Ilderico, y que pusiese en disposición a los vándalos
          y resto de hombres útiles para el combate” (Libro III, cap. XVII,
          11). “También
          ordenó Gelimer que, cuando los enemigos se encontrasen en el
          desfiladero Décimo de Cartago (10ª piedra militar, desde Cartago),
          juntándose ellos desde ambos lados del mismo, los rodeasen y, habiéndolos
          atrapado como en una red, terminasen por aniquilarlos” (Libro III,
          cap. XVII, 11). “Ese
          mismo día Gelimer ordenó a su sobrino Gibamundo que, adelantándose
          al resto del ejército con 2.000 vándalos, fuese por el flanco
          izquierdo, de modo que Amatas desde Cartago, Gelimer mismo por la
          retaguardia y Gibamundo desde los terrenos situados a la izquierda, se
          reuniesen en el mismo punto y ejecutasen la maniobra de envolvimiento
          de los enemigos más fácilmente y con menos esfuerzo” (Libro III,
          cap. XVIII, 1).            
        Hasta que se
        produce la batalla de Décimo, en
        los desfiladeros de las afueras de Cartago (a 14 km) y no de la forma
        establecida por Gelimer, con gran derrota de las avanzadillas vándalas
        de Amatas, a manos de Juan de Armenia: 
          “Pero
          Amatas llegó al desfiladero Décimo en tomo al mediodía, antes de
          tiempo (Libro III, cap. XVIII, 5), y justo cuando allí se
          encontraba la avanzadilla de Juan de Armenia. Allí le trabó combate
          Juan a Amatas, dando muerte a sus mejores hombres y a él mismo, y
          provocando que los vándalos huyesen a toda velocidad a la ciudad de
          Cartago” (Libro III, cap. XVIII, 6-7). “Juan
          y sus hombres llegaron hasta las puertas de Cartago, provocando tal
          matanza de vándalos a lo largo de aquellos 70 estadios, que los que
          la contemplaron podían conjeturar que era obra de 20.000 enemigos” 
          (Libro III, cap. XVIII, 10-11).            
        Tras lo cual
        tiene lugar la batalla de las Salinas,
        en los lagos salados de las afueras de Cartago (a 7 km) y en la que el
        grueso vándalo de Gabimundo sufre la 2ª gran derrota vándala, esta
        vez a manos de las tropas maságetas bizantinas: 
          “Al
          mismo tiempo, Gibamundo y sus 2.000 hombres llegaron a Pedio Halón,
          que está de Décimo a 40 estadios y es un lugar acuoso que no produce
          más que sal” (Libro III, cap. XVIII, 12). “Entonces
          los combatientes maságetas hicieron buena su fama de belicosos, y se
          lanzaron a gritos contra el ejército de los vándalos, que se
          quedaron atónitos ante el coraje de los maságetas, se quedaron
          paralizados ante el peligro que les venía, y rompieron filas a la
          hora de entablar el combate, pereciendo todos de manera deshonrosa” 
          (Libro III, cap. XVIII, 13-19).            
        Mientras
        tanto, los ejércitos de Belisario y Gelimer siguen desde más atrás su
        ruta hacia Cartago, sin enterarse de lo sucedido en las afueras de
        Cartago, y hasta que ambos se encuentran y traban la batalla
        de Mornag, a 22 km de Cartago. En ella, Gelimer desaprovecha
        la oportunidad de obtener una victoria aplastante sobre los federados de
        Belisario, y huye vergonzosamente: 
          “No
          habiéndose enterado de nada de lo que había sucedido, Belisario
          siguió encaminándose hacia Cartago. Y observó un lugar que, por sus
          características, era adecuado para levantar un campamento, a 35
          estadios de Décimo. Lo rodeó con una empalizada, introdujo allí a
          todos los soldados de infantería, y convocó al ejército entero
          (Libro III, cap. XIX, 1), a la espera de que llegasen las naves que
          nos seguían por mar (Libro III, cap. XIX, 2) y pronunciado
          plegarias ante la magnitud de lo que se les venía” (Libro III, cap.
          XIX, 11). “Pero
          mientras estaban ellos todavía rezando, desde las colinas en derredor
          apareció una polvareda por el lado sur y, poco después, una muy
          numerosa fuerza de caballeros vándalos bajo la dirección de Gelimer” 
          (Libro III, cap. XIX, 15). “Cuando
          se encontraron cerca los unos de los otros, se suscitó de pronto una
          refriega entre ambos ejércitos” (Libro III, cap. XIX, 20). “Fueron
          los vándalos los que acometieron al grueso de los bizantinos
          (Libro III, cap. XIX, 22), que se vieron obligados a dar la vuelta
          y retirarse 17 estadios, muy cerca de los desfiladeros de Décimo
          (Libro III, cap. XIX, 23). Por casualidad estaba allí todavía
          Uliaris, oficial de la guardia personal de Belisario, junto con 800
          soldados de dicha guardia. Éstos ofrecieron su ayuda a los
          bizantinos, y junto a ellos salieron juntos al encuentro de los vándalos” 
          (Libro III, cap. XIX, 24). “En
          este momento no soy capaz de decir qué fue lo que le ocurrió a
          Gelimer, que, teniendo en sus manos la victoria en la guerra, la
          desbarató (Libro III, cap. XIX, 25). Pues si hubiera llevado a
          cabo una inmediata persecución, yo creo que ni siquiera el propio
          Belisario le habría ofrecido resistencia (Libro III, cap. XIX,
          26). O si Gelimer se hubiera dirigido a caballo a Cartago, habría
          matado sin dificultad a todos los hombres de Juan (Libro III, cap.
          XIX, 27). Pero la realidad es que no hizo ninguna de estas dos
          cosas, sino que al ver el cadáver de su hermano, se dio a los
          lamentos y se retiró, sin haberse informado de cómo estaba en ese
          momento la situación” (Libro III, cap. XIX, 29). b.14)
        Reconquista de Cartago            
        Tras la huida
        vándala de Gelimer, todos los cartagineses abren las puertas de su
        puerto y ciudad a los bizantinos, que van llegando a la ciudad desde los
        distintos frentes de batalla, y haciendo su entrada
        triunfal en Cartago: 
          “Al
          día siguiente, después de que se presentase la infantería junto con
          la esposa de Belisario, nos pusimos en camino todos juntos en dirección
          a Cartago, a donde llegamos aproximadamente a la caída de la tarde y
          pasamos la noche en campo abierto” (Libro III, cap. XX,1). “Los
          cartagineses, tras abrir las puertas, encendieron luces por todas
          partes, y mantuvieron iluminada la ciudad por las antorchas, a lo
          largo de toda aquella noche aquella. Por su parte, los vándalos que
          se habían quedado atrás se sentaron en los adoquines de los
          santuarios, en calidad de suplicantes” (Libro III, cap. XX, 1). “Durante
          aquel día, las naves alcanzaron el promontorio de Cartago, y los
          cartagineses les abrieron su puerto de Mandracio, tras quitar todas
          sus cadenas de hierro” (Libro III, cap. XX, 3).            
        Tras hacer
        Belisario entrada en Cartago, se sienta en el trono de Gelimer y ordena
        la liberación de presos vándalos y buen trato
        a la población cartaginesa, tras elogiar la moderación y
        buenas costumbres de sus soldados: 
          “Belisario
          entró en Cartago, subió al palacio y se sentó en el trono de
          Gelimer (Libro III, cap. XX, 21), ordenando desde allí que se
          produjeran represalias contra los vándalos, y que los soldados no
          tuviesen vía libre para dedicarse al pillaje (Libro III, cap. XX,
          2). Ordenó también la liberación de los presos del palacio real
          (Libro III, cap. XX, 4-9), comportarse con moderación con los
          africanos (Libro III, cap. XX, 18) y la disciplina militar en
          la ciudad, para evitar cualquier emboscada enemiga” (Libro III, cap.
          XX, 19). “Tras
          lo cual, Belisario ordenó que le preparasen el almuerzo, en la sala Délphix
          donde precisamente Gelimer acostumbraba a invitar a comer a los jefes
          de los vándalos” (Libro III, cap. XXI, 1).            
        La ciudad de
        Cartago vivió pacíficamente el cambio de régimen político, su
        ciudadanía pudo vivir en concordia y paz, y los cristianos cartagineses
        celebraron la recuperación de los templos
        cristianos y las fiestas sagradas, volviendo a engalanar sus
        liturgias con la fe ortodoxa y las más hermosas ofrendas votivas: 
          “Tanto
          soldados como población cartaginesa presentaron un comportamiento tan
          moderado que no se produjo nunca ni un solo acto de insolencia, ni una
          sola amenaza, y no ocurrió tampoco nada que impidiera la actividad
          normal de la ciudad (Libro III, cap. XXI, 9) en esta modificación
          del régimen político, que ya no debía rendir vasallaje a su
          soberano, y que no excluía a familias enteras del comercio por razón
          de su credo (Libro III, cap. XXI, 10). Posteriormente,
          Belisario ofreció garantías a los vándalos que se habían refugiado
          en los santuarios, y empezó a preocuparse de las fortificaciones de
          la ciudad” (Libro III, cap. XXI, 11). “Belisario
          devolvió a los cristianos el templo de Cipriano, que los vándalos se
          habían apoderado tras expulsar de allí a los sacerdotes de forma muy
          deshonrosa (Libro III, cap. XXI, 19). También devolvió a los
          cristianos la fiesta de las Ciprianas a orillas del mar” (Libro
          III, cap. XXI, 18). “Los
          cristianos de fe ortodoxa limpiaron todos sus templos y colgaron de
          ellos las más hermosas ofrendas votivas (Libro III, cap. XXI, 23).
          Celebraron la vuelta a sus cultos en el santuario de Cipriano,
          encendiendo todas sus lámparas y celebrando una solemnidad religiosa
          tal y como ellos acostumbraban a profesar, antes de llegar los vándalos
          arrianos” (Libro III, cap. XXI, 25). b.15)
        Recomposición del ejército vándalo            
        Tras haber
        desaparecido Gelimer del mapa de Cartago, vuelve a aparecer de nuevo en
        escena, esta vez con planes de contraataque vándalo
        que devuelva a sus manos lo que los bizantinos le han quitado. Y lo hace
        empezando por los campos de Africa,
        estableciendo una alianza con los campesinos
        africanos para dar muerte a los bizantinos que merodeaban por
        sus territorios, por medio de recompensas: 
          “Mientras
          todo eso sucedía en Cartago, Gelimer empezó a distribuir una gran
          cantidad de dinero entre los campesinos africanos, mostrando una
          disposición amistosa hacia ellos y consiguiendo atraer a su causa a
          muchos” (Libro III, cap. XXIII, 1). “A
          estos campesinos ordenó Gelimer que matasen cuantos bizantinos
          deambulasen por sus campos, prometiéndoles una recompensa en oro por
          cada hombre eliminado (Libro III, cap. XXIII, 2). Ellos
          asesinaron a muchos del ejército bizantino, tanto soldados como
          esclavos y sirvientes, subiendo a sus aldeas a escondidas y capturándolos
          (Libro III, cap. XXIII, 3). Entonces los campesinos les presentaban
          a Gelimer sus cabezas, y se marchaban tras haber recibido su
          recompensa” (Libro III, cap. XXIII, 1-4).            
        Por otro
        lado, también intentó convencer Gelimer para la causa al rey visigodo
        Teudis I de España, sobre una posible alianza
        con los visigodos españoles que expulsara a los bizantinos
        de Africa. Ofrecimiento de alianza que, sin embargo, llegó tarde y no
        convenció al soberano visigodo: 
          “Poco
          después, Gelimer envió embajadores a Hispania, entre los cuales se
          encontraban Goteo y Fuscias, con el fin de persuadir a Teudis,
          soberano de los visigodos, de que concluyese una alianza militar con
          los vándalos (Libro III, cap. XXIV, 7). Tras desembarcar aquéllos
          en el continente, después de cruzar el estrecho de Cádiz,
          encontraron a Teudis en el interior del país” (Libro III, cap.
          XXIV, 8). “Teudis
          los recibió con una disposición amistosa, y los agasajó
          cordialmente (Libro III, cap. XXIV, 9). Pero como los
          embajadores vándalos habían tardado tanto en llegar, él ya se había
          enterado del motivo por el que venían: el desastre vándalo en Africa
          (Libro III, cap. XXIV, 10). Y cuando le propusieron una alianza
          militar, Teudis los despachó diciéndoles que se fueran a la costa,
          de vacío y por donde habían venido” (Libro III, cap. XXIV, 14).            
        Al recibir la
        negativa de los visigodos a una alianza militar, Gelimer se decide por
        un masivo reclutamiento vándalo de las islas,
        trayendo a Africa todas las fuerzas vándalas disponibles en las islas
        mediterráneas, e incluso haciendo llamar a su caudillo y hermano Tzazón
        a que vuelva de su destino en Córcega: 
          “No
          muy lejos de las fronteras de Numidia, Gelimer reunió a la totalidad
          de los vándalos presentes en Africa (Libro III, cap. XXV, 1),
          así como a algún que otro moro al que había prometido distintivos
          de autoridad” (Libro III, cap. XXV, 4). “También
          envió Gelimer envió a uno de sus emisarios a Cerdeña, con una carta
          dirigida a su hermano Tzazón (Libro III, cap. XXV, 10) que le
          decía: «Belisario ha venido contra nosotros y se ha llevado la mejor
          parte. Amatas y Gibamundo han caído en combate, y toda Africa entera,
          y especialmente la propia Cartago, son ya posesiones de los enemigos.
          Ea, pues, deja ya tu tiranía en Cerdeña, y ven con nosotros con todo
          tu ejército»” (Libro III, cap. XXV, 14-17). “Tzazón
          reunió a todo su ejército y, después de zarpar de allí con toda su
          flota, al tercer día desembarcaron entre Numidia y Mauritania
          (Libro III, cap. XXV, 21), y a pie marcharon a la llanura de Bula,
          donde se unieron al resto del ejército vándalo de Gelimer” (Libro
          III, cap. XXV, 22). b.16)
        Batalla de Tricameron            
        Nada más
        recibir las noticias del reclutamiento vándalo, el general Belisario
        hace salir a todas sus tropas, poniéndolas en formación y dirigiendo
        al total del ejército bizantino
        al encuentro del ejército vándalo, para jugarse el todo o nada
        en una y única batalla decisiva: 
          “Belisario
          hizo salir, en ese mismo día, a todos los caballeros excepto 500, y
          también a los soldados de su guardia personal y el estandarte de la
          guardia imperial, que encomendó a Juan el Armenio” (Libro IV, cap.
          II, 1). “Él,
          por su parte, los siguió al otro día acompañado de la infantería y
          del grupo de los 500 caballeros (Libro IV, cap. II, 2). En
          cuanto a los maságetas, deliberando entre ellos mismos, decidieron
          llevar a cabo la persecución de los derrotados” (Libro IV, cap.
          II, 3).            
        Por su parte,
        el ejército vándalo ve venir al
        bizantino hacia él, y decide escoger el lugar (un río) y momento
        adecuado (la hora del almuerzo) para la contienda, poniéndose de
        inmediato ambos ejércitos en posición de combate: 
          “Gelimer
          y Tzazón, tras unas exhortaciones, hicieron salir a los vándalos y,
          a la hora del almuerzo y mientras los bizantinos preparaban la comida,
          se presentaron y se dispusieron para entrar en combate, a lo largo de
          la margen escarpada del río Tricamaro” (Libro IV, cap. III, 1). “Al
          instante, los bizantinos, tras prepararse como pudieron dadas las
          circunstancias, llegaron a la otra margen del río y se colocaron en
          formación (Libro IV, cap. III, 3). El ala izquierda la
          ocuparon los federados, el ala derecha las fuerzas de caballería, en
          el centro tomó posición Juan, la guardia personal de Belisario y el
          estandarte imperial. También llegó allí Belisario, en el momento
          oportuno y colocándose con los 500 delante de la infantería” 
          (Libro IV, cap. III, 4-6).            
        A los 3 meses
        de la entrada de los bizantinos en Cartago, el 15 de
        diciembre del 533, tuvo lugar la batalla decisiva de las Guerras Vándalas,
        con todas las fuerzas en juego disponibles (en este momento 5.500
        bizantinos, por más de 50.000 vándalos) y con victoria
        final bizantina, para caída total del reino vándalo de
        Africa: 
          “Entonces
          Juan, a instancias de Belisario, se lanzó en ataque contra los vándalos,
          cruzando el río y dirigiéndose contra el centro de la formación vándala,
          que ocupaba Tzazón (Libro IV, cap. III, 10). Por 2 veces fue
          rechazado Juan por Tzazón, hasta que a la 3ª, y en medio del griterío
          y estampida general bizantina, el ataque se volvió total, con
          estruendo de armas y encarnizamiento de espadas” (Libro IV, cap.
          III, 13). “El
          combate se hizo encarnizado, luchando valerosamente los soldados de
          ambas partes y cayendo los muertos al suelo (Libro IV, cap. III,
          14). Tzazón cayó muerto al suelo (Libro IV, cap. III, 14)
          y los maságetas se lanzaron, según lo acordado, contra los vándalos
          de Tzazón (Libro IV, cap. III, 16), que tuvieron que
          retroceder a su campamento” (Libro IV, cap. III, 17). “En
          el campamento de Tzazón, los bizantinos empezaron a despechar a los vándalos
          (Libro IV, cap. III, 17), matando en un instante a más de 800” 
          (Libro IV, cap. III, 18). “Por
          su parte, Belisario se dirigió con toda la infantería hacia las
          tropas de Gelimer (Libro IV, cap. III, 19). Cuando Gelimer se
          dio cuenta de que Belisario iba directamente contra él acompañado de
          la infantería y del resto del ejército, sin decir palabra ni dar
          orden alguna, saltó sobre su caballo y salió huyendo por la
          carretera que conduce a Numidia (Libro IV, cap. III, 20), sin
          que los vándalos se diesen cuenta de ello (Libro IV, cap. III,
          21). Cuando los vándalos vieron venir a las tropas de Belisario,
          se pusieron a gritar, y los niños empezaron a chillar, y las mujeres
          a gemir” (Libro IV, cap. III, 22). “Los
          soldados de Belisario se apoderaron del campamento de Gelimer, y
          persiguieron durante toda la noche a los fugitivos, dando muerte a
          todos aquellos hombres con los que se toparon, y reduciendo a la
          condición de esclavos a los niños y a las mujeres” (Libro IV, cap.
          III, 24). b.17)
        Reconquista de Mauritania            
        Tras la
        victoria de Tricameron, decide Belisario asegurar el dominio bizantino
        sobre toda Africa, desde Trípolis a Gibraltar. Y lo hace enviando ejércitos
        de reconquista a las plazas de Argel (Cesarea), Ceuta (Septo) y Tripolis
        (Tripolis), consumando así la reconquista de
        Argelia y Marruecos (antigua frontera occidental vándala en
        Africa), así como el apuntalamiento de Libia
        (antigua frontera oriental vándala de Africa): 
          “Tras
          la batalla de Tricamaro, Belisario envió a Juan con una compañía de
          infantería a Cesarea de Mauritania, ciudad muy importante y populosa
          que se encuentra de Cartago a 30 días en dirección a Cádiz y hacia
          poniente, para que la tomara” (Libro IV, cap. V, 5). “A
          otro Juan, uno de los oficiales de su guardia personal, Belisario lo
          envió al estrecho de Cádiz, a una de las dos Columnas de Heracles,
          para tomar posesión de la plaza fuerte a la que llaman Septo” 
          (Libro IV, cap. V, 6). “Posteriormente,
          envió también un ejército a Tripolis, que estaba siendo presionada
          por los moros de la zona, fortaleciendo así el poder de los
          bizantinos en aquel sector” (Libro IV, cap. V, 10). b.18)
        Reconquista del Mediterráneo            
        Tras lo cual,
        y una vez bien cubiertas las espaldas africanas por todas partes,
        Belisario planifica el asalto y reconquista de
        Córcega y Cerdeña, islas que todavía permanecían bajo
        dominio vándalo: 
          “De
          regreso a Cartago, Belisario envió un ejército a fin de que
          recuperara para los bizantinos todos los territorios que los vándalos
          gobernaban (Libro IV, cap. V, 1). A Cirilo lo mandó a Cerdeña,
          portando la cabeza de Tzazón y acompañado de un numeroso contingente
          de hombres (Libro IV, cap. V, 2). También le ordenó a Cirilo
          que enviase a una parte del ejército a Córcega y que recobrase para
          el Imperio de los romanos la isla” (Libro IV, cap. V, 3). “Cirilo
          llegó a Cerdeña y les mostró la cabeza de Tzazón a los habitantes
          del lugar, recuperando así Cerdeña y Córcega y obligándolas al
          pago del tributo a la autoridad imperial” (Libro IV, cap. V, 4).            
        Así como
        planifica la reconquista de Ibiza, Mallorca y
        Menorca, también islas que todavía permanecían bajo
        dominio vándalo: 
          “Y
          a las islas que se encuentran cerca de la entrada del océano, que,
          por parte de los nativos, reciben el nombre de Ibiza, Mallorca y
          Menorca, mandó a Apolinario, originario de Italia pero que, siendo
          todavía un jovenzuelo, había llegado a Libia” (Libro IV, cap. V,
          7).            
        Tras lo cual,
        y como plato fuerte y último de las Guerras Vándalas, planifica
        Belisario la complicada reconquista de Sicilia,
        en poder tanto de los vándalos como de los ostrogodos. Se trató de una
        campaña larga y dolorosa, con agónicas derrotas en Marsala (Lilibeo) y
        negociaciones interminables con la goda Amalasunta (hermana de Teodorico,
        madre de Atalarico, y casada con un rey vándalo). Hasta que,
        aprovechando la ocasión propicia, consiguen liberarla, e integrarla
        bajo dominio bizantino: 
          “Tras
          mandar además a algunos hombres a Sicilia con el fin de conquistar la
          plaza fiierte de Lilibeo, porque pertenecía al imperio de los vándalos,
          sin embargo fue violentamente rechazado de allí, al no considerar
          justo en absoluto los godos ceder ninguna parte de Sicilia” (Libro
          IV, cap. V, 11). “Enterado
          Belisario de estas noticias, les escribió una carta a los godos que
          allí estaban, diciéndoles: «Nos estáis privando a nosotros de
          Lilibeo, la plaza fuerte que pertenece a los vándalos, los cuales son
          esclavos del emperador. En consecuencia, no pongáis vosotros en
          contra de la nación de los godos al gran emperador»” (Libro IV,
          cap. V, 12-16). “A
          lo cual le contestaron los godos, por medio de la madre de Atalarico:
          «Sicilia entera es nuestra, y la fortaleza de Lilibeo es uno de
          nuestros promontorios. Y toda ella la reclamamos para nosotros, porque
          no estamos quitando nada al emperador Justiniano»” (Libro IV, cap.
          V, 18-20). “Enterado
          Justiniano del asunto, esperó la ocasión propicia. Y cuando ésta
          llegó, envió a Belisario mismo en persona contra la nación de los
          godos en Sicilia, y sin dificultad alguna la tomó. Pues en ese
          momento había subido al trono de los godos en Italia Teodato, sobrino
          de Teodorico, de la familia de los Amalas, hijo de Amalafrida y
          hermano de Amalaberga. Y después de la muerte del rey Atalarico, hijo
          de Amalasunta, ésta lo hizo proclamar rey. Tras lo cual, y con la
          idea de evitar la molesta presencia de su protectora, Teodato mandó
          asesinar a Amalasunta. Momento que aprovechó Justiniano para
          conquistar Sicilia” (Libro IV, cap. XIV, 1-2). b.19)
        Sofoco de los moros            
        Tuvo
        lugar cuando una revuelta mora en Numidia
        empezó a causar estragos en las estructuras implantadas por Bizancio en
        Africa, secuestrando bizantinos o desarbolando sus edificios civiles. Y
        todo ello sin causa aparente, y por su mero carácter racial: 
          “Así
          pues, de esta forma terminó la guerra vándala” 
          (Libro IV, cap. VIII, 1). “Pero
        entonces los moros que vivían en Numidia volvieron sus ojos a una
        revuelta, aun sin ninguna razón y quebrantando los tratados (Libro
        IV, cap. VIII, 9). Decidieron de repente levantarse en armas contra
        los romanos por su forma de ser, pues entre los moros no existe ni temor
        de Dios, ni respeto por los hombres, y no les preocupa ni los juramentos
        ni los rehenes, y la paz no se mantiene entre ellos de ninguna manera,
        más que por el temor a que los enemigos se enfrenten a ellos” 
        (Libro IV, cap. VIII, 10-11).            
        Hasta que
        llega a Africa una expedición bizantina de
        refuerzo, enviada desde Bizancio por el mismo Justiniano I.
        Lo cual causa furor en el ánimo de los moros, así como logra sofocar
        todos sus conatos de rebeldía: 
        “Pero
        entonces se rumoreó que una expedición del emperador iba a llegar a
        Libia, y empezaron a temer los moros que fueran a sufrir algún daño
        por parte de ella (Libro IV, cap. VIII, 12). Consultaron los
        oráculos de sus mujeres, que al quedarse poseídas predicaban el futuro
        con la misma fiabilidad que cualquier otro podría hacerlo (Libro
        IV, cap. VIII, 13), diciendo que «llegará un ejército del mar al
        mando de un general romano imberbe, que será la perdición de los moros»” 
        (Libro IV, cap. VIII, 14). “Entonces
        los moros establecieron la paz, y permanecieron quietos hasta ver el
        ulterior desarrollo de los acontecimientos (Libro IV, cap. VIII, 15).
        Por su parte, el emperador envió otro ejército a Africa, al mando de
        Ildiger y Teodoro de Capadocia” 
        (Libro IV, cap. VIII, 24). b.20)
        Entrada triunfal en Constantinopla            
        Como 1ª
        medida administrativa tras el final de las Guerras Vándalas, Bizancio fija
        los  tributos para las provincias africanas conquistadas,
        aludiendo a una posible carga para la población: 
          “En
          el envío de refuerzo a Africa, fueron enviados por el emperador
          Trifón y Eustracio, con la misión de imponer a los africanos los
          tributos, según la proporción que correspondiese a cada uno y aunque
          se quejasen de no ser moderados ni soportables (Libro IV, cap.
          VIII, 25). Y es que no era ya posible encontrar ordenados los
          antiguos documentos romanos, que registraban los tributos de los
          diferentes distritos de Africa, pues los vándalos lo habían
          trastocado y destruido todo desde el principio” 
          (Libro IV, cap. VIII, 25).            
        Como 2ª
        medida administrativa tras el final de las Guerras Vándalas, Bizancio
        implanta el consulado bizantino en Africa,
        al frente del cual Justiniano I pone a su general Belisario. Así como
        decreta el destierro de los líderes vándalos
        a Galacia, bajo pacto de vasallaje a cambio de donación de bienes: 
          “Poco
          después, Justiniano estableció el consulado de Africa y lo entregó
          a Belisario, que celebró el nombramiento con arreglo a la antigua
          costumbre (Libro IV, cap. IX, 15). En efecto, accedió al
          consulado y vino a ser portado a hombros por los prisioneros y,
          mientras lo llevaban en la silla curul, él iba lanzándole al pueblo
          el botín de guerra contra los vándalos, objetos de plata, cinturones
          de oro y una gran cantidad del resto de las riquezas vándalas. Así
          pareció restablecerse algo que ya no era costumbre desde hacía
          tiempo”  (Libro IV, cap. IX, 16). “El
          emperador Justiniano y la emperatriz Teodora obsequiaron con bastantes
          riquezas a los hijos de llderico (rey vándalo asesinado por Gelimer)
          y a Gelimer le dieron unas tierras en Galacia nada desdeñables, y le
          permitieron vivir allí junto con sus familiares” 
          (Libro IV, cap. IX, 13).            
        Tras lo cual
        tiene lugar el desfile y 
        entrada triunfal en Constantinopla del ejército bizantino,
        con sus soldados al frente y la conquista de botines y esclavos en la
        parte posterior. Como regalo bizantino, unos vasos salomónicos,
        procedentes de la bizantina Jerusalén, son donados por Justiniano I a los templos de los cristianos
        africanos: 
        “Belisario,
        al llegar a Bizancio con Gelimer y los vándalos capturados, fue
        considerado merecedor de las honras que en épocas anteriores se les
        habían dispensado a los generales romanos, que habían ceñido coronas
        por las victorias más importantes y sonadas (Libro IV, cap. IX, 1).
        Hacía ya 600 años que nadie recibía tales honras, si exceptuamos a
        Tito, a Trajano y a todos los demás emperadores que habían movilizado
        sus ejércitos contra alguna nación bárbara, y la habían vencido” 
        (Libro IV, cap. IX, 2). “En
        efecto, haciendo gala del botín y de los prisioneros de guerra,
        Belisario condujo por medio de la ciudad el desfile del triunfo, pero no
        a la antigua usanza, sino a pie desde su casa hasta el hipódromo, y,
        una vez allí, desde los arrancaderos hacia el trono imperial” 
        (Libro IV, cap. IX, 3). “Del
          botín había tronos de oro para el emperador, y carruajes para
          transportar a la emperatriz, y numerosas joyas de piedras preciosas,
          copas de oro, y todas las demás cosas para los banquetes imperiales
          (Libro IV, cap. IX, 4). Había también de plata muchos miles de
          talentos, y una gran parte del tesoro imperial que Gicerico había
          saqueado en el Palatino de Roma (Libro IV, cap. IX, 5).
          También estaban los tesoros de los judíos, que Tito había llevado a
          Roma tras la conquista de Jerusalén” 
          (Libro IV, cap. IX, 5). “Cuando
          el emperador vio los objetos sagrados de Salomón, procedentes de
          Jerusalén, tuvo miedo y rápidamente los envió al completo a los
          templos cristianos de los lugares conquistados” 
          (Libro IV, cap. IX, 9). c)
        Comentario de las  Guerras Vándalas            
Las Guerras de Bizancio a los Reinos Vándalos, junto a las posteriores
Guerras Persas y Guerras Godas, fueron el proyecto más ambicioso llevado a cabo por ningún emperador
bizantino, a lo largo de toda su historia. Se trató de un proyecto exitoso gracias al
ejército del general Belisario, pero también gracias a la mayor labor jurídica de la
historia, en el intento de Justiniano por recobrar para Bizancio todas las
provincias romanas perdidas ante los bárbaros, o Renovatio
Imperii.
            
Con su lema de armas et leges, Justiniano lo
planificó todo para recuperar los territorios perdidos por el Imperio
romano, con Persia, Africa, Italia y España incluidas. Y lo logró, con un ejército reducido
de 150.000 hombres.
            
La conquista de Africa tuvo lugar el año 533,
aprovechando Justiniano las  divisiones internas entre
los africanos. En efecto, depuesto el rey de los vándalos en una guerra civil vándala,
éste se presentó en Bizancio pidiendo el auxilio de Justiniano.
            
Fue entonces cuando Justiniano envió un  ejército
bizantino de 30.000 hombres de élite al
mando de Belisario, viendo que la oportunidad se le presentaba como única, y
con la idea de recuperar Africa.
            
Enfrentado el ejército bizantino a los 100.000 soldados del  ejército vándalo
(temibles, y en su propio terreno), Belisario y Bizancio salieron victoriosos, en
tan sólo dos años de contienda militar.
            
Los romanos de Africa, cansados de los vándalos, quedaron aliviados ante
su anexión al Imperio bizantino. Hasta que inmediatamente llegaron los impuestos de Juan de
Capadocia, con su consecuente proceso de recaudación fiscal. Lo que empezó
pronto a crear recelos en las tradicionales Cadilia y Rif, provincias
vándalas que en el futuro preferirán adherirse al Islam, creyendo así aliviar
su insostenible situación local económica.
            
La  entrada triunfal en Constantinopla
        de Belisario, con los botines y
tesoros conquistados en Africa, supuso la primera victoria sonada de un
        emperador romano-constantinopolitano, desde aquella anexión de
la Dacia que hiciera Trajano el año 117. c.1)
Implantación de la Africa bizantina            
Bizancio implantó en todas partes de la nueva Africa bizantina, como
puntos fuertes y a nivel general:
 -grandes urbes, de 20.000 habitantes, comerciantes entre ellas y con la capital,-eficaz diplomacia, que fue desviando a los vándalos y maleantes
        hacia el
        Occidente,
 -fuerte cristianismo,
        popular e ideológico, y de todos los ciudadanos en torno al Cosmocrator,
        o Cristo rey del mundo,
 -ejército
        profesional,  de élite y reducido a 150.000 soldados[6],
            
No obstante, fueron puntos débiles de
las nueva Africa bizantina:
 
-una
enorme carga fiscal, elevadísima en los primeras décadas,-las
disputas regionales, con la dialéctica Constantinopla-Siria-Egipto en torno al
centralismo-separatismo[7],
 -las
pasiones deportivas desbordadas, a 2 bandas o colores[8].
            
La cuestión religiosa fue la primera medida tomada personalmente por
Justiniano en Africa. Y es que tras el
Edicto de Tesalonica-380 de Teodosio, el cristianismo había pasado a ser la única
religión oficial del Imperio, prohibiéndose cualquier tipo de paganismo[9] o
herejía.
            
Pero Justiniano quería dar un paso más que Teodosio, y lo dio. Así,
impulsó todavía más la ideología cristiana dentro del senado y corte de
Constantinopla, e impulsó la eliminación
 del paganismo  no sólo
entre el pueblo llano sino también para las élites, que en ese momento estaban
imbuidas por la filosofía helenística clásica. Para ello, cerró la Academia Platónica
de Atenas, clausuró las academias de Alejandría, y exilió a los seguidores de Plotino y Jámblico a Persia, dando con ello el golpe
definitivo al paganismo helénico[10].
            
En este proceso de des-paganización, fue el monacato
bizantino, potentísimo en Oriente desde el s. V y con 15.000
monjes en alguno de sus monasterios, el encargado de transmitir
el trivium (con matemáticas y
astronomía incluidas) y llevar
la cultura de la ciudad a los monasterios. Fue en lo que consistió la doble Traslatio Studii, que llevó directamente
la cultura de la ciudad a los monasterios, e indirectamente de Atenas a Persia.            
        Con la adquisición de estos nuevos territorios,
Constantinopla empezó a adquirir sucesivamente más poder, hasta el punto
de considerar a su obispo como el nuevo emperador religioso,
y patriarca de todo el Oriente (primus inter pares, o primero entre sus
        iguales). c.2)
        Esplendor de la Africa bizantina
            
Tuvo grandes logros en el campo de
las ciencias y letras, sin contar con la expansión de la
filosofía griega que hicieron los exiliados seguidores de Plotino (a Occidente) y Jámblico
(a Oriente). Destacaron los logros conseguidos en:
 -medicina,
botánica y geografía, mediante el geógrafo Cosmas de Indikoplestes y su Cosmographia,
estudio del mundo oriental;-arquitectura
e ingeniería, mediante los matemáticos y arquitectos Isidoro de Mileto y
Antemio de Tralles, y con la basílica de Santa Sofía como auténtico centro
cultural;
 -comercio
y evangelización, mediante los mercaderes bizantinos y misioneros, que abrían
constantemente nuevas rutas desde Africa a la India, a los países eslavos[11]
y a nuevos centros
estratégicos en la Ruta de la Seda[12].
            
Pero la auténtica joya del Imperio bizantino no fue Santa
Sofía ni su medicina[13], sino su impresionante  reforma
del Derecho romano  que llevó a cabo Triboniano, jurista elegido al
caso para dividir el cuerpo de viejas leyes
romanas en 3, eliminando las duplicadas o anticuadas y actualizando de forma
pedagógica las que iban a entrar en vigor a partir de entonces. Sus 3 nuevos corpus
legis fueron:
 -la
Digesto,
 o recopilación en un mismo volumen de todas las leyes imperiales
romanas,
desde su existencia inicial. Se transmitió el Derecho romano, así, a Africa y toda la
posteridad[14];-el Institutiones, o conjunto de principios de derecho, a forma de código y manual explicativo del
derecho, a la hora de hacer leyes africanas y de entender su justo sentido;
 -la Novella, o conjunto de leyes nuevas del Imperio bizantino, escritas en
latín y que:
 -mejoraron algunas leyes
imperiales antiguas, suprimiendo en Africa la esclavitud, restringiendo la ley de
mutilación, mejorando la ley del matrimonio respecto a la mujer…-empeoraron
otras leyes más recientes, como la ley contra judíos[15]
por ser herejes y paganos, y a los que se les impedía en Africa ser médicos, vivir
dispersamente, poseer servidumbre, recibir cargos públicos y hacer poselitismo.
 c.3)
        Declive de la Africa bizantina            
Todas las provincias bizantinas de Africa siguieron en
adelante y al dictado los imperativos de Bizancio durante más de 100 años, pagando
impuestos y tasas del 30-40%
 bajo la fuerte moneda del solidus.
            
No obstante, esa inmensa geografía imperial, así como la debilidad
económica local (dada la centralización de Bizancio), fue el
talón de Aquiles del Imperio. Pues aunque logró mantener sus posesiones más
recónditas hasta 1453, parte de su cénit alcanzado el año 600 se vio
oscurecido poco después.
            
        Esa fue la causa del revés oriental
        sufrido por Bizancio, ante unos árabes
 de Mahoma que lograron se hacerse con toda la Africa y Oriente Medio, quitaron a Bizancio
        sus enclaves de Antioquía[16],
        Jerusalén[17],
        Alejandría[18]
        y Cartago[19],
        y sometieron al Islam las zonas cristianas
más antiguas.            
        Lo cual sucedió tras la Batalla de Yarmuk-636, en la que el
        moro Jalid aprovechó una tormenta de arena para atacar al emperador
        Heraclio y sus 100.000 hombres[20], cayendo descuartizados 70.000 soldados
        bizantinos[21].            
        Tras el desplome de Yarmuk, Bizancio abandonó su Imperio Sur (Africa)
        y Este (Oriente Medio), fortificó los Montes Taurus con un ejército de campesinos e
        infinitos themas-puntos
        fortificados, e hizo de este sistema montañoso una frontera infranqueable al Islam.
        El Imperio bizantino rodeó así Constantinopla de montañas
        fortificadas, amplió su influencia hasta Moscú, y aguantó
        con su Imperio Norte otros 800 años más, hasta 1453.
         Madrid,
      1 enero 2025Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad
 ________ [1]
    Lo que sí era importante, pues no era lo mismo:
     -un hijo nacido de un padre ya emperador,
    porfirogeneta, o heredero
    legítimo,-un hijo nacido antes que su padre fuera emperador, no
    heredero legítimo.
 [2]
    Pues según PROCOPIO DE CESAREA, cronista y enemigo suyo, JUSTINIANO I DE
    BIZANCIO conoció a
    su futura mujer TEODORA en Siria, en uno de los clubs de alterne donde el
    joven estudiante solía ir asiduamente. No obstante, la emperatriz Teodora
    se convirtió con el tiempo en una emperatriz de gran valía. [3]
        Como el propio PROCOPIO DE CESAREA relata en sus Guerras Vándalas, a la
        hora de zarpar la flota bizantina de Constantinopla hacia Africa y al
        decir que “se hicieron a la mar todos los barcos imperiales, con el
        general Belisario y su esposa Antonina, y también con la compañía de
        Procopio, autor de esta obra” (cf. PROCOPIO, Historia de las
        Guerras, libro III, cap. XII, 3). [4]
    Tras los estudios que había hecho en la Escuela de Derecho de Berytus
    (Beirut), en la que además estudió a los clásicos griegos y alcanzó la
    titulación de rhetor (lit. retador, o abodago). [5]
    Como se comprueba en su descripción de: 
    -el cambio climático del 535 y 536, que describe desde Cartago
    (ciudad en la que se había quedado a vivir, tras las Guerras Vándalas),-la peste bubónica del 542, que describe desde Constantinopla
    (posiblemente como prefecto-alcalde de la ciudad),
 -los abastecimientos de agua del 550, que describe en su Tratado
    sobre los Edificios de forma meticulosa, sobre las obras públicas de
    Constantinopla,
 -la corte bizantina del 560, que describe en su Historia Secreta
    con todo tipo de entresijos (hasta pornográficos), sobre la familia y corte
    imperial.
 [6]
    En comparación con los 600.000 soldados que llegó a tener DIOCLECIANO en Occidente. Eso sí, tras el s. VII se
    fue helenizando paulatinamente el ejército bizantino, introduciéndose el elemento autóctono.
        
             Y es que Bizancio aprendió
    de los múltiples golpes de
    estado ejecutados por los militares hacia Roma (como los últimos de ESTILICON y
    ODOACRO, que habían causado la caída de Roma). Hasta que TEODOSIO II DE
    BIZANCIO decidió para Constantinopla la reducción de tropas y efectivos militares,
    hasta un número que impidiese una nueva lacra de golpes militares contra el
    estado.
     [7]
    Grecia y Asia Menor apoyaron siempre y de forma leal al patriarca de Constantinopla,
    bajo el influjo de la ortodoxia del s. V del patriarca JUAN CRISOSTOMO. Sin
    embargo, Siria y
    Egipto prefirieron decantarse por la heterodoxia nestoriana y
    monofisita, y por sus patriarcas locales de Antioquía y Alejandría.
     [8]
    Siendo:
     -los azules, 
    ortodoxos y partidarios del emperador y patriarca de Constantinopla,-los verdes, heterodoxos y partidarios de las
    provincias imperiales.
            
    Se trataba de bandos
    bizantinos que protagonizaban auténticas batallas campales en
    el hipódromo, asistiendo a cada evento deportivo con auténticas milicias
    armadas, y con
    la idea de matar y asesinar.
     [9]
    Lo que acabó extinguiendo todo tipo de paganismo rural. No obstante, sí
    siguió existiendo paganismo intelectual, como en Atenas. [10]
    Hecho importante para la filosofía, pues Persia sí que acogió y protegió
    a los filósofos exiliados que seguían la doctrina de PLOTINO y JAMBLICO:
     -introduciendo el neoplatonismo
    en el mundo persa,-traduciendo del griego al árabe toda la filosofía griega, incluido
    Aristóteles.
 [11]
    Con
    los hermanos de Tesalónica CIRILO y METODIO, que evangelizaron y
    civilizaron todos los países eslavos, e inventaron el alfabeto cirílico para toda Europa del
    Este.
     [12]
    Hito más importante en la historia de la humanidad, a nivel civil. Y
    del cual se desprenderá como apéndice, entre otros, el descubrimiento de
    América (surgido en el contexto de búsqueda de nuevas rutas de la Seda, ante el bloqueo
    musulmán).
                
    Así, pues, y dado el monopolio de la seda en manos de China, Bizancio instaló espías
    en China para traer de allí los gusanos de seda, y
    trasplantarlos en los talleres de Constantinopla. En esta larga ruta,
    Samarkanda fue el auténtico centro comercial del mundo.
     [13]
    Medicina
    bizantina que en el futuro los musulmanes
    copiaron al pie de la letra.            
    Así como sus estructuras arquitectónicas,
    que en el futuro reproduciría el Islam de forma sistemática (o usurpativa,
    pues a partir de 1453 las fueron convirtiendo directamente en mezquitas,
    según las iban conquistando). De ahí que todas las mezquitas actuales de
    Turquía tengan forma de Santa Sofía... porque antes de mezquitas habían
    sido basílicas bizantinas.
     [14]
    Un Derecho romano de TRIBONIANO que no tenía penas de encarcelamiento, y
    que fue recogido por IRNERIO DE BOLONIA y la Universidad de Bolonia en el s.
    XIII, para auténtico origen de los estados nacionales.
     [15]
    Como punto de origen de la futura persecución legal a la raza semita en
    Europa, hasta el s. XV en que España les expulse por ser marran-marranos.
     [16]
    Perdida por Bizancio el 637 ante el poder musulmán. Tras lo cual
    ordenó el califa UMAR a
    su general JALID la conquista de la bizantina Persia: -en la Batalla de Qadismiya,
    en la que caen 150.000 persas bizantinos a filo de espada,-en
        la Batalla de Nehavend, en la que toda la Mesopotamia bizantina
    queda bajo control del Islam, hasta la frontera del Indo.
 [17]
    Perdida por Bizancio el 638 ante el poder musulmán, y con entrada
    triunfal musulmana incluida.
    Tras lo cual el califa UMAR escogió la explanada del judío Templo de
    Jerusalén (Haram
        al Suarif) para la construcción de sus dos grandes mezquitas: la Mezquita Sagrada y la Mezquita de la Roca.
      [18]
        Perdida por Bizancio el 642 ante el poder musulmán. Momento que
        aprovecharon los musulmanes para destruir la Biblioteca
        de Alejandría. Pues el califa UMAR preguntó si ésta tenía coranes en
        su interior, y
        al constatar que todos sus libros eran no coránicos... decidió prenderle fuego.
         [19]
    Perdida por Bizancio el 698, tras la batalla más dura entre el Islam
    y Bizancio. Pues a Bizancio le apoyaron todos sus efectivos y apoyos del
    Africa continental, viendo las barbaridades que los musulmanes estaban
    haciendo en Egipto. [20]
    No todos ellos bizantinos, sino muchos de ellos mercenarios. Y de los cuales 10.000 eran árabes gassaníes de Siria, que se
    pararon al bando musulmán a cambio de su libertad, y provocaron el caos
    entre las filas bizantinas. [21]
    En medio de
    una tormenta de arena, que el moro JALID aprovechó para atacar a HERACLIO I
    DE BIZANCIO bajo la técnica del tornafuye (carga + semi-retirada +
    envolvimiento), y en la que los 20.000 soldados sarracenos lograron crear el
    caos entre los 100.000 soldados bizantinos, cayendo 70.000 de ellos al suelo
    y siendo allí mismo degollados. |