IMPERIO PERSA

 

Del II al I milenio a.C, en todo

Oriente Medio y hasta las costas del Egeo

 


Persépolis, capital del Imperio persa y recopiladora de toda la cultura antigua

Madrid, 1 octubre 2019
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá

           Desde el año 2.000 a.C. algunos grupos arios venidos del Caucaso (de Igdir, Dogubayacit...) se establecieron en la meseta iraní tras los montes Zagros, destacando entre ellos los medos y los persas. Tribus persas y medas que pronto aprendieron a convivir entre sí, establecieron alianzas en sus grandes tiendas de campaña y unificaron sus costumbres y linajes. Supieron mantener relaciones con los vecinos asirios y elamitas, y pusieron su primitiva capital en Ecbatana, cruce de caminos y bajo clara tendencia mesopotámica.

           La particularidad más llamativa de los persas fue su religión mazdeísta, en torno al dios Ormuz[1]. Se trataba de una religión dualista, de principio bueno y principio malo, propagada desde el lago Urmía por Zoroastro tras el 1.300 a.C, y que alcanzó a las altas esferas iranias hasta el 600 a.C.

           Con la asimilación cultural de la vieja Susa, y la fundación de la nueva capital Persépolis, se fundaron los cimientos propios de la cultura persa, plagada de elementos egipcios y mesopotámicos. A los que hubo que añadir los nuevos elementos helénicos, importados a Persia tras la conquista persa de las costas egeas.

a) Expansión del Imperio persa

           Llegado el siglo VII a.C, el clan aqueménida se hizo con el control del imperio persa y medo, e inició una decidida política expansionista.

           Ciro II fue el gran monarca persa y el auténtico fundador del Imperio persa. Con el reclutamiento de un impresionante ejército, Ciro II conquistó, del 545 al 525 a.C:

-el valle del Indo,
-Arabia, la Bactria, Sogdiana y Asia central,
-Babilonia, Egipto y toda la Mesopotamia,
-Fenicia, Siria, Lidia, Anatolia y todo el Mediterráneo oriental.

           Cambises I, sucesor de Ciro II, murió en su intento de saltar a la Europa occidental.

           Darío I, político hábil y conciliador, decidió organizar y estabilizar lo conquistado, dividiendo los extensos territorios en 20 provincias o satrapías, poniendo a su frente a miembros de la familia real. Pero aún así, decidió ser él quien diera el salto a Europa, sometiendo la cuenca del Danubio, Tracia y Macedonia, al vasto Imperio persa.

a.1) Conquista de Babilonia

           Con la toma persa de Babilonia en el 539 a.C, Ciro II había tenido cuidado en ganarse el favor de los sacerdotes de Marduk. De hecho, no se presentaba en Babilonia como el conquistador, sino como un legítimo sucesor de la cultura y paz babilónica.

           De hecho, la época persa no supuso en Babilonia, culturalmente, un cambio radical de los esquemas simbólicos precedentes. Tanto Ciro como Darío I comprendieron que la religión era un componente esencial dentro del macro-sistema persa, permitiendo el desarrollo normal del culto.

           Algo diferente supuso la llegada, el 482 a.C, de Jerjes I a Babilonia:

-retirando la estatua del dios Marduk,
-destruyendo todos los zigurats de la ciudad,
-prohibiendo la celebración de la fiesta primaveral.

           La sublevación no se hizo esperar, y tras 20 años de protestas, fue Artajerjes I el que tuvo que permitir reanudar el culto, restaurar los templos, reponer las festividades. A cambio, los sacerdotes debían pagar unos impuestos.

a.2) Conquista de Elam

           Fue el núcleo de la colonización persa sobre Mesopotamia, en la llanura de Susa, entre los ríos Karun y Karheh, y en el descenso de los montes Zagros. Planicie de Susa desde la que, aunque no de forma totalmente fácil, se podía alcanzar la meseta persa por una serie de vías y puertos de montaña.

           Poblada desde antiguo por población sumeria, la llegada de los elamitas de los montes Zagros a Susa había acarreado numerosos conflictos a la ciudad, aparte de crear en el II Milenio a.C. un conglomerado cultural sólo apto para ser resuelto por la definitiva colonización persa de la ciudad. Así, se fue creando en Susa paulatinamente:

-una escritura autóctona, de carácter logográfico,
-un sistema gráfico lineal, todavía sin descifrar,
-nuevas vías comerciales, hacia el altiplano persa y Asia interior.

           Con la bajada a Susa de los grupos arios iraníes, en sus vertientes de medos y persas, y tras la fundación de la nueva capitalidad en Persépolis en el Elam original, fue ya una realidad la creación del Imperio persa, en pleno I milenio a.C.

a.3) Conquista de Egipto

           Cuando Egipto no representaba para los imperios mesopotámicos más que una simple conquista marginal, Psamético I, príncipe de Sais, aprovechó el desinterés de Asurbanipal de Asiria[2] y consiguió liberar Egipto de la dominación asiria, unificando Egipto bajo una sola dinastía, la dinastía XXVI o dinastía saíta.

           La restauración del poder central favoreció la reactivación económica, hasta el punto que ha podido hablarse de un renacimiento saíta. En este sentido el hijo de Psamético I, Nekao I, había sabido valerse de un ejército bien organizado de tropas griegas mercenarias, para reemprender la deseada tarea de reunificación egipcia, bajo una fuerte política centralizadora. E incluso Psamético II, con una brillante operación contra el reino de Kush, hasta más allá de la 3ª catarata, había logrado consolidar las fronteras del Sur de las nuevas tentativas de invasión nubia.

           Pero todo fue inútil. Psamético III fue derrotado por Cambises II de Persia en la Batalla de Pelusium-525 a.C, en pleno Delta del Nilo. Tras lo cual:

-el rey persa hizo prisionero al faraón,
-Persia ocupó todo el país,
-Egipto quedó reducida al rango de satrapía del gran Imperio persa.

           La persa dinastía aqueménida dominó toda la dinastía XXVII egipcia, pero gozó de escasa popularidad entre los egipcios. De hecho:

-los egipcios respondieron siempre a los persas con odio implacable, y continuas tentativas de rebelión,
-los persas redujeron al mínimo toda la cultura egipcia, así como los recursos económicos del país.

           Los egipcios consiguieron liberarse del dominio persa de forma accidental el año 404 a.C, bajo un Amirteo de Sais que no tardó en reconformar la autóctona XXVIII dinastía egipcia, en torno al Delta del Nilo. Hasta que el 341 a.C. Artajerjes III decidiese comandar una campaña de castigo, que destrozó todo foco de resistencia y llevó encarcelado al exilio al que fuese último faraón autóctono, Nectabeo II, de forma humillante.

b) Esplendor del Imperio persa

           Las primigenias tribus persas habían vivido en sus orígenes del pastoreo nómada, sin conexión con las civilizaciones vecinas y sin representar peligro inicial para nadie, salvo la alerta que ya hicieron de las mismas los dirigentes asirios, hacia el 900 a.C.

           No obstante, tras la extensión de dominios que desarrollaron hacia Luristán, Elam y resto de montes Zagros, empezaron los persas a configurar un territorio propio, en torno a su nueva capital de Persépolis y bajo el cayado de un pastor supremo o rey de Persia, sin elección divina y de forma hereditaria.

           En cuanto a religión persa, Persia careció siempre de templos y esculturas a los dioses, pues su único dios reconocido era Ormuz, el Creador increado, especie de Fuego etéreo que gobernaba el universo.

           En cuanto al ajuar persa, éste coincidió y compitió con el neo-babilónico, copiando todos los modelos anteriores. Fue primitivo y transportable (para los caballos, pasamanos...), no destinado a los palacios ni arquitecturas vivas y basado en las cerámicas funerarias (de ocre claro, lleno de figuras de cabras con cuernos y patos sin patas y con cabezas-pico). En este sentido, alcanzaron gran fama los Bronces de Luristán, fabricados en arcilla y bronce desde el 1.000 a.C, y llenos de figurillas de caballos, cabras aladas y resto de fantasía animal.

           En cuanto a la arquitectura persa, Persia careció en sus inicios de palacios y resto de edificios, pues todas sus estancias se reducían a gigantes tiendas de campaña que se adaptaban en tamaño y organigrama a las diversas tareas y funciones que debían albergar. No obstante, tras la fundación de Persépolis empezó a desarrollar el más grande proyecto urbano jamás conocido, copiando para ello todos los modelos precedentes de los megaron micénicos, columnas osiríacas egipcias, sillares y tallaje jonios, lamasus asirios y jardines babilonios.

           Así, empezaron a abundar en el urbanismo persa los jardines de regadío artificial, las estancias administrativas, las altas murallas, las altas columnas (simulando los postes de sus tiendas nómadas), las vigas de madera y tapices (evocadores de tiendas de campaña), las basas cuadradas y los capiteles prótomos (de 2 cabezas de toro) o de 1 pieza (de 2 lomos, o parte central, con 2 grifos de águila y león unidos a cada lomo).

           En cuanto al resto de piezas artísticas, los persas inventaron los tapices decorativos (destinados al harén de mujeres, también inventado por ellos), las apadanas (o salas de audiencias reales) y las escaleras tripylon (2 de subida y 1 de descanso, dadas las alturas de los edificios y las salas del tesoro, situadas allí).

c) Caída del Imperio persa

           Los griegos ya habían hecho acto de presencia en Mesopotamia hacia el 1.300 a.C, colonizando las costas jonias de Anatolia e impregnado de helenismo gran parte de la cultura siro-mesopotámica (para origen del alfabeto fenicio). No obstante, desde la conquista que había hecho el Imperio persa de las costas egeas en Anatolia, Grecia había vivido en constante estado de emergencia, con alta dosis de deseo de reconquista.

           A ello se había sumado el desgaste helénico en las Guerras Médicas del s. VI a.C, cuando los propios persas masacraron las poblaciones griegas del Ática e islas aledañas, sin dejar piedra sobre piedra sobre la misma Atenas.

           Con la llegada de Alejandro III de Grecia en el s. IV a.C, bien aleccionado por su padre Filipo II de Macedonia y por los mejores consejeros griegos, Grecia decidía que había llegado el momento de sacudirse el yugo persa, y declaraba el inicio de hostilidades hacia el Imperio persa: un pequeño David, contra el gigante Goliat.

           En el Paso del Granicon-334 a.C. Alejandro puso el pie en Anatolia, deshaciendo el mítico nudo gordiano y haciéndose con 19.000 hoplitas y 4.000 caballos persas.

           En la Batalla de Issos-333 a.C. Alejandro infringe la primera derrota a Darío III de Persia y su ejército de 50.000 soldados, reclamando para sí todo el Imperio aqueménida a forma de confrontación definitiva, y atravesando para ello las míticas Puertas Cilicias de Tarso.

           En la Campaña de Palestina y Egipto-332 a.C. Alejandro acuchilló y arrastró vivos a los rebeldes de Tiro, se hizo con tesoro real persa de Damasco, liberó a Egipto de la zarpa persa en el oasis de Amón (en una tormenta de arena) y fundó entre vítores Alejandría.

           En la Batalla de Gaugamela-331 a.C. Alejandro se autoproclamó nikéforos de Mesopotamia, rechazó todo tipo de paz con el rey persa, destrozó a los 200.000 soldados del ejército persa mediante la fórmula del yunque y martillo, y provocó la huída a caballo de Darío III. El Imperio persa perdía su corazón y alma, Susa y Ecbatana eran aniquiladas, y Babilonia recibía triunfalmente a Alejandro.

           En la Conquista de Persépolis-330 a.C. Alejandro arrasa la capital persa al completo, no dejando piedra sobre piedra e imponiendo a toda su población el ritual de la proskynesis (arrodillamiento ante Grecia), así como a sus dirigentes la servidumbre hacia la Liga de Corinto y Calístenes. El Imperio persa pasaba a ser siervo del nuevo Imperio helénico de Alejandro Magno.

Madrid, 1 octubre 2019
Mercabá, artículos de Cultura y Sociedad

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[1] Lit. “señor sabio”.

[2] El cual retiró sus guarniciones militares, al estar preocupado en otra parte.