Itinerario del exilio de Daniel

Madrid, 10 agosto 2020
Inmaculada Moreno, Lda. en Historia

           Nos encontramos con el libro de Daniel, escrito en género apocalíptico y caracterizado por sus simbolismos, metáforas, visiones y revelaciones. Como todo apocalipsis (lit. revelación, en griego), pretende transmitir los acontecimientos que precederán a la futura y decisiva intervención de Dios, cuando venga a instaurar definitivamente su reino al final de los tiempos. Se sirve para ello de visiones y mensajes misteriosos, llenos de elementos simbólicos (animales, números, viajes, colores...) que son trasmitidos por seres celestiales a un receptor elegido, generalmente venerado en el pasado.

           El libro de Daniel se escribió durante la dominación seléucida de Antíoco III y Antíoco IV, y la persecución desencadenada por éste último durante el levantamiento macabeo (167-164 a.C). Su intención era reanimar la fe de los judíos perseguidos, fortalecer su fidelidad a la ley y alimentar su esperanza.

a) Contenido

           La 1ª parte de Daniel (Dn 1-6) está construida a base de relatos en 3ª persona, que retrotraen a Daniel y sus compañeros judíos a la corte de Babilonia del s. VI a.C, enfrentados a los adivinos extranjeros y sometidos a diversas pruebas de las que salen victoriosos. El rey Nabucodonosor II busca jóvenes para servir en palacio, y elige para ello a Daniel y sus 3 amigos (Ananías, Azarías y Misael), todos ellos de la tribu de Judá y capaces de interpretar sueños y visiones (Dn 1,6).

           Los jóvenes se niegan a comer los manjares impuros del rey (Dn 1,8) y a adorar la estatua de Marduk (Dn 3,14), a sabiendas de que eso último conllevaba la pena de muerte (Dn 3,15). Pero Dios los protege en el horno encendido (Dn 3,24), y envía un ángel al interior del fuego para que los jóvenes no sean dañados (Dn 3,92). Nabucodonosor reconoce al Dios de Sidrac, Misac y Abdénago (nombres caldeos que el rey puso a los jóvenes) y les levanta la pena impuesta (Dn 3,97) a cambio de que sigan interpretando sus visiones y sueños (cosa que harán, a él y a sus sucesores Baltasar y Darío).

           Los sátrapas cogieron celos de los videntes judíos (Dn 6,4-5), y se las ingeniaron para que éste último (Darío I) decretara la pena de muerte a quienes rezaran a un dios distinto del oficial babilónico (Dn 6,8). Encontraron a Daniel invocando a Dios (Dn 6,12) y lo llevaron preso al foso de los leones (Dn 6,17), del que Daniel sale ileso (Dn 6,23). Darío excluye al Dios de Daniel de la prohibición cultual (Dn 6,26), ya que él es “el Dios vivo que subsiste por siempre, cuyo imperio no será destruido ni tendrá fin” (Dn 6,27), y el único que realiza prodigios y signos en el cielo y en la tierra, salvando a Daniel de las garras de los leones”(Dn 6,28).

           La 2ª parte de Daniel (Dn 7-12) narra las visiones apocalípticas de Daniel, sobre las 4 fieras (Dn 7), el carnero y el macho cabrío (Dn 8), las 70 semanas (Dn 9), el anciano y el hijo de hombre (Dn 10-11)... con sus respectivas interpretaciones. La última visión es sobre el final de los tiempos (Dn 12), que deja a Daniel desconcertado y provoca la Oración Final de Daniel. Una oración que va alternando, desde que comenzó a tener visiones:

-la confesión, del pecado del pueblo y de la inocencia de Dios (Dn 9,4-10),
-el castigo, en cumplimiento de los anuncios y avisos proféticos,
-la resistencia, por parte del pueblo a la conversión (
Dn 9,11-14).

           La 3ª parte de Daniel (Dn 13-14) alterna una serie de relatos griegos sobre diversos personajes y anécdotas de Babilonia, como el de Susana y los concejales (Dn 13) o el desenmascaramiento del ídolo Bel (Dn 14).

b) Fisonomía de Daniel

           Respecto a su origen, Daniel debía haber pertenecido a una familia noble de Jerusalén, ya que se destaca el carácter de su linaje, aparte de su procedencia hebrea (Dn 1,4).

           Respecto a sus cualidades personales, Daniel es inteligente y sabe esperar el momento adecuado para actuar, tras haber escudriñado el sentido de las cosas y los signos de los tiempos. Es el don que Dios le había dado, capaz de conocer lo escondido para los demás (Dn 11,2) y descubrir la verdad, que él siempre refiere a Dios y nunca se arroga de forma pretenciosa. También estaba adornado con la belleza, necesaria para trabajar en el camerino del rey (Dn 1,4), y otra serie de cualidades externas e internas (Dn 1,9), que utilizó para ganarse la simpatía de los demás, así como para “conducirse de forma prudente y sensata” (Dn 2,14). Daniel era entregado, nunca indiferente a lo que pudiera suceder a los otros (como en el caso de Susana), y decidido defensor del desvalido frente a la injusticia o falsedad (Dn 2,1).

           Respecto a su religiosidad, Daniel muestra una fidelidad a Dios sin fisuras, y una valentía capaz de dar testimonio ante el mismo rey pagano, hasta que acabe reconociendo al Dios de Israel como al Dios verdadero (Dn 14,1). Junto a sus 3 amigos, está dispuesto a morir antes que adorar a los ídolos, y alaba a Dios en medio de las llamas (Dn 3,52-90), recibiendo a cambio una relación de confianza, por parte de Dios, que Daniel tiene que saber mantener en secreto: “Tú Daniel, mantén ocultas estas palabras y ten sellado el libro hasta que llegue el momento final. Porque muchos andarán inquietos tratando de aumentar su saber” (Dn 12,4). Daniel aparece siempre en constante oración, dando gracias a Dios ante las obras que realiza (Dn 2,20-23) y ayunando en muchos momentos de su vida, al tiempo que implora la misericordia de Dios (Dn 10,2-3) como “hombre predilecto de Dios” (Dn 10,19).

           Pero lo que más destaca de Daniel es su capacidad de intuición, para advertir los acontecimientos adversos en medio de la persecución, sin huir de ellos y sí sabiéndolos afrontar: “Muchos fueron puestos a prueba, purificados y perfeccionados, pero él permaneció fiel hasta el final” (Dn 12,10.13).

c) Oración del Exilio de Daniel

           Daniel invoca a Dios como Señor nuestro y Señor mío (Dn 9,4), haciendo del clamor de todo el pueblo exiliado su propio clamor. Así mismo, pide Daniel perdón a Dios por los pecados cometidos, al hacer lo que Dios reprueba (Dn 9,5), al tiempo que le da gracias por todas las maravillas que ha realizado en favor de Israel (Dn 9,15). Implora Daniel a Dios que retire su furor sobre Jerusalén (Dn 9,16) en una oración de intercesión, y dialoga con Dios sobre cuál es la esencia de la obra salvífica, que reflexivamente no es otra que crear y no destruir, lo que ha salido de sus manos. Así, la mejor solución para el pueblo exiliado no es otra que adquirir humildad (Dn 9,18), y reparar lo mejor posible el fraude cometido.

           En el desarrollo de su oración, Daniel va subiendo el tono en su diálogo con Dios, pasando del “escucha la oración y las súplicas de tu siervo” (Dn 9,17a) al “abre los ojos” (Dn 9,18a) y “hazlo ya, Señor” (Dn 9,19a). Pues se percata de que lo que está en juego es el mismo honor de Dios (Dn 9,17b) ante todos los pueblos vecinos (Dn 9,16b), y una alianza Dios-Israel que se puede empezarse a diluir (Dn 9,17b). De ahí la urgencia de la situación, que Daniel presenta a Dios a la hora de terminar su oración: lo que suceda a Israel, sucederá al mismo Dios (Dn 9,19b).

           De esta forma, Daniel va consiguiendo de Dios una progresiva captación de la atención, haciendo que se incline (Dn 9,18a), escuche (Dn 9,18a), se abra (Dn 9,18b) mire (Dn 9,18b) y actúe (Dn 9,19a). 

INMACULADA MORENO, Colaboradora de Mercabá

 Act: 10/08/20     @taller de biblia         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A