Dios y la Cananea

Madrid, 31 agosto 2020
Inmaculada Moreno, Lda. en Historia

           El evangelio sitúa a Jesús en Genesaret, fértil llanura de 5 km. a lo largo de la costa noroeste del mar de Galilea, y su franja costera de 10 m. de ancho en su costa nororiental. Y nos dice que Jesús decidió dejar ese lugar, e ir a visitar las regiones de Tiro (a 110 km) y de Sidón (a 150 km), posiblemente subiendo al norte por el río Jordán (hacia el monte Hermón) y descendiendo hacia el oeste a la costa (a través de los montes y cedros del Líbano).

           Haciendo una lectura existencial, vemos que se trata de un viaje de enseñanza personal de Jesús hacia sus apóstoles, de muchos días de caminata y muy lejos de las fronteras de Israel. Jesús quiere pasar una temporada sin ser conocido (Mc 7,24b), pero su fama transciende las fronteras nacionales, y acuden muchas personas del extranjero a él (Mc 7,24c). Entre ellas una mujer cananea (Mt 15,22a), de la primitiva raza de los fenicios (Mc 7,26) y bajo nacionalidad siria en tiempos de Jesús (Lc 2,2). La mujer acude a Jesús porque su hija estaba afectada por los demonios (Mt 15,22b), aún a sabiendas de que ella no pertenecía a la religión judía, y de que sus dioses paganos (Melkart, Astarté, Baal...) eran rechazados totalmente por Israel (Mt 15,26): “Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio” (Mt 15,22b).

           Parece ser que la mujer conocía perfectamente la descendencia directa de Jesús, y sabía que Jesús era judío de estirpe real (la estirpe de David). A lo que Jesús guarda silencio (Mt 15,23a), y comenta a sus discípulos que el caso que la mujer le propone escapa a los límites de la fe (Mt 15,24). Tanto es así que sus discípulos reclaman su atención (cosa rara) para no escuchar más a esa mujer, que venía “gritando detrás de ellos” (Mt 15,23b). Aquella mujer venía realmente cargada, afectada por la situación de su religión (Mc 7,26) y de su hija, y exigiendo respuestas por parte de aquel rabino judío, que pasaba por allí (Mt 15,22a).

           Pero sigamos leyendo, porque aquella mujer insiste en presentar su caso ante Jesús, y no sólo va corriendo y gritando detrás del grupo apostólico, sino que “se les adelanta y se postra ante Jesús” (Mt 15,25a). Lo que faltaba a los discípulos por ver. No obstante, nos dice Mateo que en ese momento la mujer abrió la boca: Señor, ayúdame (Mt 15,25b), y la volvió a cerrar. Se trata de la perfecta actitud de adoración y suplica, que de repente supo hacer, sin saberlo, aquella mujer:

-Señor, reconociendo que había distancia entre Dios y ella,
-ayúdame, suplicando
con humildad y sumisión.

           Aquella mujer cananea había dado en la diana del núcleo del misterio de Dios: el reconocimiento de Jesucristo. Lo que hace a Jesús tener que contestar, aunque no sea sino para recordarle que no está bien su situación (Mt 15,26), ni la de vivir como perros (Mt 15,26) o paganos (Mc 7,26), y que él no va a poner en riesgo la fe (el pan) de Israel (Mt 15,26).

           Jesús puso el acento en la llaga de la mujer: su religión pagana. De hecho, ella lo reconoce: “Cierto es, Señor” (Mt 15,27a), sin la menor intención de apartarse de su situación de perro pagano: “Porque también los perros comemos” (Mt 15,27b), aunque con un añadido personal: “las migajas de los amos” (Mt 15,27c).

           La siro-fenicia fue soberbia porque no pensaba cambiar de vida (de perra pagana), pero dio un auténtico recital a la hora de ver las cosas como son, reconociendo su situación de inferioridad (respecto a la fe judía) y que Jesús seguiría siendo su Señor. Es entonces cuando Jesús reconoce la grandeza de fe de aquella mujer (Mt 15,28a), resolviendo el complicado caso de su hija (Mt 15,28b). Porque esa mujer confiaba en Jesús, y por el motivo que fuese sabía que Jesús no le fallaría. Y eso es la fe, saltando todas las fronteras. La mujer había identificado muy bien dónde estaba la auténtica fe, que ella no tenía (de momento), y por la que se inclinó respetuosa y sumisamente, sin hipocresías.

           Jesús supo sacar lo mejor de aquella pagana, así como dejar claro que el pan de Dios no va a ser nunca arrojado a los que vivan en el paganismo. De aquel encuentro creció el conocimiento y deseo de Dios de la mujer, aunque todavía no tuviese normalizada su situación. Pues la incógnita de la libertad humana está todavía ahí, y para ello Jesús debe saber esperar. Jesús fue a las fenicias Tiro y Sidón (Mt 15,21) y abrió el Reino de Dios a los paganos (Mc 7,26), en un viaje apostólico para el que tuvo que hacer muchos kilómetros (Mc 7,24), guardar mucho silencio (Mt 15,23) y tomar mucha precaución (Mt 15,24), antes de actuar (Mt 15,28).

INMACULADA MORENO, Colaboradora de Mercabá

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