Dios y Zaqueo

Madrid, 24 agosto 2020
Inmaculada Moreno, Lda. en Historia

           Lucas nos presenta la escena del encuentro de Zaqueo con Dios. Jesús entró en Jericó, ciudad a escasos metros del río Jordán, a unos 8 km de la costa septentrional del mar Muerto, a unos 27 km de Jerusalén y en la parte inferior de la cuesta que conduce a la montañosa meseta de Judá. La ciudad era conocida como la ciudad de las palmeras (Jue 3,13).

           Nos dice el pasaje (Lc 19,1-10) que aquel hombre (Zaqueo) era jefe de publicanos y cobrador de impuestos, que en muchas ocasiones se quedaba con parte del dinero que los clientes pagaban al fisco (Lc 19,8b), pero que realmente tenía deseos desinteresados por conocer a Jesús.

           Se mezclaban así en Zaqueo sentimientos enfrentados, que le llevaban a querer conocer a Jesús por motivos que no sabemos, y que en estos momentos tambaleaban su casa interior. Una casa y vida interior de Zaqueo que debía ser:

-rica, pero que no acababa de ser feliz (Lc 19,2),
-corrupta, y que llevaba la llaga de la marginación (
Lc 19,7),
-de mente abierta, al autentificar el milagro que Jesús acababa de hacer a un ciego (Lc 18,35-43).

           Lucas se entretiene en los detalles a la hora de presentarnos al personaje, y de su forma de llegar a Jesús. Nos dice que era bajo de estatura (Lc 19,3b) y que no podía ver a Jesús por estar éste rodeado de gente (Lc 19,3b). Pero su deseo por ver a Jesús es fuerte, y no duda en echar a correr hacia adelante, y subirse a un sicómoro para ver a Jesús (Lc 19,4) que estaba pasando por allí (Lc 19,4b). Sin duda, Zaqueo no conoce a Jesús, pero ha escuchado hablar de él.

           Zaqueo quería tener su propio encuentro con el Señor, pero a escondidas y sin que nadie lo supiera. Entonces Jesús paraliza a la multitud, y hace que todos dirijan su mirada hacia Zaqueo (Lc 19,5a), poniéndolo en primer plano de las noticias locales de Jericó: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19,5b). Pone así el dedo en la herida de su marginación, lo llama por su nombre y le invita a un encuentro personal. Y le pide que lo haga deprisa, para que todos vean su proceso de transformación.

           Una vez más, Cristo se juega su reputación (Lc 19,7a) por cada persona, y no tiene reparos en hospedarse en casa de un traidor (Lc 19,7b). En tiempos de Jesús hospedar a alguien en la propia casa era un signo de caridad, que sólo adquiría forma de alegría si era el caso de un pariente (Gn 18,1-5) o de un amigo (Lc 10,38). Pero Jesús no era su pariente ni su amigo, y sin embargo Zaqueo lo recibe muy rápido y muy contento (Lc 19,6).

           La comida que Zaqueo preparó a Jesús (y a sus discípulos) se asemeja bastante al banquete de bodas de Caná (Jn 2,1), como prolongación material de la estancia de Dios en el mundo e imagen de las bodas del Cordero (Ap 19,9) y del festín escatológico (Ap 3,20). Es la fiesta que Cristo dispensó a Zaqueo, y la fiesta que el cielo hizo por su último pecador convertido (Lc 15,7).

           El encuentro con Cristo produce el cambio de Zaqueo, una conversión avalada por la reparación del daño que había realizado: “Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si he engañado a alguien, le devolveré cuatro veces más” (Lc 19,8b). Lucas añade que lo hizo poniéndose en pie (Lc 19,8a), haciendo hincapié en que no sólo quiere devolver lo que ha robado (2º plano), sino manifestar ante todos que ha sido él el responsable de ese desfalco (1º plano). Y lo hace porque siente la grandeza del perdón de Dios, y quiere compensar con largueza el cariño y misericordia experimentadas. La salvación de Dios ha entrado en casa de Zaqueo, y ha sanado aquel corazón que estaba herido, haciendo que pasase de estar escondido (Lc 19,4) a ponerse en pie (Lc 19,8b), a la vista de todos. Es el carácter universal de la salvación, que va destinada especialmente a los más alejados.

           Dios y Zaqueo se necesitaban, y el encuentro fue posible porque hubo quien habló a Zaqueo de Jesús, y preparó el camino para que pasase Jesús por aquella calle principal de Jericó.

INMACULADA MORENO, Colaboradora de Mercabá

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