Biblia y mundo de Hoy

Madrid, 12 octubre 2020
Inmaculada Moreno, Lda. en Historia

           Parece difícil que la Biblia pueda interesar al hombre actual, a un ser que vive sumergido totalmente en el mundo de la eficacia, y que ha prescindido absolutamente de la creencia en Dios. ¿En qué le podrá ayudar? ¿De qué y cómo le serviría la lectura bíblica?

           La humanidad vive inmersa hoy día en medio de una era tecnológica, con adelantos en el mundo de la comunicación y con avances que contribuyen al bienestar básico de la gente, como en los ámbitos de la salud corporal y mental. Sin embargo, esa humanidad se ha acostumbrado a disponer de lo necesario (para sentirse segura) e innecesario (para ser feliz), y el no disponer de ello sería capaz de provocar la hecatombe (como se vio en la crisis del coronavirus de 2020). Luego dispone de algo:

-bueno, como la prosperidad, y la caridad teórica hacia el que no puede tenerla,
-malo, como el acomodamiento, y la flojedad que evita todo compromiso vital.

           Pero ya los hombres y mujeres de la Biblia pasaron por esa situación, no con los rasgos de la actual (claro está), pero sí en sus diversas situaciones. Especialmente cuando el pueblo de Israel se asentó en Canaán bajo forma de monarquía. Fue el momento en que el profeta Amós denunció la comodidad y egoísmo de algunos, que no hacían nada respecto a los más débiles en tiempos de Jeroboán II (ca. 782-753 a.C), y cuyos jefes, terratenientes y comerciantes prosperaban a base de injusticias sociales. Así clamó Amós, como profeta de la justicia:

“Son ya tantos los crímenes de Israel, que no lo perdonaré. Porque abundan los que venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias, los que aplastan contra el polvo de la tierra a los humildes y no hacen justicia a los indefensos” (Am 2,6-7).

           Estas palabras nos muestran que el hombre de hoy es parte del hombre que siempre ha sido, y que la Biblia generaliza (en Israel) y particulariza (en algunos, quizás más de la cuenta). Hoy día, la Biblia propone al hombre actual el modelo de Jesucristo, que manifiesta un profundo amor a los pobres, marginados, enfermos, leprosos, vulnerables... llevando a la práctica privada la justicia que él defendía en público, y alertando así mismo a nuestra falta de compromiso, si es que todavía nuestra conciencia nos lo sigue denunciando.

           En 2º lugar asistimos a una era en que la información es la nueva forma de poder, y cada persona es capaz de publicar cualquier cosa con absoluta libertad, haciendo parecer veraz lo que no lo es.

           La Biblia responde a ese hombre influencer actual alabando su libertad, pero recordando que no hemos sido creados para la esclavitud, ni tampoco para ser esclavos (seguidistas) de esa ni de ninguna libertad, sino todo lo contrario: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra” (Gn 1,28). El hombre ha de ser, pues, dueño y no esclavo (seguidista) de todo lo creado, como decía el propio San Pablo: “Para ser libres nos liberó Cristo, porque hemos sido llamados a la libertad” (Gal 5,1). No estamos, pues, para que las cosas nos dominen, sino para ser sus dueños y señores, según el señorío de Cristo.

           En 3º lugar asistimos a una era en que aceptamos una relación con el dinero algo más que personal, en que la tarjeta bancaria va por delante y detrás de nosotros (y que fue lo que originó la crisis financiera de 2008), como un ídolo o super-amigo que llevamos a cualquier parte, comprando con ella a los demás, dejando de lado a los demás y forjando en ella los propios intereses, y la propia felicidad.

           Recordemos la escena bíblica del Becerro de Oro, cuando el pueblo de Israel vio que Moisés tardaba en bajar del monte, e instigaron a Aarón para que les construyera un ídolo (Ex 32). Plasma perfectamente la actitud del hombre actual, que vacía su corazón de Dios y lo llena con el ídolo actual del dinero, que le permite vivir sin necesitar nada más, ni siquiera a Dios. Un ídolo al que se podrían añadir otros ídolos actuales, como la fama, el sexo, la belleza... A lo que la Biblia responde al hombre actual que sólo hay un Dios (Dt 6,4), que él es el único que conoce y puede llenar el corazón humano (Is 44,24-28), y que no hay cabida para ningún ídolo más (Jer 10,5), ni para vivir bajo el estado de idolatría (1Cor 10,14).

           En 4º lugar el hombre actual busca una ética positivista que justifique su desarrollo social, y sus aberraciones sociales también. Una ética sin sustrato ético, comprometida tan sólo con las categorías del mercado universal, y la conveniencia ciudadana de cada lugar. Lo que aboca una y otra vez a la confusión, y a cambiar el principio ético anterior por otro principio ético posterior, en el que las personas de hoy (y no de ayer por la tarde) estén de acuerdo para convivir en ese preciso lugar.

           Ante tal confusión ético-moral, la Biblia habla al hombre positivista actual de una Verdad cuya “verdad os hará libres” (Jn 8,31), y propone a Jesucristo como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).

           En 5º lugar asistimos a una era de fundamentalismo ideológico, que ataca la libertad religiosa si ésta no es capaz de renunciar a sus creencias, mientras por otro lado pide respeto a sus resortes prácticos, a los que eleva al rango de derechos básicos fundamentales de todo ser humano.

           Dentro de los escritos bíblicos, también podríamos ver una especie de fundamentalismo ideológico si no lo leemos correctamente algunas expresiones. Recordemos la actitud de Jesús frente a los fariseos, a los que recrimina el querer imponer cargas a los demás con calificativos fuertes y contundentes (raza de víboras, sepulcros blanqueados...). Y de hecho, avisa a los cristianos: “os entregarán y os matarán, y harán que seáis aborrecidos por la gente a causa de mi nombre” (Mt 24,9). Porque dar testimonio de la verdad ataca los resortes básicos del fundamentalismo ideológico, e interpela directamente a los que siguen ese comportamiento. Al fin y al cabo, es lo que aconteció a los primeros cristianos, tal como nos narra el libro Hechos de los Apóstoles.

           En 6º lugar asistimos a una era de relativismo filosófico, fruto del desencanto y desaliento intelectual ante lo descrito en 5º lugar. Y ante la falta de una alternativa competente, el mundo de la cultura opta por portar cada cual su propia verdad, reconociendo que ésta es subjetiva y que es imposible la integración de todos los ciudadanos bajo la bandera de un proyecto común. De ahí que no se pueda hablar hoy día una cultura actual, y con la actitud descrita tampoco se pueda restablecer alguna de las fuertes culturas precedentes (salvo la budista, por su vertiente independiente, subjetiva y evasiva de la realidad). El hombre de hoy prefiere vivir sin interrogarse, de forma apetente, vacua y efímera.

           La Biblia habla a ese hombre relativista actual de un Dios que es gobernador fiel del universo, que se compromete con unos súbditos a los que llama hijos, y construye con ellos el futuro. Eso conlleva sacrificio, pero ese Dios nos enseña que ese esfuerzo es el camino de la felicidad. Su fidelidad no hace excepciones, trata a todos por igual y es capaz de entregar a su propio Hijo, para ser como uno de nosotros. De esa manera, y como dice San Pablo, “Dios es fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 2,13).

           En 7º asistimos a una era en que predomina lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial y lo provisorio. Una inmediatez en que lo real cede el lugar a la apariencia. Es lo que se ve en muchos países del 2º mundo, cuya globalización ha significado un acelerado deterioro y pérdida de sus raíces, con la invasión de tendencias pertenecientes a culturas más desarrolladas, pero éticamente muy debilitadas. Los obispos africanos, por ejemplo, denunciaron que se quiera convertir a sus países en piezas rotas (o sobrantes) del nuevo puzzle mundial, y los obispos de Asia subrayaron que la ayuda humanitaria recibida del exterior no siempre es benéfica, sino que obligan s sus países a formas de conducta para ellos desconocidas.

           Habría mucho que decir al hombre globalizado actual sobre la Oración Sacerdotal de Jesucristo, y su imperiosa llamada a la unidad (Jn 17). Porque la Biblia nos habla de un Dios que es Uno y Trino, que llama a la comunión a todos los seres humanos y que no elimina por ello sus características ni distinción, sino que forja una unidad basada en la relación: “Que sean uno, Padre, como tú y yo somos uno” (Jn 17,21).

           En 8º lugar, asistimos a una era en que la desmembración familiar atraviesa su fase más aguda y afecta ya a todas las comunidades. Y siendo así que la familia es la célula básica de la sociedad y de los individuos, ese desmembramiento está provocando una degeneración de los sujetos, y una ruptura de los vínculos sociales. Lo que debería ser crecimiento (infantil) en ambientes de seguridad, se está haciendo en desestructuración y confrontación; lo que debería ser integridad (juvenil) en ambientes de libre privacidad, se está haciendo en imposición invasiva exterior. Y el resultado es todavía peor: el perfecto animal anti-social, o bestia humana individualista, que no reparará a la hora de recurrir a su animalidad para imponer su individualidad.

           Jesucristo propone al hombre desmembrado actual una vuelta a las relaciones naturales entre hombre y mujer del principio (Mc 10,6), a la unión natural y sexual entre ambos (Mc 10,7-8), a la fidelidad mutua entre ambos (Mc 10,9) y a la renuncia a los actuales apaños del divorcio y adulterio (Mc 10,11-12). Jesús habla claro al hombre actual sobre estos temas, aunque sus enemigos (Mc 10,4) o propios discípulos (Mc 10,10) no estén de acuerdo. Así mismo, Jesús recuerda el proyecto divino sobre el matrimonio (Gn 1,27-28a) y la familia (Gn 2,24), otorgándoles un carácter sagrado (Mc 7,8-10) que el propio San Pablo repetirá, añadiendo al carácter sacramental de Cristo un estatus de señal de pertenencia a Cristo y a su Iglesia:

“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Un gran misterio, que yo aplico a Cristo y a su Iglesia” (Ef 5,22-33).

           Como conclusión al artículo de hoy, me queda decir que cada palabra de Dios tiene un mensaje concreto para el hombre de hoy[1]. Porque esa Palabra de Dios es:

-creadora, ante un hombre de hoy que está deseoso de conocer cosas nuevas y de abarcar más y más, desde la creatividad del Creador (Gn 1,3) y hasta la inspiración del Espíritu (Jn 1,13);
-separadora, frente a la confusión en la que vive el hombre actual, aclarando y separando lo que es correcto de lo que no es (
Hb 4,12-13), como una espada de doble filo;
-salvífica y curativa, frente a los vapuleos, vaivenes, heridas y desencantos en que vive el hombre de hoy, enseñándole un nombre en quien confiar (
Hch 4,12), porque Cristo ya sacó a muchos enfermos (Mc 1,34) y poseídos (Mc 1,23-27) de esa situación inmunda, y sigue haciéndolo a todos los llamados a la resurrección.

           Así como esa Palabra de Dios:

-nos da fe, en medio de este mundo sin aliento ni sentido, en forma de adhesión confiada y gratificante a Jesús (Gal 3,26-27);
-nos une, en medio de este mundo trozeado, individualizado y dispersado, congregando a todos a un sólo pueblo de hermandad y amistad (
Ef 2,14.19);
-nos da fortaleza, en medio de este mundo extorsionado y manipulado, por medio de una fuerza no humana sino espiritual (
Ef 6, 12-13);
-nos da vida eterna, en medio de este mundo del dinero y bienestar inmediato, no ofreciendo un producto con fecha de caducidad ni cobrando los intereses, sino invitando a una vida perdurable (
Jn 5,24) de forma totalmente gratuita (Ap 21,6b).

INMACULADA MORENO, Colaboradora de Mercabá

 Act: 12/10/20     @taller de biblia         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] cf. PRADO FLORES, J. H; Emaús, ed. Escuelas de Evangelización San Andrés, México 1999.