Oración bíblica del AT

Madrid, 16 noviembre 2020
Inmaculada Moreno, Lda. en Historia

           La oración está unida en el AT a la historia de los hombres, dotando a ésta de un carácter salvífico. Se manifiesta a través del diálogo del hombre con Dios, y es llevada a la práctica mediante los puntos de encuentro que Dios establece, para encontrarse con el hombre.

a) En la vida tribal

           Consiste en una oración vivida a partir de las realidades de la creación, y en la que Dios se relaciona con el hombre con vistas a acontecimientos que han tenido o tendrán lugar. Los 6 primeros capítulos del Génesis describen que Dios paseaba con Adán y Eva (Gn 3,8-9), Abel y Caín ofrecen a Dios los frutos de su labranza y rebaño (Gn 4,3-4), y Dios comunica a Noé la necesidad de construir un Arca (Gn 6,14).

           Sin embargo, es con Abraham con quien aparece una relación más personal de Dios con el hombre. Dice el Génesis que Dios llamó a Abraham (Gn 12,1) y que éste cumplió lo dicho por el Señor (Gn 12,4), con un corazón sometido por completo a su Palabra. Más adelante, Abraham aparece como un audaz intercesor:

-desde la confianza, en un diálogo con Dios de hasta 6 réplicas y contrarréplicas (Gn 18,23-33),
-desde el atrevimiento, al pedir ni más ni menos que el perdón sobre Sodoma (
Gn 18,24).

           Se trata del primer modelo de oración verbal, que tuvo lugar en forma de pulso entre Dios y Abraham.

           Otro de los modelos de oración del AT es el tenido por Jacob, a través de una oración mental que tuvo lugar en la colina de Penuel:

“Cuando Jacob se quedó sólo, un hombre peleó con él hasta despuntar la aurora. Viendo Jacob que no podía doblegar a aquel hombre, y que estaba casi descoyuntado, se agarró a la articulación del muslo de aquel hombre, y no se la soltó. Y aquel le dijo: Suéltame, que ya despunta la aurora. A lo que Jacob contestó: No te soltaré, hasta que no me bendigas. Aquel continuó: ¿Cómo te llamas? A lo que Jacob contestó: Jacob. El otro le dijo: Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Dios, y le has vencido. Jacob insistió: Dime tu nombre, por favor. Pero aquel otro le respondió: ¿Por qué quieres saber mi nombre? Y allí mismo lo bendijo. Jacob llamó a aquel lugar Penuel, es decir, Cara de Dios, pues se dijo: He visto a Dios cara a cara, y he quedado con vida” (Gn 32,25-31).

           Se trata de un texto misterioso, en el que Jacob se queda solo, y en esa soledad se abre espacio el encuentro con Dios. Un espacio que tiene lugar durante la noche (en pleno recogimiento de Jacob) y en plena oscuridad (para desventaja inicial de Jacob, porque la iniciativa partía de Dios). Y en el que un ser divino (porque irradia bendición) lucha contra Jacob durante varias horas, hasta que logra:

-transformar al orante, haciendo fuerte y victorioso a Jacob,
-cambiar su identidad, su nombre, tras un combate para nada relajado.

b) En el desierto

           Tiene lugar en torno a la figura de Moisés, prototipo de orante del AT desde que fue llamado por Dios a través de una zarza ardiendo, y su vida quedó prendada de Dios. Son diferentes las dimensiones de la oración que aparecen en este personaje, pero yo destacaría tres: la contemplación, la intercesión y la alabanza.

           Moisés era un líder político, que puso a Dios y a su pueblo por delante de:

-su pasado ideológico, que había sido el totalmente contrario,
-
su prestigio personal, de haber resultado ser el elegido,
-sus promesas electorales, o promesas de libertad, y eliminación de la esclavitud,
-su carrera política, o proceso de conducción a la Tierra Prometida,
-su cargo en el poder, prometiendo dimitir (abandonar) si no estaba a la altura.

           Y todo ello lo encomienda Moisés a la oración, en:

-la contemplación de Dios, en la soledad de las montañas,
-la súplica en favor de su pueblo, incluso en las aguas egipcias del Nilo.

           Los frutos no tardaron en llegar, en forma de ley sinaítica (o Torá, basada en los mandamientos morales) y ley levítica (o Vayikrá, basada en los preceptos espirituales). Pero no fue algo fácil de conseguir, pues todo ello costó a Moisés una larga permanencia en el desierto (Nm 14,33), así como tener que sofocar críticas internas (Ex 15,24), rebeliones cismáticas (Nm 16,1-3), idolatrías heréticas (Ex 32,1-6) y epidemias venenosas (Nm 21,6). No obstante, Moisés no se salió ni un ápice de su misión, que consistía en seguir orando por el pueblo (Ex 32,30) y hablar con Dios “cara a cara, como se habla con un amigo” (Ex 33,11).

           Respecto a la oración de intercesión, destaca la actitud de Moisés en la batalla de Israel frente a los amalecitas, ordenando para ello a Josué:

“Elige hombres y sal a luchar contra los amalecitas, porque yo estaré en lo alto de la colina con el cayado de Dios en la mano. Josué hizo lo que le había ordenado Moisés y salió a luchar contra los amalecitas. Moisés subió a lo alto de la colina. Cuando Moisés tenía el brazo levantado prevalecía Israel, y cuando lo bajaba prevalecía Amalec. Cuando se le cansaban los brazos a Moisés, los hebreos tomaban una piedra y se la ponían de asiento en el suelo, mientras le sostenían los brazos a cada lado. De este modo los brazos de Moisés se sostuvieron en alto hasta la puesta del sol. Y Josué derrotó a los amalecitas y a su ejército, a golpe de espada” (Ex 17,9-13).

           En efecto, el caudillo de los hebreos (Moisés) prefiere no estar en el campo de batalla, sino quedarse en un lugar apartado para orar, y confiar solamente en el poder de la oración. La imploración de Moisés (levantamiento de brazos) es una imagen de lo que significa la oración de petición, porque cuando se le cansaban los brazos vencían los amalecitas. La imagen significa mantener el alma elevada a Dios y no desfallecer, pues Dios hará el resto. Y Moisés lo consigue, porque amaba a Dios y al pueblo.

           Respecto a la oración contemplativa, destaca la actitud de Moisés en la Tienda del Encuentro, mientras el resto del pueblo se quedaba a la puerta:

“Moisés plantó una tienda a cierta distancia del campamento y la llamó Tienda del Encuentro, para que todo el que quisiera dirigirse al Señor, lo hiciese en la Tienda del Encuentro. Cuando Moisés entraba la tienda, todo el pueblo se ponía de pie alrededor de la puerta, y una columna de nube descendía y permanecía a la entrada de la tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés. Cuando la columna de nube aparecía y permanecía a la entrada de la tienda, todo el pueblo se postraba en tierra. Y en la tienda hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Tras lo cual Moisés salía de la tienda, y volvía al campamento” (Ex 33,7-11).

           En efecto, el gobernante de los hebreos (Moisés) prepara cuidadosamente el escenario a Dios, para que éste se manifieste en forma de teofanía. El texto nos da pie para fijarnos en los lugares (espacios sagrados) dedicados a la oración, aunque en el caso de este pueblo nómada no fuese más que una humilde tienda (de 13 x 10 x 4 m), especie de santuario móvil (Ex 35,10-11) con todos los objetos sagrados en su interior (Ex 35,11-19): la menorá (candelabro de 7 brazos), la mesa de los panes de la proposición y el altar donde se quemaban los perfumes e inciensos, junto al Arca de la Alianza (Ex 37,1-9).

           Respecto a la oración de alabanza, nos dice la Escritura que tras el Paso del mar Rojo, que debió ser una experiencia tremebunda, Moisés y los israelitas cantaron así a Dios, entre exhalaciones de júbilo y fiesta:

“Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Porque caballos y jinetes precipitó al mar, así como a los carros y tropas del faraón, ahogando en el mar Rojo a sus mejores capitanes. Mi fuerza y mi refugio es el Señor, él fue mi salvación. Él es mi Dios, y yo lo alabaré; el Dios de mis padres, yo lo ensalzaré... El Señor reina por siempre jamás” (Ex 15,1-18).

           En efecto, ríos de tinta hizo derramar aquel prodigio de Dios, separando las aguas del mar Rojo (Ex 14,21) y ahogando al ejército del faraón (Ex 14,28). Y todos ellos de una alabanza que nunca será olvidada (Sal 113). Tanto que al llegar al río Jordán (Jos 3,1) volvieron a cantar a Dios para que hiciese apartar al río de su vista (Jos 3,5), con total seguridad de que así sucedería (Jos 3,13) y con toda una procesión ritual precedente (Jos 3,8) tras el Arca de la Alianza (Jos 3,14). Toda una experiencia de alabanza, y confianza en Dios.

           Resumiendo, el pueblo hebreo supo desarrollar en aquellos desiertos una completa oración a Dios, desde la soledad, el silencio y la austeridad. Una oración que mostró el encuentro con el Dios absoluto, desde la calma del alma y elevación del espíritu. Porque en algunas ocasiones Dios “hablaba a Moisés cara a cara” (dejándose sentir), pero en otras Dios “pasaba por la espalda de Moisés” (sin dejarse sentir), sin dejar por ello Moisés de orar, lo sintiese o no. Y supo poner en marcha una completa contemplación de Dios, consistente en dejarse irradiar por Dios (Ex 34,29.35).

           Se trata de una oración que entendió el sentido de lo sagrado, que expresa su respeto por lo sagrado y que reviste de santidad todo encuentro personal con Dios. Y todo ello con veneración, pues el pueblo entero estaba pendiente, de la entrada de Moisés en la tienda” (Ex 33,8).

c) En la ciudad y sus alrededores

           Aporta a los judíos otro de los espacios sagrados dedicados a la oración, que es la montaña. Posiblemente por su elevación y el entorno que la rodea, o porque es el punto en que el cielo se acerca a la tierra. En todo caso, porque la montaña transmite por sí misma:

-estabilidad y permanencia, al igual que Dios es estable y permanente,
-la sensación de tocar el cielo, como algo poderoso y majestuoso,
-refugio y vista privilegiada, por encima de las llanuras asoladas.

           Así, Dios está para el AT en la montaña, con todo su poder y cualidad. En el monte Horeb del Sinaí (1Re 19,8), en el monte Carmelo de Galilea (1Re 18,20), en el monte Sión de Judá (Is 52,1) o en los montes elegidos por los profetas para la oración (Is 2,2; Is 11,9). Y esto fue así hasta la construcción del Templo de Jerusalén (1Re 6,1), que Israel decidió construir sobre la explanada del monte Moria (2 Cr 3,1) como santuario principal de los judíos, depositando en él los utensilios sagrados de la vieja Tienda del Encuentro (2 Cr 5,4-5). Un templo que pasó por las edificaciones:

-de Salomón, o templo I, hasta que éste fue saqueado por el faraón Sisac (ca. 925 a.C) y destruido por Nabucodonosor II de Babilonia (ca. 587 a.C),
-de Zorobael, o templo II, terminado ex novo el 515 a.C, bajo permiso de Darío I de Persia y consagración de Esdras,
-de Herodes, o templo III, ampliación y reconstrucción del anterior, hasta que fue destruido por el emperador Tito en el año 70 a.C, salvo el muro de las lamentaciones.

           En el caso de oración urbana, nos encontramos con el ejemplo por excelencia del rey David, ungido por Dios (1Sm 16,13) y dotado con un corazón religioso y agradable (1Sm 16,12). Se trata de un personaje que ya en su juventud rezaba con gran espontaneidad (2 Sm 1,17-18), bailando ante el Arca de la Alianza (2Sm 6,14-15) y haciendo piruetas ante el Señor (2Sm 6,16). Y cuya oración supone una adhesión fiel a la promesa divina (2 Sm 7,18-29). David ora ante el arca (2Sm 6,17), desea construir un templo a Dios (2Sm 7,1-2), pide clemencia a Dios por sus pecados (Sal 50) y entona la perfecta oración de confianza en Dios (2 Sm 22).

           En el caso de oración agreste, con encontramos con el ejemplo de los profetas. Elías es el gran escuchador de Dios, por su especial sensibilidad para sentir la presencia de Dios en la brisa (1Re 19,12) y la voz de Dios en el susurro (1Re 19,13). Jeremías ora y medita ante las lamentaciones que tiene que sufrir (Jr 8,18) y proclamar (Jr 6,1), añorando el amor primero hacia Dios (Jr 2,2). Job ofrece a Dios una oración de autenticidad, clamando a Dios por su situación (Jb 1,20-21) y desahogándose ante él (Jb 3,1-3), aunque sin recriminar (Jb 1,22). Y así sucesivamente, cada profeta con sus propias cualidades, aplicadas a la oración.

           Pero no cabe duda de que los grandes protagonistas de oración en esta etapa son los salmos litúrgicos, que ya de por sí albergan todas las diversas formas y actitudes de la oración, y aportan el lugar en que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre (CIC 2587)

           En efecto, entre las formas de orar que ofrecen los Salmos, tenemos:

-la adoración, cuando dicen “entremos, postrémonos para adorarlo, arrodillémonos ante el Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios” (Sal 95,6);
-la alabanza, cuando dicen “alabad siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor” (Sal 113,1-2);
-la alegría, cuando dicen “aclamad al Señor y servid al Señor con alegría, entrad ante él con cantos de júbilo” (
Sal 100,1);
-el temor, cuando dicen “¿quién como el Señor nuestro Dios, que reina en las alturas pero se abaja para mirar al cielo y a la tierra?” (
Sal 113,5);
-el arrepentimiento, cuando ofrecen a Dios “un corazón contrito y humillado” (
Sal 50,19).
-la confianza, cuando confiesan que “el Señor es mi pastor, nada me falta” (
Sal 23,1) o “el Señor es mi luz y mi salvación, ¿ a quién temeré?” (Sal 27,1);
-la petición, cuando dicen “inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre, guarda mi vida pues tú eres mi Dios” (
Sal 86,1-2);
-la acción de gracias, cuando dicen “te daré gracias entre los pueblos, Señor mío, tocaré para ti entre las naciones” (
Sal 57,10).

           Y junto a los salmos, otro de los libros que no puede pasar desapercibido es el Cantar de los Cantares. Sobre todo por la dinámica de relación entre Dios y el orante. Una dinámica que aporta el verdadero sentido de la oración de comunión, basada en una relación de amor (Cant 1,1.4) inquebrantable (Cant 8,7a) e insondable (Cant 8,7b) entre un rey (Dios) y su esposa (el orante), que se piropean y se complacen el uno en el otro:

-Dios en el orante, por su fidelidad (Cant 4,12),
-el orante en Dios, por su
amor (Cant 3,4) y fortaleza (Cant 5,10).

INMACULADA MORENO, Colaboradora de Mercabá

 Act: 16/11/20     @taller de biblia         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A