Oración bíblica del NT

Madrid, 23 noviembre 2020
Inmaculada Moreno, Lda. en Historia

           A Jesús le enseñó a orar María, como hacía toda madre con cualquier otro niño judío. Así como aprendió las palabras y ritmos de la oración en la sinagoga de Nazaret. Sin embargo, hay algo muy especial que sucede en la vida de Jesucristo, cuando éste contaba 12 años: “¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2,49). Se trata de un anticipo del carácter filial de la oración de Jesús, que el evangelio de Lucas nos muestra como primicia de la futura y decisiva oración de Jesús.

           Es lo que vemos en la oración de Jesús, que realiza en su bautismo (Lc 3,21) y transfiguración (Lc 9,28), antes de su pasión (Lc 22,41), antes de elegir a los doce apóstoles (Lc 6,12-13) y antes de elegir a Pedro como cabeza de la Iglesia (Lc 9,18). Siempre orando ante el Padre, en una entrega humilde y confiada a su voluntad amorosa, y siempre antes de cualquier acontecimiento importante. A lo que se añaden los constantes retiros (Lc 11,1) con que Jesús se retira a los despoblados (Mc 1,35), a la montaña (Mc 6,46) o al desierto (Lc 4,1), para dedicarse en absoluta soledad a la oración (Mt 14,23), especialmente de noche (Mc 1,35).

           Los evangelistas han conservado las oraciones más explícitas de Jesucristo durante su ministerio, casi siempre comenzando con una acción de gracias (CIC 2603): “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos” (Lc 10,21). Se trata de una oración filial, que muestra adhesión a la voluntad del Padre y que ensalza la sencillez como base para orar a Dios. Una oración a la que el Padre siempre contesta (desvelando sus misterios) y que es motivo de agradecimiento por parte del orante: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado” (Jn 11,41).

           Pero especialmente destaca la Oración Sacerdotal de Jesús (Jn 17), por su trascendencia y por el lugar que ocupa en la vida de Jesús: “Padre, ha llegado la hora” (Jn 17,1). Se trata de una oración densa de mediación, que se introduce en el corazón del Padre para orar desde él por la comunión de la Iglesia: “Te pido, Padre, que todos sean uno, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21).

           En el momento de la Pasión, la oración de Jesús adquiere un carácter especialmente intenso: “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42) Y en ocasiones un carácter desgarrador: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Sobre todo cuando la soledad se experimenta en forma de abandono, y no sólo de ausencia. No obstante, Jesús dota a esa nueva situación de una nueva virtud oracional: la oración de abandono:

-intercediendo por los detractores: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
-ofreciendo a Dios lo único que le queda:
“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc, 23,46).

           En efecto, Jesucristo nos enseña a orar, y en esa enseñanza se incluye la obligación de rezar por los enemigos (Mt 5,44). Se trata del momento supremo de la oración, al cual no se puede llegar si antes no se han ido asumiendo el resto de enseñanzas. En concreto, si no se ha aprendido a orar:

-interiormente, no quedándose en el “Señor, Señor”, sino disponiendo el corazón (Mt 7,21),
-
en lo secreto, con autenticidad y desde la pureza de corazón (Mt 6,6),
-con audacia, sabiendo que todo cuanto pidamos a Dios, él nos los concederá (
Mc 11,24),
-con fe, porque “todo es posible para quien cree” (
Mc 9,23),
-sin vacilación, mediante una fe que no dude (
Mt 21,21-22).

           Podemos destacar 3 parábolas de Jesucristo sobre esta enseñanza, que nos invitan a una oración:

-humilde, como la Parábola del Publicano y el Fariseo (Lc 18,10-14), que nos invita a no decir muchas palabras a Dios, sino sólo las oportunas,
-constante, como la Parábola de la Viuda Inoportuna (Lc 18,2-8), que nos invita a no dejar nunca de rezar por lo mismo, para que Dios nos lo conceda,
-insistente, como
la Parábola del Amigo Inoportuno (Lc 11,5-9), que nos invita a insistir rezando, para que se nos abra completamente la casa de Dios.

           No obstante, el Padre Nuestro es la oración por excelencia de Jesucristo (CIC 2777-2854), y algo totalmente revolucionario en la historia de la humanidad:

-al hacer a Dios algo mío, como parte del Padre nuestro que es,
-al hacer de mí un hijo de Dios, como parte del Padre nuestro que es.

           Una oración en la que el término sustentante ha de ser siempre la santificación de Dios: “Padre nuestro... santificado sea tu nombre” (Mt 6,9), muy en relación con su Reino (Mt 6,10) y el ejercicio de Su voluntad (Mt 6,10). Tras lo cual, ya podemos pedir lo que queramos:

-el pan de cada día (Mt 6,11),
-el perdón de los pecados (
Mt 6,12),
-la superación de todo obstáculo o tentativa (
Mt 6,13),
-la protección ante todos los males, especialmente ante el Maligno (
Mt 6,13).

           Y si todo eso se lo enseñó a Jesucristo su madre María, es a ella a quien debemos acudir para comprender la forma o práctica de llevarlo a cabo, para que ella también nos enseñe a rezar, como hizo a su hijo Jesús:

“Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en mí. Su nombre es santo, y siempre misericordioso con aquellos que le honran. Él despliega la fuerza de su brazo y dispersa a los soberbios, derriba del trono a los poderosos y ensalza a los humildes, colma a los hambrientos y despide vacíos a los ricos. Él llevó de la mano a Israel, y prometió una misericordia infinita a nuestros antepasados, desde Abrahán a sus descendientes” (Lc 1,46-55).

           Se trata del incondicional a Dios, y de una oración de entrega que se hace sin reservas y desde la opción preferencial por los anawin, los “pobres de Yahveh” (So 3,12) o “resto de Israel” (Is 10,20), de los que María se hace partidaria como hija de Sión (Za 2,14; 9,9). De ahí que toda la oración de María consista en reconstruir la historia de Israel: la promesa, la esclavitud, la liberación, el destierro, la reconstrucción, las invasiones vecinas, la hambruna, la intervención de Dios... Y todo ello confiando en Dios, como anawin de Israel y desde el reconocimiento de su pequeñez, ante la gratuidad de Dios.

           De ahí la alegría y la dicha de María, y su deseo por magnificar el cántico de Ana (1Sm 2,1-10) y trasladarlo a la época presente, para su permanente memorización. Pues, como dirá San Pablo, “nosotros no sabemos orar como es debido, y tiene que ser el Espíritu el que venga en nuestra ayuda, para interceder por nosotros” (Rom 8,26). La oración es el gemido del Espíritu, y orar es dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar desde el Espíritu al Padre, a través del Hijo. Éste es el carácter y el sentido de la oración.

INMACULADA MORENO, Colaboradora de Mercabá

 Act: 23/11/20     @taller de biblia         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A