Itinerario de debilidad de Pedro

Madrid, 17 agosto 2020
Inmaculada Moreno, Lda. en Historia

           Otro de los personajes de los que podemos ver su itinerario es Simón bar Jona, más conocido bajo el sobrenombre de Kephas (lit. Pedro, en griego). Natural de Betsaida y rudo pescador de Galilea establecido en Cafarnaum, Pedro conoció a Jesús a través de su hermano Andrés, rindiéndose al Nazareno hasta el final de sus días, el año 67 d.C.

           En sus 3 años de acompañamiento del Mesías (ca. 27-30 d.C) se distinguió Pedro por su fuerte personalidad, y una cercanía a Jesús que le hizo hacer las veces de portavoz del grupo. Pedro es un hombre sencillo y generoso, pero tiene un corazón impulsivo que le lleva en ocasiones a no comprender el auténtico mensaje del Maestro, aunque éste no le retira nunca su predilección, desde el primer momento en que lo conoció. Hacia el año 30, y tras la muerte y resurrección de Jesús, Pedro se convierte en el líder indiscutible de la comunidad cristiana, por espació de 15 años. Dirige las oraciones, responde a las acusaciones de herejía (lanzadas por los rabinos ortodoxos) y admite a los nuevos adeptos, incluidos los no judíos.

           Hacia el año 44 es encarcelado por orden del rey Agripa, pero consigue escapar y abandona Jerusalén, dedicándose a propagar el evangelio por Siria, Asia Menor y Grecia. Escribe cartas los hebreos del Asia Menor (los años 64-65, en lengua griega) y poco después se traslada a Italia, donde vivirá los últimos años de su vida. Su estancia en Roma está envuelta en la leyenda, y sólo puede reconstruirse a partir de relatos muy posteriores. Parece que su propósito no fue otro que la consolidación de una futura sede papal, hasta que es detenido por las autoridades y condenado a la pena capital, bajo crucifixión. La tradición sitúa su tumba en la colina Vaticana, lugar donde siglos después el emperador Constantino hiciera levantar una basílica en su honor, como centro de la cristiandad.

a) Llamada de Pedro

           Simón fue uno de los primeros en ser llamados por Jesús (Jn 1,35-42), y poco después empezó a encabezar la lista de los seleccionados por Jesús (Mt 10,2). Pero ¿cómo fue esa llamada de Jesús a Pedro, que nunca dejó de resonar en su corazón? Porque Pedro era un hombre casado, y algo cansado de la vida. Y, sin embargo, ¡con qué fuerza resonaron en él aquellas palabras de Sígueme

           Sabemos que Jesús eligió como residencia propia una casa próxima a la de Pedro en Cafarnaum (Mt 4,13; Mc 1,29), y que pasaba largas estancias y noches en la propia casa de Pedro (Mc 1,29.32-36). Eso supuso para Pedro pasar mucho tiempo con el Maestro, así como conocer su intimidad. Posiblemente fue ese el momento clave de Pedro (¡compartir su casa con el Hijo de Dios!), pero ¡cuánto tuvo que aprender! Porque fue el momento de la corrección, de trasladar su nobleza e impulso al campo de la fe, así como reconocer su pobreza e impotencia. Fue una experiencia que nadie ha podido tener jamás, salvo Pedro, y eso le hizo estar entregado a ciegas a su Huesped, con un corazón trasparente y sincero. No entendía muchas cosas, como nosotros, pero ¡cómo iba a entender a Dios! De ahí las dudas de Pedro, desde su propia miseria e incapacidad.

           En cierta ocasión anima Jesús a Pedro a caminar sobre las aguas (Mt 14,28-29), y Pedro ¿cómo iba a decir que no? Pedro se lanza al agua, pero sólo bajo la consigna de “si eres tú” (Mt 14,28). Es como si conociera a Jesús, y sin pensar en la fe ni la razón, fuese hacia él. No obstante, en ese trayecto hubo tiempo para muchas cosas (vientos, miedos...) y empezó a hundirse. Fue el momento de la maduración de la fe y la razón, entremezclado con palabras de ánimo y algún que otro prodigio, y con el mensaje central de esa maduración: la predicción de sufrimientos, que Jesús les empieza a desvelar. Pedro había aceptado hasta ahora las correcciones sobre fe, pero prepararse para sufrir... “Apártate de mí Satanás, que piensas como los hombres y no como Dios” (Mt 16,23), le tiene que recordar Jesús a Pedro.

           Es el punto final de la llamada de Pedro, que acaba con un “en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5,10), tras haber bregado toda una noche mar adentro (Lc 5,5) y haber echado las redes como Jesús quería (Lc 5,9).

b) Elección de Pedro

           Ya muchas veces había sido Pedro el primero en defender ante cualquiera que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios (Mt 14,33; Jn 6,69). Y muchas en las que Jesús le había contestado que él era Cefas y no Simón (Jn 1,42). Pero hubo una ocasión en que todo eso fue distinto, y acabó confirmando que sería Pedro la “piedra sobre la que se edificaría la Iglesia” (Mt 16,18). Fue la confesión de fe de Cesarea de Filipo (Mt 16,16), hoy en los Altos del Golán (Siria) y bastante apartada de la cotidianeidad y religiosidad de Israel, que para Jesucristo resultó definitiva (Mt 16,17). Pues Pedro había madurado con el paso del espacio y del tiempo, y fuera de la rutina no era ya el hombrecillo enclenque que le hospedaba en su casa. Había aprendido a amar al Maestro a base de humillación, pobreza y quebraderos de corazón. Y era el único que conocía a Cristo perfectamente, por dentro y por fuera. De ahí que la única y grave decisión que tenía que tomar Jesús... cayera de parte suya. Ahora era Pedro la nueva cabeza y pies de la Comunidad de Jesús, el sucesor de Jesús para continuar con la tarea del Maestro. Y esto a Pedro le llenó el corazón.

           En la Transfiguración de Jesús (Mt 17,1-13), y a renglón seguido de lo anterior, propone Pedro a Jesús “levantar tres tiendas” (Mc 9,5). Está embriagado de la belleza que sale de Jesús, aunque todavía no sabe cómo afrontar el cargo que el Maestro le otorgó, y “no supiera lo que decía” (Mc 9,6). De ahí que la pedagogía de Jesús le corrija una vez más, esta vez pidiendo a Pedro que “guarde silencio hasta que él resucite de la muerte” (Mt 17,9).

           En la Última Cena, y cuando ya Jesús va a morir, dice a Pedro que ha rogado especialmente por él, para que su fe no decaiga (Lc 22,32a) y sea capaz de fortalecer a los hermanos (Lc 22,32b). Se trata de un momento muy denso, en el que Pedro vuelve a contestar a Jesús a corazón abierto, sin entender el contexto: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel, hasta la muerte” (Lc 22,33). Pero Jesús le anticipa su inmediata y triple negación (Lc 22,34). No está la situación para bromas, y ni siquiera para el más fuerte y convencido de los amores. Pues se trata del poder de las tinieblas (Lc 22,53b), cuya hora ha llegado (Lc 22,53b) para tratar de triturar a la Iglesia (Lc 22,31a). Es posible que Pedro estuviese convencido de su amor hacia Jesús. Pero eso no era suficiente para la gravedad de la situación, y de ahí que Jesús reclamara a Pedro que rezara a solas con él (Mt 26,37-38), para pedir repetidamente “no sucumbir en la prueba” (Lc 22,40; Lc 22,45).

b) Confirmación de Pedro

           El mayor dolor en la vida de Pedro fue haber negado a Jesús, a forma de pasión espiritual que tuvo que llevar consigo el resto de su vida. Porque él había dicho que lo daría todo por él (Jn 13,37), que sin él no tenía adonde ir (Jn 6,68) y que sólo en él encontraba palabras de vida (Jn 6,68); y cuando vino la hora de la verdad, renunció a serle fiel. Dice Lucas que, entonces, “el Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: Hoy mismo, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces” (Lc 22,61). Y Pedro, “saliendo fuera, lloró amargamente” (Lc 22,62). Pedro se fue llorando a casa, por no haber sabido reaccionar en el momento de la verdad, y no haber sabido hacer compañía a su Amigo, cuando él se quedaba solo y más lo necesitaba.

           Es Juan el que nos deja el diálogo entre Pedro y Cristo resucitado (Jn 21,15-25), como conclusión del Santo Evangelio. Porque es muy posible que Pedro hubiese renunciado a la misión que Cristo le había encomendado, ante la falta tan gorda que había cometido. Él estaba destrozado, se sentía basura y totalmente indigno, y Cristo ¿iba a seguir confiando en él?

           Por esa razón Jesús resucitado le sale al encuentro (Jn 21,15a), y le hace repetir por 3 veces que le quiere (Jn 21,15b.16b.17b), y le pide por 3 veces que siga confirmando la fe de los discípulos (Jn 21,15c.16c.17c). Cristo le muestra su triple amor a Pedro, y su triple confianza en la misión que un día le confió. Ha reparado el corazón herido de Pedro (según los santos padres) y ha confirmado legalmente la transmisión de un poder (según la legislación judía). Jesús hace confesar a Pedro sus 3 formas de querer:

-con total fortaleza, al hacerle responder en la 1ª y 2ª pregunta bajo el verbo te amo, de presente seguridad,
-sin olvidar la debilidad, al hacerle responder en la 3ª pregunta bajo el verbo te quiero, como frágil deseo de futuro.

INMACULADA MORENO, Colaboradora de Mercabá

 Act: 17/08/20     @taller de biblia         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A