Esther

José M. Sánchez
Mercabá, 11 enero 2021

           La acción debemos ponerla imaginativamente en tiempos del imperio persa sasánida, en algún momento a mediados del s. V a.C. En este tiempo sitúa el narrador la historia de Esther, la mujer judía que llega providencialmente a reina en la corte persa, precisamente cuando está a punto de ponerse en práctica un edicto de extinción de los judíos exiliados, una especie de holocausto antes de tiempo.

           La historia se ubica en Susa, ciudad de verano del gran rey de los persas, donde algunos de ellos pasaban largas temporadas. Tal era el caso de Artajerjes I de Persia, quien gobernó el imperio persa a mediados del s. V a.C. Comienza un día en que el rey, en medio de un banquete, hace llamar a la reina, la primera de su harén, para mostrarla a los invitados y que éstos pudiesen admirar su belleza.

           Por lo que fuere, los motivos no se nos dan en la narración, la reina Vasti se negó a obedecer la orden del rey, lo que fue considerado como una afrenta a los invitados y una desobediencia a la máxima autoridad del imperio. Las consecuencias fueron inmediatas: un decreto hizo perder a la reina su condición de esposa consorte y de reina.

           La narración concluye con una nota ejemplarizante, que refleja el tipo de valores de la sociedad en que el relato se escribe: «Cuando por todo el inmenso imperio del rey oigan el decreto real, todas las mujeres honrarán a sus maridos, nobles y plebeyos»; es decir, de ese modo se reafirmaba ante la sociedad entera el principio patriarcal de aquella sociedad, que la reina Vasti parecía poner en peligro: ¡es el marido quien manda en casa!

           Un segundo cuadro completa el paisaje humano y prepara el drama del que se va a hablar. El cuadro gira también en torno al rey y a sus mujeres. En este caso, pasado algún tiempo desde el hecho anterior, se buscan por todo el reino esposas para el rey, es decir, mujeres para su harén que, según las costumbres de la época, habían de ser tanto más numerosas, cuanto más poderoso era el señor. En este contexto, se nos presenta a Mardoqueo, un judío ilustre, alto funcionario en la corte del rey, que vivía en la parte alta de Susa, donde la gente importante. Tenía consigo en casa a una bella joven judía, huérfana de padre y madre y pariente suya, a la que había adoptado como hija propia. Se llamaba Edisa (o Esther, pues ambos nombres nos da el narrador bíblico).

           Ester parece derivar del persa stara, y significa probablemente estrella. Es posible que el nombre tenga algo que ver con el latino steila, que en nuestra lengua ha dado Estela. Con toda naturalidad el narrador nos cuenta cómo Ester fue seleccionada para el harén del rey. Muy pronto su belleza y simpatía hacen que tenga allí una situación privilegiada, aunque, siguiendo las instrucciones de su padre adoptivo, oculta de momento su origen judío.

           Cuando le tocó el turno y fue llamada por el rey, Esther se convirtió en su favorita y fue coronada en seguida reina, en lugar de la destronada Vasti. El texto bíblico tiene interés en subrayar que esta circunstancia, sin embargo, no hizo cambiar de conducta a Esther. En efecto, cumpliendo las enseñanzas de Mardoqueo, ella seguía temiendo a Dios y cumpliendo sus mandamientos.

           Inmediatamente cambia el ritmo de la historia, que nos sitúa de golpe en el submundo de las intrigas de la corte. Mardoqueo descubre un complot contra el rey y lo denuncia. Según una versión, directamente; según otra, por medio de la reina Esther. En cualquiera de los casos, el complot es suprimido, y Mardoqueo adquiere prestigio y un puesto de mayor relevancia en la corte. Todo ello causa la envidia de otro funcionario, Amán, personaje de mucho ascendiente ante el rey. Cuando este último es elevado a la categoría de primer ministro, sólo Mardoqueo deja de inclinarse ante él, porque un judío sólo a Dios puede adorar y ante él inclinarse.

           Y ésta es la disculpa que desata una venganza, no tanto contra el personaje, cuanto contra el pueblo al que pertenecían Mardoqueo y Esther, es decir, contra el pueblo judío. Efectivamente, Amán denuncia a este pueblo ante el rey, utilizando una serie de razones, que serán sorprendentemente las mismas razones y prejuicios siempre utilizados por futuros antisemitas:

"Hay una raza aislada, diseminada entre todas las razas de las provincias de tu Imperio. Tienen leyes diferentes de los demás y no cumplen los decretos reales. Al rey no le conviene tolerarlos. Si a vuestra majestad le parece bien, sea decretado su exterminio, y yo entregaré a la hacienda trescientas toneladas de plata para el tesoro real".

           Se trata, pues, de un pueblo singular y diferente. Éste es en último término el gran delito. A partir de aquí, se le achacan los crímenes habituales: es un pueblo enemigo de todos, completamente separado por su legislación, desdeña las órdenes reales, estorba la política irreprochable y recta del gobierno, es hostil a los intereses persas y, además, comete los peores crímenes, hasta el punto de amenazar la estabilidad del reino. Ni qué decir tiene que Amán recibe carta blanca para actuar como crea más conveniente. Y «a todas las provincias del Imperio llevaron los correos cartas ordenando exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos, niños y viejos, chiquillos y mujeres, y saquear sus bienes el mismo día: el día trece del mes de marzo, o sea, el mes de Adar».

           La fecha es importante y juega un papel relevante en el relato bíblico. Desde el punto de vista narrativo es un término final, antes del cual hay que buscar cualquier solución, pues luego ya no será posible evitar la matanza. Desde el ángulo de la historia, es la fecha en que nacerá una festividad popular del pueblo judío, una festividad que, probablemente, esté en el origen de todo este relato.

           A medida que los correos reales hacían llegar la orden a las ciudades donde existían colonias judías, la sorpresa primero, el estupor después, el miedo y la desesperación al final, eran las reacciones de la gente afectada por el decreto. Cuando Mardoqueo se enteró de lo que se avecinaba, lleva a cabo un tradicional gesto bíblico: rasga sus vestiduras, se viste de sayal, desparrama ceniza sobre su cabeza y se coloca ante el palacio real, gritando: «Desaparece un pueblo inocente».

           Finalmente la noticia llega a Esther, quien entra en contacto con Mardoqueo. Quizás ella pueda interceder ante el rey, quizá Dios le haya hecho subir al trono para esta ocasión, comenta Mardoqueo, hablando con ella siempre por intermediarios. La dificultad de acceder hasta el rey era, sin embargo, muy grande. A todo aquel que se acercaba a la zona real sin haber sido llamado, podía aplicársele la pena de muerte, salvo que e; rey mismo extendiese hacia él su cetro de oro. Y Esther no había sido llamada desde hacía un mes. Pero el asunto era urgente, no podían dejarse pasar sin más los días, porque, a medida que se acercaba la fecha, el peligro era más difícil de conjurar.

           La personalidad y la piedad de Esther se muestran ahora en todo su esplendor, como pone especialmente de relieve la narración conservada en lengua griega, más larga y tardía que la hebrea. Ella sabe que ha de jugarse la vida por su pueblo, pero es consciente de que no puede hacerlo sola. Necesita la ayuda de Dios, el apoyo espiritual de todo su pueblo. Les pide, por eso, que ayunen y que oren por el buen éxito de la empresa.

           Ella, aunque no haya sido llamada, irá a ver al rey, pase lo que, pase. «Si hay que morir, moriré», dice totalmente decidida. La plegaria que el autor judío de lengua griega pone en boca de la reina Esther es de una gran belleza:

«Señor mío, único rey nuestro, protégeme, que estoy sola, y no tengo otro defensor que tú. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación y dame valor, Señor, Rey de los dioses y Señor de los poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que él cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano, y a mí, que no tengo otro auxilio, fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo. Oh Dios, poderoso sobre todos, escucha el clamor de los desesperados, líbranos de las manos de los malhechores, y a mí quítame el miedo».

           Es verdad que, en el conjunto de la oración aquí extractada, resuenan fuertes acentos de venganza y de odio al enemigo. No debemos olvidar que estamos aún en los tiempos del AT. El mensaje casi increíble de amar a los enemigos, propuesto por Jesús, tardará aún varios siglos en llegar. Pero la confianza en Dios, el valor de la oración personal y comunitaria, así como la fuerza del ayuno, se manifiestan en esta ocasión con toda su fuerza y su grandeza. Y no debemos olvidar que sólo con la ayuda de Dios, es decir, con su gracia, es posible cumplir el mandato del amor.

           Después de tres días de ayuno, ataviada ahora con sus mejores galas, la reina traspasa los umbrales de la zona prohibida y se presenta públicamente ante el rey. Uno de los narradores subraya cómo el rey parecía ante sus ojos un ángel de Dios, cómo se llenó de temor ante el inmenso esplendor de la corte, cómo, en fin, llena de tensión y a la vez fascinada por cuanto veían sus ojos, apenas comenzó a hablar al rey, se desmayó. Pero ya el rey, movido por Dios a benevolencia, había cambiado el gesto de condena en signo de acogida y, extendiendo hacia ella el cetro que sostenía en sus manos, benévolamente la acogió.

           La reina, con prudencia y realismo a la vez, no expone entonces sus problemas al rey. Le invita a un banquete para el día siguiente, a la vez que invita también a Amán. Éste, lleno de contento, lo toma como un gesto de máxima consideración y se siente en la cumbre del poder. Sólo Mardoqueo, que sigue a la puerta del palacio y continúa sin inclinarse ante él, parece poner límite a su imparable ascenso político y social. Y decide acabar con su persona antes del banquete. Para ello manda levantar una altísima horca y comienza a planear, cómo pedir al rey la orden de ejecución para su enemigo.

           A partir de aquí los acontecimientos se precipitan. El rey no puede conciliar el sueño en la noche. Pide que le lean las crónicas de su reino y descubre los favores que en otro tiempo le hizo Mardoqueo. Se entera, además, de que nunca se le recompensó por ello. Cuando por la mañana concede a Amán audiencia, le consulta qué se debe hacer en favor de uno a quien el rey quiere honrar. Pensando que se trata de él mismo, Amán responde con una lista completa de gestos de honor y de dones excelentes. El rey, para sorpresa y estupor del primer ministro, le ordena que eso mismo se haga con Mardoqueo.

           Desde ese instante, las cosas van de mal en peor para el enemigo del pueblo judío. En el banquete la reina pone al rey al tanto del proyecto de exterminio del pueblo judío, que está a punto de consumarse. "¿Quién ha hecho eso?", exclama el rey. Y al saber que ha sido Amán, no puede contener su ira y sale por un momento al jardín. Amán, viéndose perdido, suplica a la reina que interceda por él. Para ello se inclina en el diván sobre la reina, justo en el momento en que entra en la sala de nuevo el rey, tomando ese gesto como un intento de abusar de la reina. Y así Amán es condenado a morir en la horca, que él mismo había preparado para Mardoqueo. Y toda la confianza, que había depositado antes en Amán, la pone ahora en Mardoqueo.

           Por su parte, Esther pide al rey que revoque el decreto de aniquilación de los judíos. El asunto no era fácil, pues un decreto que llevaba la firma y el sello del rey no podía revocarse. Por eso, consultados los expertos legales del reino, se mandan nuevos correos con órdenes nuevas:

«Ordenamos que no habéis de obedecer a la carta enviada por Amán. Ayudadles (a los judíos) a defenderse de quienes los ataquen, ese mismo día trece del mes de marzo, mes de Adar. Porque ese día trágico para el pueblo elegido, el Dios dominador universal, lo ha convertido en día de alegría».

           La continuación del relato no es agradable y causa en el cristiano lector de la Biblia una cierta turbación. A la amenaza sucede la venganza y la reina Esther pide, incluso, que pueda prorrogarse el tiempo de vigencia del decreto, para que la venganza fuese más completa. Finalmente, se manda que los días 14 y 15 del mes de Adar sean en adelante fiesta para los judíos (la Fiesta del Purim), porque «Amán, hijo de Hamdatá, de Agag, el enemigo de los judíos, había hecho el sorteo, llamado pur, para eliminarlos y destruirlos. Mas cuando la reina Esther se presentó ante el rey, el rey escribió un documento volviendo contra Amán el plan perverso, que había tramado contra los judíos».

           La historia de Esther, contenida en el libro bíblico que lleva su mismo nombre, es ciertamente un relato de ficción, apoyado probablemente en dos experiencias profundas del pueblo judío. La 1ª se refiere a las constantes reacciones anti-judías de otros pueblos ante su diferencia y ante su negación a dejarse absorber por la cultura y la religión ambiental. La 2ª es la constante experiencia de la ayuda providente de Dios. Esta bella y cruda historia nos ha llegado en dos relatos complementarios, uno en hebreo (más breve y más antiguo) y otro en griego (mucho más amplio y posible remodelación del anterior). Por lo demás, la composición de esta pequeña obra maestra es compleja y se extiende entre los s. IV y I a.C.