Josué

Julián Cantera
Mercabá, 11 enero 2021

A juzgar por el tiempo que sobrevivió a Moisés, Josué nació en Egipto con el nombre de Oseas (lit. Salvación), durante la esclavitud de los hebreos. Hasta que Moisés lo envía con otros 11 exploradores a reconocer la Tierra Prometida, y le pone el nombre de Josué (lit. el Señor salva). Por su padre Nun, y a través de sus 5 ascendientes (Elisama, Amiud, Ladán, Taan y Tale, hermano de Beria, Sara, Rafa y Resef, hijos estos cinco de Efraím), descendía Josué de José (hijo del patriarca Jacob). Elisama, abuelo de Josué, era uno de los 12 tribunos, representando en los actos solemnes a la tribu de Efraím.

 Por lo demás, significativos son los epítetos y las frases con que la Escritura ha querido reflejar las hermosas cualidades personales de Josué. Oigamos al Eclesiástico:

"Esforzado en la guerra fue Jesús (Josué) hijo de Nave (Nun), sucesor de Moisés en el don de profecía; grande según su nombre y más que grande como Salvador de los elegidos de Dios; vencedor de los enemigos de Israel y repartidor de la herencia de su pueblo. ¡Cuánta gloria alcanzó levantando su brazo y lanzando el dardo contra los muros del adversario! ¿Quién antes de él así combatió? Porque el Señor le puso en sus manos los enemigos. Fue siempre en pos del Omnipotente y en vida de Moisés hizo una obra muy buena junto con Caleb, hijo de Jefone, oponiéndose a la revuelta del pueblo para apartar de él la venganza divina y apaciguando el sedicioso murmullo y la maligna murmuración, resolviendo hacer frente al enemigo; estos dos fueron aquellos que del número de 600.000 hombres salieron salvos de todo peligro para conducir al pueblo a la posesión de la tierra que mana leche y miel".

En efecto, nos dice en los Números que todos aquellos hombres que Moisés envió a reconocer la tierra, y a la vuelta hicieron murmurar al pueblo contra él, publicando falsamente que la tierra era mala, fueron heridos de muerte a la presencia del Señor. Solamente Josué (hijo de Nun) y Caleb (hijo de Jefone) quedaron con vida, de todos los que fueron a explorar la tierra. La gran confianza, que en Dios tenía, le hizo clamar contra la infidelidad y perfidia de los otros; y así "Josué por su obediencia llegó a ser caudillo de Israel", pudo escribirse en el libro I de Macabeos. Tuvo el espíritu de sabiduría por imposición de las manos de Moisés; y Flavio Josefo le llama "varón de incomparable prudencia y elocuencia, así como fuerte y diligente en el mando supremo".

 No es menos elocuente la narración de sus empresas políticas y militares, que llenan todo un libro de la Escritura, al que se ha dado su nombre, considerándole muchos como su autor. Al primer encuentro bélico con Amalec en Rafidín (cerca del Sinaí, que cortaba el paso a los israelitas), Moisés manda a Josué ponerse al frente de los soldados, mientras él con los brazos en cruz oraba en el monte. Esta designación de Josué como caudillo militar es aprobada por Dios, dándole la victoria y ordenando se escribiese para recuerdo perpetuo. Si Moisés asciende por mandato de Dios a la cumbre del Sinaí, es Josué el único que sube y baja con él y, como parece desprenderse de la narración bíblica, le acompaña también en la visión dentro de la nube. No en vano era para Moisés el principal, el íntimo, carísimo y familiarísimo; tan celoso de la gloria del Legislador que no pudo llevar en paciencia los carismas de Eldad y Medad, por temor a que su ejemplo suscitase la rebelión del pueblo.

La misión política y militar de Josué tuvo dos partes: conquistar la tierra prometida y repartirla entre las tribus de Israel. El paso del río Jordán, la circuncisión de los que habían nacido en el desierto, la celebración de la Pascua, la aparición del ángel "príncipe del ejército del Señor", la conquista de Jericó, de Hai, la sumisión de los gabaonitas y el sometimiento primero del Israel del norte y después del Israel del sur (con la victoria sobre 31 reyes), son los hechos culminantes de la 1ª parte de la misión de Josué. En la 2ª, asentadas al otro lado del Jordán las tribus de Rubén, Gad y media de Manasés en vida de Moisés, quedó a Josué la tarea de inspeccionar, medir y repartir entre las demás tribus el territorio de la Palestina cisjordánica. Dio 48 ciudades a la tribu sacerdotal de Leví, estableció 6 ciudades de asilo (3 a cada lado del río), promulgó las bendiciones y maldiciones en los montes Hebal y Garizín, celebró la fiesta de los Tabernáculos y el año sabático, y colocó en un sepulcro del campo de Jacob, cerca de Siquén (hoy Nablús), los restos de José traídos de Egipto.

 De tantos triunfos militares y políticos obtenidos con el divino auxilio, según la palabra del Señor, que le dijo: "Ninguno podrá resistiros en todo el tiempo de tu vida; como estuve con Moisés, así estaré contigo: no te dejaré ni te desampararé", es necesario destacar cuatro hechos por su evidente carácter sobrenatural: el paso a pie enjuto del río Jordán, el estrepitoso derrumbamiento de las murallas de Jericó, la lluvia de piedras en Betorón y la detención del sol en Azeca. "Mañana ha de obrar el Señor maravillas entre vosotros", dijo al pueblo Josué la víspera de pasar el Jordán. En efecto, "siendo el tiempo de la siega, el Jordán había salido de madre" y, sin embargo, sus aguas se dividieron y las que bajaban se detuvieron, "elevándose a manera de un monte", hasta que pasó todo el pueblo protegido por el Arca de la Alianza.

 Al 7º día de rodear procesionalmente con el Arca de la Alianza el recinto murado de Jericó, "levantando el grito todo el pueblo, y resonando las trompetas, tras la voz y el estruendo penetró los oídos del gentío, y de repente cayeron las murallas". Murió Josué de 110 años y fue sepultado en su ciudad de Tamnasaret, probablemente el 1.240 a.C.

 De la santidad de Josué dan testimonio, en primer lugar, las Escrituras. Ellas dicen que "fue hombre de espíritu, que siempre anduvo en pos del Omnipotente, y en los días de Moisés mostró piedad y no se apartaba del Tabernáculo". Flavio Josefo termina su elogio con estas palabras: "Era en la paz bueno y generoso y además en toda virtud eximio". Josué ha sido tenido por los Santos Padres como figura y tipo de Jesucristo en su nombre y en sus hechos, y San Juan Crisóstomo le llama "Josué el Casto". San Roberto Belarmino, reduciendo a compendio las virtudes de este general hebreo, se expresa de este modo:

"Viniendo ya a las virtudes y privilegios de San Josué, diré: Fue el caudillo Josué de una inocencia igual a la del patriarca José, cuyo descendiente era. Otra virtud, y ella singularísima en nuestro Josué, fue la castidad virginal, en la que superó a la castidad del patriarca José y la de su señor y maestro Moisés. En cuanto a la fe en Dios, no sé que haya existido otro mayor que él, y lo mismo creo se puede afirmar de su esperanza y amor a Dios y al prójimo. A todos son notorias su prudencia y fortaleza".

 En la literatura medieval se le cuenta entre los 24 ancianos del Apocalipsis, figurando su nombre al lado de Moisés. Su sepulcro, según San Jerónimo, fue venerado por Santa Paula en su visita a los Santos Lugares; los árabes de esta región celebran también su fiesta iluminando el cenotafio tenido en Tibne por el sepulcro de Josué.

 Y, para que nada falte a honrar su memoria, San Gregorio de Tours refiere que se curaban los leprosos bañándose en las aguas termales, que se creían de Josué, de Lévida, ciudad distante unas 12 millas de Jericó. El mismo autor escribe que su padre, acudiendo a la intercesión de San Josué, curó de las fiebres y gota que padecía.

 Coptos, griegos y el martirologio Romano le nombran el 1 de septiembre, como también Usuardo y Abdón, quienes le dan el título de profeta. El calendario juliano lo cita el 30 de abril, y los musulmanes de Siria acuden a la ciudad de Trípoli (Líbano) para venerar el sepulcro de Josué, que ellos creen estar allí.