Judas

Evaristo Martín
Mercabá, 11 enero 2021

            El apóstol es un enviado de Jesucristo. Un hombre llamado por Jesucristo para ser un testimonio vivo de su mensaje redentor en el mundo. Como fue el caso de 2 hombres de nuestro mundo: Simón y Judas.

            Si Simón era llamado el Zelotes, para distinguirle de Simón (el Cefas, o Pedro), Judas es llamado Tadeo (Lebbeo en algunos manuscritos de Mateo) para distinguirle de Judas el Traidor. San Juan le llama expresamente "Judas, no el Iscariote".

            Las referencias a Judas Tadeo son muy frecuentes en el NT y la Iglesia primitiva (Mt 13, 55; Mc 6,3). Clemente de Alejandría, influenciado por el protoevangelio de Santiago, cuenta a Judas entre los hijos del primer matrimonio de San José. Lucas le llama "Judas de Santiago" (Lc 6, 13.16). Aquí se suelen apoyar no pocos exegetas para decir que Judas era hermano de Santiago. Así lo afirmaban los escritores eclesiásticos de los primeros siglos testificando al propio tiempo que era "hermano", es decir, pariente del Señor, aunque luego no se pongan de acuerdo al darle el título de apóstol. Y así se viene invariablemente repitiendo en la exégesis católica.

            Sin embargo, el genitivo suele indicar siempre relación de paternidad, más que de fraternidad. Y el mismo Lucas habla de "Santiago de Alfeo" (es decir, hijo de Alfeo) siguiendo ese mismo contexto. Lo cual concordaría con la actitud de Jesucristo, que no elige a sus familiares para ser apóstoles de su doctrina, y que colocó a sus hermanos (primos hermanos) fuera del escenario de los Doce (Hch 1, 13-14). No obstante, los católicos han proclamado siempre para Judas el pasaje de Mc 6,3, donde Santiago y Judas son llamados "hermanos de Jesucristo". Y Eusebio de Cesarea va en esa misma línea, cuando narra que unos nietos de Judas fueron acusados ante el emperador Domiciano, por ser parientes del Señor.

            Judas perteneció a la humilde clase de los trabajadores (de manos encallecidas, según Eusebio), y destacó en el evangelio por su celo apostólico. En la Ultima Cena, Jesucristo hace de sí mismo causa común con su Padre. El que le ame a él, será amado de su Padre celestial. Acaba el Señor de proclamar el mandamiento nuevo. Y Judas siente que se le quema el alma de caridad al prójimo, y no puede aguantarse: "Señor, ¿cómo ha de ser esto, que te has de mostrar a nosotros, y no al mundo?" (Jn 14, 22). Palabras de un alma grande y un corazón ancho, deseoso de inflamar el mundo entero. No obstante, los evangelios no aportan sobre Judas ni una palabra más. 

            Cuando Judas se presento a sí mismo en su carta apostólica, no se presenta como uno los 12 y prefiere hacerlo desde la humildad, como "un siervo de Jesucristo". Y hasta da la sensación que en ocasiones se excluye de forma reiterada (en sentido positivo) del grupo apostólico (Lc 6, 17).

            A través de la breve carta, escrita claramente contra las primeras herejías nacientes, descubrimos en Judas un escritor de mentalidad semita, con un conocimiento exquisito de la lengua griega. El clasicismo griego alterna en él con alguna influencia popular del estilo.

            Y por eso escribió Judas, porque empezaron a pulular personajes que despreciaban la divinidad de Jesucristo, imbuidos por las ideas gnósticas y mezclándolas con las cristianas. Querían propalar una doctrina esotérica (con clara tendencia al iluminismo), se creían con el monopolio de la santidad y no vacilaban en llamarse pneumáticos (espirituales), señalando despectivamente a los demás bajo el apelativo de psíquicos (carnales).

            Esa fue la causa de que Judas levantara su voz, y escribiera una carta llena de santo celo por el Señor. La fuente de inspiración es para él el AT, descubriendo en sus pasajes su verdadero sentido prototípico, en orden al NT. Tiene también Judas un gran conocimiento de los documentos extrabíblicos, y no duda en hacer referencia al Apócrifo de Henoc y a la Asunción de Moisés.

            Un uso de la tradición judaica que tenía, sin duda, un valor extraordinario para los convertidos del judaísmo. Porque la fe, según Judas, constituye el fundamento de la vida cristiana, como una fe, cálida y viva, necesariamente unida a la caridad. El cristianismo es una aventura, apunta Judas, y hay que jugárselo todo por amor a Dios y al prójimo. Así, la predicación de Judas evoca la doctrina del 4º evangelio. Igual que Juan, predica también Judas la confianza plena en el día del juicio, como una consecuencia obligada de haberse refugiado en la misericordia de Jesucristo.

            La misericordia, la paz, la caridad, son una maravillosa expresión del ritmo ternario de la epístola y de su doctrina apostólica. La doxología final tiene una gran influencia doctrinal en la literatura cristiana de los primeros tiempos, comenzando por Pedro y Pablo y siguiendo por Policarpo, que al igual que Judas desea a los filipenses "la misericordia, la paz y la caridad en abundancia".

            El hecho de llamarse a sí mismo Judas "hermano de Santiago" (en sentido espiritual, por lo menos aquí), nos indica que Judas se dirige a cristianos que tenían en gran estima al apóstol Santiago. Pero también nos advierte que Judas se estaba relacionando con comunidades judías de la Mesopotamia, y que posiblemente ése fue también su campo de actividad.

            La tradición, recogida en los martirologios romanos (de Adón y Beda) y a través de San Jerónimo y San Isidoro, nos dice que Judas fue martirizado en Persia, junto a su compañero y apóstol Simón.

            Afirma la leyenda que los templos de la ciudad de Suamir estaban recargados de ídolos, y que los santos apóstoles fueron apresados. Simón fue conducido al Templo del Sol y Judas al Templo de la Luna, para que adoraran forzosamente sus divinidades. Pero nos dicen las crónicas que, ante su presencia, los ídolos se derrumbaron, y de sus figuras desmoronadas salieron, dando gritos rabiosos, los demonios en figuras de etíopes. Los sacerdotes paganos se revolvieron contra los apóstoles y los despedazaron. El azul sereno de los cielos se enluteció de pronto, y una horrible tempestad originó la muerte a gran multitud de gentiles.

            Pasado el tiempo, el rey persa se convirtió al cristianismo, y mandó levantar en Babilonia un templo para hacer reposar en su interior los cuerpos de los apóstoles. Y allí reposaron los restos de Simón y Judas, hasta que mucho más tarde fueran trasladados a la Basílica San Pedro de Roma.