Marcos
Salvador
Muñoz
Mercabá, 11 enero 2021
La
de Jerusalén, que fue la primera (fundada el mismo día de Pentecostés,
con 3.000 convertidos por el primer sermón de
Pedro), tenía varios centros de reunión, de los cuales tal vez el
principal era "la casa de María".
Vivía
esta buena mujer (acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca) en una
casa espaciosa y bien amueblada, que, según todas las probabilidades y los
testimonios de la antigüedad, fue donde celebró Jesús la Ultima Cena,
donde se reunieron los discípulos después de la muerte del Señor y de su
Ascensión, y donde tuvo lugar la Venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles.
Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní (lit. Molino de
aceite), en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a
pasar las noches en oración cuando moraba en Jerusalén.
Era
la de María una familia levítica. Su marido había sido sacerdote del
templo de Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos
nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos.
Juan
Marcos era muy niño cuando Jesús predicaba y tenía relaciones con sus
padres. La noche del prendimiento dormía tranquilamente en la casita de
campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las
gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a
curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la
sábana y huyó desnudo.
Después
de Pentecostés siguió siendo la casa de María el centro de reunión más
frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de Pedro. Allí
se hizo la elección de Matías, allí se celebraba la "fracción
del pan", allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos
para que los apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los
distribuyesen entre los pobres.
Uno
de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de María,
la dueña de la casa.
El
niño Juan Marcos del año 30 era ya un hombre cuando el año 44 decidió
marcharse con su primo José Bar Nabuah a la ciudad del Orontes.
Era
José hijo de una familia levítica establecida en Chipre y primo carnal de
Marcos. Sus padres le enviaron a Jerusalén a los 15 años para que
estudiara las Escrituras a los pies de Gamaliel (como Saulo, y acaso al
mismo tiempo que éste). Era natural que se hospedara en la casa de su tía.
Allí le sorprendieron los acontecimientos que dieron lugar a la fundación
de la Iglesia cristiana. José creyó desde el principio y quién sabe si
hasta siguió al Maestro en alguna de sus correrías. Los apóstoles
aprovecharon muy pronto para la catequesis entre los judíos su gran
conocimiento de la ley, y, visto su celo en el desempeño de su ministerio,
le apellidaron Bernabé (Bar Nabuah), el hijo de la
consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante.
En
los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar, y allá
reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, Saulo.
Ahora,
por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que preanunciaban
una grande hambre en Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una
colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla.
Se hospedaron, como era natural, en casa de María.
Cuando,
cumplida su misión, volvieron a Antioquía se fue con ellos Juan Marcos.
Un
día el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de
misión. Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé.
Acaso
por iniciativa de éste, explicable por su afecto hacia la patria chica, se
dirigen a Chipre. Atraviesan la isla de Salamina a Pafos, bautizando, entre
otros, al procónsul Sergio Paulo, y reembarcan hacia las costas de Panfilia.
A
la vista del país escabroso e inhóspito que atravesaban, Marcos se
acobardó. Acaso en el camino que separaba Antalya de Perge sufrieron por
parte de las bandas famosas de esclavos fugitivos que infestaban los montes
de Pisidia lo que Pablo llamarla más tarde, en su 2ª Carta a los Corintios, "peligros de los ladrones", "peligros de los
caminos" o "peligros de la soledad". Sobre todo pesaba mucho
en el corazón aún tierno de Marcos el recuerdo de su madre. Y desde Perge,
sin escuchar las razones de sus decididos compañeros, se volvió a Jerusalén.
Cuando
el año 49 Pablo y Bernabé, a la vuelta de su primera misión, hubieron de
subir a Jerusalén para resolver en el primer Concilio apostólico la cuestión
de los judaizantes, volvieron, sin duda, a la casa de María. Juan Marcos
estaba pesaroso de no haberlos acompañado y escuchaba con envidia la relación
de sus aventuras apostólicas.
Bajó
de nuevo con ellos a Antioquía.
A
los pocos días, escribe Lucas en los Hechos
de los Apóstoles, le dijo Pablo a Bernabé: "Volvamos
a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que hemos predicado
la palabra del Señor, y a ver qué tal les va". Bernabé
quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; pero Pablo juzgaba
que no debían llevarlo, por cuanto (en el primer viaje) los había dejado
desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra.
Se
produjo entonces cierto disentimiento entre ellos, de suerte que se separaron uno de
otro, y Bernabé (tomando consigo a Marcos) se embarcó para Chipre,
mientras que Pablo (llevando consigo a Silas) partió encomendado por los
hermanos a la gracia del Señor" (Hch 15,36-40).
Aquí
terminan los datos que sobre la vida del evangelista nos refieren los Hechos
de los Apóstoles.
No
sabemos cuánto duró este segundo viaje que Marcos hizo en compañía
de su primo Bernabé. Poco debió de durar, porque la tradición posterior
nada nos dice de él, y, en cambio, todos los testimonios antiguos nos
hablan de su ministerio en compañía de Pedro.
A
raíz del concilio de Jerusalén bajó Pedro a Antioquía, y, al
parecer, se hizo cargo del gobierno de aquella comunidad. Al regreso del
viaje segundo con Bernabé, San Marcos debió marchar a Roma con Pedro,
que (no sabemos cuándo, pero ciertamente entre el 50 y el 60) llegó a
la capital del Imperio.
En
Roma se hallaba Marcos cuando en la primavera del año 61 llegó
Pablo, custodiado por el centurión Julio, a presentar su apelación al César.
Para
estas fechas había ya escrito su evangelio, que es el segundo de los 4 admitidos por la Iglesia. Un día en que Pedro exponía la catequesis
cristiana en casa del senador Pudente (padre de Santa Pudenciana y Santa
Práxedes) ante un selecto auditorio de caballeros romanos, pidiéronle éstos
a Marcos que, pues llevaba muchos años en compañía de Pedro y se sabía
muy bien sus explicaciones, se las escribiera para poder ellos conservarlas
y repasarlas en casa. No quiso hacerlo Marcos sin contar antes con el
apóstol; mas éste (según el testimonio de San Clemente Alejandrino, que
nos ha conservado estos datos) ni lo aprobó ni se opuso. Más tarde,
cuando vio el evangelio redactado por Marcos, recomendó su lectura en
las iglesias, según refiere Eusebio.
Este
sencillo episodio nos demuestra la mentalidad de los apóstoles sobre la
Escritura como fuente de revelación. Sabido es que los protestantes afirman
ser la Escritura la única fuente en la que se contiene la doctrina
revelada, y rechazan bajo este aspecto la tradición de la Iglesia. Olvidan
que Cristo no escribió nada y que los evangelios no contienen todo lo que
Cristo hizo y enseñó. Por la misma fuente que ellos admiten se les
convence fácilmente de su error. Es el propio Juan quien nos asegura que "muchas
otras cosas hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que
este mundo no podría contener los libros"
En
la predicación era otra cosa. Un día este tema y otro día otro, unas
cosas este apóstol y otras aquél, es seguro que entre todos no dejaron de
transmitir ni una sola de las enseñanzas que del Maestro recibieron. La
mayoría de ellos no escribieron nada. Los que lo hicieron, lo hicieron
ocasionalmente, como en las epístolas, o fragmentariamente, como en los evangelios.
El
episodio de Pedro y Marcos demuestra que la preocupación
fundamental de los apóstoles y el medio en que todos pensaron
principalmente para la transmisión de sus enseñanzas fue la predicación
oral. A través de ella, y por tradición, se han conservado en la Iglesia
muchas cosas que no hallamos consignadas en las Escrituras. Y,
consiguientemente, estamos en lo cierto los católicos al admitir, contra
los protestantes, como doble fuente de revelación la Escritura y la Tradición.
Un
resumen de la predicación catequística de Pedro es el evangelio de
Marcos. Quizá por eso, y no porque sirviera al apóstol de intermediario
para entenderse con los romanos, le llamaron San Papías y San Ireneo, y
con ellos toda la tradición posterior, "el intérprete de Pedro".
De
la estancia de Marcos en Roma y de sus ulteriores viajes sabemos muy
poco. En Roma seguía cuando, hacia el año 62, San Pablo enviaba recuerdos
de él a los colosenses (Col 4,10) y a Filemón (Fil 24), anunciándoles el próximo
viaje de Marcos a Colosas. Y en Efeso se encontraba hacia el 67, cuando
el mismo San Pablo, cautivo por 2ª vez, escribía la última carta a
Timoteo, rogándole se viniese a Roma con Marcos, cuyos servicios echaba de
menos.
Se
le atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría. La
leyenda de las apócrifas Actas de Bernabé y Marcos, recogida por Simón
de Metafraste, sabe detalles muy curiosos de esta misión.
Al
entrar Marcos en la aldea de Mendión, muy próxima a Alejandría, se le
descosió milagrosamente una sandalia.
—Esto
quiere decir (exclamó) que el camino que llevo está expedito y me será
muy fácil.
Llegóse
al tugurio de un modesto remendón y le rogó que le cosiera la sandalia. El
zapatero se atravesó involuntariamente con la lezna la mano y por toda
queja dijo:
—No
hay mas que un Dios.
Marcos
oró al Señor y curó milagrosamente la mano del remendón, que
inmediatamente se bautizó con toda su familia.
Tras
largo tiempo de predicación muy fructuosa le sobrevino la persecución y el
martirio.
Aquel
año coincidió el domingo de Pascua con la Fiesta de Serápides en el 24 de
abril, que los egipcios llamaban Farmuti. Los paganos, enfurecidos por los
éxitos del evangelista, que estaba dejando vacíos sus templos, creyeron
prestar un servicio a su diosa si en el día de su fiesta se deshacían de
él. Prendiéronle por la noche. mientras celebraba los divinos oficios, y,
atándole al cuello una soga, le llevaron a la cárcel, mientras entre
danzas lascivas y gestos de borrachos clamaban a coro:
—Llevemos este búfalo al abrevadero.
Allí
pasó la noche, y fue recreado con una visión de Jesús, que le animaba al
martirio.
Cuando
a la mañana siguiente le llevaban, igualmente con la soga al cuello, al
lugar del suplicio, entregó su alma a Dios, repitiendo las palabras del
Maestro en la Cruz:
—En
tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Era (termina Símón Metafraste) el mes que los egipcios llaman Farmuti y los judíos Nisán, el día séptimo antes de las calendas de mayo, según cuentan los romanos, esto es, el 25 de abril, bajo el emperador Nerón.