Melquisedec
José
R. Flecha
Mercabá, 11 enero 2021
Su figura se pierde en la amanecida de los tiempos. Sin historia y sin genealogía, este sacerdote de El-Elyión, el dios ugarítico y fenicio identificado como el Dios Altísimo, se alza en la madeja de las leyendas casi como un símbolo. Su recuerdo sirve, en efecto, para remitir los ojos de los creyentes israelitas hacia el pasado, hacia el presente y hacia el futuro.
Por lo que respecta al pasado, el rey Melquisedec es recordado para ponderar la grandeza de Abrahán, el padre del pueblo. Por lo que atañe al presente en que se escribe la tradición, el sacerdote Melquisedec constituye la explicación histórica de las tradiciones cultuales de Jerusalén. Y por lo que se refiere al futuro, Melquisedec es una especie de figura profética que anticipa los rasgos del Mesías, soberano del universo e intercesor por todas las dolencias y todas las búsquedas de la humanidad.
El rey de Salem
Su recuerdo ha sido introducido, casi a la fuerza, en un contexto extraño. Abrahán ha salido en campaña guerrera contra algunos reyezuelos de las riberas del mar Muerto, que parece todavía inexistente en el relato.
Se trata tan sólo de una algarada entre algunos jefes de clanes. Pero en medio de las contiendas, ha quedado apresado Lot, el sobrino de Abrahán. El patriarca sale a rescatarlo. Le bastan trescientos dieciocho hombres de sus mesnadas.
Y justo ahí, al retorno de un combate, magnificado por la epopeya, aparece Melquisedeq (Gn 14, 18). Es evocado como rey de Salem, nombre que algún salmo, así como la tradición judía han atribuido con frecuencia a la Jerusalén cananea (Sal 76, 3). El mismo nombre de este personaje es cananeo. Puede significar "mi rey es justo", o "Sédeq es rey", o "Méleq es justo". El autor de la Carta a los Hebreos lo traduce como "rey de justicia", y su título "rey de Salem" como "rey de paz" (Hb 7, 2).
Su encuentro con Abrahán está cargado de significados. El extranjero es reconocido por el rey de la tierra. El adorador de un dios de la naturaleza llega a bendecir al adorador del Dios de la historia. Con este encuentro se sugiere que la religión cósmica prepara el camino a la religión de la liberación.
La aparición de Melquisedec parece ser un presagio de bendición para Abrahán y para todos sus descendientes. De hecho, la tradición pone en sus labios una berakah, es decir, una bendición, una forma típica de las plegarias tradicionales de Israel. Así ora el misterioso sacerdote de Salem: «¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos» (Gn 14, 19-20).
Con esta fórmula ritual se anuncia que el nómada Abrahán será bendecido por el Dios que es adorado en esa tierra concreta que lo acoge como huésped. Nunca será ya forastero. Por otra parte, el mismo Dios de los nativos recibe una alabanza por haber otorgado la victoria al forastero. El recuerdo de aquella plegaria solemne parece revestir los tonos de la más bella de las utopías: la de la paz religiosa entre los pueblos.
Recordar al rey Melquisedec equivalía a propugnar el imperio de la paz y la fuerza de las alianzas. Evocar a Melquisedec era, y lo sería para siempre, confesar la fe en el Dios de los mil nombres. El Dios único y excelso, el Dios de la paz y los encuentros, el Dios de la adoración y la libertad, el Dios de la fraternidad y la bendición.
El sacerdote de El Elyión
Pero el texto bíblico ofrece un segundo detalle. El sacerdote Melquisedec parece ofrecer a su Dios un sacrificio consistente en pan y vino. En medio de un mosaico de pueblos que no tenían reparo en ofrecer a los dioses la vida de sus primogénitos para impetrar de ellos el don de la fecundidad, el rey-sacerdote de Salem presenta a su Dios una ofrenda de paz y de cosechas cumplidas. El fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. La ofrenda cósmica de los campos y los viñedos. El pan que ayuda a caminar y el vino que alegra el corazón. Los dones de la fraternidad y la acogida.
También Abrahán habría de descubrir que su Dios no quería la vida y la sangre de los primogénitos (Gn 22). Con la sustitución de Isaac por un cordero, se nos indica que el Dios que venera Abrahán mira más al significado que al significante. Le basta el signo de la vida manifestado en la ofrenda de los animales. También este signo podrá contaminarse de magia y de rutina. Algún día gritarán los profetas contra el culto vacío de los sacrificios de sangre que ya no significan la ofrenda agradable a Dios. Él ama sobre todo los gestos que hacen visible la justicia humana (Am 5, 21-25). Para Dios importa el sacrificio del corazón. Hasta que un día la entrega del pan y del vino signifique la verdadera y definitiva entrega de la vida en alimento para las hambres de los hombres (Mc 14, 24).
Andando el tiempo, la tradición de Israel recordaría a Melquisedec y su «palabra sagrada» para legitimar el culto ofrecido en Jerusalén. Su ofrenda llevaba a raíces impensables la majestad de los sacrificios ofrecidos al Señor. El mismo culto ofrecido en el templo construido por Salomón recibía así una legitimidad suplementaria de las antiguas tradiciones. El sacerdocio israelita sustituía al sacerdocio cananeo. Melquisedec era la raíz y la promesa. El anuncio de una ofrenda nunca interrumpida.
Figura del Mesías
Los salmos evocarían aquella figura misteriosa para anunciar al futuro Mesías, un sacerdocio que trascendía en el tiempo y la importancia el sacerdocio aaronítico:
«Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha... Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro... Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec" (Sal 110).
El antiguo rey de Salem se convertía así en el prototipo del rey-mesías davídico. Sacerdote ideal, sobrepasaba el sacerdocio del orden de Aarón, instituido por Moisés. Así lo considera también la carta a los Hebreos (Hb 7).
Hay un detalle más que es preciso subrayar en la leyenda tradicional. Abrahán había entregado un diezmo a Melquisedec (Gn 14, 20). Evidentemente, quien paga el tributo demuestra su reconocimiento a la dignidad de la persona que lo recibe. Pues bien, al escritor cristiano no se le escapa ese detalle. Le sirve para resaltar la supremacía del sacerdocio de Melquisedec sobre el sacerdocio levítico, vinculado a la estirpe de Abrahán.
La Carta a los Hebreos formula una pregunta que vale más que un argumento: «Si la perfección estuviera en poder del sacerdocio levítico ¿qué necesidad había ya de que surgiera otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, y no a semejanza de Aarón?» (Hb 7, 11). Para este escritor cristiano, el sacerdocio de Jesús, que se remonta al orden de Melquisedec, es sin duda superior al sacerdocio de Aarón y de Leví, que, en todo caso, se remontaría a Abrahán.
La figura misteriosa de Melquisedec también ha merecido la atención de innumerables textos judíos. En los fragmentos encontrados en las cuevas de Qumrán, Melquisedec es presentado como una figura escatológica. Aparece al final de los tiempos, renovando sus funciones de antaño. Imaginado a la cabeza de los ángeles, y aun confundido a veces con Miguel, oficia como sumo sacerdote en el templo celestial.
Así, pues, apareció por un momento en la aurora de la historia, pero nunca se borraría su recuerdo. Rey de paz, sacerdote cósmico, profeta mesiánico de la nueva relación con Dios. Eso es Melquisedec.
Su bendición no se limita a Abrahán: abarca a todos los que quieren vivir la fe de Abrahán. Su ofrenda apacigua el corazón y los proyectos de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Su sacerdocio consagra el mundo y la humana peripecia. Su figura evoca y anuncia la salvación del Mesías. En la liturgia romana, su nombre es evocado con respeto en el marco de la plegaria eucarística I:
"Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán (nuestro padre en la fe) y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec".