Pedro
Consuelo Lozano
Mercabá, 11 enero 2021
Un día, estando Juan Bautista con algunos discípulos, vio a Jesús y señalándolo dijo: "He aquí el Cordero de Dios". Oyéndolo, 2 discípulos se fueron tras él. Y Jesús volviéndose, les dijo "¿Qué buscáis?". Ellos le dijeron: "Maestro, ¿dónde vives?". Y él contestó: "Venid y lo veréis". Se fueron con Jesús, y se quedaron con él todo aquel día.
Uno de los 2 discípulos era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Y Andrés, después de haber estado con Jesús, fue a su hermano Simón, y le dijo que habían encontrado al Mesías. Simón escuchó con mucha atención a su hermano y quiso verle también, por lo que los 2 se fueron en busca de Jesús. Cuando llegaron donde él estaba, Jesús fijó en Simón su mirada y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan, Pero tú serás llamado Pedro".
Otro día, preguntó Jesús a sus discípulos: "¿Quién dicen las gentes que es el Hijo del Hombre?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas". Jesús añadió: "Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?". Tomando la palabra, Simón dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (1º dogma definido por el papa, asistido del Espíritu Santo). Por eso, Jesús le respondió:
"Bienaventurado eres, Simón porque esta verdad no te la ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra, Yo edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra será también desatado en los cielos".
Atar significa el poder que tiene Pedro (y su sucesor, el papa) para imponer leyes o deberes que obligan en conciencia, como el de oír misa los domingos, etc. Y desatar es la misma autoridad y poder que le dio Jesucristo para poder anular algunas obligaciones que él puede derogar. El papa (sucesor de Pedro) es el único que puede imponer leyes en nombre de Jesucristo, como son los 5 mandamientos de la Iglesia. Y los demás obispos tienen la misma autoridad de los apóstoles, porque son sus sucesores, y a los apóstoles había dicho Jesús:
"Quien a vosotros os recibe, a mí me recibe; el que a vosotros os escucha, a mí me escucha; y el que os desprecie, a mí me desprecia. A quienes vosotros perdonéis los pecados, le quedarán perdonados; y no se le perdonarán a aquellos a quienes vosotros no se los perdonéis".
Cuando Jesucristo eligió a Pedro para que fuera papa, sabía que cometería un grave pecado; y sin embargo no eligió a otro apóstol, sino a él. Por eso le dijo: "¡Simón, Simón! Mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como al trigo; mas yo he rogado por ti a fin de que no perezcas; y tú, cuando te arrepientas, confirma en la fe a tus hermanos". A lo que respondió Pedro: "Señor, yo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel o a la misma muerte". Pero Jesús le aseguró: "Oh, Pedro, esta misma noche, y antes de que el gallo cante, tú ya me habrás negado tres veces".
Pedro, a pesar de sus protestas, se olvidó de todo eso, y ante la voz de una mujer que le acusaba, juró que no conocía a Jesús. Lo negó 3 veces, y a la tercera cantó el gallo. Entonces recordó las palabras del Maestro, y dándose cuenta de su pecado, lloró amargamente y Jesús, después de resucitar, lo perdonó.
En el día de Pentecostés, estando los discípulos reunidos, aparecieron unas lenguas de fuego que se repartieron sobre ellos, y se sintieron llenos del Espíritu Santo. Entonces Pedro, como jefe de la asamblea, salió al balcón y empezó a predicar. Al oírlo, se reunieron junto a él, gran cantidad de judíos, de todas las regiones y lenguas. Las gentes que le oían, se preguntaban: "¿Quién es éste? ¿No es el galileo? Aquí estamos personas de muchas regiones, que hablamos lenguas diferentes y entre nosotros no nos entendemos. ¿Pues cómo es que a éste todos le entendemos?". Y tal fue la admiración de la gente, que en aquel día se hicieron cristianos más de tres mil personas.
Subían un día Pedro y Juan al templo de Jerusalén, cuando se encontraron con un hombre paralítico. Pasando junto a él, Pedro le dijo: "Míranos, plata u oro no tengo; pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús Nazareno, levántate y ponte a andar". El enfermo, repentinamente curado, dio un salto y se puso en pie a alabar a Dios. Muchos le conocían y se maravillaron del milagro. Pedro les dijo: "¡Hijos de Israel! ¿Por qué os maravilláis de esto y por qué nos estáis mirando? No hemos sido nosotros, sino el Hijo de Dios, Jesucristo, a quien vosotros crucificasteis". Las palabras de Pedro a la vista del milagro, convirtieron a más de cinco mil hombres.
Estando Pedro y Juan enseñando en el templo de Jerusalén, llegaron algunas autoridades y los metieron presos. Al día siguiente comparecieron ante el pontífice, el cual les preguntó: "¿Con qué potestad o en nombre de quién habéis hecho esa curación del paralítico?". Pedro le contestó diciendo: "En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a quien vosotros crucificasteis y Dios ha resucitado. En virtud de él, está sano ese hombre".
Entonces ordenaron las autoridades a los guardias que los sacasen, y se pusieron a deliberar entre sí diciendo: "¿Qué haremos con estos hombres? Ha sido un milagro tan claro y evidente que no es posible negarlo. Lo único que podemos hacer es obligarles a no vuelvan a tomar en la boca ese nombre, ni hablen más de él a persona viviente". Tras lo cual, los llamaron de nuevo y les amenazaron, bajo ningún concepto, hablasen ni enseñasen en nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan les respondieron: "Juzgad vosotros qué es más justo en la presencia de Dios: si el obedeceros a vosotros o el obedecer a Dios".
Los apóstoles seguían haciendo muchos milagros en el pueblo. Todos los que estaban enfermos se ponían por donde Pedro pasaba y con sólo tocarles quedaban curados. Así, llegaban a Jerusalén muchas gentes de todas las ciudades, trayendo enfermos que eran curados. Alarmados por esto, los príncipes de los sacerdotes prendieron a Pedro y a Juan y los metieron en la cárcel. Mas el ángel del Señor, abriendo por la noche las puertas, los puso en libertad y los mandó volver al templo a predicar.
Reunidos en concilio los sacerdotes judíos, mandaron ir por los presos para ser interrogados. Pero regresaron los soldados diciendo: "La cárcel la hemos hallado bien cerrada, y los centinelas en todas las puertas; pero los presos han desaparecido". En ese momento, llegó uno diciendo: "Aquellos hombres, están ahora enseñando en el templo".
Inmediatamente fue allá el comandante, y los trajeron. El sumo sacerdote les dijo: "¿No os teníamos formalmente prohibido que volvieses a enseñar en nombre de ése?". Pedro contestó: "Cierto; pero es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres". Herodes mandó encarcelar a Pedro, y para dormir lo hacía atado con cadenas a varios soldados. El rey tenía pensado condenarlo a muerte después de la Pascua; pero mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia entera hacía oración por él.
Y sucedió que, la noche anterior al día en que Herodes pensaba matarle, mientras dormían, el ángel del Señor despertó a Pedro, y al instante se le cayeron las cadenas con las que estaba atado a los soldados. Añadió el ángel: "Toma tu capa y sígueme". Salió Pedro tras el ángel y cruzaron delante de todos los guardias, hasta que llegaron a la puerta de hierro, la cual se abrió por sí misma. Salieron y caminaron hasta el fin de la calle, y allí el ángel desapareció. Entonces fue cuando Pedro se dio cuenta de la realidad y dijo: "El Señor ha mandado a su ángel para librarme de Herodes". Entonces Pedro se encaminó a una casa donde sabía que se reunían los cristianos, llamó a la puerta, le abrieron, y al verle quedaron asombrados. Les contó cómo había sucedido todo y se retiró.
Después de confirmar en la fe a los hermanos de Jerusalén, San Pedro partió para Roma, que entonces era tenida por la capital del mundo. Fue el obispo de Roma por un espacio de 25 años, hasta que murió víctima del emperador Nerón.
Nos dice la tradición que al arreciar la persecución, y sabiendo los cristianos el interés que tenía Nerón de encontrar al jefe de los cristianos, consiguieron convencer a Pedro de que se marchase durante algún tiempo a un lugar menos peligroso. Cuando Pedro se disponía a salir de la ciudad, tuvo una visión en donde se encontró con su Señor y Maestro Jesús, que venía hacia Roma cargando a las espaldas con una cruz. Pedro al verlo, humilde y confuso, solamente acertó a decirle: "¿Adónde vas, Señor?". Y el Salvador le respondió: "Voy a Roma para ser crucificado otra vez". La visión desapareció, pero Pedro comprendió la lección: Aquella cruz que traía el maestro era su propia cruz, que debería aceptar valientemente.
Pedro decidió regresar a Roma y aceptar el tormento de la cruz. La guardia romana no tardó en apresarle, y el emperador Nerón le condenó a morir en cruz. A Pedro le pareció tanto honor que, considerándose indigno de morir como el Maestro, suplicó le concedieran el favor de morir cabeza abajo, gracia que le fue concedida. Pedro murió en el Vaticano, el día 29 junio 67.