Timoteo

José M. González
Mercabá, 11 enero 2021

           En 1885 el arqueólogo Sterret descubrió unas viejas ruinas romanas junto al actual pueblecito turco de Katyn Serai. Estas se reducían a una piedra impulimentada de altar pagano con una inscripción dedicada a Augusto por los decuriones de la colonia romana. Esto es todo lo que se conserva del antiguo pueblecito de Listra, encuadrado en la provincia de Licaonia.

           Capital de la provincia fue Iconio, hoy Konya. Desde aquí huían apresuradamente, en los primeros meses del año 48, Pablo y Bernabé, alegres por haber sido hallados dignos de padecer persecución por el nombre de Jesús.

           En su fuga a campo traviesa recorrieron unos cuarenta kilómetros al sur, consiguiendo alcanzar las primeras casas de Listra. Quizá allí no hubiera sinagoga, pero ciertamente no faltaba una familia judía, donde pudieran alojarse los fugitivos.

           De esta familia han llegado hasta nosotros los nombres de tres generaciones: Loide, su hija Eunice y el hijo de ésta, Timoteo. De Eunice sabemos que estuvo casada con un pagano (Hch 16,1). A pesar de su ascendencia paterna pagana. Timoteo podría ser considerado como judío. Y aunque no había sido circuncidado, según la costumbre judía, al octavo día de haber nacido, recibió desde pequeño una sólida y jugosa formación religiosa de labios de su madre y de su abuela. El mismo Pablo se lo recordará más tarde:

"Quiero evocar el recuerdo de la limpia fe que hay en ti, fe que, primero, residió en el corazón de tu abuela Loide y de tu madre Eunice y que estoy seguro que también reside en ti. Ya sabes qué maestros has tenido y cómo desde tus más tiernos años conoces las Sagradas Escrituras" (1Tim 1,5; 3,14).

           Una buena temporada se pasaron los 2 apóstoles en Listra, en el seno de aquella buena familia. Como es lógico, los primeros beneficiarios de la predicación evangélica fueron los que tan generosamente les habían ofrecido hospitalidad. En el cap. 14 de Hechos de los Apóstoles se nos narran los avatares de la actuación apostólica de Pablo y Bernabé en el pueblo natal de Timoteo.

           Una tarde, quizá en los alrededores del templo de Júpiter, Pablo hablaba al aire libre a un grupo de gente; Bernabé, alto y corpulento, estaba firme y silencioso a su lado. Entre los oyentes se hallaba un pobre cojo; que escuchaba con gran atención. Viendo Pablo que el enfermo "tenía fe para ser curado, le dijo con voz poderosa: ¡Levántate y tente sobre tus pies! Y, efectivamente, se alzó de golpe y comenzó a caminar".

           A la vista de tan estupendo prodigio los asistentes empezaron a gritar en dialecto licaonio: "¡Los dioses en forma humana han bajado a nosotros!" Y viendo la buena estatura de Bernabé lo tomaron por Júpiter, y a Pablo, que era el orador, lo tomaron fácilmente por Mercurio. Fue la casualidad de que los sacerdotes del vecino templo de Júpiter tenían preparados para el sacrificio 2 toros adornados de guirnaldas y, naturalmente, les pareció magnífica la ocasión para ofrecérselos al propios dios en persona.

           Hasta aquí Pablo y Bernabé no habían comprendido el significado de aquel barullo, ya que la turba hablaba en dialecto licaonio, desconocido para ellos, pero a la vista de los preparativos del sacrificio cayeron en la cuenta de la ingenuidad de aquel pueblo crédulo. Como buenos israelitas, Pablo y Bernabé rasgaron sus vestiduras e hicieron desistir a la turba de semejante idolatría: ellos no eran dioses, sino hombres como el resto de los mortales.

           La reacción de la turba, abocada al desengaño, cambió rápidamente de signo, y en un gesto brutal de despecho se lanzó sobre los 2 apóstoles, apaleándolos ferozmente hasta dejarlos aparentemente muertos. Arrojados así fuera de los muros de la ciudad, fueron a la noche recogidos por los hermanos, que con gran contento pudieron comprobar que aún vivían los 2 misioneros. Con suma cautela fueron llevados de nuevo a casa de Timoteo, donde pernoctaron, para salir al día siguiente, de madrugada, con destino a la vecina ciudad de Derbe.

           Es de suponer que ya en aquella ocasión Pablo hubiera bautizado a Timoteo, a quien él mismo habría instruido directamente en la fe, ya que lo llama "hijo suyo queridísimo" (1Cor 4,17).

           Cuando más tarde Pablo, en su 2º viaje misionero, vuelve a pasar por Listra, piensa en Timoteo como posible candidato al ministerio evangélico. Pero no queriendo dejarse llevar por el juicio apasionado del afecto, propuso la candidatura a los cristianos de Iconio y de Listra, "los cuales dieron de él óptimos informes" (Hch 16,2).

           Entonces el apóstol lo toma definitivamente a su servicio y, para hacer más eficaz su apostolado entre los judíos, lo circuncida previamente, ya que por aquella comarca todos sabían que era hijo de padre griego. Desde este momento, Timoteo se convirtió en un compañero fiel y en un valioso auxiliar de San Pablo. Junto a él recorrió Frigia y Galacia, y tras evangelizar el Asia Menor se trasladó a Europa, evangelizando junto a Pablo las urbes de Filipos, Berea y Atenas, terminando la Odisea en Jerusalén.

           Durante el curso de este 2º viaje de Pablo, fue encargado Timoteo de visitar y consolar a los fieles de Tasalónica (Hch 16,3; 18,22). También acompañó a Pablo en la 3ª expedición misionera, y estuvo con él cerca de 3 años en Efeso, desde donde partió para Macedonia para realizar allí una delicada misión (1Cor 4,17; 16,10). Allí en Macedonia esperó Timoteo a su maestro Pablo. y juntamente con él visitó Corinto y Troade, volviendo finalmente ambos a Jerusalén.

           No sabemos si Timoteo estuvo con San Pablo durante su prisión en Cesarea, y en su viaje a Roma para asistir al proceso imperial. Lo que no cabe duda es que estuvo junto a él durante su 1ª prisión romana, ya que encontramos su nombre en la inscripción de las cartas que desde allí escribió el apóstol (Col 1,1). Cuando Pablo recobró la libertad, después de la absolución dictada por el tribunal del César, volvió a llevar consigo a Timoteo en las correrías apostólicas, cuya identificación nos es hoy difícil de precisar.

           Estamos a inicios del año 65, en los que Pablo ha ido a Efeso para dejar allí instalado a Timoteo, con amplios poderes de inspección. Y desde Macedonia, a donde Pablo se había trasladado, el apóstol escribe su 1ª carta a Timoteo, en la que le recuerda los consejos que de viva voz le había dado, al dejarle encomendada la floreciente cristiandad de Efeso.

           A través de este maravilloso documento paulino podemos conocer la gran estima que el apóstol tenía por su más fiel auxiliar en la misión: "Que nadie desprecie tu juventud. Al contrario, muéstrate un modelo para los creyentes, por la palabra, la conducta, la caridad, la fe, la pureza" (1Tim 4,12). E incluso, conociendo la austeridad de su discípulo, le ordena que afloje un poco en su penitencia, ya que su salud no se lo soportaba: "Deja de beber sólo agua y toma un poco de vino, a causa de tu estómago y de tus frecuentes achaques" (1Tim 5,23).

           Hemos de suponer que Timoteo siguió en su cargo de epíscopo (o inspector) de las cristiandades de Asia, desde su residencia en Efeso hasta la 2ª prisión romana de San Pablo. En estas últimas circunstancias, supremas para el apóstol Pablo, no podía faltarle la presencia de su querido hijo Timoteo, al que reclama con acentos emocionantes, desahogándose tiernamente con él:

"Apresúrate a venir a mi lado lo más pronto posible, pues Demas me ha abandonado por amor del mundo presente. Se ha ido a Tesalónica, así como Crescente a Galacia y Tito a Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráetelo contigo, pues me es un elemento valioso en el ministerio. Cuando vengáis, traeos la capa que dejé en Tróade, en casa de Carpo, así como los libros, sobre todo los pergaminos. Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho daño. El Señor le dará según sus obras. Tú también desconfía de él, pues ha sido un adversario encarnizado de nuestra predicación. La primera vez que tuve que presentar mi defensa, nadie me ha apoyado. ¡Todos me han abandonado!" (2Tim 4,9-16).

           He aquí la verdadera grandeza de Timoteo: él fue constituido en albacea y heredero del gran apóstol. Su último escrito fue esta 2ª carta a Timoteo, que bien pudiéramos llamar su testamento y última voluntad:

"He aquí que yo he sido ya derramado en libación y el momento de mi partida ha llegado. Yo he luchado hasta el final. La buena lucha, he consumado mi carrera, he guardado la fe. Y ahora he aquí que está preparada para mí la corona de justicia, que en recompensa el Señor me dará en aquel día, él, que es justo juez; y no solamente a mí, sino a todos los que habrán esperado con amor su aparición (2 Tim 4,6-8).

           De la vida posterior de Timoteo tenemos sólo breves noticias. Según Eusebio (Historia Eclesiástica, III, 4), continuó en su cargo de obispo de Efeso, y cuasi metropolitano de toda el Asia Menor. Finalmente, según las propias Actas Martiriales, fue martirizado en tiempos de Domiciano, en la misma ciudad de Efeso y por haber intentado apartar al pueblo de una fiesta licenciosa.

           Aunque por encima de esa aureola de mártir de la fe, brilla más alta y esplendente en Timoteo su calidad de discípulo predilecto de San Pablo, de auxiliar fidelísimo y de inmediato heredero de aquel que, con justa razón, revolucionó el cristianismo.