Zacarías

José R. Díaz
Mercabá, 11 enero 2021

           La alabanza más sintética, autorizada y profunda que se ha dicho de Zacarías, y su mujer Isabel, es que "ambos eran justos ante Dios". Fue nada menos que el evangelista san Lucas quien la hizo.

           Se sabe que él era sacerdote del templo de Jerusalén, y que su esposa Isabel era pariente (tía-prima) de la Virgen María. Se sabe, también por el testimonio evangélico y por sus propias palabras, que eran ya mayores y que no habían logrado tener descendencia por más deseada que fuera.

           Un día, cumple Zacarías el oficio sacerdotal y, mientras ofrece el incienso, ve un ángel (se llama Gabriel) que le dice: "Tu oración ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan".

           Aunque Zacarías es un hombre piadoso y de fe, no da crédito a lo que está pasando. Cierto que los milagros son posibles y que Dios es el Todopoderoso, cierto que se cuenta en la historia un repertorio extenso de intervenciones divinas, cierto que conoce obras portentosas del Dios de Israel, pero que esto de tener el hijo tan deseado le pueda pasar a él, y que su buena esposa, ahora que es anciana, pueda concebir un hijo en estas circunstancias... Vamos, que no se lo cree del todo por más que a un ángel no se le vea todos los días.

           El castigo por la debilidad de su fe será la mudez hasta que lo prometido de parte de Dios se cumpla. Cuando nace Juan (el futuro Bautista) Zacarías recupera el habla, bendice a Dios y entona un canto de júbilo, profetizando. También Isabel prorrumpió en una exclamación sublime (que repetimos al rezar cada Avemaría) cuando estaba encinta y fue visitada por la Virgen: "Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre". Añadiendo: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte de Dios!".

           Con Zacarías e Isabel, la fe es aclamada con exultación, y reconocida en su inseparable oscuridad.

Anuncio a Zacarías

           Ofrezco el comentario que hace Benedicto XVI sobre Zacarías a este propósito, en su Evangelio de la Infancia de Jesús:

"La historia de Juan está enraizada de modo particularmente profundo en el AT. Zacarías es un sacerdote de la clase de Abías. También su esposa Isabel tiene igualmente una proveniencia sacerdotal: es una descendiente de Aarón (Lc 1,5). Según el derecho veterotestamentario, el ministerio de los sacerdotes está vinculado a la pertenencia a la tribu de los hijos de Aarón y de Leví. Por tanto, Juan el Bautista era un sacerdote. En él, el sacerdocio de la Antigua Alianza va hacia Jesús; se convierte en una referencia a Jesús, en anuncio de su misión. Me parece importante que en Juan todo el sacerdocio de la Antigua Alianza se convierta en una profecía de Jesús, y así -con su gran cúspide teológica y espiritual, el Salmo 118- remita a él y entre a formar parte de lo que es propio de él. En la misma dirección de la unidad interior de los dos Testamentos se orienta la caracterización de Zacarías e Isabel en el versículo siguiente del Evangelio de Lucas. Se dice que «los dos eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor" (1,6).

           En efecto, Zacarías entra en el templo, en el ámbito sagrado, mientras el pueblo permanece fuera y reza. Es la hora del sacrificio vespertino, en el que él pone el incienso en los carbones encendidos. La fragancia del incienso que sube hacia lo alto es un símbolo de la oración: Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde, dice el Salmo 141. En esta hora en la que se unen la liturgia celeste y la de la tierra, se aparece al sacerdote Zacarías un ángel del Señor, cuyo nombre de momento no se menciona. Estaba de pie «a la derecha del altar del incienso» (Lc 1,11).

           El sacerdote Zacarías había rogado al Señor que le diera un hijo, pues la esterilidad era vista por un israelita como una maldición. El ángel le dice que su ruego ha sido escuchado y que su mujer, Isabel, le dará realmente un hijo, que debe llamarse Juan. Pero el sacerdote manifiesta sus dudas al respecto: ¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer de edad avanzada.

           No ve, por tanto, cómo pueda realizarse esa fecundación que le permita tener al hijo prometido; algo que parece indicar desconfianza en el poder de Dios, capaz de dar a la naturaleza una capacidad que no tiene por sí misma, bien porque nunca la ha tenido, bien porque la ha perdido. Y esa oculta incredulidad es la que le echa en cara el mensajero de Dios: Yo he sido enviado a hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira: guardarás silencio sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento.

           Y así sucedió. Zacarías quedó mudo hasta que se cumplió la promesa y su mujer dio a luz a un hijo varón. Por no haber recibido la buena noticia de su paternidad sin dudas ni vacilaciones, quedará en silencio, sin poder hablar, hasta el día en que se cumpla. Se trata de una especie de carga penitencial que le recordará durante esos meses su incredulidad al mensaje divino. Pero, cumplido el tiempo, recuperará de nuevo el habla, esta vez para dar gracias a Dios por haberle hecho tan gran misericordia.

           Si, como a Zacarías, nos cuesta trabajo aceptar lo sobrenatural (o lo milagroso) es porque no valoramos suficientemente al agente o artífice de tales hechos. Si éste es Dios y Dios es todopoderoso, y si Dios ha creado el mundo, ¿por qué no admitir con facilidad que pueda provocar hechos como la fecundidad de las estériles o la maternidad de las vírgenes?, ¿por qué no aceptar que pueda conceder a la naturaleza en un momento dado la capacidad de producir aquello para lo que de ordinario está incapacitada?, ¿por qué no admitir el milagro si tiene a Dios por agente? Es la fe en un Dios al que se le reconoce toda su potencia divina, de un Dios al que se reconoce como Dios.

Benedictus de Zacarías

           Se trata del cántico, similar al Magnificat, que Lucas pone en boca de Zacarías, padre de Juan el Bautista, tras haber recibido la visita del ángel. Se trata de un cántico inspirado, pues Zacarías lo pronunció movido por el Espíritu Santo, y de alcance profético, ya que revela planes divinos y anuncia acontecimientos que habrán de cumplirse.

           El sacerdote del AT comienza alabando al Dios de Israel, su Señor, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Presenta como sucedido lo que apenas acaba de iniciarse. Y es que el lenguaje profético trastorna los tiempos, de modo que puede presentar como acaecido lo que todavía es futuro.

           El pasaje alude a una "visita" y a un "acto de redención" del mismo Dios en favor de su pueblo. El Dios de la Alianza, el que viene actuando como aliado y defensor de su pueblo a lo largo de su historia, ha decidido dar un paso más, se ha dignado visitar a este pueblo.

           Para eso, tiene que hacerse personalmente presente en el lugar en el que este pueblo habita. Su modo de hacerse presente es suscitar una fuerza de salvación en la misma casa a la que pertenece el pueblo, la casa de David. Esa fuerza de salvación no es otra que la que ostenta un ‘descendiente" de David. El Dios de Israel visita y redime a su pueblo haciéndose uno de ese pueblo y esa casa, compartiendo con él vida (humana) e historia, pero sin perder la fuerza salvífica que le compete en cuanto Dios. La fuerza de salvación suscitada en la casa de David se identifica con el mismo Salvador, que es un descendiente de David, pero investido de esa fuerza de índole divina.

           Y si todo esto había sido predicho desde antiguo por boca de profetas es porque formaba parte de un designio de salvación ideado por el mismo Dios. La historia deja de ser un cúmulo de acontecimientos azarosos, que tiene a los hombres como únicos protagonistas, para pasar a ser una historia trazada en sus líneas esenciales por el mismo Dios que no teme incorporar a los hombres como actores y protagonistas de la misma. Pero si es historia de salvación (divina) ha de ser esencialmente historia de Dios, es decir, historia en la que Dios tiene un protagonismo primordial.

           Y hablando de salvación, el cántico precisa que se trata de una salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; de esta manera se hace realidad la misericordia de Dios, esa misericordia que no es nueva en la historia, que ya tuvo con los antepasados y que viene a ser un recordatorio permanente de su santa alianza y del juramento hecho a Abraham.

           La misma misericordia que apreciaba María en el Magnificat la aprecia ahora Zacarías en el Benedictus. El objetivo de todas estas actuaciones divinas es liberarnos no solamente de los enemigos, sino del mismo temor a los enemigos, que es más opresor que la existencia factual de tales enemigos, y concedernos una vida en santidad y justicia, en su presencia todos nuestros días. Eso es lo que quiere obtener de nosotros mientras vivimos en este mundo: una vida de servicio en santidad y justicia.

           La visita del Salvador es comparable a la visita del sol que nace de lo alto para iluminar (trayendo el día) a los que viven en la noche, es decir, en tinieblas y en sombra de muerte, y para guiar nuestros pasos en el camino de la paz. El camino de la paz se confunde con el camino de la salvación. Sólo por este caminos podremos obtener ese ansiado tesoro que todos anhelamos y echamos en falta alguna vez: la paz. También esta ‘visita’, la que se produce con la Navidad, es efecto de la entrañable misericordia de nuestro Dios.

           Todo brota de esta entrañable fuente de misericordia, que mantiene a Dios en permanente estado de actividad salvífica. Por eso, me atrevo a compararla con la energía (resp. el hidrógeno) de la que Dios se autoabastece. Podría decirse que en su incesante actividad ad extra, Dios está consumiendo "misericordia", una energía que por ser eterna resulta inagotable. No debemos olvidar nunca, por tanto, que estamos viviendo, lo sepamos o no, de esta misericordia, del mismo modo que vivimos en la tierra gracias a la energía que el hidrógeno proporciona al sol.