|
Contemplar a Dios en la Escritura y penitencia
Después de un duro aprendizaje en el desierto, meditando día y noche la ley del Señor, San Jerónimo descubrió el valor de la oración y la penitencia en su cueva de Belén, y allí instituyó un género de vida celestial. A través del tiempo surgieron en España grupos de ermitaños que comenzaron a imitar a aquel santo varón, buscando las montañas y entregándose a la contemplación de Dios. Entre ellos se encontraban Pedro Pecha y Fernando Yáñez, que en los alrededores de Toledo componen una Regla y cambian la vida eremítica por la cenobítica, a instancias de Gregorio XI. Fue el comienzo de los ermitaños de San Jerónimo. Los monjes de la Orden de San Jerónimo somos una comunidad de bautizados que, bajo las enseñanzas de San Jerónimo, tratamos de corresponder íntegramente a la invitación de Cristo de abandonarlo todo y seguirle más de cerca (Lc 10,42), entregándonos a la contemplación que Jesucristo inició en la montaña y lugares descampados. Para mejor alcanzar estos fines vivimos en soledad y silencio, en asidua oración y animosa penitencia, consagrados íntegramente al culto divino y a la Sagrada Escritura, como alimentos sustanciales que nutren nuestra contemplación y conocimiento de Dios (Flp 3,8). Lo hacemos bajo la mirada maternal de la Virgen María, nuestra maestra de vida interior, y compartiendo con los que vienen a vernos nuestra hospitalidad. Los jerónimos nos entregamos de lleno al estudio y contemplación de la Sagrada Escritura de ambos testamentos, ofrecemos nuestros frutos a la Iglesia peregrina y no tenemos otro anhelo que llegar a contemplar a Dios, un día, y cara a cara, tal cual es (1Jn 3,2). Así pues, los jerónimos mantenemos vivo el espíritu de San Jerónimo, y nuestra delicia es meditar la ley del Señor día y noche, de forma que nunca se aparten de nuestras manos las divinas Escrituras. La penitencia es una exigencia de esta vida interior, y por ella alcanzamos la pureza de corazón y la libertad de alma, en búsqueda de la perfecta caridad. Estos medios nos ayudan a desasirnos de nosotros mismos y de todas las cosas, y de cualquier impedimento que nos impida seguir más de cerca a Cristo (Col 3,1-11). .
|